domingo, 24 de febrero de 2019

Medios de comunicación y globalización







Medios de comunicación y globalización: tensiones de la política, las identidades y la educación 

Medios de comunicación y globalización: tensiones de la política, las identidades y la educación.

Mídia e globalização: as tensões políticas, as identidades e a educação.

Media and globalization: political tensions, identities and education.

Carlos Eduardo Valderrama H.*


* Sociólogo. Docente/Investigador del Instituto de Estudios Sociales Contemporáneos, IESCOUC (antiguo DIUC). Estudiante de doctorado del programa sobre la sociedad de información y el conocimiento de la Universidad Abierta de Cataluña (UOC). E-mail: cvalderramah@ucentral.edu.co





Apertura
Uno de los rasgos más sobresalientes de la globalización es la emergencia de actores transnacionales de diverso tipo, orden y nivel diferentes a los Estados-nación: organizaciones panregionales de carácter económico o político, organismos supranacionales que aglutinan Estados- nación en torno de diversos intereses, organizaciones no gubernamentales, confederaciones militares, oligopolios de empresa privada, etc. La configuración de complejas redes y sistemas de interacción e intercambio entre éstos, dan forma a ese conjunto de procesos de carácter planetario que cubre prácticamente todos los órdenes de las sociedades: hablamos de los procesos constitutivos de dicha globalización política, económica y cultural.
Ahora bien, uno de esos actores, complejo, ambiguo, y cada vez más significativo, son los medios de comunicación1. En las dinámicas de su propio desarrollo, los medios van generando una serie de tensiones complejas en prácticamente todos los campos de la sociedad. En este texto pretendemos abordar algunas de esas tensiones clave, especialmente en los ámbitos de la política, las identidades y la educación, todo ello en el escenario, como ya se dijo, de la globalización.
Globalización y medios
La compleja relación entre los medios y la globalización, solo es posible entenderla si contemplamos simultáneamente dos procesos no siempre claramente diferenciables entre sí: por una parte, el proceso de globalización de los medios como tal, y por otra, los procesos que hacen de los medios condición de posibilidad de la globalización.
Con respecto del primero, en su condición de industria, los medios masivos de comunicación no escapan a la lógica y a las dinámicas de las grandes corporaciones. Si bien el surgimiento de las empresas de telecomunicaciones, las agencias de noticias y las industrias del entretenimiento se inició desde una perspectiva internacional, hoy los conglomerados de estos sectores han conformado un sólido mercado mundial, se han fusionado diversificando sus frentes de producción al tiempo que se consolidan monopolios y se formalizan oligopolios, y han entrado a su vez a formar parte de los intereses de otros sectores, pues como lo afirma Thompson (1998: 213), el sector financiero ha “adquirido sustanciosos intereses en el sector de la información y la comunicación, como parte de políticas explícitas de expansión global y diversificación”.
Según Held y otros (1999: 347), desde la década del setenta las dinámicas de la globalización en términos de la liberalización de los mercados y de las regulaciones nacionales y globales de las telecomunicaciones y las industrias mediáticas ha dado lugar a cinco principales tendencias: a) el incremento en la concentración de la propiedad, b) un cambio de la propiedad pública a la propiedad privada, c) una cada vez más frecuente transnacionalización de las corporaciones mediante el establecimiento de subsidiarias o de la compra de empresas locales, d) la diversificación general de las corporaciones a través de diferentes tipos de productos mediáticos, y e) un incremento en el número de fusiones entre productores culturales, corporaciones de telecomunicaciones y empresas productoras de hardware y software2.
En relación con la segunda dimensión de nuestro acercamiento, podemos decir, junto con Thompson (1998: 200), que existe globalización “sólo cuando la creciente interconectividad de diferentes regiones y lugares se convierte en sistemática, en cierto grado recíproca, y sólo cuando el alcance de la interconectividad resulta efectivamente global”. La interconectividad resulta siendo uno, si no el más importante, de los sustratos tecnosimbólicos3 de la globalización. Y los medios de comunicación, especialmente los nuevos medios, son justamente esos agentes globales que soportan ese sustrato.
