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domingo, 17 de abril de 2022

“KLARA BARRIKADA” Y LOS SITUACIONISTAS

 

                        

“KLARA BARRIKADA”

Y

LOS SITUACIONISTAS

 

 “El espectáculo, como depredador que debe mercantilizar y hacer consumible todo lo que hay, que debe convertirlo todo en imagen, 

también pretende vampirizar la cultura, el arte. Y es en dichos frentes donde más se establece la hegemonía de la alienación y del poder,

 de la dictadura del consumo, pues no se puede ser dominante sin ser dirigente, sin tener el gobierno cultural, la dirección ideológica

(o ideológicas) de la comunidad”.  Albert Castañé



“Las artes serán transformaciones radicales de las situaciones o no serán nada”. Guy Debord

 

1

   Mi reputada carrera de poeta maldito terminó con ella. Todo comienza y termina con una mujer. En el principio estaba ella y su boca, no diré que de manzana fresca; digamos que era un  beso de vino lisérgico bajo la lluvia de un otoño crepuscular; pero expresado con palabras que están proscritas del nuevo idioma poético; suena decadente. Entonces, sencillamente digamos que era un: “beso de otoño con ligero incremento del tono cardiovascular”. Habíamos pasado por etapas buenas; el noviazgo, el enamoramiento y el erotismo. Por etapas difíciles, muy difíciles; la censura velada, la dura economía y el exilio. Pero a pesar de todo esto, éramos felices, con esa felicidad que se da entre los que aprenden a sobrevivir con poco; a tomar de la vida lo necesario; a no especular con el paraíso terrenal. Cuando estás con una mujer, piensas que debe ser así; que ella estará contigo frente al mundo; que ella estará contigo frente a todo; que ella marchará contigo codo a codo en la primera línea de combate; que ella no perderá la cabeza por un par de historias contadas por la zorra envidia, una alimaña de baja condición que merodea cerca a las esquinas dichosas de la vida.

   Mi novia y prometida Clara, era el centro de mi vida, escudo de bienaventuranza contra el infortunio y musa luminosa a la que veía como el sol de cada día. Nos bastábamos a nosotros mismos y estábamos en camino de crear obra; ella como ilustradora de libros infantiles y yo como escritor de reseñas literarias y poeta. Trabajábamos para una pequeña editorial y nuestra labor era cada vez más apreciada.

 

     Estando en nuestra fértil y productiva etapa de exilio madrileño, nos llegó una postal de la U.S.A. La esposa de un familiar lejano venía a la ciudad, ––tan solo por una par de semanas––.

   Me preparé sicológicamente para las historias contadas por la visita de turno; para la incomodidad de las delegaciones familiares que suelen llegar de vez en cuando, en época de verano; el problema de la ducha, las incomodidades del baño; las fotografías que no te dicen nada, de familiares lejanos que habitan en algún país del mundo, que se suponen que llevan tu sangre, uno de  tus apellidos y que a lo mejor también te ignoran, porque tampoco saben nada, ni quieren saber nada de tí.

   La esposa de mi  familiar, ––educadora en plan de Escuela de verano––: (las escuelas del verano se hicieron para que los académicos y académicas puedan intercambiar favores intelectuales y sexuales con otros profesores universitarios en un país extranjero). Llega. Viernes caluroso. Espera eterna en aeropuerto, almuerzo de recepción; lo mejor de tus dones culinarios ––atenciones no merecidas––; y se mete en tu casa con todos sus amaneramientos de intelectual rica; tres botellas de vino de california, y un par de camisetas de Hawai y ya está instalada en la cocina charlando todo el día con tu mujer. Esa a la que tú creías era tu mujer. Esa fiel y amantísima novia, educada, con algo de mundo y ninguna tonta de andar comiendo cuento; Pero a quien, la recién instalada en tu casa, la convierte en poco menos de dos días, en una extraña ––Comentarios feministas radicales––, chistes flojos sobre la condición de la mujer bajo el sistema patriarcal. Total, así, rápido y sin ningún ritual de promedio, a la semana ya convivía con un par de extrañas.

Sucedieron cosas raras, esas cosas que seguramente a  alguno de ustedes les habrá pasado.

   Ella, la profesora de la visita en cuestión era bajita, gordita, con un flequillo a lo Alejandra Pizarnik. Inteligente, de catadura felina, como una gatita de la rive gauche. La primera semana fue una prueba de fuego, ya conocía su poder de influencia sobre mi mujer. La conocí rápido. Le temí después. Primero, trato de seducirme, mostrándome sus senos ligeramente demacrados por tanto folle y orgía literaria; exhibiéndose en camisones transparentes que dejaban ver agazapado en medio de un par de piernas robustas, un gato oscuro y melancólico.  Ordinarios sortilegios, que no lograron apartarme de la senda del compañero fiel.

    La visitante de escuela de verano decide entonces tomar venganza, abriéndole los ojos a mi mujer. Yo estaba en el baño tomando una ducha, cerré el grifo; afiné el oído, alcancé a escuchar:

    ––Yo sé que te ha pegado; yo sé que el muy cabrón, va borracho con sus amigos y no te deja salir sola ni a la esquina––. Y claro tu novia muy condescendiente dice que . Que es casi una prisionera y que no sale sola ni al supermercado. Tú sabes que no es así, pero, cuando las mujeres dicen esto en ambiente de conspiración, te puedes dar por despachado; ya es verdad institucionalizada. Entonces entiendes que la zorra instalada en tu casa tiene un plan malévolo. Saca de farra a tu mujer y le presenta a uno de esos profesores universitarios, inteligentes, eruditos y bilingües, muy viajados y curtidos en simposios, que hablan del Quixote y García Lorca; de Walt Witman y Pío Baroja, que les gusta bailar y divertirse en los bares universitarios de la Madrid capital, en donde todas las semanas inauguran un bar para mujeres profesionales e independientes que tienen aburridos y espantosos esposos.

Me la imaginaba en mis pesadillas: ––“¿A dónde piensa llegar ese; qué se cree, ¿que no podemos divertirnos sin él?”–– le dice y arremete como una danzarina romana a la pista de baile y te dice: ––“Ven, diviértete mi amor que yo solo me quedo dos semanas”––. Y luego piensa que le salen bien las cosas, que ya lo hecho, hecho está; y que un ayuntamiento-amancebamiento dañado, es una faena bien lograda.  Entonces ya por la noche de regreso a casa, pasadas de vinos y manoseadas,  quieren que tú las recibas con una sonrisa de oreja a oreja.

   Pero tú conservas lo mínimo que se puede conservar; la dignidad. En estos casos, no saludar; seguir frente a la máquina, frente a la trinchera como lo recomendara el viejo Bukowsky; y entonces crees mantenerte en una fría zona neutral; sin embargo la zorra invasora te trata de machista  y troglodita utiliza otros  vocablos “cultos” para provocarte; pero tú no, tú solamente estas allí, sabes que algún día estará todo en silencio, que ya no escucharás la risa de ellas, que a lo mejor solo estará una ventana en el invierno ladrando como un maldito perro amarillo bajo el miedo...Sabes que en estos momentos tienes que esperar el fuego con la boca sellada y el estómago apretado. Las escuchas roncar; las escucha tirarse ventosidades; ir a la cocina por agua en horas de la madrugada, beber sedientas, limpiarse en el bidé, abluciones secretas con ruidos de  extraños fluidos y entonces entiendes eso; de la caricatura del amor, de la condición real del amor; animales del exilio que saben aguantar la traición y el suplicio. Y de alguna forma sabes que te lo mereces.

