martes, 11 de marzo de 2008
Ezra Pound: VANGUARDIA Y FASCISMO (entre Confucio y Mussolini)
Por Nicolás González Varela
“La ‘Edad pedía’ sobre todo una impresión en yeso,
hecha sin pérdida de tiempo,
Un cine en prosa, no, no ciertamente el alabastro
ni la escultura de la rima”
(”Ode pour l’élection de son sépulcre”, 1918)
¿Por qué leer a Pound? Fascista recalcitrante, antisemita rubicundo, traidor a su patria además de desequilibrado mental (psicótico). Como Heidegger, como Céline, como Paul de Man, como Blanchot, como Cioran, como Elíade. como Pessoa, como Michels y como tantos otros el problema en cualquier esbozo biográfico de estos intelectuales son los años que transcurren entre el fin de la Primera Guerra Mundial (1918) y la derrota del Tercer Reich (1945). Todos abrazaron con fascinación el naciente fascismo. Pero Pound no sólo merece estar en la galería de los sospechosos de siempre de la historia intelectual: revolucionó la literatura directa e indirectamente. Además de ser el más grande de los poetas del siglo XX fue editor, corrector y artífice de la publicación de “No Man’s Land” de T. S. Eliot, el primer poema realmente modernista que formateó todo lo que venía del pasado, haciéndolo caduco y ridículo. Sin embargo, mientras que Eliot pasó a convertirse en el principal crítico y poeta de su tiempo, a pesar de su carga teológica, la posición de Pound ha sido empañada por su apoyo incondicional a Mussolini y Hitler, sus programas radiofónicos de agitprop fascista en Roma durante la Segunda Guerra Mundial y por su antisemitismo visceral. Como en los debates sobre autores hechizados por el fascismo, en el caso de Pound tenemos también interpretaciones opuestas, una herradura hermenéutica que oscila entre separar artificial y absolutamente la obra del hombre (el clásico es Julia Kristeva) o directamente hacer preceder a la poesía de su adhesión política al fascismo (Massimo Bacigalupo). La conclusión es un silogismo ridículo: Pound no fue fascista (cuando efectivamente lo fue); Pound no fue realmente un poeta (cuando lo fue y cómo). O, profundizando un poco, Pound fue fascista sui generis pero su poesía no. Habría un Pound bueno, el enhebrador de stanzas y rimas libres, un essential Pound y un Pound malo, demente, irracional, loco de atar, un pobre desequilibrado que creía ser fascista aunque no era fascista en el fondo. Por supuesto, la mayoría de los estudiosos, en ambas márgenes de la interpretación, no tienen idea de qué era el fascismo en su versión italiana. Al no comprender la originalidad no entienden y proyectan su propia ignorancia en Pound. Para muchos sigue siendo impensable que el fascismo haya atraído verdaderamente a ilustrados de la magnitud de Pound. Como señalaba Connor Cruise O’Brien sobre Yeats ¿cómo se puede conciliar la poesía que más amas con la idea política que más odias? Éste es el dilema Pound. Hay una tercera variante de hagiografía clínica, que intenta exculpar a Pound por su supuesta demencia durante al Segunda Guerra Mundial. Incluso lo sostienen autores progresistas o de izquierdas. Esta vía de exoneración está clausurada hace tiempo, tenemos las declaraciones del Dr. Jerome Kavka, que examinó a Pound en el psiquiátrico de St. Elizabeth’s, quién a repetido que no sufría de psicosis y que la internación se debió a los temores de Pound a ser ahorcado por traidor durante la èpuration. La puesta en escena célinnianne de Pound fue idea de su círculo de amigos para evitar un juicio catastrófico. La discusión sobre la deriva fascista en torno a Pound se reaviva en Inglaterra por la edición de unas cartas inéditas a intelectuales chinos, algunas de la cuales hablan no sólo de su trabajo como escritor, poeta, guionista y editor sino además de su afinidades políticas y de su decisión de apoyar el fascismo (Pound no diferenciaba entre fascismo y nacionalsocialismo). Las 162 cartas, escritas en un raro acento fonético, fueron rastreadas y localizadas a lo largo de 15 años por el profesor Zhaoming Qian, de la Universidad de Nueva