"INSULTOS AL PÚBLICO"
(1966)
(PETER HANDKE)
Escuchar las letanías en las iglesias católicas. Escuchar los exhortos e invectivas del público durante un partido de fútbol.
Hacer girar libremente la rueda de una bicicleta, seguir el ruido de los radios desde su punto de unión, y observar cómo se ralentiza su movimiento desde el cubo de la rueda. Escuchar el arranque y la parada de una hormigonera. Escuchar las intervenciones del público a lo largo de un coloquio. Escuchar el trasiego de trenes en una estación. Escuchar el hit-parade de Radio Luxemburgo. Escuchar a los traductores simultáneos de las Naciones Unidas. Escuchar el diálogo del jefe de la banda (Lee J. Cobb) con la chica, en la película «La caída de Tulla», cuando ésta le pregunta al jefe cuántos hombres pretende eliminar, a lo que el jefe de la banda responde, reclinándose en su silla: «¿cuántos me quedan aún?». Observar al jefe de la banda en este momento. Ver las películas de los Beatles. Observar, en la primera de ellas, la cara sonriente de Ringo Starr cuando, poco después de ser burlado por sus compañeros, se sienta en la batería y comienza a tocar el tambor.
Ver la mirada de Gary Cooper en la película «El hombre del Oeste».
Ver, en la misma película, la muerte del mudo, quien, con una bala en el cuerpo atraviesa tambaleándose el pueblo desierto y lanza un grito desgarrador.
Ver, en la misma película, la muerte del mudo, quien, con una bala en el cuerpo atraviesa tambaleándose el pueblo desierto y lanza un grito desgarrador.
Observar, en el zoo, los monos que imitan a los hombres y las llamas que escupen como ellos.
Observar el comportamiento de los vagos e inútiles que deambulan por las calles y juegan en las máquinas tragaperras.
Al entrar en la sala, los espectadores encontrarán el ambiente habitual que precede al estreno de un espectáculo. Entre bastidores podría simularse un gran alboroto, o un trasiego estrepitoso que se oyera desde la sala. Podría, por ejemplo, arrastrarse una mesa de un lado a otro del escenario, o tirar sillas desde el lateral izquierdo al derecho. Habría que hacerlo de tal manera que los espectadores de las primeras filas pudiesen oír las instrucciones dadas en voz baja por el regidor y la charla de los maquinistas detrás del telón. A tal efecto podría utilizarse una grabación realizada durante el montaje de una escenografía de otra obra. Los ruidos saldrán así amplificados por los altavoces. Es preciso clasificar los ruidos con el fin de conseguir un cierto orden, de encuadrarlos dentro de unas normas. El ambiente de la sala debe ser asimismo objeto de especiales cuidados: los acomodadores realizarán un esfuerzo especial y pondrán una extremada cortesía en el cumplimiento de sus funciones. Reducirán en la medida de lo posible sus habituales cuchicheos y, en general, perfeccionarán su estilo. Este refinamiento debe extenderse a todo. Los programas de mano estarán confeccionados con una elegancia especial. No hay que olvidar las campanillas que anuncian el comienzo del espectáculo. Se oirán intermitentemente, a intervalos cada vez más breves. La luz se irá apagando progresivamente y con la mayor lentitud posible. La actitud de los acomodadores que cierren las puertas llevará el sello de una gravedad especial, aunque esto no debe interpretarse como un gesto simbólico. No estará permitida la entrada una vez comenzada la representación. Tampoco tendrán acceso a la sala aquellos espectadores cuyo aspecto no sea el adecuado. Esta noción de aspecto debe interpretarse en el más amplio sentido de la palabra. Nadie deberá llamar la atención, ni resultar chocante su forma de vestir. Los hombres irán rigurosamente de oscuro, con camisa blanca, y corbata poco llamativa. Las señoras evitarán en la medida de lo posible los colores chillones. No se despacharán localidades de pie. Una vez cerradas las puertas y apagada la luz, el silencio se restablecerá detrás del telón. Un mismo silencio reinará sobre sala y escenario. Las miradas de los espectadores convergerán por un momento en el telón, que se mueve casi imperceptiblemente: un objeto se habrá deslizado rápidamente a lo largo del terciopelo. El telón se inmoviliza, y, transcurridos unos instantes, se eleva lentamente. Con el escenario abierto, surgen del fondo los actores y se dirigen hacia la embocadura. No encontrarán obstáculos, la escena está vacía. Su modo de andar no tiene nada de particular. Tampoco su forma de vestir. La luz va subiendo sobre el escenario y la sala a medida que se acercan a los espectadores. La claridad es la misma en una y otra zona. Es una luz que no deslumhra. Es la luz propia del final de un espectáculo. Esta misma luz permanecerá invariable a lo largo de toda la obra, tanto en la sala como en el escenario. Mientras se dirigen al proscenio los actores no miran al público. Sus palabras no van dirigidas al auditorio. En realidad para los actores el público no ha llegado aún. Primero, simplemente mueven los labios. Luego, poco a poco, sus palabras se han hecho perceptibles y, finalmente, se expresan en voz alta. Sus insultos se entrecruzan. Hablan todos a la vez. Se quitan las palabras de la boca. Uno dice lo que el otro está a punto de decir. Hablan todos a la vez. Todos dicen a un tiempo palabras distintas. Repiten las mismas palabras, elevan la voz. Gritan. Intercambian sus frases. Finalmente, se detienen todos en la misma palabra. La repiten a coro. Dicen, por ejemplo (sin alterar el orden): «Caricaturas, marionetas, bóvidos, cabezas de tocino, cascadores, caras de rata, papamoscas.» Es preciso conservar una cierta unidad en el relato. No hay sin embargo que poner intención en las palabras. Los insultos no son dirigidos a nadie en particular. No hay que atribuirle un significado a la forma de hablar. Los actores han llegado al proscenio antes de acabar su letanía de insultos. Se colocan en fila, pero no de forma ordenada. Tampoco están inmóviles, se mueven de acuerdo con las palabras que pronuncian. Miran al público sin mirar a ningún espectador en particular. Por un momento se callan. Se concentran. Después, comienzan a hablar. El orden de intervenciones debe dejarse a su propia elección. Todos ellos van a representar un papel prácticamente idéntico.
Al entrar en la sala, los espectadores encontrarán el ambiente habitual que precede al estreno de un espectáculo. Entre bastidores podría simularse un gran alboroto, o un trasiego estrepitoso que se oyera desde la sala. Podría, por ejemplo, arrastrarse una mesa de un lado a otro del escenario, o tirar sillas desde el lateral izquierdo al derecho. Habría que hacerlo de tal manera que los espectadores de las primeras filas pudiesen oír las instrucciones dadas en voz baja por el regidor y la charla de los maquinistas detrás del telón. A tal efecto podría utilizarse una grabación realizada durante el montaje de una escenografía de otra obra. Los ruidos saldrán así amplificados por los altavoces. Es preciso clasificar los ruidos con el fin de conseguir un cierto orden, de encuadrarlos dentro de unas normas. El ambiente de la sala debe ser asimismo objeto de especiales cuidados: los acomodadores realizarán un esfuerzo especial y pondrán una extremada cortesía en el cumplimiento de sus funciones. Reducirán en la medida de lo posible sus habituales cuchicheos y, en general, perfeccionarán su estilo. Este refinamiento debe extenderse a todo. Los programas de mano estarán confeccionados con una elegancia especial. No hay que olvidar las campanillas que anuncian el comienzo del espectáculo. Se oirán intermitentemente, a intervalos cada vez más breves. La luz se irá apagando progresivamente y con la mayor lentitud posible. La actitud de los acomodadores que cierren las puertas llevará el sello de una gravedad especial, aunque esto no debe interpretarse como un gesto simbólico. No estará permitida la entrada una vez comenzada la representación. Tampoco tendrán acceso a la sala aquellos espectadores cuyo aspecto no sea el adecuado. Esta noción de aspecto debe interpretarse en el más amplio sentido de la palabra. Nadie deberá llamar la atención, ni resultar chocante su forma de vestir. Los hombres irán rigurosamente de oscuro, con camisa blanca, y corbata poco llamativa. Las señoras evitarán en la medida de lo posible los colores chillones. No se despacharán localidades de pie. Una vez cerradas las puertas y apagada la luz, el silencio se restablecerá detrás del telón. Un mismo silencio reinará sobre sala y escenario. Las miradas de los espectadores convergerán por un momento en el telón, que se mueve casi imperceptiblemente: un objeto se habrá deslizado rápidamente a lo largo del terciopelo. El telón se inmoviliza, y, transcurridos unos instantes, se eleva lentamente. Con el escenario abierto, surgen del fondo los actores y se dirigen hacia la embocadura. No encontrarán obstáculos, la escena está vacía. Su modo de andar no tiene nada de particular. Tampoco su forma de vestir. La luz va subiendo sobre el escenario y la sala a medida que se acercan a los espectadores. La claridad es la misma en una y otra zona. Es una luz que no deslumhra. Es la luz propia del final de un espectáculo. Esta misma luz permanecerá invariable a lo largo de toda la obra, tanto en la sala como en el escenario. Mientras se dirigen al proscenio los actores no miran al público. Sus palabras no van dirigidas al auditorio. En realidad para los actores el público no ha llegado aún. Primero, simplemente mueven los labios. Luego, poco a poco, sus palabras se han hecho perceptibles y, finalmente, se expresan en voz alta. Sus insultos se entrecruzan. Hablan todos a la vez. Se quitan las palabras de la boca. Uno dice lo que el otro está a punto de decir. Hablan todos a la vez. Todos dicen a un tiempo palabras distintas. Repiten las mismas palabras, elevan la voz. Gritan. Intercambian sus frases. Finalmente, se detienen todos en la misma palabra. La repiten a coro. Dicen, por ejemplo (sin alterar el orden): «Caricaturas, marionetas, bóvidos, cabezas de tocino, cascadores, caras de rata, papamoscas.» Es preciso conservar una cierta unidad en el relato. No hay sin embargo que poner intención en las palabras. Los insultos no son dirigidos a nadie en particular. No hay que atribuirle un significado a la forma de hablar. Los actores han llegado al proscenio antes de acabar su letanía de insultos. Se colocan en fila, pero no de forma ordenada. Tampoco están inmóviles, se mueven de acuerdo con las palabras que pronuncian. Miran al público sin mirar a ningún espectador en particular. Por un momento se callan. Se concentran. Después, comienzan a hablar. El orden de intervenciones debe dejarse a su propia elección. Todos ellos van a representar un papel prácticamente idéntico.
