domingo, 12 de abril de 2009

Plagas, monstruos y quimeras biotecnológicas:



tecnociencia de lo vivo y control biopolítico
por Pau Alsina

En el presente texto exploramos la interrelación entre el arte, sociedad y biotecnologías a través del imaginario asociado a las ciencias de lo vivo, y específicamente a través del control biopolítico generado alrededor del temor por las epidemias y las plagas sobre la población y la naturaleza, la fascinación por la creación de monstruos, o la materialización de quimeras transgénicas por parte de los humanos. La hibridación entre los aspectos biológicos, tecnológicos, políticos, sociales o económicos presentes en las biotecnologías da lugar a una emergente mercantilización de la vida y lo vivo. Una dinámica presente tanto en la digitalización de los materiales biológicos a través de la bioinformática y genómica, como en su rematerialización mediante ingeniería de tejidos u otras biotecnologías. Se trata de un control de la vida que en su devenir productivo redefine aquello que se entiende por la vida misma.


Una vez más, lo que se nos muestra en un disfraz místico de ciencia pura y conocimiento objetivo sobre la naturaleza se convierte por debajo en ideología política, social y económica Richard Lewontin

Habría que hablar de biopolítica para designar lo que hace entrar a la vida y sus mecanismos en el dominio de los cálculos explícitos y convierte al poder-saber en un agente de transformación de la vida humana; esto no significa que la vida haya sido exhaustivamente integrada a técnicas que la dominen o administren: escapa de ellas sin cesar.Michel Foucault


Suele decirse que la biología es la ciencia natural que estudia la vida, los seres vivos y todas sus manifestaciones, y que la biotecnología es la rama de la biología que estudia posibles aplicaciones prácticas de las propiedades de los seres vivos y de las nuevas tecnologías, como la ingeniería genética, en campos como la industria, la medicina, la agricultura o la ganadería.
Hoy las biotecnologías han conducido a la finalización del proyecto Genoma Humano, la implantación de terapias génicas, la clonación y manipulación de embriones, la creación de alimentos transgénicos o la implantación de xenotransplantes. Algunas de las aplicaciones de las biotecnologías más extendidas son los organismos modificados genéticamente, que dan lugar a las llamadas plantas transgénicas. En 1987 se hizo publico en la revista Nature la obtención de la primera planta transgénica, y con posterioridad en 1996 se comenzaron a aplicar industrialmente en el sector de la agricultura. Hoy en día el 4% de la tierra cultivable es tierra cultivada con semillas transgénicas, y el 13% del comercio mundial de semillas estarían producidos por ingeniería genética (1). La mayoría son cultivos transgénicos de soja, maíz, algodón y colza principalmente en países como EEUU, Argentina, Canadá, Brasil, China. Aunque donde hay más crecimiento porcentual últimamente es en los países del tercer mundo, donde actualmente ya se ubica el 34 % de producción global.

Pero aparte de las plantas transgénicas, hay otros tipos de organismos modificados genéticamente tales como los alicamentos, fusión de alimentos y medicamentos, como el arroz dorado dirigido al continente asiático para supuestamente paliar la deficiencia de vitamina A producto de profundas insuficiencias alimentarias. O las llamadas biofactorías, que son plantas modificadas genéticamente a partir de las cuales se puede llegar a extraer materia prima para uso industrial, como sería en el caso de los girasoles que producen caucho. De la misma manera encontramos microbios modificados genéticamente como, por ejemplo, bacterias que degradan vertidos de petróleo, o microbios con usos militares capaces de dañar carreteras, armas, vehículos, combustible, capas antirradar o chalecos antibalas.

A su vez, podríamos incluir todo tipo de mamíferos clonados en la investigación científica como la ya famosa oveja Dolly. O animales transgénicos como, por ejemplo, la cabra-araña -cabra transgénica que produce tela de araña-, o el oncoratón -un ratón con cáncer para experimentación oncológica. Por otro lado encontramos el ganado biotecnológico, que da lugar a pollos con más carne o salmones transgénicos que crecen mas rápido. Y, por supuesto, encontramos aplicaciones de ingeniería genética en mascotas domésticas, que dan lugar a peces con colores mas vistosos o gatos que no causan alergia. Evidentemente, todos ellos patentados y registrados a manos de compañías privadas que las explotan comercialmente.

Otros animales transgénicos han causado un gran revuelo, como Alba, el conejo fluorescente que Eduardo Kac creó cruzándolo con el gen GPF (Green Fluosforescent Protein) de las medusas. Hablamos del denominado arte transgénico, un ser vivo que nace para convivir en el seno de su familia, el hogar del creador Kac, y completar su ciclo como mascota doméstica. De esta manera, Kac convertía la ingeniería genética en algo doméstico y cotidiano, presente en nuestras vidas en forma de “mascota”. La “obra” en sí no fue la creación de Alba sino, en todo caso, el mismo hecho de visibilizar todo el proceso para atraer la atención pública respecto al debate en torno a los organismos modificados genéticamente (2).

De hecho, Alba no fue creada para la investigación en cáncer o cualquier otra investigación médica, por ello era un “sinsentido” y vista como “decadente”, “decadente” como ornamental. En el lugar de la discusión originada a raíz de este arte decadente se encuentran los argumentos de las compañías multinacionales, el laboratorio científico y el especialista. La visión habitual del especialista es que no hay temas éticos de por medio porque no está haciendo daño a nadie, los especialistas rehuyen mirar mas allá de las preocupaciones inmediatas de los laboratorios de investigación y de su financiación para la investigación. La exclusión de las audiencias populares en estas discusiones deja un vacío que es rellenado por las preocupaciones del comercio, que debe centrarse en las ganancias a corto plazo” (3).

Hoy encontramos un creciente número de artistas que toman como medio para su creación plantas, células, genes y otros materiales biológicos, u otros parten de eco-instalaciones en el entorno. Mediante la desposesión de la función pragmática de las ciencias de la vida y su recontextualización en su forma estética, caminan en las fronteras entre naturaleza y arte de la misma manera que pretenden contribuir a elaborar un discurso crítico alrededor de los desarrollos de la ciencia y la tecnología.

Mientras las industrias biotecnológicas lanzan campañas de concienciación popular y de relaciones públicas dirigidas a promocionar la idea de que el mercado libre asociado a las biotecnologías trabaja únicamente para el interés público con el objetivo de subsanar problemas de salud, de población o de medio ambiente, en el sentir popular las biotecnologías son percibidas como negativas porque, por un lado, transgreden las fronteras sagradas entre el mundo natural y el mundo artificial, entre la biología y la tecnología, entre la creación divina y el artefacto industrial. Ciertamente, los modos de proceder de la industria biotecnológica son sospechosos de generar hondas problemáticas a partir de la fórmula “encuentra un gen, haz una pastilla, y véndela” que lo rige todo. Pero el problema no es solo económico, sino también epistemológico y ontológico.