Orleáns. Abarcan un período de cuarenta años y nos dejan ver su adhesión a formas políticas del confucianismo, comentarios sobre cómo se recibía en Occidente su opera magna “The Cantos” (”Cantares” en español) y opiniones sobre poetas y escritores de la época, incluido por supuesto, su alter ego T. S. Eliot. Uno de los biógrafos más profundos de Pound, David Moody, señala que estas cartas nos permiten explicar el distanciamiento entre los dos grandes poetas, separación marcada por criterios políticos. Eliot, a través de su revista “The Criterion”, aplicaba su mandarinesca Kulturkritik contra el capitalismo y su bárbaro modernismo. El escalpelo eliotenne se afilaba con piedra de amolar católica y sus parámetros pueden calificarse de “reaccionarios”. Nunca llega a desembocar en la decisión por el fascismo. Eliot era un Edmund Burke revivido y redimido. Clamaba por una nueva tercera vía, ni bolchevique ni capitalista, pero su modelo era un renacimiento del corporativismo con espíritu latino. Era esto, y no ninguna lucha dialéctica por la estética, lo que enfurecía a Pound. En sus cartas llama a Eliot “Elephant”, “Buzzard”, que tiene “Head full of Mouldy Old Christianity”. La correspondencia además nos explica la tensión ideológica y el intento de sincretismo entre la teoría fascista y Confucio. Por supuesto, una síntesis para nada absurda o producto de una locura en ciernes, que en realidad nunca existió. Y de cómo se producía la retroalimentación con su proyecto subversivo de escritura poética.
Un “poeta economista” en la Italia fascista
“Mussolini es un macho de la especie y autor de la consegna de este año” escribía Pound en “Make it New”, una colección de su mejor prosa literaria. Los diarios fascistas, como el reconvertido “Gazzetta del Popolo”, lo llamaban “el poeta economista”. En su último domicilio en Venecia, donde murió, sito en la calle Querini 252, figura una plaqueta en mármol blanco en la que reza “Titano della Poesia”. Nunca tan bien dicho. Es uno de los poetas más revulsivos y decisivos del siglo XX. Y lo sabía. Su fiel Penélope fue Gustav Flaubert, como le gustaba repetir. Hay una imagen curiosa donde se lo ve, una foto en blanco y negro, como un símbolo futurista encarnado: hiperactivo, atlético, vigoroso. Juega al tenis en su residencia en Rapallo, Italia. El país está gobernado por el Il Duce Benito Mussolini, el líder que tenía “sentido del tiempo”. Sabe que el “juego con el arte” ha cambiado. Pero Pound, pese al New Criticism que ve artistas inmaculados dedicados en alma y vida a la causa literaria en impolutas torres marfilescas, no era un poeta en sentido estricto y débil. No era simplemente un jugador de estilo más. No era un Mallarmé. No lo permitía su propia gigantez. La escritura para Pound debía ajustar cuentas con el terremoto de la guerra, con la matanza colectiva y la crisis de las democracias liberales. El estilo debe hacer un control de daños para remover de la bancarrota a la Kultur occidental. La poesía, “esa vieja puta desdentada” es parte de la decadencia sin fin. Al liberalismo lo llama sin pudor “a running sore”. Su poesía es una toma de postura política, es la “impresión en yeso” que la edad del modernismo reaccionario exigía. Pound, artífice del Imagismo primero, del Vorticismo después, experimentador rabioso, crítico furibundo del Futurismo. El diagnóstico del vaciamiento del sujeto de la cultura humanista y la disolución del lenguaje también son hiperpolíticas. Igual de políticas son las de sus compañeros de viaje Yeats y Eliot. Y no podría ser de otra manera. Se trata de atravesar transversalmente todos (y “todos” no es retórica) los modelos de formalización del lenguaje literario antes que la cultura occidental se diera una forma económica basada en el plusvalor (con el paso del valor de uso al valor de cambio). Si Pound bucea incansablemente en el vers libre de los poeta mélicos, en los clasicistas isabelinos o en los trovadores franceses, en los haikus de la poesía provenzal o los juglares bretones, es