https://etsamdoctorado.files.wordpress.com/2012/12/agamben-que-es-lo-contemporaneo.pdf
Aquí pues yo, Evo Morales, he venido a encontrar a los que celebran el encuentro.
Aquí pues yo, descendiente de los que poblaron la América hace cuarenta mil años, he venido a encontrar a los que la encontraron hace solo quinientos años.
Aquí pues, nos encontramos todos. Sabemos lo que somos, y es bastante. Nunca tendremos otra cosa.
El hermano aduanero europeo me pide papel escrito con visa para poder descubrir a los que me descubrieron. El hermano usurero europeo me pide pago de una deuda contraída por Judas, a quien nunca autoricé a venderme.
El hermano leguleyo europeo me explica que toda deuda se paga con intereses aunque sea vendiendo seres humanos y países enteros sin pedirles consentimiento. Yo los voy descubriendo. También yo puedo reclamar pagos y también puedo reclamar intereses. Consta en el Archivo de Indias, papel sobre papel, recibo sobre recibo y firma sobre firma, que solamente entre el año 1503 y 1660 llegaron a San Lucas de Barrameda 185 mil kilos de oro y 16 millones de kilos de plata provenientes de América.
¿Saqueo? ¡No lo creyera yo! Porque sería pensar que los hermanos cristianos faltaron a su Séptimo Mandamiento.
¿Expoliación? ¡Guárdeme Tanatzin de figurarme que los europeos, como Caín, matan y niegan la sangre de su hermano!
¿Genocidio? Eso sería dar crédito a los calumniadores, como Bartolomé de las Casas, que califican al encuentro como de destrucción de las Indias, o a ultrosos como Arturo Uslar Pietri, que afirma que el arranque del capitalismo y la actual civilización europea se deben a la inundación de metales preciosos!
¡No! Esos 185 mil kilos de oro y 16 millones de kilos de plata deben ser considerados como el primero de muchos otros préstamos amigables de América, destinados al desarrollo de Europa. Lo contrario sería presumir la existencia de crímenes de guerra, lo que daría derecho no sólo a exigir la devolución inmediata, sino la indemnización por daños y perjuicios.
Yo, Evo Morales, prefiero pensar en la menos ofensiva de estas hipótesis. Tan fabulosa exportación de capitales no fueron más que el inicio de un plan ‘MARSHALLTESUMA”, para garantizar la reconstrucción de la bárbara Europa, arruinada por sus deplorables guerras contra los cultos musulmanes, creadores del álgebra, la poligamia, el baño cotidiano y otros logros superiores de la civilización.
Por eso, al celebrar el Quinto Centenario del Empréstito, podremos preguntarnos: ¿Han hecho los hermanos europeos un uso racional, responsable o por lo menos productivo de los fondos tan generosamente adelantados por el Fondo Indoamericano Internacional?
Deploramos decir que no.
En lo estratégico, lo dilapidaron en las batallas de Lepanto, en armadas invencibles, en terceros Reichs y otras formas de exterminio mutuo, sin otro destino que terminar ocupados por las tropas gringas de la OTAN, como en Panamá, pero sin canal.
En lo financiero, han sido incapaces, después de una moratoria de 500 años, tanto de cancelar el capital y sus intereses, cuanto de independizarse de las rentas líquidas, las materias primas y la energía barata que les exporta y provee todo el Tercer Mundo.
Este deplorable cuadro corrobora la afirmación de Milton Friedman según la cual una economía subsidiada jamás puede funcionar y nos obliga a reclamarles, para su propio bien, el pago del capital y los intereses que, tan generosamente hemos demorado todos estos siglos en cobrar.
Al decir esto, aclaramos que no nos rebajaremos a cobrarles a nuestros hermanos europeos las viles y sanguinarias tasas del 20 y hasta el 30 por ciento de interés, que los hermanos europeos le cobran a los pueblos del Tercer Mundo. Nos limitaremos a exigir la devolución de los metales preciosos adelantados, más el módico interés fijo del 10 por ciento, acumulado solo durante los últimos 300 años, con 200 años de gracia.
