miércoles, 14 de diciembre de 2016

Hospital Británico. Héctor Viel Temperley










"Hospital Británico es algo que estaba en el aire. Yo no hice mas que encontrarlo. Hospital Británico me permite creer que me salí del mundo y no sé para qué.
Volaban mariposas y había unos eucaliptos muy hermosos, nada más que esto, y fui rodeado y traspasado por una sensación de amor tan intensa que me arruinó la vida en el mundo".
Héctor Viel Temperley



Gabriel Bernal Granados

Hará unos veinte años de que Eduardo Milán, en su columna “Crónica de Poesía” de la revista Vuelta, escribió por primera vez en México el nombre de Viel Temperley y el de su poema Hospital Británico. Entonces, como ahora, importaba menos lo que Milán dijera de Viel Temperley y de Hospital Británico que el solo hecho de que los mencionara y los incluyera en su columna. Héctor Viel Temperley comenzaba a existir en México y a generar una expectativa entre los lectores de poesía de esta parte del continente.
Años después, en 1997, en una serie publicada por la uam con bajo presupuesto, “El Pez en el Agua”, apareció la primera edición completa de Hospital Británico. Se trataba de casi una separata, pegada con grapas, que hacía constar, con su publicación íntegra, la verdad de una incipiente leyenda: Viel Temperley era uno de los últimos escritores sin biografía, y por tanto sin vanidad, que nos había legado un libro insignia.
Sin embargo, la edición que vino a dar relieve internacional al nombre de Viel Temperley fue la antología de poesía hispanoamericana Las ínsulas extrañas (2002), preparada por José Ángel Valente, Blanca Varela, Eduardo Milán y Andrés Sánchez Robayna para las ediciones españolas de Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores. Desde luego, la inclusión de Viel Temperley y de Hospital Británico entre las páginas 663 y 674 del volumen se debió al criterio de Milán y a la perplejidad con que ha defendido el valor y la significación de ese poema desde aquella ya lejana reseña.
En este libro aparecen el lugar y los años de nacimiento y muerte del poeta: “1933-1987, Argentina”. De poco sirven, porque ningún contexto explica la naturaleza de un poema como Hospital Británico. Ningún poema parece antecederlo o sucederlo en el tiempo: uno entra en esto que aparenta ser un buque fantasma, sumergido en las aguas profundas de un océano, y se queda ahí, largo rato, encerrado en sus paréntesis, suspendido de la calidad de sus imágenes y de la aspereza de su música. Una música llana, transida, que no rehúye de la prosa y que sin embargo no acaba de ser enteramente prosa.
Hospital Británico es una serie de fenómenos datados en un tiempo personal, simbólico y hermético, en el sentido de que es imposible penetrarlos y explicarlos en alianza con un referente preciso. Son los pasajes que podrían formar parte del diario de un loco o de un enfermo que alucina y no distingue entre la realidad y el discurso que se genera en su cabeza. Todo parece coludido en una vorágine ordenada y al mismo tiempo enferma. Todo parece, es verdad, el producto de una estancia prolongada en un nosocomio, que es un cuerpo, que es un buque, que es, a la larga y en definitiva, un poema. Todo parece compuesto para la anulación de cualquier intento de dilucidación crítica. Todo parece, en efecto, una trampa para anular los procedimientos de la razón y hacer primar los rudimentos de una mente que escucha y miente, porque el tiempo y el universo mismo parecen haber sido diseñados en ese momento y por capricho de esa mente enferma que discurre sobre las ruinas de su cuerpo.
La reciente publicación en México de la Poesía completa de Viel Temperley, un libro compuesto por los nueve libros de poemas que constituyen la obra poética de este escritor, ha servido para corroborar que nada anterior, con la sola excepción de Crawl, donde Viel Temperley ensaya algunos de los tropos, ritmos y fraseos que luego incrustaría, literalmente, en Hospital Británico, explica ni prepara la aparición de este poema, dada la originalidad de su estructura y la secuencia de sus periodos, aligerados apenas por su calibre de fragmentos o de “esquirlas”.
Sería un error, pese a todo, asumir que Hospital Británico surge de la nada. Y sería un error tomar al pie de la letra la famosa declaración de Viel Temperley, esa que atribuye la fabricación de su poema a la locuacidad de un cerebro trepanado. Habría que hacer énfasis en el organigrama religioso del poema, en su estructura en forma de postales, cuya imagen obsesiva o recurrente, al reverso, es la de un Christus Pantokrator, icono por antonomasia de la pintura bizantina; habría que tomar en cuenta su aparente falta de profundidad intelectual y la supremacía deliberada de lo irracional como fuente de todas sus metáforas; y habría que tomar en cuenta el carácter acotado, sentencioso, de las mayores de sus frases: “La muerte es el comienzo de una guerra donde jamás otro hombre podrá ver mi esqueleto.”
Acaso Hospital Británico trata de la disgregación del yo en cada una de sus partes. De la enfermedad, la devoción, la convalecencia en ciertos círculos y espacios privados y las imágenes que pueden brotar de un cerebro adulterado por la ingestión de medicamentos y toxinas extrañas a la bienaventuranza católica del cuerpo. A lo largo de una concatenación de fragmentos, seriados o marcados por el signo de una fecha, Hospital Británico aspira a la concentración de un verso sin fisuras, y a la integración de sus partes escandidas bajo el disfraz de una forma de medida absoluta: la ráfaga, la esquirla, el disparo hacia el hueco certero de la nada –esto es, el poema en el poema mismo.
Si la obra poética de Viel Temperley se compone de nueve libros, publicados entre 1956 y 1986, releyéndolos en esta compilación definitiva uno no puede sustraerse al pensamiento de que todos ellos tienen un valor anecdótico o liminar en relación con Hospital Británico. La voracidad de este poema abrasa todo lo anterior como si se tratara de la exposición de las hojas de una planta a un sol que se aproxima demasiado a la condición terrestre, sutil y sin pretensiones de los Poemas con caballos o de los “Poemas en el mar y en la ciudad”. A lo largo de todo ese ejercicio preparatorio, que abarca treinta años de escritura y existencia, aparecen sin embargo obsesiones de Viel Temperley como Dios, la Madre, el agua, la guerra, la decepción y el ejercicio del poema entendido como un nado o la técnica del crawl. Todo ello se anula o se redimensiona frente a la velocidad y el texto de Hospital Británico. Ninguno de los libros anteriores de Viel Temperley se entiende en ausencia del último de sus libros de poemas. O quizá podamos decir que todos ellos se explican en función de la calidad sintética de Hospital Británico. ~