que busca un lenguaje, en forma y ritmo, que supere la irreversible reificación capitalista y la lenta fragmentación-alienación del material por medio del cual la literatura (y la poesía) trabaja. El retorno a los orígenes “que fortifica, porque implica un retorno a la naturaleza y a la razón”, no es romanticismo banal (¡para eso esta Filippo Tommaso Marinetti!), sino el intento de buscar el inicio auténtico fuera de las mediaciones del capital. El hombre de la nueva era “no quiere hacer lo que debe donde no debe”. Tradición no significa ataduras que nos liguen al pasado: es algo bello que conservamos y que se mantiene inmune al circuito dinero-mercancía-dinero. El fetichismo del dinero es el que ha hecho mercancía al propio lenguaje. Para entender a Pound y su revolución poética debe comprendérselo como un pensador en toda la extensión del término. Pound es como la Quimera homérica: poeta por delante; economista por detrás y en el medio el político. Pound, como Heidegger, como Blanchot, como Céline, como tantos, abrazó la solución fascista no como residuo de una fantástica psicosis, no cómo un error por inexperiencia política, sino como resultado coherente de sus propias reflexiones sobre la economía y la política de su tiempo. En el siglo XX la rebelión ideológica liberal precedió a la política, la voluntad de purificar el mundo burgués de las hipotecas del siglo XVIII, así como el rechazo al “malestar” liberal y burgués, se unen en un mismo impulso en las más importantes vanguardias literarias y artísticas de Europa.
Modernismo y proto fascismo
“La revolución fascista fue hecha PARA la preservación de determinadas libertades y PARA el mantenimiento de un cierto nivel de cultura, de ciertos estándares vida, pero NO fue hecha para hacer descender un nivel de riquezas o de pobreza, sino que es una denegación a entregar ciertas prerrogativas inmateriales, una denegación de entregar una gran porción de nuestro patrimonio cultural… Es posible que todas las demás revoluciones se han producido sólo después, es decir, muy considerablemente DESPUÉS de un cambio en las condiciones materiales, pero la ‘revolución continua’ de Mussolini es la primera revolución que ocurren simultáneamente con el cambio de las bases materiales de la vida.” (”Jefferson and/or Mussolini”, escrito en 1933, publicado en 1935) Así resumía Pound la positividad del fascismo como fenómeno epocal y, en sus propias palabras en el prefacio de la edición norteamericana del phamplet, nos explicaría a sus lectores “la idea statale del fascismo tal como yo la he visto”. Estas ideas no se las contagió al ver la rivoluzione continua en vivo en Italia: siempre confesó que su Turn hacia la nueva derecha había ocurrido en Inglaterra. Pound fue un intelectual comprometido con su tiempo. Como tantos intelectuales del ‘900 y como su futuro héroe, Mussolini, Pound también comenzó su deriva fascista desde el socialismo. Su lugar fue el diario “New Age”, en el que escribió sin interrupciones diez años: de 1911 a 1921. El diario pertenecía a las Fabian Arts Society y portaba como motto “An Independent Socialist Review of Politics, Literatura and Art”. Antes de la Gran Guerra era considerado el mejor diario de la izquierda británica. Allí escribieron Shaw, Chesterton, Belloc y muchas futuras figuras intelectuales del Labour Party. El diario intentaba realizar una rara síntesis, que ya veremos en otros tipos de fascismos, entre socialismo evolucionista y el sindicalismo. La formación económica de Pound se realizón íntegramente gracias a este diario a través de la difusión de economistas heterodoxos, algunos importantes aún hoy en día, como Silvio Gesell y otros que han pasado al justo olvido, como C. H. Douglas. Ya en pleno fascismo italiano Pound dio conferencias sobre economía planificada y la base hitórica de la economía en la Universidad de Milán a lo largo de 1933. Al inicio del ‘900 en sucesivos artículos Pound defiende las reformas socialistas llamadas “Social Credit”, en clave proudhonnistes y su