Señoras, señores, bienvenidos.
Esta obra es un prólogo.
No oirán aquí esta noche nada que no hayan oído ya.
No verán nada que no hayan visto ya.
Pero no verán lo que siempre se les muestra en un escenario.
No oirán lo que están acostumbrados a oír.
Van a oír todo lo que hasta hoy han podido oír en el teatro.
Van a oír todo lo que hasta hoy no han podido oír en el teatro.
Lo que esta noche les vamos a mostrar no es un espectáculo.
A decir verdad se arriesgan a no saciar su apetito.
Lo que van ustedes a ver no es una obra de teatro.
Esta noche no se representa una comedia.
Se les va a mostrar un espectáculo en el que no hay nada que ver.
Ustedes esperan algo.
Ustedes esperan quizás algo diferente.
Ustedes esperan seguramente una bella historia.
Ustedes no esperan seguramente una bella historia.
Ustedes esperan ver un determinado ambiente.
Ustedes esperan descubrir otro mundo. Ustedes no esperan descubrir otro mundo. En cualquier caso, ustedes esperan algo. ¿Quién sabe? Quizás ustedes se esperaban esto. Pero incluso así, ustedes esperaban otra cosa.
Ustedes esperan descubrir otro mundo. Ustedes no esperan descubrir otro mundo. En cualquier caso, ustedes esperan algo. ¿Quién sabe? Quizás ustedes se esperaban esto. Pero incluso así, ustedes esperaban otra cosa.
Están ustedes sentados en hileras. Forman un auténtico muestrario. Están colocados en un determinado orden. Todos miran en una determinada dirección. Sentados a distancias iguales unos de otros. Constituyen un auditorio. Forman una perfecta unidad. Son un público sentado en un teatro. Ustedes piensan libremente. Cada cual tiene sus pensamientos. Ustedes nos ven y nos oyen hablar. Sus alientos se confunden. Sus alientos se mezclan con los nuestros cuando nosotros hablamos. Ustedes y nosotros formamos poco a poco una misma cosa.
Ustedes no piensan. Ustedes no piensan en nada. Nosotros pensamos por ustedes. Ustedes no aceptan que pensemos por ustedes. Ustedes quieren permanecer objetivos. Sus pensamientos son libres. A decir verdad, nosotros nos colamos insidiosamente en sus pensamientos. Ustedes no tienen intenciones ocultas. A decir verdad, nosotros nos colamos insidiosamente en sus intenciones ocultas. Ustedes no piensan ya por sí mismos. Ustedes escuchan. Ustedes se dejan invadir. Ustedes no se dejan invadir. Ustedes se niegan a pensar. Sus pensamientos no son libres. Están ustedes prisioneros.
Ustedes nos observan mientras les hablamos. Ustedes no nos observan. Ustedes son observados. Ustedes están indefensos. Ustedes no están ya en la postura cómoda del espectador sentado en la oscuridad. Nosotros tampoco estamos en la postura incómoda del actor cegado por las luces que se enfrenta al negro abismo. Ustedes no son espectadores. Ustedes observan y pueden ser observados. Ustedes y nosotros formamos, poco a poco, una sola y misma cosa. En cierta medida, en vez de decir «ustedes» podríamos también decir «nosotros». Estamos bajo el mismo techo. Formamos una pequeña sociedad secreta.
Ustedes no nos escuchan. Ustedes nos escuchan. Ustedes no son ya el oyente que escucha al otro lado del muro. Nosotros les hablamos sin violencia. Nuestras palabras no chocan violentamente con sus miradas. Aquí no se les trata con menosprecio. Aquí no se les trata como a simples interlocutores. Ustedes no tienen que juzgarnos desde abajo, como contemplan las ratas a los pájaros.
Ustedes no tendrán que representar el papel de arbitro. No les vamos a tratar como espectadores a los que se les habla de vez en cuando. Esta noche nosotros no actuamos. Nosotros no salimos de un personaje para dirigirnos a ustedes. No necesitamos recurrir a la ilusión para intentar desilusionarles. No les mostramos nada. No actuamos la Fatalidad. No actuamos la Quimera. Esto no es un reportaje. No es lo que se llama teatro-documento. Esto no es un trozo de vida. Nosotros no les narramos nada. No estamos inmersos en una acción. No representamos ningún papel. No tenemos nada que ofrecerles. No pretendemos mistificarlos. Les hablamos sencillamente. Jugamos a hablarles. Cuando decimos «nosotros», estamos diciendo también «ustedes». No pretendemos representar su situación. Ustedes no pueden reconocerse en nosotros. Nosotros no actuamos una situación. Ustedes no tienen que sentirse involucrados. Esto no es un espejo que gentilmente les ofrecemos. No es de ustedes de quien se trata. Simplemente se dirige a ustedes. Podría dirigirse a ustedes. Si ustedes no lo aceptan, el tiempo les parecerá una eternidad.
Ustedes no nos escuchan. Ustedes nos escuchan. Ustedes no son ya el oyente que escucha al otro lado del muro. Nosotros les hablamos sin violencia. Nuestras palabras no chocan violentamente con sus miradas. Aquí no se les trata con menosprecio. Aquí no se les trata como a simples interlocutores. Ustedes no tienen que juzgarnos desde abajo, como contemplan las ratas a los pájaros.
Ustedes no tendrán que representar el papel de arbitro. No les vamos a tratar como espectadores a los que se les habla de vez en cuando. Esta noche nosotros no actuamos. Nosotros no salimos de un personaje para dirigirnos a ustedes. No necesitamos recurrir a la ilusión para intentar desilusionarles. No les mostramos nada. No actuamos la Fatalidad. No actuamos la Quimera. Esto no es un reportaje. No es lo que se llama teatro-documento. Esto no es un trozo de vida. Nosotros no les narramos nada. No estamos inmersos en una acción. No representamos ningún papel. No tenemos nada que ofrecerles. No pretendemos mistificarlos. Les hablamos sencillamente. Jugamos a hablarles. Cuando decimos «nosotros», estamos diciendo también «ustedes». No pretendemos representar su situación. Ustedes no pueden reconocerse en nosotros. Nosotros no actuamos una situación. Ustedes no tienen que sentirse involucrados. Esto no es un espejo que gentilmente les ofrecemos. No es de ustedes de quien se trata. Simplemente se dirige a ustedes. Podría dirigirse a ustedes. Si ustedes no lo aceptan, el tiempo les parecerá una eternidad.
Ustedes no viven realmente. Ustedes no participan. Ustedes no cumplen. Ustedes no viven una aventura. Ustedes no viven nada de nada. Ustedes no imaginan nada. No es preciso que se imaginen algo. No hagan ninguna suposición. No es preciso que ustedes sepan que esto es un escenario. No es preciso que ustedes esperen nada. No se inclinen hacia adelante llenos de expectativas. Olviden totalmente lo que aquí ocurre. Nosotros no contamos ninguna anécdota. Ustedes no van a ser embarcados en ningún acontecimiento. Esta noche, ustedes no juegan. Esta noche se juega con ustedes. Un simple juego de palabras.
