domingo, 24 de febrero de 2019

Medios de comunicación y globalización







Medios de comunicación y globalización: tensiones de la política, las identidades y la educación 

Medios de comunicación y globalización: tensiones de la política, las identidades y la educación.

Mídia e globalização: as tensões políticas, as identidades e a educação.

Media and globalization: political tensions, identities and education.

Carlos Eduardo Valderrama H.*


* Sociólogo. Docente/Investigador del Instituto de Estudios Sociales Contemporáneos, IESCOUC (antiguo DIUC). Estudiante de doctorado del programa sobre la sociedad de información y el conocimiento de la Universidad Abierta de Cataluña (UOC). E-mail: cvalderramah@ucentral.edu.co





Apertura
Uno de los rasgos más sobresalientes de la globalización es la emergencia de actores transnacionales de diverso tipo, orden y nivel diferentes a los Estados-nación: organizaciones panregionales de carácter económico o político, organismos supranacionales que aglutinan Estados- nación en torno de diversos intereses, organizaciones no gubernamentales, confederaciones militares, oligopolios de empresa privada, etc. La configuración de complejas redes y sistemas de interacción e intercambio entre éstos, dan forma a ese conjunto de procesos de carácter planetario que cubre prácticamente todos los órdenes de las sociedades: hablamos de los procesos constitutivos de dicha globalización política, económica y cultural.
Ahora bien, uno de esos actores, complejo, ambiguo, y cada vez más significativo, son los medios de comunicación1. En las dinámicas de su propio desarrollo, los medios van generando una serie de tensiones complejas en prácticamente todos los campos de la sociedad. En este texto pretendemos abordar algunas de esas tensiones clave, especialmente en los ámbitos de la política, las identidades y la educación, todo ello en el escenario, como ya se dijo, de la globalización.
Globalización y medios
La compleja relación entre los medios y la globalización, solo es posible entenderla si contemplamos simultáneamente dos procesos no siempre claramente diferenciables entre sí: por una parte, el proceso de globalización de los medios como tal, y por otra, los procesos que hacen de los medios condición de posibilidad de la globalización.
Con respecto del primero, en su condición de industria, los medios masivos de comunicación no escapan a la lógica y a las dinámicas de las grandes corporaciones. Si bien el surgimiento de las empresas de telecomunicaciones, las agencias de noticias y las industrias del entretenimiento se inició desde una perspectiva internacional, hoy los conglomerados de estos sectores han conformado un sólido mercado mundial, se han fusionado diversificando sus frentes de producción al tiempo que se consolidan monopolios y se formalizan oligopolios, y han entrado a su vez a formar parte de los intereses de otros sectores, pues como lo afirma Thompson (1998: 213), el sector financiero ha “adquirido sustanciosos intereses en el sector de la información y la comunicación, como parte de políticas explícitas de expansión global y diversificación”.
Según Held y otros (1999: 347), desde la década del setenta las dinámicas de la globalización en términos de la liberalización de los mercados y de las regulaciones nacionales y globales de las telecomunicaciones y las industrias mediáticas ha dado lugar a cinco principales tendencias: a) el incremento en la concentración de la propiedad, b) un cambio de la propiedad pública a la propiedad privada, c) una cada vez más frecuente transnacionalización de las corporaciones mediante el establecimiento de subsidiarias o de la compra de empresas locales, d) la diversificación general de las corporaciones a través de diferentes tipos de productos mediáticos, y e) un incremento en el número de fusiones entre productores culturales, corporaciones de telecomunicaciones y empresas productoras de hardware y software2.
En relación con la segunda dimensión de nuestro acercamiento, podemos decir, junto con Thompson (1998: 200), que existe globalización “sólo cuando la creciente interconectividad de diferentes regiones y lugares se convierte en sistemática, en cierto grado recíproca, y sólo cuando el alcance de la interconectividad resulta efectivamente global”. La interconectividad resulta siendo uno, si no el más importante, de los sustratos tecnosimbólicos3 de la globalización. Y los medios de comunicación, especialmente los nuevos medios, son justamente esos agentes globales que soportan ese sustrato.
