La evolución del lenguaje:
una perspectiva biolingüística.
Entrevista: Noam Chomsky
En la búsqueda científica hacia la comprensión del ser humano, el
lenguaje resulta crucial, y lo es por tanto para desvelar los misterios de la
naturaleza humana. En la siguiente entrevista a Noam Chomsky, el académico que
por sí solo revolucionó la lingüística moderna, se trata la evolución del
lenguaje y se expone una perspectiva biolingüística (la idea de que el lenguaje
humano representa el estadio del algún componente de la mente). Este es un
planteamiento que todavía desconcierta a muchos no expertos, muchos de los
cuales han intentado refutar la teoría sobre el lenguaje desarrollada por
Chomsky sin comprenderla realmente.
El periodista y
escritor reaccionario Tom Wolfe ha sido el último en hacerlo con la publicación
de su nuevo y ridículo libro The
Kingdom of Speech (El reino del habla), en el que intenta
desmontar las teorías de Charles Darwin y Noam Chomsky con comentarios
sarcásticos e ignorantes, atacando sus personalidades y expresando un profundo
odio a la izquierda. De hecho, este libro tan publicitado no solo demuestra una
ignorancia tremenda sobre la evolución en general y el campo de la lingüística
en particular, sino que también pretende dar una imagen maléfica de Noam
Chomsky (por motivo de sus constantes e implacables denuncias sobre los
crímenes de los EE. UU. en el ejercicio de su política exterior y otros
desafíos al statu quo). [La entrevista la
realizó C. J. Polychroniou, un politólogo y economista que ha enseñado y
trabajado en universidades y centros de estudio de Europa y los EE. UU.]
C. J. Polychroniou: Noam, en un libro publicado recientemente junto con Robert C. Berwick [¿Por qué solo nosotros?: Evolución y lenguaje, Kairós (2016)], abordas la cuestión de la evolución del lenguaje desde una perspectiva que sitúa a la misma en tanto que parte del mundo biológico. Ese fue también el tema de tu discurso en la conferencia internacional de Física celebrada este mes en Italia, y parece que la comunidad científica muestra un mayor reconocimiento y una comprensión más sutil de tu teoría sobre la adquisición del lenguaje que la mayor parte de los investigadores sociales, los cuales parecen tener importantes reservas en relación a la biología y la idea de la naturaleza humana en general. En realidad, ¿no es cierto que la cuestión de la habilidad específica del ser humano para adquirir cualquier idioma ha sido un asunto de especial interés para la comunidad científica moderna desde los tiempos de Galileo?
Noam
Chomsky: Sí que es cierto. Al término de la revolución científica moderna,
Galileo y los científicos y filósofos del monasterio de Port-Royal plantearon
un desafío para aquellos que se hacen preguntas sobre la naturaleza del
lenguaje humano; un desafío que tan solo había sido reconocido hasta que se
retomó a mediados del siglo XX para convertirse en la principal preocupación de
buena parte del estudio sobre el lenguaje. Para resumir, me referiré a él como
el Desafío de Galileo. A estos grandes padres de la ciencia moderna les
asombraba que el lenguaje permitiese al ser humano (cito textualmente)
construir “con 25 o 30 sonidos, una variedad infinita de expresiones que, a
pesar de que no se parezcan en absoluto a lo que pasa por nuestro pensamiento,
consiguen desvelar todos los secretos de nuestras mentes y hace inteligible
para los demás lo que imaginamos y todos los diversos movimientos de nuestra
alma”.
Podemos ver ya
que el Desafío de Galileo requiere ciertas reservas, pero es algo muy real y
debería, en mi opinión, ser reconocido como uno de las perspectivas más
profundas en la rica historia de la investigación científica sobre el lenguaje
y la mente de los últimos 2.500 años.
