Medios de comunicación y globalización:
tensiones de la política, las identidades y la educación
Medios de
comunicación y globalización: tensiones de la política, las identidades y la
educación.
Mídia e
globalização: as tensões políticas, as identidades e a educação.
Media and
globalization: political tensions, identities and education.
Carlos Eduardo Valderrama H.*
* Sociólogo. Docente/Investigador del Instituto de Estudios Sociales
Contemporáneos, IESCOUC (antiguo DIUC). Estudiante de doctorado del programa
sobre la sociedad de información y el conocimiento de la Universidad Abierta de
Cataluña (UOC). E-mail: cvalderramah@ucentral.edu.co
Apertura
Uno de los rasgos más sobresalientes de la globalización es la
emergencia de actores transnacionales de diverso tipo, orden y nivel diferentes
a los Estados-nación: organizaciones panregionales de carácter económico o
político, organismos supranacionales que aglutinan Estados- nación en torno de
diversos intereses, organizaciones no gubernamentales, confederaciones
militares, oligopolios de empresa privada, etc. La configuración de complejas
redes y sistemas de interacción e intercambio entre éstos, dan forma a ese
conjunto de procesos de carácter planetario que cubre prácticamente todos los
órdenes de las sociedades: hablamos de los procesos constitutivos de dicha globalización
política, económica y cultural.
Ahora bien, uno de esos actores, complejo, ambiguo, y cada vez más
significativo, son los medios de comunicación1. En las dinámicas de su propio
desarrollo, los medios van generando una serie de tensiones complejas en
prácticamente todos los campos de la sociedad. En este texto pretendemos
abordar algunas de esas tensiones clave, especialmente en los ámbitos de la política,
las identidades y la educación, todo ello en el escenario, como ya se dijo, de
la globalización.
Globalización y
medios
La compleja relación entre los medios y la globalización, solo es
posible entenderla si contemplamos simultáneamente dos procesos no siempre
claramente diferenciables entre sí: por una parte, el proceso de globalización
de los medios como tal, y por otra, los procesos que hacen de los medios
condición de posibilidad de la globalización.
Con respecto del primero, en su condición de industria, los medios
masivos de comunicación no escapan a la lógica y a las dinámicas de las grandes
corporaciones. Si bien el surgimiento de las empresas de telecomunicaciones,
las agencias de noticias y las industrias del entretenimiento se inició desde
una perspectiva internacional, hoy los conglomerados de estos sectores han
conformado un sólido mercado mundial, se han fusionado diversificando sus
frentes de producción al tiempo que se consolidan monopolios y se formalizan
oligopolios, y han entrado a su vez a formar parte de los intereses de otros
sectores, pues como lo afirma Thompson (1998: 213), el sector financiero ha
“adquirido sustanciosos intereses en el sector de la información y la
comunicación, como parte de políticas explícitas de expansión global y
diversificación”.
Según Held y otros (1999: 347), desde la década del setenta las
dinámicas de la globalización en términos de la liberalización de los mercados
y de las regulaciones nacionales y globales de las telecomunicaciones y las
industrias mediáticas ha dado lugar a cinco principales tendencias: a) el
incremento en la concentración de la propiedad, b) un cambio de la propiedad
pública a la propiedad privada, c) una cada vez más frecuente
transnacionalización de las corporaciones mediante el establecimiento de
subsidiarias o de la compra de empresas locales, d) la diversificación general
de las corporaciones a través de diferentes tipos de productos mediáticos, y e)
un incremento en el número de fusiones entre productores culturales, corporaciones
de telecomunicaciones y empresas productoras de hardware y software2.
En relación con la segunda dimensión de nuestro acercamiento, podemos
decir, junto con Thompson (1998: 200), que existe globalización “sólo cuando la
creciente interconectividad de diferentes regiones y lugares se convierte en
sistemática, en cierto grado recíproca, y sólo cuando el alcance de la
interconectividad resulta efectivamente global”. La interconectividad resulta
siendo uno, si no el más importante, de los sustratos tecnosimbólicos3 de la globalización. Y los
medios de comunicación, especialmente los nuevos medios, son justamente esos
agentes globales que soportan ese sustrato.