Por otro lado, una estetización supuestamente apolítica dirigida a alimentar el mercado de las novedades culturales, en donde sea posible calmar el escepticismo público desvinculándolo del debate biopolítico adscrito a estas prácticas, y mediante su espectacularización en el búnker especializado de “lo estético”, puede contribuir a educar al público pero también a ejercer indirectamente excelentes relaciones públicas que suavicen y preparen el terreno para las posteriores campañas de marketing de nuevos productos biotecnológicos que vendernos como necesarios e ineludibles (4).

A su vez, la diferenciación entre las diversas prácticas bioartísticas y biotecnológicas debe ser aquí un elemento crucial que nos permita distinguir cuándo el activismo político asociado a las biotecnologías se convierte en conservadurismo moral, involucionismo o reduccionismo de las problemáticas, asociándose a concepciones esencialistas de la vida inscrita en discursos morales implícitos, que deberían ser explicitados.

Como si se tratase de un nuevo ecosistema a producir mediante las quimeras biotecnológicas, la vida hoy deviene información genetizada, y por tanto manipulable, descomponible y transformable completamente. A partir de ahora las barreras no provendrán tanto de impedimentos científicos cuanto de la regulación jurídico-política de la experimentación con la vida. Este nuevo bestiario biotecnológico contemporáneo deshace las taxonomías clásicas de la historia natural, produciendo híbridos y combinaciones inéditas que trascienden toda clasificación tradicional, pasando de ser fantasías imposibles a tecnologías cotidianas.

De esta manera, el término biomedia hace referencia a la forma en que se hibrida la informática con los procesos y componentes biológicos. Por un lado, entendemos lo biológico como aquello que incorpora procesos biológicos que ocurren “de forma natural”. Por el otro lado, nos referimos a la forma en que podemos entender la biología como una tecnología que permite manipular lo vivo, a través de la lente de la informática, consiguiendo una combinación entre lo inmaterial y lo material (5). Pero el hecho de que la biología molecular, de la mano de las llamadas biotecnologías asociadas a la informática, reduzca la vida a información genética, obtenida a partir de la “molécula de la vida”, del ADN como actualización del Santo Grial del siglo XXI, no es una cuestión exenta de implicaciones políticas, económicas y sociales que debemos contribuir a dilucidar.

Cada contexto sociohistórico tiene su propia forma de concebir y encararse con la vida. La tecnociencia no es mero conocimiento neutro sobre la realidad, más bien es un mecanismo de producción de realidad social y natural. Las biotecnologías no son tanto la desnaturalización de la naturaleza como la producción de una naturaleza, porque “lo que vemos cuando miramos al secreto de la vida es la vida ya transformada por la propia tecnología de nuestra mirada” (6), y sobre todo porque “cada formación histórica ve y hace ver todo lo que puede en función de sus condiciones de visibilidad, al igual que dice todo lo que puede, en función de sus condiciones de enunciado” (7).

El mito fundacional de la ciencia moderna afirma la posibilidad y necesidad de conocer la realidad al margen de condicionantes sociales, políticos o económicos. De esta forma, el sujeto científico nos dice lo que es el objeto, es decir, la realidad, en virtud de su ubicación en un espacio de observación privilegiado en donde se encuentra la ciencia. Un espacio mítico de objetividad desligado del contexto en el cual se sitúa, que nos impele a creer en que cuando habla la ciencia habla una racionalidad objetiva que accede sin distorsiones a las peculiaridades intrínsecas de la realidad observada (8).

Desde hace ya unas décadas, la sociología del conocimiento científico ha ido trabajando para que esta mítica ”objetividad dejara de referirse a la falsa visión que promete trascendencia de todos los límites y responsabilidades, para dedicarse a una encarnación particular y específica” (9) que nos permita mostrar el carácter situacional, contingente y heterogéneo de toda práctica científica.

Se trataría pues de la apelación a un conocimiento situado, a la que a su vez aluden desde otra perspectiva el colectivo artístico Critical Art Ensemble, que abogan por una “discursividad amateur” en torno a los debates transgénicos en que los ciudadanos puedan participar en ciertos niveles. No puede ser que a “las personas individuales se les deje únicamente con la obligación de tener fe y confiar en las autoridades científicas, gobierno y corporaciones que supuestamente siempre actúan sólo por el interés publico” (10).

En la medida en que se privatizan genomas, encimas o procesos bioquímicos de todo tipo, se extiende una política pancapitalista que sólo refuerza y expande la máquina del provecho económico. El control y la invasión molecular se transforma rápidamente en nuevos tipos de control colonial y endocolonial: el objetivo es consolidar la cadena alimentaría, desde la estructura molecular al packaging de productos (11).

La biotecnología forma parte principalmente de una industria y, como tal, funciona como una “máquina de carne”, generando nuevos productos y servicios y, por lo tanto, creando nuevos nichos de mercado en el proceso de transformar la comprensión pública sobre lo que es la naturaleza, el cuerpo y la salud (12). En este sentido, hay un fuerte movimiento ecologista reivindicando un mayor control sobre el uso de transgénicos en el campo de la agricultura u otros ámbitos, dado que alteran de forma irreversible la naturaleza generando una dependencia de los transgénicos y trastocando los sistemas enteros de cultivo.

De esta manera naturaleza, relaciones de poder y tecnociencia están entretejidas articulando un denso tejido relacional compuesto por multiplicidad de actores. Naturaleza y sociedad ya no son explicativas de nada sino, en todo caso, son estas las que deben ser explicadas (13). Debemos entender entonces que la biología es un discurso, no el mundo viviente en sí, y por lo tanto los organismos emergen también de un proceso discursivo resultado tanto de elementos humanos como de no humanos, a raíz de un conjunto de actores semiótico-materiales que devienen constructores activos de objetos científicos naturales. Hoy, hablar sobre la vida es hablar sobre las distintas narraciones a través de las cuales se define la vida, ya que es la narración la que otorga sentido y permite pensarla y organizarla.

En este sentido, haría falta encontrar otra relación con la naturaleza distinta a la reificación y la posesión, abandonar esa relación parasitaria de larga trayectoria que Foucault se encargó de dibujar en sus escritos relacionados con el paso de la historia natural a la creación de la moderna biología (14). Porque “la naturaleza no es un lugar físico al que se pueda ir, ni un tesoro que se pueda encerrar o almacenar, ni una esencia que salvar o violar. La naturaleza no está oculta y, por lo tanto, no necesita estar desvelada. La naturaleza no es un texto que pueda leerse en códigos matemáticos biomédicos. No es el otro que brinda el origen provisión y servicios. Tampoco es madre enfermera ni esclava; la naturaleza no es matriz, ni un recurso ni una herramienta para la producción del hombre” (15).

Para las biotecnologías, la parte (el gen) designa al todo (la vida). Y eso implica que la información queda desvinculada del contexto en el cual surge o se inserta, despreciando la especificidad de lo local, como mercancía. Para llegar a reducir la vida a información genética, esta ha sufrido un largo recorrido en el que podemos identificar tres momentos clave que se solapan hoy, a saber: la historia natural del siglo XVIII en donde la vida se ausenta (el jardín botánico atemporal repleto de taxonomías), el evolucionismo decimonónico que historia la vida (el nicho ecológico, con organismo y contexto desvinculados), y la ingeniería genética de fines del siglo XX y comienzos del XXI que promueve una descontextualización de la vida (el banco de datos genético de una vida-información transformable, manipulable) (16).

