miércoles, 26 de junio de 2013

POEMAS DE BEATRIZ EUGENIA GALLEGO










BEATRIZ EUGENIA GALLEGO GIRALDO





Toda verdadera poesía erótica está impregnada de violencia.

Bataille  pensaba que la distancia que separa a dos personas es el infinito y sólo puede ser franqueada por el erotismo o por la violencia. A partir de su idea desarrolla una teoría del erotismo en donde divide el tema en tres puntos: erotismo del cuerpo, de los corazones y el erotismo místico. En un extraño pensamiento dice que a la unión de amantes se le llama muerte, igual que al deseo de asesinato o al suicidio.

En su escrito Las lágrimas de Eros anuncia que como somos humanos, vivimos en la sombría perspectiva de la muerte, que conocemos la violencia exasperada, y la violencia desesperada del erotismo. En los poemas de Beatriz Eugenia, este límite del amor posesivo, es  franqueado muchas veces por el odio de la mujer herida que después de gozar, con los placeres de su amante, puede en cualquier momento emplear la violencia para destruir la razón de su amor y hacer desaparecer del panorama, el objeto de su dolor. Gozo y dolor, placer y muerte; serpiente Ouroborus que se muerde la cola; ciclo místico y pagano de extinción y resurrección; sangre y ceniza, ayuntamiento de seres perdidos en un mundo en donde esa falencia primordial se convierte en búsqueda insatisfecha. Eterno errar; eterno fornicar en busca de una plenitud, un sueño; una herida que no cicatriza.

Ese erotismo colmado de violencia, de sangre sudor y lagrimas; ese amor de clandestinos amantes, de furtivos enajenados bajo un fuego que muerde y deja heridas lacerantes. Esa etapa primaria y primordial del amor, se ve reflejada en la obra de una poetisa que enfrenta sin rubor estos complejos lances.

Sade decía que no había mejor forma de familiarizarse con la muerte que una idea libertina. En los poemas de Beatriz Eugenia, esa idea de la muerte es cercana; nos ilumina y nos toma desnudos bajo el narcótico sol de las depravaciones.

A esa pasión de fuego sobre estepa negra, a esa carne en perpetua convulsión, a esos órganos que penetran y se abren paso a golpes rítmicos ––tambores de una fiesta pagana––; a esas bestializaciones y mordidas; eyaculaciones y felaciones; artes amatorias griegas y latinas en complejas combinaciones, está enfocada la poesía de Beatriz Eugenia. Dotada de una crudeza mundana y una certeza mística, eleva y magnifica ese ritual gimnástico de los cuerpos y los corazones sobre el lecho negro y blanco de las pasiones.

Así, en medio del aquelarre de sentidos, en medio de esa batalla de cuerpos sudorosos, de energías consumidas en el altar de Eros; encuentra el lector en los poemas de la escritora, una lírica fornicaria que sabe crear en medio de la gesta, sus versos más luminosos; arcos voltaicos que tiemblan bajo el fuego de un hospedaje perdido en la ciudad del sueño, mientras los amantes embriagados se entregan fervorosos a su ultima arremetida.

O.G.R.





ANIMAL

Por ti, levito,
no eres todo tu.

Es solo una parte de tu cuerpo…

Animal incorregible
que derrama su leche en
mi lugar secreto.

Descanso.

Gota a gota, cae sobre la sábana.

Algo cálido como la sangre…
Algo pequeño y luminoso como la muerte.





MI CUERPO

Mi cuerpo se vuelve carne de primavera roja.
Se desnuda, camina en excitantes sonidos.
Mi cuerpo se apasiona como un jaguar en celo.
Huele, recorre, busca otro cuerpo.
Mi cuerpo te excita, te incita,
en una noche silente, un clímax lento.

Mi cuerpo te llama, suspira bajo el tuyo,
se alimenta de labios húmedos,
de pechos rotos en sedas negras, de fluidos corporales,
se relaja bajo la sombra de la noche.

Mi cuerpo solo necesita el conjuro de tu voz
para entregarse de nuevo.

Mi cuerpo te invita a cohabitar la palabra con el verso.
Que el aire se contagie de sal
ayuntamiento de sílabas de amor.

Mi cuerpo es una danza de lobos dispuestos a copular
por el centro de mi estepa negra.

Mi cuerpo se esconde para protegerse
de todos ellos.




ESTA NOCHE MAGNIFICO EL SEXO.

Ese que acelera todos mis sentidos,
ese que después de beber la esencia de
mis bálsamos de hembra, 
se muestra huidizo.

Anhelo  buscar tu fuego en
la oquedad de tu carne salvaje, en tus besos
mojados, en la danza de tu lengua en mi boca,
en el palpitar de tu vientre aprisionando el mío.

Por ti magnifico el sexo.
Ese que roe mi piel, que galopa sobre mis muslos
en sideral renuncia.

Por ti magnifico esta noche donde
vencidos navegamos en sueño
hacia una isla remota de mieles y de opio. 