Sobre esta base, y aplicando la fórmula europea del interés compuesto, informamos a los descubridores que nos deben, como primer pago de su deuda, una masa de 185 mil kilos de oro y 16 millones de plata, ambas cifras elevadas a la potencia de 300. Es decir, un número para cuya expresión total, serían necesarias más de 300 cifras, y que supera ampliamente el peso total del planeta Tierra.
Muy pesadas son esas moles de oro y plata. ¿Cuánto pesarían, calculadas en sangre?
Aducir que Europa, en medio milenio, no ha podido generar riquezas suficientes para cancelar ese módico interés, sería tanto como admitir su absoluto fracaso financiero y/o la demencial irracionalidad de los supuestos del capitalismo.
Tales cuestiones metafísicas, desde luego, no nos inquietan a los indoamericanos.
Pero sí exigimos la firma de una Carta de Intención que discipline a los pueblos deudores del Viejo Continente, y que los obligue a cumplir su compromiso mediante una pronta privatización o reconversión de Europa, que les permita entregárnosla entera, como primer pago de la deuda histórica.
“TRIPTICO
DE PIEDRA, LLUVIA Y FUEGO”
(Poemas)
Omar
García Ramírez
I
(PAISAJE)
El hombre que levantaba una casa en el
valle
se lleva la mano a la frente y divisa
la humareda.
Sobre los surcos de espigas negras florece
la sangre.
Los mineros
sacan cañones negros de los socavones y
los apuntalan contra el cielo
amurallando una calzada en las fronteras de
la tierra.
Hombres
embadurnados de aceites minerales
adosados a engranajes de maquinarias
que una vez tuvieron la razón de una
empresa:
hacer un overol, diseñar una polea,
construir un tractor.
Maquinarias de siembra y cosecha, ahora
rediseñadas para la muerte.
Vemos desde el aire roto por los drones,
soldados niños que beben inclinados sobre el rio buscando una luna de azúcar entre
los pozos de las bombas.
Hombres de batas azules, que en los
hospitales vendan una herida; amputan una pierna.
Fuman amargos cigarrillos en las
ventanas rotas
por donde el mundo asoma su
cara de suplicio.
El mundo que espera el cadalso del
invierno levantado sobre la nostalgia del verano.
Transportistas de carros de fuego.
Almacenistas de baterías del absurdo.
Combatientes en las trincheras del
barro.
Pesados caminantes de los bosques bajo la
mirada oblicua de los drones.
(Un festín
para televidentes de las plataformas; panóptico virtual en donde acechan
pequeños
dioses atiborrados de golosinas en las noches de rojo insomnio.
También
los escalofríos del pudor y el horror).
Gente de agricultura sembrando en medio
de la nada…
Alimentando la voracidad fría del
cosmos…Su función estelar.
Flor sangrante y metálica de la galaxia
para quemar en el altar de la piedra.
Una espada pequeña sobre la solapa…una
estrella pequeña sobre el casco.
Y un poco de licor para templar la sed
de la jornada.
Todo desde el aire parece más frio…y
los hombres más pequeños.
Caricatura de la muerte.
Pequeño teatro de blasfemias.
Telón de acero perforado y templado por
la metralla.
Desde allí, en la carretera…
El hombre mira la pequeña cámara; un buitre
cibernético suspendido.
Comprende de repente que está metido en
el guion de una catástrofe.
Otro hombre que espera entre los árboles
en la ribera del rio
mira
a ese campesino soldado de la otra orilla…
Sabe que no debería estar allí…
Y recuerda la sopa de papas y cebollas.
El cabrito en el corral de la abuela.
Y el frio.
Solo el frio.
La nieve como sal en la herida.
Y el cadáver de su oponente
por el que sintió repugnancia; una
mezcla de miedo, piedad y odio.
Sabe que es demasiado tarde.
Que será solo el ruido final.
Estallido del obús; una granada…
O
El recuerdo difuminado; astillas de luz
y arena
en
los átomos de la termobárica.
II
Acostumbrado como estaba en su trabajo
de juegos de estrategia.
Y ahora encontrarse dilapidando puntos
desde una cabina…
Dirige su dron contra la compañía.
Sabe que algo morirá en ese momento de
claridad suicida
Pero eso ya lo puede hacer en automático.
Siente que todo está dicho.