Pero el Desafío
no se había abandonado totalmente. Para Descartes, en torno a la misma época,
la capacidad humana para usar el lenguaje de manera ilimitada y apropiada
constituía el fundamento primario de su postulado que concibe la mente como un
principio creativo. Años más tarde, se da cierto reconocimiento del lenguaje
como actividad creativa que implica “un uso infinito de unos medios finitos”,
según lo formuló Wilhelm von Humboldt, y proporciona “señales audibles para el
pensamiento”, en las palabras del lingüista William Dwight Whitney, hace un
siglo. También ha habido cierta conciencia sobre el carácter único y propio de
esta capacidad humana (la característica más sorprendente de este curioso
organismo y la base de sus notables hazañas). Pero, al respecto, poco era lo
que se decía.
Pero,
¿por qué motivo no es hasta bien entrado el siglo XX que se retoma la
perspectiva del lenguaje como una capacidad propia de la especie humana?
Hay una buena
razón por la que este planteamiento se debilita hasta mediados del siglo XX: no
había las herramientas intelectuales que permitiesen formular el problema de
manera suficientemente clara como para abordarlo con seriedad. Esta situación
cambia con el trabajo de Alan Turing y otros grandes matemáticos que
establecieron la teoría general de la computabilidad sobre una base sólida,
mostrando cómo un objeto finito como el cerebro puede generar una variedad
infinita de expresiones. Después, se hizo posible, por primera vez, tratar al
menos parte del Desafío de Galileo de manera directa (a pesar de que,
desgraciadamente, toda la historia anterior, como los avances de Galileo y
Descartes en el campo de la filosofía del lenguaje o la Gramática de Port-Royal de
Antoine Arnauld y Claude Lancelot, les era desconocida).
Con estas
herramientas intelectuales al alcance, se hace posible formular lo que
podríamos llamar la Propiedad básica del ser humano: la facultad del lenguaje
proporciona medios para construir una variedad infinita de expresiones
estructuradas, cada una de las cuales posee una interpretación semántica que
expresa un pensamiento y se puede exteriorizar de modo sensorial. El conjunto
infinito de objetos interpretados semánticamente constituye lo que se ha dado
en llamar el “lenguaje del pensamiento”: el sistema cognitivo que recibe
expresiones lingüísticas que pasan al razonamiento, la deducción, la previsión
y otros procesos mentales y que, al exteriorizarse, pueden ser empleadas para
la comunicación y otras interacciones sociales. En mayor medida, el uso del
lenguaje es interno (pensar en lenguaje).
¿Podrías
desarrollar el concepto de lenguaje interno?
Ahora sabemos
que, aunque el habla es la forma común de exteriorización senso-motriz, también
puede ser un símbolo o una sensación física, lo cual implica reformular
ligeramente el Desafío de Galileo. Este requisito fundamental tiene que ver con
el modo en que el desafío está expuesto, que es en términos de producción de
expresiones. Formulado así, el Desafío pasa por alto algunos conceptos básicos.
La producción, como la percepción, accede al lenguaje interno, pero no se puede
identificar con él. Debemos distinguir el sistema interno de conocimiento de
las acciones que acceden a él. La teoría de la computabilidad nos permite
establecer esa distinción, que es sustancial y común en otros ámbitos.
Piensa, por
ejemplo, en la competencia aritmética humana. Cuando se trata de estudiarla, se
distingue normalmente ente el sistema interno de razonamiento y las acciones
que acceden a él, como la multiplicación de números en nuestra mente, una
acción que implica diversos factores que van más allá del pensamiento intrínseco,
como los límites de la memoria. Lo mismo sucede con el lenguaje. La producción
y la percepción acceden al lenguaje interno pero conllevan otros factores, como
la memoria a corto plazo. Estas ideas empezaron a estudiarse con atención en
los primeros momentos en que se tomó el Desafío de Galileo, ahora reformulado
con el lenguaje interno en el centro de la cuestión, en tanto que sistema
cognitivo al que acceden la producción y percepción reales.
¿Significa
esto que hemos resuelto el misterio del lenguaje interno? El propio concepto
todavía es cuestionado en algunos ámbitos, a pesar de que, aparentemente, haya
una amplia aprobación por parte de la mayoría de la comunidad científica.