 

   Así que salí de farra un par de veces y luego me encontré con algunos amigos, gente que funcionaba en la periferia; escritores, pintores y artistas de la bohemia canalla, dentro de los cuales había uno muy afín, que era publicista; acababa de fundar su propia agencia en Barcelona. Estaba montado en una onda boyante y enérgica. Se podría decir que triunfaba.

Y me dijo:

   ––Mira yo estoy en las mismas, ahora me acabo de divorciar y tengo un piso para mí solo; pero a veces no voy, paso mucho tiempo fuera; así que ni modo, cuando quieras toma el A.V.E. y ve por allí, así no pasaras ni hambre, ni frío, perderás esa cara de homeless y podrás seguir escribiendo hasta que decidas pasarte a mi bando y de paso me colaboras con una idea para un dentífrico.

   ––¿Para producirlo?

   ––¡No, para promoverlo, para publicitarlo, para venderlo idiota!

   ––¡Bueno yo no tengo ningún interés de vender un dentífrico, ni cartones de leche Pascual, ni condones de sabores y colores, ni nada por el estilo!

   ––Bueno mucho mejor, solo pensarás en la literatura. ¿Sabes que la poesía puede vender? Es más, diría que es la única forma de vender. ¿Has oído hablar de la retórica publicitaria?

   ––Todavía no, ni quiero escuchar hablar de esa aberración. Mi carrera literaria de poeta maldito va viento en popa, ya me odian hasta los poetas de la acción, los cronistas amarillos de países tercermundistas. Solo me falta aguantar un poco y despotricar con más brío para que sea blanco de los neo-letristas y los nuevos situacioncitas.

   ––¿Crees que… también… los situacionistas?

   ––Sí, a ellos no les gusta ninguna situación, por muy bien situada que este. Ninguna obra, ningún escritor y ningún artista; sobre todos los que han tenido uno que otro reconocimiento y no se están muriendo de hambre. Hasta han convocado a una huelga del arte...

      ––¿Y qué persiguen con ello? –– Me preguntó ya muy intrigado mi amigo el publicista.

     ––No escribir, no participar en  recitales, ni en festivales, ni en exposiciones, ni en juegos florales y....En fin…No participar de la sociedad del espectáculo. La literatura y el arte es para ellos solo una herramienta nada más.

    ––Pues están perdiendo. ¿A dónde quieren llegar con todo esto? ––. Preguntó ya un poco molesto y desconcertado mi amigo.

    ––No lo sé, pero si te interesa, consideran  a la publicidad como escoria, bazofia y mierda capitalista. Y la publicidad refinada como la que tú proyectas, puede ser considerada la gran ilusión burguesa. El sofisma por excelencia, que de una u otra forma, está contaminando y alienando las conciencias.

 

   Tome el tren AVE con los pocos recursos que me quedaban y de paso, en el bar restaurante quemé los últimos cartuchos en cocteles de wiski y Anís del Mono. Sí me dije , los vientos del Mediterráneo me harían mucho bien. Me aparecí en la ciudad condal. Mi amigo el exitoso publicista me entregó copia de las llaves de su apartamento en el barrio Gótico de mala gana. No me esperaba tan pronto. Quedó de llamarme una semana después ya que se iba para un congreso en Cannes en donde estaba participando con un comercial de comida dietética para perros, y otro de barras de cereal para canarios.

   Mi novia por esa misma época me exigió una separación formal, y yo se la concedí con mi corazón destrozado. Ella inmediatamente se vinculó a las filas más radicales de las feministas europeas. Yo, había descubierto en el ala izquierda de nuestra biblioteca, un panfleto; el célebre “SCUM” de Valeria Solanas, la escritora underground,  sáfico-feminista que había disparado contra  Andy Warhol papisa del pop art en los años 70. Hace pocos días me he enterado, leyendo la sesión cultural de Babelia, que mi novia ha publicado una novelita gráfica con un guion contundente y demoledor, en donde dejaba claro que quieren el poder femenino  sin restricciones y lo quieren ahora; que el futuro de la ginecocracia galáctica que anuncian, pasará por la emasculación tecno-industrial y la guerra bio-genética contra todos los machos del planeta.

 

2

 

   Yo no claudiqué tan fácilmente; colaboraba en muchas cosas para mi amigo el publicista, pero seguía publicando poesía. Escribía reseñas literarias para un magazín dominical del ayuntamiento de Vacaslasgordas. Además, una pequeña editorial que acababa de ser fundada, se había interesado en uno de mis libros, un proyecto sobre los poetas malditos de Suramérica; me habían dado un pequeño adelanto, (casi un auxilio), cosa única y fantástica en el mundo de la literatura para autores nóveles; así que estaba en ello.

A pesar de todo, por aquellos días, recordaba a mi ex novia. La recordaba con amargura y con tristeza.

 “En esta profesión que elegí, se tiene que sufrir, eso va incluido dentro del paquete” ––le dije a mi amigo el publicista, utilizando ya su jerga, mientras departíamos en la barra de un bar cerca de la plaza Cataluña.

   ––Deja ya de sufrir. Estamos celebrando. Tu idea del jabón para gatos, fue genial. Eso del grito del gato imitando al Marlon Brando de “La gata sobre el tejado caliente”. Pura inspiración.

   ––No era “La gata sobre el tejado de zinc caliente”. Me inspiré en “Un tranvía llamado deseo”. Un pastiche nada más. El gato llega a la casa una noche lluviosa. (Plano que los animadores tomaron de la película de Elia Kazan) mira hacia el tejado de la casa, se lleva sus patitas a la cara y grita: ¡Hey Estellaaaa… ¿Dónde guardaste mi comida?!…(la cámara virtual asciende en un til up) la gata desde el techo, acicalándose en una mini bañera le responde: Sube y te lo diré. Voz en of “Katysoap el jabón que tranquiliza a tu pequeña bestia”. (Elia Kazan estará carcomiéndose entre griegos gusanos; Tennessee Williams se estará revolcando en su tumba de asmático).

   ––De eso se trata este negocio. ¡De fagocitar todas tus malditas figuritas dramáticas y todas tus cochinas vanguardias! Mira tío…Ganaremos una pasta y ahora vienen dos amigas publicistas. Están majas y una de ellas se interesa en la literatura. Le he hablado de ti. Cosa que habrás de agradecerme algún día. Pero hay un problema…

   ––Un problema. ¿Cuál?

   ––No te lo diré; deja que se presente.

A los cinco minutos llegaron dos barcelonesas: las dos rubias, las dos despampanantes. Una de ellas le dio un beso a mi amigo en la boca, que duró, lo que dura la zambullida de un pescador de ostras. La otra, una rubia de ojos almendrados me miraba con una sonrisa de ¿y nosotros qué? Hasta que se presentó:

   ––Hola, me llamo Clara.

   ––No. no puede ser… ¿Clara?

   ––Clara sí… algún problema.

   ––Su ex-novia se llamaba Clara ––dijo mi amigo mientras soltaba una carcajada.

   ––Bueno en ese caso rectifico: Klara Isabel. Pero Klara con “K”.   