Cansado de matar madres y niños…
Cansado de matar caballos y perros…
Destruir casas; decapitar iglesias…
Había alcanzado algo de destreza en
esto.
Lo habían entrenado muy bien, y desde
niño, era hábil con estos artilugios.
Dirigirá el dron contra el refugio de sus
sueños…
El pueblo, en donde larvada muere la
esperanza…
El nido en donde se despedazó la
canción de su juventud…
Sentirá un frio en el estómago.
Después…
Con los días…
Solo se acostumbrará.
Verá pasar sombras y se dedicará a
cancelar figuritas.
Luego serán puntos…Nada más…
Señales, números, coordenadas…
Y efectos especiales.
Lo normal en estos casos.
Aunque sabe y casi está seguro
que,
en el último vuelo ira él.
Con su cabeza en la espoleta a punto de
estallar…
Cometa borracho que gritara en fuego
ardiente
para
estrellarse contra el acantilado de piedra.
III
(PAREJA
QUE CRUZA LA CIUDAD…)
El plano es general….
Una pareja cruza la ciudad bajo la
lluvia…
La lluvia
es de un carácter feroz
y a veces tiene la capa gélida de la
tormenta.
En los andenes la gente se arremolina.
La pareja cruza la ciudad con dos
paraguas negros.
En las esquinas, en las droguerías.
En las heladerías y las cafeterías, la
gente se refugia.
Tiemblan algunos citadinos bajo buzos y
franelas multicolores.
En otros corillos fuman y beben.
La pareja cruza las calles en donde
se forman riachuelos negros de hollín y
basura.
El día era soleado pero de
repente, llegó la lluvia…algunos se lamentan.
Nadie estaba preparado. Todavía
faltaban unas semanas para el otoño.
La pareja, sin embargo, pareciera estar
preparada…
Como cuando se toma la decisión de
viajar muy lejos.
Como cuando se marcha con algo de ira;
algún tipo de ira.
Él lleva sobretodo de gabardina y ella
un ligero gabán de lana
Él calza botas livianas; ella sandalias
de legionaria romana.
Ese detalle, de alguna manera, hizo que
la gente dijera alguna cosa.
Nada importante. Solo es la imagen que
se persigue en el trávelin.
Que se recorta en la cámara…
Los planos medios crean una perturbación
a partir de lo fortuito.
La pareja camina a zancadas largas,
pero aguantando.
Las caras de la gente en las aceras.
El plano general que luego se cierra.
Primerísimos primeros planos.
La lluvia sobre los rostros.
Ahora vemos a la transeúnte…
Bella y espigada cruza la calle con los
pies mojados.
Se adivina en sus piernas una fuerza
aérea y rítmica de gimnasta urbana.
La gente de la cuerda laboral silva.
Alguno menciona alguna procacidad.
Otros tratan de meterse con el hombre
del paraguas que marcha a su lado.
Su rostro inclinado está cubierto por
una sombra ligera de grasa y hollín
que la lluvia no acaba de limpiar del
todo.
El hombre del paraguas negro
marcha unas veces adelante y otras veces atrás.
La pareja…
No se mira… no se habla… solo marchan
contra el viento huracanado.
Llevan un ritmo que a veces disminuye;
se ralentiza contra la lluvia que ahora
arrecia.
Los autos cruzan. Salpican a los transeúntes.
Alguno suelta un aullido de bocina.
La gente se ha detenido.
En estas regiones
los elementos conspiran contra la
movilidad de los transeúntes.
Estos
solo ven
la escena lenta,
saturada en gris y húmeda…
Una pareja cruza la ciudad.
Contra la lluvia…
Contra el tiempo…
Contra la vida que se escapa…
Como si en ese momento, ellos…
Intentasen llegar a alguna parte…
Un lugar lejos de aquel amurallado
recinto
en donde la gente
se refugia
bajo
aleros fragmentados y cristales rotos
detrás de ventanales y comercios
semiderruidos.
Ellos dos…
Solos en su esfuerzo…
Tratan de salir.
De llegar a algún lugar en donde
una nube de arcoíris se manifieste.
Una nube que respire
y los deje respirar, mientras la tarde se
sumerge toda
como un gran barco en un
puerto de niebla.