Tomado de: LETRAS LIBRES




Hospital Británico


Mes de marzo de 1986



Pabellón Rosetto, larga esquina de verano, armadura de mariposas: Mi madre
vino al cielo a visitarme.

Tengo la cabeza vendada. Permanezco en el pecho de la Luz horas y horas.
Soy feliz. Me han sacado del mundo.

Mi madre es la risa, la libertad, el verano.

A veinte cuadras de aquí yace muriéndose.

Aquí besa mi paz, ve a su hijo cambiado, se prepara –en Tu llanto- para
comenzar todo de nuevo.



Mes de marzo de 1986

(versión con esquirlas y "Christus Pankrator")

Pabellón Rosetto, larga esquina de verano, armadura de mariposas: Mi madre
vino al cielo a visitarme.

Tengo la cabeza vendada. Permanezco en el pecho de la Luz horas y horas.
Soy feliz. Me han sacado del mundo.

Mi madre es la risa, la libertad, el verano.

A veinte cuadras de aquí yace muriéndose.

Aquí besa mi paz, ve a su hijo cambiado, se prepara –en Tu llanto- para
comenzar todo de nuevo.

HOSPITAL BRITÁNICO

La muchacha regresa con rostro de roedor, desfigurada por no querer saber
lo que es ser joven.