economista de cabecera es siempre Gesell. Como muchos pre fascistas, Pound cree que modificando la esfera de la circulación y la distribución podría nacer una nueva sociedad sin tocar las estructuras sociales y políticas, sin tocar el derecho de propiedad básico. El fascismo es el único, entre el comunismo y el capitalismo liberal, de llevar a buen término, la justicia económica. Paralelamente a su actividad como socialista de la tercera vía (ni bolchevique, ni liberal) Pound inicia otro tipo de actividades político literarias. En diciembre de 1913, Ezra Pound le escribe al poeta William Carlos Williams una carta donde llama a la escena artística literaria de Londres ‘’The Vortex”, el vértice. Será un término que hará historia. La aparición en Londres de la revista “Blast” en junio de 1914 anuncia públicamente el nacimiento del “Vorticism”, un movimiento vanguardista emparentado con el futurismo pero que rompía con él en lo esencial. Hasta el “New York Times” de la época destacó la ruptura que se avecinaba. Según la definió Pound en carta a sus padres “la más inteligente revista de Londres. Ustedes la detestarían”. Lewis había tomado la idea de “Blast” de los cubistas. Marinetti estuvo en Londres en 1913. La revista no sólo destacaba en contenidos sino revolucionaba la forma hasta en los colores (¡rosa chillón en plena época victoriana!) y la tipografía. Su objetivo era “devastar”: devastar la cultura francesa, el humor inglés, la iglesia anglicana, la cultura popular, la prensa tradicional, las autocreídas vanguardias, la burguesía segura y establecida. En la revista escribirán, entre otros, Ford Madox Ford y T. S. Eliot. Más tarde Pound empleará el término “Vortex” para definir la especificidad del arte de su amigo Wyndham Lewis. Lewis es “un verdadero maestro”, fue él el que redacto el “Vorticist Manifesto”, y para Pound debería estar al lado de Gaudier, Picasso o Joyce en cuanto a su papel revolucionario en el arte y la literatura. A Ernest Hemingway, que lo conoció, le disgustaba, y dijo que tenía los ojos “de un violador fracasado”. Pound se arrepentirá de no haber escrito un libro sobre él toda su vida. De la novela de Lewis “Tarr” (1918, re escrita en 1928), Pound dirá que es “la novela inglesa más vigorosa y vehemente de su tiempo y su autor el fenómeno más excepcional de la época”. El único escritor contemporáneo que puede comparársele es Joyce. El escritor y pintor Wyndham Lewis escribirá un libro en 1931 elogiando a Hitler, editado por Chatto&Windus, aunque nunca llegará al extremo del intelectual fascista comprometido como Marinetti, Drieu, Brasillach o Paul de Man. Lewis considera al nacionalsocialismo (todavía en la oposición) como una respuesta al comunismo, en la que el concepto de raza es un antídoto saludable contra la idea de Klassenkampf, de clase social. El programa hitleriano es un excelente plan para salvar a Europa frente al peligro del bolchevismo asiático. En síntesis: el fascismo, dirá Lewis sin arrepentirse nunca (de manera similar a cómo Heidegger seguía justificando al nacionalsocialismo hasta su muerte) es la expresión revolucionaria más adecuada y más acabada de la oposición al status quo burgués. El modernismo revolucionario. Curioso o no Lewis fue ampliamente difundido en Argentina a través de la revista “Sur” de Victoria Ocampo. Pero la figura de Lewis personifica perfectamente el intelectual modernista reaccionario atraido por la vitalidad, al energía de lo irracional, la fuerza del instinto, todos fenómenos de esta rebelión contrailuminista, antimaterialista, antiburguesa y antimarxista que representará en un primer momento el fascismo italiano, luego el nacionalsocialismo y los diversos fascismos menores de Europa. El vorticismo contribuirá a ilustrar la naturaleza de las afinidades entre revuelta cultural, modernismo reaccionario y el ascenso irresistible del fascismo. Las raíces del modernismo se encuentran entrelazadas con las afinidades electivas de la derecha revolucionaria, el pasado perfecto del futuro fascismo.