La creciente mediatización de la sociedad, agenciada gracias al desarrollo de las tecnologías de la información y la comunicación (redes satelitales, telecomunicaciones, microelectrónica, etc.), incrementa una doble condición (de vieja data) de los medios: su carácter de mediadores sociales (Martín Serrano, 1978) y de agentes de la sociedad de mercado, y su carácter de mediadores sociopolíticos a través de los usos y empoderamientos que los sujetos individuales y colectivos hacen de ellos. Existe, pues, una especie de dependencia mediática, tanto individual como colectiva en casi todos los órdenes de la vida. Junto con otras tecnologías de la comunicación y la información, los medios han pasado a ocupar un lugar central en la construcción de nuevas formas cognoscitivas y maneras de relacionarse con el mundo. Para Orozco (2001: 20), el “resultado es que en el presente milenio (y ya desde las últimas décadas del anterior), no es posible sustraerse de los medios, y los que lo hacen, o son forzados a hacerlo, afrontan incalculables costos por su exclusión…”.
Y justamente sobre esto nos interesa llamar la atención: las asimetrías relacionadas con las dinámicas de conexión-desconexión que se generan a partir de la conformación de redes mediáticas. Si partimos del supuesto de que la actual sociedad se estructura a partir de la conformación de redes, tal y como nos lo ilustran ampliamente Castells (1999), Held y otros (1999), Carnoy (2000), entre otros, un aspecto clave para el análisis y caracterización de las dinámicas relacionadas con el acceso a los bienes simbólicos en el escenario de la sociedad de la información, es la tensión conexión-desconexión. Conexión-desconexión que va más allá de los indicadores cuantitativos de acceso a los sistemas y redes de información. En efecto, tanto para la vida cotidiana de los trabajadores y las personas en general, como para los países del Tercer Mundo, esta tensión significa también el ingreso a un juego perverso de inclusión-exclusión en los diferentes escenarios: laboral, educacional, de servicios, de bienestar social, etc. Como lo dicen Held y otros, ejercicios de poder en un continente pueden afectar la dinámica diaria de cientos de miles de hogares en otros continentes, hasta el punto que, como también lo reconoce Castells (1999: 160 y ss), países enteros (los del África subsahariana, por ejemplo) queden excluidos de esa nueva dinámica económica de la globalización y la sociedad de la información que la sustenta.
Además de la concentración de poder económico, la monopolización del ámbito de la comunicación y la información lleva a la concentración del poder simbólico de manera privada y con altas desigualdades de diverso orden. El consumo de productos mediáticos en muchos países depende de la producción de pocas empresas productoras de bienes simbólicos (Thompson, 1998: 216), de tal manera que los flujos de capital simbólico son de carácter marcadamente unidireccional. Se calcula que a finales de la década pasada, entre 20 y 30 corporaciones multinacionales dominaban el mercado del entretenimiento, las noticias, la televisión, etc., logrando significativa presencia económica y cultural en todos los continentes y teniendo como base los países desarrollados, especialmente los Estados Unidos (Held y otros, 1999: 347 y ss)4. Sin duda alguna, esto ha contribuido a acrecentar lo que Aníbal Ford (2000) llama las brechas infocomunicacionales entre países, la diferenciación –en calidad y cantidad– entre los sectores sociales en el acceso a las tecnologías de la comunicación y las desventajas en el ejercicio del poder mediado por los medios.