Esta noche no se da en el teatro lo que es del teatro. Esta noche, ustedes no obtendrán nada a cambio de su dinero. No podrán satisfacer su curiosidad. De nosotros no saltarán chispas. No habrán crujidos ni tensiones. No habrá suspense. Estas tablas, no representan el mundo. Forman parte del mundo. Estas tablas están aquí solamente para sostenernos. Este mundo no es diferente del suyo. Ustedes han dejado de ser simples mirones. Son el objeto de nuestro diálogo.
Nada se les oculta. No ven ante ustedes paredes oscilantes. No escuchan el ruido sospechoso de una puerta que se cierra. No oyen gemir el sofá. No ven aparecer a nadie. Ustedes no perciben ninguna imagen. Ustedes no ven siquiera el esbozo de una imagen.
Ningún fantasma. Ustedes no perciben la imagen del vacío. El vacío de este escenario no es el símbolo de otro vacío. El vacío de este escenario no significa nada. Este escenario está vacío porque la presencia de objetos nos delataría. Está vacío porque todo objeto sería superfluo. Este escenario no representa otro vacío. Simplemente está vacío. Ustedes no ven en él objetos que imitan a otros objetos. Sombras que imitan a otras sombras. Claridad que imita otra claridad. Luz que imita a otra luz. Ruidos que imitan otros ruidos. Decorado que imita a otro decorado. El tiempo que ustedes viven no es la imitación de otro tiempo. Sobre el escenario en que nosotros estamos, el tiempo es el mismo que entre ustedes. Nuestra hora local es la misma. Estamos en el mismo paralelo. Respiramos el mismo aire. Estamos en el mismo lugar. Aquí arriba, el mundo no es diferente que entre ustedes. La embocadura no es una frontera. Aquí no hay círculos invisibles. No hay círculos mágicos. Aquí no hay lugar para el teatro. Nosotros no actuamos. Nos encontramos todos juntos en el mismo lugar. La barrera no se ha roto, no deja filtrar nada, no existe. Ustedes y nosotros no estamos separados por un cinturón de rayos. No somos accesorios que se ponen en movimiento automáticamente. No somos la representación de nada. No seguimos indicaciones de un director de escena. No hemos pedido figurar a cualquier precio. No llevamos seudónimo. El latido de nuestros corazones no remeda otros latidos. Nuestros gritos no remedan otros gritos. Nosotros no surgimos de un papel. No somos personajes. Nosotros somos nosotros. Lo que nosotros pensamos no tiene necesariamente que coincidir con lo que piensa el autor.
La luz que nos alumbra no tiene un significado particular. Ni siquiera las ropas que llevamos tienen un significado particular. No dicen nada. No resaltan. No significan nada en particular. No han sido escogidos para darles a ustedes una idea de época, clima, estación o grado de latitud. No hay ningún motivo para haber escogido éstas y no otras. No tienen función alguna. Ni siquiera nuestros gestos tienen ninguna función que pueda informarles. Esto no es el teatro del mundo.
No somos cómicos. No hay previsto ningún objeto con el que eventualmente podamos tropezar. Si las cosas revelan a veces cierta maldad, es por puro azar. En esta obra no juegan objetos simulados, porque nosotros no jugamos con ellos. Los objetos no están hechos para girar a nuestro alrededor, sin embargo giran a nuestro alrededor. Si ustedes nos ven tropezar, piensen que lo hacemos involuntariamente. Sin premeditación. Quizás a causa de nuestras ropas. Si nuestras caras resultan ridículas, es también sin premeditación. Simplemente, no tenemos otras. Si alguno de nosotros se equivoca, y ustedes ríen esa equivocación, piensen que ha sido involuntariamente. Si alguno de nosotros tartamudea, tar-tarmudea sin querer. Si alguno de nosotros deja caer un pañuelo, es pura torpeza, no está previsto. Nada podemos hacer frente a la maldad de los objetos. No podemos utilizar palabras de doble sentido. O de varios sentidos. No somos payasos. No estamos en un circo. Ese sentimiento de potencia que se experimenta frente a la pista de un circo, a ustedes les está vedado. Tampoco tienen la suerte de observarnos por detrás, cosa siempre divertida. La comicidad de los objetos simulados, les está también vedada. Sólo tienen derecho a una comicidad, la de las palabras.
Esta noche, aquí se ridiculizan las posibilidades del Teatro. El dominio de esas posibilidades es limitado. El Teatro no desencadena. El Teatro encadena. Con nosotros, se comprende el destino en un sentido irónico. Nosotros no hacemos teatro. Nuestra comicidad no es delirante. Nosotros no provocamos una risa liberadora. El placer de actuar no existe para nosotros. Nuestro teatro no es una imagen del mundo. Tampoco lo es de la mitad del mundo. Nosotros no representamos dos mundos.
El tema de esta obra son ustedes. Ustedes son el centro de interés. Aquí no se trata de un tema, aquí se trata de ustedes. Esto no es un juego de palabras. Nosotros no tratamos de ustedes en tanto que individuos. Aquí, ustedes no están aislados. Ustedes no se distinguen unos de otros. Sus fisonomías se parecen. Ustedes no son un grupo de individuos. Ustedes no tienen nada de característico. No tienen destino. No tienen historia. No tienen pasado. No tienen experiencia de la vida. Todo lo más tienen experiencia del teatro. Ustedes tienen un «no sé qué». Ustedes son espectadores. Son un tipo de espectadores. No tienen personalidad. No son singulares. Son plurales. (No existen en singular, sólo existen en plural.) Sus caras miran todas en la misma dirección. Están sentados en hileras. Sus oídos perciben todos la misma cosa. Ustedes son un acontecimiento. Ustedes son el acontecimiento.
Nuestros ojos están fijos en ustedes. Pero ustedes no constituyen una imagen. Ustedes no son un símbolo. Ustedes son un adorno.
Apenas una muestra. Ustedes presentan signos característicos generales. Ustedes son del género que hay que ser. Una buena muestra. Todos ustedes hacen lo mismo, todos ustedes no hacen lo mismo. Todos ustedes están en la misma dirección. Ustedes no se levantan de sus asientos para mirar a derecha e izquierda. Ustedes son un tipo de espectadores de un determinado modelo. Ustedes han adquirido ciertas ideas sobre el teatro. Para ustedes existe, de una parte el escenario, que está elevado, y de otra la sala que está más baja. En su opinión, estos son dos mundos diferentes. La frecuentación de los teatros, les ha falseado esta concepción.
Apenas una muestra. Ustedes presentan signos característicos generales. Ustedes son del género que hay que ser. Una buena muestra. Todos ustedes hacen lo mismo, todos ustedes no hacen lo mismo. Todos ustedes están en la misma dirección. Ustedes no se levantan de sus asientos para mirar a derecha e izquierda. Ustedes son un tipo de espectadores de un determinado modelo. Ustedes han adquirido ciertas ideas sobre el teatro. Para ustedes existe, de una parte el escenario, que está elevado, y de otra la sala que está más baja. En su opinión, estos son dos mundos diferentes. La frecuentación de los teatros, les ha falseado esta concepción.
Pero esas concepciones, hay que destruirlas. Ustedes no asisten a una obra de teatro. Ustedes no son meros receptores. Ustedes están en el centro mismo de la acción. Ustedes son el fuego mismo. Ustedes están inflamados. Ustedes están a punto de ignición. No necesitan un modelo. Ustedes son el modelo. Ya han sido descubiertos. Ustedes son la revelación de la noche. Ustedes nos encienden. Nuestras palabras se inflaman al contacto con ustedes. La chispa que nos inflama, brota de ustedes.
