jueves, 15 de noviembre de 2007
LA BALSA DE LA MEDUSA
LA BALSA DE LA MEDUSA
I
¿Podremos intentar una canción?
¿Podría intentar una canción?
¿Un gesto de fuego, una metáfora de marinería?....
Los que esperaron barco en el muelle
una tarde galvánica picoteada de eléctricas gaviotas.
Los que cruzaron con la luna sobre sus espaldas ferrocarriles de hielo.
Los que se hundieron en el lago negro.
Los que saltaron el muro.
Los que chapotearon en las rutas fangosas del miedo.
Los que miraban detrás de las ventanas.
Los que bajaron las cortinas.
Los que sintieron el vértigo de la caída libre,
mientras sus alas
se encendían con el fuego de la estrella.
Los que se marcharon con el sol a cuestas.
Los que nunca regresaron.
los que perdieron la partida
la maleta y un par de zapatos.
Los que nunca creyeron que las cosas iban a cambiar.
Los que creyeron, y regresaron.
Los que quedaron a mitad del camino.
Los que llegaron tiritando con un sueño pálido
–papel desleído, palabras ateridas
sobre un pentagrama lluvioso–.
Los que fueron requisados y pateados
mientras se hablaba de “bondad” en los discursos.
Los que fueron escupidos y pisoteados.
Los que fueron vapuleados,
mientras otros robaban su cosecha de sueños.
Los que tuvieron que inclinar un poco el rostro
bajar el ala del sombrero
mientras las sombras duras del fuego, faroleaban
sobre los pozos de agua.
Los que cambiaban de estación
de andén, de cielo.
Los que vieron que las bombas eran nuevas
y con ellos, las estaban ensayando.
Los que se enfrentaron a piedra
contra el hierro y el metal.
Los que creyeron en la historia oficial
y muchos años después,
sus sueños fueron marcados por el hielo
–estatuas de sal, sonrisas de fuego–.
Cuando vieron la verdad, quedaron ciegos.
También
los que fueron tatuados, sellados, numerados
mientras hombres con cabezas de carretes metálicos y lenguas de celuloide,
bajo un foco amarillo proyectaban
películas en blanco y negro
para hacer reír a las masas.
En otras coordenadas
se encerraban campesinos orientales
en reformatorios de campos dolorosos,
Luego se hacían obras de teatro
que dejaban una sensación de humanismo
con las técnicas dramáticas del señor Aristóteles.
En sus particulares estados
repartían porra y fuego,
blindaban fronteras, fundaban frenocomios,
cotos de caza, túneles con extrañas inscripciones,
y mostraban un desliz filantrópico
sobre las tesis del señor Morguentau.
Los mismos que llamaron al odio y a la guerra en technicolor.
(leones esfumados contra las alas del silencio,
fuego, sobre ciudades de piedra
fuego, sobre ciudades vencidas
fuego, sobre ciudades calcinadas.)
Dos caras del mismo asunto
dos caras de la misma moneda.
Los que no tuvieron otra oportunidad
e hicieron de payasos y bailaron con violines
sobre las vías ateridas de la miseria.
Los que se fueron adentro de las cuevas buscando pictogramas de tauróbolos celestes y danzas de piedra.
Los que cruzaron bajo alcantarillas,
casi ciegos
mientras afuera, el cielo y las constelaciones
se conjugaban en una danza hermosa.
Los que con el agua al cuello resistieron.
Los que bajaron de las montañas escarpadas
con frió de nieve en los ojos.
Los que perdieron el norte y estrujaron la brújula
hasta sentir en las palmas, las agujas sangrantes.
Los que esperaron detrás de las líneas una palabra de aliento,
Los que vieron amanecer,
bajo el alba dulce y sangrienta de gasas amarillas.....
Todos nosotros, y ellos también,
y los otros por supuesto.
Tres caras de la misma esfinge.
Navegamos a la deriva contra la tormenta,
después del naufragio
sobre la Balsa de la Medusa.
II
El que se opuso a los
Detentadores-patentadores de la historia.
El que confrontó el brazo secular.
El que alzó un telescopio para buscar la ruta.
El que ofrendó una palabra de aliento dentro de los escombros.
El que sembró una espiga.
El que puso un pez dorado
en la boca del ahogado.
El que coronó de flores la cabellera
de la muchacha Nubia.
El que sembró de estrellas
la cabellera de la ninfa boreal.
El que bebió de un pozo limpio en las estrellas...
Todos ellos señalan al fondo de la Vía Láctea.
Un lugar de nombre ignoto.
Puerto-Destino
para la balsa estelar.
III
Vamos a crear con pergaminos amarillos
un beso-collage
hecho de sueños compartidos....
Una imagen derrotero
hasta juntar todos los mapas que nos orienten
y hagan más amables
nuestros rostros en este desierto mar.
En estos tiempos de tormenta
¿Será posible convocar a las palabras?
Una poesía de marinería estelar,
¿o solo nos es dado escuchar, los gritos del naufragio?
IV
(Sueño-Pesadilla con Rimbaud)
Estaba allí sentado sobre un tronco de un árbol talado
como esperando que alguien le dijera o preguntara algo.
Después de todo, él se había callado de muy joven
y se había muerto frió y redondo como un cometa fugaz.
Me acerqué le pregunté:
Rimbaud
Tú
que marchaste
detrás de un tanque de combate
mientras llovía, y se hundían tus rodillas hasta el fango;
mientras tu cara de joven poeta
era azotada por una bufanda helada de viento y ceniza.
Niño todavía
reías de los conejos asustados
que saltaban dentro de los bosques
hasta que caían las bombas...