   Después de una hora me estaba emborrachando, ya lo sabía. Mi amigo había ido al baño tres veces durante mi discurso y yo, casi me sostenía sobre el pecho y los hombros de la barcelonesa que estaba tan entonada como yo, que además escribía, que era poeta y se metía con el lenguaje, así que la hice sufrir. Como los voy a hacer sufrir, a ustedes, o a vosotros, o como gustéis, hipócritas lectores.

   ––¿Vida de escritor en el exilio?…Una verdadera tristeza. Pero vale la pena si tienes eso que llaman “ambiciones literarias”.... y a veces toca aguantar de todo, les quiero comentar una anécdota ––les dije en medio de esa montaña rusa de curvas, en la barra, apurando al fondo vasos de Wisky y envueltos en nubes de cigarrillos turcos (elementos que mi amigo había utilizado para llevarme a su terreno profesional y de los que yo estaba absolutamente prendado). El otro día ––continué–– fui a leer mis textos a un sitio lleno de lo que llaman algunos, gente de letras, ¿Qué me dice? ¿Intelectuales?... No. y me dirán ustedes ¿pero si hace crítica de poesía, no es usted un intelectual y un poeta también? y yo diré que para mí, la poesía es una enfermedad en el idioma del animal social, enfrentado a su condición de paria entre la gens. Y por lo tanto es un rebelde sublime que no acepta el lenguaje pedestre de su raza; una manifestación vital más que intelectual.  Lo mío, a pesar de lo que pueda parecer, no es intelectual sino... visceral, ––Mi mano rueda como una garra pesada dentro de los senos de la poetisa barcelonesa, mi mano aprieta bajo el pezón; ahora muerdo su cuello y el lóbulo de su oreja–– y experiencia en carne propia, de lo que se crea y se destruye, de lo que se lee y se olvida... Claro que estoy en contradicción conmigo mismo. Es decir ya no creo mucho en lo que digo, en lo que veo, ni en lo que escribo;... hay mucha falsedad en lo que se elabora para ser presentado, es decir la técnica literaria es una forma refinada de la falsedad ––Mi mano toca los cálidos muslos que buscan la parda flor de Lilit; la muchacha abre la boca en donde el aliento de tabaco magnetiza y hace amarga la mineral saliva––…Pero recurro a ella, a la técnica literaria. Sin ella caería en el balbuceo o en el terrorismo poético que es la nueva tendencia de los jóvenes poetas…yo busco algo más allá, ahora quiero meterme con el alma de la gran bestia….borrar su alma teatral, su poética de merchandising, una pantalla cruzada de puntos negros parpadeantes; un zumbido agónico de luz.

(¡Bullshit!….Si solo hubiese dicho que la poesía es el beso de Satán como creo recordar escribió una vez Baudelaire o Lautréamont o Carlos Danez, el poeta venezolano; me habría ahorrado esa basura y de paso no me habría granjeado el odio de mis escasos lectores).

   Al parecer estaba bien borracho, y estaba dando sin querer, una declaración de intenciones, que dejaba al descubierto los intereses de mi reciente vinculación a la rama de la publicidad. Lo otro: el “kino”, el roce de las pieles, los juegos de manos extraviadas, hacían parte del ritual de los viernes de marcha en las ciudades ibéricas ––Había que entrar de frente al toro––. Mi amiga continuó escuchándome con su mano sobre mi corazón; ella  ya tenía los ojos entornados. No sé si por mis palabras narcóticas o por los efectos del alcohol.  Mi amigo el publicista no soportó más aquello. Desfiló rumbo a su auto y partió al  apartamento acompañado de su criatura; una bárbara, Barbarella.

   Yo me quedé con Klara. (Me gustaba su nombre). Era más lenta de maneras, más pesada, de buena estatura y se enrollaba, (maciza, espigada y rosada) con el cuento de la literatura. Fuimos a un puesto de comidas callejero. Poco a poco se recuperó, quiso que le siguiera narrando aquella anécdota. Esa en donde estaba todo el núcleo iridiscente y fragmentario de la historia. Tomábamos chocolate con churros. La noche era amarilla y azul. Klara sacó de su gabán negro dos pastas, se metió una a la boca y se la tragó; luego dejo una sobre sus labios y me la entregó con la punta de su lengua, por supuesto la tragué. ¿Que era? no lo sé. Un río de corriente fortísima llego a mi cerebro. Todo se iluminó. El cansancio por un momento parecía lejano. Yo quería pasar a otras cosas, pero ella, como gente de letras me recordó que había dejado una anécdota literaria a medio camino. Me di por vencido y  decidí contarle la historia de una vez:

    “Como te decía, fui a leer mis poemas en un prestigioso centro cultural de el Raval. Había gente joven saboteando. Un joven terrorista verbal, salió y me dedicó un poema que según él se llamaba: “Blablabla”. Seguramente porque ya estaba cansado de la literatura, o del lenguaje, o de los poetas, no lo sé; solo sé, que ese joven estaba cansado de algo y la mejor manera de expresarlo era leyendo un esperpento de media hora de duración, en donde lo único que se entendía era “Blablabla”. Durante esos instantes tuve tiempo para mirar su cara, no tendría más de veinte y a lo mejor habría tenido una buena educación libertaria. Y yo digo, si ese joven está ofuscado y se siente incomprendido ya que no sabe en qué sigla de la nueva nomenclatura sexual se encuentran sus apetencias y confundido busca en los burdeles en donde perdieron el ímpetu sus genes egoístas y además de eso, no soporta a los escritores ni a la poesía, pues la solución es otra; debería estar incendiando una academia, violando a una religiosa, a una profesora de latín;  degollando a un gendarme, o al cancerbero de uno de los miles de museos de Europa. Emasculándose en público; cosiéndose la boca con hilo de cáñamo en la plaza pública; inmolándose como bonzo tibetano sobre una pira de libros o lanzándose en parapente desde una torre gótica de la Sagrada Familia, mientras lanza panfletos impresos con:  ¡Muerte  al arte, y Poesía igual a mierda!..¿No te parece?

    Mi amiga la escritora.  Me escuchó con paciencia, su mano estaba ahora en mi mejilla. No sé por qué estaba afectada. En medio de aquella madrugada, la pesada y fragmentaria anécdota de poeta borracho, la había golpeado de alguna manera.  Me condujo con mi brazo sobre su hombro hasta su apartamento. Tuvimos una buena madrugada en donde agotamos el repertorio de nuestras aberraciones. Al otro día cuando desayunábamos me dijo que me comprendía, que creía que algo entre los dos podría germinar; pero ese es otro cuento, que de continuar por este camino, no podría tener tampoco un final feliz.

Prendimos canutos; preparó el té y aromatizó la buhardilla con incienso. Ella, como no, estudiaba en una academia privada para graduarse de publicista.

Recuerdo algo que me preguntó mientras fumábamos un canutillo de achís:

“¿Y si como mujer, ingresara a tu corriente contestataria. Y  atentáramos contra el alma estética del capitalismo, si no pudiésemos ser aleccionadas, ni utilizadas dentro de sus rutinas publicitarias; si en nuestros subconscientes no se fijaran como nano chips inoculados las normas de conducta y estética del gran supermercado, seríamos, de alguna forma… más libres, más bellas?”