La creciente mediatización de la sociedad, agenciada gracias al desarrollo de las tecnologías de la información y la comunicación (redes satelitales, telecomunicaciones, microelectrónica, etc.), incrementa una doble condición (de vieja data) de los medios: su carácter de mediadores sociales (Martín Serrano, 1978) y de agentes de la sociedad de mercado, y su carácter de mediadores sociopolíticos a través de los usos y empoderamientos que los sujetos individuales y colectivos hacen de ellos. Existe, pues, una especie de dependencia mediática, tanto individual como colectiva en casi todos los órdenes de la vida. Junto con otras tecnologías de la comunicación y la información, los medios han pasado a ocupar un lugar central en la construcción de nuevas formas cognoscitivas y maneras de relacionarse con el mundo. Para Orozco (2001: 20), el “resultado es que en el presente milenio (y ya desde las últimas décadas del anterior), no es posible sustraerse de los medios, y los que lo hacen, o son forzados a hacerlo, afrontan incalculables costos por su exclusión…”.
Y justamente sobre esto nos interesa llamar la atención: las asimetrías relacionadas con las dinámicas de conexión-desconexión que se generan a partir de la conformación de redes mediáticas. Si partimos del supuesto de que la actual sociedad se estructura a partir de la conformación de redes, tal y como nos lo ilustran ampliamente Castells (1999), Held y otros (1999), Carnoy (2000), entre otros, un aspecto clave para el análisis y caracterización de las dinámicas relacionadas con el acceso a los bienes simbólicos en el escenario de la sociedad de la información, es la tensión conexión-desconexión. Conexión-desconexión que va más allá de los indicadores cuantitativos de acceso a los sistemas y redes de información. En efecto, tanto para la vida cotidiana de los trabajadores y las personas en general, como para los países del Tercer Mundo, esta tensión significa también el ingreso a un juego perverso de inclusión-exclusión en los diferentes escenarios: laboral, educacional, de servicios, de bienestar social, etc. Como lo dicen Held y otros, ejercicios de poder en un continente pueden afectar la dinámica diaria de cientos de miles de hogares en otros continentes, hasta el punto que, como también lo reconoce Castells (1999: 160 y ss), países enteros (los del África subsahariana, por ejemplo) queden excluidos de esa nueva dinámica económica de la globalización y la sociedad de la información que la sustenta.
Además de la concentración de poder económico, la monopolización del ámbito de la comunicación y la información lleva a la concentración del poder simbólico de manera privada y con altas desigualdades de diverso orden. El consumo de productos mediáticos en muchos países depende de la producción de pocas empresas productoras de bienes simbólicos (Thompson, 1998: 216), de tal manera que los flujos de capital simbólico son de carácter marcadamente unidireccional. Se calcula que a finales de la década pasada, entre 20 y 30 corporaciones multinacionales dominaban el mercado del entretenimiento, las noticias, la televisión, etc., logrando significativa presencia económica y cultural en todos los continentes y teniendo como base los países desarrollados, especialmente los Estados Unidos (Held y otros, 1999: 347 y ss)4. Sin duda alguna, esto ha contribuido a acrecentar lo que Aníbal Ford (2000) llama las brechas infocomunicacionales entre países, la diferenciación –en calidad y cantidad– entre los sectores sociales en el acceso a las tecnologías de la comunicación y las desventajas en el ejercicio del poder mediado por los medios.
Medios, identidades, y subjetividad
De Sousa (2003: 196 y ss), afirma que la globalización no es un fenómeno lineal, monolítico e inequívoco. Una de las contradicciones que hacen que ella tenga estas características mencionadas por el autor es la tensión entre globalización y localización, en el sentido de que los procesos de globalización se manifiestan a la par con los procesos de localización. Con respecto de lo que nos interesa, ello significa que junto a la desterritorialización e interdependencia entre relaciones sociales pertenecientes a espacios múltiples y distantes, y junto a la fragmentación de la identidad en diversas identificaciones, se generan socialidades e identidades regionales, nacionales y locales fundadas en interacciones frente a frente, de proximidad e interactividad territorial profundamente arraigadas en raíces históricas, esto es, más fundamentadas en lo que se es o en lo que se cree ser que en lo que se hace (Castells, 1999).