Los muchachos
de no importa que uniforme; gris o azul
morían
mirando conejos destrozados
bajo un sol sangriento...
Tú,
Que viajaste hacia Bélgica y viste
El cuerpo del muchacho soldado
muerto en esa guerra, a la orilla de la carretera...
Dime Rimbaud…poeta muerto en la hermandad de la tormenta.
Señor de las semillas del viento
cosechador del fuego sacro.
¿En esa guerra lejana murieron tus sueños?
¿Perdiste el amor por la poesía y encontraste el camino de la locura?
Volteó a mirarme
–en sus ojos de estrellas heridas, gravitaba una danza pesada
y su boca era una piedra dura, con la que se lapidan a los cantores inoportunos–.
Sacó un viejo revolver con el que me apuntó.
Sentí que era el final.
Sin embargo le seguía preguntando en voz alta:
¿Será en esta guerra cercana
donde mueran nuestros sueños?
¿Podremos aspirar a ese surco
sembrado de semillas y estrellas
donde florezca la rosa planetaria?
Dime tú
marinero del barco ebrio -a-la- deriva...
Si dejamos que la nave naufrague
si dejamos
que la carta de marear sobre el cosmos
se llene de escombros radiactivos y cenizas.
¿Arribaremos a ese sueño,
que espera en la estación del tiempo?
(Esta nuestra tormenta...Esta nuestra guerra...
¿Tiempos de poesía?
¿Vano intento de la literatura?
Pero sin ella, instrumento viejo de la utopía
¿Qué nos queda? )
Rimbaud no responde.
Guarda su viejo revolver en la funda del sobaco.
Rimbaud se ríe,
carcajada etiope de cuervos negros
y se aleja cojeando, por un platanar anegado en sangre.
V
¿Pondré intentar una canción en medio de nuestro naufragio?
¿O será arrojada a la tormenta del silencio?
¿Una imagen?
¿Una voz?
La imagen que hace aguas,
la metáfora que se hunde.
Es una balsa la que ondula trémula
y danza sobre las olas.....
Marea buscando
una luz salvadora en la tormenta.
Una balsa, un brazo, un grito-meteoro
bandera empapada de huracanes.
Balsa de Medusa-Terra
sobre un mar de soles helados
bajo el cosmos de lunas blancas,
estrellas calcinadas, maderos mojados.
Balsa Terra-Medusa
qué se rompe sin sus remos primordiales
contra una tormenta de esmeraldas de hielo.
Sangre de estrellas heridas
que fluye hacia el firmamento.
No dejemos que naufrague la balsa.
Apuntalemos entre todos el mástil.
Que llegue sólida a las costas
ligera de temores y miedos.
Un hombre empapado grita
agitando un pedazo de tela blanca:
“¡Más arena de nebulosas!
¡Más soles!
¡Un faro de constelaciones!
¡Más saetas de estrellas!....
¡Que tiritan los huesos,
que arrecia la tormenta,....
Que se hiela el alma!
¿Podríamomos intentar
una canción que nos lleve de regreso?
O.G.R.
viernes, 5 de octubre de 2007
COLOMBIA ES PASION III
jueves, 27 de septiembre de 2007
A.ARTAUD.
CARTA AL SEÑOR LEGISLADOR
Carta al Señor Legislador de la Ley sobre Estupefacientes
Señor legislador de la ley 1916 aprobada por el decreto de Julio de 1917 sobre estupefacientes, eres un castrado.
Tu ley no sirve más que para fastidiar la farmacia mundial sin provecho alguno para el nivel toxicómano de la nación porque:
1º El número de los toxicómanos que se aprovisionan en las farmacias es ínfimo.
2º Los verdaderos toxicómanos no se aprovisionan en las farmacias.
3º Los toxicómanos que se aprovisionan en las farmacias son todos enfermos.
4º El número de de los toxicómanos enfermos es ínfimo en relación a los toxicómanos voluptuosos.
5º Las restricciones farmacéuticas de la droga no reprimirán jamás a los toxicómanos voluptuosos y organizados.
6º Habrá siempre traficantes.
7º Habrá siempre toxicómanos por vicio de forma, por pasión.
8º Los toxicómanos enfermos tienen sobre la sociedad un derecho imprescriptible que es el que se los deje en paz.
Es por sobre todo una cuestión de conciencia.
La ley sobre estupefacientes pone en manos del inspector-usurpador de la salud pública el derecho de disponer del dolor de los hombres; en una pretensión singular de la medicina moderna querer imponer sus reglas a la conciencia de cada uno. Todos los balidos oficiales de la ley no tienen poder de acción frente a este hecho de conciencia; a saber, que más aún que de la muerte, yo soy el dueño de mi dolor físico, o también de la vacuidad mental que pueda honestamente soportar.
Lucidez o no lucidez, hay una lucidez que ninguna enfermedad me arrebatará jamás, es aquella que me dicta el sentimiento de mi vida física. Y si yo he perdido mi lucidez la medicina no tiene otra cosa que hacer sino darme las sustancias que me permitan recobrar el uso de esta lucidez.
Señores dictadores de la escuela farmacéutica de Francia ustedes son unos pedantes roñosos: hay una cosa que debieran considerar mejor; el opio es esta imprescriptible e imperiosa sustancia que permite retornar a la vida de su alma a aquellos que han tenido la desgracia de haberla perdido.
Hay un mal contra el cual el opio es soberano y este mal se llama Angustia, en su forma mental, médica, psicológica o farmacéutica, o como Uds. quieran.
La Angustia que hace a los locos.