La creciente mediatización de la sociedad, agenciada gracias al
desarrollo de las tecnologías de la información y la comunicación (redes
satelitales, telecomunicaciones, microelectrónica, etc.), incrementa una doble
condición (de vieja data) de los medios: su carácter de mediadores sociales
(Martín Serrano, 1978) y de agentes de la sociedad de mercado, y su carácter de
mediadores sociopolíticos a través de los usos y empoderamientos que los
sujetos individuales y colectivos hacen de ellos. Existe, pues, una especie de
dependencia mediática, tanto individual como colectiva en casi todos los
órdenes de la vida. Junto con otras tecnologías de la comunicación y la
información, los medios han pasado a ocupar un lugar central en la construcción
de nuevas formas cognoscitivas y maneras de relacionarse con el mundo. Para
Orozco (2001: 20), el “resultado es que en el presente milenio (y ya desde las
últimas décadas del anterior), no es posible sustraerse de los medios, y los
que lo hacen, o son forzados a hacerlo, afrontan incalculables costos por su
exclusión…”.
Y justamente sobre esto nos interesa llamar la atención: las asimetrías
relacionadas con las dinámicas de conexión-desconexión que se generan a partir
de la conformación de redes mediáticas. Si partimos del supuesto de que la
actual sociedad se estructura a partir de la conformación de redes, tal y como
nos lo ilustran ampliamente Castells (1999), Held y otros (1999),
Carnoy (2000), entre otros, un aspecto clave para el análisis y caracterización
de las dinámicas relacionadas con el acceso a los bienes simbólicos en el
escenario de la sociedad de la información, es la tensión conexión-desconexión.
Conexión-desconexión que va más allá de los indicadores cuantitativos de acceso
a los sistemas y redes de información. En efecto, tanto para la vida cotidiana
de los trabajadores y las personas en general, como para los países del Tercer
Mundo, esta tensión significa también el ingreso a un juego perverso de
inclusión-exclusión en los diferentes escenarios: laboral, educacional, de
servicios, de bienestar social, etc. Como lo dicen Held y otros,
ejercicios de poder en un continente pueden afectar la dinámica diaria de
cientos de miles de hogares en otros continentes, hasta el punto que, como
también lo reconoce Castells (1999: 160 y ss), países enteros (los del África
subsahariana, por ejemplo) queden excluidos de esa nueva dinámica económica de
la globalización y la sociedad de la información que la sustenta.
Además de la concentración de poder económico, la monopolización del
ámbito de la comunicación y la información lleva a la concentración del poder
simbólico de manera privada y con altas desigualdades de diverso orden. El
consumo de productos mediáticos en muchos países depende de la producción de
pocas empresas productoras de bienes simbólicos (Thompson, 1998: 216), de tal
manera que los flujos de capital simbólico son de carácter marcadamente
unidireccional. Se calcula que a finales de la década pasada, entre 20 y 30
corporaciones multinacionales dominaban el mercado del entretenimiento, las
noticias, la televisión, etc., logrando significativa presencia económica y
cultural en todos los continentes y teniendo como base los países
desarrollados, especialmente los Estados Unidos (Held y otros,
1999: 347 y ss)4. Sin duda alguna, esto ha
contribuido a acrecentar lo que Aníbal Ford (2000) llama las brechas
infocomunicacionales entre países, la diferenciación –en calidad y
cantidad– entre los sectores sociales en el acceso a las tecnologías
de la comunicación y las desventajas en el ejercicio del poder mediado por los
medios.
Medios,
identidades, y subjetividad
De Sousa (2003: 196 y ss), afirma que la globalización no es un fenómeno
lineal, monolítico e inequívoco. Una de las contradicciones que hacen que ella
tenga estas características mencionadas por el autor es la tensión entre
globalización y localización, en el sentido de que los procesos de globalización
se manifiestan a la par con los procesos de localización. Con respecto de lo
que nos interesa, ello significa que junto a la desterritorialización e
interdependencia entre relaciones sociales pertenecientes a espacios múltiples
y distantes, y junto a la fragmentación de la identidad en diversas
identificaciones, se generan socialidades e identidades regionales, nacionales
y locales fundadas en interacciones frente a frente, de proximidad e
interactividad territorial profundamente arraigadas en raíces históricas, esto
es, más fundamentadas en lo que se es o en lo que se cree ser que en lo que se
hace (Castells, 1999).