Llevando otro embarazo sobre las largas piernas, me pide humildemente
fechas para una lápida. (1984)

HOSPITAL BRITÁNICO

¿Quién puso en mí esa misa a la que nunca llego? ¿Quién puso en mi
camino hacia la misa a esos patos marrones —o pupitres con las alas
abiertas—que se hunden en el polvo de la tarde sobre la pérgola que
cubrían las glicinas? (1984)

HOSPITAL BRITÁNICO

Voy hacia lo que menos conocí en mi vida: voy hacia mi cuerpo . (1984)

PABELLÓN ROSETTO

Aquella blanca pared nueva, joven, que hablaba a las palmeras de una playa
-enfermeras de pechos de luz verde- en una fotografía que perdí en mi
adolescencia.

PABELLÓN ROSETTO

Soñé que nos hundíamos y que después nadábamos hacia la costa
lentamente y que de nuestras sombras de color verde claro huían los
tiburones. (1978)

PABELLÓN ROSETTO

Si me enseñaras qué es el verde claro... (1978)

PABELLÓN ROSETTO

Es difícil llegar a la capilla: se puede orar entre las cañas en el viento debajo
de la cama. (1984)

"Christus Pantokrator"

La postal tiene una leyenda: "Christus Pantokrator, siglo XIII".

A los pies de la pared desnuda, la postal es un Christus Pantokrator en la
mitad de un espigón larguísimo. (1985)

"Christus Pantokrator"

Entre mis ojos y los ojos de Christus Pantokrator nunca hay piso. Siempre
hay dos alpargatas descosidas, blancas, en un día de viento.

Con la postal en el zócalo, con Christus Pantokrator en el espigón larguísimo,
mi oscuridad no tiene hambre de gaviotas. (1985)

"Christus Pantokrator"

La postal viene de marineros, de pugilistas viejos en ese bar estrecho que
parece un submarino—de maderas y latas—hundiéndose en el sol de la
ribera.

La postal viene de un Christus Pantokrator que cuando bajo las persianas,
apago la luz y cierro los ojos, me pide que filme Su Silencio dentro de una
botella varada en un banco infinito. (1985)

"Christus Pantokrator"

Delante de la postal estoy como una pala que cava en el sol, en el Rostro y
en los ojos de Christus Pantokrator. (1985)

Sé que sólo en los ojos de Christus Pantokrator puedo cavar en la
transpiración de todos mis veranos hasta llegar desde el esternón, desde
el mediodía, a ese faro cubierto por alas de naranjos que quiero para el
niño casi mudo que llevé sobre el alma muchos meses. (Mes de Abril de
1986)

LARGA ESQUINA DE VERANO

Alguien me odió ante el sol al que mi madre me arrojó. Necesito estar a
oscuras, necesito regresar al hombre. No quiero que me toque la
muchacha, ni el rufián, ni el ojo del poder, ni la ciencia del mundo. No
quiero ser tocado por los sueños.

El enano que es mi ángel de la guarda sube bamboleándose los pocos
peldaños de madera ametrallados por los soles; y sobre el pasamano de
coronas de espinas, la piedra de su anillo es un cruzado que trepa
somnoliento una colina: burdeles vacíos y pequeños, panaderías abiertas
pero muy pequeñas, teatros pequeños pero cerrados—y más arriba ojos
de catacumbas, lejanas miradas de catacumbas tras oscuras pestañas
a flor de tierra.

Un tiburón se pudre a veinte metros. Un tiburón pequeño —una bala con
tajos, un acordeón abierto— se pudre y me acompaña. Un tiburón —un
criquet en silencio en el suelo de tierra, junto a un tambor de agua, en una
gomería a muchos metros de la ruta— se pudre a veinte metros del sol en
mi cabeza: El sol como las puertas, con dos hombres blanquísimos, de
un colegio militar en un desierto; un colegio militar que no es más que un
desierto en un lugar adentro de esta playa de la que huye el futuro. (1984)

LARGA ESQUINA DE VERANO

¿Nunca morirá la sensación de que el demonio puede servirse de los cielos,
y de las nubes y las aves, para observarme las entrañas?

Amigos muertos que caminan en las tardes grises hacia frontones de pelota
solitarios: El rufián que me mira se sonríe como si yo pudiera desearla
todavía.