La Angustia que hace a los suicidas.
La Angustia que hace a los condenados.
La Angustia que la medicina no conoce.
La Angustia que vuestro doctor no entiende
La Angustia que quita la vida.
La Angustia que corta el cordón umbilical de la vida.
Por vuestra ley inicua ustedes ponen en manos de personas en las que no tengo confianza alguna, castrados en medicina, farmacéuticos de porquería, jueces fraudulentos, doctores, parteras, inspectores doctorales, el derecho a disponer de mi angustia, de una angustia que es en mí tan aguda como las agujas de todas las brújulas del infierno.
Temblores del cuerpo o del alma, no existe sismógrafo humano que permita a quien me mire, llegar a una evaluación de mi dolor más precisa, que aquella, fulminante, de mi espíritu..
Toda la azarosa ciencia de los hombres no es superior al conocimiento inmediato que puedo tener de mi ser. Soy el único juez de lo que está en mí.
Vuelvan a sus buhardillas, médicos parásitos, y tú también Legislador Moutonier, que no es por amor a los hombres que deliras; es por tradición de imbecilidad.
Tu ignorancia de aquello que es un hombre sólo es comparable a tu estupidez pretendiendo limitarlo. Deseo que tu ley recaiga sobre tu padre, sobre tu madre, sobre tu mujer y tus hijos, y toda tu posteridad. Y mientras tanto, soporto tu ley.
Antonin Artaud
martes, 18 de septiembre de 2007
DESOBEDIENCIA CIVIL
Un texto que debería ser difundido y estudiado en todas las escuelas de secundaria y en todas las universidades colombianas. Sobre todo, si se tiene en cuenta el espíritu de filisteos, lameculos, genufléxos y esclavos que abunda al interior de nuestra sociedad. EN BATRAXIA UN HOMBRE DE PENSAMIENTO LIBRE ES UN HOMBRE PELIGROSO. Un texto clásico para los hombres de pensamiento libre de cualquier nacion:
“Sírvanse enterarse de que yo, Henry Thoreau, no deseo ser considerado miembro de ninguna sociedad a la cual yo mismo no me haya unido”
Nunca me he negado a pagar el impuesto de rodamiento, porque quiero ser tan buen vecino como mal subidito
No me interesa seguirle la pista a mi dólar, si puedo, hasta que ese dólar le compre un rifle a un hombre para que le dispare a otro – el dólar es inocente – pero sí me interesa seguirle la pista a los efectos de mi sumisión.
http://thoreau.eserver.org/spanishcivil.html
DE LOS REGRESOS AL JARDIN DE LAS DELICIAS
DE LOS REGRESOS AL JARDIN DE LAS DELICIAS
Yo iba orinando
contra los tótems místicos que abundan en el cosmos.
Huyendo de un pastor de lobos
que anhelaba con frenesí
mi piel de león que ondulaba sobre la pradera de la galaxia.
Escondiéndome en el hedor de las cantinas religiosas
en donde el vino era santificado
y todos los feligreses tenían los ojos rojos de la felicidad
como tus ojos rojos de luna enferma
y tenían tu almizcle de zorra
bajo las ojeras de la media noche.
Yo venía saltando de mata en mata
detectando obstáculos como un murciélago drogado
bañándome en pozos de ácido lisérgico y arena selenita
y ayunando en las condiciones objetivas de cada día estelar...
Con mis barbas luminosas y mis virtuales libros,
con mi locura a cuestas yo
c
a
í
a.
Entonces
en el último peldaño de la escala tierra
te vislumbre, no sé si te soñé
pariendo un ovo-vimana en el desierto
sobre un ramo de girasoles ingrávidos
y te vi depositarlos en mi tumba, anterior a otras tumbas
y tus ojos de ámbar egipcio, transparente vino tinto
sobre mis ojos de cronista caldeo en retirada.
Me uní a tu sueño...
Caminábamos en caravana hacia la tierra del fértil creciente
tus cabellos claros como ríos contra la sed y la arena
mantenían a raya el desaliento
y alegraron los anocheceres de aquellas heladas lunas.
Te descubría junto a la hoguera
cuando cantabas con las otras mujeres
al ritmo de cuernos de caza y tambores de corteza
dulces melodías de esperanza.
Varias veces me cruce contigo en el camino.
Pude sentirme humano cuando tus ojos me miraron.
Tus ojos claro lapislázuli, estrella de agua fresca
y comprendí a los que cayeron primero y se mezclaron
y esa extraña palabra, ese vocablo mágico...
El amor.
una noche nuestras manos se encontraron
en un cántaro de agua
nuestras miradas contemplaron un ígneo cometa
tu palidez alba desnuda alegró mi despertar en el desierto.
Aquella marcha nunca llegaría a su destino
y tu desapareciste el día que murió Ramses II
tras las dunas de un sol
que calcinaba a su pueblo predilecto.
Entonces fui convocado por los ángeles rebeldes
que luchaban contra el demiurgo
en su propio universo ilusorio.
Regresé luego durante la primera empresa
buscando el secreto de la bomba luminosa
y escapaba de unos hombres que querían degollar a otros hombres.
Llevaba una cruz como mi padre;
no era una cruz para la muerte
era una cruz para la vida.
Anuncie buenas nuevas para la gente nueva
en las plazas de mercado
en los garitos suburbanos
en los puertos de Buenaventura
y en los negocios de especias en Maicao.
En el cerro de Montserrat y en las cuevas de Sacromonte.
Traía en las manos las iniciales de tu nombre
y una cadena de oro con las pupilas carcomidas de tu dios.
