BUROCRACIAS NARANJAS Y FAVORITISMOS EN PANDEMIA
(Por: Omar García
Ramírez)
En alguna oportunidad, hace muchos
años, esperé media hora para poder entrar a las dependencias de un burócrata,
de cuyo nombre no recuerdo ni las iniciales; cuando entré a aquella oficina que
se ocupaba de labores relacionadas con la cultura; me di cuenta que aquel
espacio estaba destinado a no más de cuatro escritorios; habían 12, cada uno
ocupado por una persona que no estaba haciendo nada. Aparentaban hojear
documentos, archivar cartas o revisar correspondencia, pero algo; el ritmo
sincopado de un cuerpo colectivo ocupado en labores anodinas, delataba la
inutilidad de aquellos oficios.
Iba por un documento, ninguno de
los allí presentes, funcionarios fantasmas de la cultura, supo orientarme sobre
lo que debía hacer. Salí de allí sin poder hacer la diligencia; pero con una
certeza: La cultura en nuestros departamentos del eje cafetero, los conforman estructuras
burocráticas que drenan, mediante los salarios de funcionarios inútiles, buena
parte de los presupuestos destinados a otras labores de mayor brillo.
Como artista, sé por experiencia,
que una de las cosas más difíciles de tratar en este camino de las artes, es
con las instituciones burocráticas. Cualquier iniciativa en el campo de la
cultura que tenga una proyección social, debe entrar a mediar con estas
estructuras, en donde funcionarios, unos más mediocres que otros; unos más pagados
de sí mismo que otros, toman las decisiones finales. No es el burócrata
colombiano la expresión propuesta por Max Weber en una de sus categorías de
poder o dominación con legitimación en el orden legal; funcionarios profesionales
estructurados jerárquicamente, que establecen un puente relacional de
autoridad, mediante una comunicación clara que facilite el trámite de intereses
entre el estado y la sociedad. De ninguna manera.
Pero se deben hacer un par de
aclaraciones:
El burócrata cultural, casi
siempre un politiquero, sin conocimiento alguno de la gestión cultural; menos
de los conceptos estéticos que conforman el corpus de la filosofía del arte, o
de las prácticas artísticas; es puesto allí, por otro político de mayor peso,
como una forma de pagar los favores de campaña. Una vez instalado, funge como
pequeño déspota que tiene solo una consigna: rapiñar para sus amigos lo que
queda del presupuesto de la cultura. Que políticos armen sus estrategias para
controlar oficinas y despachos con el fin de administrar recursos para darlos a
su copartidarios, es cosa harto conocida en Colombia, en donde se hace política,
mediante todas las estratagemas legales y de la otras; solo con el objetivo de
tomar el botín burocrático y repartir los favores. Entonces, se establece una
mediación, un contrato, en donde la
relación entre el político y los presupuestos, pasa por las decisiones
erradas o acertadas que quienes en última instancia ponen las firmas en los
cheques. Como tal, se crea a través de ese funcionario interino, una aparente distancia profiláctica frente al tesoro. Y digo aparente, porque en nuestro sistema, no
se mueve un contrato más o menos importante, sin que ese político que actúa
desde la cúspide de la pirámide, lo ordene.
Esta práctica ya llevaba mucho
tiempo, siendo el estilo preponderante de quienes se ocupan de de empresas
populistas con el objetivo de ganar
elecciones o llegar al poder. Pero, al igual que muchos ciudadanos, esperábamos
que, algunas cosas hacia el futuro podrían cambiar; ciertas reformas enfocadas
hacia lo social, lo participativo y la
economía naranja de la que tanto se jactaba nuestro flamante presidente.
Ahora, nos damos cuenta que las cosas no son así. Quienes hacemos labor sin
estar en el roscograma, sabemos a qué
atenernos y no esperamos nada de tales organigramas
cleptocráticos; entendemos que allí se debe ir lo menos posible. Preferiblemente nunca. Pero, para desgracia de los jóvenes
artistas, que comienzan a despuntar en este medio difícil, sitiado por grupúsculos enganchados fieramente a la contratación oficial, es como despertar
en medio de un banquete de hienas.