En una línea similar de razonamiento, Appadurai (1996) señala cómo la
producción de lo local –entendido por el autor como una característica
fenomenológica de lo social, como estructura de las sensibilidades, como
producción ideológica de comunidades concretas o situadas, todo ello con
repercusiones en la organización material–, se ve afectada por
ciertas fuerzas propias de la globalización y en tensión con el proyecto
moderno del Estado-nación. Así, para el autor, las comunidades (neighbourhoods)
–en permanente contrapunto con las pretensiones del Estado moderno de
hacer de ellas escenarios para la producción de ciudadanos
obedientes– se ven tensionadas gracias a la fuerza de las nuevas
formas de comunicación mediada electrónicamente, y por el surgimiento de
espacios virtuales dentro de los cuales se generan nuevas formas, o se
reconfiguran las existentes, de comunidad local.
En este marco de convergencia entre procesos de globalización-
localización y medios de comunicación, los sujetos están re-configurando sus
subjetividades en el sentido de que están re-adecuando sus nociones de tiempo y
espacio (Ortiz, 1998), la frontera entre lo vivo y lo muerto (Turkle, 1997),
están descubriendo-viviendo lo que Ferrés (1998) llama las lógicas de la
emoción y están re-descubriendo la relación de sí mismos con la técnica
(Martín-Barbero, 2004). Dos conceptos introducidos por Thompson (1998: 55-56)
nos ayudan a entender estos procesos: la “historicidad mediática” y la
“experiencia mediática”. Con el primero, se refiere al hecho de que “nuestra
percepción del pasado, y nuestra percepción de las maneras en que el pasado
afecta nuestra vida actual, depende cada vez más de una creciente reserva de
formas simbólicas mediáticas”, es decir, dependen cada vez menos de “su
experiencia personal, o de la experiencia personal de otros cuyas aclaraciones
procedan de la interacción cara-acara”. Con el segundo, se refiere a nuestra
percepción “de que el mundo existe más allá de la esfera de nuestra experiencia
personal” y al hecho de “experimentar acontecimientos, observar a los otros y,
en general, aprender acerca de un mundo que se extiende más allá de la esfera
de nuestros encuentros cotidianos”. En este desanclaje de tiempos y espacios,
los horizontes de referencia se amplían y se complejizan para la comprensión
del sí mismo.
Sin embargo, lo que nos interesa resaltar es el hecho de que a la vez que
se re-configuran las subjetividades, los sujetos aprenden a transitar por las
comunidades de adscripción e identificación. En efecto, no podemos aceptar
abstractamente el hecho del actual cuestionamiento a la identidad cartesiana y
la constatación de las múltiples pertenencias identitarias del sujeto
contemporáneo, sin comprender y aceptar que esas múltiples comunidades de
adscripción operan de manera muy diferente y exigen lógicas de legitimación de
pertenencia bien diferentes. Las comunidades creadas en el escenario de la WWW,
por ejemplo, son, en palabras de Kerckhove (2002), “just-intime communities”,
hechas por conexión de personas con intereses y metas comunes que coinciden en
tiempo y espacios virtuales –que no geográficos–, comunidades
que pueden ser efímeras pero que no por esto dejan de ser significativas.
Diferentes son las comunidades que crean los canales de televisión
especializados, en las cuales las personas no necesariamente están
interconectadas, aunque sí deban coincidir en tiempos y relativamente en los
espacios. Por supuesto, diferentes son las comunidades “tradicionales” (cara a
cara o mediadas institucionalmente por partidos políticos o por iglesias). Con
ello, lo que en última instancia queremos decir, es que el sujeto contemporáneo
tiene que vérselas con diferentes maneras de vivir juntos, con diferentes
maneras de ejercer la ciudadanía, o por lo menos con múltiples posibilidades de
ejercerla más allá de los espacios tradicionales de la política.
Medios y política
La idea actual de lo público, y por consiguiente la idea y la práctica
de la actuación pública, está asociada a varios cambios estructurales y
culturales de la sociedad contemporánea como los que mencionamos anteriormente.
