martes, 21 de noviembre de 2023

LEONES EN EL ARSENALE


LEONES EN EL ARSENALE

(Omar García Ramírez)

Un león de bronce-verde y oro pasea por el Arsenale. De sus ojos de vidrio, destellos de verde marino se reflejan y navegan sobre las paredes y las cosas. Su caminar y su atención se detienen frente a la figura gigantesca de un niño de látex y hule. En su mirada (la del niño de R. Muek) algo recóndito que mira hacia el fondo de la ventana espera una revelación o un castigo.

Un león de piedra marcha cerca al malecón y ve de nuevo las grandes estructuras. Las cajas traídas de ultramar. Los grandes objetos y ensamblajes que vienen para mostrarse a los viajeros. Algunas cosas le parecen nuevas, como esas naves de plástico y carbón. Otras, son para él extrañas piedras lunares que caen cerca al embarcadero.

El león bronce-verde y oro, salpicado de estiércol de gaviotas y palomas, transita entre los restos de una muestra que, como cada dos años, intenta recrear cierta categoría estética de la catástrofe. Podría ser también, el detener su mirada en una pieza de cueros antiguos que llaman desde su pasado africano; ceremonia bantú que golpea, invoca y desata los dioses tutelares; estancados allí, como prisioneros o esclavos, dispuestos a ser subastados en las grandes salas del Arsenale de Venecia.

Afuera la gente se repite en procesiones de turistas, cámaras fotográficas, periodistas. Algún viajero irónico, alcohólico y decadente. Uno de ellos, posa frente a la imponente figura del león de piedra. Este se queda quieto un momento y luego sigue sin prestar mucho cuidado al bullicio de los salones de repente asaltados por buscadores de imágenes, jeroglíficos de hierro y cristal; piezas cerámicas de nuevo reunidas y quebradas, para dejar crucigramas nimbados de aureolas frías. Contorsionistas circensis y performances híbridos de colectivos y cuerpos extendidos sobre pisos de linóleo, que retoman de nuevo las danzas de la caverna. ¿Acaso esas danzas, los ancestros del león, no las habían visto y escuchado en Altamira? Afuera, el viento de la tarde otoñal, ruge; y sus latidos, se filtran entre los maderámenes de los botes y las góndolas.

En un lugar de la sala al fondo. El fantasma de un coyote y J.Beuys, juguetean con una capa de fieltro. Y pareciera que esa imagen de otra época y otras coordenadas, recobrara a esta; y esa advertencia prefigurara estas derrotas, en los inmensos laberintos.

Las sombras de los dos leones; el león de piedra y el león de bronce, pasan despacio, frente a un reflector que dispara sus imagenes contra una pared de grandes ladrillos en donde la hiedra ha comenzado a escalar.

El león de piedra blanca amarillenta, cansado de mirar la iconografía postmoderna que como los destellos de un calidoscopio encendieran puntos rojos en su frente. Entorna sus ojos de cristal y roca, hacia el pabellón, en donde reposan los signos vitales de un mundo que afuera parece temblar. Regresa alado, cruza la plaza mimetizado contra la catedral en un fundido de mar irisado y negro.

El león de bronce, asciende levitando y mimetiza su imagen bajo la penumbra de un reloj de sombra y vuelve, a su compostura hierática y heráldica; sin dejarse perturbar por los elementos (la lluvia llega despacio y leve como una oleada de gris y arena);  reposa, con una mirada dura y felina orientada hacia la estación del tren, en la antigua ciudad de los dogos, cruzada de canales en donde el mundo ha ido a verse reflejado en la fuente de cristal de la laguna. Sobre una mesa de hielo ardiente, se revela poco a poco, una instantánea del siglo.