Le dije que yo no hablaba sólo de la estética y de la mujer frente a esa maquinaria, sino de toda una corriente social; pero que sí…le dije que sospechaba que las mujeres serían un poco más libres y bellas, porque que ya no estarían esclavizadas por esa poderosa y omnímoda fuente de estética. Eso les respondí. Más o menos así le respondí.

 

3

 

   La noche pasó como debía ser. Después de aquello; del furor del sexo, de la ceremonia del té y los juegos del humo sobre la piel; aquella historia siguió rondando mi cabeza como cuando una canción mala y obscena se queda jugueteando dentro de tu cerebro. Regresé a mi cuartel provisional (el apartamento de mi amigo). Él se había ido a tomar una semana de veraneo con su amiga a Sevilla. Me había dejado una nota sobre el comedor. “No sufras más… ¡Sé feliz de una puta vez!”. Sí, era un tipo querido.

    Me bañé, me recosté. Dormí un buen rato y por la tarde la anécdota volvió; la maldita continuación de aquella historia. Me sentía preocupado, no recordaba bien aquella noche con una mujer fantástica; con una hembra hermosa de piernas blancas poderosas y coño pardo  aceitado. Al contrario, para mi desgracia estaba recordando esa otra puta anécdota de dos años atrás. Como el personaje de “La Chute” de Camus; atrapado por la maldita historia de los saboteadores de escritores. Estaba pensando en dejar de escribir. También en dejar de fumar el jhacho, su bucle paranoide y obsesivo era peligroso. Tuve el destello de la idea sobre las tres de la tarde. Lo dije en voz alta: ya no vale la pena.

   Entonces me di cuenta, que ese acontecimiento de un par de años atrás, había vuelto de repente y se había instalado de una manera intensa en mi pensamiento. No sé por qué, volví a caer en ello después de mi separación; antes ni lo recordaba. No tenía  importancia y después, todo había cambiado. En mi condición de escritor, no sabía que me depararía esa obsesión.

   Recuerdo ahora vívidamente, que después de aquel malogrado recital al que tuve la mala fortuna de asistir y de leer en aquel verano barcelonés, fui invitado a otro recital del día siguiente en donde, debo admitirlo con un poco deverguenza, quería cooptar la cercanía de una musa de talento que era la que organizaba el sarao. Rememoro ahora, mientras fumo mirando por la ventana que da a la Plaza Real, que después de que yo terminara, llegó otro terrorista de la imagen y la palabra ––estaban de moda por aquel entonces––; inmediatamente fue presentado entre aplausos y gritos; salió con un par de muñequitos hechos con un par de globos de látex.  Flaco, alto, desgarbado, con una barba de varias semanas. Su rostro en acción espetaba una glosolalia brutal; por algún momento me pareció asistir a la materialización de aquel letrista que aparece en un segmento de la película de Orson Welles; poseído por algún demonio azquenazí, un protogolem romaní   (yo lo he dicho; quienes quieran acercarse a las orígenes del arte moderno, tienen que pasar por los rumanos y toda su caterva de iluminados demonios. Ellos comenzaron a demolerlo todo).  Después, el poseído, saco un par de burdos muñequitos hechos de un par de globos azules, muy alegre en su particular forma de moverse y gesticular frente a todos. Estuvo por más de media hora hablando como un simio y jugando y prestidigitando con los muñequitos de látex; bueno en realidad lo que quería era ridiculizar a todo el colectivo. No sé si lo logró, al menos le felicito por su buen humor. Se requiere ser titiritero de talento para sacar un par de carcajadas a un poeta oscuro; lo que sí está claro, fue, que se escapó con la musa iconoclasta.

 

   Pasaron dos meses desde aquella tarde en donde entré en plena crisis de vocación. Mi affaire con la publicista rubia, que me había salvado por unas semanas, terminó, con un silencio cada vez más hermético de mi parte. La acompañé a un par de recitales solo por ver como las nuevas generaciones reaccionaban ante la poesía. Ella sucumbió ante los encantos masculinos y los avioncitos de papel pautado que lanzaba en las tertulias un situacionista italiano de paso por Cataluña. Guardé silencio, no me afectó. Ya estaba preparado para ello. Debo concluir que los terroristas verbales se sirven de todo y de todas las artes, sobre todo de las artesanías; no podemos perder de vista que esos malogrados muñequitos y avioncitos pertenecen a las manualidades de la escuela. Lástima que no pronunciaran bien una palabra, que no pudiesen balbucear una buena idea, redondear un chiste; o al menos estallar de la risa como los viejos y duros situacionistas del mayo del 68; (esos si iban directo al meollo del asunto, no se andaban con margaritas).  Pienso que la nueva poesía visual, puede ser una alternativa; antes de diez años, desafortunadamente, será violada, ultrajada y luego será olvidada; pero en el fondo, una buena parte del mundo de la literatura va hacia la publicidad, la artesanía, la pirotecnia y por ultimo hacia la nada. No nos digamos mentiras. Para desgracia nuestra, la publicidad parece estar ganado la batalla y los video-clips se proyectan como el nuevo refugio de los poetas y los escritores.

 

  

4

 

   He montado mi propia agencia y proveo estrategias literarias y utopías artísticas a los jóvenes vanguardistas de la poesía; (antes eran mi bete noire, ahora se han convertido en una de mis quimeras preferidas). Ellos, solo creen en la publicidad, han vivido desde niños inmersos en sus conceptos, visten y comen de ella, maman a bocas llena de su sublime basura; conocen todas sus trampas y sus máscaras; solo atentan contra ella en las manifestaciones antiglobalización cuando son legión y furioso rebaño que ataca los McDonald´s. Pero al menos, dentro de este trajín, las cosas se están poniendo patas arriba, la tortilla se está volteando. Esa clase de subproletariado digital: tiktokers, youtubers, instagrammers, influencers y similares que sin saberlo, son los empleados y productores de contenido para sus grandes empresas; payasos digitales; saltimbanquis de las redes; opinadores y quintacolumnistas del hiperespacio, bailarines de ska; funambulistas sexuales, bellas exhibicionistas porno que con sus caritas en pose de “ahegao” con sus lenguas afuera, sus ojos en blanco y sus mejillas ruborizadas, intentan llamar la atención. Es allí, en esas vetas donde encontramos y nos acercamos a los más inteligentes, los que han sido desconectados de sus cuentas; los cancelados por las hordas de lo políticamente correcto, o los que siendo muy talentosos no superan las expectativas de esas megacorporaciones…

 

   Hemos descubierto una nueva corriente de agresivos contra-publicistas maestros del subvertising; saben que la complejidad revolucionaria del mundo estará mediada por las redes. Llegará a las pantallas de todos: analfabetos funcionales y tecnócratas ilustrados; los del avant gard y los de la retaguardia; los iluminados y los antihéroes de la liberación; los los obreros y los yuppies; los anarcos y los capitalistas. Estos, nuestros nuevos aliados, en gran parte han salido directamente de las academias y otros se han cansado de resistir como artistas del hambre dentro de la jaula temporal del free lance. Reinterpretaremos los mejores comerciales y la mejor publicidad será trastocada y saboteada. Es el mundo perfecto para los nuevos medios; el caos y las aleaciones cibernéticas producen híbridos perfectos, mutantes camaleónicos que se mimetizan dentro de los árboles de la líneas eléctricas de las grandes ciudades. Asechamos dentro de las cajas bobas, y medramos en los servidores como tarántulas dentro de la telaraña. Mil Aullidos de Allen Ginsberg en las autopistas que conducen al centro del ciberespacio.