Caminaba con mis sandalias de cuero de buey
y parecía un buey de tanto arar tu espera
sobre los caminos enlodados de la tierra.
Conocí a Pedro y a José
y a una hermosa hetaira llamada Magdalena;
por aquellos días estaban de moda las catapultas
y yo
con mi rayo láser escondido bajo el sobaco.
Las cosas perdieron interés
cuando crucificaron a un profeta
que había renunciado al reino de este mundo.
Pasaron quince siglos...
y volví a encontrarte cerca de un castillo,
borracha de doce lunas
vestida de seda blanca y un lirio azul silenciando tu boca...
Poco después
nos refocilamos sobre una cama olorosa a limón y mermelada
y estallaba de la risa cuando tu te comías mis libros sagrados
y los pulverizabas para hacer pastelillos del Nilo
mientras nos dábamos a los secretos primordiales
de la física del amor.
Juramos no repetir la historia
y pasábamos las horas del crepúsculo caminando por las playas normandas
comiendo langostinos en salsa y bebiendo vinos delicados
que aderezaban los perfumes de nuestras pieles castañas.
Pero...
Las estructuras de los castillos se sacudieron,
las ventanas se cayeron de sus marcos
llego la muerte acompañada de peste
de tormenta y de diluvio.
Te perdí a ti y a dos de mis mascotas preferidas
y me obligaron regresar
hasta que bajaran las aguas de aquella furiosa marea atlántica.
Después del tiempo aquel
regrese con la misma edad 33 años,
para ser santificado por tu amor
y tu amor era un montón de piedra muerta.
Una laguna que agonizaba... Tu ciclo había terminado.
Entonces
me dedique a recordarte para el bien de mis estrellas
en el puerto bengalí de Ali Banglass
alimentandome de pescado, frutas y algas frescas que traían los pescadores chinos
jugando a las cartas con los estibadores
encantando serpientes venenosas
sacándole los ojos a los mercaderes sefarditas
acostándome con las mujeres de los fariseos
y conocí a Omar Kayam
y a su secta de fumadores de amapola.
Me hice poner un diente de oro
y arroje al mar mi arete de silicio
y ellos perdieron la pista y me olvidaron.
Veraneé en las playas de Haití
me amotiné en las plazas de Belgrado
conocí los secretos del hachís con Rimbaud en Montparnasse.
Participé en la marcha de la sal con Gandhi
y en la gran marcha con Mao.
Me convertí en un vago intemporal,
un voyeur cósmico
que observa con ironía como estos destruyen hoy murallas
las mismas que ayer construyeron fervorosos.
Me di cuenta un poco tarde
que no valía la pena llevar flores a los muertos
que danzan eternos
sobre el jardín de las delicias.
O.G.R.
del libro
“SOBRE EL JARDIN DE LAS DELICIAS Y OTROS TEXTOS TERRENALES” 1993
RIMBAUD EN ABISINIA
RIMBAUD EN ABISINIA
J'ai appelé les bourreaux pour, en périssant, mordre la crosse de leurs fusils. J'ai appelé les fléaux, pour m'étouffer avec le sable, le sang. Le malheur a été mon dieu. Je me suis allongé dans la boue. Je me suis séché à l'air du crime. Et j'ai joué de bons tours à la folie.
Yo llamé a los verdugos para morir mordiendo la culata de sus fusiles. Invoqué a las plagas, para sofocarme con sangre, con arena. El infortunio fue mi dios. Yo me he tendido cuan largo era en el barro. Me he secado en la ráfaga del crimen. Y le he jugado malas pasadas a la locura.
UNE SAISON EN ENFER
A. R.
(¡que reviente mi quilla, que por fin vaya a pique!)
LE BATEAU IVRE.
A.R.
Después de que el amor de los ángeles siameses le dejase una herida negra y supurante bajo sus alas de plata,
y que el castillo del alba
se derrumbase con el rayo de la tormenta;
que la torre de Notre Dame, cayera sobre su cabeza rompiéndole los sueños, tres costillas y un par de poemas.
Después de haber bebido
el ponzoñoso brebaje de las flores del mal
regadas en el jardín de la noche
por Monsieur Baudelaire;
Y haber asistido a la trepanación
en la cabeza de un cadáver exquisito
que embriagado de verde ajenjo
se había ahogado en las aguas del Sena...
El muchacho de Charleville
(Carne de lujuria en la comuna)
El del coeur supplicié.
El muchacho del corazón atormentado y pisoteado por la soldadesca rebelde de la Comuna de París.
Quiso ver el sol
Y las estrellas y dormir sobre las dunas del desierto.
“Yo regresaré con miembros de hierro, el rostro sombrío, la mirada furiosa, sobre mi rostro una mascara, me creerán de una raza fuerte. Tendré oro...” Después de haber arrastrado a Verlaine su poeta protector hasta las puertas del averno y que este con gesto de amante furioso le disparase hiriéndole en la mano...
Después de haber veraneado Une Saison en enfer ... Y haber visto los rituales fabriles que cubrían de hollín los rostros de los niños ingleses; de ganarse el pan de la miseria con todo tipo de oficios portuarios y de bruma;
Y haber conversado con Lucifer, el ángel caído,
sobre su rebeldía iconoclasta
coronada con la sangre de la estrella.
Después de que su formula mágica no funcionara y que el atanor alquímico solo le devolviese una arenilla negra, sin brillo. Que el esperado Rebis solo fuese una pequeña fiera, (homúnculo con cara de tigre) que comenzaba a tomar alas en el centro de su alma.