Uno de ellos tiene que ver con la noción de esfera pública. De acuerdo con
Keane (1997: 57 y ss), hoy no existe como una esfera pública unificada sino “un
complejo mosaico de esferas públicas de diversos tamaños, que se traslapan e
interconectan y que nos obligan a reconsiderar radicalmente nuestros conceptos
sobre la vida pública…”.
En efecto, para el autor existen tres niveles ideales de esfera pública:
a) la microesfera pública, que se presenta en el ámbito del sub-Estadonación,
b) la mesoesfera pública y, c) la macroesfera pública. Este último nivel
corresponde a los macropúblicos conformados por millones de ciudadanos y tiene
como escenario tanto las regiones como el planeta entero. Volkmer (2004) ha
descrito cómo la nueva condición de la comunicación global, y especialmente la
presencia de la WWW, ha generado una esfera pública global y autónoma, en la
cual se reconfigura la información política, se ejerce cierta soberanía en la
medida en que no obedece directamente a las regulaciones estatales, emerge una
suerte de integración vertical entre los diferentes medios de comunicación, se
provee información política entre las partes más alejadas del planeta. Para
Keane (1997: 64), los “macropúblicos conformados por millones de ciudadanos son
el resultado (no intencional) de la concentración internacional de las empresas
de comunicación masiva, que antes eran detentadas y operadas en el espacio del
Estado-nación”.
Para el caso de las esferas meso y micropúblicas, los diarios, las
radiodifusoras y la televisión regionales y locales crean también sus propios
públicos en el marco tanto del Estado- nación como en el de los ámbitos
propiamente locales.
Sin embargo, la relación entre lo público y los medios de comunicación y
las nuevas tecnologías de la comunicación y la información no se reduce a la
mediación instrumental que ellos realizan. En efecto, los medios de
comunicación no actúan sólo como vehículos de información o como escenarios
pasivos del debate público. Una permanente tensión entre fuerzas hegemónicas y
contrahegemónicas configura finalmente ese espacio o esfera pública en donde se
da esa relación tan controvertida entre los medios y la política. Brevemente
nos queremos referir a cuatro de esas tensiones, las cuales tienen que ver con
las dimensiones espacial, ideológica, teleológica y participativa.
Espacialmente5 la tensión se genera entre los
medios considerados y usados como un mero escenario o instrumentos burdos de lo
público y una idea mucho más compleja de ellos, con la cual se les considera a
la vez como actores políticos y como mediadores de matrices simbólicas de las
dinámicas políticas y el ejercicio del poder. En efecto, como escenario y como
instrumentos, con los medios se configuran espacios de exclusión y se
construyen públicos para el espectáculo que, a través de la pantomima, despoja aquello
que de público tiene el ejercicio de la política; y por otro lado, dependiendo
de las correlaciones de fuerza, las fisuras, los juegos de intereses de diverso
orden, los espacios mediáticos –especialmente los que se generan a
partir de los medios locales y las redes y comunidades virtuales– se
pueden transformar en condiciones y ambientes comunicativos de la actuación
pública y del ejercicio político, es decir, en la dimensión verdaderamente
comunicativa de la esfera pública. Es en esta tensión en donde se da, como dice
Jesús Martín-Barbero (2000: 76), un desdoblamiento entre lo público
y el público.
Ideológicamente, lo público se juega entre la opinión y la posición
individual o colectiva. Siguiendo al autor anteriormente citado, la “opinión
pública que los medios fabrican con sus sondeos y encuestas tiene así cada vez
menos de debate y de crítica ciudadanos y más de simulacro: sondeada,
la sociedad civil pierde su heterogeneidad y su espesor conflictivo para
reducirse a una existencia estadística”6. Por otra parte, aunque nuestra
perspectiva sobre los medios va más allá de considerarlos como meros
instrumentos de transporte de información, no por ello se debe desconocer esta
condición, y menos su capacidad de “fabricar” informaciones con fines
políticos.