Derecha revolucionaria y filosofía
En el grupo vorticista tenía un ideólogo más profundo, un filósofo en toda línea, una especie de Heidegger o Drieu de la Rochelle inglés. Su nombre era Thomas Ernest Hulme. Su ascendencia sobre Pound, Yeats o T. S. Eliot es incuestionable. Ya el perspicaz Borges lo había notado cuando escribió “fue discípulo del filósofo Hulme, con el cual inauguró el Imagismo, destinado a purificar la poesía de todo lo sentimental y retórico” (¿habrá influenciado a su vez el reaccionario Hulme a Borges?). Tanta era la admiración de Pound por Hulmes que en su cuarto libro, “Ripostes” (1912), incluye un curioso epílogo, compuesto por los pomposamente calificados Complete Poetical Works of T.E. Hulme. Se trata de cinco poemas, breves, en el estilo de los haikus. Hulme era una personalidad excepcional y el verdadero teórico del clasicismo revolucionario, del que beberán tanto el fascismo como el nazismo. El joven filósofo y crítico de arte reaccionario reunía en el café “Tour Eiffel” del Soho, los jueves por la tarde, a un grupo de escritores que constituían una secesión del tradicional Poet’s Club londinense creado por un banquero. El jueves 22 de abril de 1909, Pound llegó por primera vez a ese cenáculo, invitado por su maestro Hulme. Un miembro del grupo, F.S. Flint, quién junto con Hulme y Pound crearán el “Imagism”, recuerda esa primera y memorable ocasión: “(Pound) debe haber olvidado, o nunca se enteró, de la excitación con la que los clientes de las demás mesas le oyeron declamar su Sestina: Altaforte… qué fuerte vibraba la mesa en resonancia con su voz”. Los imagistas editarán una antología que hará época llamada “Des Imagistes” será publicada en 1914 en EE.UU. y el Reino Unido. La integraban: Richard Aldington, F.S. Flint, Skipwith Cannell, Amy Lowell, William Carlos Williams, D.H. Lawrence, James Joyce, Ford Madox Hueffer (todavía no era Ford Madox Ford), Allen Upward, John Cournos, y Ezra Pound. Hay allí al menos tres de los mayores escritores en lengua inglesa del siglo (Lawrence, Joyce y Williams) reunidos por mérito exclusivo del cuarto de ellos. El libro fue recibido con desprecio e indiferencia. Pero sigamos con Hulme. El filósofo tomó la iniciativa de traducir al inglés las “Réflexions sur la violence” de Georges Sorel, el teórico sindicalista que revisaba en clave antimaterialista a Marx. Mussolini declaraba que “mis modestas ideas han encontrado confirmación autorizada en la obra de Georges Sorel”. El fascismo consideraba la obra soreliana como una fuente de inspiración y un antídoto saludable contra las perversiones marxistas. Hulme también tradujo al inglés a Henri Bergson y su vitalismo antikantiano, otra de las fuentes filosóficas del futuro fascismo. Hulme se presentó como voluntario entusiasta y murió en la Gran Guerra en septiembre de 1917, en Flandes a la edad de 34 años. En su época, según relatan diversos testimonios, se había transformado en una de las inteligencias más influyentes y uno de los principales protagonistas de la escena intelectual. T. S. Eliot dijo que era “el gran precursor de un estado de ánimo nuevo, el estado de ánimo del siglo XX” y lo definía como “un clásico, un reaccionario y un revolucionario en las antípodas del espíritu eclético, tolerante y democrático del siglo pasado”. La médula del pensamiento de Hulme, todavía no maduro por su edad, es un violento ataque al humanismo, a la perfectibilidad humana, a la empatía artificial y a la idea de progreso. Su objeto de demolición es la idea según la cual la existencia es o debe ser la fuente de la que emana todos los valores. Hulme arremete contra todo el espíritu y el arte del Renacimiento (Donatello, Miguel Angel, Marlowe) y contra la ética y la política derivada de él: Descartes, Hobbes, Spinoza, Rousseau. Su textos declaran la guerra al romanticismo, pero al romanticismo de 1789 (el de la Gran Revolución Francesa) ya la