En las calles de la ciudad que se inunda
bajo una luz enferma, saturada de esputos y
tabaco.
Las alcantarillas del cielo
se desbordan,
en olas de aguas negras y tormenta.
Del libro en preparación:
“POEMAS
Y TEXTOS, PARA CIERRE DE FUNCION”
“SUEÑA, QUE ESTA MUERTE…”
Por: Elizabeth García Ramírez
El perro viejo se quedó sin dueño…
Se murió el sepulturero de mi cementerio...
¿Qué haremos con los muertos?
¿Dónde están las casas para perros viejos, para los sin dueño?
Se murió mi tía, mi tío y mi hermano…
Se murió mi abuela…
Murió también Rosario
la más bonita del barrio.
La muerte anda suelta…
Anda por ahí echando mano...
La han visto en los bares tomándose una copa de vino negro…
En las casas de ventanales clausurados
en los barrios donde habita leve y frio, el silencio.
¿Para donde nos vamos?
Ni a la iglesia se puede ir rezando.
Los que no tienen casa pueden quedarse afuera…
Para los demás hay toque de queda…
Llorando, rezando, está la gente.
Bailando y cantando en un carnaval cerrado y ciego
frente a
pantallas de amnesia… para no pensar tanto.
Se perdieron los días, los meses, los años.
Se agotaron las flores…
Pero pintaré una roja y la pondré a las puertas de tu cielo, si te
fueras primero.
Pinta tú una blanca; si soy yo, la que muero; será mi entrada al cielo.
Mientras tanto, sueña, sueña conmigo amor…
Sueña que estamos cantando.
Y si no, sueña que es solo un triste sueño…
Que en los hospitales se marchitaron los jardines y enfermaron los
médicos…
Y que todas las blancas y ajadas enfermeras se murieron.
Wood, rocks and clay. Bienal del fin del mundo. Second Edition. Ushuaia.
Juan Calzadilla es un poeta, editor, artista plástico, curador y crítico de arte venezolano nacido en 1930 en Altagracia de Orituco. En 1961 interviene en la fundación del grupo contestatario de vanguardia El techo de la ballena y organiza, en compañía de Daniel González, los primeros salones de arte informalista que se llevan a cabo en Maracaibo y Caracas. Algunos de sus libros más destacados son Primeros poemas (Ediciones Mar Caribe, 1954), Dictado por la jauría (El techo de la ballena, 1962), Las contradicciones sobrenaturales (El techo de la ballena, 1967), Ciudadano sin fin (Monte Ávila Editores, 1969), Oh Smog (Colección Equinoccio de la Universidad Simón Bolívar, 1978), Táctica de vigía (Ediciones Oxígeno, 1982), Diario sin sujeto (1999), Aforemas (Monte Ávila Editores, 2004) o Manual para inconformistas (Eloisa Cartonera, 2005). Su obra poética ha sido reunida en antologías como Poesía por mandato (Monte Ávila Editores, 2015) o Antología poética Formas en Fuga (Colección Clásica de la Biblioteca Ayacucho, 2013). En 1996 recibió el Premio Nacional de Artes Plásticas, otorgado por el Consejo Nacional de la Cultura (CONAC), por su obra como dibujante, crítico e investigador, y en 2011 fue nombrado director de la Galería de Arte Nacional, máxima institución dedicada a la conservación, estudio y divulgación del arte venezolano. También ha recibido otros premios como el Premio León de Greiff al Mérito Literario (2016) o el Premio Nacional de Literatura (2017) por sus más de 50 años de trayectoria literaria en el Venezuela. Los textos seleccionados pertenecen a La condición urbana (Colección Alfabeto del mundo, La Castalia, Ediciones de la Línea Imaginaria, 2021).
***
El que huye de la ciudad huye de sí
Entiendo que hay un golpe que no sabe renunciar
a la tinta de escribir con sangre.
Un golpe en voz alta que reside en el ojo de la tormenta
desde cuya empuñadura nos mira.
Advierto que sus aristas al rojo vivo
entran en el cálculo de las probabilidades matemáticas.