Se han dado
importantes progresos en entender la naturaleza del lenguaje interno, pero su
uso libremente creativo todavía es un misterio. Y ello no sorprende. En un
estudio reciente y vanguardista que trata casos más simples de acción
voluntaria, dos grandes estudiosos de la neurociencia, Emilio Bizzi y Robert
Ajemian, mantienen que hemos empezado a conocer algunas cosas sobre la
marioneta y los hilos, pero el titiritero permanece envuelto en misterio. Esto
es todavía más cierto cuando se trata de actos tan creativos y de uso diario
como el lenguaje; la única capacidad humana que ha asombrado a los fundadores
de la ciencia moderna.
A la hora de
formular la Propiedad Básica, asumimos que la facultad del lenguaje es
compartida entre los humanos. Esta es una idea que parece estar sólidamente
asentada. No se conocen diferentes grupos en la capacidad lingüística y las
variaciones a nivel individual son marginales. De manera general, las
variaciones genéticas entre humanos son bastante escasas, lo cual no resulta
sorprendente si tenemos en cuenta los recientes y comunes orígenes de los mismos.
La tarea
fundamental del estudio sobre el lenguaje es determinar la naturaleza de la
Propiedad Básica: el legado genético que subyace a la capacidad lingüística. En
la medida en que se consiga comprender sus propiedades, podremos investigar los
lenguajes internos particulares, todos ellos ejemplos de la Propiedad Básica,
del mismo modo que cada sistema visual individual es un ejemplo de la facultad
humana de la visión. Podemos estudiar cómo se adquieren y se emplean los
lenguajes internos, cómo se desarrolla el lenguaje, sus fundamentos genéticos y
los modos en que operan en el cerebro humano. Este programa general de
investigación se ha llamado Programa biolingüístico. La teoría de la facultad
lingüística sobre base genética se llama Gramática Universal y la teoría del
lenguaje individual se llama Gramática Generativa.
Pero los
idiomas varían enormemente de unos a otros. ¿Cuál es la relación entre la
Gramática Generativa y la Gramática Universal?
Las lenguas
parecen extremadamente complejas y radicalmente diferentes entre ellas. De
hecho, hace 60 años, existía la creencia entre lingüistas profesionales de que
los idiomas podrían variar de manera arbitraria y cada uno debe ser estudiado
sin prejuicios. La misma visión se tenía en aquella época sobre los organismos
en general. Muchos biólogos estarían de acuerdo con la conclusión del biólogo
molecular Gunther Stent de que la variabilidad de organismos es tan libre como
para constituir casi “una infinitud de particulares que deben tratarse caso por
caso”. Cuando la comprensión es mínima, tendemos a ver una variedad y
complejidad extremas.
No obstante, se
ha aprendido mucho desde entonces. Desde el punto de vista de la biología, se
reconoce ahora que la variedad de formas de vida es limitada, tanto que la
hipótesis de un “genoma universal” ya ha dado serios avances. Mi impresión es
que la lingüística ha seguido un camino similar, y defenderé esa postura
científica con respecto al estudio del lenguaje en nuestros días.
La Propiedad
Básica concibe el idioma como un sistema computacional, por lo que cabe esperar
que se observen las condiciones generales para la eficiencia computacional. Un
sistema así consiste en una serie de elementos atómicos y reglas para la
creación de elementos más complejos. Para la creación del lenguaje del
pensamiento, los elementos atómicos son como las palabras, pero no son
palabras; para cada idioma, este elemento es el léxico. Comúnmente, las
unidades léxicas son percibidas como productos culturales, que varían
enormemente con la experiencia y que se vinculan con entidades exteriores a la
mente (objetos que están completamente fuera de nuestro cerebro, como un árbol
al otro lado de una ventana). Esta premisa se puede observar en el título de
algunas obras básicas, como el influyente estudio de W. V. Quine Palabra y objeto. Si lo
examinamos con mayor cuidado, descubriremos una imagen muy diferente y que
plantea numerosos misterios. Pero dejemos eso por un momento, y hablemos del
proceso computacional.
