domingo, 8 de marzo de 2009
HENRY MICHAUX/ POEMAS
HENRY MICHAUX
Henri Michaux (Namur, Bélgica, 24 de mayo de 1899-París, 18 de octubre de 1984)
HE NACIDO AGUJEREADO
Sopla un viento tremendo,
No es sino un pequeño agujero en mi pecho,
pero sopla en él un viento tremendo.
Pueblecito de Quito, tú no eres para mí.
Yo necesito odio, y envidia; ésta es mi salud.
Es una gran ciudad la que necesito.
Un gran consumo de envidia.
No es sino un pequeño agujero en mi pecho,
pero sopla en él un viento tremendo,
En el agujero hay odio (siempre), espanto también e impotencia.
Hay impotencia y el viento está cargado de ella;
fuerte como los torbellinos,
rompería una aguja de acero,
y no es más que un viento sin embargo, un vacío.
¡Caiga la maldición sobre toda la tierra, sobre toda la civilización,
sobre todos los seres en la superficie de todos los planetas, a causa de este vacío!
Un señor crítico ha dicho que yo no alimentaba odio.
Este vacío, he ahí mi respuesta.
¡Qué mal se está, ay, en mi pellejo!
Siento la necesidad de llorar sobre el pan de lujo de la dominación y del amor,
sobre el pan de gloria que está afuera.
Siento la necesidad de mirar por el cuadro de la ventana,
que está vacío como yo, que no se alimenta de nada,
Dije llorar; no, es un barreno a frío, que barrena,
barrena incansablemente,
como sobre una viga de haya en la que 200 generaciones de gusanos se hubiesen
legado esta herencia; "barrena, barrena..."
Esto ocurre a la izquierda, no digo que sea el corazón,
Digo agujero, y no digo más, es rabia y contra ella no puedo,
Tengo siete u ocho sentidos. Uno de ellos: el sentido de lo que falta.
Lo toco y lo palpo como se palpa una madera,
una madera que sería más bien una gran selva de esas que ya no se ven en Europa
desde hace mucho.
Y esto es mi vida, mi vida en medio del vacío.
Si este vacío desaparece, yo me busco, enloquezco y eso es todavía peor.
Yo me he construido sobre una columna ausente.
¿Qué habría dicho el Cristo si hubiese estado hecho de este modo?
Hay algunas de estas enfermedades que, si se las cura, no le dejan nada al hombre.
Muere pronto, era demasiado tarde.
¿Puede acaso una mujer contentarse solamente con odio?
Si es así, amadme, amadme mucho y no dejéis de decírmelo,
y que alguna de vosotras me escriba.
¿Pero qué significa este ínfimo ser?
Casi no lo había advertido,
Ni dos nalgas ni un gran corazón pueden llenar mi vacío,
Ni ojos llenos de Inglaterra y de ensueños, como suele decirse.
Ni una voz cantante que dijese completivo y calor.
Los estremecimientos encuentran en mí un frío siempre alerta.
Mi vacío es un gran glotón, gran moledor, gran aniquilador.
Mi vacío es algodón y silencio,
Silencio que todo lo detiene.
Un silencio de estrellas,
Y aunque ese agujero es profundo carece totalmente de forma.
Las palabras no lo encuentran,
chapotean a su alrededor,
Siempre he admirado a esos que por creerse revolucionarios se consideraban hermanos.
Hablaban los unos de los otros con emoción; chorreaban como sopa.
Eso no es odio, amigos míos, eso es gelatina.
El odio es siempre duro,
hiere a los demás,
pero también desgarra al hombre en su interior,
continuamente.
Es el reverso del odio,
Y no hay nada que hacer. No hay nada que hacer.
MIS OCUPACIONES
Raras veces puedo ver a alguien sin abofetearlo,
Otros prefieren el monólogo interior. Yo, no. Más me gusta abofetear.
Hay gentes que se sientan frente a mí en el restaurante y no dicen nada; están allí
un buen rato porque han decidido comer.
Ahí tenéis a uno.
Yo me lo atraco, toc.
Me lo reatraco, toc.
Lo cuelgo en la percha.
Lo descuelgo.
Vuelvo a colgarlo,
Lo redescuelgo.
Lo pongo sobre la mesa, lo apilo y lo ahogo.
Lo ensucio, lo inundo.
Y vuelve a vivir.
Entonces lo enjuago, lo estiro (comienzo a enervarme, hay que terminar con él),
lo comprimo, lo aprieto, lo resumo, lo introduzco en mi vaso, arrojo ostensiblemente
el contenido por el suelo y le digo al camarero: "Tráigame un vaso más limpio".
Pero me siento mal; arreglo al punto la cuenta y me voy.
LA SIMPLICIDAD
Lo que ha faltado sobre todo hasta el presente a mi vida, ha sido simplicidad. Poco a poco comienzo cambiar.
Ahora, por ejemplo, siempre que salgo, llevo mi cama conmigo, y cuando una mujer me agrada,
la tomo y me acuesto con ella al instante.
Si sus orejas o su nariz son feas y grandes, se las quito juntamente con la ropa y las pongo
debajo de la cama. Allí las encontrará ella al partir. Sólo guardo lo que me agrada.
Si su ropa interior ganara al ser cambiada, la cambio en seguida. Ese será mi regalo.
Si entretanto veo a otra mujer más agradable que pasa, me excuso ante la primera y la
hago desaparecer inmediatamente.
Personas que me conocen sostienen que no soy capaz de hacer eso que digo; que no tengo
suficiente temperamento para ello. Yo también lo creía así, pero era porque no hacía todo
como se me antojaba.
Ahora, paso siempre muy lindas tardes. (Por la mañana trabajo.)
PERSECUCIÓN
Antes, mis enemigos tenían todavía cierto espesor, pero ahora se vuelven huidizos. Recibo un codazo (todo el santo día ando a los tumbos). Son ellos. Pero se eclipsan como por encanto.
Desde hace tres meses sufro una derrota continua;
enemigos sin rostro; raigambre, verdadera raigambre de enemigos.
Después de todo, ya dominaron mi infancia. Pero... yo me había imaginado que ahora estaría un poco más sosegado.
LA PEREZA
El alma adora nadar.
Para nadar es preciso extenderse sobre el vientre. El alma se disloca y huye. Huye nadando. (Si vuestra alma huye cuando os encontráis de pie, o sentados, o con las rodillas o los codos doblados, para cada posición corporal diferente el alma partirá con un modo de andar y una forma también diferentes; esto lo estableceré más tarde).
Se habla a menudo de volar. No es eso. Lo que hace el alma es nadar. Nada como las serpientes y las anguilas; nunca de otro modo.
Numerosas personas tienen así un alma que adora nadar. Se las denomina vulgarmente perezosas. Cuando el alma a través del vientre abandona el cuerpo para nadar, se produce una liberación tal de no sé qué; es como un abandono, como un goce, como una relajación tan íntima...
El alma va a nadar en la caja de la escalera o en la calle, según la timidez o la audacia del hombre, pues siempre guarda un hilo entre ella y él, y si este hilo se rompiese (es a menudo muy delgado aunque se precisaría una fuerza espantosa para romperlo) sería terrible para ambos (tanto para ella como para él).
Cuando se encuentra pues el alma nadando a lo lejos, gracias a este simple hilo que liga al hombre con el alma, se derraman volúmenes y volúmenes de una especie de materia espiritual, como el barro, como el mercurio o como el gas -goce sin fin.
Por eso el perezoso vuélvese cerril. No cambiará nunca. Por eso es también que la pereza es la madre de todos los vicios. ¿Hay acaso algo más egoísta que la pereza?
La pereza tiene también fundamentos que el orgullo no posee.
Pero siempre la gente se encarniza con los perezosos.
Cuando están recostados los golpean, les echan agua fría sobre la cabeza; no les queda otra cosa que apresurarse a hacer regresar su alma. Os miran entonces con esa mirada de odio tan conocida y que observamos particularmente en los niños..
MALDITO
Dentro de seis o más meses, o tal vez mañana, estaré ciego. Es mi triste, mi triste vida
que continúa.
Los que me engendraron lo pagarán, decíame antaño. Pero hasta hoy no han pagado nada todavía. Yo, sin embargo... es preciso que entregue ahora mis ojos. Su pérdida definitiva me liberará de sufrimientos atroces. Es todo cuanto puede decirse. Una mañana mis pupilas estarán llenas de pus.
Sólo habrá tiempo de intentar inútilmente algunas pruebas con el terrible nitrato de plata, y se acabará con ellos.
Hace nueve años que mi madre me decía: "Preferiría que no hubieras nacido".
Rodolfo Enrique Fogwill
Y NUNCA MÁS VOLVIMOS A ENCONTRARNOS
a María Eugenia C.
Después de la famosa charla telefónica. Puse famosa porque durante mucho tiempo aquella charla fue famosa para nosotros, y porque aunque ahora ya no hablamos más de ella –porque no hablamos más– ahora siguen hablando de ella sus amigas y los novios de ella y de sus amigas. Todos hablan, la nombran; todos siguen imaginando aquella charla de mil maneras, con mil distintos desenlaces y por mucho tiempo más, pienso, seguirán charlando todos y comentándose la charla.
Pero aquella charla es más famosa para mi corazón, porque desde entonces nunca más ella y yo volvimos a vernos. ¿En Buenos Aires? ¿Es posible que en Buenos Aires, dos, nunca más hayan vuelto a encontrarse? Sí: es posible. Ni nos vimos, ni yo la vi, ni creo que tampoco ella a mí me haya visto.
Pero desde hoy serán las dos famosas: la charla y ella. Voy a nombrarla, se llama Diana Rivera Posse y fue mi amante por un tiempo: tres meses. Es una mujer alta, de ojos notables y manos grandes y ahora va a ser famosa por esta historia de la charla telefónica que comienzo a contar.
Diana: fuimos amantes por un tiempo. Nada serio. Nos encontrábamos algunos viernes. Salíamos a comer. Recuerdo que comimos en el antiguo restaurante japonés, en Bistró, en el griego de Córdoba y Montevideo y en la cantina El Viejo Pop de Mar del Plata. Dormimos juntos algunos de esos viernes –nada importante– y tres noches seguidas de aquel fin de semana largo de abril que nos fuimos al mar. Por lo demás, nos vimos poco. Algunas mañanas llamaba a mi oficina: "estoy libre", decía, y yo a veces arreglaba una cita, fingía un almuerzo de negocios y corría a abrazarla en mi piecita por unas horas. Era otoño: algunos mediodías de calor salimos apurados y sin bañarnos y al caer la tarde, en la oficina, yo sentía subir del saco olor a ella, olor a mí y olor a ensayo de bailarinas y perfumes mezclados.
Algunas veces la llamé yo. Atendía el padre o la madre y nos citábamos en un café después de la comida. Esas noches nos besábamos en el auto pero no nos acostábamos: ella debía levantarse temprano para sus clases y yo andaba arrastrando mis ganas de olvidarme de todo y sentarme a escribir. Llamo a esto escribir. Y ella ahora será famosa: todos sabrán desde hoy que en la fiesta de Caride nos acostamos en uno de los dormitorios del segundo piso con Equis –esa actriz peronista– y que enseguida se agregó a nuestro grupo Marcelo Siano, que trabaja en Wrigley's y puede atestiguarlo, y que más tarde se vino con nosotros Gonzalo Roca trayendo una botella, y que más tarde los tres hombres nos sentamos a beber directamente de la botella de Chandon, mirándolas a Diana Rivera y a la estrella peronista que jugaban a morderse y hacerse marcas como gatas mientras el novio (el que había sido su novio hasta poco antes y que me dicen que ahora ha vuelto a ser su novio) bailaba en el living de la planta baja.
No sé por qué, siempre los novios verdaderos bailan cuando las mejores cosas están sucediendo en la realidad. Me lo imagino ahora al novio bailando en algún otro lugar, musical, elástico, y sabiendo que desde hoy tiene una novia famosa: Diana. Dudo que ella lo ame.
Ni a mí me amaba. Fuimos amantes, pero no nos amamos hasta la vez de aquella charla telefónica. Me había llamado ella. Era domingo; yo estaba trabajando, cansado, y necesitaba liquidar un informe para la edición de la tarde del lunes. Ella quería que le hablase. Conté qué estaba haciendo, qué había hecho la noche anterior y lo que pensaba serían mis planes para ese día y el siguiente.
Quisimos vernos. Casi acordamos una cita, pero después dije que no, que nos veríamos el martes, que fijaríamos la cita durante la mañana del martes.
Y yo hasta aquel domingo nunca la había amado, pero esa vez la amé:
–¿Y si nos vemos en Fred's el martes?– sugería ella.
–Sí –dije–. Puede ser. y si no, te llamo a la mañana...
Y así comenzó todo: ella dijo que mis palabras la tocaban.
–¿Cómo? –pregunté .
–Me tocan –dijo ella–. Siento que me tocás: Me tocan.
Quise saber, pregunté más.
–¿Dónde te tocan?
–Ahí –contestó–, me están tocando ahí...
–Tocame vos –pedí y ella dijo que era "precioso".
–No –le dije–. Eso no me toca.
–¡Sos hermoso y precioso! –repitió.
–Tampoco toca –dije.
–¡Sos asqueroso! –probó ella.
–¿Cómo asqueroso? –pregunté yo, sintiendo algo.
–¡Como un sapo asqueroso y hermoso! -contestó.
–Puta –le dije y averigué–: ¿Te toca si te digo puta?
–Sí –dijo como un suspiro–. ¡Sí! Y cuando te hablo yo... ¿Te toco?
–No, vos no. Me toco solo. Yo, me toco –anuncié–. ¿Te toca?
–¡Baboso! –ella me dijo y:
–Tortillera –le dije yo, sintiendo que respiraba fuerte, y más (pidió que le dijera más) y yo dije "baba", "rata", "gata", "tortillera" y también que la estaba tocando:
–Te toco entre las piernas con un teléfono asqueroso negro –amenacé.
–¿Sucio? ¿Enchastrado? –indicó ella.
–Sí –le juré y entonces me di cuenta que ella estaba jadeando de verdad.
No entendía por qué; quise saber:
–¿Te estás tocando, vos...?
–No; vos me tocás. ¡Cuando hablás me tocás! –susurró ella.
–¿Será porque me toco...? –Supuse y probé: –¿A ver?
–Ahora sí –decía ella–. ¡Ahora no... ! ¡Ahora... sí!
Y acertaba siempre y jadeaba. Jadeaba más cuando decía que sí, y creo recordar que también acertaba siempre: si yo tocaba, ella decía que sí y sentía. Pero ¿dónde?
–¿Dónde? –le volví a preguntar.
–Ahí, te dije, ¡ahí...!
–¿Cómo?
–Como si yo tuviera un...
–¿Y no tenés, acaso, un...?
–Sí, pero uno igual a vos. ¡Uno igual...! –exclamó y entonces jadeó más y le dije que pronto cortaríamos la comunicación y ella dijo que también cortaría al mismo tiempo, y estoy casi seguro de que también esa primera vez cortamos juntos, al mismo tiempo.
Desde entonces no volvimos a vernos; nunca la vi, y creo que ella a mí nunca me vio. El martes, cuando la llamé desde la oficina, dijo que no quería verme. "Nunca más", dijo. "Hablame". Entonces ese mediodía fui a mi piecita y desde ahí la llamé.
Y seguimos llamándonos muchas veces. Siempre juntos, al mismo tiempo, hablábamos. Adivinaba ella cada vez, decía "sí" al tocar, como suspirando y yo también sentía que sus palabras me tocaban y eso, –ahora puedo reconocerlo–, lo aprendí de ella, pero solamente me sucedió con ella.
Siempre hablábamos. Siempre llamaba ella, a veces yo. Me sucedía una cuestión de orgullo: esperar a que llamase. Siempre llamaba ella, y si yo pasaba lejos de la piecita varios días entonces calculaba que ella había estado tratando de llamarme, y la llamaba yo. "¿Llamaste?", preguntaba. "¡Sí!", decía ella, "...pero no contestabas".
¡Cuántas veces tomé el tubo del teléfono y dije: "hola" con el tono de voz que bien sabía que la tocaba y me sorprendía alguna voz distinta preguntando por mí, por "señor Fogwill", como si el que había pronunciado aquel "hola" no hubiera sido yo!