En una línea similar de razonamiento, Appadurai (1996) señala cómo la producción de lo local –entendido por el autor como una característica fenomenológica de lo social, como estructura de las sensibilidades, como producción ideológica de comunidades concretas o situadas, todo ello con repercusiones en la organización material–, se ve afectada por ciertas fuerzas propias de la globalización y en tensión con el proyecto moderno del Estado-nación. Así, para el autor, las comunidades (neighbourhoods) –en permanente contrapunto con las pretensiones del Estado moderno de hacer de ellas escenarios para la producción de ciudadanos obedientes– se ven tensionadas gracias a la fuerza de las nuevas formas de comunicación mediada electrónicamente, y por el surgimiento de espacios virtuales dentro de los cuales se generan nuevas formas, o se reconfiguran las existentes, de comunidad local.
En este marco de convergencia entre procesos de globalización- localización y medios de comunicación, los sujetos están re-configurando sus subjetividades en el sentido de que están re-adecuando sus nociones de tiempo y espacio (Ortiz, 1998), la frontera entre lo vivo y lo muerto (Turkle, 1997), están descubriendo-viviendo lo que Ferrés (1998) llama las lógicas de la emoción y están re-descubriendo la relación de sí mismos con la técnica (Martín-Barbero, 2004). Dos conceptos introducidos por Thompson (1998: 55-56) nos ayudan a entender estos procesos: la “historicidad mediática” y la “experiencia mediática”. Con el primero, se refiere al hecho de que “nuestra percepción del pasado, y nuestra percepción de las maneras en que el pasado afecta nuestra vida actual, depende cada vez más de una creciente reserva de formas simbólicas mediáticas”, es decir, dependen cada vez menos de “su experiencia personal, o de la experiencia personal de otros cuyas aclaraciones procedan de la interacción cara-acara”. Con el segundo, se refiere a nuestra percepción “de que el mundo existe más allá de la esfera de nuestra experiencia personal” y al hecho de “experimentar acontecimientos, observar a los otros y, en general, aprender acerca de un mundo que se extiende más allá de la esfera de nuestros encuentros cotidianos”. En este desanclaje de tiempos y espacios, los horizontes de referencia se amplían y se complejizan para la comprensión del sí mismo.
Sin embargo, lo que nos interesa resaltar es el hecho de que a la vez que se re-configuran las subjetividades, los sujetos aprenden a transitar por las comunidades de adscripción e identificación. En efecto, no podemos aceptar abstractamente el hecho del actual cuestionamiento a la identidad cartesiana y la constatación de las múltiples pertenencias identitarias del sujeto contemporáneo, sin comprender y aceptar que esas múltiples comunidades de adscripción operan de manera muy diferente y exigen lógicas de legitimación de pertenencia bien diferentes. Las comunidades creadas en el escenario de la WWW, por ejemplo, son, en palabras de Kerckhove (2002), “just-intime communities”, hechas por conexión de personas con intereses y metas comunes que coinciden en tiempo y espacios virtuales –que no geográficos–, comunidades que pueden ser efímeras pero que no por esto dejan de ser significativas. Diferentes son las comunidades que crean los canales de televisión especializados, en las cuales las personas no necesariamente están interconectadas, aunque sí deban coincidir en tiempos y relativamente en los espacios. Por supuesto, diferentes son las comunidades “tradicionales” (cara a cara o mediadas institucionalmente por partidos políticos o por iglesias). Con ello, lo que en última instancia queremos decir, es que el sujeto contemporáneo tiene que vérselas con diferentes maneras de vivir juntos, con diferentes maneras de ejercer la ciudadanía, o por lo menos con múltiples posibilidades de ejercerla más allá de los espacios tradicionales de la política.
