jueves, 2 de julio de 2020

BUROCRACIAS NARANJAS Y FAVORITISMOS








BUROCRACIAS NARANJAS Y FAVORITISMOS EN PANDEMIA

(Por: Omar García Ramírez)



En alguna oportunidad, hace muchos años, esperé media hora para poder entrar a las dependencias de un burócrata, de cuyo nombre no recuerdo ni las iniciales; cuando entré a aquella oficina que se ocupaba de labores relacionadas con la cultura; me di cuenta que aquel espacio estaba destinado a no más de cuatro escritorios; habían 12, cada uno ocupado por una persona que no estaba haciendo nada. Aparentaban hojear documentos, archivar cartas o revisar correspondencia, pero algo; el ritmo sincopado de un cuerpo colectivo ocupado en labores anodinas, delataba la inutilidad de aquellos oficios.

Iba por un documento, ninguno de los allí presentes, funcionarios fantasmas de la cultura, supo orientarme sobre lo que debía hacer. Salí de allí sin poder hacer la diligencia; pero con una certeza: La cultura en nuestros departamentos del eje cafetero, los conforman estructuras burocráticas que drenan, mediante los salarios de funcionarios inútiles, buena parte de los presupuestos destinados a otras labores de mayor brillo.

Como artista, sé por experiencia, que una de las cosas más difíciles de tratar en este camino de las artes, es con las instituciones burocráticas. Cualquier iniciativa en el campo de la cultura que tenga una proyección social, debe entrar a mediar con estas estructuras, en donde funcionarios, unos más mediocres que otros; unos más pagados de sí mismo que otros, toman las decisiones finales. No es el burócrata colombiano la expresión propuesta por Max Weber en una de sus categorías de poder o dominación con legitimación en el orden legal; funcionarios profesionales estructurados jerárquicamente, que establecen un puente relacional de autoridad, mediante una comunicación clara que facilite el trámite de intereses entre el estado y la sociedad. De ninguna manera.

Pero se deben hacer un par de aclaraciones:

El burócrata cultural, casi siempre un politiquero, sin conocimiento alguno de la gestión cultural; menos de los conceptos estéticos que conforman el corpus de la filosofía del arte, o de las prácticas artísticas; es puesto allí, por otro político de mayor peso, como una forma de pagar los favores de campaña. Una vez instalado, funge como pequeño déspota que tiene solo una consigna: rapiñar para sus amigos lo que queda del presupuesto de la cultura. Que políticos armen sus estrategias para controlar oficinas y despachos con el fin de administrar recursos para darlos a su copartidarios, es cosa harto conocida en Colombia, en donde se hace política, mediante todas las estratagemas legales y de la otras; solo con el objetivo de tomar el botín burocrático y repartir los favores. Entonces, se establece una mediación, un contrato, en donde la  relación entre el político y los presupuestos, pasa por las decisiones erradas o acertadas que quienes en última instancia ponen las firmas en los cheques. Como tal, se crea a través de ese funcionario interino, una aparente distancia profiláctica frente al tesoro. Y digo aparente, porque en nuestro sistema, no se mueve un contrato más o menos importante, sin que ese político que actúa desde la cúspide de la pirámide, lo ordene.

Esta práctica ya llevaba mucho tiempo, siendo el estilo preponderante de quienes se ocupan de de empresas populistas con el objetivo de ganar elecciones o llegar al poder. Pero, al igual que muchos ciudadanos, esperábamos que, algunas cosas hacia el futuro podrían cambiar; ciertas reformas enfocadas hacia lo social, lo participativo y la economía naranja de la que tanto se jactaba nuestro flamante presidente. Ahora, nos damos cuenta que las cosas no son así. Quienes hacemos labor sin estar en el roscograma, sabemos a qué atenernos y no esperamos nada de tales organigramas cleptocráticos; entendemos que allí se debe ir lo menos posible. Preferiblemente nunca. Pero,  para desgracia de los jóvenes artistas, que comienzan a despuntar en este medio difícil, sitiado por  grupúsculos enganchados fieramente a la contratación oficial, es como despertar en medio de un banquete de hienas.