Como artista desafecto del
establecimiento, deploro que en tiempos de cuarentena, a los artistas, se les
propongan unas dizque ayudas, mediante
formularios extensos de preguntas que no tienen nada que ver con la labor
artística a la que están dedicados; y luego, de estos sorteos (ya que son sorteos de afinidades partidarias), si tienen la fortuna de ganar algo se les imponga
todo tipo de obstáculos para reclamarlas. De tal manera que; los ínfimos recursos
destinados a artistas, que no pueden ser reclamados por la tramitología burocrática,
ultra ralentizada por la mordaza de la dictadura pandémica, serán puestos a buen
recaudo para su posterior despilfarro. Toda una burla para los colectivos
culturales que de buena fe tratan de aportar en medio de la crisis.
Pero volvamos al tema de las
burocracias de la cultura, que es el que me llevó a escribir estas notas.
Estructuras y organigramas, que no solo usufructúan más del 70% de los presupuestos
de la cultura mediante la empleomanía de sus adláteres; sino que, de alguna
manera, se organizan para, mediante favoritismos de todo tipo, entregar
millones cada año a unos pocos; los de su feudo, los áulicos de su partido, los
cortesanos armados con cepillos de
cerdas prestos para sacudir las solapas de los dueños de los directorios; los gestores culturales de medio pelo que
pasan más tiempo en los pasillos de las secretarías, que en sus estudios.
Aquellos que cada año se reparten el botín, y cuadran comisiones, para pintar
un platanal o un cafetal sobre un muro semiderruido. Uno más de los cientos que
ya tenemos pintados a todo lo largo y ancho de nuestra geografía, con pinturas
de mala calidad en los muros de la ciudad; paisaje cultural cafetero que ha
encontrado una veta en el muralismo de cosecha y la ornitología sobre
mampostería de cemento. Como si no fuera posible, para cualquier parroquiano de
raigambre o visitante ocasional, levantar la vista y ver, a unos pocos metros
de nuestra ciudades, paisajes vitales, agrestes, nativos, feraces de platanales
y cafetales.
Como artista independiente, doy
mayor valor artístico a un grafiti pintado en cuasi clandestinidad por un joven
de una barriada periférica, que a ciertos
murales de postal. Al menos hay arte y expresión autentica y no, la aburrida fotografía de plantilla sacada de un cromo de chocolatinas Jet.
Entonces nos damos cuenta que,
estas estructuras burocráticas, financian la morralla pictórica, el adefesio
escultural urbano; se enquistan allí, para tomar el presupuesto total. Es
decir, no solo toman el botín burocrático, posando flamantes culos del
funcionarato del rebaño, sino que con su
equipo se encargan de esquilmar lo poco que queda para los creadores de
nuestra región. Infamia por partida doble. No hablo de toda la estructura del
aparato burocrático, existen funcionarios de carrera, honestos y competentes
que hacen bien su labor, pero que al trabajar dentro de estas dinámicas, ven
comprometida su labor, y de paso sus traseros también.
Con las recientes denuncias
aparecidas en “El Quindiano”. (Fruto de los esfuerzos de un equipo investigador
que, en forma seria y contundente, ha venido mostrando los hipervínculos a
documentos concretos) Se demuestra como ciertas personas y ciertos colectivos
tienen derechos de contratación
millonarios que prevalecen sobre el resto de los de la comunidad.
Seguramente, aquellos personajes, estos colectivos de bolsa pública, no
tuvieron que cumplir tramitologías eternas, ni llenar formularios absurdos. Ellos solo tiene que pasar a cuadrar los
porcentajes: Esos “que van por oscuros
ministerios haciendo la parodia del artista” de los que hablara Fito Páez
en su canción “A un lado del camino”.