¿Cuánto duró? Tres meses, cuatro. Para entonces, nuestra charla había comenzado a volverse famosa. Las amigas... Algunas me llamaban, decían un nombre falso, y me pedían que hablase, pero no era lo mismo. Sólo con ella –vuelvo a nombrarla– sólo con Diana, las cosas solían producirse de aquel modo. Y después todo se derrumbó. Una sola vez que nos falló, dejamos de llamarnos. Cuestión de orgullo, o miedo de que ya no pudiera tocarla con mi voz. Como ella no llamaba, tampoco llamé yo. La última vez que hablamos. sintió mi voz y dijo no, que ahora tampoco, que ya no sería más posible, que nada más valía la pena, y que ya todo se había terminado.
¿Terminado?
Ahora que todos hablan, ahora que hasta han escrito una novela con nuestro tema, ahora que todos saben la historia de la famosa charla y ahora que ella también ha comenzado a ser famosa como la charla, dudo que algo haya terminado. Creo que algo comienza: pienso que escribo y que ahora todo lo escrito vuelve a tocarla a ella y entonces vuelve eso a tocarme a mí, como un reflejo, y siento que es mejor que hayamos dejado primero de vernos, y después de hablarnos, porque hay nuevas maneras de hacernos eso, contárnoslo, mostrando a todos la verdad de lo que es nuestro amor, esta nueva manera, el mejor modo de nuestro amor.
A las amigas, a los novios de ella y de las amigas, y a todos los que escuchen en cualquier parte sus famosas grabaciones de nuestras charlas, se les formó una idea equivocada de nuestro amor. Nuestro amor no eran esas voces y ruidos que escucharon grabado tantas veces. Nuestro amor fue todo lo que hicimos y que ahora circula entre nosotros, entre todos los que en un mismo instante estaremos leyendo una vez, otra vez más, (¡más! ¡más!), la historia de la famosa charla, y a un mismo tiempo, en diferentes sitios y sobre diferentes hojas de papel, una vez más, muchas veces (más, más) de esa historia famosa de amor sintamos juntos el final.
sábado, 7 de marzo de 2009
Sexies bloggirls y sus atrevidos blooks
Por Alan Pauls
Cielo Latini y Lola Copacabana son los avatares argentinos más recientes de una nueva generación de amazonas letradas: chicas jóvenes, bonitas, ricas, que no tienen miedo de decir yo a lo largo de trescientas páginas de banalidad confesional. Quizá la que tiró la primera piedra fue Melissa Panarello, la italiana que a los 16 -buena edad para los balances- se puso a rebobinar su currículum sexual y publicó “Cien cepilladas antes de dormir”, una memoria novelada con forma de diario íntimo que hacía oír, entre los pliegues transpirados de las sábanas, el mismo grito cándido que subyace a la poética pornonaïve de Corín Tellado: ¡un poco de amor! La siguió la brasileña Bruna Surfistinha, una chica bien que se aburría y a los 17 huyó de la casa de sus padres para abrazar el oficio, el way of life, la Causa Narrativa de la prostitución, que procedió a pormenorizar primero en un blog y luego en un libro, “El dulce veneno del escorpión (Diario íntimo de una prostituta)”, ambos de éxito inmediato.
El gran hallazgo de Surfistinha es la velocidad, el “efecto atajo” de su operación: en un par de temporadas de sexo pago elegido, Bruna atesoraba la experiencia que a Xaviera Hollander le llevó décadas conquistar, y perfeccionaba un Dogma erótico -”Los 15 mandamientos de Bruna”- que a cualquier sexólogo televisivo le exigiría como mínimo preparar (no necesariamente aprobar) un par de exámenes universitarios. El otro hallazgo, co-producido a medias con sus editores, fue la metamorfosis del blog en libro y la incierta criatura mutante a la que dio lugar, el blook, que hoy encabeza todos los rankings de las literaturas personales.
Publicados en 2006, “Abzurdah” (Cielo Latini) y “Buena leche. Diarios de una joven (no tan) formal” (Lola Copacabana) también nacieron on line, en esa extraña Feria Universal de la Persona Común y Corriente que es la blogosfera. Pero esa patria de origen es quizá lo único que comparten. Me como a mí, la página de Latini, surgió como el diario de una chica con problemas de alimentación y terminó convirtiéndose en un foro religioso o político, sede de una militancia pro anorexia que en nombre de la autofagia reivindicaba el derecho civil a no comer, hacía de la dieta un deporte de riesgo y proponía subterfugios ingeniosos para engañar simultáneamente al estómago y el control policial de médicos, sicólogos y familiares. La prédica de Lágrima (el nickname de Latini en el blog) fue tan radical, y su repercusión tan sorprendente, que varios servidores de internet se negaron a hospedarla, condenándola a errar de dirección en dirección como una paria electrónica, hasta que algo más drástico que la moral del ciberespacio -un intento de suicidio- la dejó fuera de un juego (el de la víctima) y la metió de lleno en otro (el de la autobiografía de la víctima) que a los 21 años la estamparía en la portada de la Newsweek argentina y la sentaría a la mesa (¡a comer!) con Mirtha Legrand, la gran almorzadora del show business argentino.
La brisa liviana
Con Lola Copacabana estamos lejos, muy lejos, de esas tinieblas tortuosas. Contra el fondo del paisaje de encierro, vómitos y desangramientos que pinta la pobre Lágrima, la mera dirección de su blog -justlola.blogspot.com- suena como una brisa liviana, ágil, que sólo acepta los antecedentes de las cepilladas de Melissa P. y los callejeos de Bruna a condición de aligerarlos, vaciarlos de dramatismo y de consecuencias, rebajarlos con un chorro de distraída irresponsabilidad. Por mucho que se esfuerce en gozar, subrayar que goza y ranquear sus formas predilectas de goce, la mentora del diario de Lola Copacabana no es Anaïs Nin sino Carrie Bradshaw, la seudoetnóloga romántico-sexual de “Sex and the city”, o más bien lo que quedaría de Carrie Bradshaw después de intoxicarse con malvaviscos en algún rincón de San Isidro, ex ghetto aristocrático tradicional, hoy ghetto consumista witty del norte de la provincia de Buenos Aires, donde Lola, madre soltera a los 20, vive al parecer con su hija Zoe y su verdadero nombre, Inés Gallo.
Fiel al registro discontinuo pero cotidiano de la intimidad, justlola no es más ni menos que eso: la crónica avispada, tautológica, a menudo encantadora, de la vida de una veinteañera desahogada que sólo es lo que es, que estudia Derecho, charla mucho con su hija, encolumna sus gustos y sus fobias, ama el Fernet con Coca Cola, se saca fotos (que cuelga en el blog), maneja a toda velocidad cantando las canciones que le gustan y sólo condesciende a nombrar con todas las letras a uno de los partenaires con los que confiesa entretenerse en la cama, la cocina o “el frío piso del baño”: su vibrador Hitachi Magic Wand. Mientras Cielo usaba su página para hacer del hambre una fuerza casi nietzscheana y convertirse en líder, gurú, mártir de una nueva minoría insurrecta, Lola usa la suya para ver y verse, para afilar la malicia o consolarse, para maldecir, pero sobre todo para desmenuzar la espuma de la vida cotidiana, algo que hace con las armas y la perspicacia de una socióloga salvaje, aburrida pero sagaz, formada al calor de viejas clasificaciones despectivas que el avance de la corrección política no cesa de estetizar en ejercicios de un fisonomismo cínico y chispeante.
Afanes literarios
Los rasgos que distinguen los blogs de Cielo y Lola sobreviven casi intactos en sus respectivos blooks. Salvo cuando inserta e-mails o transcribe chats, “Abzurdah” -que acaba de llegar a librerías chilenas-parece querer olvidar que nació, vivió y se hizo famosa en bloglandia; solemne y kitsch, quiere ser a toda costa un libro, del que pretende tener la seriedad, el peso, el aliento narrativo, el suspenso (ocho de cada diez capítulos terminan con esos augurios ominosos con que suelen terminar los bloques de “E! True Hollywood stories”) y hasta esa “neutralidad” lingüística (”paseo de compras”, “alcanzar mi gol”, “denme un respiro”, “malas vibras”) en la que ciertos editores, quizás influidos por el éxito de la escuela de doblaje de TV centroamericana, creen ver hoy la garantía de una circulación hispanoglobalizada.
Pero “Abzurdah” es un “caso”, la historia clínica, contada en primera persona, de una joven erotómana que ama a un hombre que la enloquece, abraza la anorexia, usa el yacimiento planetario de internet para investigarlo todo, se convierte en la máxima especialista de su propio mal y cuando llega a la cima, cuando ya lo sabe todo, descubre con espanto que saber no es curarse y se desmorona sin remedio. Torpemente escrito, malogrado a menudo por las poses literarias que Latini se empeña en emular, hay sin embargo algo en ese delirio de saber que conmueve y sacude, quizá la puesta al desnudo de una soberanía indefensa que tiene que ver con dos fenómenos bien contemporáneos: uno es la cibercultura, fuente de las formas más intensas y demenciales de empowerment; el otro, quizá más perturbador, es la metamorfosis potencial de cualquier condición anómala en micromovimiento político.
“Buena leche”, en cambio, es más idiota pero no tiene complejos: cómoda en el fragmentarismo del blog, Lola Copacabana engalana sus entradas con subtítulos de un ingenio telegráfico y pertinentes estrofas de canciones en inglés, alterna párrafos con listas, top fives y diagramas didácticos (óptimo el de la página 212 sobre el ciclo anímico-menstrual, una de las pocas bêtes noires que parecen desvelar a la autora) y sabe cómo darle descanso a ese yo irreverente y maníaco antes de que el lector lo abofetee, un impulso que las abusivas 280 páginas del libro despiertan con frecuencia. Cielo Latini es densa, crédula, enfática; Lola es seca, epigramática y brutal. Cada una a su modo, las dos siguen empantanadas en una especie de inercia adolescente, pero mientras Cielo hereda el dark angustioso de la rojinegra Emily, siempre sombría y cabizbaja, Lola, narcisista y jovial, es más bien hija de Eloîse (la niña-flapper de Kay Thompson y Hilary Knight) y de Zoë, la protagonista de “Life without Zoë” (la New York story de Francis Ford Coppola), que vivía sola en un hotel de lujo, derretía el corazón de los botones y se afanaba por reconciliar a sus padres.
Cielo Latini tiene más ganas de ser escritora que de escribir, pero su blook está atravesado por la figura de un otro -Alejo, el amante-verdugo- que no termina de desgarrarla. Lola Copacabana escribe, escribe antes, más acá o más allá del fantasma de “ser escritora”, y es difícil no oír, no rendirse a los gemiditos de placer con que chapotea entre las palabras o las arroja contra el mundo; pero en su blook no hay nadie más que ella, nadie que le haga frente, le responda o la ponga en peligro: nadie que no sean su hija o su consolador, dos prótesis quizás eficaces pero algo limitadas.
Lo que “Abzurdah” y “Buena leche” dejan por fin en suspenso es la pregunta: ¿por qué lo que vive en una pantalla debería morir en un libro? ¿Se gana algo con la transferencia del blog al blook? La respuesta es obvia sólo para los editores, que son básicamente quienes urdieron el (trans)género. El blog no es sólo un libro en potencia; es un libro + un público; un libro leído, comentado, plebiscitado, que obtura cualquier incertidumbre o riesgo con las evidencias (cantidad de visitas, posts, comentarios, rebotes en la red, etc.) de lo que ya ha sido testeado. Para la experiencia blog, en cambio, me temo que la transubstanciación libresca quizá no valga tanto la pena. Porque todo blog que se precie, se alimenta y respira en el contexto promiscuo de internet y es siempre la combinación de un registro (el factor literario) y un tiempo real (el factor performático), la alquimia de una escritura íntima, personal, y ese presente único, bastante enigmático, en el que se exhibe y se ofrece a la lectura. En la medida en que suprime el contexto salvaje de la red y el tiempo real, ¿qué es un libro derivado de un blog sino una manufactura trivial, el merchandising anacrónico de un hit que vive rozagante y pleno en otra dimensión de la vida?.
Publicado en QuéPasa, Consorcio Periodístico de Chile S.A.
tomado de NACION APACHE
sábado, 28 de febrero de 2009
BLUES /DE GUSTAVO ORTIZ
BLUES
Tal vez esta mujer
esté habitada,
crimen y castigo
de quien enuncia su imagen.
La técnica vocal de la soledad
siempre es de piedra viva;
fósiles de algún clavicembalo
duermen en la estructura rígida
en que un pájaro azul y ella,
danzan su cansancio,
en alguna boca de sombra
como lo regala la ciudad.
Corre palabra corre
agota las direcciones de esa mujer
hazla ser mala página de enciclopedia,
que respire en el latido de batería
que no pueda tener descanso
que no pueda ser mujer
que sólo le sea permitido ser mujer,
arrástrate
arrástrala
para que alguien aplauda.
Un tren de blues
la dejó emigrante
un axioma sin rieles
la hizo superstición.
Afuera del cielo
lo que no es ella,
y la quemadura se siembra
en la piedra de la iglesia
como la cosa más verdadera del mundo.
Todo pájaro hecho de locura
es metáfora traicionera
sólo pañoleta en sueño.
Emigrante de su propia palabra
es mujer por urgencia.
Los huesos del sonido
la protejen del frío.
Willie Nelson va a subastar
algunas guitarras añejas,
y una cantante lírica
ha sido asesinada
en la herrería de la tarde.
Una armónica de bronces
deja mordidas en el aire
en el rostro no resuelto
de esa demente mujer.
Un dueto de arenas
gime una letrilla obscena,
un alfabeto para fracturarla
en un beso forastero.
Y las palabras se cansan
aún para un poema
de luces halógenas y proféticas.
Cuando los lenguajes amanezcan
tal vez alejandra siga allí
tal vez su partitura más oculta
y el blues se disfrace de error,
un error de sintaxis existencial,
una fuga de la ley madura,
un crimen para desolados.
Cuando los lenguajes amanezcan
tal vez sepas mi nombre.
Gustavo Ortiz
http://www.estacionpoetas.blogspot.com/
lunes, 2 de febrero de 2009
LA BALSA DE LA MEDUSA Y OTROS POEMAS
“LA BALSA DE LA MEDUSA”
Y OTROS POEMAS
Y OTROS POEMAS
Omar García Ramírez
2008
1
CEREMONIAS
CEREMONIAS
EL BANQUETE
“La sangre era encarnación y su sello: el rojo y el horror de la sangre.”
The Masque of the Red Death
E.A. Poe
Siéntense señores, la mesa esta servida.
Han recibido los respectivos documentos
que los acreditan
como devoradores de linaje y mundo.
Las servilletas y los cubiertos refulgen
en la plata pálida.
No se preocupen por el dogo que roe una cabeza
por el mastín
que muerde nervioso una mano sucia en tierra.
Pasen ustedes señores al banquete
hay corazones y riñones
y bocas rotas que tiemblan delicadas
aleteos grises de palomas muertas.
Déjense atender por los esclavos
escanciadores de vinos aterciopelados
que fluyen
con un delicado cantar de rió sangriento.
Déjense mimar de los cocineros
oscuros en su ébano bantú
y las sirvientas claras como lunas ahusadas
de manos largas y diligentes.
Regodéense en sus eructos
en la grasa que resbala por sus mejillas sonrosadas.
Limpien y acicalen sus pelucas plateadas.
No dejen de probar los faisanes
las codornices rellenas de piñones
los cerdos ibéricos
los gatos cibelinos.
Degusten el sorbete de tuétano del tigre de la niebla
y coman quesos frescos de búfalas parturientas.
Es de mi agrado, recomendarles esas gelatinillas rosadas en copas
senos de damitas sacrificadas a la salida de un convento.
¡¡Más vino para los señores!!.......
Por favor señores, no saquen sus armas
no sus banderas
no esgriman sus pasaportes diplomáticos,
ni sus buenas intenciones de redentores
con su pequeño mapa de nuevos imperios
y su pequeño páncreas blindado en mierda.
¡No prendan fuego a las cortinas!