Con la intención de expresar esa voluntad prometeica inscrita en la vida biotecnologizada, Eduardo Kac creó la instalación Génesis en 1999, en donde al entrar en el espacio expositivo podemos ver una bacteria en una placa de petri en la que el artista ha incluido en el ADN frases del libro Génesis de la Biblia. Kac creó un gen sintético traduciendo una frase a código morse y después convirtió el código morse en parejas básicas de ADN, de acuerdo con un principio de conversión desarrollado por el artista para este trabajo. La significancia de Kac no está en la creación del objeto artístico, sino en que su significado se desarrolla en la medida en que los visitantes participan e influyen en el desarrollo del tempo de mutación natural de la bacteria transformando el cuerpo y el mensaje codificado en su interior.

El hecho de escoger una frase paradigmática del Génesis simboliza una aproximación a la voluntad de supremacía del hombre sobre la naturaleza, voluntad sancionada por la divinidad. La posibilidad de cambiar la frase nos hace pensar en todo un gesto simbólico que significa que no aceptamos su significado en la forma en que la heredamos y que nuevos significados emergerán en la medida en que buscamos cambiarlos.

Sin embargo, la producción de naturaleza no puede dejar de ser política porque en su devenir no deja de trenzar relaciones de poder entre los diferentes actores que participan en el entramado. Las ciencias de la vida son ciencias de lo político, y la vida genetizada es biopolítica resultado de materia y semiosis que se entretejen en relaciones de poder que buscan conferir una vida que se nos presenta como algo natural aunque, de hecho, no es sino el resultado de un complejo proceso sociohistórico de largo recorrido.

La concepción productiva del poder en Foucaut que, con la llegada de la episteme moderna “hace vivir y deja morir”, nos indica el paso de la sociedad disciplinaria a la sociedad de control, en donde la gobernabilidad se define en términos de “seguridad” (17). Ciertamente, la vida siempre ha sido objeto de poder, la pregunta hoy es acerca la específica biopolítica que la biotecnología encierra. Por ello es interesante recuperar, vincular y actualizar con relación a las biotecnologías el concepto de biopolítica de Foucault en donde hay una conexión implícita entre dos modos de articular “la vida misma” biológica (18). Por un lado, una visión informática del control de la vida, emergida en el siglo XVIII a través del nacimiento de la demografía, la economía política y la estadística que documentaba nacimientos, enfermedades o muertes, cuantificando de manera refinada la vida misma. Por otro lado, la emergencia del concepto de población, que permitió articular la idea de la administración de la salud de la población y que luego hizo posible el desarrollo de la historia natural, biología y luego la biología evolutiva. De esta forma, la población no se convierte sólo en un asunto político, sino también en un asunto biológico y hoy, además, en un asunto genético a controlar: biología e informática se fusionan perfectamente a fin de producir el biopoder.

Se trata de una vida moldeada a través de la implementación sistemática de todo un entramado de técnicas y racionalidades, como la normatividad médica inscrita en la salud o el énfasis en la seguridad de la población y el desarrollo de una economía política, una vida moldeada que deviene una vida dócil, sujeta a lo que se espera de ella, una vida normativizada que huye de todo temor de lo incierto o lo extraño. Por ejemplo, el terror generado a raíz del imaginario asociado a las guerras biotecnológicas permite fusionar el discurso acerca de las enfermedades infecciosas emergentes con el del bioterrorismo, y de esta manera reforzar el control sobre la salud pública por parte del estado. La Ley del Bioterrorismo de EEUU aparecida en 2002 ejerce esa función de permitir a la administración de la salud pública desarrollar estrategias de todo tipo.

Nos encontramos frente a una guerra biológica con una larga tradición y diferentes niveles como, por ejemplo, el sabojate biológico, y que indagando en la historia de las epidemias vemos como a menudo estas se nos presentan asociadas a guerras o conflictos militares. Por ejemplo, podemos encontrar los primeros indicios de sabotajes biológicos en los relatos de Tucídides acerca de la guerra del Peloponeso, en donde se dijo que los pozos fueron envenenados intencionadamente. Las plagas, las epidemias, el temor al contagio y a la infección son temores “más que biológicos” para convertirse en elementos sociales, culturales y también políticos, elementos que Foucault sintetizó históricamente en dos reacciones básicas: una anárquica, alrededor de la “danza de la muerte”, y otra totalitaria, como la cuarentena.

También debemos tener en cuenta las armas biológicas, la utilización de agentes patógenos y recursos biológicos como el ántrax que aunque el Protocolo de Ginebra de 1925 prohibió su uso, no lo hizo respecto a su investigación y producción, cosa que permitió desarrollar programas de investigación en muchos países que más adelante hicieron posible la experimentación durante la II Guerra Mundial en Japón. También podemos encontrar elementos propios de la guerra genética basada en los planes eugénicos de la Alemania nazi inspirándose en las ideas del británico Sir Francis Galton, la limpieza étnica en busca de la raza pura exenta de cualquier elemento que pueda considerase como defecto respecto al ideal de pureza diseñado. Incluso en nuestro imaginario también aparece la clonación como ideal de reproducción de los mejores especímenes, otra forma de limpieza y selección. Y este ideario continúa presente de forma implícita en las bases de datos de perfiles genéticos de personas creativas, aunque la palabra “eugenesia” haya desaparecido de todas partes como consecuencia de las atrocidades nazis que llevaron al límite esos ideales.

Tratamos con una biología politizada que desde los atentados del 11 de septiembre de 2001 en EEUU ha generado un sinfín de leyes de biodefensa, que a su vez regulan “la vida misma”. Leyes que llevaron a la persecución, arresto y encarcelamiento, por parte del FBI, de Steve Kurtz, miembro fundador del colectivo artístico CAE, siendo acusado de bioterrorismo. Su delito fue visionar los procesos científicos a través de la economía política capitalista, dislocando la versión legitimada de una ciencia neutra y exenta de valores. Steve Kurtz todavía hoy está pendiente de un juicio definitivo por el simple hecho de utilizar técnicas inofensivas de la biología molecular y elaborar un discurso crítico acerca las biotecnologías.

Todo ello nos muestra que lo que está en juego tiene que ver con la problemática de la “vida misma”, más allá de políticas puntuales contra el bioterrorismo. Es decir, respecto a una vida que es objeto de control, regulación y modulación, un auténtico biopoder que es “una forma de poder que rige y reglamenta la vida social por dentro, persiguiéndola, interpretándola, asimilándola y reformulándola. Lo que está directamente en juego en el poder es la producción y la reproducción de la vida misma” (19).

Al otro lado de las plagas y las epidemias se hallan los monstruos que representan la anormalidad y son aquello exento de clasificación por hallarse desprovisto de ubicación, aunque es precisamente a través del monstruo que se nos muestra el envés de la norma, la cara oculta del orden como espejo de la humanidad. Etimológicamente, “monstruo” viene del latín monstrare, que indica que el monstruo es en primera instancia un ser extraño que muestra algo que está oculto. La teratología, es decir, la ciencia de los monstruos (derivado de teratos, en griego), representa un intento por documentar esta falta de ubicación de las anomalías, y remite tanto al horror como a la fascinación, tanto al prodigio como al demonio, a la aberración y a la adoración, a lo sagrado y a lo profano (20). El monstruo ejerce de conector de mundos que relaciona lo real y lo imaginario, lo normal y lo anormal, lo permitido y lo prohibido, lo visible y lo invisible.