Después de haber fumado un centenar de porros de hachís y embriagarse de absenta,
hasta sentir en su hígado duendes con cuchillos apuñalándole.
Después de vomitar en las calles de París y ver la cara pálida y ulcerada de las prostitutas de la rue Campagne-Première y del hotel de Cluny.
Después de atravesar a pie los Alpes
en medio de una tormenta
para llegar a Génova,...
el señor de las semillas del viento,
el señor del barco ebrio
quiso ver el sol y quedarse ciego
como un chaman del norte de África.
Así que se fue tras el camino de los maleantes enlutados
con su carabina al hombro.
Nunca dejó de sentir cierto éxtasis por aquellos paisajes de lava rocosa y mares de sal.
Se refugió en Harar la ciudad de barro rojo y piedras blancas. La ciudad del fuego de Abisinia.
Entonces vio que todo el mundo estaba ocupado en traficar con armas,
Luego con esclavos.
¿Pensó en algún libro brillante. En alguna prosa magistral...
En la cadencia musical de algún alejandrino
o un endecasílabo,
o simplemente
en la palabra poderosa de la muerte
que flotaba como una presencia extraña
sobre un lago negro?.
A lo mejor, solo sentía el abanicar del viento sobre su torso desnudo y flotaba como un fantasma del oasis con sus pies helados sobre el agua.
“Es el silencio del desierto, lo único que llena mi soledad. La misteriosa mujer de cara pálida teje una falda negra. ¿Será mi mortaja? He intentado que aprenda un poco de francés. ¿Pero para qué?.... Para qué quiero que Asha hable esa lengua de miserables y piojosos tenderos de camisas blancas y sombreros de copa. Será mejor dejarla que teja en silencio mi mortaja, mientras afuera de las murallas de barro y piedra de la ciudad de Harar, las hienas cantan con risas de hielo luminoso, bajo una luna de metal ulcerado.”
Poco se sabe.
Solo leyendas,... muchos rumores,
Algunas cartas a su hermana Isabelle en Francia.
Andaba con sus ojos azules y claros,
y su mechones rubios y velados, mirando más allá de la gente,
de los esclavos, de los animales.
Se acostaba con mujeres que le llevaban otros mercaderes o los traficantes de marfil, los comerciantes de café, los negociantes de almizcle...
Una de ellas tenía una pústula de negro hollín detrás de la oreja; no se le notaba. Dicen que fue eso...Pero yo creo, que ya estaba envenenado desde Francia.
Se dijo: no volveré escribir...
La literatura, una noche se le presentó
como una princesa árabe de las mil y una noches....
Después amaneció ahogada, flotando con una cuchillada en el pecho, sobre un charco de lodo rojo. No hubo flores, solo espinas y cardos secos. Ofelia ultrajada por el mago rudo. El poeta del silencio.
Entonces comenzó el problema de la pierna
y los dolores; veía aparecer demonios creolés con acentos yorubas que le asaltaban en las noches.
Fue donde un brujo que le administró un poderoso narcótico, las hienas le despertaban en mitad de sus fiebres con sus cantos aterradores. Un médico del ejército egipcio, le dijo, que esa hinchazón de la rodilla derecha le estaba matando,
Por último,
regresó a Francia por el puerto de Marsella
en donde le amputaron la pierna, en el hospital “De La Inmaculada Concepción”. –Ese embriagado duende, en tu sangre prisionero, que envenenaba tu mirada, te mordía los huesos y te paralizaba las alas...
“He regresado de Charleville, pensaba curarme de la pierna pero veo que es inútil, ahora que no la tengo, es más pesada que un fardo de patatas. Estoy en el puerto de Marsella otra vez en el hospital de “La Inmaculada Concepción”, al fondo el mar azul intenso y los barcos que zarpan, que se alejan. Pensaba regresar a África…
Anoche estuvo aquí, lo se; sentí su mano fría y delicada y su beso de fosa negra.... Es el final.”
El jardinero de las flores de las flores del mal,
Que había comido las semillas del fuego,
y contagiado de poesía
el territorio de la bohemia lunfarda de Mont Parnase.
Que se enroló en la legión extranjera para desertar cuando le dijeron que tenía que matar nativos javaneses y de Sumatra.
Que traficó con almas negras y marfil
como demonio blanco,
para terminar entregando toda su fortuna, a las plañideras y a las viudas preñadas de un amigo traficante al que habían matado los temerarios Danakil (los hombres de la piel de arcilla) en los desiertos de Abisinia.
Se fue con una sola pierna
Dicen que fue un lobo negro de ojos rojos, el que le enseño su camino...
“Isabelle, querida hermana, haré las pases con dios, pero ya me siento condenado, será solo una formalidad más...”
Nadie perdonaría su exilio,
ni siquiera su gloria parisina
le había seducido para volver a escribir.
¡Que desperdicio!...... dijeron unos
¡Que insensatez!... dijeron lo demás
¡Pobre hombre!... dijeron en coro las musas de los salones capitalinos.
Y él, con su amarga mordida de cat tagle espumeando en sus mandíbulas
y su mueca rayada en fuego sobre el rostro broncíneo
junto a la hoguera con ramas secas...
Mis queridas cocottes
mis queridos poetas parnasianos y simbolistas de corbatincitos de seda roja y zapatitos de charol...
Monsieur
Artur Rimbaud esta pasando una merecidas vacaciones
A mil quinientos grados centígrados...
Haciendo sonar, no su lira,
si no aporreando un clavicordio con teclas de obsidiana....
¡Y haciendo estallar su carabina belga,
en las cálidas instalaciones del averno!.
O.G.R.