¡No lancen sus dorados cuchillos
contra las puertas de cedro y caoba!
¡No corten las cabezas de los saltimbanquis!
Ni pidan una bandeja de plata
para la cabeza el profeta......No, ¡por favor no!...
¡Ah!…olvidaba anunciarles
hay una señora Veneciana
con una máscara roja en la puerta.
¿Tengo vuestra graciosísima licencia
para dejarla entrar?
LA ARMAS DE GUERRA
Les he traído señores
los carros, más veloces
Los corceles más pesados.
Bestias de caras metálicas y escamas de plata que trituran una cabeza campesina
con dientes negros en sarro de carbón mineral
y la escupen ensangrentada a la orilla del camino.
Águilas de ruido mecánico
que disparan plumas de acero y silicio sobre las tierras del reino.
También he comprado para vuestras excelencias.
Soldados niños
hambrientos, como me lo pidieron.
Estaban por allí
merodeando fuera de las murallas del reino.
Les he enviado una partida de caballería
y los han molido a palo.
Los han reclutado muy obedientes y sumisos.
(Nos habíamos cansado, de la patética costumbre de alimentarlos en los portales de las catedrales, con mendrugos y bazofia, por casi trescientos años).
Cantan y marchan ahora, bajo nuestros estandartes
–famélicos cual gatos de cementerio–.
Ya saben de memoria
Los cantos necro-románticos
de las ceremonias iniciáticas en Batraxia.
Beben sangre con deleite.
Sólo piden, de vez en cuando, ser llevados a las tabernas
donde las cortesanas de la noche
que les proporcionarán unos minutos de placer
antes de la muerte o la mutilación;
ellas enredaran sobre sus cuellos
sueños pesados y enlutados
en grasa de vuelo saturnal.
Los ejércitos están dispuestos para el juego
hay cristales rotos en las catedrales
y un aire enrarecido de fuego.
El campo
el campo
el campo…
ha dejado el paso a una cosecha de ojos bermejos
y la lluvia, gris y plúmbea.
Liquida borrasca de ojos gualdos
que rompe las alas de los pájaros.
¡Ya llegan los carros!
¿No les dije que eran una maravilla?
Estos son los que se necesitan para
Caminar sobre el fango y las trochas
por donde se adentran en la selva
los sublevados y los sediciosos; los negros cimarrones.
“Ellos”, han elegido el verde afilado de las hojas
y esa niebla emboscada que no deja ver.
No queda otro remedio
que sotanear y perseguir
sobre los campos y las selvas
donde se ocultan
con mascaras de lluvia, truenos y fuego.
Solo un consejo señores:
¡Las fieras
golpean tan fuerte como lo cazadores!
MANUAL DE DIPLOMÁTICOS
Han llegado unas cortesanas de la capital.
Sí, se han instalado en la mansión
del señor embajador.
El señor embajador
les enseñará cortesía y glamour
y les meterá un poco de fuego bajo enaguas
magreo detrás de escritorios
y disciplina sobre mesas de caoba
en recintos cerrados, y bibliotecas por donde aparecen de vez en cuando hagiógrafos ilustres; enjutos caballeros que merodean por ahí
con caras de saurios diligentes.
Han llegado unas cortesanas de la capital
Acaban de hacer sus genuflexiones obligatorias y
recibido su dosis de genitalidad capitalina.
Han tomado los bebedizos de la orgía
en los altares de la concupiscencia patria.
Ya se limpian entre las piernas con la bandera de Batraxia
teñida en sangre y de águilas blasonada.
Ríen
y los espasmos en sus caras de manta-rayas
se iluminan débilmente por cirios marfileños
sobre una cubierta negra
–como en esos caprichos del pintor de Hertogenbosch–.
Han vomitado sobre el libro sagrado
cartílagos de pulpos mediterráneos
que flotan en la tinta
de una venérea sangre.
El señor embajador
ya no estará más ocupado con su caballo persa
lo dejará por un rato
para que le lustre las ancas
el siervo de las caballerizas.
Afuera hay un ruido...
¿No lo escuchan?
Sí,... un crepitar de metales martillados
ruido sordo de dragones heridos
rasgando nubes de oro liquido.
Grandes artilugios de vuelo pesado
Sueltan mercurio sobre los arrabales….
Pero la verdad es que con ese resplandor de cobre pálido
No entran en alerta.
¡¿Lo harán
cuando en las vidrieras se refleje, el bestiario definitivo?!
PALABRAS DE IMPRENTA
Tenemos
las primeras palabras.
Lo que no toque nuestra pluma
lo que no se pronuncie con nuestro sello
no existe, no vive, no pertenece al mundo.
Estará delimitado por la nada.
Desde las encuestas sobre la peste
hasta la proliferación de los maleantes en los puertos.
Desde las crónicas de la llegada de dromedarios
y dragones a las silenciosas puertas de piedra de la ciudad;
hasta la última voz que deba gritar el condenado.
Todo está aquí,
en estas imprentas de hierro, madera y cobre.
No hay voz allá afuera
solo rumores de cartón y madera podridas
de barcos atracados en el puerto
junto a una marea de ballenas agonizantes.
Nosotros, señor emperador, tenemos las últimas palabras.
Las hemos utilizado como pequeños cuchillos de sanatorio.
Como cápsulas de cianuro.
Como sillas de cuero negro
para montar en furia
apóstatas y bellas iconoclastas.
Como arcos de flechas envenenadas
que apuntan a la yugular del sol.
Rocas selenitas
pequeños fetiches para colgar
sobre el cuello de las concubinas chinas.
Esmeraldas trémulas en la sangre de los cerdos bubónicos.
Huesitos rotos, tabla negra
sobre la que se describen
en su azar calcáreo y mántico,
las voluntades de los primordiales.
Así que, no se preocupen señores de la nobleza,
nuestras opiniones son oráculos
que expresan la voluntad del imperio,
y nunca dejaremos filtrar la resaca turbia y vociferante
de los poetas y los filibusteros.
Debemos señores, cantar
sobre el inmaculado papel de los códices.
“Ellos” no saben.
“Ellos” no entienden.
“Ellos” deberán obedecer,
por que también
hemos utilizado las palabras como grillos
Como torniquetes, como púas,
zinc caliente sobre cabezas de sufíes ashasins.
Dientes de tiburón sobre el cuello
de las condesas de Mauritania
maestría de negreros
que no deja aflorar el calcio de los huesos.
Sangre en bocanadas de silencio,
sobre un bosque hambriento
Solo hojas negras
hojas negras solo
hojas solo negras.
Señores, quería mencionarles...,
al rebelde que estaba jugando con pasquines
lo hemos triturado en la prensa xilográfica.
No quedo con hueso entero.....
Tatuamos en su frente
la palabra:
“Libertad”.
CIRROSIS-MISTICA
(El Sacrificio)
Se lo dije, señor conde.
Que no le dejara salir,
Sí, al poeta...
Al que va pregonando que la vía Láctea
es como una vaca con la ubre llena de soles.
Al que dice que el roció es un beso de lluvia.
Ayer le encontraron tirado en la vía
protegido tan solo por un abrigo viejo.
Borracho.
Me recomendó que le dijese a usted, que gracias por la habitación y la comida
que por favor no tratase entender sus libros
por que a pesar de estar dedicados a usted, en agradecimiento
estaban dirigidos
a otra raza, a otro mundo
que no era este.
Que estaba allá en el tiempo
arriba, cercano a la vía láctea.
Eso me dijo.
Yo le pregunté si era un fantasma
pues no debía; no estaría....
Poco después (ahora me confundo con el tiempo)
se lo llevaron los guardas del pontífice
ya usted conoce lo del brazo secular,
la prisión, la hoguera.
Por último me recomendó que no olvidara.
Que por su parte, él no olvidaría.
La escala.
El átomo.
El silencio.
La lluvia
La fachada del castillo que se derrumba.
El sol que besa el rostro de los prisioneros
cuando son liberados en la muerte.
Las manos de los pescadores a las orillas de los mares.
La sonrisa de los taberneros.
Las canciones de los juglares.
Y el silencioso prado sembrado de flores
donde retornaremos algún día.
Pero no se aflija señor:
¿Cómo se puede quemar un asteroide
iluminado en fuego
con un manojo de paja y leña seca?
2
PARAJES PELIGROSOS
SOBREVIVIENTES
I
...Podría decir que son las normas las que se deben observar
para continuar sobre la acera en medio de la tarde gris, con ese equilibrio elegante que te ha hecho llegar hasta las escalinatas del templo dorado.
Sólo tienes que apreciar el tiempo,
el hielo, el chubasco.
La linealidad del día, los grados del fuego.
Deja que tu cara oculta se trasforme
en una mueca mortal casi liviana.
No lleves siempre la misma careta
el mismo corazón,
Procura tener otra sonrisa de repuesto,
callar mucho.
Hablar poco.
Veranear en los días aceptados por el común de los mortales dentro de esa escafandra celeste
que no te queda bien.
No participes, no opines, solo:……
–Las galletitas están bien, también el café, pero con un poco de azúcar,
por favor–.
Mira como aprecian tu discreción de buena persona.
En los periódicos las letras bailan sobre un titular
y se fugan sobre esa ventana de papel que promete libertad;
de nuevo la confianza en ellos viene.
(No es una cosa sagrada y benévola la confianza. Puede ser tu propia trampa).
Bebe mucho y canta las tonadas de tu tierra
y baila
hasta caer de cara hacia la luna
hasta sentir el azul abismal de la noche
cubriendo tu cuerpo.
II
El espejo te dirá unas cuantas cosas.
El espejo te molestará con su rostro abatido y quebrado.
Sonreirá para ti, y para ti hará desaparecer un cuenco roto,
en mitad de tu frente.
Cuídate del espejo como de la inspiración, como dijo el poeta aquel.
Cuídate de tus obras –cuervos de tinta negra
que pueden arrancarte los ojos–
III
En las calles el sol calienta sin dar tregua;
sobre animalitos amarillos; sobre adolescentes que salen de vacaciones
con sed de besos en la piel.
Señoras con sombreros que dibujan sombras azules y frescas sobre sus pulidas y nacaradas narices.
En las azoteas, el sol te delatará durante el verano.
Será en el verano
cuando estarás más expuesto a ser un viva imagen de tu sombra.
IV
¿Hasta dónde estas dispuesto a seguir?
¿Hasta dónde estas dispuesto a caminar?
¿Por qué ilusión o sueño estas dispuesto a enajenarte?
¿Desde qué altura estas dispuesto lanzarte?
¿Dónde el sueño que te salve?
Recuerda la sentencia del poeta.
Entonces, asecha, muerde, roe, ese pedazo de pan seco del tiempo, y espera...
cúbrete con ese precario saco azul que nunca te abandona....
Espera.
Fúmate un cigarro blanco bajo un calendario de sequía
El camino es largo...
Una estrella realzará tu voz.
No desfallezcas, viene en camino
ígnica, veloz,
con el rumbo por ti esperado.
Hacia tu casa....
¡Mantén la ventana abierta!
Y luego...
V
Escribir sobre tabletas de arcilla
Mientras goteaba la sangre de un buey de piedra.
Escribir sobre el árbol talado
sobre la piedra viva, que convulsionaba con soles minerales.
Escribir a sílice templado en el fuego de la arena.
Escribir sobre códices iluminados con el oro de los vencidos….
Manual de sobrevivientes
redacta esta guía de marinos sin horizonte
sin puerto,
sin alameda.
Manual de sobrevivientes agazapados detrás de una palabra-cerbatana,
una palabra-yaguaré,
palabra de cactus.
Una voz de máscara antigua.
Escribir
dentro de las columnas de la luz
casi hasta quemarte.
Deja que tu mano te guié,
deja que tu mano te salve,
sigue su gesto y su canto de geometría nerviosa,
que ella te muestre ese camino
ese mundo, ese paraíso a donde ir
después del diluvio.
¡Una piel! si, al menos una piel!..,
una mirada...
¡al menos una mirada!
Resistir, resistir, resistir…
¡No hay otra melodía más que el cañoneo brutal de esta guerra!
Manual de sobrevivientes
Con los dientes apretados
¿Viste como apalearon a tu hermano?
¿Ves como mutilan tus sueños y destruyen tu casa?
Manual de sobrevivientes
¡Ah! ¡No pasará mucho tiempo
y no estará lejano el día
en que perdamos las correctas maneras
y las buenas costumbres
dejemos de hablar en voz baja….
y nuestras manos enarbolen una bandera negra!…..
¡¿Entonces, de qué nos servirá este recetario?!
ESTADOS ALTERADOS
“Vivía solo en el aposento guarnecido de una serie de espejos mágicos.
Ensayaba antes de la entrevista con algún enemigo, una sonrisa falsa.”
El talismán
(Las formas del fuego)
José Antonio Ramos Sucre
“Machos que se quiebran en un corte ritual, la cabeza hundida entre los hombros,
la jeta hinchada de palabras soeces.
Hembras con las ancas nerviosas, un poquitito de espuma en las axilas, y los ojos demasiado aceitados.”
Milonga
(Veinte poemas para ser leídos en el tranvía)
Oliverio Girondo
I
(La Ventana)
El sol suspendido de un hilo de cobre
–orfebrería de luz–.
La ventana sesgada por un gris de mugre canicular
enmarca la silla que se mueve al compás de
un mayo
que pareciera abrir la rosa negra de la tierra.
Si se comienza el lunes con un aditivo
vegetal en la neurona
que agita su filamento eléctrico hasta el hueso
se puede aguzar el oído
afinar la piel de la espera.
La cofradía de la mañana
sale en búsqueda del sustento material
dentro del velo Maya se agita la comparsa.
Un grito en la calle de la locura
el hombre que vende un perro de fuego
el lotero que rifa un paraíso de números y dígitos
el viandero que sacia el hambre con dos tubérculos grises
–charcutería de asno viejo y salsa de tomate–.
El sol pende en lo alto, ángel de dorada diadema
no le altera a su girar de bronce, ni a su silencio de llama oxidada
la algarabía de los ruleteros
ni la risa de la muchacha pálida
que acaricia alegre a un fantasma con cara de dragón o camionero.
Los estados alterados están allí…
Mira la otra acera. Mira el barullo
el caer de la señora digna en su traje negro
el policía de la línea caliza, más tranquilo que inquieto
aprueba la jugada maestra de los maleantes de la tarde
sus quehaceres, sus entuertos.
Esta locura, que el sol contempla sin tambalearse
sin moverse, con la rosa amarga del fuego apretada en la boca.
Esta es la postal...
Detrás de ella, hay un cadáver
pesado y podrido, que envenena el aire de la tarde.
Suspendido sobre la ventana
fijo el hombre a su silla.
barba rala, mirada seca.
Quinto piso sobre el boulevard del verano
mientras abajo por la calle principal
asciende lentamente
la Carreta del Heno.
II
(La Barra)
Vino la mujer a ver la obra del pintor, se encontró que no hacia juego con los muebles.
Demasiado oscura
un poco rara y esa mujer que grita
y ese color negro al fondo, de donde brota una criatura alada, nigromante enano.
Cerveza helada que rueda, del barril a los gaznates.
La cadera de una poetisa rolliza se cimbrea mientras departe con un amargo sibarita
que con sus ojos rojos, puestos al fondo de la música
fuma sin tiempo y sin medida, del cigarrillo crudo.
Los partisanos de la bohemia
gastan sus denario rotos
y el gato del diablo se pasea por las calles
haciéndose perseguir de los perros bajo la luna cómplice.
Las damas que han salido de una reciente alquimia de afeites y polvos vienen a reunirse a la barra
sacan ventaja oportuna de la necesidad de sexo.
Algún desesperado suicida
aplazará su ultima hora, por el orgasmo jadeante del animal urbano.
Brilla la música de viejos maestros, y, escritores de poco oficio harán gala de sus dotes frente a jóvenes novicias
magos ilustrados que intentan sacar la piedra de la locura
esgrimiendo algunos textos, ciertos jeroglíficos llameantes…
¿Pero qué hacer?
Es este, el único teatro
en donde no se exigen papeles de memoria
sólo: sangre, sudor, sexo
y alcohol...
alcohol...
alcohol…
¡Hasta los limites de la amnesia, en el extraño lago del silencio!