Un golpe cuyo efecto
no será juzgado por la clarividencia del eco
y cuya sonoridad ciega omite todo exceso
de retórica alrededor de lo acontecido.
Un golpe que no deja lugar
para los ejercicios de la memoria.
Bien dibujado en el extremo opuesto de la forma
que toma en el puño al ser arrojado.
Un golpe para el que la estupefacción
es sólo el recibo que él nos pasa.
***
El habitante precavido
Últimamente el cielo ha comenzado
a producirnos dolor de cabeza.
El smog arrastra colas de llamativas sirenas.
A fuerza de recibir brillo las miradas
toman la consistencia del esmalte.
Con mañas de tirabuzón el humo
nos enjuga las frentes.
Trenza el balbuceo de nuestros métodos.
El horizonte de la inundación se ha puesto de pie.
La nube ejecuta su vuelo como si se tratara
de un cohete. Pareciera leerse en sus piruetas
un designio de muerte.
Es obvio. La cosa está ahora en los techos.
El crematorio arma su cielorraso
con el escape de nuestros coches.
Hay algo que no alcanza a despegarse de nosotros,
un aire envilecido que no nos toma por sorpresa
puesto que de por sí
anida como medusa en nuestras frentes.
***
El acto poético puro
Hay cosas que podrían decirse mejor si uno tuviera a la mano un cuchillo. Este instrumento sabe comunicar filo a las palabras. Pero si uno tiene para golpear la mesa algo más pesado que el puño, sin duda la palabra que sale de su filo, como si fuera empollado por éste, sería más efectiva. Es así como he gritado las palabras más atroces. Pensaba que no podía decirlas sin acompañar el gesto con algo que tuviera bastante consistencia, como la rosa o la viga de hierro. ¿Satisfacía con eso una sed de venganza? No, buscaba un efecto más verídico. Lo que me preocupaba todavía era el sentimiento. Mi determinación era la de un poeta. Acepté, en principio, esta forma de actuar como un método parecido al que se enseña en las escuelas. Después pasé de la poesía a los hechos. Encontraba en la realidad bastante perversión como para no ir armado de una pistola. Hasta que comencé a disparar sobre la multitud.
***
La vía desapacible
Cuento con la solidaridad del espejo.
Pero, además, quiero que se ponga de mi parte
cuando me veo frente a él. Y no que se limite
a copiarme tal como me ve
sino que se haga mi cómplice para
que tape todos mis defectos como a una madre,
con abstracción de todo lo que soy
y lo que seré.
Quiero que el espejo se excuse
y no me venga con el cuento:
“Si te hubieses olvidado de ti, dejándote en casa,
hubieras advertido que quien te traicionó
es otro. No el espejo sino el que huyó
detrás de ti, el precipitado, el libre de pasado,
el liviano de culpas, el que
viéndose en el espejo
por un momento creíste ser tú”.
***
La derrota
Siempre estaba listo para librar la batalla
en otra parte, no en él mismo. En definitiva
en el espacio más conveniente a las tácticas
del otro y, hasta si se quiere, en el terreno elegido
por éste. Él sabía que todas las batallas donde
se pone en juego el resto son a muerte,
incluso las que no se libran, pero si no le había
sido dado escoger entre la lucha corporal
y el armisticio, ¿cómo no haber pensado
que hubiera podido al menos elegir el lugar
del combate? Pero también este recurso le fue
negado. Y no por el contendor, quien confiaba
ya en su triunfo, aún antes de alistarse,
sino por él mismo. ¡Si hubiera podido disponer
de su vida como de un arma filosa!
¡Si hubiera sabido que su existencia era el cuartel
en disputa! Porque había que pegar duro
con los cuerpos. Y esto tampoco él lo sabía.
***
Epitafio
En mi entierro iba yo hablando mal de mí mismo
y me moría de la risa.
Enumeraba con los dedos de las manos
cada uno de mis defectos
y hasta me permití delante de la gente
sacar a relucir algunos de mis vicios
como si me confesara en voz alta
y en la vía pública.
Comprendo que esto no es usual en un entierro
ni signo de buen comportamiento.
Un ciudadano cabal, aun estando muerto
—cuando es él el centro de la atención—
debe guardar las apariencias
y cuidar de no exponerse al ridículo.