Esta noche, que nace joven como la pasión que nos habita
que descansa en la urdimbre de mi salvaje cabellera,
en mi nariz que respira sobre el áureo caracol de
tus oídos para que me sientas viva.
Esta noche que no volverá.
Este amor de muros ciegos,  mudos, cómplices eternos 
guardarán todo, incluso mis sollozos.

Todo te lo devuelvo esta noche hasta este amor.

Por ti magnifico el sexo.
Ese que surgió entre la metáfora y tu voz
entre las páginas de muchos libros.
Mi amante sensual, afectuoso, ocasional.
Ultimo amante,
mi más exquisita ambrosía,
vino arcaico en odres de resina y fuego.

Aquí te dejo todo,
en estas sábanas empapadas y estrujadas
por muchos amantes;
en los espejos acusadores queda el vaho,
réplica de nuestra entrega.

Por ti magnifico el sexo.
Ese que hoy dice adiós para siempre y baja las cortinas.




BEATRIZ EUGENIA GALLEGO GIRALDO

Nació en Calarcá, Quindío.

Es licenciada en Tecnología Educativa y Comunicación de la Universidad del Quindío, a su vez tiene una especialización en Enseñanza de la Literatura, estudios de inglés en la Universidad La Gran Colombia. En la actualidad se desempeña como docente en el área de  humanidades. Ha participado en diversos talleres literarios del departamento.  Hace cuatro años pertenece al taller Relata del Quindío.

Participó del taller de creación literaria dirigido por Marga López,  desarrollado en el marco del Encuentro Nacional de Mujeres Poetas, realizado desde hace más de veinte años en el museo Rayo de Roldadillo, donde ha sido invitada en seis ocasiones. También ha participado en la semana  Café con Verso en Calarcá y en diversos actos culturales de la región. Invitada al Primer encuentro departamental de mujeres poetas del Quindío, al encuentro nacional de poesía erótica en Cartagena en el año 2009, a su vez al encuentro de escritores del Caribe en el 2010 en la misma ciudad.  

Su primera obra publicada es el poemario Evocación. ¡Oh! Palabra, es su segundo libro, el tercero, de cuentos: Cuando me gusten las flores. Sus cuentos y poemas han sido publicados en: Narrativas en Movimiento 1 y 2, Poetintos, Antología Universos del Museo Rayo, revista virtual Caballito de Mar, y en las revistas La Urraca y Abra Palabra de la Costa Atlántica. También en la recopilación realizada por Álvaro López: Calarcá para leer.

En 2012 participó del encuentro internacional El País de las Nubes, celebrado en el departamento del Quindìo – Colombia.





sábado, 22 de junio de 2013

ENCUENTROS DEL TERCER TIPO CON POETISAS NOTABLES






ENCUENTROS DEL TERCER TIPO
CON POETISAS NOTABLES



¿Esto es un cuento o un poema?
No. 
Es un sueño.
El sueño era más o menos así:
Lamiendo la axila de Sylvia Plath me encontraba yo, un poeta menor desnudo y reducido a una estatura de cachorro solar. Mordisqueando sus nalgas de magra carne amarga; sus piernas cruzadas de riachuelos minúsculos que temblaban bajo una lámpara azul. Sus piernas de pan artesano, frescas y maduras, de las cuales emanaba un olor de conejos silvestres; Sudor entre los hoyuelos grises y rosas de su ingle, límites purpurinos de sus calzones blancos; intimo calor de señora que prepara su cake, su plato preferido, una tarde fría en donde la lluvia y el viento había arrojado tres golondrinas extraviadas contra su ventanita de la cocina.
Yo levantaba su falda pesada de otoño, su falda de lana gruesa para la temporada de la caída y las ventiscas y debajo aparecían sus piernas cubiertas por la licra y la seda; Las caricias se convertían en un relampaguear sobre tejido de animal industrial, una quimera de sexo urbano en los arrabales del capitalismo…Ella, volteaba su cara americana, su dorada cara de señora americana coronada de trigales y centeno, su cara ligeramente abotagada por el wisky y el bourbon; abría su deliciosa boca y mostraba aquella viscosa lengua de anguila hipnótica, y yo, poeta torpe, perecía engullido bajo el beso angustioso de su muerte.

Anne Sexton no estaba lejos.

Había mirado todo desde afuera de la ventana con una indiferencia helada.
Fumaba un cigarrillo extra-largo y se fue a la casita de enfrente. Me dijo: “Todo lo que pueda hacer esa perra te lo puedo hacer mejor, puedo multiplicarte el placer por cuatro”. Sus ojos de bruja parecían respirar como dos oráculos palpitantes; me mandó a seguir y yo excitado había atravesado el umbral; se sentó en una poltrona vulgar y abrió su falda hasta arriba dejando ver unas poderosa piernas bronceadas; piernas de nadadora, piernas de trapecista, piernas de contorsionista bajo la ventisca de una tarde que se había transformado de repente. No se había rasurado, y entonces abrió aquel compás en tres tiempos dejando ver aquella criatura rizada; el brillo de una plomada hermética, un símbolo de fuerza y muerte. Me llevó hasta su cintura y apretó fuerte entre mis piernas; en mi oído murmuró algo que era como un cantar de gárgola, frío y cálido al mismo tiempo, algo dicho bajo la tensión; sostenido en una ondulación de voz que tenía olor de tabaco suave y tragos minerales. Clavaba sus uñas en mi cuello y gritaba;  aquel grito era de temer.