Cada época crea y tiene sus monstruos, por ello lo monstruoso hoy emergerá en el curso de este recorrido que pretende transformar la naturaleza para convertirla únicamente en material sometido a la servicialidad de la mercancía. Lo monstruoso hoy ha sido banalizado convirtiéndolo en un objeto de consumo a caballo entre la fascinación y el miedo que nos lleva hasta la quimera tecnocientífica, producto de una racionalidad que no deja de provocar un desorden. Un desorden que no puede dejar de investigar en aquello que se nos dice en lo que muestra a través de aquello monstruoso.

La quimera, a diferencia del monstruo, es el híbrido por excelencia, producto de la relación entre tres animales diferentes -una cabra, una serpiente y un león- que se erige como infernal figura mitológica recurrente que deviene metáfora a la hora de nominar la nuevas formas de vida producidas por la biología molecular. La quimera transgénica produce un tremendo desorden, haciendo posible lo imposible mediante la hibridación infinita de una nueva naturaleza biotecnologizada.

Proyectos como los de The Tissue Culture and Art Project ejemplifican el imaginario asociado a estas quimeras biotecnológicas. Utilizan materiales vivos y técnicas de la biología molecular como si el código genético fuera código digital, en donde la manipulación de la vida se convierte en la manipulación del código, pero con capacidad de volverse a materializar. La creación de esculturas semi-vivas mediante la experimentación con la generación de tejidos vivos les llevó a proyectos como las Semi-Living Worry Dolls, Womb 2000, donde daban vida a los muñequitos guatemaltecos quitapenas, provocando gran inquietud respecto a la percepción de la frontera entre lo vivo y lo inanimado. Después continuaron con las Pig Wings en 2000-2001, la creación artificial de un escultura semi-viva que representaba unas alas de cerdo ficticias, haciendo referencia a la frase popular que expresa la imposibilidad de conseguir una cosa: “if pigs could fly” (si los cerdos volaran). Su último proyecto, The Disembodied Cuisine o Living and Semi-living systems as food, explora otras maneras de interactuar con los sistemas vivos como, por ejemplo, consumirlos como comida; de esta manera se pueden autogenerar partes de un animal para luego ser comidas sin necesidad de que el animal sea matado y continúe vivo, con una simple biopsia (21).

En este caso, la interacción con entidades semi-vivas representa todo un reto conceptual asociado a la quimera biotecnológica que difuminará el concepto del cuerpo como una entidad que está separada de nuestro entorno vivo. Tal como lo define Lynn Margulis, “un cuerpo es una comunidad de células y, mas allá, la biosfera es una entidad interdependiente” (22). Los objetos semi-vivientes son un ejemplo tangible de este concepto: podemos ver partes de nuestro cuerpo creciendo como parte de nuestro entorno, pero ciertamente nos hace falta un entendimiento cultural para habérnoslas con este nuevo conocimiento y control sobre la naturaleza como un todo.

Plagas, epidemias, monstruos y quimeras han representado históricamente el reverso de la norma, aquello “otro” a eliminar de la tierra y enterrar en el infierno de lo imposible, pero hoy en el territorio de una vida crecientemente biotecnologizada, conviven con nosotros de forma natural, produciendo una nueva naturaleza no exenta de una biopolítica específica que regula y normativiza la vida misma, aunque de hecho la vida siempre se escape por los entresijos del devenir, del azar y de la más absoluta incertidumbre. Porque siempre podremos decir que “cuando el poder toma la vida como objeto u objetivo, la resistencia al poder ya invoca la vida y la vuelve contra el poder. La vida deviene resistencia al poder cuando el poder tiene por objeto la vida” (23).

Notas (1)Informes de la Organización Mundial del Comercio, 2005

(2)KAC, EDUARDO (2005) Telepresence and BioArt.: Networking Humans, Rabbits and Robots (The University of Michigan Press)

(3)TOMASULA, STEVE (2002) Genetic Art and the Aesthetics of Biology (Leonardo Journal, Vol.35, núm 2, p137)

(4)CRITICAL ART ENSEMBLE (2002), The Molecular Invasión (Autonomedia, New York)

(5)THACKER, EUGENE (2006) The Global Genome: biotechnology, politics and culture (Cambridge: MIT Press)

(6)Keller, EVELYN FOX (1996) The biologiclgaze (Robertson, G. Et al. (ed) FutureNatural: Nature, Science, Culture, Londres: Routledge, p20)

(7)DELEUZE, GILLES (1987) Foucault (Paidós, Barcelona)

(8)MENDIOLA, IGNACIO (2006) El jardín biotecnológico: Tecnociencia, transgénicos y biopolítica (Libros de la catarata, p75, Madrid)

(9)HARAWAY, DONNA J. (1995) Ciencia, cyborgs y mujeres (Cátedra, Madrid, p326)

(10)CRITICAL ART ENSEMBLE (2002) The Molecular Invasión (Autonomedia, New York, p6)

(11)CRITICAL ART ENSEMBLE (2002) The Molecular Invasión (Autonomedia, New York, p8)

(12)CRITICAL ART ENSEMBLE (2000) Flesch Machine (Autonomedia, New York, p6)

(13)LATOUR, BRUNO (2004) Politics of nature: How to Bring the Sciences into Democracy, (Harvard University Press, Cambridge)

(14)FOUCAULT, MICHEL (1997) Las palabras y las cosas (Siglo XXI, Madrid)

(15)HARAWAY, DONNA J (1999) Las promesas de monstruos: una política regeneradora para otros inapropiados/bles” (Política y Sociedad, núm 30, p122)

(16)MENDIOLA, IGNACIO (2006) El jardín biotecnológico: Tecnociencia, transgénicos y biopolítica (Libros de la catarata, Madrid)

(17)FOUCAULT, MICHEL (1997) Las palabras y las cosas (Siglo XXI, Madrid)

(18)THACKER, EUGENE (2006) The Global Genome: biotechnology, politics and culture (Cambridge: MIT Press)

(19)HARDT, MICHAEL, NEGRI, ANTONIO (2002) Imperio (Paidós, Buenos Aires)

(20)LYKKE, NINA, BRAIDOTTI, ROSI (eds.) (1996) Between monsters, goddesses and cyborgs: Feminist confrontations with science, medicine and cyberspace (Zed Books, Londres)

(21)CATTS, O. ZURR, I (2003) Are the Semi-Living semi-good or semi-evil? (En Technoetics Journal. Vol 1 (núm 1) pp47-60)

(22)MARGULIS, L. SAGAN, D. (1995) What is Life (Berkely, CA: University of California Press)

(23)DELEUZE, GILLES (1987) Foucault (Paidós, Barcelona, p122)

Pau Alsina es profesor de los Estudios de Humanidades de la UOC, director del espacio Artnodes de arte, ciencia y tecnología, e investigador en Arte y Nuevos Media en el Internet Interdisciplinary Institute -IN3. Su investigación se centra en la articulación de una ontología del presente en base a las prácticas que interrelacionan arte, ciencia y tecnología en el contexto de la sociedad red.