Se nubla y se desnubla. Me hundo en mi carne; me hundo en la iglesia de
desagüe a cielo abierto en la que creo. Espero la resurrección espero su
estallido contra mis enemigos— en este cuerpo, en este día, en esta
playa. Nada puede impedir que en su Pierna me azoten como cota de
malla -y sin ninguna Historia ardan en mí- las cabezas de fósforos de todo
el Tiempo.

Tengo las toses de los viejos fusiles de un Tiro Federal en los ojos. Mi vida
es un desierto entre dos guerras. Necesito estar a oscuras. Necesito
dormir, pero el sol me despierta. E1 sol, a través de mis párpados, como
alas de gaviotas que echan cal sobre toda mi vida; el sol como una zona
que me había olvidado; el sol como un golpe de espuma en mis confines;
el sol como dos jóvenes vigías en una tempestad de luz que se ha
tragado al mar, a las velas y al cielo. (1984)

LARGA ESQUINA DE VERANO

La boca abierta al viento que se lleva a las moscas, el tiburón se pudre a
veinte metros. El tiburón se desvanece, flota sobre el último asiento de la
playa —del ómnibus que asciende con las ratas mareadas y con frío y
comienza a partirse por la mitad y a desprenderse del limpiaparabrisas,
que en los ojos del mar era su lluvia.

Me acostumbré a verlas llegar con las nubes para cambiar mi vida. Me
acostumbré a extrañarlas bajo el cielo: calladas, sin equipaje, con un
cepillo de dientes entre sus manos. Me acostumbré a sus vientres sin
esposo, embarazadas jóvenes que odian la arena que me cubre. (1984)

LARGA ESQUINA DE VERANO

¿Toda la arena de esta playa quiere llenar mi boca? ¿Ya todo hambre de
Rostro ensangrentado quiere comer arena y olvidarse?

Aves marinas que regresan de la velocidad de Dios en mi cabeza: No me
separo de las claras paralelas de madera que tatuaban la piel de mis
brazos junto a las axilas; no me separo de la única morada —sin paredes
ni techo— que he tenido en el ígneo brillante de extranjero del centro de
los patios vacíos del verano, y soy hambre de arenas —y hambre de
Rostro ensangrentado.

Pero como sitiado por una eternidad, ¿yo puedo hacer violencia para que
aparezca Tu Cuerpo, que es mi arrepentimiento? ¿Puedo hacer violencia
con el pugilista africano de hierro y vientre almohadillado que es mi pieza
sin luz a la una de la tarde mientras el mar -afuera- parece una armería?
Dos mil años de esperanza, de arena y de muchacha muerta, ¿pueden
hacer violencia? Con humedad de tienda que vendía cigarrillos negros,
revólveres baratos y cintas de colores para disfraces de Carnaval, ¿se
puede todavía hacer violencia?

Sin Tu Cuerpo en la tierra muere sin sangre el que no muere mártir; sin Tu
Cuerpo en la tierra soy la trastienda de un negocio donde se deshacen
cadenas, brújulas, timones —lentamente como hostias— bajo un
ventilador de techo gris sin Tu Cuerpo en la tierra no sé cómo pedir
perdón a una muchacha en la punta de guadaña con rocío del ala
izquierda del cementerio alemán (y la orilla del mar espuma y agua
helada en las mejillas —es a veces un hombre que se afeita sin ganas
día tras día).( 1985)

LARGA ESQUINA DE VERANO

¿Soy ese tripulante con corona de espinas que no ve a sus alas afuera del
buque, que no ve a Tu Rostro en el afiche pegado al casco y desgarrado
por el viento y que no sabe todavía que Tu Rostro es más que todo el mar
cuando lanza sus dados contra un negro espigón de cocinas de hierro
que espera a algunos hombres en un sol donde nieva ? ( 1985 )