Como artista desafecto del establecimiento, deploro que en tiempos de cuarentena, a los artistas, se les propongan unas dizque ayudas, mediante formularios extensos de preguntas que no tienen nada que ver con la labor artística a la que están dedicados;  y luego, de estos sorteos (ya que son sorteos de afinidades partidarias), si tienen la fortuna de ganar algo se les imponga todo tipo de obstáculos para reclamarlas. De tal manera que; los ínfimos recursos destinados a artistas, que no pueden ser reclamados por la tramitología burocrática, ultra ralentizada por la mordaza de la dictadura pandémica, serán puestos a buen recaudo para su posterior despilfarro. Toda una burla para los colectivos culturales que de buena fe tratan de aportar en medio de la crisis.

Pero volvamos al tema de las burocracias de la cultura, que es el que me llevó a escribir estas notas.

Estructuras y organigramas, que no solo usufructúan más del 70% de los presupuestos de la cultura mediante la empleomanía de sus adláteres; sino que, de alguna manera, se organizan para, mediante favoritismos de todo tipo, entregar millones cada año a unos pocos; los de su feudo, los áulicos de su partido, los cortesanos armados con cepillos  de cerdas prestos para sacudir las solapas de los dueños de los directorios; los gestores culturales de medio pelo que pasan más tiempo en los pasillos de las secretarías, que en sus estudios. Aquellos que cada año se reparten el botín, y cuadran comisiones, para pintar un platanal o un cafetal sobre un muro semiderruido. Uno más de los cientos que ya tenemos pintados a todo lo largo y ancho de nuestra geografía, con pinturas de mala calidad en los muros de la ciudad; paisaje cultural cafetero que ha encontrado una veta en el muralismo de cosecha y la ornitología sobre mampostería de cemento. Como si no fuera posible, para cualquier parroquiano de raigambre o visitante ocasional, levantar la vista y ver, a unos pocos metros de nuestra ciudades, paisajes vitales, agrestes, nativos, feraces de platanales y cafetales.

Como artista independiente, doy mayor valor artístico a un grafiti pintado en cuasi clandestinidad por un joven de una barriada periférica,  que a ciertos murales de postal. Al menos hay arte y expresión autentica y no, la aburrida  fotografía de plantilla sacada de un cromo de chocolatinas Jet.

Entonces nos damos cuenta que, estas estructuras burocráticas, financian la morralla pictórica, el adefesio escultural urbano; se enquistan allí, para tomar el presupuesto total. Es decir, no solo toman el botín burocrático, posando flamantes culos del funcionarato del rebaño, sino que con su equipo se encargan de esquilmar lo poco que queda para los creadores de nuestra región. Infamia por partida doble. No hablo de toda la estructura del aparato burocrático, existen funcionarios de carrera, honestos y competentes que hacen bien su labor, pero que al trabajar dentro de estas dinámicas, ven comprometida su labor, y de paso sus traseros también.

Con las recientes denuncias aparecidas en “El Quindiano”. (Fruto de los esfuerzos de un equipo investigador que, en forma seria y contundente, ha venido mostrando los hipervínculos a documentos concretos) Se demuestra como ciertas personas y ciertos colectivos tienen derechos de contratación millonarios que prevalecen sobre el resto de los de la comunidad. Seguramente, aquellos personajes, estos colectivos de bolsa pública, no tuvieron que cumplir tramitologías eternas, ni llenar formularios absurdos. Ellos solo tiene que pasar a cuadrar los porcentajes: Esos “que van por oscuros ministerios haciendo la parodia del artista” de los que hablara Fito Páez en su canción “A un lado del camino”.