Medios, identidades, y subjetividad
De Sousa (2003: 196 y ss), afirma que la globalización no es un fenómeno lineal, monolítico e inequívoco. Una de las contradicciones que hacen que ella tenga estas características mencionadas por el autor es la tensión entre globalización y localización, en el sentido de que los procesos de globalización se manifiestan a la par con los procesos de localización. Con respecto de lo que nos interesa, ello significa que junto a la desterritorialización e interdependencia entre relaciones sociales pertenecientes a espacios múltiples y distantes, y junto a la fragmentación de la identidad en diversas identificaciones, se generan socialidades e identidades regionales, nacionales y locales fundadas en interacciones frente a frente, de proximidad e interactividad territorial profundamente arraigadas en raíces históricas, esto es, más fundamentadas en lo que se es o en lo que se cree ser que en lo que se hace (Castells, 1999).
En una línea similar de razonamiento, Appadurai (1996) señala cómo la producción de lo local –entendido por el autor como una característica fenomenológica de lo social, como estructura de las sensibilidades, como producción ideológica de comunidades concretas o situadas, todo ello con repercusiones en la organización material–, se ve afectada por ciertas fuerzas propias de la globalización y en tensión con el proyecto moderno del Estado-nación. Así, para el autor, las comunidades (neighbourhoods) –en permanente contrapunto con las pretensiones del Estado moderno de hacer de ellas escenarios para la producción de ciudadanos obedientes– se ven tensionadas gracias a la fuerza de las nuevas formas de comunicación mediada electrónicamente, y por el surgimiento de espacios virtuales dentro de los cuales se generan nuevas formas, o se reconfiguran las existentes, de comunidad local.
En este marco de convergencia entre procesos de globalización- localización y medios de comunicación, los sujetos están re-configurando sus subjetividades en el sentido de que están re-adecuando sus nociones de tiempo y espacio (Ortiz, 1998), la frontera entre lo vivo y lo muerto (Turkle, 1997), están descubriendo-viviendo lo que Ferrés (1998) llama las lógicas de la emoción y están re-descubriendo la relación de sí mismos con la técnica (Martín-Barbero, 2004). Dos conceptos introducidos por Thompson (1998: 55-56) nos ayudan a entender estos procesos: la “historicidad mediática” y la “experiencia mediática”. Con el primero, se refiere al hecho de que “nuestra percepción del pasado, y nuestra percepción de las maneras en que el pasado afecta nuestra vida actual, depende cada vez más de una creciente reserva de formas simbólicas mediáticas”, es decir, dependen cada vez menos de “su experiencia personal, o de la experiencia personal de otros cuyas aclaraciones procedan de la interacción cara-acara”. Con el segundo, se refiere a nuestra percepción “de que el mundo existe más allá de la esfera de nuestra experiencia personal” y al hecho de “experimentar acontecimientos, observar a los otros y, en general, aprender acerca de un mundo que se extiende más allá de la esfera de nuestros encuentros cotidianos”. En este desanclaje de tiempos y espacios, los horizontes de referencia se amplían y se complejizan para la comprensión del sí mismo.
Sin embargo, lo que nos interesa resaltar es el hecho de que a la vez que se re-configuran las subjetividades, los sujetos aprenden a transitar por las comunidades de adscripción e identificación. En efecto, no podemos aceptar abstractamente el hecho del actual cuestionamiento a la identidad cartesiana y la constatación de las múltiples pertenencias identitarias del sujeto contemporáneo, sin comprender y aceptar que esas múltiples comunidades de adscripción operan de manera muy diferente y exigen lógicas de legitimación de pertenencia bien diferentes. Las comunidades creadas en el escenario de la WWW, por ejemplo, son, en palabras de Kerckhove (2002), “just-intime communities”, hechas por conexión de personas con intereses y metas comunes que coinciden en tiempo y espacios virtuales –que no geográficos–, comunidades que pueden ser efímeras pero que no por esto dejan de ser significativas. Diferentes son las comunidades que crean los canales de televisión especializados, en las cuales las personas no necesariamente están interconectadas, aunque sí deban coincidir en tiempos y relativamente en los espacios. Por supuesto, diferentes son las comunidades “tradicionales” (cara a cara o mediadas institucionalmente por partidos políticos o por iglesias). Con ello, lo que en última instancia queremos decir, es que el sujeto contemporáneo tiene que vérselas con diferentes maneras de vivir juntos, con diferentes maneras de ejercer la ciudadanía, o por lo menos con múltiples posibilidades de ejercerla más allá de los espacios tradicionales de la política.