 

Somos una cooperativa con muchos talentos; los expertos en antropología lingüística y conocedores de los dialectos javaneses y de Sumatra se encargan de la logística. Los herpetólogos conocedores de los códigos de la constrictor asiática a su vez, se encargan de mantener la marcha. Otros especulan y trapichean en el océano de galerías de arte con los NTFs  y los demás trabajan en los obscuros arsenales donde vela electrizado el pueblo de los mineros. No nos importa si corren con el ñu o con el pingüino o el cocodrilo; lo importante es que corran.

 

   Las vertiginosas semanas que han pasado desde mi iniciación, han desembocado en algunos cambios. La oficina, aunque no es espléndida, tiene vista a un pequeño parque y mi asistente una rusa de largas piernas y senos dorados se llama Klarenka (bueno, yo la he bautizado así; homenaje a mis antiguas amantes. Ya a estas alturas lo saben: soy un maniaco, compulsivo y obsesivo). Ella, mi hermosa sekretar, estudiosa de las filosofías orientales y de una eficiencia de nomenklatura (lenta pero efectiva); mantiene el ambiente perfumado de incienso tailandés, (es lo único que se permite respirar dentro de la estructura-nirvana dentro de la cual creamos).

   Lo último que diseñamos con mi amigo el ex-publicista ––ahora yo lo he traído a mis terrenos cooperativos–– y una docena de los mejores hackers del momento, es un nombre corporativo clandestino: Klara-Barrikada (homenaje póstumo a mis amores fallidos). Poeta virtual y hacker de acción, que publica en forma  casi anónima, tratados de anti-poesía, intervención urbana, y sabotaje de branding corporativo, apoyados en estudios y ensayos de comunicación. Nuestra biblioteca es de línea radical; Allí se encuentran libros clásicos de Bakunin, Malatesta y kropotkin, algunos originales comprados a los libreros de Ginebra; y claro está,  un poco de Aldous Huxley, George Orwell, Guy Debord, Hakim Bey, Tony Negri, Philip K. Dick, William Gibson, Bruce Sterling y otros novísimos que surgen en la escena. Nos dijimos volvamos a lo fundamental; comencemos por los orígenes. El capitalismo salvaje los trajo de vuelta como un naufragio arroja sus baúles fuertes a las costas de la rebelión. Estaban hibernando ––cosa curiosa, trataron de arrojarlos al cementerio de los olvidados y han regresado como la comparsa de una película mondo-bizarra, dispuestos a acabar con todo––. Estaban enterrados en el basurero súper-estructural y se han levantado como virus y bacilos; gusanos de fuego, troyanos-guerreros, mariposas de hierro. Los  publicamos en Internet y recibimos miles de e-mails encriptados de los contra-publicistas, en donde cuentan de sus acciones osadas y beligerantes. Están buscando el asunto central de la máquina deseante, se están metiendo con el alma del sistema. Están enfrentando la ópera mayor de la sociedad del espectáculo: la publicidad.

   Les exhortamos a que sean cada vez más osados; les invitamos a que sean cada vez más imaginativos; les inspiramos y les aportamos técnicas para que sean cada vez más libres y que pasen de la artesanía lítica, de los globitos de látex y la papiroflexia, a las ligas mayores del détournement y el sabotaje; hemos convocado a una huelga de palabras,  poemas y sonidos. A que borren de la red las interfaces de los nuevos golems Post-Fordistas. Las plataformas de los nuevos reinos virtuales del control bio-político. ¡Nada de discursos, solo onomatopeyas! Queremos ver como los ejecutivos de la mega-corporación del Gran Hermano balbucean, como gesticulan, como manotean y patalean dentro del cenagoso pantano cibernético de la publicidad virtual. ¿Cómo será ese Nuevo Orden que se cree ya triunfante, sin el ruido de la publicidad y la propaganda? Esas hermanas siamesas que aletean dentro de su alma.  ¿Y si su alma no tiene su emisora de evangelio, ni su banda sonora, su vitrina cinematográfica, su góspel cibernético? ¿Qué puede pasar?

   Decimos: ellos ––los diseñadores de la nueva metrópolis virtual––ya están preparando el terreno para convertirnos a todos en criminales solo por compartir el conocimiento. Lo nuestro será un aldabonazo y un entrenamiento de resistencia para lo que viene. ¡Ah! sí, ya han salido unos cuantos publicistas del tinglado a decir que el mundo se convertirá en un lugar árido y descolorido, que la “democracia” estará en peligro. Les decimos: Salgan de sus cajas de cristal, de sus cubos blancos atrapa-minimalistas; cocainómanos y heroinómanos, adormecidos en la corriente Maya; desengánchense, desenchúfense: vayan a los parques multicolores, a las montañas agrestes, a los valles ardientes, a los volcanes en erupción, a los ríos salvajes, a las favelas y los guetos y a los cinturones de miseria donde la vida estalla y baila en un carnaval de color.

No hay vuelta atrás. Ya todos tienen sus mascaritas sonrientes de brillo banco porcelana con la cara del conspirador inglés y están sentados frente a sus computadores. La fecha está convocada.

¡Después, tendremos un día muy largo… con las pantallas rayadas de silencio!




 

 

 

 


domingo, 28 de marzo de 2010

¿HAS ESTADO FRENTE A UN ESCRITOR?






POR GUILLERMO FADANELLI

La mañana del sábado siete de enero me levanté maldiciendo al mundo. Eso es lo que hago todas las mañanas, maldecir al mundo por abrir los ojos y encontrarme de nuevo conmigo mismo. Qué bueno que no tengo un perro porque le patearía el culo todas las mañanas. Pero tengo una mujer. Así que para evitar violencias absurdas me visto en silencio, me calzo los zapatos y salgo a la calle. ¿Qué día es hoy?, me pregunto, es justo la mañana del siete de enero. Pienso en la noche anterior, en los amigos que me acompañaron en la juerga estúpida. Aún tengo cocaína en los bolsillos, un gramo que a estas horas de la mañana me parece una tonelada. ¿Por qué carajos no lo consumí todo anoche? Ahora tengo que comenzar de nuevo.