III
(Alcoba de Hotel)
La dama posa su abrigo sobre la mesa de noche.
(No era tan joven como pensó al principio).
El hombre fuma un tabaco
–planta de nervadura rizada–
cerca de la lámpara de luz amarilla.
Bebe una botella de anís seco.
En su pupila se refleja un espejo ordinario
que le devuelve una figura distorsionada y líquida en el bordado rojo de la alfombra.
Ella muestra ahora su piel blanca, triste
y su pecho por donde rodaron ciegos en el armiño de la piel,
sueños de pasión.
La luna adosada al dintel, arde; papel de plata, donde se quema la heroína.
Mira sin mirar
dejando que la gasa de una nube negra
le limpie las pestañas.
La flor que debe perecer cada noche, para que el extranjero pueda regresar más desnudo a su verdad incierta…
La flor que debe estallar con su vestido de neón
atomizada en lluvia helada
bajo el alero de un hostal.
El alcohol hierve sobre la piel, adentro la sangre quema.
Y ya, entrelazados,
en el rictus de un agonizar en rojo y amarillo
la pareja se estremece
confundiendo los fluidos de la soledad.
En la radio, un músico de jazz
suelta una melodía que sirve de frazada a la madrugada.
La mancillada cuidad trata de dormir
dentro de los pasadizos de la noche en llamas.
Ocasionales amantes
flotan sobre la profundidad de un rió que huye hacia la nada.
Odiaran la madrugada…
Se mirarán en el espejo...
No
recordarán sus caras.
PARAJES PELIGROSOS
I
Y le dije a Blue cocotte:
¿Puedes sentir la cortina del fuego que limita
la realidad del sueño, de la piel nocturna
naranja de cerúlea textura
que rueda por la calles de la ciudad sitiada?
Amargo licor de la noche, de los parajes extraños.
No se por qué razón mi gabardina
se prendó de la noche,
de la melena negra que abanicó el viento
que mordía el corazón del caballo pesado.
La búsqueda a pulmón seco, en el verano pasado
donde el agua suspendida era un rió de alcoholes livianos
que transcurría bordeando
las esquinas de los parajes sumergidos;
luces heladas tras la iridiscencia turbia de los solsticios.
La sangre corría generosa.
La vida era más pequeña –marioneta mansa en manos de una cofradía de titiriteros locos–
mientras la murga se reía como en la canción de “Las Cuarenta”.
Mi vida trastabillo por calles pesadas de parajes peligrosos
donde las mascaras
quebradas sobre el pavimento, parecían restos de una trouppe de circo de pueblo.
Ahora….
Los pasos de los últimos poetas que deambulan por los puertos,
iluminadores de pancartas de utopía
domeñadores de fuegos licenciosos
recorriendo sonámbulos parques
en busca de la vampira empolvada y de negro vestida.
Sórdida y leve melodía portuaria de los parajes peligrosos.
La vida resumida en un momento;
(dos marinos que bailan en el lupanar del puerto
acompañados por tristes mujeres, vestidas de seda y ajenjo).
La soledad afuera, tolda oscura donde la función
no tiene más espectadores que un par de gatos bajo las estrellas.
II
Los parajes solitarios
siempre estuvieron alquitranados en las trampas del humo
lonas de un velero que se negaba a partir del puerto criminal.
Los beodos rubios se ajaron mordiendo las boquillas nacaradas y detrás de la belleza
se escondía la sífilis y la locura.
Sé, de ilustres que brillaron con luz propia dentro de estas cartografías suburbanas.
Rápidos con el puñal, certeros con la pistola.
Los parajes secretos de la muerte
solo birlados por las almas de los oscuros.
Los sagitarios negros
que buscan la sangre de la estrella en el pañuelo
o la redención en los altares de una diosa despiadada.
III
A quien no encontró puesto en la fotografía;
A quien no encontró acomodo en la cordura del sillón
y el comedor con frutas de porcelana;
A quien no pudo encender el auto en la mañana
con el reloj adosado a su nuca
– marcapasos de mecánico sonido–;
los parajes peligrosos le tenían reservado
un callejón y una sombra.
Solo les quedo la encrucijada de los extramuros.
El que no calificó en la farsa y no fue a reclamar su plato de lentejas en la manifestación del gremio,
ni agitó sus palmas y no asistió a la fiesta de banquete
por el ascenso del oficinista de turno.
Todos los que no encendieron su velita;
los que no se pudieron asomar a la ventanita de los altares románticos
van de tumbo en tumbo, esquina a esquina
contra el cuadrilátero de la noche
rompiendo
una botella turbia contra el frio.
Todos los que no calificaron en las encuestas.
Los descreídos del púlpito de la mentira.
Los no aplicados de lameculos del altísimo sátrapa
se vieron señalados con una hisopo de ácido.
“No esperaré templanza ni caridad de nadie”
se dijeron.
Solos, ejecutando caligrafías de sombras chinescas
–joven delincuente acorralado–
en sus manos temblorosas:
la rosa húmeda de los jardines públicos.
En la boca, seca en frío:
el beso amargo de los parajes peligrosos.
IV
Tus ojos, brillo de cuervos de hielo
Tus ojos, borrasca lunar, resfriado fuego de octubre.
Condición mercenaria del amor mutilado.
¡Más, cuanta redención de leche fresca en tus senos de madre joven!
Toma mi ofrenda
muchacha de la piel lavada por el sereno
con aroma de crack en la garganta.
Míra como se revela con generosidad en la penumbra.
Lame el cetro del paria;
caballo sobre el que galopa la algarabía alegré del condenado.
animal que se añora calvo y seco,
todo arteria y nervio
rompiendo a la mina francesa entre las piernas.
Cimbreante caballo escapado de las trincheras
trepando a tu montecito negro cimarrón.
Acude a tu estuche como quien va de fiesta;
guerra en alarido, en jadeo de aguardiente.
Tus ojos negros licaona de la noche
y tus cabellos tintos en la miel de los murciélagos
–abrigo del animal nocturno–
Baltusiana hereje de mi catre oxidado.
Cierra la ventana de la pensión
que el humo llene de puntitos rojos nuestras caras.
Hagamos el amor a oscuras
iluminados por nuestras
fosforescentes pieles de anguilas eléctricas.
CANCION PARA UNA EXTRAÑA
Digamos que era una mujer
delgada y dura
con ojos verdes y grandes
de huesos blancos y largos
para las calles angostas, para las duras vías.
Que sacaba la lengua roja de tabaco entumecida
bajo un invierno que no pasaba sobre el otoño...,
invierno avaro
que no se decidía soltar la nieve
y tenía cabellera de niebla pesada
smog de ideas ateridas.
Que su falda negra estaba sucia
y el ruido de la gran avenida le traía sin cuidado
porque ella, no tenía oídos para el mundo…
solo ahusados y afilados garfios
de emperatriz eslava
que le servían para conseguir favores;
el pan y la cerveza
la siesta bajo la lluvia.
Que venía del este
por que del este
llegaron los sueños rotos,
o mejor
los sueños que no maduraron y se convirtieron luego
en gestos e imágenes truncas de cosecha
como:
–Muchachas inclinadas y heladas en el surco de las sandias y las flores rojas–.
Que había besado bocas curtidas en un vino duro y atroz
de ciudadanos sin nombre y sin papeles
y que ponía cara de lagartija
sin hacer ascos, sin mover los ojos.
con las costillas más flexibles de la calle
y la piel blanca, blanca, blanca, y amarilla
de una doncella en espera del verano.
Por que ese estar así,
de norte a sur,
caminando sobre zapatos- oferta- de supermercado,
con la cartera del “Todo a Cien”
y la soledad como una muñeca rota debajo de la mesa
en la pensión de centro,
obliga a tensar en forma el corazón,
casaca a la intemperie,
ritmo de tambor resfriado
cabello largo y rojo de eslava en la redada.
Es así que las cosas pasaban con fugaz algarabía,
olor de tabaco,
auto-ciudadadad-alrededor
apretando el corazón al centro
(esas cosas pasan siempre en la periferia de la vida, pero transcurren en los callejones de hoteles baratos; y se sienten en el centro, bajo la yugular, cerca del pecho).
Tu sonrisa cansada.
Luego la cama y un refresco de cola para mitigar la sed.
(La sed del animal urbano, es dulce y seca; corazón que se agita sobre un platito de café en la mesa del mantel rojo).
Una curva de trasero y más allá la pantorrilla;
ahora, entregada a la longitud de una mansión.
Ventana de cortinas viejas, y cerca;
la casa de un poeta tropical en el exilio.
Así, tus caderas como un muelle de luz.
Vientre duro de Rumania.
Flaca condesa de Sevastopol
con aretes baratos y cartera de Taiwán...
Un beso que rueda debajo de la ducha caliente...
Un poco de metal, papel que arde, con ese brillo que se luce
cuando uno tiene que salir a buscar el sol pequeño
que muere cada tarde dentro de la
cinta negra del estomago.
ceniza pequeñita en la boca, sin palabras
y un beso extenso en la penumbra del cuarto.
*****
A través de un rayo
venía tu voz cortada por un relámpago
en medio de la estepa urbana.
La lluvia caía y se perdía detrás de una vitrina.
Una cabeza de cordero muerto
que miraba un sol apagado y moribundo,
cabeza de cordero muerto,
esperando
un cuchillo o una boca.
La mano del ángel con overol ensangrentado
apartaba el sacrificio de la vista
cerraba el firmamento
y nosotros, caminábamos, corríamos, reíamos....
complicidad de haber visto lo mismo
en un idioma que se inventaba día a día
tras una calle, delante de una cerveza...
Y tenía el gusto por la palabra oliva
y la libertad cuello de un cisne
que agitaba su torso al libre vuelo
la sangre desatada en la cuchilla.
Un idioma quebrado de iletrados
analfabetas, exiliados, e inmigrantes
se hablaba sin documentos
y traía esa clandestinidad fresca de las fronteras.
*****
Yo no pensaba gastar todo mi amor en tu cintura
Yo no pensaba gastar todos mis duros en tu cuello
Ni perder mi escasa fortuna
en la desgracia de una balanza ruinosa
con fantasmas de crepe y muselina.
Yo no pensaba caminar de puntillas por el mundo
para poder saltar sobre tu lomo de cierva y revolcarme enlodado hasta la aurora.
Pero qué le iba ha hacer, si eras mi droga sin receta,
mi papeleta de sueño
piel de mujer que lastimaba dentro;
risa que gastábamos franca y rota
sobre la ciudad sin beneficio
sin caridad, con hambre y sin olvido.
*****
La ciudad era una
herida sobre la cara de una señora hermosa.
Balada de hielo
río sin arterias
maletín de amor sin un mapa.
Cofradía borracha, sin el amigo canalla.
La ciudad sin tí,
era el desierto ruidoso de mascaras
que flotaban sobre una calzada
cerca a un café sin esperanzas y sin fuego de tabaco.
Y luego estaba esa esquina tuya abandonada
llena de carteles contra una pared cruda,
como sin un día
se hubiesen incendiado los
cánticos del recuerdo.
*****
Unas monedas no bastan.
No cortaran el cuello del silencio.
No abatirán la morada del recuerdo.
No limaran las asperezas del fuego.
Ni fundirán el hielo de un pozo seco.
Unas monedas no bastan, no sobran, no hacen falta.
Era tu beso,
dracma de plata ardiendo sobre la palma de mi mano
y ese canto de ardilla urbana
con el que trepabas por mi espalda,
y las rosas que sembrabas en los jardines de cemento.
Ahora que te has ido
las calles son lo que no fueron,
el grito duro de la aurora que incendia rascacielos
fuego del exilio y un trotar laberinto adentro.
Caminar dentro del ruido.
tambalearse dentro de la cartografía y la nomenclatura,
la oferta cultural para turistas
el transporte colectivo y el deseo
y este teatro callejero sin mascara y sin público.
No escucho ya tu risa, tu sollozo
mujer en el ojal de un viento negro
volcán de licor, invierno de febrero.
Digamos que era una mujer hermosa
que venía del este
en donde han muerto los sueños
y le colgaron una cruz a la utopía.
Digamos que era una mujer
de cabellos cortos, luna-punk-desmelenada.
No hablaba español
vino a buscarse la vida y no encontró nada.
Solo el amor...
Pero eso no importa
lo que importa es el poema
herido, sin vuelo,
canción de fiebre azul en la calzada.
LA CUESTA
Te vi subir la cuesta
como quien va hacia las nubes que coronan la torre de hielo.
Zancada larga y pelo rojo.
Como quien va hacia la nieve
que empolva las mejillas del cielo…
Te vi subir la cuesta
blanca la cara, rojo-negro el carmín.
No perdías tu elasticidad de gata
y los carros aceleraban
sobre la calle, sobre el silencio, sobre la lluvia.
En la esquina un perro merodeaba
y el jíbaro de la chaqueta roja se despedía con un beso.
Te vi subir la cuesta de nuevo al centro
aleteando ese largo silencio ciego
el pesado abrigo gris
que cubre espaldas de la señora tarde.
Cuando un gorrión gana su coraza de sueño
no lo para nada, ni nadie.
Ni siquiera el amor.
Te vi subir la cuesta como quien va buscando
su querido minotauro
en la ciudad de la quimera.
Un leve rastro de sangre que no fluye.
Se precipita.
Sabor de perro viejo
cicatriz cauterizada.
Te vi subir la cuesta desde la otra esquina
(Fantasma adoquinado
sabor pesado, metálico en la lengua)
Como quien ve pasar su pesadilla
y única redención.
EN UNA CIUDAD
Como en una ciudad
donde los poetas bohemios
saliesen a comprar mandarinas y manzanas
después de la borrachera
con el sol rompiendo tímidamente el frío del invierno
fumándosen el último cigarrillo del gabán negro.
Con sus bufandas
sobre los cuellos calientes y sudorosos de caballos
empapados en bruma…
Él piensa en despedirse para siempre de la noche
la de labios rojos de pinturas acrílicas y fosforescentes
medias negras de seda china,
falda de Bangla Desh y pequeño tatuaje sobre el lomo
elástico de la perra asiria.
Pensando en olvidarse para siempre de la noche, esta el hombre...
“Así se mueve este corazón
sin paisaje ni background.
Solo la tela roja de una bufanda que rueda sobre los senos de una poetisa eslava con pequeñas heridas en las pantorrillas. Una poetiza que gritaba como Lilith el día de su acoplamiento con Adan kadmón, bajo el árbol de la ciencia.
Una poetisa que venía de la última manifestación contra la globalización en Viena”.
Así, entre esa nomenclatura de nombres ibéricos, o garitos caribeños... huyendo desde el puerto de Nueva York,
hasta los burdeles de Ámsterdam. Así va entre el extraño tumulto que brota de los tunnelvannags, de los subways de los metros y garés de la babilonia terrestre.
Como si en las ciudades
de ojos rojos, ojeras azules y alientos de tabaco, estuviesen escritos
los símbolos de una revelación mesiánica.
Así va ese hombre.
Escribe y trata decir algo que conmueva su lucidez
y la invite a sentarse en el sillón turco de una placidez elemental.
Algo que cause pánico o risa…
Pero lo único que consigue es
aterrarse ante el famélico espejo de sus noches
rayar sobre la pizarra de su alma símbolos de yeso y nieve
soltar chistes crueles sobre la condición del exilio
y fumar, como fuman los condenados a muerte.
De vez en cuando saca de su chistera un conejo rojo y lo prepara a las finas hiervas… Un sabor que le deja una risa saltarina en el estomago.
¿Qué buscaba en las palabras ese hombre, desde niño?
¿Qué mito de papel le asaltó y le enfermó?
Él, se aplicó con puntualidad, su dosis de fe y de locura
inoculado con el poema venenoso
como una pequeña hidra de brazos metálicos
que se retorcía en sus neuronas
recorrió los puertos
y las calles
cercanas a los templos de Afrodíta.
Y profanó las criptas de los adoradores de Lilith.
Sabe, que en su cabeza baila un demonio.
Que en su corazón
la danza será a muerte, que no podrá escapar de la noche
a no ser
que se refugie en el asilo
en donde irán a visitarle y a llevarle arenosos chocolates de Estambul flacos ladrones con caras de camellos paranoicos.