concepción roussoniana del individuo (el hombre es bueno por naturaleza). Hulme adopta el punto de vista del gran reaccionario Burke, las posiciones y definiciones de Charles Maurras (lo dice específicamente), de Laserre y de los proto fascistas de la Acción Francesa. Los románticos creen en la infinidad del hombre, nosotros, dirá Hulme, en sus límites. Es necesaria, sobre la lenta Untergang de Occidente, una estricta disciplina religiosa (o un sustituto a este lazo) que implica, en las formas institucionales, disciplina política (ya no basada en ese invento llamado “contrato social”) y obediencia al estado. Este es el fundamento de la llamada “Anti-Democratic Intelligentszia”: rechazar de plano la tradición plumista y humanista; criticar con violencia extrema y subversiva la democracia liberal. La tarea del siglo XX, señalaba Hulme, era logra disociar a la clase obrera de la democracia. En este marco es el que hay que entender el trabajo poético y el alcance de la creación literaria de Pound. Hulme, admirador de Sorel, ofreció un retrato del teórico de la violencia y del sindicalismo revolucionario que podría aplicarse a su discípulo Pound: “Un revolucionario que es un antidemócrata, un absolutista en cuestiones de ética, que rechaza todo tipo de racionalismo y de relativismo, que concede la mayor importancia al elemento místico en religión, elemento que está convencido que nunca desaparecerá, que habla con menosprecio del modernismo y del progreso y utiliza un concepto como el honor sin el más mínimo toque de irrealidad”.
Confucio & Mussolini
Pound empezó a leer a Confucio de traducciones del francés en 1914-1915. Hizo varias pequeñas traducciones y en 1928 apareció su primera gran versión inglesa de uno de los clásicos “El Gran Compendio”. Ya en sus “The Cantos” se encontraban numerosas citas de “Las Analectas”. En sus cartas recientemente descubiertas se ve la tensión de Pound en su busca de una ética comunitaria que pudiera complementarse con el fascismo sobre el terreno. ¿Cómo intentó realizar Pound una síntesis hegeliana entre confucianismo y fascismo italiano? Confucio “que tenía a su espalda dos mil años de historia documentada, que él condensó de manera que fuera de utilidad a los hombres que ocupan cargos oficiales” permitía una Sittlichkeit, una moralidad estatal basada en salidas pragmáticas, evitando la politiquería y las discusiones abstractas de la burocracia. Confucio además sostenía una antropología pesimista sobre el hombre y un regreso a una época dorada imperial, en la cual los hombres de letras y eruditos gozarían de una posición de clase ventajosa. Los funcionarios superiores del Stato Totale deberían ser instruidos en “Las Analectas” confucianas y como regla general “no se debe permitir que ningún cristiano desempeñe cargos ejecutivos”. A Mussolini, el fondatore dell’Impero que había ya cambiado el gobierno burgués por “algo positivo, por una máquina útil”, le podría ser de enorme ayuda el aporte autoritario, centralista y práctico del confucianismo. Del judaísmo ni hablar, aunque podrían conservarse “unos cuantos judíos serios”. Confucio más Mussolini era la Océana ideal, que superaría el comunismo bolchevique y las plutocracias occidentales. Pound pensaba que el nacionalsocialismo estaba más cerca que el fascismo en los ideales confucianos de su estado. El final ignominioso de Pound es ya conocido. Hay algunas anécdotas que nos pintan qué lejos estaba en su adhesión al fascismo de la esquizofrenia. Un Pound entusiasmado contaba que a Mussolini, “que tiene sentido del tiempo”, le gustaba la música clásica por sobre la música ligera contemporánea. El clasicismo revolucionario se encarnaba en il Duce. Y que il Fascio (como llamaba en su florido lenguaje a la dictadura fascista) era “un fenómeno interesante”, tras el cual “hay perspectiva histórica”. El “estado imperialista capitalista” (sic) no sólo tenía que ser