miércoles, 25 de diciembre de 2024

"EL SANTO DE LOS SANTOS" GEORGES PEREC (LO INFRAORDINARIO)

 




"EL SANTO DE LOS SANTOS"

 Hace mucho tiempo que la palabra «bureau» [oficina] ya no hace pensar en la bure, esa tela gruesa de lana parda con la que a veces se hacían manteles, pero que sobre todo servía para confeccionar hábitos de monje, y que sigue evocando, al menos tanto como las ropas ásperas y el cilicio, la vida rugosa y rigurosa de los trapenses o de los anacoretas. Por metonimias sucesivas hemos pasado del susodicho tapete de mesa a la mesa para escribir propiamente dicha. Después, de la mencionada mesa a la habitación en la que aquella se instala, más tarde al conjunto de los muebles que constituyen esta habitación y finalmente a las actividades que en ella se ejercen, a los poderes relacionados con ella, incluso a los servicios que allí se prestan; de este modo podemos, explorando las diversas acepciones del término francés, hablar de un «estanco» [bureau de tabacs] o de una «oficina de correos» [bureau de poste], del Deuxième Bureau, del Bureau des longitudes  , de un teatro donde se representa «à bureaux fermés », de un colegio electoral, del Politburo o, simplemente, de «oficinas», esos lugares indefinidos atestados de expedientes mal atados, de sellos, de clips, de lápices mordisqueados, de gomas que ya no borran, de sobres amarillentos donde empleados generalmente ariscos os mandan «de oficina en oficina» haciéndoos rellenar formularios, firmar registros y esperar vuestro turno. Evidentemente, aquí no estamos hablando de esas oficinas anónimas en las que se apiñan chupatintas y empleaduchos, sino de esos símbolos de poder, de omnipotencia incluso, que son las oficinas de dirección, las de los grandes de este mundo, ya sean directores de multinacionales, magnates de las finanzas, de la publicidad o del cine, potentados, maharajás o jefes de estado. En resumen, el Santo de los Santos, el lugar inaccesible para el común de los mortales donde los que en mayor o menor medida nos gobiernan se reúnen tras la triple muralla de sus secretarios, de su puerta revestida de capitonné y de su moqueta de pura lana. Para asumir las abrumadoras responsabilidades que le son propias, el grande de este mundo no necesita en realidad mucho más aparte de silencio, calma y discreción. Y espacio, quizá, para poder recorrerlo de cabo a rabo meditando profundamente. Un interfono, por supuesto, para pedirle a su secretaria que llame a Fulano, que anule la cita con Mengano, que le recuerde su almuerzo con Zutano y su Concorde de las 17 horas, que le proporcione Alka Seltzer y que mande venir a Berger; mas dos o tres sillones para las reuniones cumbre. Pero nada que recuerde la cruda realidad de la Administración o los boscosos meandros de la Burocracia: nada de máquina de escribir, de expedientes aplazados, grapadoras, botes de pegamento o manguitos de percalina (los cuales, dicho sea de paso, ya no deben de estar tan extendidos en nuestros días); porque aquí de lo que se trata es solamente de pensar, de concebir, de decidir, de negociar, y eso no tiene nada que ver con todos los trabajos subalternos que llevarán a cabo escrupulosamente fieles asalariados en los pisos inferiores. Sería por lo tanto perfectamente lícito imaginar para esos personajes de alto nivel oficinas casi vacías, y más fácilmente aún cuando los progresos vertiginosos de esta ciencia aún balbuceante que hemos bautizado con el nombre horrible de «burótica» permiten de ahora en adelante concebir oficinas sin oficinas donde todo —o casi todo — podría tratarse a partir de un teléfono y de un terminal de ordenador conectados donde sea, en un cuarto de baño, en un yate o en una cabaña de trampero en Alaska. No obstante, las oficinas de los directores generales y de otros responsables no suelen estar vacías. Pero aun cuando los muebles, aparatos, instrumentos y accesorios que albergan no siempre tienen mucho que ver con las funciones que allí se ejercen, estos obedecen sin embargo a una necesidad profunda: la de encarnar, representar al hombre que los habita y que los ha elegido como marcas propias de su estatus, de su prestigio y de su poder. Antes de ser despachos son signos, emblemas, improntas por medio de las cuales esta Very Important People pretende notificar con eficacia a sus interlocutores (y, accesoriamente, a sus colaboradores) que ellos son Very Important People y, como tales, únicos, irreemplazables y ejemplares. A partir de ahí, innumerables variaciones son posibles: entre lo rigurosamente clásico y lo sensatamente moderno, lo estricto y lo superfluo, lo monacal y el gran señor, el padre de familia y la locomotora, el aspecto americano y el chic inglés, el niño de papá y el trepa, el de cuello almidonado y el yo-también-he-sido-hippy, podríamos comenzar a esbozar toda una tipología de inteligencias superiores (o así se consideran ellas) únicamente a partir de la observación de sus despachos: ahí donde uno hará aparecer su respeto por los valores milenarios eligiendo un escritorio de marquetería y una estantería con vitrinas llena de libros finamente encuadernados, otro jugará al genio que hace experimentos, tipo Einstein, y abarrotará su espacio de sacos de boxeo, de álbumes de historietas, de naipes y de tortugas enanas; un tercero mostrará su sentido de la audacia confiando el acondicionamiento de su territorio a un diseñador italiano fanático de los suelos de basalto y de lava, y de acero anodizado mate; un cuarto hará entender que su CI es sensiblemente superior al de la media dejando caer en el suelo, como quien no quiere la cosa, algunas tesis de ergódica o de plagiología; un quinto insinuará que bien podría parecer que fue mecenas al colgar en un sitio apropiado un lienzo de Max Ernst, a menos que ponga en evidencia las medallas y diplomas obtenidos por su empresa, el retrato del abuelo fundador de la compañía o la barracuda de 71 libras que se trajo en 1976 de Santo Domingo. Hay oficinas severas y oficinas bonachonas, oficinas-laboratorio donde la encimera es una inmensa superficie de metal gris engalanada con algunos toques que hacen aparecer como por arte de magia adminículos james-bondescos; oficinas coquetas, oficinas señoriales; oficinas piadosamente anticuadas, pseudo-retro,  falsamente rococó; oficinas cargadas de años, oficinas imponentes, oficinas acogedoras, oficinas ultrafrías… Pero ya den prioridad al orden o al desorden, a lo útil o a lo efimero, a lo grandioso o al niño bueno, todas resultan para los grandes de este mundo el espacio de su poder: es desde esas oficinas de acero, de cristal o de madera exótica que los directivos lanzaron sus OPAs decisivas, que los reyes del Gruyère salieron al asalto de los magnates del bolígrafo, que los barones belgas se comieron crudos a los cerveceros bávaros, que CBS compró NBC, TWA KLM e IBM ITT… y así seguirá el mundo, y aún durante mucho, mucho tiempo, a menos que un día, desde el fondo de una de estas oficinas silenciosas y térmicamente aisladas, una mano, al tocar un pequeño botón rojo, desencadene algún acontecimiento estúpido…

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