Algunos parroquianos del suburbio se asomaron a la ventana. Un policía de azul impecable preguntó por esos gritos y esas extrañas posturas, pero luego se alejó pensando que a lo mejor se metía en asuntos de gente de la literatura. ––Ya se sabe, la gente del medio mantiene unas relaciones turbulentas y vulgares––. 

Perdí el ritmo y la cámara negra se dobló como una gran caja de embalaje y se hizo extensa por un tiempo…Se abría en peldaños y subía y subía.

Después…. Me encontraba cerca a un litoral…

Peinando la cabellera de Violeta Parra. Ella, sentada frente a una gran ventana que daba al mar mostraba orgullosa su cabellera de hilos negros, cabellos eléctricos, como de una bestezuela extraña, sin ojos y sin boca; solo su espalada, ligera arquitectura de hueso y música; omóplatos lluviosos como dos relámpagos de piedra.

Ella comenzaba a transformarse en un ave de acantilado, en una verja de manicomio, en una ojiva de catedral abandonada para ser carcomida por un golpe de oxido, una estampida de hollín e incienso, una carnada para los peces hambrientos…

Giré como extraviado buscando nuevos puntos de referencia. A un costado de aquella playa misteriosa, estaba, semienterrada, la fina nariz de Virginia Woolf. Yo pasaba un dedo ligero y delgado de adicto a la nicotina sobre el dorso de su bella y prolongada nariz; hermosa quilla inglesa sobre el mar y las olas de un estuario efervescente. Ella murmuraba una palabra con aliento de piedras y de algas; la dejaba caer sobre una huella de arena, una huella que se borraba mientras crecía adentro un sol de atardecer. Luego hundía su afilada nariz británica en un pequeño cráter y era mordida por  cangrejos que trataban inútilmente de roer aquella estructura alabastrina y prerrafaelita; pétrea y dulce nariz de brillo blanco.  

Aparecía de repente, cerca a una roca negra que no estaba muy lejos de aquel paisaje onírico, el cuello de Anna Ajmátova un cuello eslavo con pelusa de nutria y armiño, un cuello de hermosa y exquisita ave del paraíso. Yo adosaba mi oreja sobre aquella garganta que alguna vez había cantado y susurrado mientras caía la nieve detrás de la ventana y escuchaba allí un llanto, un miedo que se ahogaba. Entonces, miraba a sus hermosos ojos grises y enloquecía. Lloraba por haber visto aquella mirada de jilguero, de ave en su jaula;  esfinge de nieve y esmeraldas.

Ella besaba mi frente y yo muy triste, me alejaba por un camino hacia el litoral de una jungla. Una abertura vegetal bajo un disco de plata y diamantes.

Y era allí, en esa escena, donde cobraba protagonismo el sexo de Clarisse Lispector…era un sexo africano y brasileño, judío y melancólico, era un sexo con olores fuertes de bahía y ron de cañas dulces; sangre de peces volcánicos; un sexo en donde mi lengua trepanaba la herida de una soledad antigua. Desde esa perspectiva del amante embriagado, veía su boca y sus ojos entornados hacia el cielo;  luego, su cintura convulsa y su aleteo de paloma moribunda, sus dientes de perlas extraviadas y su fuego que quemaba y ardía como un sol desplomado; mordedura de un gran planeta sobre la tierra nevada que se abría y embestía contra la luna.

¿Por qué pierdes el tiempo con esas nórdicas de acentos pesados? ––me dijo––, esas amas de casa americanas ordinarias y de sexo teñido; esas eslavas de ojos de hielo. Ven acá y sabrás lo que es la poesía, lo que es una orquídea de las selvas del sur, ven acá, súmate a este candomblé montuno, a este ritual de santería.

Y entonces abrió sus labios negros y pude ver en su boca una palabra como un manglar, una adormidera; bejuco de ayahuasca sumergido en la rivera de un estanque mordido por pirañas; y luego, cuando había dejado a un lado su vestidito de secretaria, dejo ver, con cierto pudor, grabadas en sus brazos y pezones, la heridas; las pequeñas heridas que brillaban como luciérnagas de una noche profunda, un mar de cachaza dulce en su danza de tambores; un sueño de islas que se hundían y crepitaban bajo el fuego; una casa nimbada en lenguas de oro liquido que lamían su espalda y su cuello.

Abrazado a su voz, desfallecía.

Una voz que ya no se escuchaba, y luego nada…



Nada. Nada. Nada.


O.G.R.

Del libro:

“CUENTOS CORTOS PARA CARAS LARGAS”