Evidentemente,
trataremos de encontrar el proceso computacional más simple y coherente con la
información relativa al lenguaje, por motivos que son implícitos dado el
objetivo fundamental de la investigación científica. Hace tiempo que se
reconoce que la simplicidad en la teoría conduce directamente a una mayor
profundidad explicativa. Una versión más concreta de esta búsqueda de la
comprensión la encontramos gracias a una conocida máxima de Galileo que ha
servido de guía para la ciencia desde los tiempos modernos: la naturaleza es
simple y es tarea de los científicos demostrarlo, desde el movimiento de los
planetas, hasta el vuelo de un águila, el funcionamiento interno de una célula
o el desarrollo del lenguaje en el cerebro de un niño. Pero la lingüística
posee una motivación adicional propia para tratar de buscar la teoría más
simple. Esta ciencia debe enfrentarse al problema de la adaptabilidad
evolutiva. No se sabe mucho sobre la evolución del humano moderno, pero
los pocos hechos que están consolidados, y otros que se han dado a conocer recientemente,
son muy sugerentes y se ajustan a la conclusión de que la facultad del lenguaje
es casi óptima para un sistema computacional, lo cual es el objetivo al que
deberíamos aspirar, sobre la base de fundamentos puramente metodológicos.
¿Existía
el lenguaje antes de la aparición del Homo sapiens?
Una realidad que
parece completamente consolidada es, como ya he dicho, que la facultad del
lenguaje es una capacidad propia de la especie humana que se muestra invariable
en diferentes grupos humanos (y, además, atendiendo a sus características
esenciales, única en el ser humano). Se desprende de ello que esta facultad
apenas ha evolucionado desde que los grupos humanos se separaron unos de otros.
Estudios en torno a la genómica publicados recientemente sitúan ese momento no
mucho después de la aparición del humano anatómicamente moderno, hace 200.000
años aproximadamente, quizás 50.000 años más tarde, cuando el grupo San de
África se separó de otros humanos. Algunas pruebas indican que podría incluso
haber sido algo antes. No existe indicio de algo similar al lenguaje humano o
de actividades simbólicas antes de la aparición de los seres humanos modernos,
el Homo sapiens sapiens.
Esto nos lleva a pensar que la facultad del lenguaje aparece junto con el ser
humano moderno, o no mucho después (un momento muy breve en la historia de la
evolución). Y por consiguiente, la Propiedad Básica debería ser de gran
sencillez. Esta conclusión se adapta a los descubrimientos llevados a cabo en
los últimos años en torno a la naturaleza del lenguaje, lo cual supone una
convergencia bien recibida.
Los
descubrimientos sobre la temprana separación de los pueblos San son altamente
sugerentes, ya que estos poseen lenguajes exteriorizados que son
significativamente diferentes. A pesar de las pequeñas excepciones, sus idiomas
son el mismo lenguaje con chasquidos fonéticos y correspondientes adaptaciones
en el tracto vocal. La explicación más plausible para estos hechos, tal como ha
sido expuesta y desarrollada por el lingüista holandés Riny Huijbregts, es que
la tenencia del lenguaje interno es anterior a la separación de estos grupos,
que a su vez precedió a la exteriorización, la cual se dio de manera diferente
en los distintos grupos. La exteriorización parece estar asociada a las primeras
señales de comportamiento simbólico, según los estudios arqueológicos, tras la
separación. Si tenemos en cuenta todas estas observaciones, parece que nos
acercamos a un punto en la búsqueda de la comprensión en el que las razones de
la evolución del lenguaje se puedan exponer de maneras que hasta hace poco
tiempo eran inimaginables.
¿Cuándo
se hacen evidentes las propiedades universales del lenguaje?
Las propiedades
universales del lenguaje comenzaron a evidenciarse tan pronto como se empezó a
avanzar en la construcción de las gramáticas generativas, incluidas aquellas
que eran muy simples pero nunca se habían advertido y que son bastante
sorprendentes (un fenómeno común en la historia de las ciencias naturales). Una
de estas propiedades es su dependencia estructural: las reglas que producen el
lenguaje del pensamiento atienden solamente a propiedades estructurales y no
adopta propiedades de la señal exteriorizada, ni siquiera propiedades muy
sencillas como el orden lineal.