Esta sala no pretende representar una sala. El escenario abierto que tienen ante ustedes no es la cuarta pared de una habitación. Aquí el mundo no tiene fisuras. Ustedes no verán puertas. Buscarán en vano las dos puertas del drama clásico. No verán la puerta de salida por donde escapa el que no quiere ser visto. No verán tampoco la puerta de entrada por donde aparece el que quiere ver al que no quiere ser visto. No hay salida. No hay siquiera la ausencia de puerta de los dramas modernos. No busquen un mundo detrás de este mundo. Nosotros no ponemos cara de ignorar su presencia. Para nosotros ustedes no son aire. Por el contrario, su presencia es de un interés vital. La causa de nuestro diálogo es precisamente su presencia. Sin ella, hablaríamos al vacío. Ustedes no son una abstracción. Ustedes no escuchan detrás de las puertas. Ustedes no miran por el ojo de la cerradura. Nosotros no aparentamos ignorarlos. No tratamos de arrancarles declaraciones. No pegamos sus declaraciones por las paredes. No les acusamos de traidores. No preparamos un golpe de teatro. Estamos aquí, pero no hemos entrado en escena. Nada de falsas salidas. Nada de apartes. No tenemos nada que contarles. No hay diálogos. No estamos en situación. No intercambiamos palabras con ustedes. Ustedes no son cómplices. Ustedes no asisten a un acontecimiento. No les abrumamos con exabruptos. Abandonen esa apatía. Despierten. Métanse bien en la cabeza que aquí no va a ocurrir nada. Lo que les molesta es que se les mire y que se les hable, cuando ustedes venían dispuestos a espiarnos desde la oscuridad, bien hundidos en sus butacas. Su presencia se ve recreada a cada instante por nuestras palabras. Se la alimenta, se la estimula, frase a frase, soplo a soplo. Su concepción del teatro no se tiene ya en pie. No están condenados a mirarnos, pero no se les da otra opción. Ustedes son el argumento. Ustedes son los actores. Ustedes son nuestros antagonistas. Se apunta hacia ustedes. Ustedes son nuestro blanco. Nos sirven de blanco. Es una metáfora. Ustedes son el blanco de nuestras metáforas.
Si consideramos dos polos, ustedes son el polo inmóvil. Ustedes están en estado larvario. Ustedes están en estado vegetal. Mirándolo bien, ustedes no son los sujetos. Ustedes son solamente objetos. Los objetos de nuestro diálogo. Pero son también el sujeto.
No hay pausas en nuestro texto. Las pausas entre las palabras no tienen sentido. Las palabras no pronunciadas son solamente aire. Entre nosotros, las palabras no pronunciadas no existen. El silencio no explica nada. No hay silencios elocuentes. No existe el silencio-silencio. No existe el silencio de muerte. Aquí no se fabrica silencio con las palabras. No hay ninguna acotación en el texto que nos obligue a callar. No busquen el abismo detrás de nuestras palabras. No hay espacios en blanco entre nuestras frases. No traten de leer entre líneas. No traten de descifrar nuestras caras. Nuestros gestos no les descubrirán nada sobre el asunto. Al callarnos no decimos lo indecible. Hemos renunciado a las miradas elocuentes, a los gestos expresivos. No consideramos el mutismo como un efecto artístico. No utilizamos letras mudas. Excepto la Hache. Es un lujo.
Ustedes ya se habrán formado una opinión. Ustedes ya habrán comprendido que nosotros rechazamos algo. Habrán podido constatar que nos repetimos constantemente. Habrán comprendido que esta obra es una transposición teatral. Ustedes habrán descubierto la estructura dialéctica de esta obra. Habrán detectado cierto espíritu de subversión. Se habrán dado cuenta de que rechazamos muchas cosas. Habrán podido constatar que nos repetimos. Ustedes son inteligentes. Ustedes son perspicaces. Ustedes no llegan a formarse una opinión. No han descubierto todavía la estructura dialéctica de esta obra. Ahora están comenzando a entrever algo. Su mecanismo de reflexión atrasa. Ustedes, solamente ahora, comienzan a tener destellos de inteligencia.
Tienen un aire fascinante. Tienen un aire cautivador. Tienen un aire deslumbrante. Tienen un aire alentador. Son únicos.
Tienen un aire fascinante. Tienen un aire cautivador. Tienen un aire deslumbrante. Tienen un aire alentador. Son únicos.
Pero no dan la talla. No son precisamente una idea luminosa. Son bastante pesados. No son lo que se dice un filón de oro. Por lo que se ve, el autor no anduvo, al escogerles, muy inspirado. Eso no es estar vivos. Ustedes no tienen talento. Ustedes no nos transportan a otro mundo. Ustedes no nos fascinan realmente. Ustedes no nos deslumhran realmente. Se puede decir que ustedes no nos divierten. A ustedes no les gusta jugar. No tienen ese don. Ustedes no saben qué es el teatro. Ustedes no tienen nada que decir. Ustedes no son muy convincentes. ¿Están ustedes ahí todavía? Ustedes no logran hacernos olvidar el tiempo. Ustedes no llegan a interesarnos. Ustedes nos aburren.
Nosotros no queremos representar un drama. Nosotros no pretendemos evocar una historia que hubiera ocurrido en el tiempo. Lo que nos interesa es el presente, y siempre el presente. No pretendemos hacer folklore representando de forma realista una historia que hubiera ocurrido realmente. Para nosotros el tiempo no representa ningún papel. Nos negamos a interpretar. Por tanto, negamos la idea del tiempo. Para nosotros el tiempo no es más que el paso de una palabra a la otra. El tiempo se escapa con las palabras. Nosotros negamos el hecho de que ese tiempo pueda ser recuperado. No se puede reconstruir un hecho exactamente y de la misma manera. Para nosotros el tiempo es el tiempo de ustedes. Nuestra medida del tiempo es su medida del tiempo. Ustedes pueden ajustar su tiempo con el nuestro. El tiempo no es un nudo con dos cabos sueltos. No es un elemento del folklore. Nosotros declaramos que el tiempo perdido no se recupera jamás. Entre ustedes y nosotros el cordón umbilical no ha sido cortado. Nosotros no jugamos con el tiempo. Para nosotros el tiempo es una cosa muy seria. Se escapa palabra tras palabra mientras hablamos. Nosotros decimos que esta fracción de tiempo les pertenece. Ustedes pueden medirlo con las agujas de su reloj. No hay otro tiempo que ése. El tiempo va acompañado con su respiración. Ustedes son la medida del tiempo. Nosotros medimos el tiempo con su aliento, con el movimiento de sus párpados, con los latidos de su corazón, con el crecimiento de sus células. Aquí, el tiempo se escapa segundo a segundo. El tiempo se regula con ustedes. Corre por sus espaldas. No, el tiempo perdido no puede recuperarse. No es un elemento del folklore. No es un espectáculo. No dejen vagar su imaginación. El tiempo no es un nudo con dos cabos sueltos. El tiempo no es exterior al mundo. No se extiende en dos planos diferentes. No hay dos mundos. La Tierra no deja de girar porque nosotros estemos aquí reunidos. Nuestro tiempo, aquí en el escenario, es también su tiempo, ahí en la sala. Se escapa cuando respiramos, cuando nos crece el cabello, cuando nuestros cuerpos segregan sudor. Se escapa mientras aspiramos los mismos olores y escuchamos los mismos ruidos. Nunca se recupera el tiempo perdido. Ni siquiera repitiendo las mismas palabras. Repitiendo una vez más que nuestro tiempo es su tiempo, que se escapa mientras respiramos, mientras crecen nuestros cabellos, mientras sudan nuestros cuerpos, mientras olemos y mientras oímos. Se repiten las mismas palabras, y ya son pasado. El tiempo perdido no se recupera jamás. Cada instante es histórico. Cada instante de nuestra vida es un instante histórico. No podemos repetir exactamente las mismas palabras de la misma manera. El tiempo no es un elemento del folklore. No podemos rehacer perpetuamente la misma cosa. No podemos repetir incansablemente los mismos gestos. No podemos seguir diciendo las mismas cosas. El tiempo se desliza entre nuestros labios. Lo pasado, pasado está. El tiempo no es un hilo. El tiempo no es una apariencia. El tiempo no se deja atrapar. El pasado está muerto y enterrado. No necesitamos marionetas para bailar el vals del tiempo. Esto no es un teatro de marionetas. Esto no es una broma. Esto no es juego. Pero no es una tragedia. Ustedes ven la contradicción. Nosotros hacemos juegos de palabras con el tiempo.
Esto no es una broma. Esto no es un asunto serio. Ninguno debe poner cara de muerto. Ninguno debe poner cara de vivo. No se trata de poner caras. El número de heridos no ha sido predeterminado. El epílogo no ha sido escrito aún. No hay epílogo. Nadie ha tenido que poner caras. Nosotros representamos lo que somos, y nada más. No pretendemos representar un estado diferente del que tenemos, aquí, y ahora. No hemos recurrido a artificios. No interpretamos nuestros personajes como si estuvieran en una situación diferente. No nos tomamos las cosas por el lado trágico. No pretendemos representar nuestra propia muerte. No pretendemos representar nuestra propia vida. No queremos profetizar. No pretendemos leer el porvenir. No buscamos evadirnos de este mundo. No pretendemos representar un drama. Nosotros hablamos. Nosotros hablamos, y, mientras tanto, el tiempo vuela. Hablamos de la escapada del tiempo. Hablamos de la fuga del tiempo. No pretendemos abolir el tiempo, ni predecir el futuro. Esto no es juego de apariencias. Esto no es un artificio. Y sin embargo hacemos muecas. Hacemos como si fuera posible repetir las palabras. Este es el mundo de las apariencias. Aquí, las apariencias son las apariencias. Las apariencias son aquí las apariencias.