Esto justamente se halla en el corazón de lo que Chomsky (2004) llama la
“fabricación del consenso” por parte de los medios, en clara alusión a los
planteamientos de Walter Lippman sobre el papel que deben cumplir los medios y
la elite político-académica frente al “rebaño desconcertado” que representa la
gran masa de la población. La opinión pública así fabricada y así conducida no
deja que la gran mayoría de la sociedad civil pueda trascender el plano de la
doxa, el plano de un Sí-No-Ns/Nr, y pueda expresar su posición ética y
política. Por otro lado, opiniones individuales, gracias a la magia de la
manipulación estadística, se presentan como colectivas, de tal manera que lo
colectivo resulta siendo una sumatoria de opiniones restringidas
–restringidas por quien elabora la pregunta y la
interpreta–, de individuos que nunca entraron en diálogo, que nunca
construyeron su opinión colectivamente, públicamente.
Teleológicamente, la tensión está entre el interés privado, egoísta, y
lo que los teóricos de la ciudadanía llaman el bien común; cuando los medios
permiten, con la debida apertura de tiempos y espacios, la expresión de
posiciones éticas y políticas, éstas corresponden principalmente a las esferas
privadas, al interés privado: generalmente son los gremios económicos los que
se pronuncian, argumentan y defienden sus intereses a nombre de un supuesto
interés común y público. En definitiva, la concentración monopólica en general,
y de los medios en particular, lleva también al ejercicio autoritario del poder
político, a través de la fabricación de la información, la fabricación de la
opinión “pública” y la generación de supuestos consensos que pretenden
manipular dinámicas políticas tanto en el interior de los países como en las
relaciones internacionales. Finalmente, la última tensión se da entre el
simulacro y la participación ciudadana. Por un lado, la “participación” hueca,
vacía de sentido que se propicia a través de las líneas telefónicas, correos
electrónicos y chats abiertos, y de otro, en medio de la puja de los intereses
económicos y privados de y en los medios masivos, aquellos espacios de canales,
emisoras o impresos –a veces, si no comunitarios, sí con una
filosofía parecida–, que generan ciertos escenarios de participación,
de reivindicación, de exigencia y de resistencia. Escenarios estos en donde se
configuran algunas de las nuevas formas de hacer política, pues como lo plantea
Martín-Barbero (2002b: 314), más que sustituir, los medios han “entrado a constituir,
a hacer parte de la trama de los discursos y de la acción política misma, ya
que lo que esa mediación produce es la densificación de las
dimensiones simbólicas, rituales y teatrales que siempre tuvo la política”7.
Medios y educación
Podemos decir que todo lo anterior nos lleva a plantearnos una serie de
interrogantes que se concentran en torno de la pregunta por la formación del
sujeto en general y por la formación del sujeto político
–ciudadano– en particular. Los retos educativos en este
escenario de la globalización y con ella la globalización de la comunicación y
de los medios, tienen que ver con al menos tres grandes puntos:
1. Es indudable que el saber ha adquirido un nuevo estatuto (Martín-
Barbero, 2003). Nuevas narrativas sobre y del conocimiento aparecen en el
escenario. El sentido tradicional de la educación y la pedagogía, que
consideraba al conocimiento como un conjunto de saberes acumulativos, estáticos
e inmodificables, es hoy seriamente cuestionado. La transmisión del saber o de
la información hoy no es suficiente para atender los retos de una sociedad en
la cual circula una gran masa de información, a altísimas velocidades y con una
muy rápida obsolescencia. Uno de los retos que según Castells (2001: 307-308)
tenemos planteados con respecto de la actual sociedad está relacionado con la
capacidad de procesar información y generar conocimientos. De esta manera,
entender la educación como la “adquisición de la capacidad intelectual
necesaria para aprender a aprender durante toda la vida, obteniendo información
digitalmente almacenada, recombinándola y utilizándola para producir
conocimientos para el objetivo deseado en cada momento”, se convierte en un
elemento clave para todas las sociedades. Así entendida la educación, continúa
Castells, se pone en tela de juicio todo el sistema educativo desarrollado en
la era industrial.