Medios y política
La idea actual de lo público, y por consiguiente la idea y la práctica de la actuación pública, está asociada a varios cambios estructurales y culturales de la sociedad contemporánea como los que mencionamos anteriormente. Uno de ellos tiene que ver con la noción de esfera pública. De acuerdo con Keane (1997: 57 y ss), hoy no existe como una esfera pública unificada sino “un complejo mosaico de esferas públicas de diversos tamaños, que se traslapan e interconectan y que nos obligan a reconsiderar radicalmente nuestros conceptos sobre la vida pública…”.
En efecto, para el autor existen tres niveles ideales de esfera pública: a) la microesfera pública, que se presenta en el ámbito del sub-Estadonación, b) la mesoesfera pública y, c) la macroesfera pública. Este último nivel corresponde a los macropúblicos conformados por millones de ciudadanos y tiene como escenario tanto las regiones como el planeta entero. Volkmer (2004) ha descrito cómo la nueva condición de la comunicación global, y especialmente la presencia de la WWW, ha generado una esfera pública global y autónoma, en la cual se reconfigura la información política, se ejerce cierta soberanía en la medida en que no obedece directamente a las regulaciones estatales, emerge una suerte de integración vertical entre los diferentes medios de comunicación, se provee información política entre las partes más alejadas del planeta. Para Keane (1997: 64), los “macropúblicos conformados por millones de ciudadanos son el resultado (no intencional) de la concentración internacional de las empresas de comunicación masiva, que antes eran detentadas y operadas en el espacio del Estado-nación”.
Para el caso de las esferas meso y micropúblicas, los diarios, las radiodifusoras y la televisión regionales y locales crean también sus propios públicos en el marco tanto del Estado- nación como en el de los ámbitos propiamente locales.
Sin embargo, la relación entre lo público y los medios de comunicación y las nuevas tecnologías de la comunicación y la información no se reduce a la mediación instrumental que ellos realizan. En efecto, los medios de comunicación no actúan sólo como vehículos de información o como escenarios pasivos del debate público. Una permanente tensión entre fuerzas hegemónicas y contrahegemónicas configura finalmente ese espacio o esfera pública en donde se da esa relación tan controvertida entre los medios y la política. Brevemente nos queremos referir a cuatro de esas tensiones, las cuales tienen que ver con las dimensiones espacial, ideológica, teleológica y participativa.
Espacialmente5 la tensión se genera entre los medios considerados y usados como un mero escenario o instrumentos burdos de lo público y una idea mucho más compleja de ellos, con la cual se les considera a la vez como actores políticos y como mediadores de matrices simbólicas de las dinámicas políticas y el ejercicio del poder. En efecto, como escenario y como instrumentos, con los medios se configuran espacios de exclusión y se construyen públicos para el espectáculo que, a través de la pantomima, despoja aquello que de público tiene el ejercicio de la política; y por otro lado, dependiendo de las correlaciones de fuerza, las fisuras, los juegos de intereses de diverso orden, los espacios mediáticos –especialmente los que se generan a partir de los medios locales y las redes y comunidades virtuales– se pueden transformar en condiciones y ambientes comunicativos de la actuación pública y del ejercicio político, es decir, en la dimensión verdaderamente comunicativa de la esfera pública. Es en esta tensión en donde se da, como dice Jesús Martín-Barbero (2000: 76), un desdoblamiento entre lo público y el público.
Ideológicamente, lo público se juega entre la opinión y la posición individual o colectiva. Siguiendo al autor anteriormente citado, la “opinión pública que los medios fabrican con sus sondeos y encuestas tiene así cada vez menos de debate y de crítica ciudadanos y más de simulacro: sondeada, la sociedad civil pierde su heterogeneidad y su espesor conflictivo para reducirse a una existencia estadística”6. Por otra parte, aunque nuestra perspectiva sobre los medios va más allá de considerarlos como meros instrumentos de transporte de información, no por ello se debe desconocer esta condición, y menos su capacidad de “fabricar” informaciones con fines políticos.