Ustedes representan algo. Ustedes son alguien. Aquí, ustedes son algo. Aquí ustedes no son alguien, sino algo. Ustedes son una sociedad que forma un todo. Ustedes son un público de teatro. Por el aspecto de su indumentaria, por su actitud, por la manera en que ustedes miran hacia el escenario, ustedes forman un todo. El color de sus trajes no desentona con el color de sus asientos. Ustedes mismos forman un todo con Sus asientos. Ustedes están disfrazados, y al disfrazarse han salido de lo cotidiano. Se han disfrazado para asistir a una mascarada. Ustedes asisten. Ustedes miran. Ustedes miran fijamente. Y al mirar, ustedes se inclinan hacia adelante. Sus asientos no les impiden inclinarse hacia adelante. Ustedes son una cosa que mira. Necesitan espacio delante de ustedes. Cuando el telón está echado, ustedes se angustian poco a poco. No tienen perspectiva, se sienten enfermos. Se sienten oprimidos. Pero al levantarse, el telón se lleva sus angustias. Pueden al fin respirar. Pueden mirar libremente. Su mirada se libera. Ustedes recuperan su libertad. Ustedes pueden atender. No están ya prisioneros de la oscuridad. Ya no son alguien. Ahora son algo. No están ya solos consigo mismo. No están ya abandonados a ustedes. Están solamente presentes. Se convierten en público. Eso les libera. Pueden al fin «asistir».
Aquí, sobre el escenario, no hay un orden. No hay nada que les muestre un orden. No les proponemos un mundo virgen. Ni un mundo dislocado. Ningún mundo. Aquí, los accesorios no tienen lugar fijo. No se les ha designado ningún lugar. Y es porque no hay un orden establecido en el escenario. No hay marcas para las cosas. No hay marcas para los personajes. Así como todos ustedes tienen su sitio, aquí nada tiene su sitio. Las cosas no tienen sitio fijo. El escenario no es un mundo, como tampoco el mundo es un escenario.
Las cosas no tienen un tiempo preestablecido. Aquí no existe una sola cosa con tiempo preestablecido. Ni una cosa que sirva de ayuda al tiempo, o que deba servirle de obstáculo. No tenemos aspecto de servirnos de los objetos. Los objetos son puramente funcionales.
Ustedes no se pueden poner de pie entre sus asientos. Ustedes están sentados. Así como sus asientos forman un todo, ustedes también forman un todo. No hay localidades de pie. La gente sentada constituye un público mejor que la gente de pie. Por eso se les han proporcionado asientos. Sentados, están ustedes mejor dispuestos. Son ustedes más receptivos. Son ustedes más comprensivos. Son ustedes más indulgentes. Sentados, son ustedes más apacibles. Más democráticos. Tienen ustedes menos tendencia al aburrimiento. El tiempo les parece menos largo. Se dejan invadir más fácilmente. Son ustedes más perspicaces. Están ustedes más distraídos. Olvidan ustedes más fácilmente sus penas personales. Su universo se difumina poco a poco. Se pierden ustedes en el anonimato. Abandonan su identidad. Renuncian a su personalidad. Se vuelven una unidad. Se vuelven una especie. Se vuelven maleables. Pierden su sentido crítico. Se vuelven espectadores. Se vuelven oyentes. Se vuelven apáticos. Se vuelven en dos ojos y dos orejas. Se olvidan de mirar la hora. Se olvidan de quiénes son.
Ustedes no se pueden poner de pie entre sus asientos. Ustedes están sentados. Así como sus asientos forman un todo, ustedes también forman un todo. No hay localidades de pie. La gente sentada constituye un público mejor que la gente de pie. Por eso se les han proporcionado asientos. Sentados, están ustedes mejor dispuestos. Son ustedes más receptivos. Son ustedes más comprensivos. Son ustedes más indulgentes. Sentados, son ustedes más apacibles. Más democráticos. Tienen ustedes menos tendencia al aburrimiento. El tiempo les parece menos largo. Se dejan invadir más fácilmente. Son ustedes más perspicaces. Están ustedes más distraídos. Olvidan ustedes más fácilmente sus penas personales. Su universo se difumina poco a poco. Se pierden ustedes en el anonimato. Abandonan su identidad. Renuncian a su personalidad. Se vuelven una unidad. Se vuelven una especie. Se vuelven maleables. Pierden su sentido crítico. Se vuelven espectadores. Se vuelven oyentes. Se vuelven apáticos. Se vuelven en dos ojos y dos orejas. Se olvidan de mirar la hora. Se olvidan de quiénes son.
Si se hubieran quedado de pie, sentirían quizás a la larga la tentación de interrumpirnos. Según estudios anatómicos, un cuerpo de pie es potencialmente más violento. Sentirían ustedes, por ejemplo, la tentación de apretar los puños. Se revelaría su espíritu de contradicción. Se sentirían ustedes más libres de movimiento. Serían menos correctos. Podrían balancear una pierna sobre la otra. Tomarían conciencia de su cuerpo. Disminuiría su sentido estético. No formarían una masa uniforme. No se quedarían inmóviles. No guardarían una geometría perfecta. Se sentirían incomodados por sus vecinos. Podrían expresar su opinión. Si estuvieran de pie en la sala, estarían mejor colocados para salir por la puerta una vez acabada la función. Se sentirían más fuertes, y más reacios a entrar en el juego. Se harían menos ilusiones. Se harían más ilusiones. Serían más sensibles al escarnio de los pensamientos. Se sentirían más sueltos. Se abandonarían a ustedes mismos. Se arriesgarían a equivocarse sobre el sentido de los hechos. Los hechos les parecerían menos plausibles. Aceptarían más difícilmente, por ejemplo, que un muerto en la escena sea un muerto verdadero. Estarían menos atentos. Se dejarían invadir con menos facilidad. Estarían menos receptivos. No serían ya simples espectadores. Cada cual tendría su opinión. Sus pensamientos podrían vagar a voluntad por diferentes lugares. Podrían vivir a un tiempo aquí y en otra parte.
Nosotros no queremos contaminarlos. No queremos transmitirles el virus de uno u otro sentimiento. Los sentimientos no nos interesan. Nosotros no encarnamos sentimientos. No reímos. No lloramos. No pretendemos hacerles reír con nuestras muecas, ni llorar con nuestras payasadas, ni reír con nuestras lágrimas, ni llorar con nuestras lágrimas. Aunque la risa sea más contagiosa que las lágrimas, no queremos hacerles reír con nuestras muecas. Etcétera. Nosotros no jugamos. Nosotros no jugamos a nada. Nosotros no inventamos nada. Nosotros no gesticulamos. Nosotros nos expresamos únicamente con las palabras. Nos contentamos con hablar. Nos expresamos. Pero no expresamos nuestra personalidad, sino solamente la idea del autor. Nos exteriorizamos hablando. Hablar es obrar. Hablando, hacemos teatro. Hacemos teatro porque hablamos sobre un escenario. Y al continuar hablándoles, hablándoles del tiempo que se fue, hablándoles del momento presente y siempre del momento presente, respetamos la unidad de tiempo, de lugar y de acción. Pero esta unidad no la respetamos solamente en escena. Como la escena no es un mundo aparte, esta unidad la respetamos igualmente allá abajo, en su universo. Porque ustedes y nosotros formamos una sola y misma unidad durante toda la extensión de la obra. En vez de decir «ustedes», podríamos igualmente decir «nosotros». He aquí la unidad de acción. El escenario donde estamos nosotros, y la sala donde se hallan ustedes forman una perfecta unidad. No son dos mundos diferentes. No hay obstáculos entre nosotros. No hay dos lugares diferentes. No hay más que un solo y mismo lugar. He aquí la unidad de lugar. Su tiempo, el tiempo de los espectadores, de los oyentes, y nuestro tiempo, el tiempo de los intérpretes, forman una perfecta unidad. Porque no hay más tiempo que el de ustedes. No existe separación. Aquí no jugamos con el tiempo. Aquí sólo existe el tiempo real. No hay más que el tiempo donde ustedes y nosotros sufrimos la inexorable ley. Aquí no hay más que un tiempo único. Es la unidad de tiempo. He, aquí, pues las tres unidades: de tiempo, de lugar y de acción. Esta obra es una tragedia clásica.