En este sentido, el reto es tanto pedagógico como político. Pedagógico,
porque asumir ese nuevo estatuto del saber implica generar prácticas
pedagógicas que resignifiquen y actualicen, en primer lugar, postulados de la
pedagogía que abogan por reconocer que el sujeto pedagógico es un sujeto
activo, que posee saberes construidos a partir de sus experiencias cotidianas y
que tiene un infinito potencial creativo; en segundo lugar, que consideren al
conjunto de saberes como algo dinámico y en permanente renovación; y
finalmente, que consideren que la construcción y producción de saberes es un
proceso tanto individual como colectivo, en el cual es necesario generar
espacios tanto de trabajo personal como de trabajo en equipo.
Y político, porque justamente ese papel y esa dinámica de la información
y el conocimiento en la sociedad actual, son también escenarios de una nueva
forma de desigualdad social que se fundamenta no ya en la relación laboral de
explotación sino en la exclusión misma de los procesos de producción (de Sousa,
2003; Tedesco, 1999). En efecto, en la base de las desigualdades y las
injusticias de nuevo cuño se encuentran procesos de exclusión basados tanto en
las capacidades cognoscitivas para procesar información como en el acceso mismo
a la información y al conocimiento. ¿Qué pueden hacer entonces los sistemas
educativos al respecto? ¿cuáles serían las políticas públicas de la educación
que permitan afrontar estas nuevas realidades?
2. Debemos anotar que los desarrollos tecnológicos han incrementado
considerablemente la capacidad de transporte y manipulación de información por
parte de los medios, lo cual los hace estratégicos en aquello que Moore (2002)
consideró como lo verdaderamente importante en la sociedad actual: la
conversión de la información en conocimiento.
Por lo anterior, es claro que uno de los principales retos es la
formación o el desarrollo de ciertas competencias –cognitivas,
comunicativas, sensibles, culturales– para actuar no sólo
profesionalmente en la era de la información sino para generar un verdadero
empoderamiento. Una de ellas es la alfabetización en otros lenguajes diferentes
al escrito. Nos referimos especialmente al lenguaje audiovisual y al
hipertexto. En efecto, hoy la información que circula y que es susceptible de
transformarse en saberes específicos se expresa a través de múltiples
lenguajes, muchos de ellos diferentes al escrito. Hoy, más que los mismos
docentes, los/as niños/ as y los/as jóvenes poseen en la mayoría de los casos
más habilidad y sensibilidad para decodificar e interpretar la información que
circula por los medios masivos de comunicación y las nuevas tecnologías de la
información, pero quizá les falta competencias para asumirla críticamente y
trabajarla comprensivamente. Pero esta alfabetización no se refiere únicamente
al ejercicio decodificador, ciertamente muy importante para asumir críticamente
la gran masa de información que circula por los diferentes medios y bajo
diferentes formatos. Se trata también de poseer las competencias para producir
información y como lo ha dicho Castells “convertirla” en saber social y
culturalmente productivo. En términos de Appadurai (1996), producir
críticamente saber local, conocimiento local.
3. Finalmente, el último reto se refiere a la formación de sujetos que
quieran y sepan dialogar con lo otro, con lo diferente. Mowlana (1996) afirma
que aunque el muro de Berlín haya caído, las barreras étnicas están emergiendo
y los conflictos fundamentales continuarán modelando las relaciones globales,
que con el fin de la guerra fría, el sistema internacional se está reorientando
a partir de la oposición de dos tendencias: el incremento del nacionalismo y el
renaciente universalismo, y que si en el pasado, los eruditos en relaciones
internacionales y en comunicación internacional consideraban que la cultura, la
etnicidad y la religión jugaban pequeños papeles y más bien el lugar importante
lo ocupaban el poder político, las relaciones de poder, la economía política y
la toma de decisiones racionales, hoy estos aspectos se han convertido en ejes
clave. En este sentido, el reto para los sistemas educativos es formar sujetos
que tanto desde el punto de vista comunicativo, como en lo que se refiere a los
saberes, a la capacidad de aprender a aprender, como en lo atinente a la
constitución moral, estén preparados para asumir el reto de vivir juntos en
medio de la diversidad cultural que caracteriza a la sociedad de la
comunicación, la información y el conocimiento.
