sábado, 7 de marzo de 2009
Sexies bloggirls y sus atrevidos blooks
Por Alan Pauls
Cielo Latini y Lola Copacabana son los avatares argentinos más recientes de una nueva generación de amazonas letradas: chicas jóvenes, bonitas, ricas, que no tienen miedo de decir yo a lo largo de trescientas páginas de banalidad confesional. Quizá la que tiró la primera piedra fue Melissa Panarello, la italiana que a los 16 -buena edad para los balances- se puso a rebobinar su currículum sexual y publicó “Cien cepilladas antes de dormir”, una memoria novelada con forma de diario íntimo que hacía oír, entre los pliegues transpirados de las sábanas, el mismo grito cándido que subyace a la poética pornonaïve de Corín Tellado: ¡un poco de amor! La siguió la brasileña Bruna Surfistinha, una chica bien que se aburría y a los 17 huyó de la casa de sus padres para abrazar el oficio, el way of life, la Causa Narrativa de la prostitución, que procedió a pormenorizar primero en un blog y luego en un libro, “El dulce veneno del escorpión (Diario íntimo de una prostituta)”, ambos de éxito inmediato.
El gran hallazgo de Surfistinha es la velocidad, el “efecto atajo” de su operación: en un par de temporadas de sexo pago elegido, Bruna atesoraba la experiencia que a Xaviera Hollander le llevó décadas conquistar, y perfeccionaba un Dogma erótico -”Los 15 mandamientos de Bruna”- que a cualquier sexólogo televisivo le exigiría como mínimo preparar (no necesariamente aprobar) un par de exámenes universitarios. El otro hallazgo, co-producido a medias con sus editores, fue la metamorfosis del blog en libro y la incierta criatura mutante a la que dio lugar, el blook, que hoy encabeza todos los rankings de las literaturas personales.
Publicados en 2006, “Abzurdah” (Cielo Latini) y “Buena leche. Diarios de una joven (no tan) formal” (Lola Copacabana) también nacieron on line, en esa extraña Feria Universal de la Persona Común y Corriente que es la blogosfera. Pero esa patria de origen es quizá lo único que comparten. Me como a mí, la página de Latini, surgió como el diario de una chica con problemas de alimentación y terminó convirtiéndose en un foro religioso o político, sede de una militancia pro anorexia que en nombre de la autofagia reivindicaba el derecho civil a no comer, hacía de la dieta un deporte de riesgo y proponía subterfugios ingeniosos para engañar simultáneamente al estómago y el control policial de médicos, sicólogos y familiares. La prédica de Lágrima (el nickname de Latini en el blog) fue tan radical, y su repercusión tan sorprendente, que varios servidores de internet se negaron a hospedarla, condenándola a errar de dirección en dirección como una paria electrónica, hasta que algo más drástico que la moral del ciberespacio -un intento de suicidio- la dejó fuera de un juego (el de la víctima) y la metió de lleno en otro (el de la autobiografía de la víctima) que a los 21 años la estamparía en la portada de la Newsweek argentina y la sentaría a la mesa (¡a comer!) con Mirtha Legrand, la gran almorzadora del show business argentino.
La brisa liviana
Con Lola Copacabana estamos lejos, muy lejos, de esas tinieblas tortuosas. Contra el fondo del paisaje de encierro, vómitos y desangramientos que pinta la pobre Lágrima, la mera dirección de su blog -justlola.blogspot.com- suena como una brisa liviana, ágil, que sólo acepta los antecedentes de las cepilladas de Melissa P. y los callejeos de Bruna a condición de aligerarlos, vaciarlos de dramatismo y de consecuencias, rebajarlos con un chorro de distraída irresponsabilidad. Por mucho que se esfuerce en gozar, subrayar que goza y ranquear sus formas predilectas de goce, la mentora del diario de Lola Copacabana no es Anaïs Nin sino Carrie Bradshaw, la seudoetnóloga romántico-sexual de “Sex and the city”, o más bien lo que quedaría de Carrie Bradshaw después de intoxicarse con malvaviscos en algún rincón de San Isidro, ex ghetto aristocrático tradicional, hoy ghetto consumista witty del norte de la provincia de Buenos Aires, donde Lola, madre soltera a los 20, vive al parecer con su hija Zoe y su verdadero nombre, Inés Gallo.
Fiel al registro discontinuo pero cotidiano de la intimidad, justlola no es más ni menos que eso: la crónica avispada, tautológica, a menudo encantadora, de la vida de una veinteañera desahogada que sólo es lo que es, que estudia Derecho, charla mucho con su hija, encolumna sus gustos y sus fobias, ama el Fernet con Coca Cola, se saca fotos (que cuelga en el blog), maneja a toda velocidad cantando las canciones que le gustan y sólo condesciende a nombrar con todas las letras a uno de los partenaires con los que confiesa entretenerse en la cama, la cocina o “el frío piso del baño”: su vibrador Hitachi Magic Wand. Mientras Cielo usaba su página para hacer del hambre una fuerza casi nietzscheana y convertirse en líder, gurú, mártir de una nueva minoría insurrecta, Lola usa la suya para ver y verse, para afilar la malicia o consolarse, para maldecir, pero sobre todo para desmenuzar la espuma de la vida cotidiana, algo que hace con las armas y la perspicacia de una socióloga salvaje, aburrida pero sagaz, formada al calor de viejas clasificaciones despectivas que el avance de la corrección política no cesa de estetizar en ejercicios de un fisonomismo cínico y chispeante.