Del libro:
ÓPERA PRIMA (Altamira 2001)
LA VISION DE ANTONIN ARTAUD
LA VISION DE ANTONIN ARTAUD
(Sierra Tarahumara, México 1936)
Eran rocas
febriles y pálidas
rocas de cicatrices plúmbeas
como poemas revelados bajo una luz de fósforo mineral;
rocas que hacían de mi senda,
no lo creado por un Dios
Si no... el temor de lo no creado por los hombres,
lo no tocado por el tiempo;
huellas de pasos ya fosilizados,
animales pesados
que se habían enfrentado en estos cañones desérticos...
Animales furiosos de pieles húmedas
y estructuras poderosas.
Luego
los moradores de una raza antigua
habían tallado estrellas, petrificado soles,
triángulos rojos
con las piedras de la corona de los rebeldes calcinados.
Cuencas de meteoros ciegos.
Heridas con la espada de la estrella.
Sabía que al llegar a la aldea Tarahumara
tostado por el sol y el viento despiadado de la
sierra mexicana,
una sonrisa de temida libertad,
júbilo de bestia armónica
cantaría como una cascada fresca en mi espíritu.
Una niña de dulce mirada
recibió con ternura mi agotamiento y calmó la
ansiedad de ese largo viaje, con un cuenco de agua en donde el cielo temblaba.
Hablé con el Chaman de la comunidad;
un anciano de frente cuarteada y ojos profundos
como un lago de montaña.
Durante las tardes paseamos por los
alrededores del pueblo
conversando en un rudimentario español sobre
mi preparatoria iniciática.
Respiré el cálido y puro aire de esos días
mientras fortalecía mi cuerpo con ejercicios
solares y antiguos
como: golpear con las palmas de las manos
ciertos puntos de mi cuerpo,
durante horas enteras;
o permanecer
con los brazos en la posición de quien
desea alcanzar una estrella.
Ejercicios que exigían todas mis fuerzas
en un empeño de conocimiento misterioso.
Después me sometí
a un ayuno prolongado
y fui sintiendo una embriaguez de ave ligera,
águila sobrevolando un desierto de arcillas terracotas.
Llegado el esperado día
bebí de una fuente negra
y me embriagué en el sagrado zumo de las flores del cactus.
Me retire solitario a una cueva
donde el Chaman me ordenó esperar
la presencia de Nahuatl;
allí yo era un coyote y la luna me enamoraría
con refinadas
artes de doncella oriental.
Comía setas y bayas azules dispuestas sobre
escudillas de cerámica ritualizada;
sobre la arena del suelo
-elaborada con ramitas de pino- una geométrica figura
de dos triángulos opuestos ligados por una rama al centro
(el árbol de la vida que pasa por el centro de la realidad)
Observaba criaturas de fuego
que danzaban
sobre una hoguera donde crepitaba el oro.
El chaman me había advertido sobre los
peligros del sendero:
“Para procurar los “ayudas”, es mejor no seducir
a los elementales….
Dominarlos serenamente en su medio,
es tu objetivo.
El cactus peyote, te da sólo lo que vibra en ti y
por ti se manifiesta,
y es, ésta observación y lucha lo que te da la fuerza”.
**********
El tiempo fluía lento como un río
otras veces cual rítmico y pesado tambor
cuero de cabra al mediodía...
Entendí que esta presencia se hacia piel de tierra,
cuando en las paredes de la gruta
aparecieron símbolos rojos y negros
y las piedras comenzaron a destilar un calor de sol herido.
Y apareció como una energía que no decaía,
que lo arrollaba todo con la fuerza de un torrente
lava-hirviente.
Aleteo de pájaros excitados en la noche,
una gran víscera de Dios olvidado,
herida de guerrero no cicatrizada;
oleada de bisontes rojos sobre la pradera;
puñal de ónix en mi garganta,
vegetal multicolor y venenoso
inundándome las venas, quemándome el cerebro.
Una deidad moraba obscura en mí
con su cara de lagarto pétreo
devoraba, una a una, mis palabras.
Mezclaba su sangre de lianas secas con mi sangre de arena
Y era él, …
El demonio de la tribu.
La historia de su muerte y la sombra de su guerra,
entonces grité
y mi lamento se extendió
sobre la nocturna sierra.
O.G.R.
del poemario
"SOBRE EL JARDIN DE LAS DELICIAS Y OTROS TEXTOS TERRENALES".1993
viernes, 14 de septiembre de 2007
CHARLES BUKOWSKI
KID STARDUST EN EL MATADERO
la suerte me había vuelto a abandonar y estaba demasiado nervioso por el exceso de bebida; desquiciado, débil; demasiado deprimido para encontrar uno de mis trabajos habituales como recadero o mozo de almacén con qué tapar agujeros y reponerme un poco. así que bajé al matadero y entré en la oficina.
¿no te he visto ya?, preguntó el tipo.
no, mentí yo.
había estado allí dos o tres años antes, había pasado por todo el papeleo, revisión médica y demás, y me habían llevado escaleras abajo, cuatro plantas, y cada vez hacía más frío y los suelos estaban cubiertos de un lustre de sangre, suelos verdes, paredes verdes. me habían explicado mi trabajo, que era apretar un botón y luego por un agujero de la pared salía un ruido como un estruendo de defensas o elefantes desplomándose, y llegaba la cosa... algo muy muerto, sangriento, y el tipo me dijo, lo coges y lo echas al camión y luego aprietas el timbre y ya llega otro, y después se largó.
Cuando vi que se iba me quité la bata, el casco metálico, las botas (tres números menos que el que yo uso), subí otra vez la escalera y me largué de allí. y ahora estaba de vuelta, tronado otra vez.