Que en su pecho, el humo del cigarro en la madrugada irritará sus palabras
resecará la prosa del palimpsesto, y enanitos de barro cuarteado
danzarán ruidosamente sobre sus cuartillas...
Que ese otro rostro
de muchacha ligera tomando café y comiendo manzanas será
tan solo una imagen más
ajada postal del extranjero
callejuela empedrada....
Piedra negra, sobre piedra blanca
casas antiguas, sin puertas ni ventanas
y vías que no conducen a ningún lado. Territorio vedado de la muerte.
Las cartas que envío, no obtuvieron respuesta...
Seguramente se perdieron
En las compuertas de los aviones o en los pasillos azules
por donde transcurren
somnolientos y salitrosos los burócratas de los correos.
Sabe que no puede mirar atrás.
Que nunca podrá regresar.
Que nunca podrá despertar del sueño de las ciudades agonizantes.
Ahora esta metido en su madriguera
la luz acuchilla los cristales sucios
con las cagadas de las moscas.
Sobre la mesa
de madera y metal,
la dosis...
El torniquete de caucho estrangula un brazo herido.
La jeringa penetra la vena dejando un rió de volcán caliente en la piel...
Ya, la felicidad helada con su beso boreal
la pared en blanco, el nudo del zapato
la mancha de la manzana transgénica
que se desdobla…
mariposa vegetal
contra una cortina raída
sobre la que se empantana la mañana de Madrid.
El zen de la heroína es una forma elástica de la muerte.
Detrás de la cortina...
afuera, en la calle...
la ciudad aúlla
como zorra herida
desangrándose en la trampa.
GRANDE Y OBLICUA LA CORAZONADA
“El carácter de la batalla...es la matanza, y su precio es la sangre."
Clausewitz
Grande y oblicua la corazonada,
flecha de basalto que se encarna
sobre la floreciente plenitud del silencio.
Cuchillada de ceniza
en la cara de una ciudad que se va diluyendo
adentro, en su bruma de invierno.
Solo queda la huella de la mano que arañaba contra el cristal empañado
la herida negra que no duele
adentro si, y abajo…un poco de frío
en el prepucio del alma.
Las criaturas de la madrugada
desfilan envueltas en sus atuendos de lanas protectoras
bufandas de crisálidas nerviosas.
Sus sonrisas…
escaparates
de dentistas en invierno.
Así congeladas las manos
dormido el arbolito
como si un hielo druida congelara el corazón,
las dos bolas, el tuétano.
Alguien dijo que estábamos en guerra... ¿Desde cuando?
¿Ya no se firmó un armisticio?... ¡Ah! es otra guerra...
Es otra señal...
(A cada uno un poco de dolor, un poco de arena, un poco de sangre).
–“Era un veneno de polvo rojizo en las trincheras...Yo recuerdo,... Me parece recordar” –, dijo el viejo asomándose detrás de la oreja mutilada, brotando como espectro desde una ventana parietal, casi olvidada.
–“Yo recuerdo....El veneno rojizo de las trincheras revolviéndose contra la sangre,
el pesado casco perforado y el muchacho loco que corría
detrás de los caballos eléctricos,
sobre unas alambradas de metal negro...
Solo teníamos ripio de café y pan negro....
Yo no sé, si fue primero ese muerto, al que recuerdo...”–.
(¡Mira mi cara de antropófago con un garrote en mano!
¡Mi cara de sacerdote tatuada en achiote y un corazón humeante entre mis dientes!)
Alguien dice: “Estamos en guerra...”
De una espada,
de un escudo de luna se derrumba una cabeza
que da vueltas sobre el lomo dorado de la bestia.
Desde un caballo de madera,
unos barcos con velas incendiadas
y guerreros con cascos de bronce
y penachos de crines de caballos negros.
Viene su grito.
Luego, siglos más tarde,
El grito y la herida venían de otras latitudes,
fueron traídos en barcos...
Si, en barquitos de maderas mediterráneas que no se hundieron por que eran conducidos por buenos y valientes marineros.
Hasta estas tierras, después del sable y el arcabuz,
llegó el cañón y la metralla.
Muchas calaveras de niños indios, así dormidos como fetos
como si guardasen flores disecadas de los andes...
Con sus cabellos negros, lacios y brillantes
y mandíbulas de comedores de maíz y de guatín.
Así desde la orilla del barro genésico, hasta el ánfora de dureza musical
se sigue la pista de esta guerra. Su caminito de no me olvides.
Su cosecha de vasijas de barro con huesos apretados.
Que ya venía la muy ingrata, que tenía amores en la lejana Europa, y ya eran muchos los degollados y se hacían invasiones y luego grandes homenajes con lanzas de Breda y vino españoles.
Luego cambió de carruaje y le dio por volar (una barca empotrada en el lomo de la gran sardina) y en dejar caer bombas...
Bombas que caían sobre caballos grises
fantasmas de niñas que alumbraban con una vela temblorosa
entre los subterráneos y las ruinas.
–La mujer se arranca los cabellos de dolor,
una mano amputada arácnea sobre el barro–.
(¡Mira mi cara de justiciero, con arma de metal caliente cruzando el pecho.
¡¿Acaso, todas esas grandes marchas de la historia, no terminaron en esto?!)
Así de papel, de plano; fotocopiada, así como de conferencia de Clausewitz y Sun-Tzu... Así como impresa en los periódicos grises, literatura técnica, filosófica y política del horror que se imprime, sobre la memoria de cera ensangrentada de la humanidad. En cromáticas gestas, en libros de aventuras y batallas memorables, de generales heroicos y soldados resueltos, parece natural…
(¡Oh¡ ¡nuestra infancia heroica, nuestros sueños de justicia y luz!)
–La ve uno pasar. A uno le entran ganas de salirle adelante, al paso.
Pero sigue derecho y tritura si uno no se mueve.
Ella si se mueve, pero sin piernas, sobre muletas; acompañada de un mendigo sobre una silla con ruedas de oruga, y de su gigantesco culo florece una trompeta de cobre oxidado–.
Así en películas en blanco y negro; murmullo de cafetería o de taberna, la apreciación de un director, por un grupo de jóvenes que hablan de la matanza de celuloide, en cenáculo de su cine-club.
Pero ya está en la calle, tocándote los huesos
ya mordiéndote en el paseo del fuego
ya mirándote con ojos de carbones negros que brillan bajo el frío de la lluvia.
La ultima perra sarnoso de la época;
ella, la guerra, viene dando plomo
prendiendo fuego y aullando
bebiendo sangre en grandes dosis y con reverberación
de fanática-frenética-lunática.
La viciosa dentro
muy adentro del plasma
como una maromera de la sangre
que se hace invitar a la fiesta del circo
y luego saca su facón.
La rompe-vísceras
la muy rompe-corazones
la muy innoble, la muy cerda
la meretriz emperatriz
la muy indigna
y
lujuriosa guerra.
LA ESPERA
La noche ha invadido los rincones de la ciudad, las sombras son la luz para perseguidos, desahuciados y ladrones. “Atmósfera para amantes y ladrones” Gaspar Aguilera Díaz (México)
Y son humanos, inhumanos,
fatalistas, sentimentales,
inocentes como animales
y canallas como cristianos.
“Los ladrones” de Canciones del tercer frente
Raúl González Muñón
(1941-1974 ARGENTINA)
Yo esperaba de niño
frente a la ventana de la tarde
un cometa de flamante estela
azotando la cara del sol.
Yo esperaba
un caballito blanco
de cola dorada, sobre el que cabalgaría hasta el fin de la tierra.
Años después...
Esperaba una muchacha callada
que en silencio leyera a Gustavo Adolfo Bécquer en un balcón rodeado de golondrinas.
Yo esperaba saltar con Roldan “El Temerario”, en la cara almidonada de la luna.
Pasaron los años....
Cayó mi cometa
estalló contra un planeta abandonado,
me estrellaron una tarta de azufre en la cara en medio de la vía. Mi caballo blanco murió de brucelosis.
Ya no espero
ya no rumio
ya no vuelo
no sueño
no planeo
tan solo trato de aterrizar.
Ya no alunizo; solo, sin parapente, caída libre dentro del abismo.
Cometa-Prometeo, denso espectro de metal y fuego.
Entonces en aquella ciudad...
Esperaba dentro del túnel; magullado (amaestrado por el dolor quizá...)
el último metro a la felicidad.
Era como llegar de la jornada
del vagabundeo urbano a la calidez de la cama sencilla
la mesa servida, copa de vino y cigarro andaluz.
Yo esperaba
que la cosa no se prolongase mucho tiempo en medio del paro
que el problema se arreglase, que se pudiese al menos vivir
y salir del atascón.
–Nadie puede pedir peras al olmo– Me había dicho Benaforte el catalán, de una manera que yo creí nueva. –Cosas de las palabras. Cosas de los maesses de las calles–.
(Yo hacía lo que se podía y en medio de la ciudad aprendí a moverme, como se debe mover un ladrón en la metrópoli; barracuda cerca al banco plateado; tiburón blanco después del naufragio).
Caribeando en la vía me encontré a Malena. Musa lunfarda que organizó el panorama. Aligeró la carga. Aclaró las cosas.
Podría decir...
que en algún momento, no faltaba nada, o casi nada…
Malena y yo lo teníamos todo. Los buenos restaurantes, la moda fresca de prêt à porter, los vinos de crianza y las drogas de diseño. La nevera estaba llena y mis manos que eran ágiles (habían aprendido en sus falanges, las clases de un flayte chileno); se deslizaban con alegría de seda ladina, dentro de los gabanes y pantalones de los turistas, en pos de sus carteras pletóricas de dólares.
(La gran ciudad te pule a golpes de esquina y te afina con la dura canción del cemento. Cada calle es un libro, cada parque una biblioteca, cada policía un enemigo. Si sabes eso, estas salvado).
Y eso es mucho para una persona que se había emboscado que no pago servicio militar
que nunca fue de burócrata
que no fue de rodillas a la iglesia. (La verdad es que mis padres no me habían bautizado. En el fondo, tengo una acendrada vena mística que es recorrida por la cálida sangre del sacrificio).
Que nunca marcó papeleta alguna
por que a ellos les interesa que uno lea su basura; que uno se entrampe de cabeza en esas cosas. Las cosas de la máquina. Las cosas del cadalso.
Lo único que pedía era cariño y fidelidad.
Fidelidad a la hora de los hechos
fidelidad a la hora de la verdad. (Inocente perversidad de macho).
Pero también eso falló; a la doncella callejera que leía a Bécquer se le iba la mano con la jeringa empinaba el codo dos copas más allá de la realidad… y comenzó a leer las revistas del corazón.
(Aconsejo: Monsiers voleurs, nunca dejen que sus mujeres de tacón negro y boquitas de caucho rojo, lean las revistas rosa y corazón –son mas dañinas que la T.V. y la drogas psíco-cinéticas – si no quieren ver el suyo, estrujado como un papel arrugado y viejo tirado en la basura.)
La que bailaba como una sirena en la piscina privada de nuestra felicidad de maleantes existencialistas poetas de la acción...
Se fue... Se esfumó, se evaporó, ahuecó el ala, se piró, se transmutó en un fantasma de opio barato, maniquí de plástico con el pelo teñido y la sonrisa de vinilo rojo; minifalda de cuero negra y el último botín.....El más grande.
El alijo de la jubilación temprana.
Se acerca el invierno y la inspiración no llega.
Ya no espero....
Solo merodeo dentro de los túneles
Buscando la víctima propiciatoria.
Aguantando bajo la lluvia, sin perder el cigarro de los labios, el ultimo tren de la felicidad. El bus nocturno de los jóvenes guardianes del centeno, que vienen buscando su gran noche.
Mirando a los meticulosos trabajadores de la factoría de avispas, que trabajan en su próximo juego sangriento.
Los vendedores de shop-suey,
y los ladrones y cabareteras de la Gran Vía.
Viendo pasar a los talladores de cristales negros, a los maleantes de la Yakuza; los marineros normandos buscando la bronca de la noche temprana; los skin heads colgados de una cruz levógira; a los gitanos húngaros prestidigitando con la luna y las carteras; a las mulatas de Abisinia, de Costa de Marfil, de Guinea y del Congo y su música de amuletos para el amor mercenario; los chulos de Madrid, las Drag- Quin de Barcelona; todos y todas, caminando alegres en medio de los juegos pirotécnicos hacia la torre de Babel.
Viendo los besos de chicle de cibernéticos amantes, que centellean sobre pantallas de neón y se acarician con gesto robotizado sobre una calle
de soledad metálica. Todos marcados por la urbe. –Esta, si no daña desfigura–.
A veces, cuando el caballo patea, voy a buscar a las trajinadas mujeres del puerto con aliento de maderas portuarias y aceite de cangrejos bermejos entre las piernas.
La maratón al fondo de la noche.
Ya había pasado el tiempo de las preguntas y las dudas. Cambiaba de escenario constantemente tratando de mantenerme en forma.
Era solo una pieza a la que yo le daba vueltas y más vueltas... ya ve usted, que venía buscándole respuesta, que venía siguiéndole los pasos
pisándole los talones y se escapó...
Elemental, trascendental,
accidental, occidental. Trova de borrachos.
Ya se fue la perra asiria
La babilónica meretriz
La puta de Bangla Desh.
La hetaira de Roma.
La perra de Sodoma. La putilla de Sevilla.
Ya puedo llegar con el ataque de frío en la madrugada
después de mi trabajo de sombras chinescas en los extramuros del entorno.
Al licor de los primeros minutos del alba
A la muerte lenta
con beso de resaca en la mañana.
Nadie espera por mí, y yo no espero a nadie.
El reloj negro,
de tic-tac seco y metálico,...
¡Lo estrellé contra la pared de la miseria!
MONOLOGO de PEDRO NOIRE
Pedro Noire, era poeta. Poeta underground y de vocación periférica. Había abandonado las pretensiones literarias en aras de la utopía. Conoció el exilio gris de una generación deconocida y estaba de regreso, como en el tango de Gardel. Al expresarse, no perdía las formas literarias y poéticas que improvisaba con acompasado sentimiento desgarrado. Por eso, lo reseño en este libro. Por eso, quedará en estas líneas, como uno más de los de su generación. Que de cierta manera, es también la nuestra.
Entonces dijo Noire, bebiendo de la botella de vino peleón; encendiendo su cigarrillo:
“...A nuestra generación
No le pusieron nombres.
Nos bautizaron en la pileta dura de los días
Con agua turbia
(cemento y lodo, ceniza y agua- sangre)
bajo un sol templado al rojo vivo.
A mi generación
no la nombraron. La marcaron
la reseñaron
la persiguieron entre los socavones y las alcantarillas
fue puesta manos arriba
contra las consignas de los extramuros
donde se desconchaban
antiguos carteles de circos.
En las inmolaciones
de guerreros obnubilados por un sueño justiciero.
En las quemas de algunos corazones puros
apareció uno que otro par de ojos
irritados bajo el humo.
Palomas degolladas
contra un cielo viejo-añil
se ahogaban:
espasmos blancos
bajo el hollín de una gloria pútrida y grasa.
En las dunas del desierto
quedaron varados
los arados inútiles de nuestra generación.
En las trochas y en la manigua
contra las cortezas de los árboles
arañados por los cuchillos
los nombres sin rostro de mi generación.
Fue señalada en los periódicos de las grandes familias.
A mi generación le dieron duro abajo
estuvo adentro en el infighting
contra las cuerdas
con la mirada nublada de un boxeador
a punto de caer noqueado
bajo las bombillas
y el aire pesado de la nicotina
(alarido de borrachos empapados en alcohol).
Le cruzaron de silencio la sonrisa.
