domingo, 2 de septiembre de 2007

POETA PEDALEANDO SOBRE EL VIENTO


JORGE E. SCHULTZ
Este poeta barranquillero de tierra fría, este pedalista de las pistas negras de la aurora, es uno de los tantos que en Colombia, no hacen parte del festival farandulero de la poesía. La poesía no necesita multitudes, necesita atletas que en las madrugadas naveguen las rutas silenciosas y solitarias de los versos. La poesía no necesita coliseos (en donde no falta la consabida publicidad de la multinacional de turno), necesita lectores, que en comunión con la palabra, encuentren un punto de luz por donde el lenguaje se fugue hacia una estrella.

La poesía no necesita embajadores de clase turística que van por el mundo, con sus guayaberas multicolores y sus gafas negras, de balneario en balneario, mostrando la cara amble y culta, de una sociedad que oculta mucho, de sus prisiones, sus carnicerías, sus guerras neocoloniales.

La poesía necesita poetas-ciclistas como Jorge E. Schultz que como deportista y ciclista de montaña. Pedaleé al fondo de la luz andina, buscando en medio del aliento brumoso de la madrugada, una metáfora silenciosa que vitalice la palabra y la convierta en una rueda de música mecánica y neumática ligera.

Su poesía tiene múltiples matices y sonoridades, que la hacen cercana a una balada-jazz, lenta y armoniosa, fraguada en la arena o en la piedra sonora de su Atlántico querido, unas veces. Otras, como cantos de una marinería interior, que suelta sobre el rayo de plata del verso: la joya viva, la palabra luminosa.

Poeta culto, y de culto, para un grupo de jóvenes poetas del eje cafetero y de la costa atlántica; Jorge  Schultz es a mi modesto entender, uno de los mejores poetas colombianos, que, como casi siempre ocurre, ha sido objeto de un ostracismo y ocultamiento por parte de quienes se ocupan de la critica de estos menesteres literarios.

De regreso de su vida marinera, con los tatuajes de las tempestades en su rostro. Sin vocación de vedette y sin el amaneramiento de los poetas capitalinos que les permite sentarse con delicadeza en las mesas de los olimpos patrios, en donde al lado de ilustres pirómanos se sientan periodistas y oficinistas que cantan en tono menor, pero que juegan a la carrera diplomática de la poesía; esa, en la que gana el más apto para las genuflexiones y la malicia política.

No se ha empelotado sobre su bicicleta para llamar la atención –cuando practica su deporte, lo hace con la severidad mística y estoica de los atletas de montaña–. No ha ido a mendigar puesto a la casa de poesía Silva y no se ha fotografiado al lado de manatíes graciosos y rancias ballenas que navegan sofocadas en etil, dentro del estanque- santuario-poético nacional como J. M. Roca; por que está ocupado puliendo sus versos y afinando sus músculos sobre el caballito de acero.
La ultima vez que lo vi, estaba delgado, bronceado y fuerte.– “Llegará el tiempo, -si las cosas siguen así-, que será más importante para un poeta colombiano poder hacer kilómetros de fondo, sin sufrir un ataque cardiaco”– me dijo. Y es verdad, esos kilómetros que conducen a la emboscadura del hombre libre; el que se hace a un lado de la farsa para afinar su ballesta sobre la sociedad del espectáculo, serán importantes.

Hay que decir, que a pesar de todo, el poeta Schultz ha roto la velada censura que en este trópico venal, acompaña la carrera del poeta; que editores honestos, como el poeta Omar Ortiz de la revista “Luna Nueva de Poesía” ha visto el gran valor literario de este escritor y ha publicado estos hermosos poemas, que me permito transcribir aquí:

EL VIENTO

Yo soy el viento
abocinando las manos en el borde de la playa.
El que exprime a contracorriente
el salto del delfín a la mar alta
donde mueren y nacen las tormentas.
El viento flameando en la gavia de los días.
Crujiendo y empujando el velamen del esquife.
Arrebatando de verdes las corrientes en el golfo.
Irisando en el fondo un estruendo de mareas.
Sosteniendo al pelicano sobre el ramaje de las olas;
el viento el viento el viento
pájaro que echa raíces en el aire.



UNA BIOGRAFIA DE VALLEJO

Se moriría en París, un día de lluvia jueves
y yo imagino:
de agujereado impermeable y sin paraguas
los pies sumidos en el agua
el rostro pegado a las vitrinas.
Prosando la bilis de sus tuétanos
la terrible intemperie de su tripas
y corriendo detrás de los tranvías
para colgar su existencia de la puerta.
Y él con esas ganas bizarras de morirse
piera sobre piedra
de cholo de perfil y taciturno;
con ese solitario desamparo
tras las rejas y cerrojos de los días
enterrándose en su fosa visionariamente abierta
llenándola a palada con sus versos
y granos de arena como candados diminutos.
Porque visto bien bajo una lupa
todo funeral y su obituario
solo está correctamente escrito
con las uñas y tibias
y fémures del difunto.



DATOS DE UN CONVALECIENTE

“Todo el que insiste en su locura
adquiere la verdadera cordura.”
William Blake

A mi corazón no le van camisas de fuerza.
Huele a quemadura, a lentos, a alelados días
oscuros y plagados de relámpagos
a tropel, a pendular bombilla
a luz flotando enloquecida de un muro a otro muro
sobre sombras, rostros y cabezas
sobre una camilla de descargas eléctricas;
arqueada tormenta o corto circuito que al alma toca.

La noche viene, a gotas resbalando por espinas
por balbuceos de seconal, a los revueltos cabellos
a un amasijo de dedos.
Aquí, aquí la atmósfera en suma peligrosa.
Días erigidos en un tiempo sin remedio
días que un oscuro horror derrumba.

Aguantar es la consigna si el tiempo aprieta.
Zumbar de golpes eléctricos en el día
sucesivos
en el plumaje de las horas.


CARTA DEL PEQUEÑO GUERRERO

Recién he dejado las trincheras madre
vuelvo a casa como un relámpago
no se preocupe casi completo;
una muleta por pierna izquierda
una venda por mano derecha
una nube en el ojo.
En la valija un trompo y perlas de naftalina
para espantar pesadillas, alimañas y miedos.

Posdata:
Recuerdo mucho el patio
sobre todo el ciruelo por las noches
cuando lo mirábamos entre la brisa de diciembre
frutecer
maduro de universo.


DE LOS SUEÑOS DE UN POETA

A veces a las puertas de mis sueños
toca la gloria y me sonríe.
A veces en mi sueño
escucho cerrarse la puerta detrás de ella
y me despierto con la vaga sensación
de que ha puesto mi cara entre sus senos
y me ha susurrado el vértigo
de sus delirios al oído.

Pero yo que sé cuando escasean mis palabras
que me duele no acertar una frase célebre
no caigo en inmensa tentación de llamarla
ahora que debe estar elaborando
su larga lista de escogidos
o velando
los cadáveres de Borges y Neruda.