Camino por avenida Revolución buscando la única cantina que está abierta. Entro. Pido una cerveza tan fría como la vagina de un tiranosaurio, o el culo de un miserable, o los pies de todas las mujeres muertas. El mesero no me ve a los ojos, pero sabe que estoy tratando de recuperar el juicio. Intento recordar lo que sucedió anoche, reunir los pedazos, ver entre la niebla química los rostros que me acompañaron, pero me es imposible reconocerlos; varias noches se despeñan dentro de mi cabeza confundiéndose entre sí, haciéndome sentir un minusválido. Después de todo no es tan malo, ¿para qué quiero recuperar una mente que siempre ha estado a la deriva? Formo una línea sobre la mesa, nadie me ve, el cantinero me da la espalda, el mesero armado de una escoba desvencijada empuja una mancha de agua hacia la calle. Un línea para que la memoria transforme su cuerpo de elefante en la silueta de una bailarina. Nada. La cabeza es una mina que estallará sin que nadie la detone. Mi nariz sangra en sentido contrario porque percibo un líquido tibio recorriendo mi garganta, escapando hacia el estómago: ¡Tengo un estómago! Ahora lo recuerdo: estuve en una recámara con varias personas, mujeres casi todas. También había un perro blanco que nos miraba con una extraña simpatía. Llamamos a un díler que tocó a la puerta justo a las dos de la mañana. Compramos dos gramos. El díler se fue a un rincón donde se acomodó a sus anchas. En seguida sus ronquidos colmaron la recámara. Alguien le puso encima una cobija. Lo despertamos para que volviera a pertrecharnos. Lo hizo y de inmediato volvió a sumirse en sus sueños indeseables. Comenzaba a amanecer, pero las cortinas estaban de nuestra parte. Hurgamos en nuestros bolsillos. Reunimos ochenta pesos con cincuenta centavos. Cuando nuestro huésped se dio cuenta de que no teníamos más dinero se levantó, nos tendió la mano, miró las paredes tratando de valuar los cuadros y se marchó. No encontró una sola pintura que valiera lo que un gramo. ¿Entonces qué hago ahora yo con un papel en la bolsa? Los recuerdos han vuelto a cambiar los platos de la mesa. Busco un celular, lo he perdido, como siempre en las madrugadas cuando uno quiere tirar todo a la basura, aligerarse, correr detrás de todas las mujeres que, como si nada, esbozan sus sonrisas insensatas. Abandono mi mesa para ir en busca de un teléfono. Llamo a Amanda.

¿Qué sucedió anoche?

-Te largaste sin avisar, como siempre.
-¿Dónde estuvimos?
-En mi casa.
-No recuerdo demasiado. Dime si me comporté como una persona decente.
-Por favor, Guillermo, ve a contarle tus penas a un sacerdote.
-¿Qué haces?
-Nada, seguimos en la fiesta. Te esperamos.
-¿Siguen allí?
-No importa que la gente sea viciosa, mientras sea inteligente.
-No te justifiques conmigo, no soy sacerdote y tu padre está muerto.

Vuelvo a mi mesa, la cerveza no está, el mesero me dice pensamos que te habías ido, no tenían muchas esperanzas de que les pagara, le extiendo un billete de doscientos pesos que he obtenido de un cajero automático, esto para que no piensen que soy un desgraciado, y si lo piensan que disimulen, malditos hijos de puta. Ahora tengo un dilema, quedarme toda la tarde en la cantina o compartir la cocaína con mis amigos. Continuar hasta el otro día o hacer de mis narices una mina de sal, escuchar confesiones estúpidas o quedarme solo a esperar que el tiempo decida por sí mismo. Puedo llamar a una de mis amigas. ¿Para qué? Todas las perras tienen su vida privada y yo no soy más que su cocaína. Ahora no pueden consumirme porque están chupando el pito de sus pequeños hombres. Nadie quiere consumirme a las dos de la tarde. Mi mujer está en sus clases de baile. Odia mi olor a noche pérdida, mi aspecto de borracho estúpido. Tengo que ahorrarle mi presencia, único obsequio que puedo ofrecer a las personas que quiero. El mesero balbucea una frase que no entiendo, ¿qué quiere? El vicioso quiere una línea, lo que sea mi voluntad, sólo si me sobra un poco, por supuesto, ve a buscarla al baño en un minuto, me levanto, ahora soy el mesías que la clase trabajadora esperaba, vuelvo, el mesero sonríe, ahora es mi cómplice. Mi cuerpo es un costal de piedras, la cocaína sirve para echar unas cuantas piedras fuera, pero no es suficiente, necesito contarle al mesero que soy escritor, que me publicarán pronto dos nuevas novelas, que mi revista continúa flotando sobre el pantano, que vendo mis artículos al mejor postor, que mis amigos se han ido casi todos al carajo, que me vale madres la patria, que mi mejor amigo es el que me invita la siguiente línea, pero el efecto ha pasado y prefiero mantenerme en silencio, como debe hacerlo cualquiera que respete los sábados sombríos. ¿Dónde habrá quedado la anforita de plata que me trajo Joshua de Los Ángeles? La he perdido, como todo, como los libros, el dinero, los discos, mis lentes oscuros, el auto, me deprimo, pero con una línea basta para comenzar una conversación con el mesero. Quiere otra línea, hijo de puta, pero antes me tendrás que escuchar: ¿Alguna vez has tenido frente a ti a un escritor?


LINK A UNA ENTREVISTA CON EL ESCRITOR,DIRECTOR Y EDITOR DE LA REVISTA "MOHO"
http://www.youtube.com/watch?v=KulfMf3UTvg

martes, 15 de septiembre de 2009

RECUERDOS DE VERANO ¿Dónde estás, Roxana?


RECUERDOS DE VERANO ¿Dónde estás, Roxana?


Por: Guillermo Fadanelli

¿Desde cuándo comencé a sentirme atraído por las flacas? No estoy seguro de querer saberlo. Intentar responder a una pregunta semejante sería tan poco sensato como ponerse a averiguar de dónde vienen los niños. ¿Alguien en realidad lo sabe? Un sicólogo estaría más que dispuesto a explicar los orígenes de mi debilidad a cambio de unos cuantos miles de pesos. Como no los tengo, ni creo que la inversión en el analista valga la pena, me mantendré en la ignorancia. Sé que llamar flaca a una mujer puede considerarse si no un insulto sí una ausencia de tacto. Sería menos áspero llamar delgada a una joven famélica de carnes humildes, nalgas tímidas y omoplatos salientes. Ella lo agradecerá. Y ya puestos los overoles latinistas conviene decir que como la palabra "delgada" tiene los mismos orígenes que "delicada", entonces el ser delgado es visto en nuestra época más con admiración que con lástima. En cambio, la flacura nos remite siempre a la poca comida o a la enfermedad. Es por esta razón, me imagino, que se acostumbra llamar flacas y no delgadas a las tierras poco labrantías o a las caballadas magras o a los favores que no lo son. Sea como sea no miento ni traiciono el latín si digo que a mí me desquician las flacas esmirriadas, demacradas, casi tísicas, aunque no me imagino cuáles serán las causas.

Fue en la primaria donde se me hizo evidente por primera vez esta particular debilidad. Yo pertenecía a la escolta no debido a mi postura marcial o a mi esqueleto erguido, sino gracias a mi buena estatura. Carmela era el nombre de la abanderada que además de tener un cuerpo más que saludable, ser hermosa e izar el pendón con una coquetería inaudita, llevaba puestos siempre unos calzones blanquísimos bajo su escueta falda azul marina. Yo conocía el color de sus calzones porque todas las mañanas la escolta una vez recorrido el patio cuadrangular del colegio tenía que marchar escaleras arriba en busca de un asta oxidada de escasa altura mientras los alumnos cantaban el himno nacional. Sobra decir que mi lugar en la escolta a espaldas de la bien formada Carmela era un lugar envidiado por todo el alumnado. La cosa es que apenas comenzado el sexto ciclo escolar nos hicimos novios y durante el recreo -aunque éramos todavía bastante niños- nos metíamos furtivamente al baño para manosearnos. Hoy recuerdo estos manoseos más como un asunto propedéutico que como una manía escabrosa o reprobable.

