jueves, 4 de junio de 2009

BALADA DE ESTOCOLMO



I


Yo digo que es la carne de Dios
la que enceguece
la que al poeta negro encanta
y azota su rostro con rama de castaño viejo
sangre de su boca brota
bermeja sangre de agónico sol mediterráneo.

Es
la carne de Dios
hongo primigenio en donde afloraron
la ebúrnea siamesa
la walkiria de oro
la cerámica amerindia
la sirena dorada
la dama de la piel de cebra.
Es la carne de Dios
boca adánica, la cercana al barro
y a la estrella
anhelado vocablo de un beso milenario
hongo castaño
desde el verde florecido, perfecto y matemático
en su oval de carne nueva.

Yo digo que es la carne de Dios
la que enmudece
roba la lengua y la historia de los hombres
regresando al lodo
triturada rosa bajo un carro de combate.


II

Aquí,
esta carne rubia e hiperbórea
desde donde los ángeles cantaban el misterio
del fuego
y esta locura de hiena solitaria
que ensaña sus fauces en la sonrisa de los
rumiantes muertos,
sobre las arenas blancas del destierro.

Voy a ver los extranjeros
en oleadas invadiendo el concreto
en el segundo mes del verano
espuma de rizos, cabelleras del mar...
Ebrios vikingos caminando tambaleantes
sobre la tarde salpicada
de africanos y orientales;
las flautas andinas salmodian una melodía
fresca y alegre
sin ellos, esta piedra tendría un solo color.
En este rúnico túnel
surcado por veloces trenes,
el hormigueo metálico del hombre
en las entrañas de la tierra.


III


Yo digo que es la carne de Dios la que
obnubila
la que pronuncia el beso
y siembra flores de fuego sobre las zarzas
en la nieve roja
la que da a las manos el hierro de la muerte
la misma que redime o santifica.
Tended hacia esas manos
una red de socorro, un madero
tended hacia esos brazos inertes
de niños en la isla
una manta, un abrigo
una canción de hermanos.
Las constelaciones están ocupadas
en la simbología de la eternidad
los leones celestes cazan gemelos de ojos
negros
y los sagitarios corren tras las ninfas de los bosques cósmicos.

Envainad la espada
guardad el metal que señala ríos de sangre
es hora de preparar un gesto
pronunciar una oración
sembrar una estrella.
Es tiempo de una mirada franca
sobre esos rostros
el firmamento está ocupado en permanecer extenso como un mar
y sus criaturas crecen con las entrañas llenas
de soles.


IV


Yo digo que es la carne Dios la que danza
con máscaras talladas en madera
la que sonríe en los rostros de Benin
–bronces perfectos–
la del sentido musical
en el centro del abdomen
con su luz de tambor fosforescente.
Estrechad las manos
de los que han alegrado sabiamente la muerte
a los que cantaban sobre el surco blanco
a los que bañaban sus cuerpos en el mar
mientras las tormentas del invierno tropical
rodaban luminosas y frescas sobre sus
hombros de arena.

Yo digo que es la carne de Dios
la que prepara el arroz y cuece junto al fuego
de ojos rasgados
la que junta pececillos plateados en el río
amarillo
la transmutada en caballos pequeños y veloces
jineteados por caballeros de oro verde.

Un esbelto girasol de humana raza
desde el oriente nos aproxima a su misterio,
para que el mago
pueda juntar las cuatro cartas,
los ocho ojos
las doce manos.

V

Nacerás en este mundo
frágil, como flor de primavera.
cruzado de fronteras,
tinta sellada de los documentos,
pero tu voz es libre y tu aire es nuevo
y aún se puede salvar,
¡Que estalle tu grito verde!
que se extienda por el bosque y se alegre como
una ardilla
la de los dedos largos con yemas blancas.

Hijo mío canta...
¡que tu canto será el aliento de mi espíritu!


VI

Yo digo que es la carne de Dios
la dulce carne de doncella hermética,
aún no hollada por las manos del misterio,
la deliciosa sacerdotisa druida
de los bosques antiguos,
que con su mirada hechiza y con su silencio
encanta,
la helvética
que danza sobre los lagos verdes
sinfonía de agua
canción de amor sobre la piedra.

Es la carne de Dios
la tumefacta flor de donde brota alegre un colibrí
un insecto con alas de arco iris,
una hoja leve, un cuchillo verde,
flauta de guadua de una selva amenazada.

Esta carne de arcilla que grita y canta
que llora y ríe
desde los cuatro puntos cardinales de la tierra,
y de su boca –acantilada de mares–
ruedan lunas
con astronautas locos.



–Estocolmo (SUECIA), junio
–Ginebra (SUIZA), agosto 1993
O.G.R.
DEL LIBRO
"SOBRE EL JARDÍN DE LAS DELICIAS Y OTROS TEXTOS TERRENALES"