Tu Rostro

Tu Rostro como sangre muy oscura en un plato de tropa, entre cocinas frías y
bajo un sol de nieve; Tu Rostro como una conversación entre colmenas
con vértigo en la llanura del verano; Tu Rostro como sombra verde y negra
con balidos muy cerca de mi aliento y mi revólver; Tu Rostro como sombra
verde y negra que desciende al galope, cada tarde, desde una pampa a
dos mil metros sobre el nivel del mar; Tu Rostro como arroyos de violetas
cayendo lentamente desde gallos de riña; Tu Rostro como arroyos de
violetas que empapan de vitrales a un hospital sobre un barranco. (1985)

Tu Cuerpo y Tu Padre

Tu Cuerpo como un barranco, y el amor de Tu Padre como duras mazorcas
de tristeza en Tus axilas casi desgarradas. (1985)

TENGO LA CABEZA VENDADA (texto profético lejano)

Mi cabeza para nacer cruza el fuego del mundo pero con una serpentina de
agua helada en la memoria. Y le pido socorro. (1978)

TENGO LA CABEZA VENDADA

Mariposa de Dios, pubis de María: Atraviesa la sangre de mi frente —hasta
besarme el Rostro en Jesucristo (1982)

TENGO LA CABEZA VENDADA (textos proféticos)

Mi cuerpo—con aves como bisturíes en la frente—entra en mi alma. (1984)

El sol, en mi cabeza, como toda la sangre de Cristo sobre una pared de
anestesia total. (1984)

Santa Reina de los misterios del rosario del hacha y de las brazadas lejos
del espigón: Ruega por mí que estoy en una zona donde nunca había
anclado con maniobras de Cristo mi cabeza. (1985)

Señor: Desde este instante mi cabeza quiere ser, por los siglos de los siglos,
la herida de Tu Mano bendiciéndome en fuego. (1984)

El sol como la blanca velocidad de Dios en mi cabeza, que la aspira y
desgarra hacia la nuca. (1984)

TENGO LA CABEZA VENDADA (texto del hombre en la playa)

El sol entra con mi alma en mi cabeza (o mi cuerpo —con la Resurrección—
entra en mi alma). (1984)

TENGO LA CABEZA VENDADA (texto del hombre en la playa)

Por culpa del viento de fuego que penetra en su herida, en este instante, Tu
Mano traza un ancla y no una cruz en mi cabeza.

Quiero beber hacia mi nuca, eternamente, los dos brazos del ancla del
temblor de Tu Carne y de la prisa de los Cielos. (1984)

TENGO LA CABEZA VENDADA (texto del hombre en la playa)

Allá atrás, en mi nuca, vi al blanquísimo desierto de esta vida de mi vida; vi
a mi eternidad, que debo atravesar desde los ojos del Señor hasta los
ojos del Señor. (1984)

ME HAN SACADO DEL MUNDO

Soy el lugar donde el Señor tiende la Luz que Él es.

ME HAN SACADO DEL MUNDO

Me cubre una armadura de mariposas y estoy en la camisa de mariposas
que es el Señor—adentro, en mí.

El Reino de los Cielos me rodea. El Reino de los Cielos es el Cuerpo de
Cristo —y cada mediodía toco a Cristo.

Cristo es Cristo madre, y en Él viene mi madre a visitarme.

ME HAN SACADO DEL MUNDO

"Mujer que embaracé", "Pabellón Rosetto", "Larga esquina de verano":

Vuelve el placer de las palabras a mi carne en las copas de unos eucaliptus
(o en los altos de "B.", desde los cuales una vez -sólo una vez- vi a una
playa del cielo recostada en la costa).

ME HAN SACADO DEL MUNDO

Manos de María, sienes de mármol de mi playa en el cielo:

La muerte es el comienzo de una guerra donde jamás otro hombre podrá ver
mi esqueleto.