–Una mordaza de púas de alambre–
*<*<*<*<*<*<*<*<*<*<*<*<* Los que tenían como, eludían la censura colocando poemas-panfletos en la red. (Pegue aquí. @ hipervínculo con revista de poesía.) Resistencia espectral dentro de la telaraña. Sin embargo Aprendimos a bailar bajo la noche sangrienta. A danzar sobre la cuerda floja. Los viajes fuera de la geografía patria se hicieron costumbres obligadas. Postales sin señas Sellos de exilio Abrazos sin retorno. Clochards del sueño, vagamundos de la noche abarrotada de fantasmas... De vez en cuando regresábamos. No, nos esperaba una gran fiesta o una gran celebración.... Pero aprendimos a sacarle brillo a la cara oculta de la luna con aserrín quemado, con pólvora y azufre, cal triturada de huesos inspirados viento condensado en una bohemia que nunca terminaba con el sol. A pulso las pocas obras que dejamos a otra generación que vendrá más decidida. Este país no necesita de las nuestras las de “ellos” – los de la nomenclatura de la infamia– están bien representadas sus andamiajes no han fallado y las puertas de sus castillos han resistido bien a la peste. En sus revistillas intelectuales de buenos papeles y gramajes pesados aparecieron las disertaciones del filósofo de moda, uno que otro humorista esgrimía su pudín de sangre y estiércol para hacer reír al respetable. Nosotros los de la pulp. Nosotros los del papel amarillo, nosotros los del zamizdat, el comic, el tebeo negro, el fotocópielo y páselo nosotros los del rostro tallado en madera de sueños y derrotas hambre grande de libertad… Regresaremos en nuestro propio Anábasis –“…un gran principio de violencia regía nuestras costumbres…”–
Lavaremos nuestras heridas en el agua del silencio.
Como te decía
No, nos esperó nadie en la estación.
A la llegada nadie nos dijo: –“¿Qué tal, cómo te fue?” –.
A los entierros
iban los acreedores
como buitres detrás de los restos
detrás de la viudas, detrás de la cosechita de sueños. Utopía en liquidación.
Nosotros los enlutados del fuego.
Nosotros los profesores
de niños de barriada.
Nosotros los talleristas de la palabra dura
la que no dejaba hueso sano
la repartida sin copyright
La sobandera, la soñadora.
La palabra enjambre
la palabra parra
vino peleón
aguardiente de taberna.
Sabemos que regresaremos de otra forma.
En otro sueño.
Sé
que al final
en este país
siempre han escrito la historia
que les ha convenido.
Desde los pactos en soleados Benidorm
con ancianos españoles e ingleses, dorados y traslucidos en las tardes de un verano
en los cincuenta
– aéreas momias contra un sol mediterráneo–;
hasta los acuerdos
recién firmados
sobre manteles de Holanda y los scochts en alto, repartiendo el corazón de un país que se desangra.
Mapas de guerra, lluvia de fuego
rocío de veneno
ayudas del imperio.
Nos toco estar a la sombra
oscuros héroes de las sagas de papel
esperando el salto mortal
golpe duro
sobre la testa del maleante de cuello blanco.
Por eso, no pregunten:
¿Dónde estábamos cuando ocurrió aquello, o esto?
nosotros simplemente no estábamos
o estábamos dentro
con el agua hasta el gaznate.
El barco ebrio se había hundido
con nuestros corazones
y el gran diluvio
había desteñido las cuartillas
arrasado los sembrados.
Nosotros no dejamos obras,…
dejamos leyendas.
Nosotros no dejamos palabras,…
dejamos besos.
Un prontuario de sueños perdidos.
Y sobre todo
una manera diferente de cantar
Nictálopes del sueño
bajo la luna de las ciudades
sitiadas por el fuego… ”.
Pedro Noire, desaparecía detrás de la capa de humo de tabaco rudo, y se servia otro trago de vino.
MARINERO EN LA PIEDRA
Animal de piedra me miro.
Animal de piedra me mira
desde un espejo rayado
por la luz de una mañana porteña.
Agua fría dentro de las manos.
Áspera la barba, dura la sonrisa.
En el espejo de la pensión
veo al viejo animal de piedra
que acaba de bajar del insomnio
de la piel de mulata de treinta dólares.
Sudor, escozor y cigarrillo muerto.
Mi piel es blanca como vientre de tiburón
y la barba de algunos días
parece la piel de un burro andaluz.
Mis ojos inyectados de un sueño
de albatros adicto a la ergotina
miran desde la plata vieja, la caída.
.
La casaca azul raída y la camisa amarilla de
blanco hueso, que cubre la coraza donde duerme un corazón de piedra
y afuera, ese cielo que espera como una red tendida
sobre una presa, en la ciudad sitiada.
La casera me dice que es el último día…
Como si se fuera acabar el mundo
como si el barco fuera a zarpar
como si el marinero no tuviera negro el corazón
curtido de tanto partir sin horizonte.
Ayer estuvo
una mulata de Abisinia entre mis sabanas
le di lo último que me quedaba
y ella me regaló, lo único que podía regalarme.
Así que le quede debiendo a la casera.
Un derrier azul, unos senos grandes y pesados
De manatí preñado
mamé como un torpe crío de los manglares
hasta sentir el estertor en medio de la nada.
Es lo que recuerdo
y luego su cara sin una sonrisa
sin ganas de imitar la alegría del animal recompensado.
Me estoy haciendo viejo; ya las putas no me alaban
ni me dicen que regrese
con sus camándulas alrededor del cuello
con sus talismanes de piedras negras
con sus movimientos lascivos cuando se ponen sus medias blancas o rojas, y sus zapatos ordinarios
cansados de atropellar la luz amarillenta y fría de las noches, con sus culos pesados sobre el catre.
Soy un marinero de piedra, en la piedra del muelle.
La ciudad ya me llega con su fuego,
con su sabor de tabaco y sangre seca,
con su ruido de mañana agónica.
La ciudad es una ramera que se muestra en la mañana
con lagañas y rubor descosido
y sus ojeras desconchadas de pulpo negro y pútrido.
La ciudad en la mañana
es una puta francesa pasada de tragos
y revolcada contra el catre del odio.
Soy un marinero de piedra, en la piedra.
Mi barco es de jade verde
mi cabeza de fuego marinero
ondula, brilla y se contorsiona
Como una bailarina de Benín.
Como un zafiro del Kurdinstán.
Como un Buda de Budapest.
Mi casaca de mar
azul, gruesa, y pesada
espera la tramontana y la tormenta.
Tomo mi café negro.
Es un momento de respiro…
una condición de fuego agnóstico.
Un nuevo despertar para salir del laberinto
hacia el azul del mar
en donde danzan versátiles dragones plateados.
En el puerto los hombres esperan la salida.
Hay un carguero que lleva azúcar a Liverpool
otro que lleva flores y trigo a Estambul y aquel que parte hacia el Egipto cargado de bombas y azufre.
Hace un sol que se deteriora hacia el medio día
en el meridiano de una carcajada
que se extiende como un arco de mongol mongólico.
De shaman pasado de visiones.
De yagué plagado de shamanes.
Pago con un tiquete; marco con una ficha;
sello con un trago; dejo atrás la pensión de barro y mugre
esa grosera caja de moribundos ebrios
y zarpo
con mi corazón
de obsidiana reluciente.
Con mi navaja
toledana afilada al alba
en tinta fresca,
como si acabase de enterrarse en la
costilla de un poeta simbolista.
“El marinero de piedra va con su equipaje,
no tiene un futuro cercano, solo una estrella, solo una estrella”.
Es un carguero pequeño
manejado por contrabandistas.
Me dicen que solo pagan 300 francos por mes,
pero la comida es buena.
Yo cojo mi pequeña tula y la tiro
por la borda.
Mi corazón parece un albatros.
Ya liviano.
Ya blanco.
Próximo a alzar el vuelo.
–“Firme aquí. Si le da la gana” –. Me dijo el capitán.
Y me regaló un poco de tabaco.
3
MUCHACHOS EXTRAÑOS
Monólogo del Muchacho Pez
Lo que pasa es que quise decir-Lo
con pocas palabras
Por ejemplo:
Decir Catarata, o KaTTaraTTa
Y escuchar el fluir, y el caer, y el golpear, y luego nada,
Nada..........Nada.........
Pero no se,......Solo
se escuchaba un salpicar sobre la piedra
y sobre el lomo de un pez
y sentía que el lomo de ese pez era viscoso
y tenía una aleta roja que ondulaba como el fuego.
Luego dije:
sera solo
Ojo de pez y Katarata sobre el lomo de la piedra
Y lo deje, si, lo deje así un tiempo.
Además no iba a crecer, no iba a saltar,
no iba a cambiar nada, solo una catarata sobre el lomo de un pexz de piedra, me dije de nuevo,
alargando la visión, girando el telescopio… y lo deje.
Pero no.
A veces el poeta no se detiene
y es como un tren que marcha
Sobre un riel de hielo blanco y frena
y se dessslizaaaaaaaaaaaa
el vapor blanco se alza sobre el metal negro
machaca y cae -machaca y cae- machaca y cae.
El pistón
te da de nuevo vuelo.
Digamos que dijera LO CO MO TO RA
y como aquel bebedor de absenta del cabaret Voltaire
hiciera chuuuuu - chuuuuu - chuuuuu
y moviese las manos como pistones
y votara vapor de agua por la boca.
Asombraría al fuego, a la ciudad dormida
y a la guerra de la maquina;
pero no, no estaba conforme y lo deje.
Me dije que no entendía de esas cosas del dadaísmo-zen
Y el minimalismo.
Y que mi lengua
no podría trepar por una pared blanca
sin grito.
Estuve así un tiempo merodeando y cambiando de posición,
mirando de reojo.
Me colgué como un murciélago de una viga
Y recordé a muchos amigos míos, a los que no les gustaban mis bromas.
Mis amigos –me dije– no tenían sentido del humor.
Alguno quiso apuñalarme por la espalda
una noche que salía de una taberna maldita.
Dormía colgado como les decía
y no me molestaba el sol.
Solo algunos sueños pesados
y cierta música que colocaba el muchacho de arriba
y los golpes extraños contra la pared
a ciertas horas de la noche.
Las criaturas que danzaban contra mi pecho
pequeños mongoles embriagados de raíces tibetanas.
Así que me cansé y lo dejé también.
Cambié el rollo, desmonté el chip.
Estaba delgado y pálido.
Ya no había comida en la nevera
Y mi estomago parecía un gato congelado.
Llegó una amiga por esos días, me aseó
y me afeitó. Luego me puso un par de inyecciones.
Sentado miraba el cristal, el émbolo, la dulce y luminosa silueta de la medicina.
Supe que Helga, mi amiga, era buena,
yo no entendía que me decía;
creo que me hablaba en francés de viejas sorcières unas veces,
y otras, en el lenguaje de las matarayas.
Yo le admiraba, aunque muchas veces su rostro se desfiguraba y resbalaba contra mi retina, –como cuando uno mira a su querida a través de una ventana lluviosa y lisérgica–.
Pude dormir un poco.
Y luego, cuando me llego el hambre de nuevo.
Vi que la catarata era grande y blanca
traía trozos de hielo
y botellas, cabezas de piragüistas desarticulados
y troncos de bosques calcinados.
Tuve frió y sentí de nuevo al pexz
quería saltar con él, hacia un lago de montaña.
Pero no lo logré…
Caí en las fauces de un oso.
Alimente al oso en mi dolor quebrado,
y en mi mano creció una garra con la que me arañe
mientras me rascaba, mientras me moría.
En la cocina estaba Helga
era delgada. Más delgada que yo
y le faltaba un ojo que había remplazado por un rubí.
y en las manos de Helga
Florecían alimentos para el cuerpo y cigarrillos aromáticos
También de la mano de Helga llegaba el vino y cierta
residencia tridimensional sobre la que parecía que resbalase, transitase,
pero de una manera limpia y algodonosa.
Helga hacia papillas de mariposas pardas
y comíamos grillos
en la primavera.
Helga me amamantaba en el verano,
En invierno me acunaba entre sus senos y dormitaba,
hibernaba.....
Helga por las noches barruntaba.
Por los ríos cercanos de la comarca salíamos a recoger bayas y hablábamos con los elementales de la isla.
Yo me paraba sobre rocas y me dejaba caer en los acantilados
Sin saber nadar mucho; no sé como lograba salir a flote y remontar las piedras
–el pexz lo dirigía todo– seguíamos el curso de los ríos al mar y desde las piedras yo vigilaba la llegada de una nueva Katarata.
Yo me enamoraba de las manta-rayas azules
de las anguilas doradas
y Helga se sumergía Buscando piedras y tesoros.
Después de tres meses cruzados por un verano de fuego
Helga se canso de la vida en tierra.
El sol, la hiedra, el humo, el ruido.
Se convirtió en sirena
y se fue adentro de la mar con sus aletas.
Como les decía, todo comenzó en la KATARATA
Yo solo… quería el sonido
Solo el agua que golpeaba.
No quería al pez del lomo rojo adentro
o los senos gravitantes y ondulantes de Helga,
(Grandes y duros en su delgadez)
ni su disfraz de sirena tuerta.
Yo solo quería una palabra
Que como un mantra
abriese la puerta silenciosa del agua.
La puerta estaba abierta y el sol cegaba
y quemaba el corazón.
Cristal de piedra, con cinta de oro en mitad de la herida.
K A TA RA TTA
PEXz
OsSO
SIRENnA
HELgGA
LA GUERRA DE JOE FERNANDEZ
(con base en una historia aparecida en prensa)
El muchacho dijo que iba para una guerra y se comió el sándwich.
Tenia la mirada rara y la sonrisa congelada.
La madre le besó y le despidió con una bandera de barras y estrellitas.
–“Que tengas mucha suerte hijo y que Dios te bendiga”– le dijo desde el porche y siguió limpiando su nueva nevera mientras lloraba.
Era viuda y se hacia la dura.
Pero lloraba,
secaba las lágrimas con su inmaculado delantal rosado.
El muchacho se presentó a un sector de la ciudad donde ya había comenzado el reclutamiento para la guerra.
Helicóptero…….
Barco……
Mar……..
Tormenta……
Le dieron algunas consignas y un par de gritos afilados como bayonetas.
Luego le tatuaron un código en el brazo y le colgaron una pequeña medalla de latón
por si su cuerpo, se perdía o deterioraba durante los bombardeos. Por si su cuerpo, se llenaba de arena. Por si su cuerpo, se llenaba de hojas secas y gusanos.
A él no le importaba todo eso, porque Joe Fernández estaba dispuesto a ganar la ciudadanía en el imperio. Sería respetado y los muchachos del barrio le admirarían y le tratarían con una camaradería, que pasaría, si señor, por el respeto y la admiración. Además, lo que le traía de rebote era la guerra. Disparar, matar, golpear. Ya desde niño, se había convertido en un arma mortífera. Había matado todos los perros de la cuadra y había roto la cara a todos los matones de la secundaria, en una especie de cruzada boxística.
Como se Había alimentado a base de comidas transgénicas y Macdonals,
Tenía buena talla y mucha grasa.
Y se dijo que perdería la grasa y se haría duro.
Acero y músculo.
Sangre y coraje.
II
A Joe Fernandez
no se le oía quejar del peso del equipo.
Ni de la noche helada, ni de la lluvia fétida,
Pero cuando comenzó la guerra,
y todo lo demás quedó en el recuerdo de su New Jersey
se dio cuenta que ya no había vuelta atrás
Luego llegó aquella emboscada...........
Disparó como una fiera a su alrededor para dejar su
pellejo en la refriega y juró vencer a como fuera.
Era de noche,
el combate había comenzado desde hacia 6 horas….
Sus compañeros de tropa iban cayendo uno tras otro
y gritaban llamando a sus madres, o a sus esposas
y cuando se quedo sin munición, ya herido…
Vio al que venía,
Un extraño delgado y cetrino
con cara de fakir asustado......
Traía un viejo kalashnicov checo en bayoneta
Y se acercó y le miró.........
Le miró largo tiempo bajo los primeros rayos del alba, hacia frió.
El extraño le quitó el arma con un movimiento rápido y doloroso y la cruzo sobre su hombro. Dio un par de gritos.
El extraño también estaba herido.
También estaba herido en una pierna.
Tenia frió y temblaba bajo un sol coronado de cobres rojos.
Le pregunto con un gesto: ¿Tienes cigarros?
Y Joe temblando le de dijo “si”
“Y también me queda un poco de agua” y se la ofreció al extraño quien le había hecho prisionero.
El extraño le dio la mano y le ayudó a levantarse.
Apoyados salieron de allí cojeando.