Esto justamente se halla en el corazón de lo que Chomsky (2004) llama la “fabricación del consenso” por parte de los medios, en clara alusión a los planteamientos de Walter Lippman sobre el papel que deben cumplir los medios y la elite político-académica frente al “rebaño desconcertado” que representa la gran masa de la población. La opinión pública así fabricada y así conducida no deja que la gran mayoría de la sociedad civil pueda trascender el plano de la doxa, el plano de un Sí-No-Ns/Nr, y pueda expresar su posición ética y política. Por otro lado, opiniones individuales, gracias a la magia de la manipulación estadística, se presentan como colectivas, de tal manera que lo colectivo resulta siendo una sumatoria de opiniones restringidas –restringidas por quien elabora la pregunta y la interpreta–, de individuos que nunca entraron en diálogo, que nunca construyeron su opinión colectivamente, públicamente.
Teleológicamente, la tensión está entre el interés privado, egoísta, y lo que los teóricos de la ciudadanía llaman el bien común; cuando los medios permiten, con la debida apertura de tiempos y espacios, la expresión de posiciones éticas y políticas, éstas corresponden principalmente a las esferas privadas, al interés privado: generalmente son los gremios económicos los que se pronuncian, argumentan y defienden sus intereses a nombre de un supuesto interés común y público. En definitiva, la concentración monopólica en general, y de los medios en particular, lleva también al ejercicio autoritario del poder político, a través de la fabricación de la información, la fabricación de la opinión “pública” y la generación de supuestos consensos que pretenden manipular dinámicas políticas tanto en el interior de los países como en las relaciones internacionales. Finalmente, la última tensión se da entre el simulacro y la participación ciudadana. Por un lado, la “participación” hueca, vacía de sentido que se propicia a través de las líneas telefónicas, correos electrónicos y chats abiertos, y de otro, en medio de la puja de los intereses económicos y privados de y en los medios masivos, aquellos espacios de canales, emisoras o impresos –a veces, si no comunitarios, sí con una filosofía parecida–, que generan ciertos escenarios de participación, de reivindicación, de exigencia y de resistencia. Escenarios estos en donde se configuran algunas de las nuevas formas de hacer política, pues como lo plantea Martín-Barbero (2002b: 314), más que sustituir, los medios han “entrado a constituir, a hacer parte de la trama de los discursos y de la acción política misma, ya que lo que esa mediación produce es la densificación de las dimensiones simbólicas, rituales y teatrales que siempre tuvo la política”7.
Medios y educación
Podemos decir que todo lo anterior nos lleva a plantearnos una serie de interrogantes que se concentran en torno de la pregunta por la formación del sujeto en general y por la formación del sujeto político –ciudadano– en particular. Los retos educativos en este escenario de la globalización y con ella la globalización de la comunicación y de los medios, tienen que ver con al menos tres grandes puntos:
1. Es indudable que el saber ha adquirido un nuevo estatuto (Martín- Barbero, 2003). Nuevas narrativas sobre y del conocimiento aparecen en el escenario. El sentido tradicional de la educación y la pedagogía, que consideraba al conocimiento como un conjunto de saberes acumulativos, estáticos e inmodificables, es hoy seriamente cuestionado. La transmisión del saber o de la información hoy no es suficiente para atender los retos de una sociedad en la cual circula una gran masa de información, a altísimas velocidades y con una muy rápida obsolescencia. Uno de los retos que según Castells (2001: 307-308) tenemos planteados con respecto de la actual sociedad está relacionado con la capacidad de procesar información y generar conocimientos. De esta manera, entender la educación como la “adquisición de la capacidad intelectual necesaria para aprender a aprender durante toda la vida, obteniendo información digitalmente almacenada, recombinándola y utilizándola para producir conocimientos para el objetivo deseado en cada momento”, se convierte en un elemento clave para todas las sociedades. Así entendida la educación, continúa Castells, se pone en tela de juicio todo el sistema educativo desarrollado en la era industrial.