LA LIBERTAD, EL VERANO (A mi madre, recordándole el fuego)

Porque parto recién cuando he sudado y abro una canilla y me acuclillo como
junto a un altar, como escondido, y el chorro cae helado en mi cabeza y
desliza su hostia hacia mis labios, envuelta en los cabellos que la siguen.
( 1976)

Vengo de comulgar y estoy en éxtasis aunque comulgué con los cosacos
sentados a una mesa bajo el cielo y los eucaliptus que con ellos se
cimbran estos días bochornosos en que camino hasta las areneras del
sur de la ciudad —el vizcaíno, santa adela, la elisa. (1982)

Por las paredes de los rascacielos el calor y el silencio suben de nave en
nave: Obsesivo verano de fotógrafo en fotógrafo, ojos del Arponero que
rayan lo que miran, Ser de avenidas verticales que jamás fue azotado.
(1978)

Después íbamos al África cada día de nuevo —antes que nada, antes de
vestirnos— mientras rugían las fieras abajo en el zoológico, subía un sol
sangriento a sus jazmines, y nosotros nos odiábamos, nos deseábamos,
gritábamos... (1978)

Instantes de anestesia, de lento alcohol de anoche todavía en la sangre de
pie de una muchacha desnuda y más dorada que la escoba: Necesito
aferrarme de nuevo a la llanura, al ave blanca del corpiño en la pileta de
lavar, detrás de la estación y entre las casuarinas. (1984)

Tengo la foto de dos novios que cayeron al mar. Están vestidos de invierno,
los invito a desnudarse. En las siestas nos sentamos junto a la bomba de
agua y nos miramos: de nuevo embolsan luz los pechos de ella; él amaba
a los caballos v una vez intentó suicidarse. (1978)

Necesito oler limón, necesito oler limón. De tanto respirar este aire azul, este
cielo encarnizadamente azul, se pueden reventar los vasos de sangre
más pequeños de mi nariz. (1969)

Y a las siestas, de pie, los guardavidas abatían la sal de sus cabezas con
una damajuana muy pesada, de agua dulce y de vidrio verde, grueso, que
entre todos cuidaban. (1982)

YACE MURIÉNDOSE

Toda la transpiración de mi cuerpo regresará a mis ojos cuando muera el
tambor en donde fui formado y hablé con Él —como un niño borracho—
entre sillas caídas, río crecido y juncos.

Todas las lágrimas de mi vida volverán a mis ojos; y por las hondas sedas
de un pecho de caballo querré internarme, huír, refugiarme en mi casa de
trozos esparcidos de ballenas: mi casa como cuerpo de varón recién
nacido en el tórrido vientre del silencio. (1985)

YACE MURIÉNDOSE

Nunca más pasaré junto al bar que daba al patio de la Capitanía. No miraré
la mesa donde fuimos felices:

El sol como ese lugar bajo las aguas de un río de tierra y de naranjas donde
antes de aprender a caminar miré a Dios como un hombre que sabe qué
es la guerra. El sol como esas aguas de tierra y de naranjas donde sin
extrañar la respiración, el aire, lo miré de este modo: "Recuerdo una
victoria lejana (tantos salvados rostros que después nadie quiere
recordarme) y estoy en paz con mi conciencia todavía". (1984)

YACE MURIÉNDOSE

La dejé sobre un lecho de vincapervincas altas, frías, violáceas.

Por su final de arroyo, la herida de mi frente llora en las flores y agradece.

YACE MURIÉNDOSE

Dentro de cuatro días llegará a Tu Océano con uno de mis soldaditos
dormido sobre sus labios. Y se dirá, sonriéndome: "Es lo poco que hace
que este hombre iba al centro del sol cada mañana con un puñado de
soldados de plomo. Es lo poco que hace que en el centro del sol, cada
mañana, su corazón era un puñado de soldados de plomo entre gallos" .

Dormido sobre sus labios

Pequeño legionario, ¡cuánto viento! Pedacito de plomo, pedacito de Sahara:
Vendrán veranos no obsesivos; pasarán los hijos de mis hijos. (1978)

Yo puedo hachar todo el día pero no puedo cavar todo el día. No puedo cavar
en ningún lado sin estar esperando que aparezca de pronto un soldado
de plomo entre mis pies desnudos. ( 1978 )

PARA COMENZAR TODO DE NUEVO

Es mi parte de tierra la que llora por los ciruelos que ha perdido.

PARA COMENZAR TODO DE NUEVO

El verano en que resucitemos tendrá un molino cerca con un chorro
blanquísimo sepultado en la vena. (1969)