Pareces un poco viejo para el trabajo.
Quiero endurecerme. Necesito trabajo duro, muy duro, mentí.
¿y puedes aguantarlo?
otra cosa no tendré, pero coraje si. fui boxeador. y bueno.
¿ah sí?
si.
vaya, se te nota en la cara. Debieron darte duro.
de lo de la cara no hagas caso. Yo tenía un juego de brazos magnífico. Todavía lo tengo.
Lo de la cara es porque tuve que hacer algunos tongos y tenía que parecer verdad.
Sigo en el boxeo.
No recuerdo tu nombre.
peleaba con otro nombre, Kid Stardust.
¿Kid Stardust? no recuerdo a ningún Kid Stardust.
Peleé en América del Sur, en África, en Europa, en las Islas, en ciudades pequeñas.
Por eso hay ese hueco en mi historial de trabajo no me gusta poner que fui boxeador porque la gente cree que hablo en broma o que miento. Lo dejo en blanco y se acabó.
Vale, vale, sube a que te hagan la revisión médica. Mañana a las nueve y media te pondremos a trabajar. ¿Dices que quieres trabajo duro?
bueno, si tenéis otra cosa
no, en este momento no. sabes, aparentas cerca de cincuenta. No sé sí darte el trabajo no nos gusta la gente que nos hace perder el tiempo.
Yo no soy gente: soy Kid Stardust.
Vale, vale, dijo riendo, ¡te pondremos a TRABAJAR!
no me gustó el tono.
Dos días después crucé la puerta y entré en el garito de madera y le enseñé a un viejo la tarjeta con mí nombre: Henry Charles Bukowski, hijo, y el viejo me mandó al muelle de descarga: tenía que ver a Thurman. Fui hasta allí. Había una fila de hombres sentados en un banco de madera y me miraron como si fuese un homosexual o una canasta de baloncesto. yo les miré con lo que supuse tranquilo desdén y mascullé con mi mejor acento golfo:
dónde está Thurman. Tengo que ver a ese tío.
Alguien señaló.
¿Thurman?
¿Sí?
trabajo para ti.
¿Sí?
sí.
me miró.
¿y las botas?
¿botas?
no tengo, dije.
sacó un par de botas de debajo del banco y me las dió. viejas, duras, tiesas. me las
puse. la historia de siempre: tres números menos. me encogían y me espachurraban los dedos.luego me dio una ensangrentada bata y un casco metálico. allí me quedé de pie mientras él encendía un cigarrillo. tiró la cerilla con un floreo tranquilo y varonil.
vamos.
eran todos negros y cuando me acerqué me miraron como si fueran musulmanes negros. yo mido casi uno ochenta, pero todos eran más altos que yo, y, si no más altos, por lo menos dos o tres veces más anchos.
¡Charley! aulló Thurman.
Charley, pensé. Charley, como yo. qué bien.
sudaba ya bajo el casco metálico.
¡¡dale TRABAJO!!
dios mío oh dios mío. ¿qué había sido de las noches plácidas y dulces? ¿por qué no le pasa esto a Walter Winchey que cree en el sistema americano? ¿no era yo uno de los estudiantes de antropología más inteligentes de mi promoción? ¿qué pasó?
Charley me llevó hasta un camión vacío de media manzana de largo que había en el muelle.
espera aquí. luego llegaron corriendo algunos de los musulmanes negros con carretillas pintadas de un blanco grumoso y sórdido, un blanco que parecía mezclado. con mierda de pollo. y cada carretilla estaba cargada con montañas de jamones que flotaban en sangre acuosa y fina. no, no flotaban en sangre, se asentaban en ella, como plomo, como balas de cañón, como muerte.
uno de los tipos saltó al camión detrás de mí y el otro empezó a tirarme los jamones y yo los cogía y se los tiraba al que estaba detrás de mí que se volvía y echaba el jamón en la caja. los jamones venían deprisa, DEPRISA, y pesaban, pesaban cada vez más. en cuanto lanzaba un jamón y me volvía, ya había otro de camino hacía mí por el aire. comprendí que querían reventarme. pronto sudaba y sudaba como si se hubiesen abierto grifos, y me dolía la espalda y me dolían las muñecas, y me dolían los brazos, me dolía todo y había agotado hasta el último gramo de energía. apenas podía ver, apenas podía obligarme a agarrar un jamón más y lanzarlo, un jamón más y lanzarlo. estaba embadurnado de sangre y seguía agarrando el suave muerto pesado FLUMP con mis manos, el jamón cedía un poco, como un culo de mujer, y estaba demasiado débil para hablar y decir eh, qué demonios pasa, amigos... los jamones seguían llegando y yo giraba, clavado, como un hombre clavado en una cruz bajo el casco metálico, y ellos seguían trayendo a toda prisa carretillas llenas de jamones jamones jamones y al fin todas se vaciaron, y yo me quedé allí tambaleante, respirando la amarillenta luz eléctrica. era de noche en el infierno. bueno, siempre me había gustado el trabajo nocturno.
¡vamos!
me llevaron a otro local. arriba en el aire en una gran compuerta elevada en la pared del extremo había media ternera, o quizá fuese una ternera entera, sí, eran terneras enteras ahora que lo pienso, las cuatro patas, y una de ellas salía del agujero sujeta en un gancho, recién asesinada, y se paró justo sobre mí, colgada allí justo sobre mi cabeza de aquel gancho.acaban de asesinarla, pensé, han asesinado a ese maldito bicho. ¿cómo pueden distinguir un hombre de una ternera? ¿cómo saben que yo no soy una ternera?