En este sentido, el reto es tanto pedagógico como político. Pedagógico, porque asumir ese nuevo estatuto del saber implica generar prácticas pedagógicas que resignifiquen y actualicen, en primer lugar, postulados de la pedagogía que abogan por reconocer que el sujeto pedagógico es un sujeto activo, que posee saberes construidos a partir de sus experiencias cotidianas y que tiene un infinito potencial creativo; en segundo lugar, que consideren al conjunto de saberes como algo dinámico y en permanente renovación; y finalmente, que consideren que la construcción y producción de saberes es un proceso tanto individual como colectivo, en el cual es necesario generar espacios tanto de trabajo personal como de trabajo en equipo.
Y político, porque justamente ese papel y esa dinámica de la información y el conocimiento en la sociedad actual, son también escenarios de una nueva forma de desigualdad social que se fundamenta no ya en la relación laboral de explotación sino en la exclusión misma de los procesos de producción (de Sousa, 2003; Tedesco, 1999). En efecto, en la base de las desigualdades y las injusticias de nuevo cuño se encuentran procesos de exclusión basados tanto en las capacidades cognoscitivas para procesar información como en el acceso mismo a la información y al conocimiento. ¿Qué pueden hacer entonces los sistemas educativos al respecto? ¿cuáles serían las políticas públicas de la educación que permitan afrontar estas nuevas realidades?
2. Debemos anotar que los desarrollos tecnológicos han incrementado considerablemente la capacidad de transporte y manipulación de información por parte de los medios, lo cual los hace estratégicos en aquello que Moore (2002) consideró como lo verdaderamente importante en la sociedad actual: la conversión de la información en conocimiento.
Por lo anterior, es claro que uno de los principales retos es la formación o el desarrollo de ciertas competencias –cognitivas, comunicativas, sensibles, culturales– para actuar no sólo profesionalmente en la era de la información sino para generar un verdadero empoderamiento. Una de ellas es la alfabetización en otros lenguajes diferentes al escrito. Nos referimos especialmente al lenguaje audiovisual y al hipertexto. En efecto, hoy la información que circula y que es susceptible de transformarse en saberes específicos se expresa a través de múltiples lenguajes, muchos de ellos diferentes al escrito. Hoy, más que los mismos docentes, los/as niños/ as y los/as jóvenes poseen en la mayoría de los casos más habilidad y sensibilidad para decodificar e interpretar la información que circula por los medios masivos de comunicación y las nuevas tecnologías de la información, pero quizá les falta competencias para asumirla críticamente y trabajarla comprensivamente. Pero esta alfabetización no se refiere únicamente al ejercicio decodificador, ciertamente muy importante para asumir críticamente la gran masa de información que circula por los diferentes medios y bajo diferentes formatos. Se trata también de poseer las competencias para producir información y como lo ha dicho Castells “convertirla” en saber social y culturalmente productivo. En términos de Appadurai (1996), producir críticamente saber local, conocimiento local.
3. Finalmente, el último reto se refiere a la formación de sujetos que quieran y sepan dialogar con lo otro, con lo diferente. Mowlana (1996) afirma que aunque el muro de Berlín haya caído, las barreras étnicas están emergiendo y los conflictos fundamentales continuarán modelando las relaciones globales, que con el fin de la guerra fría, el sistema internacional se está reorientando a partir de la oposición de dos tendencias: el incremento del nacionalismo y el renaciente universalismo, y que si en el pasado, los eruditos en relaciones internacionales y en comunicación internacional consideraban que la cultura, la etnicidad y la religión jugaban pequeños papeles y más bien el lugar importante lo ocupaban el poder político, las relaciones de poder, la economía política y la toma de decisiones racionales, hoy estos aspectos se han convertido en ejes clave. En este sentido, el reto para los sistemas educativos es formar sujetos que tanto desde el punto de vista comunicativo, como en lo que se refiere a los saberes, a la capacidad de aprender a aprender, como en lo atinente a la constitución moral, estén preparados para asumir el reto de vivir juntos en medio de la diversidad cultural que caracteriza a la sociedad de la comunicación, la información y el conocimiento.
Por ello, la formación del sujeto en general y del sujeto político –ciudadano– en particular adquiere nuevos sentidos que el sistema educativo tradicional no puede cumplir. Primero, una esfera pública global implica un ejercicio de la participación cualitativamente diferente, con horizontes de referencia más amplios, con criterios que integren la tensión entre lo local y lo global, para lo cual la institución escolar debe abrir sus puertas a ese nuevo escenario y no continuar encerrada en la repetición de prácticas y saberes descontextualizados.