Medios y política
La idea actual de lo público, y por consiguiente la idea y la práctica de la actuación pública, está asociada a varios cambios estructurales y culturales de la sociedad contemporánea como los que mencionamos anteriormente. Uno de ellos tiene que ver con la noción de esfera pública. De acuerdo con Keane (1997: 57 y ss), hoy no existe como una esfera pública unificada sino “un complejo mosaico de esferas públicas de diversos tamaños, que se traslapan e interconectan y que nos obligan a reconsiderar radicalmente nuestros conceptos sobre la vida pública…”.
En efecto, para el autor existen tres niveles ideales de esfera pública: a) la microesfera pública, que se presenta en el ámbito del sub-Estadonación, b) la mesoesfera pública y, c) la macroesfera pública. Este último nivel corresponde a los macropúblicos conformados por millones de ciudadanos y tiene como escenario tanto las regiones como el planeta entero. Volkmer (2004) ha descrito cómo la nueva condición de la comunicación global, y especialmente la presencia de la WWW, ha generado una esfera pública global y autónoma, en la cual se reconfigura la información política, se ejerce cierta soberanía en la medida en que no obedece directamente a las regulaciones estatales, emerge una suerte de integración vertical entre los diferentes medios de comunicación, se provee información política entre las partes más alejadas del planeta. Para Keane (1997: 64), los “macropúblicos conformados por millones de ciudadanos son el resultado (no intencional) de la concentración internacional de las empresas de comunicación masiva, que antes eran detentadas y operadas en el espacio del Estado-nación”.
Para el caso de las esferas meso y micropúblicas, los diarios, las radiodifusoras y la televisión regionales y locales crean también sus propios públicos en el marco tanto del Estado- nación como en el de los ámbitos propiamente locales.
Sin embargo, la relación entre lo público y los medios de comunicación y las nuevas tecnologías de la comunicación y la información no se reduce a la mediación instrumental que ellos realizan. En efecto, los medios de comunicación no actúan sólo como vehículos de información o como escenarios pasivos del debate público. Una permanente tensión entre fuerzas hegemónicas y contrahegemónicas configura finalmente ese espacio o esfera pública en donde se da esa relación tan controvertida entre los medios y la política. Brevemente nos queremos referir a cuatro de esas tensiones, las cuales tienen que ver con las dimensiones espacial, ideológica, teleológica y participativa.
Espacialmente5 la tensión se genera entre los medios considerados y usados como un mero escenario o instrumentos burdos de lo público y una idea mucho más compleja de ellos, con la cual se les considera a la vez como actores políticos y como mediadores de matrices simbólicas de las dinámicas políticas y el ejercicio del poder. En efecto, como escenario y como instrumentos, con los medios se configuran espacios de exclusión y se construyen públicos para el espectáculo que, a través de la pantomima, despoja aquello que de público tiene el ejercicio de la política; y por otro lado, dependiendo de las correlaciones de fuerza, las fisuras, los juegos de intereses de diverso orden, los espacios mediáticos –especialmente los que se generan a partir de los medios locales y las redes y comunidades virtuales– se pueden transformar en condiciones y ambientes comunicativos de la actuación pública y del ejercicio político, es decir, en la dimensión verdaderamente comunicativa de la esfera pública. Es en esta tensión en donde se da, como dice Jesús Martín-Barbero (2000: 76), un desdoblamiento entre lo público y el público.