TOMADO DE ZEMOS 98
http://www.zemos98.org/spip.php?rubrique=19

LA PRODUCCIÓN BIOPOLÍTICA *






POR MICHAEL HARDT Y TONI NEGRI




Nosotros hemos podido aprehender1, desde un punto de vista jurídico, ciertos elementos de la génesis ideal del Imperio. Pero de permanecer en esta perspectiva sería difícil, sino imposible, comprender cómo la " máquina" imperial es efectivamente puesta a trabajar. Las teorías y los sistemas jurídicos remiten siempre a otra cosa que a ellas mismas. A través de la evolución y el ejercicio del derecho, indican las condiciones materiales que definen su proyecto sobre la realidad social. Nuestro análisis debe entonces descender al nivel de lo concreto y explorar aquí la transformación material del paradigma del poder. Nos falta descubrir los modos y las fuerzas de producción de la realidad social, así como las subjetividades que la animan.

El biopoder en la "sociedad de control"


En más de un sentido, los trabajos de Michel Foucault han preparado el terreno para un examen de los mecanismos del poder imperial. Ante todo, en primer lugar estos trabajos nos permiten reconocer un paso histórico y decisivo, en las formas sociales, de la sociedad disciplinaria a la sociedad de control. La sociedad disciplinaria es la sociedad en la cual el dominio social se construye a través de una red ramificada de dispositivos o de aparatos que producen y registran costumbres, hábitos y prácticas productivas. Poner a esta sociedad a trabajar y asegurar la obediencia a su poder y a sus mecanismos de integración y/o de exclusión se hace por medio de instituciones disciplinarias - la prisión, la fábrica, el asilo, el hospital, la universidad, el colegio, etc.- que estructuran el terreno social y ofrecen una lógica propia a la "razón" de la disciplina. El poder disciplinario gobierna, en efecto, estructurando los parámetros y los límites del pensamiento y de la práctica, sancionando y/o prescribiendo los componentes desviados y/o normales. Foucault se refiere habitualmente al Ancien Régime y al periodo clásico de la civilización francesa para ilustrar la aparición de la disciplinariedad, pero se podría decir, más generalmente, que la primera fase de acumulación capitalista (tanto en Europa como en otros lugares) se hace enteramente bajo este modelo de poder. Por el contrario, la sociedad de control debemos comprenderla como la sociedad que se desarrolla en el extremo fin de la modernidad, y opera sobre lo post-moderno, en donde los mecanismos de dominio se vuelven siempre más "democráticos", siempre más inmanentes al campo social, difusos en el cerebro y los cuerpos de los ciudadanos. Los comportamientos de integración y de exclusión social propios al poder son, de este modo, cada vez más interiorizados en los propios sujetos. El poder se ejerce ahora por máquinas que organizan directamente los cerebros (por sistemas de comunicación, de redes de información, etc.) y los cuerpos (por sistemas de ventajas sociales, de actividades encuadradas, etc.) hacia un estado de alienación autónoma, partiendo del sentido de la vida y del deseo de creatividad. La sociedad del control podría así ser caracterizada por una intensificación y una generalización de los aparatos normalizantes de la disciplinariedad que animan interiormente nuestras prácticas comunes y cotidianas; pero al contrario de la disciplina, este control se extiende mucho más allá de las estructuras de las instituciones sociales, por la vía de redes flexibles, modulables y fluctúantes.

En segundo lugar, el trabajo de Foucault nos permite reconocer la naturaleza biopolítica de este nuevo paradigma del poder. El biopoder es una forma de poder que rige y reglamenta la vida social por dentro, persiguiéndola, interpretándola, asimilándola y reformulándola. El poder no puede obtener un dominio efectivo sobre la vida entera de la población más que convirtiéndose en una función integrante y vital que todo individuo adopta y aviva de manera totalmente voluntaria. Como dice Foucault, " la vida se ha convertido ahora [...] en un objeto de poder". La más alta función de este poder es la de investir la vida de parte a parte, y su primera tarea la de administrarla. El biopoder se refiere así a una situación en la cual lo que está directamente en juego en el poder es la producción y la reproducción de la vida misma.

Estos dos elementos del trabajo de Foucault se enlazan entre sí en el sentido de que sólo la sociedad de control está en condiciones de adoptar el contexto biopolítico como su terreno exclusivo de referencia. En el paso de la sociedad disciplinaria a la sociedad de control, un nuevo paradigma de poder se realiza, el cual es definido por las tecnologías, al reconocer a la sociedad como el terreno del biopoder. En la sociedad disciplinaria, los efectos de las tecnologías biopolíticas eran aún parciales, en el sentido de que la ejecución de las normas se hacía según una lógica relativamente cerrada, geométrica y cuantitativa. La disciplinariedad fijaba a los individuos en el marco de las instituciones, pero no conseguía consumirlos/consumarlos enteramente al ritmo de las prácticas y de la socialización productivas; no alcanzaba hasta el punto de penetrar por entero las consciencias y los cuerpos de los individuos, hasta el punto de tratarlos y organizarlos en la totalidad de sus actividades. En la sociedad disciplinaria, así, la relación entre el poder y el individuo era todavía una relación estática: la invasión disciplinaria del poder "contrapesaba" la resistencia del individuo. Por el contrario, cuando el poder se hace totalmente biopolítico, el conjunto del cuerpo social es apresado por la máquina del poder y desarrollado en su virtualidad. Esta relación es abierta, cualitativa y afectiva. La sociedad, subsumida bajo un poder que desciende hasta centros vitales de la estructura social y de sus procesos de desarrollo, reacciona como un único cuerpo. El poder se expresa así como un control que invade las profundidades de las consciencias y de los cuerpos de la población – y que se extiende, al mismo tiempo, a través de la integralidad de las relaciones sociales.

En este paso de la sociedad disciplinaria a la sociedad de control, podemos avanzar que la relación- cada vez más intensa- de implicación mutua de todas las fuerzas sociales que el capitalismo ha buscado a través de su desarrollo, se ha desarrollado ya totalmente. Marx reconocía algo similar en eso que él llamaba el paso de la subsunción formal a la subsunción real del trabajo al capital, y más tarde, los filósofos de la Escuela de Francfort han analizado el paso (muy próximo) de la subsunción de la cultura (y de las relaciones sociales) bajo la figura totalitaria del Estado, o realmente en la dialéctica perversa de las Luces. Sin embargo, el paso al que nosotros nos referimos es fundamentalmente diferente: en lugar de focalizarse sobre el carácter unidimensional del proceso descrito por Marx, después reformulado y extendido por la Escuela de Francfort, el paso evocado por Foucault trata fundamentalmente de la paradoja de la pluralidad y de la multiplicidad – perspectiva que Deleuze y Guattari desarrollaron aún con mayor claridad. El análisis de la subsunción real , cuando ésta es comprendida como un investimento, no sólo de la dimensión económica o cultural de la sociedad, sino también – o más bien- del propio bios social, y cuando está atenta a las modalidades de la disciplinariedad y/o del control, perturba la imagen lineal y totalitaria del desarrollo capitalista. La sociedad civil es absorvida en el Estado, pero la consecuencia de esto es un estallido de los elementos que anteriormente estaban coordinados y mediatizados en la sociedad civil. Las resistencias no son ya marginales sino activas, en el corazón de una sociedad que se ensancha en red; los puntos individuales son singularizados en "mil mesetas". Eso que Foucault construía implícitamente -y que Deleuze y Guattari han explicitado- es, por consecuencia, la paradoja de un poder que, unificando todo y englobando en él mismo todos los elementos de la vida social (y perdiendo al mismo tiempo su capacidad de mediatizar de manera efectiva las diferentes fuerzas sociales), revela en ese mismo instante un nuevo contexto, un nuevo medio de pluralidad y de singularización no dominable – un medio del acontecimiento.