Escribía Jaime Meza, en Letras Libres revista mexicana:
“Una oficina de gobierno (de cualquier índole) es un microcosmos del país.” Y más adelante… “Durante mucho tiempo estuve convencido de que la simbiosis entre artista y burócrata era el gran secreto. He visto a artistas resolver un oficio en media hora y concebir un eje rector e imagen de una escuela de escritura en minutos. Y he visto a burócratas completar sin problemas una planificación de presupuestos y lanzar ideas del “festival de la tortilla literaria” como si fueran enchiladas. Ahora no sé bien en qué momento debe introducirse lo creativo.1

Un liderazgo con visión de región y con ánimos de aportar a la cultura en época de crisis; es necesario. Pero brilla por su ausencia. En tiempos de control bio político, en donde los directores y administradores de estos despachos, deberían ser más proactivos, equitativos, trasparentes en defensa de  los  recursos destinados a las artes y la cultura. Se necesitan liderazgos de funcionarios que entiendan que la cultura de turismo y espectáculo ya no será la prioridad, ya que su preponderancia se ha debilitado. Los tiempos están cambiando; se requiere de una cultura que de posibilidades creativas y constructoras de tejidos sociales, a cientos de jóvenes y niños que nacen en medio de la miseria y la falta de oportunidades. Estos liderazgos no están presentes, estos burócratas de carrera con mística de servicio no aparecen. Todo lo contrario. Se hace más obvio, que algunos están allí, no por vocación de servicio a la cultura, sino por intereses espurios y claramente antiéticos.

Santi Erazo Beloki, escritor vasco, escribe en su blog un interesante artículo: política burocracia y gestión cultural.
Transcribo uno de sus apartes:
“…El trabajo burocrático, no importa cuán provisorio ni nimio sea, implica ahora la realización de otros metatrabajos: monitoreo inagotable, múltiples informes, hojas de ruta de todo tipo, declaraciones de principios, confección de registros, inventario de objetivos y metas, evaluaciones permanentes, aumento de contadores, examinadores, auditores y demás, que conllevan una constante postergación de las decisiones e incomprensibles retrasos en la ejecución de las acciones previstas. En teoría, se supone, para garantizarnos la calidad del servicio y ejercer mejor el control democrático, incluso al precio de aplastar la paciencia de cualquiera, paralizar la innovación social y política, impedir la transformación institucional y, derivando recursos hacia esa parafernalia burocrática y retrayéndolos de otros fines prácticos, por supuesto, elevar los costes de la administración.”2

Pero mientras en España, todo esto que agrega peso al aparataje burocrático, logra hasta cierto punto más claridad (no mucha, pero si marca diferencia): aquí, ese mismo despliegue de operaciones tercerizadas, solo agrega opacidad. No transparencia. Ya que aquí no se da una planificación orgánica con visión de futuro; en Colombia se da una improvisación caótica con características de arbitrariedad consensuada. Entre burócratas, políticos y algunos artistas integrados a la estructura de favoritismos.

El sociólogo alemán Robert Michels, quien fuera  discípulo de Weber. Estudió con profundidad las tendencias anti democráticas en el interior de las organizaciones burocráticas, tanto en el seno de las corporaciones públicas, como privadas. Y propuso la famosa ley de hierro de Michels que podemos formularla más o menos así: en toda organización burocrática, por muy democrática que sean sus intenciones, sus estatutos, la sociedad que la engloba, termina emergiendo una élite que utiliza los recursos disponibles en la organización para autoperpetuarse en el poder. Tan convencido esta Michels de lo inevitable del surgimiento de esta pequeña cofradía mutual, que lo expresó en forma de ley, como si de física se tratara. En Colombia ese funcionarado (estudiado por el teórico alemán y enfocado sobre todo a sociedades modernas occidentales);  es de hierro colado y maleable, ya que con la precariedad y celeridad que se da en los cambios políticos y burocráticos del trópico platanero; se amolda fácilmente, entra con serrucho afilado, cuchillo pirata encajado entre dientes y afán, ya no de perpetuarse, sino de generar una política de tierra quemada, tierra arrasada y lo que sabemos, pillaje a fondo.