Afanes literarios
Los rasgos que distinguen los blogs de Cielo y Lola sobreviven casi intactos en sus respectivos blooks. Salvo cuando inserta e-mails o transcribe chats, “Abzurdah” -que acaba de llegar a librerías chilenas-parece querer olvidar que nació, vivió y se hizo famosa en bloglandia; solemne y kitsch, quiere ser a toda costa un libro, del que pretende tener la seriedad, el peso, el aliento narrativo, el suspenso (ocho de cada diez capítulos terminan con esos augurios ominosos con que suelen terminar los bloques de “E! True Hollywood stories”) y hasta esa “neutralidad” lingüística (”paseo de compras”, “alcanzar mi gol”, “denme un respiro”, “malas vibras”) en la que ciertos editores, quizás influidos por el éxito de la escuela de doblaje de TV centroamericana, creen ver hoy la garantía de una circulación hispanoglobalizada.
Pero “Abzurdah” es un “caso”, la historia clínica, contada en primera persona, de una joven erotómana que ama a un hombre que la enloquece, abraza la anorexia, usa el yacimiento planetario de internet para investigarlo todo, se convierte en la máxima especialista de su propio mal y cuando llega a la cima, cuando ya lo sabe todo, descubre con espanto que saber no es curarse y se desmorona sin remedio. Torpemente escrito, malogrado a menudo por las poses literarias que Latini se empeña en emular, hay sin embargo algo en ese delirio de saber que conmueve y sacude, quizá la puesta al desnudo de una soberanía indefensa que tiene que ver con dos fenómenos bien contemporáneos: uno es la cibercultura, fuente de las formas más intensas y demenciales de empowerment; el otro, quizá más perturbador, es la metamorfosis potencial de cualquier condición anómala en micromovimiento político.
“Buena leche”, en cambio, es más idiota pero no tiene complejos: cómoda en el fragmentarismo del blog, Lola Copacabana engalana sus entradas con subtítulos de un ingenio telegráfico y pertinentes estrofas de canciones en inglés, alterna párrafos con listas, top fives y diagramas didácticos (óptimo el de la página 212 sobre el ciclo anímico-menstrual, una de las pocas bêtes noires que parecen desvelar a la autora) y sabe cómo darle descanso a ese yo irreverente y maníaco antes de que el lector lo abofetee, un impulso que las abusivas 280 páginas del libro despiertan con frecuencia. Cielo Latini es densa, crédula, enfática; Lola es seca, epigramática y brutal. Cada una a su modo, las dos siguen empantanadas en una especie de inercia adolescente, pero mientras Cielo hereda el dark angustioso de la rojinegra Emily, siempre sombría y cabizbaja, Lola, narcisista y jovial, es más bien hija de Eloîse (la niña-flapper de Kay Thompson y Hilary Knight) y de Zoë, la protagonista de “Life without Zoë” (la New York story de Francis Ford Coppola), que vivía sola en un hotel de lujo, derretía el corazón de los botones y se afanaba por reconciliar a sus padres.
Cielo Latini tiene más ganas de ser escritora que de escribir, pero su blook está atravesado por la figura de un otro -Alejo, el amante-verdugo- que no termina de desgarrarla. Lola Copacabana escribe, escribe antes, más acá o más allá del fantasma de “ser escritora”, y es difícil no oír, no rendirse a los gemiditos de placer con que chapotea entre las palabras o las arroja contra el mundo; pero en su blook no hay nadie más que ella, nadie que le haga frente, le responda o la ponga en peligro: nadie que no sean su hija o su consolador, dos prótesis quizás eficaces pero algo limitadas.
Lo que “Abzurdah” y “Buena leche” dejan por fin en suspenso es la pregunta: ¿por qué lo que vive en una pantalla debería morir en un libro? ¿Se gana algo con la transferencia del blog al blook? La respuesta es obvia sólo para los editores, que son básicamente quienes urdieron el (trans)género. El blog no es sólo un libro en potencia; es un libro + un público; un libro leído, comentado, plebiscitado, que obtura cualquier incertidumbre o riesgo con las evidencias (cantidad de visitas, posts, comentarios, rebotes en la red, etc.) de lo que ya ha sido testeado. Para la experiencia blog, en cambio, me temo que la transubstanciación libresca quizá no valga tanto la pena. Porque todo blog que se precie, se alimenta y respira en el contexto promiscuo de internet y es siempre la combinación de un registro (el factor literario) y un tiempo real (el factor performático), la alquimia de una escritura íntima, personal, y ese presente único, bastante enigmático, en el que se exhibe y se ofrece a la lectura. En la medida en que suprime el contexto salvaje de la red y el tiempo real, ¿qué es un libro derivado de un blog sino una manufactura trivial, el merchandising anacrónico de un hit que vive rozagante y pleno en otra dimensión de la vida?.
Publicado en QuéPasa, Consorcio Periodístico de Chile S.A.
tomado de NACION APACHE
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