Prisionero y captor
Los dos
Heridos los dos.
Fumando los dos.
Casi juntando las camisas ensangrentadas.
el sol ya comenzaba a celebrar el día.
Joe no aguanto la prisión,....
estuvo a punto de morir,
cuando le rescataron
sus camaradas victoriosos,
estaba agonizando.
Pero pudo volver para curarse, cobrar la pensión, emborracharse como un cerdo y contar la historia.
LA ÚLTIMA BATALLA DEL JOVEN WALKER
De niño corría por los maizales dorados en la hacienda de mi abuelo en Nebraska......
Éramos una pandilla de chicos pecosos y rubios
Jugando a los vaqueros y los apaches entre las hojas verdes de las plantaciones.
Pantalones rotos, manos sucias, ojos azules en los
Atardeceres de tierras rojas y arcillas vegetales.......
Luego, en las noches, tarta de manzana y pop corns,
antes de ver al Laurel and Hardy en la Tv.
Había una pequeña capilla en las afueras del pueblo, yo a veces iba solo y entraba furtivamente por una rota ventana para contemplar la dulce y pacífica luz que se filtraba por la alta claraboya y permanecía allí horas en silencio dentro de esta arquitectura de madera blanca.
No sé por qué lo hacía.
Tal vez por esa magnífica paz, que suele dar al espíritu la espera en medio del silencio y ver a las palomas torcaces entrar a juguetear con los parches de luz.
Pasé la secundaria como cualquier hijo de vecino.
Tuve mi primer encuentro amoroso con Juliet a los diez y seis años
en el granero de su tío...
Toda ella dorada…
Toda ella azul…
Es uno de los pocos recuerdos que me quedan de aquella época.
Después entré a una ruidosa edad en medio de la cerveza,
el country, las motos y las peleas en las barras.
Rudos campesinos y vaqueros
que terminábamos los fines de semana
Compitiendo en carros destartalados y abollados por las carreteras del condado.
Pero se acabó la luna azul del verano y la gran planicie blanca del invierno.
Había crecido.
Tenía manos grandes y huesos duros.
Un par de cicatrices del rodeo
y los músculos elásticos de un gato montés.
Luego me llamaron al servicio militar obligatorio.
Intentaron llenarme la cabeza de gritos y de odio
y de paso aprendí a manejar algunas armas sofisticadas.
Fui aleccionado y entrenado para participar en una guerra en Centroamérica.
Aunque estuve en la retaguardia, me enteré de prácticas oscuras y sangrientas.
Vi el cuerpo de un campesino decapitado, y conocí a un tipo rudo de un escuadrón de tortura que me narró historias de odio y muerte.
(Por esas geografías había transcurrido también otro Walker.
Un antiguo y sangriento invasor
que había sido fusilado por los rebeldes de Sandino a principios del siglo pasado).
Un rió de sangre que no cesaba.
Que se bifurca en los manglares de la historia.
Que me aportaba imágenes antiguas de odio y violencia.
Cuando regresé, ya venía con una herida.
No una herida de combate.
Una herida dolorosa y negra. –Cicatriz que te marca y nunca restaña–.
Pasé un par de años en la pequeña granja que mi padre había heredado de su abuelo,
pero pronto me aburrí…
Era mucho azul añil sin boca, sin canción,
Era mucho maíz dorado en sol, hasta dejarme ciego,
Era el mundo lejano llamándome…
El salvaje beduino que había en mí
abanicaba con una cimitarra dorada y apretaba las mandíbulas.
Me despedí de Juliet (Era madre soltera, tenía un niño y lucia robusta).
Hicimos el amor con dulzura en las orillas del río
y dejé atrás su frente de trigal tostado y sus ojos de potrilla azul.
Tomé un barco y fui al sur.
Conocí islas y cordilleras magnificas.
Estuve en las selvas del Amazonas entre Leticia y Manaos.
Me fui curtiendo, y para sobrevivir trapicheé con algunas mercancías ilícitas
(debo decir aunque ahora no parezca romántico, que era solo para tener un poco de dinero con que moverme, quería recorrer mundo).
Después tomé una decisión importante y viajé al África.
En Egipto conocí las pirámides y tome una curda fuerte en Estambul...
Alguna gente hablaba de ir al país del Kurdistan
por unos cuantos kilos de Haschis.
Yo acepté y me fui con un grupo de aventureros y traficantes.
Cuando pasamos la frontera de las tierras de Marovia.
Me encontré con un cielo límpido y unas montañas de tierra roja imponentes y áridas.
Estuve mucho tiempo en aquella montaña con los ojos abiertos hasta que llego un hombre vestido de negro con un tocado rojo.
Y me habló.
El mundo no era como yo lo había pensado.
El mundo no podía ser un gran supermercado en donde se exhiban cabezas de hombres y mujeres y en donde se lavaban los errores con detergentes y astringentes para el alma.
El mundo tenía un significado sagrado y oculto que se estaba perdiendo bajo las llantas y las orugas del metal, se estaba borrando el verdadero camino.
Y arrojó al lago de la montaña una piedra y me enseñó el secreto de las ondas y luego el significado del vuelo de los pájaros.
Detrás de cada roca había una leyenda
en cada águila había una criatura,
y esa criatura era una, en comunión con Dios.
Fuimos a unos pueblos perdidos en las cordilleras de las rocas blancas
Los magos, los derviches y los juglares cantaban leyendas de antiguas gestas y héroes de la época de Alejandro Magno.
Los jóvenes se quedaban aprendiendo durante meses en las tiendas que los campesinos preparaban para ellos.
En esos cantos había algo más que folklore.
Estaba la luz de los antiguos.
Visitábamos aldeas fronterizas
y cruzábamos mercancías de signo dudoso sobre las noches de piedras somnolientas.
Me alejé de aquellos jóvenes maleantes y poetas
y me fui con los magos danzantes de la pétrea cordillera.
El mago de la tribu me ayudó a conseguir una casita en la montaña para vivir y hacíamos pan de trigo sobre una piedra gris.
Me alimentaba de leche de cabra y pescaba en el río.
Bailé una noche una danza giratoria hasta sentir en cada poro de mi piel
estrellas y galaxias y descubrí en los ojos de aquellos campesinos rudos una sabiduría de ojos despiertos y alertas. Ojos de criaturas eternas, tallados en la soledad de las escarpadas montañas.
Amé a una mujer de rasgos dulces,
besos de luna de cuajada helada y miel caliente.
Así que decidí adoptar sus costumbres; me hice uno más de su pueblo.
Era con ellos que estaba mi vida.
Me puse un turbante y unos pantalones de lona blanca...
Importaban más sus manos y sus ojos,
Su voz y sus raíces y su viento helado y su risa cantarina que cascabeleaba sobre las piedras.
Es verdad que eran rudos y castigaban con severidad el vicio y la corrupción en las ciudades; pero si comparamos y ponemos en balanza, en mi país también se castigaba con la muerte, el error, la raza y la pobreza.
El país que me había adoptado se vio abocado a una guerra absurda.
No tuve mucho tiempo para pensar.
Yo tomé las armas al lado de los que ya consideraba míos,
El país invasor era mi país de origen.
El poderoso imperio de la nueva era.
Los ancianos de la tribu me dieron a elegir con total libertad.
Yo asumí la guerra de los pobres de las montañas.
Venían bombarderos todos los días y arrojaban toneladas de bombas que mataban niños ancianos y mujeres
Nuestras ciudades fueron arrasadas en un acto de guerra de exterminio.
Nuestra columna de guerreros fue diezmada, al final se nos acabaron las municiones.
Fui atrapado y encerrado en un campo de prisioneros.
Nos daban orines en vez de agua,
y por las noches heladas nos apaleaban hasta el cansancio.
Ellos decían querer imponer la libertad,
y decían que pronto traerían la televisión y los supermercados
y que el hombre en democracia americana reiría y cantaría de alegría.
Nosotros moríamos como moscas, hasta que una noche nos sublevamos.
Éramos trescientos, nos levantamos como fieras enjauladas.
A mí me hirieron.
Cuando desperté, me di cuenta que habían matado a la gran mayoría.
Me interrogaron los soldados invasores...se dieron cuenta por mi acento que yo venía de una ciudad del imperio.
Me dieron la oportunidad de hablar o condenarme a la silla eléctrica.
Me llamaron apátrida y traidor.
Yo no tenía nada que agregar, yo no tenía nada que decir...me cortaron las barbas, raparon mi cabeza, sanaron la herida de mi pierna.
Me transportaron en un avión de guerra
Y luego a una prisión federal de máxima seguridad, cerca de un acantilado –no estoy seguro–.
Espero un juicio difícil, y seguramente una dura condena;
tienen en mi, a un chivo expiatorio.
En mi alma solo queda un silencio como de un valle o un río, una quebrada silenciosa, un viento helado de montaña.
Ya no veo a los pastores ni a los campesinos del trigo amargo.
Las cordilleras de las piedras del silencio azul.
El mundo se esta llenando de ruidos y voces
En la celda de al lado, un negro canta un gospel mortuorio.
Afuera, la ciudad en el desierto helado y giratorio,
iluminada esta para la muerte.
MANUAL-SNUFF
PARA EL LOBO Y CAPERUCITA
I
La noche de los sueños perdidos en terciopelo negro y húmedo.
Boca del lobo que lame la curva del miedo.
Sangre que rueda por las mejillas en flor
de la adolescente lunática.
Lámparas de nieve que iluminan la casa y el jardín.
Los cielos bermejos de este abril, oscurecerán la boca
y dejarán qué la blonda cabellera refleje el oro de la codicia.
–Un primer plano para su rostro
–Un close up para su boca
–Un plano detalle para su cuello
(río de placer en donde bebería sediento el amargado del bosque).
–Un plano general para el jardín que se extiende verde y herido de rosas.
–Plano secuencia para la cabeza y las orejas del lobo
que se mueven en dos cuartos de tiempo;
como si marcaran los segundos de un reloj oxidado en la sangre.
Crono-tropo del viento.
–Un cuarto de cristal abrazado en fuego líquido
para los ojos de la criatura.
–Para las piernas de alabastro de la ninfeta, un till dorado.
–Un plano detalle para su vellocino de oro
para su gatillo-rosa asustado, para su caracola lívida.
–Una luz cercana a sus dientes,
spot de resplandor y fuego–.
No quiero sangre cerca de su vestido azul…
Que nada lo macule.
II
De los secretos de la noche
de su mirada cruzada de abetos y de espinas
de cardos y amapolas de fuego
de sus mejillas tocadas por una letanía blanca
como la gasa que cubría el rostro de la sacerdotisa de la luna.
De su cabellera de bosque incendiado
de su cuello de manglar, una rivera en donde
moran absortos los amantes.
De sus espejos rotos, de sus clavículas nuevas…
Toda una mirada congelada en el tiempo
un flash de resplandor miniado, sobre la plata del puñal.
III
¿Qué buscabas en la taberna de los goliardos?
¿Qué buscabas
en el teléfono de los minutos contados?
¿Por qué tu cabellera extraviada en el viento
no estaba cercada por las espadas del mago?
Tu cintura y tus piernas
que caminaban ágiles en el silencio de los faros
que saltaban haciendo cabriolas de carne prieta y rosa
dentro de las líneas amarillas los tempranos aullidos
de las sirenas de los arrabales
y los cantos portuarios de los maleantes.
Te condujeron dentro de una rayuela de callejones y deseo.
¿Por qué fuiste a la taberna de los goliardos?
Sabías que yo estaría allí.
Gatuna niña de uñas negras.
Lolita-Felina criatura del deseo.
¡Luces!
¡Cámaras!
¡Ahora muévete y llora
que comienza la función!
El MUCHACHO GATO
Lo mío eran los tejados. Sobre las tejas de zinc o de barro.
Sobre las cubiertas de paja o madera, transcurría mi somnolencia iluminada. Y es verdad que desde hace un par de años ya no subo al tejado a fumar canutos y ver las estrellas. Pero recuerdo todo eso....Al principio estaba solo…
Y después éramos dos.
Luego llegó otro muchacho-gato de pelo largo, muy roquero, metalero y andariego que vivía en el mismo barrio Y comentábamos de muchachas y lunas, y mirábamos pasar asteroides y cometas. Vimos algunos eclipses en aquellas ceremonias.
Afuera la oscuridad era silencio, y a pesar de los gritos lejanos, no dejábamos este ritual de gatos enlunados, que repetíamos con cierta frecuencia semanal, después de los estudios.
Era, como pueden imaginárselo, asistir a una ceremonia de silencio, Azul o gris,” las luces titilan a los lejos” como en el poema de poeta aquel.
Teníamos agua y cerveza y trepábamos por aquellos tejados y esas terrazas sobre las laderas de la ciudad.
Abajo la ciudad ardía,
Si, era bulliciosa y ardía.
Los otros muchachos del barrio hacían fiestas y verbenas
Y nosotros mirábamos desde arriba
como siluetas que ondeaban bajo la brisa de los fuegos nocturnos.
Un día, uno de mis amigos llevó un arma,
y todo cambio.
La ciudad con su ira, se había manifestado a través de un talismán.
Había entrado en nuestro círculo de silencio y filosofía de las estrellas.
Fue entonces cuando bajamos de los tejados y las azoteas, creo que de allí en adelante, se perdieron los perfumes de la primavera.
Los mangos, los limoneros, los zapotes amarillos....
La ciudad nos engulló
con su ruido eléctrico y su vaho de motores
y en nuestras pupilas comenzaron a centellear
violentos rayos.
Los gatos negros habían muerto.
Habían dejado de brillar los cometas.
La ciudad se había extendido en su silencio
como un lago muerto
sobre el que flotaban serenas en su brillo sangriento, las últimas estrellas.
SEÑOR HERODES
(Ya lo había dicho José Manuel Freídell….. pero hay que volverlo a repetir.)
Señor Herodes:
van sus verdugos buscando a los muchachos del barrio....
Los sacan de sus sueños de hambre.
De la espera que se convierte en odio.
De la mirada roja
sobre los tejados de zinc reverberante...
Señor Herodes:
van sus sabuesos y sus perros de presa
tras la sangre fresca de los muchachos del barrio...
Arriba si, donde los buitres posados sobre las cuerdas extienden sus alas y hacen negra la sombra de los muertos....
Señor Herodes:
¿quiere usted proteger a estos extraños
de huesos largos y pieles de piratas metropolitanos?
Señor Herodes ¿quiere que salgan a comer de su mano y colocarles la soga al cuello?
¿quiere ver sus tostados y famélicos cuerpos colgando contra los muros
suspendidos contra el sol rojo de la tarde?.
Señor Herodes:
Usted que ha crucificado las manos y los brazos del que esgrimía un lápiz, un pan de trigo nuevo
un pedazo de tierra en la colina, mientras en vuestro castillo
los asesinos golpeaban duro en la madera.
no hay fuego
no hay hambre
no hay sed
“Muchos bastardos” según usted señor Herodes.
Con las manos tintas en sangre
levanta su copa
y brinda
arropado por los muslos de las cortesanas.
En la bandeja de plata
iluminada por los cirios de la ceremonia
ondula,
el rostro seco y mutilado
del joven profeta.
Señor Herodes:
¡¡¿Quiere que salgan a comer de su mano y ponerles la soga al cuello?!!
LOS UNICOS
QUE SE ATREVEN A GRITAR,
SON LOS POETAS
“Pero el paso civil del poeta es el paso del huérfano".
Roberto Bolaño
Los únicos que se atreven a gritar son los poetas;
famélicos, sin guardaespaldas ni chalecos blindados
solo un terno raído con olor a naftalina.
Los únicos que se atreven a cantar son los poetas festivos, con restos de comida china en las comisuras y aliento de tabaco barato.
Los únicos que se atreven a danzar son los poetas expuestos, sin armas
con una paloma-palabra-desatada.
Una canción, un mantra,
que los mantiene girando sobre un punto de la aurora.
Los únicos que se atreven a estallar son los poetas
Kamikazes de luz;
pañuelo blanco inmaculado que ciñe la frente destinada al sacrificio.
Los únicos que se atreven a alunizar son los poetas, astronautas ebrios
dándose de bruces sobre el asteroide helado.