Ante todas estas circunstancias, Una veeduría cultural y ciudadana permanente, se impone y es necesaria. En tiempos en donde estos funcionarios inescrupulosos, hacen lo que se les viene en gana con recursos que son de toda la ciudadanía. Una veeduría en donde cada seis meses y mediante derechos de petición, se pidan los informes presupuestales, los balances de rigor que nos den claridad sobre de sus sistemas de contratación. Una veeduría cultural, que proponga que entidades y artistas que hayan superado ciertos límites presupuestales de contratación, queden excluidos ipso facto de futuras contrataciones, para permitir un juego democrático en las formulaciones de los proyectos y que, entidades culturales que desde hace lustros vienen esquilmando los presupuestos, queden sujetas a una normativa más severa para impedir que se sigan dando estos desmanes. Sin estos requerimientos urgentes, de una normatividad estricta, será imposible dar una proyección social más amplia a las artes y la cultura en nuestro departamento. También propongo un Foro Departamental por la Cultura, en donde todos los actores culturales, las ONG, los colectivos de tradición y los nuevos; presenten propuestas creativas tendientes a lograr una imbricación de la cultura y la ciudadanía mediante proyectos de impacto social, especialmente enfocado a la juventud y la niñez de nuestro departamento.

Para terminar:
Como artista, no puedo más que expresar y reiterar mi asombro, frente a las recientes convocatorias por parte de la secretaria de cultura municipal, en donde dan unas limosnas a los creadores de nuestro departamento, y que, como dice claramente el informe de El Quindiano, no corresponde sino al 7% del total de los presupuesto ejecutados. (Aclaro, que no he participado de anteriores convocatorias, ni participé de las mencionadas convocatorias para ayudas. Tampoco he sido beneficiario de proyectos culturales municipales de ninguna índole); pero artistas amigos y cercanos; jóvenes creadores, que pasaron proyectos y los ejecutaron en virtualidad, todavía no han recibido esos dineros. Me pregunto: ¿deberán esperar un año para poder recibir estas irrisorias sumas? o ¿tendrán que entrar a negociar canonjías con la estructura corrupta y larvada, que rige las operaciones de estas corporaciones? Definitivamente, Espero que, aires más frescos y menos enrarecidos, puedan crear un clima de creación; sobre todo, con respeto para los artistas del Quindío.

Entonces… o hacemos cultura en democracia, en tiempos difíciles, donde la solidaridad,  la equidad más la transparencia, priman como condiciones para salir de la crisis. O seguimos haciéndole el juego a esta política cultural, sin principios y a la administración sin escrúpulos de los recursos de la cultura. Propongo una actitud crítica frente a estas prácticas que ya son comunes y al uso desde hace decenios. Como creadores, debemos convocar a una revisión total de esos postulados.

Existe una generación de jóvenes artistas, por los que hablo hoy; que no tienen la experiencia en estos juegos de bazar y vodevil, una generación, que requiere juego limpio y reglas claras de contratación ciudadana, una generación de jóvenes artistas quindianos que buscan espacios de expresión; por ellos y para ellos escribo esta nota.

El acceso a los recursos de la cultura, de la salud y de la educación constituyen un derecho inalienable de la ciudadanía. Y el arte enfocado a lo social, es algo que va más allá, de administrar cosas para los amigos. O se es animador del espectáculo en la esfera pública, o se entra a cuestionar la franquicia política que usufructúa la bolsa presupuestaria de los impuestos. Hablo como artista que ha escogido un camino de exploración del arte, como reserva de libertad e independencia; que considera  que en estos tiempos de confinamiento social, de control bio político, el arte y la cultura nos dan un aire de libertad interior y de fortaleza espiritual.  Pero también, como ciudadano que, quiere saber por qué, unos presupuestos que deberían estar destinados a la juventud y los niños de nuestro departamento, se han convertido en el botín de depredadores organizados y estructurados como sociedades anónimas, bajo la sombra de gamonales políticos.





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