juzgado en comparación con el fascismo desplegado o con las utopías sin realizar sino con las formas pasadas de sociedad. La época no era de pasividad, de espectadores sino de acción: en su entusiasmo reaccionario se puso a preparar un guión cinematográfico en 1932 sobre la historia del fascismo, enviándole un ejemplar a Mussolini con dedicatoria. Finalmente logró el encuentro más deseado: el 30 de enero de 1933 se entrevistó con il Duce en el Palazzo Venecia, presentándole al dictador una lista de propuestas sobre reformas monetarias, económicas y además, como confesó, vislumbrar la grandeza mental de Mussolini. Le regaló un draft de XXX Cantos, el dictador lo hojeó, leyó algunos poemas y le dijo que lo encontraba “divertente”. Pound consideró esa frase un comentario muy serio que indicaba que el gran hombre de estado en un instante había llegado al alma de su obra. Emocionado como Hegel cuando vio a Napoleón en Jena, Pound consideró el hecho como una prueba de la brillantez de Mussolini y el hecho que “The Cantos” sería una obra para Übermenschen, superhombres. Su impresión en yeso para esta época. Desde aquel día Pound no llamaba a Mussolini por su nombre, sino se refería a él como “Muss” o “The Boss” (como le llama en los primeros versos del canto 41). Era el “artifex”, un genio sin medida. Eliot en “The Criterion” le publicó un artículo titulado “Asesinato por el Capital”, donde presenta a Mussolini como “el primer jefe de estado de los últimos tiempos en percibir y proclamar que la calidad era una dimensión de la producción nacional”. En “Guía de la Cultura” (1937), impresionado por ese encuentro (que será el último) Pound decía que “Mussolini, un gran hombre, demostrablemente en sus efectos sobre los acontecimientos, inadvertidamente en la rapidez mental, en la velocidad con que se expresa su verdadera emoción en su cara, de tal modo que únicamente un hombre retorcido podría malinterpretar lo que quiere decir y cuales son sus intenciones básicas”. Y “The Cantos” tiene sus propios capítulos fascistas: los cantos LXII al LXXII, conocidos como The Adams Cantos. Quiso escribir un libro sobre il Duce que nunca pudo realizar. Cuando viajó por última vez a los Estados Unidos, en 1939, al descender del trasatlántico italiano Rex (por supuesto en una suite de 1ª calse) declaró a la prensa que “Mussolini y Hitler han hecho más cosas por la paz que todas las democracias liberales”. Ya en esos momentos Hitler se había anexionado Austria y los Sudetes, Mussolini ya había conquistado con sangre Abisinia para su nuevo Imperium romano, y Pound apoyaba la operación colonialista: “Abisinia está mejor bajo el mandato de il Duce que de Negus (el emperador nativo)”. En tan sólo unos meses el IIIº Reich atacaría Polonia, estallando la Segunda Guerra Mundial. Pound utilizaba un papel de diseño propio para escribir, tenía un dibujo de sí mismo diseñado por Wyndham Lewis y tenía un motto fascista en el encabezado que decía: “La libertad es un deber, no un derecho”. A la vuelta a Rapallo desde los EE.UU. se desató la guerra. Pound ofreció sus servicios al gobierno italiano para montar una serie de emisiones radiales que llevaran a los americanos a apreciar y simpatizar con el fascismo. La primera emisión fue en enero de 1941. La idea general de Pound era que las guerras eran creadas por la codicia de los usureros y los fabricantes de armamento. Cuando Japón atacó Pearl Harbor, obligando a los EE.UU. a declararle la guerra el Eje (diciembre de 1941) Pound decidió seguir emitiendo con su propio nombre y señaló que “Roosevelt está en manos de los judíos más de lo que el presidente Wilson lo estuvo en 1919″. El 26 de julio de 1943, una corte federal de los Estados Unidos acusó a Ezra Pound de adherir a los enemigos de los Estados Unidos. En otras palabras, traición. La pena iba desde 5 años de prisión y U$S 10.000, a la silla eléctrica o mejor dicho, la horca.