Hablándoles, tomamos conciencia de ustedes mismos. Porque son ustedes a quienes hablamos. Ustedes toman conciencia de sí mismos. Toman conciencia de estar sentados. Toman conciencia de estar sentados en un teatro. Toman conciencia de la posición de sus piernas y de sus brazos. Toman conciencia de sus dedos. Toman conciencia de su lengua. Toman conciencia de su garganta. Toman conciencia de su cabeza. Toman conciencia de sus órganos. Toman conciencia del movimiento de sus párpados. Toman conciencia de sus degluciones. Toman conciencia de sus salivaciones. Toman conciencia de los latidos de su corazón. Toman conciencia del modo en que levantan las cejas. Toman conciencia de sus picores en el cuero cabelludo. Toman conciencia de sus picores por todo el cuerpo. Toman conciencia del sudor de sus axilas. Toman conciencia de sus manos húmedas. Toman conciencia de sus manos secas. Toman conciencia de su aliento. Toman conciencia del modo en que las palabras golpean sus oídos. Se vuelven presentes de espíritu.
Traten de no guiñar los ojos. Traten de no tragar saliva. Traten de no mover su lengua. Traten de estar perfectamente inmóviles. Traten de no estirar las orejas. Traten de no experimentar sensación alguna. Traten de no salivar. De no sudar. De estar tranquilos. De no respirar.
Pero ustedes respiran, ¿no es verdad? Ustedes salivan, ¿no es verdad? Ustedes escuchan, ¿no es verdad? Ustedes sorben, ¿no es verdad? Ustedes guiñan los ojos, ¿no es verdad? Ustedes tienen acidez, ¿no es verdad? Ustedes sudan, ¿no es verdad? Ustedes tienen una perfecta conciencia de sí mismos, ¿no es verdad?
No guiñen los ojos. No saliven. No frunzan las cejas. No aspiren. No resoplen. No se muevan. No sorban. No traguen. Retengan su respiración.
Traguen. Saliven. Guiñen. Escuchen. Respiren.
Ahora ustedes son conscientes de su presencia. Ustedes son el «deus ex machina». Ustedes saben ahora que el tiempo que se escapa es su tiempo. Ustedes son el sujeto. Son ustedes quienes se atan. Son ustedes quienes se desatan. Ustedes son el centro. Ustedes son el motivo. Ustedes son la causa. Ustedes son el motor. Ustedes están en lugar de las palabras. Ustedes son el sujeto y el objeto del juego. Ustedes son los jóvenes insensatos. Ustedes son los jóvenes actores. Ustedes son los inocentes. Ustedes son los sentimentales. Ustedes son los grandes personajes. Ustedes son los «bon vivants» y los héroes. Ustedes son los héroes y los canallas. Ustedes son los canallas y los héroes de esta obra. Ustedes son los artistas de la vida.
Antes de venir al teatro ustedes han tomado ciertas medidas. Han venido aquí con ideas preconcebidas. Se han preparado para venir al teatro. Ustedes se esperaban ciertas cosas. Su pensamiento se ha anticipado al tiempo. Han imaginado ciertas cosas. Se han preparado para cualquier cosa. Ustedes se han preparado. Se han preparado para asistir a cualquier cosa. Ustedes se han preparado para venir al teatro, para ocupar el lugar que habían reservado, para asistir Dios a sabe qué. Quizás habían oído hablar de la obra. Ustedes se han arreglado para venir a verla. Desde ese momento, ya tenían ustedes una cierta idea del asunto. Ustedes estaban dispuestos a sentarse aquí, y aguardar Dios sabe qué.
Al principio, su aliento estaba despegado del nuestro. Ustedes se han acicalado, cada cual a su manera. Se han puesto en camino, cada cual a su manera. Han llegado aquí por medios muy diferentes. Han cogido el tranvía o el autobús. Han venido a pie. Han venido en coche. Antes de salir, han mirado la hora, han esperado una llamada telefónica. Han descolgado. Han apagado las luces, han cerrado las puertas, han echado la llave. Y ya están en la calle. Caminan. Balancean los brazos. Ya han partido. Han partido cada cual en una dirección, para encontrarse todos en el mismo lugar. Se han encontrado gracias a su sentido de la orientación.
Voluntariamente, ustedes se han separado de los que emprendían un camino distinto. Ustedes, voluntariamente, se han separado de los que emprendían un camino distinto. Pero ustedes tenían el mismo objetivo. Durante un tiempo determinado, ustedes han tenido eso en común.
Ustedes han cruzado las calles por los pasos de peatones. Han mirado a derecha e izquierda. Han respetado los semáforos. Han saludado con la cabeza a los que pasaban. Se han detenido. Se han comunicado dónde iban. Han hablado de lo que esperaban de esta velada. Han intercambiado sus impresiones. Han dado su opinión sobre la obra. Han escuchado lo que se decía. Han estrechado las manos. Se han deseado una velada feliz. Han frotado las suelas de sus zapatos en el felpudo. Han abierto las puertas. Han sostenido las puertas abiertas para dejar paso. Han reencontrado el mundo. Se han sentido cómplices. Se han sentido hombres de mundo. Han sido solícitos con las damas. Les han ayudado a quitarse el abrigo. Se han vuelto a reunir en pequeños grupos. Han circulado. Han escuchado las campanillas. Han comenzado a intranquilizarse. Han echado una mirada al espejo. Se han retocado. Han mirado a derecha e izquierda. Han advertido que eran observados. Han continuado. Han dado unos pasos. Han vigilado sus gestos. Han esperado las campanillas. Han mirado la hora. Se han conjurado. Han tomado asiento. Han mirado a su alrededor. Se han erguido. Han mirado hacia adelante. Han vuelto la cabeza. Han respirado profundamente. Han advertido que la luz bajaba. Se han callado. Han oído que se cerraban las puertas. Han clavado su mirada en el telón. Han esperado. Se han tensionado. Ni siquiera han pestañeado. El telón se ha puesto en movimiento. Han oído deslizarse el telón. El escenario ha aparecido ante ustedes. Todo ha ocurrido como de costumbre. No han esperado en vano. Se han preparado. Se han apoyado en el respaldo de sus asientos. La representación podía comenzar.
Ustedes estaban dispuestos. Dispuestos para actuar. Se apoyaban en el respaldo de sus asientos. Nos comprendían. Nos seguían. Nos perseguían. Participaban. Participaban en algo que se desarrolla aquí desde hace mucho tiempo. Contemplaban el pasado, que a través de diálogos y monólogos, imita el presente. Se situaban ante el hecho consumado. Se dejaban envolver. Se dejaban hechizar. Terminaban por olvidar incluso dónde estaban. Por olvidar el tiempo. Se volvían atentos y permanecían atentos. No se movían en sus asientos. Renunciaban a la acción. Ni siquiera pensaban en echarse hacia adelante para ver mejor. No se dejaban llevar de sus impulsos. Miraban como si miraran a un rayo luminoso que hubiera aparecido mucho antes que ustedes hubieran comenzado a mirar. Sus ojos se zambullían en un espacio muerto. Escuchaban un lenguaje muerto. Se encontraban en un espacio muerto y en un tiempo muerto. No corría ni un soplo de aire. Ni un soplo de aire. Permanecían inmóviles. Miraban. La distancia que les separaba de nosotros era infinita. Estábamos infinitamente lejos de ustedes. Nos movíamos a una distancia infinita de ustedes. Estábamos ahí antes de que ustedes llegaran, infinitamente antes. Vivíamos aquí, en el escenario, desde la eternidad. Sus miradas y nuestras miradas se encontraban en el infinito. Un espacio infinito se extendía entre nosotros. Nosotros jugábamos. Pero no con ustedes. Ustedes estaban siempre en la noche de los tiempos.