Para mostrarlo,
pensemos en la oración “los pájaros que vuelan instintivamente nadan”. Tiene un
significado ambiguo: el adverbio instintivamente puede
estar vinculado al verbo anterior (vuelan instintivamente) o al siguiente
(instintivamente nadan). Supongamos ahora que extraemos el adverbio de la frase
y formamos la oración “instintivamente, los pájaros que vuelan nadan”. Así se
resuelve la ambigüedad: el adverbio se interpreta vinculándolo con el
verbo nadar, más
lejano teniendo en cuenta el orden lineal, pero más cercano estructuralmente, y
no con el verbo volar,
que es más cercano según el orden lineal pero más lejano en términos de
estructura. La única interpretación posible (los pájaros nadan) es la
antinatural, pero no importa. Las normas se aplican necesariamente,
independientemente del significado o del hecho. Lo que resulta asombroso es que
las normas pasan por encima del simple cálculo de distancia lineal y siguen un
cálculo mucho más complejo de distancia estructural.
La dependencia
estructural está presente en todos los idiomas, lo cual es algo muy
sorprendente. Además, se sabe sin necesidad de pruebas de peso, ya que se
muestra evidente como en el caso que acabo de emplear y muchos otros. Algunos
experimentos muestran que los niños pueden entender el carácter
estructuralmente dependiente del lenguaje tan pronto como se puede comprobar,
en torno a los tres años de edad, y no cometer errores (sin, por supuesto, que
se les haya enseñado). Podemos estar seguros, por lo tanto, de que la
dependencia estructural se deriva de los principios de la Gramática Universal
que se encuentran en las propias raíces de la facultad humana del lenguaje.
Existen indicios que soportan la teoría de que la dependencia estructural es un
verdadero universal lingüístico, primariamente vinculado al diseño del
lenguaje. Un estudio realizado en Milán hace una década por Andrea Moro mostró
que los idiomas inventados que observan el principio de la dependencia
estructural provocan la activación normal de las áreas del cerebro relacionadas
con el lenguaje, mientras que otros sistemas más simples que emplean el orden
lineal, sin mantener el principio estructural, causan una activación más
difusa, lo cual indica que los sujetos de estudio trataban esos idiomas como
rompecabezas y no como lenguaje. Resultados similares se desprendieron del
estudio realizado por Neil Smith y Ianthi Tsimpli en torno a un sujeto
deficiente a nivel cognitivo pero especialmente dotado a nivel lingüístico.
También dieron en señalar una interesante observación que supone que las
personas con capacidades cognitivas medias pueden resolver un problema si se
les presenta como un rompecabezas, pero no si se les presenta como un idioma,
presumiblemente activando la facultad del lenguaje.
La única
conclusión posible, por lo tanto, es que la dependencia estructural es una
característica propia de la facultad del lenguaje; un elemento de la Propiedad
Básica. ¿Pero por qué es así? Solo hay una respuesta posible y,
afortunadamente, es la respuesta que buscamos por razones generales: las
operaciones computacionales del lenguaje son las más simples posible. De nuevo,
ese es el resultado que esperamos obtener sobre una base metodológica y a la
luz de las pruebas sobre la evolución del lenguaje que ya hemos mencionado.
¿Qué
sucede con la llamada doctrina representacional del lenguaje? ¿Qué la hace una
mala idea para aplicarla al lenguaje humano?
Como ya he dicho,
el punto de vista convencional es que los elementos atómicos del lenguaje son
productos culturales y que los más básicos (aquellos que se emplean para
referirse al mundo) están asociados a entidades exteriores a la mente. Esta
doctrina representacional fue adoptada casi universalmente en los tiempos modernos
y parece servir asimismo para la comunicación animal: la llamada de un mono,
por ejemplo, está asociada a eventos físicos específicos. Pero es rotundamente
falsa para el caso del lenguaje humano, tal como se reconoció ya en la Grecia
clásica.