Segundo, esa esfera pública, y los nuevos escenarios de lo político, requieren un sujeto autónomo y crítico; para ello la escuela debe superar las pedagogías tradicionales fundamentalmente organizadas en la transmisión del saber y en la guía del maestro/ a. Tercero, los nuevos entornos de construcción de las subjetividades pasan por escenarios que poseen una alta densidad comunicativa8; el reto que aquí se plantea es el de reconocer ese hecho, pero no como un algo meramente formal, sino como una práctica real y democrática: aceptar activamente que los/as jóvenes tienen otras competencias, otras formas de comunicación y entendimiento del y con el mundo. Desde el punto de vista comunicativo, ello significa que la escuela debe propiciar que los actores educativos (los/as niños y los/as jóvenes, docentes, padresmadres) puedan expresar las múltiples maneras de ser joven o niño, docente o padre-madre, que puedan expresar la manera –o maneras– como ven el mundo, su mundo, que puedan tener otros recursos, otros sistemas de expresión, otros lenguajes diferentes al de la escritura y al de la verbalización. Finalmente, todo lo anterior pasa por una re-significación de los presupuestos, las éticas y los sentidos últimos de las políticas públicas en educación, de tal manera que efectivamente los sistemas educativos permitan generar entornos en los cuales podamos construirnos como humanos en un mundo justo y equitativo.


Citas
1 La progresiva convergencia entre sistemas análogos y digitales en el ámbito de la comunicación, hace cada vez más difícil que podamos distinguir tajantemente entre los viejos medios y los denominados nuevos medios (Internet, prensa y radio digitales, portales de canales de T.V.). Por esta razón, en este artículo vamos a referirnos indistintamente a ellos bajo el concepto genérico de medios de comunicación, aunque en algún momento podamos hacer la distinción.
2 Véase también a este respecto Ford (2000) y Ramonet (2004).
3 Entendemos por sustrato tecnosimbólico el conjunto de condiciones económicas, técnicas, tecnológicas, político-institucionales y culturales que permiten la configuración del tejido social y la interacción entre los diferentes agentes sociales.
4 Martín Barbero (2003: 10), refiriéndose a las megacorporaciones, dice que “…ya son sólo siete las que dominan el mercado mundial: AOL-Time Warner, Disney, Sony, News Corporation, Viacom y Bertelsmann…”
5 No podemos entender la idea de lo público, y de esfera pública en particular, sin relacionarla con la idea de espacio. Sin embargo, hoy tenemos que recurrir a una noción de espacio que supere su referente geográfico como lugar, especialmente la idea de territorio vinculado al Estado-nación, y nos permita aprehender una idea de espacio hecha de trozos y convergencias, o como dice Renato Ortiz (1998: 34), “un conjunto de planos atravesados por procesos sociales diferenciados”.
6 Cursiva del autor.
7 Cursivas del autor
8 Entendemos por densidad comunicativa la circulación de una gran masa de saberes a altísimas velocidades, la semiotización de la vida cotidiana, y las mediaciones que establecen las tecnologías de la comunicación y la información en la construcción de subjetividades. En el ámbito escolar, esta densidad se puede caracterizar desde tres dimensiones: convergencia de múltiples lenguajes, convergencia de diferentes medios de comunicación y convergencia de múltiples sentidos generados a partir de la diversidad de saberes y de informaciones que circulan en la institución escolar (Valderrama, 2004).5 No podemos entender la idea de lo público, y de esfera pública en particular, sin relacionarla con la idea de espacio. Sin embargo, hoy tenemos que recurrir a una noción de espacio que supere su referente geográfico como lugar, especialmente la idea de territorio vinculado al Estado-nación, y nos permita aprehender una idea de espacio hecha de trozos y convergencias, o como dice Renato Ortiz (1998: 34), “un conjunto de planos atravesados por procesos sociales diferenciados”.


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