Sin embargo, mi excitante relación con la abanderada se desmoronó en cuanto se atravesó en mi camino una flaca color de leche. ¿Qué poder ejercía sobre mí ese cuerpo sin atributos como para que además de abandonar mis escarceos con Carmela, pidiera ser relevado de la escolta con el fin de que Roxana no sintiera celos de aquellos calzones blancos? Si no fuera porque me parece una salida fácil estaría tentado a interpretar mi obsesión por las flacas como una secreta seducción por la muerte.

En una de las cartas que escribió a Milena, Kafka no tuvo reparos en contarle como un empleado amigo suyo lo había comparado con un cadáver que espera la sentencia del Juicio Final: flaco como una calavera, como un espectro que a pesar de su sonrisa nos recuerda a la muerte. Tal vez me estoy poniendo pesado con hermenéuticas necrófilas que a nadie interesan. Y, sin embargo, no puedo dejar de pensar que mi amor por las mujeres cadavéricas estriba en que pueden dormir conmigo eternamente dentro de un ataúd. Cosa imposible en caso de tratarse de una gorda que, sin duda, ocuparía todo el espacio dentro del catafalco. Me muero por las flacas pálidas, esa es la verdad.

No miento si afirmo que las heroínas de las novelas que más han afectado mi sensibilidad las he imaginado flacas como una serpentina. Hice caso omiso de la descripción que de Constanza realizara D.H. Lawrence concibiéndola como una mujer robusta. Para mí la fogosa mujer era una rubia anoréxica incapaz de controlar el detonante calor de sus huesos.

Lo mismo me ha sucedido con las mujeres que habitan las novelas de las centurias pasadas. Jamás podría haber leído "Cumbres Borrascosas" sin la conciencia de que el cuerpo de Catherine era tan esbelto como la rama de un níspero. Ni tampoco me habría interesado Emma Bovary si en mi imaginación no fuera ella una casquivana menuda que vivía a expensas de un hombre mediocre.

Algunos de mis amigos más cercanos consideran mi obsesión por las flacas como una necesidad de síntesis absoluta. Según ellos deseo que las mujeres sean semejantes a las ideas que moran en un sustrato carente de realidad física. Creo que mis amigos han errado una vez más: yo no deseo que las mujeres sean sólo ideas, ni tampoco creo que las ideas sean entidades pálidas o esbeltas. Muy por el contrario: concibo las ideas como mónadas grasosas de cuerpos deformados e incluso seriamente mutiladas. Estoy seguro de que nada es más infame que el cuerpo de una idea brillante, claro, en caso de que hubiera oportunidad de comprobarlo.

Podría pensarse que un amante de la anorexia femenina vive en una época paradisiaca, ya que ésta se caracteriza porque los cuerpos delicados están de moda. No es así de ningún modo. En mi caso, experimento una soledad dolorosa cuando no puedo poner mis manos encima de los huesos de una mujer. Nada más penoso que ver cómo el objeto deseado se multiplica diabólicamente creando sólo confusión en tus sentidos. Tampoco es novedoso que se me pueda considerar un sádico que encuentra en los cuerpos endebles una mina abundante en oro. Fuera de alguna ocasional bofetada o un puntapié sin consecuencias no me excita estrujar demasiado a mi objeto de deseo: ¿no es ése el más bochornoso síntoma de debilidad? No hay nada mejor que concebir un crimen para que nos llueva la fortuna, dice un personaje de Sade.

No obstante que la salud no es buena para la filosofía, ni para el arte, ni en general para la vida, me siento tan ajeno a esos cuerpos reales capaces de proporcionarnos placer con su sufrimiento. La verdad es que no podría latiguear el cuerpo de una mujer sin sentirme un poco estúpido. Cuando niño jamás se me ocurrió golpear a Roxana sino protegerla -esto bien visto es una anhelo utópico pues las mujeres no requieren de hombres para estar protegidas. Como se verá, he caído en una serie de explicaciones sin rumbo.

¿Alguien en verdad puede explicar de manera honrosa sus propias obsesiones? Al menos no es mi caso. Sólo añadiré que mi departamento se vería desastroso si habitara allí una mujer gorda. He intentado por todos los medios conservar una decoración mínima que se vería estropeada dando abrigo a un par de tetas indiscretas (detesto las metáforas nutricionales).

Creo, a fin de cuentas, que la belleza es ausencia aunque no podría demostrarlo. ¿Se trata de un ascetismo moralista propio de quienes han creído en las palabras de Schopenhauer? Es posible, sin duda, pero no me haré ilusiones con esta explicación. Ni con ninguna otra.

TOMADO DE "PORQUERÍA"

http://fadanelli.blogspot.com/

domingo, 8 de marzo de 2009

Rodolfo Enrique Fogwill




Y NUNCA MÁS VOLVIMOS A ENCONTRARNOS


a María Eugenia C.