Para mostrarlo,
tomemos el primer caso de discusión en la filosofía pre-socrática, el problema
de Heráclito: ¿Cómo se puede cruzar dos veces el mismo río? En otras palabras,
¿por qué dos apariencias se entienden como dos estadios del mismo río? Los
filósofos contemporáneos sugirieron que el problema se soluciona si entendemos
el río como un objeto de cuatro dimensiones. Pero así, sólo se conseguía
reformular el problema: ¿por qué este objeto y no otro diferente, o ninguno?
Cuando atendemos
a esta cuestión, abundan los enigmas. Supongamos que invertimos el curso del
río. Todavía es el mismo río. Imaginemos que el producto que fluye es un 95%
arsénico por culpa de las fugas de una empresa situada río arriba. Todavía es
el mismo río. Lo mismo contestaríamos si imaginásemos otros cambios radicales
del objeto. Por otro lado, con cambios sutiles ya dejaría de ser un río. Si en
sus márgenes se construyen unas barreras y se emplea para el tránsito de
petroleros, ya no es un río, sino un canal. Si su superficie sufriese un cambio
y se endureciese, si se pintase una línea en medio y se emplease para ir a la
ciudad cada día, entonces sería una autovía y no un río. Bien pensado,
descubrimos que lo que constituye un río depende de construcciones y acciones
mentales. Lo mismo sucede incluso, de forma general, con los conceptos más
elementales: árbol, agua, casa, persona, Londres… o, de hecho, cualquier de las
palabras básicas del lenguaje humano. Radicalmente, y a diferencia de los
animales, los elementos del lenguaje y el pensamiento humano contradicen la
doctrina representacional.
Además, el
intricado conocimiento de los medios de, incluso, las palabras más simples
(dejemos otras aparte) se adquieren prácticamente sin experiencia. En los
periodos álgidos de la adquisición del lenguaje, los niños aprenden sobre una
palabra cada hora, esto es, una representación. Debe ser, por lo tanto, que el
rico significado de incluso las palabras más elementales es substancialmente
innato. El origen evolutivo de tales conceptos es un completo misterio, uno que
quizás no se pueda resolver con los medios disponibles hoy en día.
Por lo
tanto, debemos diferenciar el habla del lenguaje, ¿no es cierto?
Volviendo al
Desafío de Galileo, debe reformularse para distinguir lenguaje y habla, para
distinguir la producción del conocimiento interno (este, siendo un sistema
computacional interno que produce un lenguaje del pensamiento; un sistema que
puede ser sorprendentemente simple y confirmaría lo que sugieren los estudios
evolutivos). Un segundo proceso elaboraría las estructuras del lenguaje a uno u
otro sistema sensorial o motor para su exteriorización. Estos procesos parecen
ser el centro de gravedad de la complejidad y variedad del comportamiento
lingüístico y su mutabilidad a lo largo del tiempo.
Existen ideas
recientes muy sugerentes sobre el fundamento neuronal de las operaciones del
sistema computacional y sus posibles orígenes evolutivos. El origen de los
átomos de la computación, no obstante, es todavía un misterio, al igual que una
cuestión principal que ocupó a aquellos que formularon el Desafío de Galileo:
la cuestión cartesiana de cómo el lenguaje puede ser empleado de su forma
creativa normal, de un modo apropiado para determinadas situaciones pero no
provocado por ellas, de formas que se incitan pero no se imponen, en términos
cartesianos. Este misterio se aplicaría incluso para las formas más simples de
movimiento voluntario, como hemos dicho anteriormente.
Han sido muchos
los avances en el estudio del lenguaje desde que empezó el programa biolingüístico.
Es justo decir, en mi opinión, que se ha avanzado más en el estudio de la
naturaleza del lenguaje y de una variedad muy amplia de lenguajes
tipológicamente distintos, que en los 2.500 años de historia de estudio sobre
el lenguaje. Pero, como sucede a menudo con las ciencias, cuanto más
aprendemos, más descubrimos lo que ignoramos. Y más desconcertante parece.
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