Por ello, la formación del sujeto en general y del sujeto político
–ciudadano– en particular adquiere nuevos sentidos que el
sistema educativo tradicional no puede cumplir. Primero, una esfera pública
global implica un ejercicio de la participación cualitativamente diferente, con
horizontes de referencia más amplios, con criterios que integren la tensión
entre lo local y lo global, para lo cual la institución escolar debe abrir sus
puertas a ese nuevo escenario y no continuar encerrada en la repetición de
prácticas y saberes descontextualizados.
Segundo, esa esfera pública, y los nuevos escenarios de lo político,
requieren un sujeto autónomo y crítico; para ello la escuela debe superar las
pedagogías tradicionales fundamentalmente organizadas en la transmisión del
saber y en la guía del maestro/ a. Tercero, los nuevos entornos de construcción
de las subjetividades pasan por escenarios que poseen una alta densidad
comunicativa8; el reto que aquí se plantea es el
de reconocer ese hecho, pero no como un algo meramente formal, sino como una
práctica real y democrática: aceptar activamente que los/as jóvenes tienen
otras competencias, otras formas de comunicación y entendimiento del y con el
mundo. Desde el punto de vista comunicativo, ello significa que la escuela debe
propiciar que los actores educativos (los/as niños y los/as jóvenes, docentes,
padresmadres) puedan expresar las múltiples maneras de ser joven o niño,
docente o padre-madre, que puedan expresar la manera –o
maneras– como ven el mundo, su mundo, que puedan tener otros
recursos, otros sistemas de expresión, otros lenguajes diferentes al de la
escritura y al de la verbalización. Finalmente, todo lo anterior pasa por una
re-significación de los presupuestos, las éticas y los sentidos últimos de las
políticas públicas en educación, de tal manera que efectivamente los sistemas
educativos permitan generar entornos en los cuales podamos construirnos como
humanos en un mundo justo y equitativo.
Citas
1 La progresiva convergencia entre
sistemas análogos y digitales en el ámbito de la comunicación, hace cada vez
más difícil que podamos distinguir tajantemente entre los viejos medios y los
denominados nuevos medios (Internet, prensa y radio digitales, portales de
canales de T.V.). Por esta razón, en este artículo vamos a referirnos
indistintamente a ellos bajo el concepto genérico de medios de
comunicación, aunque en algún momento podamos hacer la distinción.
2 Véase también a este respecto Ford
(2000) y Ramonet (2004).
3 Entendemos por sustrato tecnosimbólico
el conjunto de condiciones económicas, técnicas, tecnológicas,
político-institucionales y culturales que permiten la configuración del tejido
social y la interacción entre los diferentes agentes sociales.
4 Martín Barbero (2003: 10), refiriéndose
a las megacorporaciones, dice que “…ya son sólo siete las que dominan el
mercado mundial: AOL-Time Warner, Disney, Sony, News Corporation, Viacom y Bertelsmann…”
5 No podemos entender la idea de lo
público, y de esfera pública en particular, sin relacionarla con la idea de
espacio. Sin embargo, hoy tenemos que recurrir a una noción de espacio que
supere su referente geográfico como lugar, especialmente la idea de territorio
vinculado al Estado-nación, y nos permita aprehender una idea de espacio hecha
de trozos y convergencias, o como dice Renato Ortiz (1998: 34), “un conjunto de
planos atravesados por procesos sociales diferenciados”.
8 Entendemos por densidad comunicativa la
circulación de una gran masa de saberes a altísimas velocidades, la
semiotización de la vida cotidiana, y las mediaciones que establecen las
tecnologías de la comunicación y la información en la construcción de subjetividades.
En el ámbito escolar, esta densidad se puede caracterizar desde tres
dimensiones: convergencia de múltiples lenguajes, convergencia de diferentes
medios de comunicación y convergencia de múltiples sentidos generados a partir
de la diversidad de saberes y de informaciones que circulan en la institución
escolar (Valderrama, 2004).5 No podemos entender la idea de lo público, y de
esfera pública en particular, sin relacionarla con la idea de espacio. Sin
embargo, hoy tenemos que recurrir a una noción de espacio que supere su
referente geográfico como lugar, especialmente la idea de territorio vinculado
al Estado-nación, y nos permita aprehender una idea de espacio hecha de trozos
y convergencias, o como dice Renato Ortiz (1998: 34), “un conjunto de planos
atravesados por procesos sociales diferenciados”.
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