Escribía Jaime Meza, en Letras Libres revista mexicana:
“Una oficina de gobierno (de cualquier índole) es un microcosmos del
país.” Y más adelante… “Durante mucho tiempo estuve convencido de que la
simbiosis entre artista y burócrata era el gran secreto. He visto a artistas
resolver un oficio en media hora y concebir un eje rector e imagen de una
escuela de escritura en minutos. Y he visto a burócratas completar sin
problemas una planificación de presupuestos y lanzar ideas del “festival de la
tortilla literaria” como si fueran enchiladas. Ahora no
sé bien en qué momento debe introducirse lo creativo.1
Un liderazgo
con visión de región y con ánimos de aportar a la cultura en época de crisis;
es necesario. Pero brilla por su ausencia. En tiempos de control bio político,
en donde los directores y administradores de estos despachos, deberían ser más
proactivos, equitativos, trasparentes en defensa de los recursos destinados a las artes y la cultura.
Se necesitan liderazgos de funcionarios que entiendan que la cultura de turismo
y espectáculo ya no será la prioridad, ya que su preponderancia se ha
debilitado. Los tiempos están cambiando; se requiere de una cultura que de
posibilidades creativas y constructoras de tejidos sociales, a cientos de jóvenes
y niños que nacen en medio de la miseria y la falta de oportunidades. Estos liderazgos
no están presentes, estos burócratas de carrera con mística de servicio no
aparecen. Todo lo contrario. Se hace más obvio, que algunos están allí, no por
vocación de servicio a la cultura, sino por intereses espurios y claramente
antiéticos.
Santi Erazo Beloki, escritor
vasco, escribe en su blog un interesante artículo: política burocracia y gestión
cultural.
Transcribo uno de sus apartes:
“…El trabajo burocrático, no importa cuán provisorio ni nimio sea,
implica ahora la realización de otros metatrabajos: monitoreo inagotable,
múltiples informes, hojas de ruta de todo tipo, declaraciones de principios,
confección de registros, inventario de objetivos y metas, evaluaciones
permanentes, aumento de contadores, examinadores, auditores y demás, que
conllevan una constante postergación de las decisiones e incomprensibles
retrasos en la ejecución de las acciones previstas. En teoría, se supone, para
garantizarnos la calidad del servicio y ejercer mejor el control democrático,
incluso al precio de aplastar la paciencia de cualquiera, paralizar la
innovación social y política, impedir la transformación institucional y, derivando
recursos hacia esa parafernalia burocrática y retrayéndolos de otros fines
prácticos, por supuesto, elevar los costes de la administración.”2
Pero mientras en España, todo
esto que agrega peso al aparataje burocrático, logra hasta cierto punto más
claridad (no mucha, pero si marca
diferencia): aquí, ese mismo despliegue de operaciones tercerizadas, solo
agrega opacidad. No transparencia. Ya que aquí no se da una planificación
orgánica con visión de futuro; en Colombia se da una improvisación caótica con
características de arbitrariedad consensuada. Entre burócratas, políticos y
algunos artistas integrados a la estructura de favoritismos.
El sociólogo alemán Robert
Michels, quien fuera discípulo de Weber.
Estudió con profundidad las tendencias anti democráticas en el interior de las
organizaciones burocráticas, tanto en el seno de las corporaciones públicas, como privadas. Y propuso la famosa ley de hierro de Michels que podemos formularla más o menos así: en
toda organización burocrática, por muy democrática que sean sus intenciones,
sus estatutos, la sociedad que la engloba, termina emergiendo una élite que
utiliza los recursos disponibles en la organización para autoperpetuarse en el
poder. Tan convencido esta Michels de lo inevitable del surgimiento de
esta pequeña cofradía mutual, que lo
expresó en forma de ley, como si de física se tratara. En Colombia ese
funcionarado (estudiado por el teórico
alemán y enfocado sobre todo a sociedades modernas occidentales); es de hierro colado y maleable, ya que con la
precariedad y celeridad que se da en los cambios políticos y burocráticos del
trópico platanero; se amolda fácilmente, entra con serrucho afilado, cuchillo
pirata encajado entre dientes y afán, ya no de perpetuarse, sino de generar una
política de tierra quemada, tierra arrasada y lo que sabemos, pillaje a fondo.