Esta noche hemos jugado. Hemos dado un sentido a nuestro juego. Hemos dado intencionadamente el sinsentido. Nuestras palabras tenían un segundo sentido y un sentido oculto. Ustedes eran dobles. No eran en realidad lo que eran. No eran lo que aparentaban ser. Bajo su apariencia, se ocultaba otra cosa. Los objetos y los actos parecían ser, pero no eran. Parecían ser lo que parecían ser, pero en realidad eran diferentes. No parecían ser por parecerlo, pero parecían ser. Parecían ser la realidad. La obra no era un pasatiempos, o, por lo menos, no era solamente un pasatiempos. Tenía un significado. No estaba fuera del tiempo como las obras donde el tiempo es irreal. La gratuidad aparente de ciertos pasajes constituía precisamente todo su sentido oculto. Incluso las bromas tenían aquí un sentido profundo. Había siempre una trampa. Detrás de cada palabra, detrás de cada gesto, detrás de cada accesorio, algo, al acecho, buscaba su atención. Algo que tenía un doble sentido, o incluso varios. Siempre ocurría algo. Algo que ustedes debían considerar como real. Ocurrían historias. El tiempo que se escapaba, era un tiempo fingido e irreal. Lo que ustedes han visto y oído no debía ser únicamente lo que ustedes han visto y oído. Debía ser lo que ustedes no han visto y lo que ustedes no han oído. Todo estaba previsto. Todo tenía un sentido. Incluso lo que parecía desprovisto de sentido, lo tenía, porque en el teatro todo tiene un sentido. Todo lo que hemos hecho aquí, tenía, realmente, un sentido. No hemos actuado por actuar, sino por afán de realidad. Detrás de la actuación, era preciso descubrir una realidad actuada. El Teatro era el tribunal. El Teatro era el circo. El Teatro era el templo de la moralidad. El Teatro era el sueño. El Teatro era liturgia. El Teatro era un espejo. El juego no iba más allá del juego. Arañaba la realidad. Se volvía impuro. Cobraba un significado. En lugar de apartar el tiempo del juego, se jugaba, aquí, un juego ficticio y sin consecuencias. Con el tiempo ficticio se actuaba una realidad ficticia. Aquí no había ni realidad ni juego. Si hubiéramos jugado por jugar, el tiempo no habría tenido que intervenir. En el juego por el juego, el tiempo no interviene jamás. Pero como hemos fingido una realidad, el tiempo que le pertenecía fue, asimismo, fingido. Si hubiéramos jugado por jugar, no habría habido otro tiempo que el de los espectadores. Pero como hemos fingido una realidad, han habido siempre dos tiempos, el suyo, el tiempo de los espectadores, y el tiempo fingido que era, en apariencia, real. Pero no se puede jugar con el tiempo. No se deja atrapar en ningún juego. El tiempo escapa a nuestro control. El tiempo no puede ser fingido. El tiempo es real. Así como el tiempo no puede ser actuado, la realidad tampoco puede ser actuada. Sin embargo si se actúa, sin actuar el tiempo, se actúa. Si se actúa, actuando el tiempo, no se actúa. Por el contrario, si se actúa fuera del tiempo, no es preciso actuar el tiempo. Sin embargo, si se actúa fuera del tiempo, el tiempo no tiene significado. Todos los otros juegos, son juegos de niños. Sólo son verdaderos juegos, aquellos en los que el tiempo no interviene, o aquellos que están inscritos en un tiempo real, como los noventa minutos de un partido de fútbol que se desarrolla en un tiempo único: el tiempo de los jugadores, que es también el tiempo de los espectadores. Todos los otros juegos son falsos. Todos los otros juegos, deforman la realidad de los hechos. Fuera del tiempo, no existen hechos reales.
Nosotros podríamos ofrecerles un intermedio. Podríamos representarles los acontecimientos que tienen lugar fuera de esta sala, en este preciso instante, mientras ustedes están ahí, mirándonos, tragando saliva, guiñando los ojos. Podríamos presentarles una ilustración de las estadísticas. Podríamos representarles lo que, según las estadísticas, ocurre en otras partes, mientras ustedes están aquí. Podríamos representar estos acontecimientos en un juego. Podríamos hacerles interesar. No deben ustedes refugiarse en el pasado. Podríamos jugar a un juego. Podríamos ofrecer un intermedio mostrando, por ejemplo, la muerte del hombre que es objeto de esas estadísticas, en este preciso instante, sí, en este instante. Podríamos ponernos patéticos. Podríamos llamar a la muerte «el Pathos del tiempo», de este tiempo que es el objeto de todas nuestras palabras. La muerte sería el pathos de este tiempo irremplazable que malgastan ustedes aquí. Nuestro intermedio tendría, en todo caso, la ventaja de llevar la obra a su apogeo dramático.
Pero no queremos entrar en ese camino. Nosotros no fingimos. No queremos evocar otras personas u otros lugares, aunque su existencia esté demostrada por las estadísticas. Nosotros renunciamos al juego de las fisonomías y al lenguaje de los gestos. No hay personajes, no hay actores. La acción no está inventada del todo, porque no hay acción. Y como no hay acción, no puede haber azar. Todo parecido con personas vivas, agonizantes o difuntas, no solamente sería pura coincidencia, sino que es imposible. Pero no pretendemos representar una u otra cosa. No somos nada más que lo que somos. No representamos nuestros propios personajes. Nos contentamos con hablar. No inventamos nada. Aquí, nada es simulado. Nada está fabricado. Nada se deja a su fantasía.
Desde el momento en que no actuamos, que no nos movemos al actuar, esta obra no es ni francamente cómica, ni francamente trágica. Como nosotros no hacemos el payaso, ustedes no pueden realmente encariñarse con nosotros. Como nos contentamos con hablar, y no escapamos al tiempo, no podemos mostrarles una y otra cosa. No ilustramos nada. No evocamos el pasado. No explicamos el presente sirviéndonos del pasado. No explicamos el presenté sirviéndonos del presente. No anticipamos nada. Nosotros hablamos del tiempo pasado, presente y futuro.
Por eso nos es imposible presentarles, por ejemplo, un intermedio mostrando la muerte que tiene lugar en este instante, según las estadísticas. No podemos mostrarles a todos los que en este instante se ahogan, los que en este instante zozobran y se hunden, no podemos mostrarles a todos los que, en este preciso instante, gesticulan y se crispan. No podemos hacerles oír los últimos estertores y lamentos que, según las estadísticas, se elevan en este instante, ni el último álito, ni el último espasmo de los que agonizan, según las estadísticas, en este instante. Ni el ahogo, según las estadísticas, en este instante, sí, en este instante y en este instante, etcétera. Ni esta súbita inmovilidad, ni la tensión estadísticamente demostrada. No podemos mostrarles cómo en este instante, se llega de repente a una pavorosa inmovilidad. No. No podemos mostrárselo. Tan sólo podemos hablar. Y por eso, ahora, hablamos.
Desde el momento en que hablamos, y hablamos solamente de la realidad, nuestras palabras no pueden tener un doble sentido, ni varios significados. Desde el momento en que no jugamos una acción, no puede haber dos planos diferentes, ni varios planos. No puede haber un juego dentro del juego. Desde el momento en que no adoptamos ninguna actitud, que no contamos nada, que no representamos nada, no podemos ser poéticos. Desde el momento en que no hay un doble sentido en nuestras palabras, la poesía de la ambigüedad nos es ajena. Por ejemplo, nosotros no podemos ofrecerles un intermedio mostrándoles simultáneamente los gestos y las muecas de la muerte, y los gestos y las muecas del acto amoroso, estadísticamente probados, en este mismo instante, sí, en este instante. No podemos ser equívocos. No podemos actuar en dos planos. No podemos despegarnos del mundo real. No es preciso que seamos poéticos. No se trata de hipnotizarlos. No se trata de hacer brillar Dios sabe qué cosa ante sus ojos. No se trata de remedar una escena de esgrima. No necesitamos una segunda naturaleza. No estamos aquí para abandonarnos a la hipnosis. No hace falta que ustedes se imaginen Dios sabe qué. No hace falta soñar con los ojos abiertos. La libertad de nuestros sueños no debe rendirse a la lógica del teatro. Los fantasmas de sus sueños no deben encerrarse en los límites de la escena. El absurdo de sus sueños no debe plegarse a las leyes del teatro. Por eso no imponemos el sueño ni la realidad.
Por eso no intercedemos en favor de la vida ni de la muerte, ni de la sociedad ni del hombre, ni de las cosas naturales, ni de las antinaturales, ni de la alegría ni de la tristeza, ni de la realidad ni de la ficción. El tiempo no nos incita a la melancolía.
Por eso no intercedemos en favor de la vida ni de la muerte, ni de la sociedad ni del hombre, ni de las cosas naturales, ni de las antinaturales, ni de la alegría ni de la tristeza, ni de la realidad ni de la ficción. El tiempo no nos incita a la melancolía.
Esta obra es un prólogo. No es el prólogo de otra obra, sino el prólogo de lo que ustedes mismos han hecho, de lo que ustedes mismos harán. Ustedes son el argumento. Esta obra es el prólogo de un argumento. Es el prólogo de sus costumbres. El prólogo de sus acciones. El prólogo de su ocio. El prólogo de su sueño, de su descanso, de su esperanza, de su partida. Es el prólogo de la libertad y de la gravedad de sus vidas. Es también el prólogo de sus futuros placeres teatrales. Es el prólogo de todos los otros prólogos. Esta obra pertenece al teatro del mundo.