Estas teorías de la sociedad de control y del biopoder describen ambas los aspectos fundamentales del concepto de Imperio. Este concepto es el marco en el que la nueva universalidad de los sujetos debe ser entendida, y la finalidad hacia la que tiende el nuevo paradigma del poder. Un verdadero abismo se abre aquí entre los viejos marcos teóricos de la ley internacional (bajo su forma contractual o bajo la forma de las Naciones Unidas) y la nueva realidad de la ley imperial. Todos los elementos intermediarios del proceso han desaparecido de facto, de modo que la legitimidad del orden internacional no puede ya construirse por mediaciones, sino que debe más bien ser aprehendida de golpe e inmediatamente en toda su diversidad. Hemos ya reconocido este hecho desde un punto de vista jurídico. En efecto, hemos visto que cuando la nueva noción del derecho emerge en el contexto de la mundialización y se presenta como capaz de tratar la totalidad de la esfera planetaria como un conjunto sistémico único, hay que suponer una cuestión previa inmediata (la acción en un estado de excepción) y una tecnología apropiada, flexible y formativa (las técnicas de policía).

Pero si el estado de excepción y las técnicas de policía constituyen el núcleo duro y el elemento central del nuevo derecho imperial, no obstante este nuevo régimen no tiene nada que ver con los artificios jurídicos de la dictadura o del totalitarismo que han sido descritos en otros tiempos y a grandes trompetazos por muchos (demasiados, de hecho) autores. Al contrario, el poder de la ley sigue teniendo un papel central en el contexto de la evolución contemporánea: el derecho permanece en vigor y -precisamente por la vía del estado de excepción y las técnicas policiales- se convierte en procedimiento. Es una transformación radical que revela la relación no mediatizada entre el poder y las subjetividades, y demuestra al mismo tiempo la imposibilidad de mediaciones "anteriores" y la diversidad temporal no dominable del acontecimiento. Dominar los espacios ilimitados del globo, penetrar las profundidades del mundo biopolítico y afrontar una temporalidad imprevisible, tales son las determinaciones sobre las que el nuevo derecho supranacional debe ser definido. Es ahí en donde el concepto de Imperio debe luchar por establecerse, ahí en donde debe probar su eficacia – partiendo de ahí como la máquina debe ponerse en marcha.

Desde este punto de vista, el contexto biopolítico del nuevo paradigma es perfectamente central a nuestro análisis. Es lo que ofrece al poder una elección, no sólo entre obediencia y desobediencia, o entre participación política formal o rechazo, sino también para todas las alternativas de vida y de muerte, de riqueza y de pobreza, de producción y de reproducción social, etc. Dadas las grandes dificultades que la nueva noción del derecho encuentra para representar esta dimensión del poder del Imperio, y habida cuenta de su incapacidad para tocar el biopoder concretamente en todos sus aspectos materiales, el derecho imperial no puede representar (en la mejor hipótesis) más que parcialmente el esquema subyacente de la nueva constitución de un orden mundial, y no sabría realmente concebir el motor que le pone en movimiento. Nuestro análisis debe así concentrarse preferentemente sobre la dimensión productiva del biopoder.

La producción de la vida


La cuestión de la producción, en relación con el biopoder y la sociedad de control, revela, sin embargo, una cierta flaqueza del trabajo de los autores de los que hemos tomado prestadas estas nociones. Así, nos queda clarificar las dimensiones "vitales" o biopolíticas de la obra de Foucault en relación con la dinámica de producción. En numerosas obras de mediados de los años setenta, el filósofo se anticipa hasta tal punto que no sabríamos comprender el paso del Estado "soberano" del Ancien régime al Estado disciplinario sin tener en cuenta el modo en que el contexto biopolítico ha sido progresivamente puesto al servicio de la acumulación capitalista: "El control de la sociedad sobre los individuos no se efectúa solamente a través de la consciencia o de la ideología, sino también en el cuerpo y con el cuerpo. Para la sociedad capitalista, es la biopolítica lo que más cuenta : lo biológico, lo somático, lo corporal."

Uno de los objetivos centrales de su estrategia de investigación en este periodo era el de ir más allá de las versiones del materialismo histórico – incluidas numerosas variantes de la teoría marxista- , que consideraba el problema del poder y de la reproducción social sobre un plano supraestructural, distinto del plano real y fundamental de la producción. Foucault trataba así de volver a poner el problema de la reproducción social y todos los elementos de la "superestructura" en los límites de la estructura material fundamental, y de definir este terreno no sólo en términos económicos, sino también en términos culturales, corporales y subjetivos. De este modo podemos comprender cómo la concepción que tenía Foucault del conjunto social se realiza y se perfecciona cuando, en una fase subsiguiente de su trabajo, descubre las líneas emergentes de la sociedad de control como imagen del poder activo a través de la biopolítica global de la sociedad. No obstante, no parece que Foucault -a pesar de que hubiera captado poderosamente el horizonte biopolítico de la sociedad y lo hubiera definido como un campo de inmanencia- haya conseguido jamás liberar su pensamiento de esta epistemología estructuralista que guiaba su búsqueda desde el comienzo. Por "epistemología estructuralista" entendemos aquí la reinvención de un análisis funcionalista en el dominio de las ciencias humanas, método que sacrifica, efectivamente, la dinámica del sistema, la temporalidad creativa de su movimiento y la sustancia ontológica de la reproducción cultural y social. De hecho, si llegados a este punto, nosotros hubiéramos preguntado a Foucault quién (o qué) dirige el sistema, o más bien, qué es el "bios", su respuesta habría sido inaudible o inexistente. A fin de cuentas, lo que Foucault no consigue aprehender es la dinámica real de la producción en la sociedad biopolítica.

