martes, 18 de septiembre de 2007

LA VISION DE ANTONIN ARTAUD


LA VISION DE ANTONIN ARTAUD
(Sierra Tarahumara, México 1936)

Eran rocas
febriles y pálidas
rocas de cicatrices plúmbeas
como poemas revelados bajo una luz de fósforo mineral;
rocas que hacían de mi senda,
no lo creado por un Dios
Si no... el temor de lo no creado por los hombres,
lo no tocado por el tiempo;
huellas de pasos ya fosilizados,
animales pesados
que se habían enfrentado en estos cañones desérticos...

Animales furiosos de pieles húmedas
y estructuras poderosas.

Luego
los moradores de una raza antigua
habían tallado estrellas, petrificado soles,
triángulos rojos
con las piedras de la corona de los rebeldes calcinados.
Cuencas de meteoros ciegos.
Heridas con la espada de la estrella.

Sabía que al llegar a la aldea Tarahumara
tostado por el sol y el viento despiadado de la
sierra mexicana,
una sonrisa de temida libertad,
júbilo de bestia armónica
cantaría como una cascada fresca en mi espíritu.

Una niña de dulce mirada
recibió con ternura mi agotamiento y calmó la
ansiedad de ese largo viaje, con un cuenco de agua en donde el cielo temblaba.
Hablé con el Chaman de la comunidad;
un anciano de frente cuarteada y ojos profundos
como un lago de montaña.
Durante las tardes paseamos por los
alrededores del pueblo
conversando en un rudimentario español sobre
mi preparatoria iniciática.
Respiré el cálido y puro aire de esos días
mientras fortalecía mi cuerpo con ejercicios
solares y antiguos
como: golpear con las palmas de las manos
ciertos puntos de mi cuerpo,
durante horas enteras;
o permanecer
con los brazos en la posición de quien
desea alcanzar una estrella.
Ejercicios que exigían todas mis fuerzas
en un empeño de conocimiento misterioso.

Después me sometí
a un ayuno prolongado
y fui sintiendo una embriaguez de ave ligera,
águila sobrevolando un desierto de arcillas terracotas.
Llegado el esperado día
bebí de una fuente negra
y me embriagué en el sagrado zumo de las flores del cactus.
Me retire solitario a una cueva
donde el Chaman me ordenó esperar
la presencia de Nahuatl;
allí yo era un coyote y la luna me enamoraría
con refinadas
artes de doncella oriental.
Comía setas y bayas azules dispuestas sobre
escudillas de cerámica ritualizada;
sobre la arena del suelo
-elaborada con ramitas de pino- una geométrica figura
de dos triángulos opuestos ligados por una rama al centro
(el árbol de la vida que pasa por el centro de la realidad)
Observaba criaturas de fuego
que danzaban
sobre una hoguera donde crepitaba el oro.

El chaman me había advertido sobre los
peligros del sendero:
“Para procurar los “ayudas”, es mejor no seducir
a los elementales….
Dominarlos serenamente en su medio,
es tu objetivo.
El cactus peyote, te da sólo lo que vibra en ti y
por ti se manifiesta,
y es, ésta observación y lucha lo que te da la fuerza”.


**********

El tiempo fluía lento como un río
otras veces cual rítmico y pesado tambor
cuero de cabra al mediodía...
Entendí que esta presencia se hacia piel de tierra,
cuando en las paredes de la gruta
aparecieron símbolos rojos y negros
y las piedras comenzaron a destilar un calor de sol herido.
Y apareció como una energía que no decaía,
que lo arrollaba todo con la fuerza de un torrente
lava-hirviente.
Aleteo de pájaros excitados en la noche,
una gran víscera de Dios olvidado,
herida de guerrero no cicatrizada;
oleada de bisontes rojos sobre la pradera;
puñal de ónix en mi garganta,
vegetal multicolor y venenoso
inundándome las venas, quemándome el cerebro.
Una deidad moraba obscura en mí
con su cara de lagarto pétreo
devoraba, una a una, mis palabras.
Mezclaba su sangre de lianas secas con mi sangre de arena
Y era él, …
El demonio de la tribu.
La historia de su muerte y la sombra de su guerra,
entonces grité
y mi lamento se extendió
sobre la nocturna sierra.

O.G.R.
del poemario
"SOBRE EL JARDIN DE LAS DELICIAS Y OTROS TEXTOS TERRENALES".1993