Ante todas estas circunstancias, Una veeduría cultural y ciudadana
permanente, se impone y es necesaria. En tiempos en donde estos
funcionarios inescrupulosos, hacen lo que se les viene en gana con recursos que
son de toda la ciudadanía. Una veeduría en donde cada seis meses y mediante
derechos de petición, se pidan los informes presupuestales, los balances de
rigor que nos den claridad sobre de sus sistemas de contratación. Una veeduría
cultural, que proponga que entidades y artistas que hayan superado ciertos límites
presupuestales de contratación, queden
excluidos ipso facto de futuras
contrataciones, para permitir un juego democrático en las formulaciones de
los proyectos y que, entidades culturales que desde hace lustros vienen
esquilmando los presupuestos, queden sujetas a una normativa más severa
para impedir que se sigan dando estos desmanes. Sin estos requerimientos
urgentes, de una normatividad estricta, será imposible dar una proyección
social más amplia a las artes y la cultura en nuestro departamento. También
propongo un Foro Departamental por la Cultura, en donde todos los
actores culturales, las ONG, los colectivos de tradición y los nuevos;
presenten propuestas creativas tendientes a lograr una imbricación de la
cultura y la ciudadanía mediante proyectos de impacto social, especialmente
enfocado a la juventud y la niñez de nuestro departamento.
Para terminar:
Como artista, no puedo más que expresar
y reiterar mi asombro, frente a las recientes convocatorias por parte de la
secretaria de cultura municipal, en donde dan unas limosnas a los creadores de
nuestro departamento, y que, como dice claramente el informe de El Quindiano, no corresponde sino al 7%
del total de los presupuesto ejecutados. (Aclaro,
que no he participado de anteriores convocatorias, ni participé de las
mencionadas convocatorias para ayudas. Tampoco he sido beneficiario de
proyectos culturales municipales de ninguna índole); pero artistas amigos y
cercanos; jóvenes creadores, que pasaron proyectos y los ejecutaron en
virtualidad, todavía no han recibido esos dineros. Me pregunto: ¿deberán esperar
un año para poder recibir estas irrisorias sumas? o ¿tendrán que entrar a
negociar canonjías con la estructura corrupta y larvada, que rige las
operaciones de estas corporaciones? Definitivamente, Espero que, aires más
frescos y menos enrarecidos, puedan crear un clima de creación; sobre todo, con
respeto para los artistas del Quindío.
Entonces… o hacemos cultura en
democracia, en tiempos difíciles, donde la solidaridad, la equidad más la transparencia, priman como condiciones
para salir de la crisis. O seguimos haciéndole el juego a esta política
cultural, sin principios y a la administración sin escrúpulos de los recursos
de la cultura. Propongo una actitud crítica frente a estas prácticas que ya son
comunes y al uso desde hace decenios. Como creadores, debemos convocar a una
revisión total de esos postulados.
Existe una generación de jóvenes
artistas, por los que hablo hoy; que no tienen la experiencia en estos juegos
de bazar y vodevil, una generación, que
requiere juego limpio y reglas claras de contratación ciudadana, una generación
de jóvenes artistas quindianos que buscan espacios de expresión; por ellos y
para ellos escribo esta nota.
El acceso a los recursos de la cultura, de la
salud y de la educación constituyen un derecho inalienable de la ciudadanía. Y el arte enfocado a lo social, es algo que va más allá, de
administrar cosas para los amigos. O se es animador del espectáculo en la
esfera pública, o se entra a cuestionar la franquicia política que usufructúa
la bolsa presupuestaria de los impuestos. Hablo como artista que ha escogido un
camino de exploración del arte, como reserva de libertad e independencia; que
considera que en estos tiempos de
confinamiento social, de control bio político, el arte y la cultura nos dan un
aire de libertad interior y de fortaleza espiritual. Pero también, como ciudadano que, quiere saber
por qué, unos presupuestos que deberían estar destinados a la juventud y los
niños de nuestro departamento, se han convertido en el botín de depredadores organizados
y estructurados como sociedades anónimas, bajo la sombra de gamonales
políticos.