miércoles, 26 de enero de 2011
"BOLEROS BRUTALES" Ángel Castaño Guzmán
Cinema-Verite
Examino las entrañas de la ventana en busca de una flor de vértigo. En la calle, sin prisa, desfilan maniquíes de quirúrgicos destellos, novilleros con astromelias en solapa y manos y enfermeras adictas a la adrenalina. Al filo de la aurora un clochard, conmovido por la pérdida de la cordura en borrascosas ecuaciones, muerde una botella de aguardiente Eva mientras un querubín con alas de guitarra prueba en carne propia la ley de la gravedad. En el edificio de enfrente el ángel de la guarda observa impávido la agilidad manual de la niña para sembrar incendios en la entrepierna. El poeta —libro muerto de frío en el regazo— mira el rostro de la nostalgia, fatigada en versos y rima perfecta para casi todo. El muro de la esquina sostiene la espalda de Jhony Delmas —cocuyo ardiendo en labios-— encargado del seguimiento de una Norma Jean venida a menos. Un jubilado —espesos lentes y tic de tristeza— llena las casillas del crucigrama con las nueve letras del nombre de un fantasma. La ciudad, pájaro de luces habitadas, anida en el vistazo, único aleph.
Anti-haiku
Mientras hacías las compras, querida, /violé un gualanday/. Descuida, gajes del oficio.
Pierre-Menard
El mundo necesita mi versión de los hechos.
Variación Tafur
El gato de porcelana dio un salto y huyó en mil direcciones.
Un cigarrillo en la boca
Me piden palabras para este agasajo brindado por amigos académicos. Le tengo pavor a la fálica forma del micrófono. Después de treinta años de trabajo literario, montones de hojas manchadas con pensamientos importantes en el instante —eso creí—, hoy tengo la simple convicción que ninguna frase arrancada al silencio conjuró a la mujer atascada en la punta del lápiz, intranquila palomita de miedo. Bueno, como de costumbre, estoy hablando de más —los adversarios, todos muertos, señalaron la incontinencia de mi Remington—. Gracias le doy a papá, dudó siempre del monopolio en la húmeda rosa náutica de mamá; a ella, bulto al que mis hermanos y yo asestamos golpes de boxeadores novatos; a Bibiana, salados pezones, crítica implacable de sonetos y lengüetazos; a Carmen, soldaditos de plomo arrojados al remolino del excusado; a los ojos de Nohemí, naos de amotinada tripulación; a García Lorca, maricón almidonado; a Rubén Darío, poemas escondidos en la chistera; a esta patria, el sueño de la revolución transformado en antifaz de la pesadilla; a las chapolas de arrabal, escondite disponible en cualquier momento. Nada importa. Al fin y al cabo, en los manuales soy dos fechas entre paréntesis.
Junio-Bruto
Hará pronto seis meses que su fortuna selló en combates con el azar. La encontró sobre la mesa de noche. Dos relámpagos de tinta: lo siento, no tuve escapatoria…
Los puntos suspensivos no dejan de asombrarme, piensa mientras el gabán en el respaldo de la silla pende. Enciende el enésimo pielroja de la noche; el humo espanta las chapolas en la garganta atoradas. La ciudad, finas pinceladas de neón sobre terciopelo negro, trajina indiferente. Detective reconocido en todos los rincones del planeta, huye de sabuesos de Scotland Yard. En este caso hay un elemento que enmaraña el método de investigación. El principal sospechoso de la muerte de Castaño G es un espejo, mastica las palabras. Pasa los dedos por el lomo de un gozque. Un tenue trazo carmín cruza, de un lado al otro, el cuello.
Judas
El hasta entonces desconocido Mark David Chapman unió con pólvora su destino al de la estrella de pop. Ese día Chapman, adicto a libros ocultistas, despertó con ingeniosa idea: esperar, oculto tras matorrales, el regreso de John al edificio Dakota y mostrarle su admiración al estilo de Wilkes Booth, Oswald y Roa Sierra. Chapman acarició el tibio vientre de la celebridad. Hay quienes copulan con páginas. Otros, lánguidas sombras recortadas contra el brillo de globos eléctricos, prefieren la pistola al adjetivo. Apenas la silueta cruce la ventana, conocerá mi pasión.
Caronte
No entiendo la prisa de la ambulancia, piensa la porrista —dos lágrimas florecidas— antes de trasponer las aduanas del espacio sin límites. El enfermero, vista fija en las bronceadas piernas, imagina faenas dignas de Justine. Un chispazo suaviza el rostro de Yahvé. Viajo hasta el fondo del diccionario, en la boca un conjuro a los pájaros de la noche.
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