Por el contrario, Deleuze y Guattari nos ofrecen una comprehensión propiamente postestructuralista del biopoder, que renueva el pensamiento materialista y se introduce con solidez en la cuestión de la producción de ser social. Su trabajo desmitifica el estructuralismo y todas las concepciones filosóficas, sociológicas y políticas que hacen de la fijeza del marco epistemológico un punto de referencia incontorneable. Ellos concentran su atención sobre la sustancia ontológica de la producción social.Unas máquinas producen: el funcionamiento consta de máquinas sociales, en sus diversos aparatos y ensamblajes, produce el mundo con los sujetos y los objetos que le constituyen. Sin embargo, Deleuze y Guattari no pareden ser capaces de concebir positivamente más que las tendencias al movimiento continuo y los flujos absolutos. Así, también en su pensamiento los elementos creativos y la ontología radical de la producción de lo social permanecen sin sustancia ni poder. Deleuze y Guattari descubren la productividad de la reproducción social -producción innovadora, producción de valores, relaciones sociales, afectos, devenires, etc.- pero consiguen no articularla más que superficial y efímeramente, como un horizonte caótico indeterminado, marcado por el acontecimiento inasible.

Se puede concebir más fácilmente la relación entre producción social y biopoder en la obra de un grupo de marxistas italianos contemporáneos: ellos reconocen, en efecto, la dimensión biopolítica en función de la nueva naturaleza del trabajo productivo y de su evolución viva en sociedad, y para hacerlo utilizan expresiones tales como "intelectualidad de masa" y "trabajo inmaterial", así como el concepto marxista de "general intellet". Estos análisis parten de dos proyectos de búsqueda coordinados. El primero consiste en el análisis de las transformaciones recientes del trabajo productivo y de su tendencia cada vez más inmaterial. El papel central preferentemente ocupado por la fuerza de trabajo de los obreros de fábrica en la producción de plus-valores es hoy día asumida de forma creciente por una fuerza de trabajo intelectual, inmaterial y fundado sobre la comunicación. Es entonces necesario desarrollar una nueva teoría política de la plusvalía capaz de colocar el problema de esta nueva acumulación capitalista en el centro del mecanismo de explotación (y -quizá- en el centro de la revuelta potencial). El segundo proyecto (seguido lógicamente del primero) desarrollado por esta Escuela, consiste en el análisis de la dimensión social e inmediatamente comunicante del trabajo vivo en la sociedad capitalista contemporánea; de este modo plantea con insistencia el problema de las nuevas figuras de la subjetividad en su explotación, al tiempo que en su potencial revolucionario. La dimensión inmediatamente social de la explotación del trabajo vivo inmaterial ahoga el trabajo en todos los elementos relacionales que definen lo social, pero al mismo tiempo activa también los elementos críticos que desarrollan el potencial de insubordinación y de revuelta a través del conjunto de las prácticas laborales. Tras una nueva teoría de la plusvalía, una nueva teoría de la subjetividad debe ser formulada, teoría que pasa y funciona fundamentalmente por el conocimiento, la comunicación y el lenguaje.

Estos análisis han restablecido, así, la importancia de la producción en el marco del procreso biopolítico de la constitución social, pero igualmente lo han aislado bajo ciertos aspectos, al tomarlo bajo la forma pura y al afinarlo sobre el plano ideal. Han trabajado como si redescubrir las nuevas formas de fuerzas productivas -trabajo inmaterial, trabajo intelectual masificado, trabajo de "inteligencia colectiva"- fuera suficiente para aferrar con solidez la relación dinámica y creativa entre producción material y reproducción social. Reinsertando la producción en el contexto biopolítico, la presentan casi exclusivamente sobre el horizonte del lenguaje y la comunicación. Uno de los defectos más serios ha sido, en estos autores, la tendencia a no tratar las nuevas prácticas laborales en la sociedad biopolítica más que bajo sus aspectos intelectuales y no materiales. Ahora bien, la productividad de los cuerpos y el valor de los afectos son, por contra, absolutamente centrales en este contexto. Así pues, nosotros abordaremos los tres aspectos principales del trabajo inmaterial en la economía contemporánea: el trabajo de comunicación de la producción industrial, recientemente conectado en el interior de redes de información; el trabajo de interacción del análisis simbólico y del análisis de los problemas; el trabajo de producción y de manipulación de los afectos (cf. Section 3.4). Este tercer aspecto, con su focalización en la productividad de lo corporal y lo somático, es un elemento extremamente importante en las redes contemporáneas de la producción biopolítica. El trabajo de esta escuela y su análisis de la inteligencia colectiva establece, es verdad, un cierto progreso, pero su marco conceptual permanece demasiado puro, casi angelical. En último término, estas nuevas teorías no hacen, tampoco, sino raspar la superficie de la dinámica productiva del nuevo marco teórico del biopoder.

Nuestro propósito es entonces el de trabajar a partir de esos ensayos, parcialmente logrados, para reconocer el potencial de la producción biopolítica. Es precisamente aproximando de manera coherente las diferentes características que definen el contexto biopolítico que hemos descrito hasta aquí, y devolviéndolas a la ontología de la producción, que estaremos en condiciones de identificar la nueva figura del cuerpo biopolítico colectivo – que podría, sin embargo, permanecer tan contradictorio como paradójico. Es que ese cuerpo se convierte en estructura no ya negando la fuerza productiva originaria que la anima, sino reconociéndola; se hace lenguaje -a la vez científico y social- porque se trata de una multitud de cuerpos singulares y determinados a la búsqueda de una relación. Es así a la vez producción y reproducción, estructura y superestructura, porque está vivo, en el sentido más pleno, y es político, en el sentido propio. Nuestro análisis debe descender a la jungla de determinaciones productivas y conflictivas que nos ofrece el cuerpo biopolítico colectivo. El contexto de nuestro análisis debe así ser el desarrollo de la vida misma, el proceso de la constitución del mundo y de la historia. El análisis deberá ser propuesto no en el sentido de formas ideales, sino en el marco de la complejidad densa de la experiencia.

Sociedades y comunicación


Al preguntarnos cómo llegan a constituirse los elementos políticos y soberanos de la máquina imperial, descubrimos que no es de ningún modo necesario el limitar nuestro análisis a las instituciones reguladoras supranacionales establecidas; ni siquiera centrarlo ahí. Las organizaciones de las Naciones Unidas, con sus grandes agencias multinacionales y trasnacionales para la finanza y el comercio (el FMI, el Banco Mundial, el GATT, etc.) no se vuelven importantes en la perspectiva de una constitución jurídica supranacional sino cuando se las considera dentro del marco de la dinámica de la producción biopolítica del orden mundial. La función que ocupaban en el antiguo orden internacional -quisiéramos subrayar- no es lo que actualmente da una legitimidad a estas organizaciones: lo que en el presente las legitima es más bien la función nuevamente posible en el simbolismo del orden imperial. Fuera de este nuevo marco, estas instituciones son ineficaces. El antiguo marco institucional contribuye lo mejor posible a la formación y educación del personal administrativo de la máquina imperial, al "adiestramiento" de la nueva élite imperial. Las enormes sociedades transnacionales y multinacionales construyen el tejido conjuntivo fundamental del mundo biopolítico, bajo ciertos aspectos esenciales. El capital, en efecto, siempre ha organizado en una perspectiva totalizante el mundo entero, pero sólo en la segunda mitad del siglo XX las sociedades industriales y financieras multinacionales y transnacionales han comenzado de veras a estructurar biopolíticamente los territorios a escala mundial. Algunos anticipan que estas sociedades simplemente han venido a ocupar el lugar que antes pertenecía a los sistemas colonialistas e imperialistas de las diferentes naciones en las fases anteriores al desarrollo capitalista, desde el imperialismo europeo del siglo XIX hasta la fase fordista de la evolución en el siglo XX. Esto es en parte cierto, pero ese mismo lugar ha sido sustancialmente transformado por la nueva realidad del capitalismo. Las actividades de las sociedades no se definen ya por la imposición de un ordenamiento abstracto, la organización del pillaje puro y simple y los intercambios desiguales. Antes bien, ellas estructuran y articulan directamente territorios y poblaciones, y tienden a hacer de los Estados-naciones simples instrumentos para registrar los flujos de mercancías, las monedas y las poblaciones que se ponen en movimiento. Las sociedades transnacionales distribuyen directamente la fuerza de trabajo entre los diferentes mercados, atribuyen funcionalmente los recursos y organizan jerárquicamente los diferentes sectores de la producción mundial. El complejo aparato que selecciona los investimentos y dirige las maniobras financieras y monetarias determina la nueva geografía del mercado mundial, es decir realmente la nueva estructuración biopolítica del mundo.