VENGA... ¡MENEALA!
¿Menéala?
eso es: ¡BAILA CON ELLA!
¿qué?
¡pero qué coño pasa! ¡GEORGE, ven aquí!
George se puso debajo de la ternera muerta. la agarró. UNO. corrió hacia adelante.
DOS. corrió hacia atrás. TRES. corrió hacia delante mucho más. la ternera quedó casi paralela al suelo. alguien apretó un botón y George quedó abrazado a ella. lista para las carnicerías del mundo. lista para las bien descansadas chismosas y chifladas amas de casa del mundo a las dos en punto de la tarde con sus batas de casa, chupando cigarrillos manchados de carmín y sintiendo casi nada.
me pusieron debajo de la ternera siguiente.
UNO.
DOS.
TRES.
la tenía. sus huesos muertos contra mis huesos vivos. su carne muerta contra mi carne viva, y el hueso y el peso me aplastaban; pensé en óperas de Wagner, pensé en cerveza fría, pensé en un lindo chochito sentado frente a mí en un sofá con las piernas alzadas y cruzadas y yo tengo una copa en la mano y hablo lenta pausadamente abriéndome paso hacia ella y hacia la mente en blanco de su cuerpo y Charley aulló ¡CUELGALA DEL CAMION! caminé hacia el camión. por la aversión a la derrota que me inculcaron de muchacho en los patios escolares de Norteamérica supe que no debía dejar que la ternera cayera al suelo, porque eso demostraría que era un cobarde, que no era un hombre y que, en consecuencia, nada merecía, sólo burlas y risas y golpes, en Norteamérica tienes que ser un ganador, no hay otra salida, y tienes que aprender a luchar porque sí y se acabó, sin preguntas, y además sí soltaba la ternera quizá tuviera que volver a recogerla. además se ensuciaría. yo no quería que se ensuciase. o más bien... ellos no querían que se ensuciase.
llegué al camión.
¡CUELGALA!
el gancho que pendía del techo estaba tan romo como un pulgar sin uña. dejabas que el trasero de la ternera se deslizase hacia atrás e ibas a por lo de arriba, empujabas la parte de arriba contra el gancho una y otra vez pero el gancho no enganchaba. ¡¡MADRE MIA!! era todo cartílago y grasa, duro, duro.
¡VAMOS! ¡VAMOS!
utilicé mi última reserva y el gancho enganchó, era una hermosa visión, un milagro. el gancho clavado, aquella ternera colgando allí sola completamente separada de mi hombro, colgando para el chismorreo bata de casa y carnicería.
¡MUEVETE!
un negro de unos ciento quince kilos, insolente, áspero, frío, criminal, entró, colgó su ternera tranquilamente y me miró de arriba abajo.
¡aquí trabajamos en cadena!
vale, campeón.
me puse delante de él. otra ternera me esperaba. cada una que agarraba estaba seguro de que sería la última que podría agarrar. pero me decía.
una más
sólo una más
luego
lo dejo.
a la
mierda.
ellos estaban esperando que me rajara. lo veía en sus ojos, en sus sonrisas cuando creían que no miraba. no quería darles el placer de la victoria. agarré otra ternera. como el campeón que hace el último esfuerzo, agarré otra ternera.
pasaron dos horas y entonces alguien gritó DESCANSO.
lo había conseguido. un descanso de diez minutos, un poco de café y ya no podrían derrotarme. fui tras ellos hada un carrito que alguien había traído. vi elevarse el vapor del café en la noche; vi los bollos y los cigarrillos y las pastas y los emparedados bajo la luz eléctrica.
¡EH, TU!
era Charley. Charley, como yo.
¿ sí, Charley?
antes de tomarte el descanso, lleva ese camión a la parada dieciocho.
era el camión que acabábamos de cargar, el de media manzana de largo. la parada dieciocho quedaba al otro extremo del patio.
conseguí abrir la puerta y subir a la cabina. tenía un asiento blando de suave piel y era tan agradable que me di cuenta de que si me descuidaba caería dormido allí mismo, yo no era un camionero. miré por abajo y vi como media docena de mandos, palancas, frenos, pedales y demás. di vuelta a la llave y conseguí encender el motor. fui probando pedales y palancas hasta que el camión empezó a rodar y entonces lo llevé hasta el fondo del patio, hasta la
parada dieciocho, pensando constantemente: cuando vuelva, ya no estará el carrito. era una tragedia para mí, una verdadera tragedia. aparqué el camión, apagué el motor y quedé allí sentado unos instantes paladeando la suave delicia del asiento de piel. luego abrí la puerta y salí. no acerté con el escalón o lo que fuese y caí al suelo con mi bata ensangrentada y mi maldito casco metálico como si me hubiesen pegado un tiro. no me hice daño, ni siquiera lo
sentí. me levanté justo a tiempo para ver cómo se alejaba el carrito y cruzaba la puerta camino de la calle.
les vi dirigirse de nuevo al muelle riendo y encendiendo cigarrillos.
me quité las botas, me quité la bata, me quité el casco metálico y fui hasta el garito del patio de entrada, tiré bata, casco y botas por encima del mostrador. El viejo me miró:
vaya, así que dejas esta BUENA colocación...
diles que me manden por correo el cheque de mis dos horas de trabajo o si no que se lo metan en el culo ¡me da igual!
salí. crucé la calle hasta un bar mejicano y bebí una cerveza. luego cogí el autobús y volví a casa. el patio escolar norteamericano me había derrotado otra vez.
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