Después de la famosa charla telefónica. Puse famosa porque durante mucho tiempo aquella charla fue famosa para nosotros, y porque aunque ahora ya no hablamos más de ella –porque no hablamos más– ahora siguen hablando de ella sus amigas y los novios de ella y de sus amigas. Todos hablan, la nombran; todos siguen imaginando aquella charla de mil maneras, con mil distintos desenlaces y por mucho tiempo más, pienso, seguirán charlando todos y comentándose la charla.
Pero aquella charla es más famosa para mi corazón, porque desde entonces nunca más ella y yo volvimos a vernos. ¿En Buenos Aires? ¿Es posible que en Buenos Aires, dos, nunca más hayan vuelto a encontrarse? Sí: es posible. Ni nos vimos, ni yo la vi, ni creo que tampoco ella a mí me haya visto.
Pero desde hoy serán las dos famosas: la charla y ella. Voy a nombrarla, se llama Diana Rivera Posse y fue mi amante por un tiempo: tres meses. Es una mujer alta, de ojos notables y manos grandes y ahora va a ser famosa por esta historia de la charla telefónica que comienzo a contar.
Diana: fuimos amantes por un tiempo. Nada serio. Nos encontrábamos algunos viernes. Salíamos a comer. Recuerdo que comimos en el antiguo restaurante japonés, en Bistró, en el griego de Córdoba y Montevideo y en la cantina El Viejo Pop de Mar del Plata. Dormimos juntos algunos de esos viernes –nada importante– y tres noches seguidas de aquel fin de semana largo de abril que nos fuimos al mar. Por lo demás, nos vimos poco. Algunas mañanas llamaba a mi oficina: "estoy libre", decía, y yo a veces arreglaba una cita, fingía un almuerzo de negocios y corría a abrazarla en mi piecita por unas horas. Era otoño: algunos mediodías de calor salimos apurados y sin bañarnos y al caer la tarde, en la oficina, yo sentía subir del saco olor a ella, olor a mí y olor a ensayo de bailarinas y perfumes mezclados.
Algunas veces la llamé yo. Atendía el padre o la madre y nos citábamos en un café después de la comida. Esas noches nos besábamos en el auto pero no nos acostábamos: ella debía levantarse temprano para sus clases y yo andaba arrastrando mis ganas de olvidarme de todo y sentarme a escribir. Llamo a esto escribir. Y ella ahora será famosa: todos sabrán desde hoy que en la fiesta de Caride nos acostamos en uno de los dormitorios del segundo piso con Equis –esa actriz peronista– y que enseguida se agregó a nuestro grupo Marcelo Siano, que trabaja en Wrigley's y puede atestiguarlo, y que más tarde se vino con nosotros Gonzalo Roca trayendo una botella, y que más tarde los tres hombres nos sentamos a beber directamente de la botella de Chandon, mirándolas a Diana Rivera y a la estrella peronista que jugaban a morderse y hacerse marcas como gatas mientras el novio (el que había sido su novio hasta poco antes y que me dicen que ahora ha vuelto a ser su novio) bailaba en el living de la planta baja.
No sé por qué, siempre los novios verdaderos bailan cuando las mejores cosas están sucediendo en la realidad. Me lo imagino ahora al novio bailando en algún otro lugar, musical, elástico, y sabiendo que desde hoy tiene una novia famosa: Diana. Dudo que ella lo ame.
Ni a mí me amaba. Fuimos amantes, pero no nos amamos hasta la vez de aquella charla telefónica. Me había llamado ella. Era domingo; yo estaba trabajando, cansado, y necesitaba liquidar un informe para la edición de la tarde del lunes. Ella quería que le hablase. Conté qué estaba haciendo, qué había hecho la noche anterior y lo que pensaba serían mis planes para ese día y el siguiente.
Quisimos vernos. Casi acordamos una cita, pero después dije que no, que nos veríamos el martes, que fijaríamos la cita durante la mañana del martes.
Y yo hasta aquel domingo nunca la había amado, pero esa vez la amé:
–¿Y si nos vemos en Fred's el martes?– sugería ella.
–Sí –dije–. Puede ser. y si no, te llamo a la mañana...
Y así comenzó todo: ella dijo que mis palabras la tocaban.
–¿Cómo? –pregunté .
–Me tocan –dijo ella–. Siento que me tocás: Me tocan.
Quise saber, pregunté más.
–¿Dónde te tocan?
–Ahí –contestó–, me están tocando ahí...
–Tocame vos –pedí y ella dijo que era "precioso".
–No –le dije–. Eso no me toca.
–¡Sos hermoso y precioso! –repitió.
–Tampoco toca –dije.
–¡Sos asqueroso! –probó ella.
–¿Cómo asqueroso? –pregunté yo, sintiendo algo.
–¡Como un sapo asqueroso y hermoso! -contestó.
–Puta –le dije y averigué–: ¿Te toca si te digo puta?
–Sí –dijo como un suspiro–. ¡Sí! Y cuando te hablo yo... ¿Te toco?
–No, vos no. Me toco solo. Yo, me toco –anuncié–. ¿Te toca?
–¡Baboso! –ella me dijo y:
–Tortillera –le dije yo, sintiendo que respiraba fuerte, y más (pidió que le dijera más) y yo dije "baba", "rata", "gata", "tortillera" y también que la estaba tocando:
–Te toco entre las piernas con un teléfono asqueroso negro –amenacé.
–¿Sucio? ¿Enchastrado? –indicó ella.
–Sí –le juré y entonces me di cuenta que ella estaba jadeando de verdad.
No entendía por qué; quise saber:
–¿Te estás tocando, vos...?
–No; vos me tocás. ¡Cuando hablás me tocás! –susurró ella.
–¿Será porque me toco...? –Supuse y probé: –¿A ver?
–Ahora sí –decía ella–. ¡Ahora no... ! ¡Ahora... sí!
Y acertaba siempre y jadeaba. Jadeaba más cuando decía que sí, y creo recordar que también acertaba siempre: si yo tocaba, ella decía que sí y sentía. Pero ¿dónde?
–¿Dónde? –le volví a preguntar.
–Ahí, te dije, ¡ahí...!
–¿Cómo?
–Como si yo tuviera un...
–¿Y no tenés, acaso, un...?
–Sí, pero uno igual a vos. ¡Uno igual...! –exclamó y entonces jadeó más y le dije que pronto cortaríamos la comunicación y ella dijo que también cortaría al mismo tiempo, y estoy casi seguro de que también esa primera vez cortamos juntos, al mismo tiempo.
Desde entonces no volvimos a vernos; nunca la vi, y creo que ella a mí nunca me vio. El martes, cuando la llamé desde la oficina, dijo que no quería verme. "Nunca más", dijo. "Hablame". Entonces ese mediodía fui a mi piecita y desde ahí la llamé.
Y seguimos llamándonos muchas veces. Siempre juntos, al mismo tiempo, hablábamos. Adivinaba ella cada vez, decía "sí" al tocar, como suspirando y yo también sentía que sus palabras me tocaban y eso, –ahora puedo reconocerlo–, lo aprendí de ella, pero solamente me sucedió con ella.
Siempre hablábamos. Siempre llamaba ella, a veces yo. Me sucedía una cuestión de orgullo: esperar a que llamase. Siempre llamaba ella, y si yo pasaba lejos de la piecita varios días entonces calculaba que ella había estado tratando de llamarme, y la llamaba yo. "¿Llamaste?", preguntaba. "¡Sí!", decía ella, "...pero no contestabas".
¡Cuántas veces tomé el tubo del teléfono y dije: "hola" con el tono de voz que bien sabía que la tocaba y me sorprendía alguna voz distinta preguntando por mí, por "señor Fogwill", como si el que había pronunciado aquel "hola" no hubiera sido yo!
¿Cuánto duró? Tres meses, cuatro. Para entonces, nuestra charla había comenzado a volverse famosa. Las amigas... Algunas me llamaban, decían un nombre falso, y me pedían que hablase, pero no era lo mismo. Sólo con ella –vuelvo a nombrarla– sólo con Diana, las cosas solían producirse de aquel modo. Y después todo se derrumbó. Una sola vez que nos falló, dejamos de llamarnos. Cuestión de orgullo, o miedo de que ya no pudiera tocarla con mi voz. Como ella no llamaba, tampoco llamé yo. La última vez que hablamos. sintió mi voz y dijo no, que ahora tampoco, que ya no sería más posible, que nada más valía la pena, y que ya todo se había terminado.
¿Terminado?
Ahora que todos hablan, ahora que hasta han escrito una novela con nuestro tema, ahora que todos saben la historia de la famosa charla y ahora que ella también ha comenzado a ser famosa como la charla, dudo que algo haya terminado. Creo que algo comienza: pienso que escribo y que ahora todo lo escrito vuelve a tocarla a ella y entonces vuelve eso a tocarme a mí, como un reflejo, y siento que es mejor que hayamos dejado primero de vernos, y después de hablarnos, porque hay nuevas maneras de hacernos eso, contárnoslo, mostrando a todos la verdad de lo que es nuestro amor, esta nueva manera, el mejor modo de nuestro amor.
A las amigas, a los novios de ella y de las amigas, y a todos los que escuchen en cualquier parte sus famosas grabaciones de nuestras charlas, se les formó una idea equivocada de nuestro amor. Nuestro amor no eran esas voces y ruidos que escucharon grabado tantas veces. Nuestro amor fue todo lo que hicimos y que ahora circula entre nosotros, entre todos los que en un mismo instante estaremos leyendo una vez, otra vez más, (¡más! ¡más!), la historia de la famosa charla, y a un mismo tiempo, en diferentes sitios y sobre diferentes hojas de papel, una vez más, muchas veces (más, más) de esa historia famosa de amor sintamos juntos el final.