La imagen más completa de ese mundo es ofrecida en una perspectiva financiera. Desde este punto de vista, podemos distinguir un horizonte de valores y una máquina de distribución, un mecanismo de acumulación y un medio de comunicación, un poder y un lenguaje. No existe ni "vida bruta" ni punto de vista exterior, nada, que pueda ser colocado en el exterior de un campo controlado por el dinero: nada escapa al dinero. Producción y reproducción son revestidos de hábitos financieros y, de hecho, sobre la escena del mundo, cada figura biopolítica se presenta adornada de sus oropeles monetarios: "¡Acumulad, acumulad! ¡Es la Ley y los Profetas!"

Las grandes potencias industriales y financieras producen, de este modo, no sólo mercancías, sino también subjetividades. Producen subjetividades agénticas en el marco del contexto biopolítico: necesidades, relaciones sociales, cuerpos y espíritus; lo que quiere decir que producen productores. En la esfera biopolítica, la vida es destinada a trabajar para la producción, y la producción a trabajar para la vida. Es una gran colmena en la que la reina vigila permanentemente producción y reproducción. Cuanto más profundiza el análisis, más descubre, a niveles crecientes de intensidad, las ensambladuras comunicantes de relaciones interactivas. El desarrollo de las redes de comunicación posee un vínculo orgánico con la aparición del nuevo orden mundial: se trata, en otros términos, del efecto y de la causa, del producto y del productor. La comunicación no sólo expresa sino también organiza el movimiento de mundialización. Organiza multiplicando y estructurando las interconexiones por medio de redes; expresa y controla el sentido y la dirección del imaginario que recorre estas conexiones comunicantes. En otros términos: el imaginario es guiado y canalizado en el marco de la máquina cominicatriz. Eso que las teorías del poder de la modernidad han estado forzadas a considerar como transcendente, es decir exterior a las relaciones productivas y sociales, es aquí formado en el interior, es decir inmanente a estas mismas relaciones. La mediación es absorvida en la máquina de producción. La síntesis política del espacio social es fijado en el espacio de la comunicación. Es por esta razón que las industrias de la comunicación han tomado una posición tan central: no sólo organizan la producción a una nueva escala e imponen una nueva estructura apropiada al espacio mundial, sino que convierten también su justificación inmanente. El poder organiza en tanto que productor; organizador, habla y se expresa en tanto que autoridad. El lenguaje, en tanto que comunicador, produce mercancías y crea, además, subjetividades que pone en relación y que jerarquiza. Las industrias de comunicación integran el imaginario y lo simbólico en la estructura de lo biopolítico, no sólo poniéndolos al servicio del poder, sino integrándolos realmente y de hecho en su propio funcionamiento.

Llegados a este punto, podemos comenzar a tratar la cuestión de la legitimazión del nuevo orden mundial. Éste no nace de acuerdos internacionales existentes anteriormente, ni tampoco del funcionamiento de las primeras organizaciones supranacionales embrionarias, creadas ellas mismas por tratados fundados sobre la ley internacional. La legitimación de la máquina imperial nace – al menos en parte – de las industrias de la comunicación, es decir de la transformación del nuevo modo de producción en una máquina. Es un sujeto que produce su propia imagen de autoridad. Es una forma de legitimación que no descansa sobre nada exterior a ella misma, y que es reformulada sin cesar por el desarrollo de su propio lenguaje de auto-validación.

Otra consecuencia más debe ser abordada a partir de estas premisas: Si la comunicación es uno de los sectores hegemónicos de la producción, e influye sobre la totalidad del campo de lo biopolítico, entonces debemos considerar la comunicación y el contexto biopolítico como coexistentes y coextensivos. Esto nos lleva bien lejos del viejo terreno, tal y como la ha descrito Jürgen Habermas, por ejemplo. De hecho, cuando Habermas ha desarrollado el concepto de acción cominicatriz, demostrando tan fuertemente su forma productiva y las consecuencias ontológicas que de ella se derivan, él parte siempre de un punto de vista exterior a estos efectos de la mundialización, de una perspectiva de vida y de verdad que podría contrarrestar la colonización del individuo por la información. La máquina imperial, no obstante, demuestra que ese punto de vista exterior no existe ya; al contrario: la producción comunicatriz y la construcción de la legitimación imperial navegan juntas y ya no pueden ser separadas. La máquina es auto-validante y auto-poiética, es decir: sistémica. Ella construye estructuras sociales que vacían o vuelven inefectivas toda contradicción; crea situaciones en las que, antes incluso de neutralizar la diferencia por la coerción, parece absorverla en un juego de equilibrios auto-generadores y auto-reguladores. Como hemos dicho en otro lugar, toda teoría jurídica que trate condiciones de la posmodernidad, deberá tener en cuenta esta definición específicamente comunicatriz de la producción social. La máquina imperial vive produciendo un contexto de equilibrios y /o reduciendo las complejidades. Ella pretende proponer un proyecto de ciudadanía universal e intensifica, con este propósito, la eficacia de su intervención sobre todo elemento de la relación de comunicación, disolviendo toda identidad e historia sobre un modo enteramente postmoderno. Pero contrariamente a la forma en que muchas valoraciones postmodernas lo hubieran hecho, la máquina imperial, en lugar de eliminar los relatos fundadores, los produce y los reproduce realmente (en particular, los principales relatos ideológicos) con el fin de hacer valer y celebrar su propio poder. Es en esta coincidencia de producción por el lenguaje, de producción lingüística de la realidad y de lenguaje de auto-validación, en donde reside una clave fundamental para comprender la eficacia, la validez y la legitimación del derecho imperial.

TRADUCCIÓN DE MUXUILUNAK


* Traducido del francés del primer número del MULTITUDES (MULTITUDES, marzo de 2000). (N.T.) [volver]
1 Este texto es un extracto del capítulo I.2. del libro de Michael Hardt y Toni Negri, L´Empire, publicado en las ediciones Exils en el presente año. Las notas de pie de página no se reproducen en la versión presente (N. de MULTITUDES). [volver]