Los únicos que se atreven a
gritar bajo el cosmos
son los poetas
arribando en la balsa de la medusa
a las playas estelares de la utopía.
Los únicos que se atreven a volar son los poetas
desde las ventanas de los cubos de cristal y hielo
sobre la cuerda floja y en el centro de la arena;
sintiendo dagas- aspas-guillotinas
sobre sus cuellos de cisnes negros.
Cuando no,
chivos expiatorios.
Profetas flacos
secos sarmientos
de la rama dura del desierto.
Bufones ácidos ante la corte del sátrapa
sonrisa en los labios
las manos fuertes y las piernas rápidas.
No les pidan más oficio que este....
Hulmide oficio.
¡El más puro y necesario de de todos!
PULE UN VERSO COMO
QUIEN AFILA UNA NAVAJA
Pule un verso como quien afila una navaja.
Que su brillo se entinte de sabia
así como el acero se bautiza en la sangre.
Pule un verso como quien afila una navaja.
Sóbale el lomo de plata, un pez grabado.
Desescámalo de la palabra pútrida.
Azótalo hasta dejar solo la pulpa
que pueda darse al hombre honesto.
Amólalo sobre la piedra negra
hasta que el silex
entre con sus miles de planetas en su brillo.
Para los otros…
Para los ungidos por la mano del clown sangriento.
Para los eruditos que fornican con las vacas sagradas.
Para los eunucos que abanican el harem del sátrapa.
Extiéndeles acero al aguafuerte
de tu poema afilado.
Pule un verso como quien afila una navaja.
4
DE LOS SENTIDOS Y LA LUZ
1
Sabor de sal
de un mar seco en los labios.
Palabra acantilada
que esperaba un sol perdido en la piedra.
Entre el poro del basalto y la dureza gris
afloraba la piel de la rémora, el musgo salino
vegetal cuidado, acunado, mecido por las aguas.
Antigua matemática de
piel de arena y de sandalias
de muchachos que corrían con un pregón
un grito azul de esperanza sobre el reino-eco del mundo.
Piel verde de un mar acariciado y perdido en la quemadura de un sol nuevo, detrás de las orejas sucias, sobre la espalda desnuda del atleta que contiene el aire y se zambulle, y luego es músculo, oxigeno, agua y peces veloces abajo.
Vamos navegando entre impresiones
entre cactus de espinas luminosas.
Escombros de Atlántidas cristalinas
que guardan una palabra frágil en un cofre de acero
que resaltan el perfil de un sueño o un naufragio.
Un nuevo firmamento
se desliza sobre la vía azul iluminada de soles
y las cabelleras doradas de los arcángeles ebrios.
2
Hemos venido navegando sobre un rió de cauce gigantesco.
Pieles de luz de plátano y aureola de palmeras
torsos de remeros negros
danzan sobre la madera y el agua
con un sincopado ritmo de trabajo natural.
Animal que danza y se recrea
que da un toque de tambor y una flauta dulce...
Todo parece estar alterado en un instante
La presencia del metal y el agua
la piel del leopardo
abanicando las hojas secas que limpian las arterias
y dejan dentro de los pulmones una algarabía verde
que respira en los manglares del mundo...
3
Habría renunciado a estar aquí
en esta ciudad de mecánica pesada
por mantenerse en ese salvaje estado de pureza
pálido puma mojado entre la maleza.
sin perecer un segundo en la calle
agitado sin respirar
caminando largo al ritmo de la multitud.
Se detuvo un instante y trató de encontrar una mirada
una boca, una frente, un aire de orilla fresca.
Pero solo era ese desenfoque, y ese ralentí de smog pesado y duro.
Y esas miradas de gasas que flotaban sin dejar pasar la luz.
Era de la luz de lo que se trataba...
Es de la luz de lo que se trata...
Algunas veces lo presintió y lo vio claro.
Al el escuchar algún canto quebrado adentro de la tierra
el vuelo enigmático de una nube
que emborronaba el firmamento con su algodón blanco y azul.
Con la cabeza tendida sobre la hierba…
¿Recuerdas hermano?
Niños en la sabana, la cabeza boca arriba, sobre la hierba
descifrando los símbolos aéreos del agua sublimada.
4
Pasajeros de los sentidos somos
ahora dentro del ruido.
De la geometría de la maquina.
De las grandes y silenciosas poleas que nos traen y nos llevan, que nos introducen en los túneles
donde antiguas simbologías se nutren de sangre y muerte.
Y sientes entonces eso...
los olores fabriles
la grasa de las pieles en liquidación;
hombres y mujeres que ruedan con una estrella rota sobre el cuello
gorra seca de cal y la mirada cansada y roja.
Constructores de paredes y columnas
soñadores de poemas
maquis urbanos
que en sus melenas alborotadas
esconden sueños libertarios y poemas
no clasificados ni documentados.
También las tintas y el papel periódico
y las voces de los vendedores negros
que huyeron del exterminio
en las vastas regiones del corazón de las tinieblas.
Aceras
de jugadores, equilibristas y ruleteros contra un sistema que tiene poderosos representantes y ministros plenipotenciarios; y periódicos
lanzados con tinta hecha de muñones y sangre de niños.
Plomo derretido de bombas ligeras, precisas, indoloras.
5
El invierno en las mañanas
viene empapado de la oscuridad
de los pájaros negros
que revolotean como cuervos detrás de las fabricas delante de los espejos.
El exilio es un abrigo oscuro
con el puño adentro frió
y una carta arrugada junto al pecho...
Una carta que tiene los garabatos de un niño.
Caballito de batalla
y una casita amarilla y un sol que levanta los pistilos de las flores.
6
Tu piel amada mía
huele a naranja fresca
y al recorrerla mi mano se alimenta de su luz
por la palma de mi mano entra la orografía luminosa que sube sobre la piel encabritada y luego salta al corazón abierto sobre un cielo de cobre viejo.
Cielo de usura y melancolía
que se desploma sobre tu nuca como la cuerda pesada de una estación de ruido eléctrico.
Sin embargo algo nos salva…
Por la ventana entra un rayo
que sabe a zanahoria…
Y tu beso de ciruela
sabe a sangre de luz…
Luz de sangre marina
para el bardo solitario…
Luz de zanahoria rosada
para la dentadura del idioma
y la lengua y los labios…
Y más luz para el estomago acostumbrado a una oscuridad de hambre de cieno.
Los dedos y la estrella de la lluvia
señalando un horizonte.
Más luz para los ojos
para la risa y la esperanza...
Por que de la luz es de lo que se trata.
7
Habría sido mejor a este ruido sucio, de pistón, aceite y miedo...
el rumor de los ríos
de aquellas montañas reverberantes de mi juventud.
¿Recuerdan amigos?
Las excursiones al lomo de la madrugada
duras pantorrillas de andinistas iluminados
el cauce helado
la cima blanca y la laguna
el vuelo de las águilas arriba.
Nuestro cielo resistiendo siempre contra las corrientes.
Abajo las piedras, los cauces del agua generosa.
Las montañas sembradas de café
y los conejos y las ardillas y las tórtolas
revoloteando contra la hierva seca.
El aire
la respiración en fuego y los pulmones,
el vaso, el vino dulce alimentando el pecho
y las alas del gorrión metálico
aleteando en el esfuerzo de la montaña.
Y las manos en cuenco bebiendo de la fuente.
Y sentir que es la tierra madre nutricia
esa hermana
esa hoguera
ese poema
Por todos presentido.
Más luz...
más luz...
más luz...
Para tu rostro joven que espera inmortalizarse en un rayo de la aurora.
Por que de la luz es de lo que hablamos.
De la luz...
Espejo de cristal bruñido por un cielo gastado sobre la piedra estelar y este fuego de atanor ligero, en el que calcinamos nuestro espíritu,
nuestra historia
y nuestros sueños.
5
LA BALSA DE LA MEDUSA
I
¿Podremos intentar una canción?
¿Podría intentar una canción?
¿Un gesto de fuego, una metáfora de marinería?....
Los que esperaron barco en el muelle
una tarde galvánica picoteada de eléctricas gaviotas.
Los que cruzaron con la luna sobre sus espaldas ferrocarriles de hielo.
Los que se hundieron en el lago negro.
Los que saltaron el muro.
Los que chapotearon en las rutas fangosas del miedo.
Los que miraban detrás de las ventanas.
Los que bajaron las cortinas.
Los que sintieron el vértigo de la caída libre,
mientras sus alas
se encendían con el fuego de la estrella.
Los que se marcharon con el sol a cuestas.
Los que nunca regresaron.
los que perdieron la partida
la maleta y un par de zapatos.
Los que nunca creyeron que las cosas iban a cambiar.
Los que creyeron, y regresaron.
Los que quedaron a mitad del camino.
Los que llegaron tiritando con un sueño pálido
–papel desleído, palabras ateridas
sobre un pentagrama lluvioso–.
Los que fueron requisados y pateados
mientras se hablaba de “bondad” en los discursos.
Los que fueron escupidos y pisoteados.
Los que fueron vapuleados,
mientras otros robaban su cosecha de sueños.
Los que tuvieron que inclinar un poco el rostro
bajar el ala del sombrero
mientras las sombras duras del fuego, faroleaban
sobre los pozos de agua.
Los que cambiaban de estación
de anden, de cielo.
Los que vieron que las bombas eran nuevas
y con ellos, las estaban ensayando.
Los que se enfrentaron a piedra
contra el hierro y el metal.
Los que creyeron en la historia oficial
y muchos años después,
sus sueños fueron marcados por el hielo
–estatuas de sal, sonrisas de fuego–.
Cuando vieron la verdad, quedaron ciegos.
También
los que fueron tatuados, sellados, numerados
mientras hombres con cabezas de carretes metálicos y lenguas de celuloide,
bajo un foco amarillo proyectaban
películas en blanco y negro
para hacer reír a las masas.
En otras coordenadas
se encerraban campesinos orientales
en reformatorios de campos dolorosos,
Luego se hacían obras de teatro
que dejaban una sensación de humanismo
con las técnicas dramáticas del señor Aristóteles.
En sus particulares estados
repartían porra y fuego,
blindaban fronteras, fundaban frenocómios,
cotos de caza, túneles con extrañas inscripciones,
y mostraban un desliz filantrópico
sobre las tesis del señor Morguentau.
Los mismos que llamaron al odio y a la guerra en technicolor.
(leones esfumados contra las alas del silencio,
fuego, sobre ciudades de piedra
fuego, sobre ciudades vencidas
fuego, sobre ciudades calcinadas.)
Dos caras del mismo asunto
dos caras de la misma moneda.
Los que no tuvieron otra oportunidad
e hicieron de payasos y bailaron con violines
/sobre las vías ateridas de la miseria.
Los que se fueron adentro de las cuevas buscando pictogramas de tauróbolos celestes y danzas de piedra.
Los que cruzaron bajo alcantarillas,
casi ciegos
mientras afuera, el cielo y las constelaciones
se conjugaban en una danza hermosa.
Los que con el agua al cuello resistieron.
Los que bajaron de las montañas escarpadas
con frió de nieve en los ojos.
Los que perdieron el norte y estrujaron la brújula
hasta sentir en las palmas, las agujas sangrantes.
Los que esperaron detrás de las líneas una palabra de aliento,
Los que vieron amanecer,
bajo el alba dulce y sangrienta de gasas amarillas.....
Todos nosotros, y ellos también,
y los otros por supuesto.
Tres caras de la misma esfinge.
Navegamos a la deriva contra la tormenta,
después del naufragio
sobre la Balsa de la Medusa.
II
El que se opuso a los
Detentadores-patentadores de la historia.
El que confrontó el brazo secular.
El que alzó un telescopio para buscar la ruta.
El que ofrendó una palabra de aliento dentro de los escombros.
El que sembró una espiga.
El que puso un pez dorado
en la boca del ahogado.
El que coronó de flores la cabellera
de la muchacha Nubia.
El que sembró de estrellas
la cabellera de la ninfa boreal.
El que bebió de un pozo limpio en las estrellas
y señaló al fondo de la Vía Láctea.
Un lugar de nombre ignoto.
Puerto-Destino
para la balsa estelar.
III
Vamos a crear con pergaminos amarillos
un beso-collage
hecho de sueños compartidos....
Una imagen derrotero
hasta juntar todos los mapas que nos orienten
y hagan más amables
nuestros rostros en este desierto mar.
En estos tiempos de tormenta
¿Será posible convocar a las palabras?
Una poesía de marinería estelar,
¿o solo nos es dado escuchar, los gritos del naufragio?
IV
(Sueño-Pesadilla con Rimbaud)
Estaba allí sentado sobre un tronco de un árbol talado
como esperando que alguien le dijera o preguntara algo.
Después de todo él se había callado de muy joven
y se había muerto frió y redondo como un cometa fugaz.
Me acerqué le pregunté:
Rimbaud
Tú
que marchaste
detrás de un tanque de combate
mientras llovía, y se hundían tus rodillas hasta el fango;
mientras tu cara de joven poeta
era azotada por una bufanda helada de viento y ceniza.
Niño todavía
reías de los conejos asustados
que saltaban dentro de los bosques
hasta que caían las bombas...
Los muchachos
de no importa que uniforme; gris o azul
morían
mirando conejos destrozados
bajo un sol sangriento...
Tú,
Que viajaste hacia Bélgica y viste
El cuerpo del muchacho soldado
muerto en esa guerra, a la orilla de la carretera...
Dime Rimbaud…poeta muerto en la hermandad de la tormenta.
Señor de las semillas del viento
cosechador del fuego sacro.
¿En esa guerra lejana murieron tus sueños?
¿Perdiste el amor por la poesía y encontraste el camino de la locura?
Volteó a mirarme
–en sus ojos de estrellas heridas, gravitaba una danza pesada
y su boca era una piedra dura con la que se lapidan a los cantores inoportunos–.
Sacó un viejo revolver con el que me apuntó.
Sentí que era el final. Sin embargo le seguía preguntando en voz alta:
¿Será en esta guerra cercana
donde morirán nuestros sueños?
¿Podremos aspirar a ese surco
sembrado de semillas y estrellas
donde florezca la rosa planetaria?
Dime tú
marinero del barco ebrio -a-la- deriva...
Si dejamos que la nave naufrague
si dejamos
que la carta de marear sobre el cosmos
se llene de petróleo y ceniza.
¿Arribaremos a ese sueño,
que espera en la estación del tiempo?
(Esta nuestra tormenta...Esta nuestra guerra...
¿Tiempos de poesía?
¿Vano intento de la literatura?
Pero sin ella, instrumento viejo de la utopía
¿Qué nos queda? )
Rimbaud no responde. Guarda su viejo revolver en una funda de sobaco.
Rimbaud se ríe, con una carcajada etiope de cuervos negros
y se aleja cojeando, por un platanar anegado en sangre.
V
¿Pondré intentar una canción en medio de nuestro naufragio?
¿O será arrojada a la tormenta del silencio?
¿Una imagen?
¿Una voz?
La imagen que hace aguas,
la metáfora que se hunde.
Es una balsa la que ondula trémula
y danza sobre las olas.....
Marea buscando
una luz salvadora en la tormenta.
Una balsa, un brazo, un grito-meteoro
bandera empapada de huracanes.
Balsa de Medusa-Terra
sobre un mar de soles helados
bajo el cosmos de lunas blancas,
estrellas calcinadas, maderos mojados.
Balsa Terra-Medusa
qué se rompe sin sus remos primordiales
contra una tormenta de esmeraldas de hielo.
Sangre de estrellas heridas
que fluye hacia el firmamento.
No dejemos que naufrague la balsa.
Apuntalemos entre todos el mástil.
Que llegue sólida a las costas
ligera de temores y miedos.
Un hombre empapado grita
agitando un pedazo de tela blanca:
¡Más arena de nebulosas!
¡Más soles!
¡Un faro de constelaciones!
¡Más saetas de estrellas!....
¡Que tiritan los huesos,
que arrecia la tormenta,....
Que se hiela el alma!
¿Podríamomos intentar
una canción y una carta, que nos lleve de regreso?
PREMIO NACIONAL DE POESIA
REVISTA PROMETEO
FESTIVAL INTERNACIONAL DE POESIA DE MEDELLIN
2008
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