Ustedes comienzan ya a moverse. Ustedes se preguntan qué es lo que van a hacer. Ustedes se preguntan si van a aplaudir. Ustedes se preguntan si no van a aplaudir. Suponiendo que ustedes se inclinen finalmente por la primera opción, golpearán una mano contra la otra, la palma de la mano derecha contra la palma de la mano izquierda, a ritmo acelerado. Verán el movimiento de sus manos, tan pronto arriba como abajo. Oirán sus aplausos y los de sus vecinos y verán a su lado, delante de ustedes, manos que aplauden. O bien no oirán nada. Ustedes no ven las manos golpeando entre sí. Ustedes oyen quizás otra cosa, y hacen quizás otra cosa bien distinta de aplaudir. Ustedes se disponen a levantarse. Oyen sus asientos caer detrás de ustedes. No ven saludar, ven el telón caer. Pueden oír el telón deslizándose por los raíles. Guardan el programa en su bolsillo. Se entrecruzan miradas significativas. Se intercambian reflexiones. Se deciden a abandonar sus localidades. Se hacen señas. Oyen opiniones. Guardan para sí ciertas reflexiones. Hay en sus labios marcadas sonrisas. Sonríen cortésmente. Se dirigen al vestíbulo. Buscan la ficha del guardarropa, para retirar sus abrigos. Caminan por el vestíbulo. Echan una mirada al espejo. Se ponen sus abrigos. Abren las puertas. Como son galantes, dejan pasar primero a los demás. Se despiden de sus amigos. Acompañan a uno o a otro. Son a su vez acompañados. Vuelven a la calle. A la vida de todos los días. Parten en distintas direcciones. Algunos continuarán la noche juntos. Irán a cenar. Pensarán en sus problemas de mañana. Volverán poco a poco a la realidad. Podrán hablar nuevamente de la «cruda realidad». Les ganará el desencanto. Volverán a sus costumbres. No formarán ya una entidad. Abandonarán un lugar, para ir a destinos diferentes.
Pero poco después, serán nuevamente insultados.
Serán insultados porque el insulto es una forma de comunicarse. Al insultar, nos volvemos más naturales.
Hemos caído sobre ustedes. Derribamos los obstáculos que nos separan. Derribamos la cuarta pared. Vamos hacia ustedes.
Mientras les insultamos, ustedes no nos escuchan, pero nos oyen. La distancia que nos separa no es infinita. Mientras les insultamos, su inmovilidad y su incomodidad se hacen manifiestas. Nosotros no vamos a insultarles, sino a emplear los insultos que ustedes utilizan. En nuestros insultos, habrá grandes contradicciones. No nos dirigimos a nadie en particular. Vamos a crear un espacio sonoro. No tienen por qué sentirse amenazados. Ya que están advertidos, no se turben ante la avalancha de nuestros insultos. Ya que el tuteo es una especie de ofensa, podríamos tutearles. Sí. VOSOTROS sois el objeto de nuestros insultos. Y nos vais a oír. ¡Pedazo de besugos!
Habéis permitido que lo imposible se vuelva posible. Habéis sido los héroes de la obra. Vuestros gestos eran sobrios.. Vuestros rostros expresivos. Habéis logrado momentos inolvidables. No habéis actuado las situaciones. Erais en realidad los figurantes. Erais el acontecimiento. Habéis sido la revelación de la noche. Vuestra ha sido la parte más hermosa del éxito. Habéis salvado la obra. Merecía la pena veros, ¡pequeños mocosos!
Habéis estado presentes de un extremo a otro. Ni siquiera vuestros efectos más espontáneos han podido salvar la obra. Os habéis contentado con emitir sonidos. Vuestra mejor inspiración ha sido la abstención. Lo habéis dicho todo, sin decir nada, pequeños fanfarrones.
Habéis sido actores de primera clase. Vuestros comienzos fueron realmente prometedores. Os habéis mostrado en la cima de vuestra carrera teatral. ¡Habéis estado muy naturales! Nos habéis cautivado con vuestro encanto. Habéis actuado como los dioses. ¡Habéis hecho gala de vuestro dominio del juego, pequeños farsantes! ¡Atrofiados, cascanueces!
Ni una nota equivocada en vuestro juego. Habéis dominado la escena de punta a punta. Ha sido un juego de una extraña nobleza. Vuestros rostros transpiraban encanto. Erais el elenco ideal. Erais inimitables. Vuestra comicidad fue desternillante. Vuestra tragedia alcanzó una grandeza clásica. Habéis nadado en la abundancia. ¡Vosotros, pesimistas, bribones, abúlicos, escoria de la sociedad!
Estabais en plena forma. Habéis tenido realmente un buen día. Formabais un maravilloso equipo. Habéis sabido representar la vida de un modo admirable, vosotros, necios, groseros, ateos, chapuceros, salteadores, cerdos.
Vosotros nos habéis abierto horizontes. Habéis estado muy inspirados al ofrecernos esta obra. Os habéis excedido. Os habéis liberado por el juego. En vosotros ardía un fuego interior. Vosotros, soldados, sepultureros de la cultura occidental, apaches, sepulcros blanqueados, agentes del diablo, crápulas, miembros de la Gestapo.
Habéis estado realmente impagables. Habéis sido un huracán. Nos habéis producido escalofríos en la espalda. Habéis barrido todo a vuestro paso. Criminales de guerra. Canallas. Obsesos. Macacos. Hordas salvajes. Bestias con forma humana. Nazis.
Vosotros erais los honestos. Habéis estado interesantísimos. No nos habéis engañado. Sois actores perfectos. Vuestro mayor placer es acabar en un baño de sangre. Vosotros, los verdugos, los desequilibrados. Vosotros, los continuadores. Vosotros, los rezagados, las bestias de carga, los peleles, los engendros, los descarriados, los chivatos.
Vuestra técnica respiratoria está perfectamente a punto. Gritones, falsos patriotas, judíos capitalistas, bufones, marionetas, proletarios, rostros pálidos, francotiradores, fracasados, lacayos, inútiles, fardos, ladillas, meritorios, vergüenza pública, parásitos, caras de rata, vosotros, empollones.
Vosotros sois unos intérpretes ejemplares. Vosotros, papamoscas, padres de la patria, troskystas, vosotros, los embrutecidos, vosotros, los que abandonáis vuestros nidos, vosotros, los lunáticos, los derrotistas, revisionistas, revanchistas, militaristas, pacifistas, fascistas. Vosotros, intelectuales, nihilistas, individualistas, colectivistas, vosotros, políticamente subdesarrollados, vosotros, los intrigantes, los histriones, los antidemócratas. Vosotros, los falsos testigos, vosotras, putas de teatro. Vosotros, los brontosaurios. Vosotros, la claque, la tropa, la chusma, los desperdicios, los muertos de hambre, gruñones, mocosos, proletarios mentales, engreídos, donnadie, fulanos.
Oh, vosotros los que tenéis un tumor, los que escupís sangre, los que os desplomáis en ruinas, los que os pudrís, los que os asfixiáis, los que os consumís, los que os hincháis, los que rozáis la apoplejía, los mensajeros de la muerte, los candidatos al suicidio. Vosotros, los muertos en potencia, por accidente, por la guerra, por la paz. Vosotros, los muertos.
Oh, vosotros, accesorios de retrete, actores de carácter, galancitos, dramaturgos del mundo, mandarines, oráculos de Dios, ateos, ediciones populares, calcomanías, ilustres hombres de teatro, peste abominable, almas inmortales. Vosotros, los que no estáis en este mundo. Vosotros, los que estáis abiertos al mundo. Héroes positivos, aborteros, héroes negativos, héroes domésticos de la ciencia, nobles chochos, burgueses degenerados, vosotros, las clases cultivadas, hombres de nuestro siglo, predicadores en el desierto, santos de última hornada, niños de este mundo, tristes figuras, momentos históricos. Vosotros, dignatarios laicos y eclesiásticos, piojosos, capitanes, patronos, eminencias, excelencias, tú, Santidad. Vosotros, Altezas, vosotros, Monseñores, vosotros, cabezas coronadas, vosotros, almas mercantiles, vosotros, los indiferentes, vosotros, los anti-todo. Vosotros, los que construís el porvenir, vosotros, los que nos prometéis un mundo mejor, vosotros, los soberanos, vosotros, los insaciables, vosotros, los astutos, vosotros, que pretendéis saberlo todo, que creéis conocer la vida, vosotros, señoras y señores, vosotros, vosotros, personalidades de la vida pública y cultural, vosotros, vosotros espectadores, vosotros, vosotros camaradas, vosotros, vosotros honorable público, vosotros, vosotros prójimo, vosotros.
Bienvenidos todos. Muchas gracias y buenas noches.
CAE EL TELÓN pero se levanta inmediatamente, sea cual sea la reacción del público. Los actores están en escena, miran hacia el público, sin fijarse en nadie. Por los altavoces sale un estruendo de aplausos y silbidos. Se puede utilizar la reacción del público al final de un concierto de los Beatles. El público será verosímilmente reducido al silencio por este tratamiento de shock, si es que acaso no estuviera ya en silencio. Los gritos y alaridos no ceden hasta que el último espectador ha abandonado la sala. Sólo entonces cae, definitivamente, el telón.
PETER HANDKE
Versión de José Luis Gómez y Emilio Hernández
Alianza Editorial, 1982
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