La caída de los dioses
El 10 de julio de 1943, tropas británicas y estadounidenses desembarcan al sur-este de la isla de Sicilia y la ocupan en poco más de un mes. La invasión aliada de territorio italiano provoca que, el 24 de julio, se produzca un putsch palaciego, el rey de Italia Víctor Manuel IIII ordene la detención de Mussolini y nombra al mariscal Badoglio nuevo presidente del país. El gobierno de Badoglio se rindió a los aliados y los alemanes ocuparon toda Italia. Un comando libera a Mussolini quién establece la Italia fascista en el norte, con capital en Milán. Se la conocerá como la Repubblica Sociale Italiana (RSI), pero su nombre popular será República de Saló, debido a que la residencia de il Duce estaba en Saló, pequeña ciudad en el lago Garda. Pound estaba en ese mes crucial de septiembre de 1943 en Roma. Un empleado del Minculpop (Ministerio de Cultura Popular fascista) recuerda haber visto a Pound deambulando por las desiertas oficinas, buscando manuscritos de sus charlas radiales. Los días finales fueron un caos, con los fascistas huyendo hacia el norte. Pound también lo hizo, al mejor estilo de Céline: salió de Roma por la vía Salaria, cruzó el municipio de Fara Sabina y durmió bajo las estrellas. Tomo un tren abarrotado y medio a pie logró llegar al Tirol, zona segura. Toda esta experiencia de huída hacia Saló también aparecerán en “The Cantos” 77, 78 y 79. Se reincorporará al movimiento y pone todo su talento para sostener la república de opereta de un Mussolini ya quebrado. Compone canciones para las milicias fascistas, traduce y escribe panfletos, artículo, manifiestos y posters, todo ello en italiano. Los posters fueron impresos con máximas confucianas o slogans fascistas de la época reformados por Pound. Entre 1943 y 1945, fecha en al que es encarcelado, Pound imprimió seis obras en la República de Saló, incluido el testamento de Confucio. Escribió artículos en la revista propagandística del régimen “Gladio”. Pound apoya el fascismo de izquierda, una especie de vuelta a los orígenes, de Mussolini, aportando ideas y proyectos culturales. Su foto y descripción habían sido distribuidas en el frente y lo buscaba no sólo el ejército, sino un fiscal general y el FBI. Cuando lo atraparon en Sant’ Ambrosio estaba traduciendo el “Libro de Mencio”, el seguidor más fiel de Confucio pero el más populista. Para vergüenza de su etnocentrismo, Pound se rindió en mayo de 1945 a una raza inferior: un soldado negro con una carabina que lo llevó bajo arresto a Lavagna. En una conversación con uno de los ministros de Saló, Pound le explicó la amalgama de fascismo y confucianismo, su valor para elevar la moral del combate: “The Value of Philosophy (or of a Philosophy) is that it Reinforces Courage. Confucius is the Staff to take in the Trenches”.
Algunos poemas deEZRA POUND
http://amediavoz.com/pound.htm#EL%20DESVÁN://
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