Ideológicamente, lo público se juega entre la opinión y la posición individual o colectiva. Siguiendo al autor anteriormente citado, la “opinión pública que los medios fabrican con sus sondeos y encuestas tiene así cada vez menos de debate y de crítica ciudadanos y más de simulacro: sondeada, la sociedad civil pierde su heterogeneidad y su espesor conflictivo para reducirse a una existencia estadística”6. Por otra parte, aunque nuestra perspectiva sobre los medios va más allá de considerarlos como meros instrumentos de transporte de información, no por ello se debe desconocer esta condición, y menos su capacidad de “fabricar” informaciones con fines políticos.
Esto justamente se halla en el corazón de lo que Chomsky (2004) llama la “fabricación del consenso” por parte de los medios, en clara alusión a los planteamientos de Walter Lippman sobre el papel que deben cumplir los medios y la elite político-académica frente al “rebaño desconcertado” que representa la gran masa de la población. La opinión pública así fabricada y así conducida no deja que la gran mayoría de la sociedad civil pueda trascender el plano de la doxa, el plano de un Sí-No-Ns/Nr, y pueda expresar su posición ética y política. Por otro lado, opiniones individuales, gracias a la magia de la manipulación estadística, se presentan como colectivas, de tal manera que lo colectivo resulta siendo una sumatoria de opiniones restringidas –restringidas por quien elabora la pregunta y la interpreta–, de individuos que nunca entraron en diálogo, que nunca construyeron su opinión colectivamente, públicamente.
Teleológicamente, la tensión está entre el interés privado, egoísta, y lo que los teóricos de la ciudadanía llaman el bien común; cuando los medios permiten, con la debida apertura de tiempos y espacios, la expresión de posiciones éticas y políticas, éstas corresponden principalmente a las esferas privadas, al interés privado: generalmente son los gremios económicos los que se pronuncian, argumentan y defienden sus intereses a nombre de un supuesto interés común y público. En definitiva, la concentración monopólica en general, y de los medios en particular, lleva también al ejercicio autoritario del poder político, a través de la fabricación de la información, la fabricación de la opinión “pública” y la generación de supuestos consensos que pretenden manipular dinámicas políticas tanto en el interior de los países como en las relaciones internacionales. Finalmente, la última tensión se da entre el simulacro y la participación ciudadana. Por un lado, la “participación” hueca, vacía de sentido que se propicia a través de las líneas telefónicas, correos electrónicos y chats abiertos, y de otro, en medio de la puja de los intereses económicos y privados de y en los medios masivos, aquellos espacios de canales, emisoras o impresos –a veces, si no comunitarios, sí con una filosofía parecida–, que generan ciertos escenarios de participación, de reivindicación, de exigencia y de resistencia. Escenarios estos en donde se configuran algunas de las nuevas formas de hacer política, pues como lo plantea Martín-Barbero (2002b: 314), más que sustituir, los medios han “entrado a constituir, a hacer parte de la trama de los discursos y de la acción política misma, ya que lo que esa mediación produce es la densificación de las dimensiones simbólicas, rituales y teatrales que siempre tuvo la política”7.
Medios y educación
Podemos decir que todo lo anterior nos lleva a plantearnos una serie de interrogantes que se concentran en torno de la pregunta por la formación del sujeto en general y por la formación del sujeto político –ciudadano– en particular. Los retos educativos en este escenario de la globalización y con ella la globalización de la comunicación y de los medios, tienen que ver con al menos tres grandes puntos:
1. Es indudable que el saber ha adquirido un nuevo estatuto (Martín- Barbero, 2003). Nuevas narrativas sobre y del conocimiento aparecen en el escenario. El sentido tradicional de la educación y la pedagogía, que consideraba al conocimiento como un conjunto de saberes acumulativos, estáticos e inmodificables, es hoy seriamente cuestionado. La transmisión del saber o de la información hoy no es suficiente para atender los retos de una sociedad en la cual circula una gran masa de información, a altísimas velocidades y con una muy rápida obsolescencia. Uno de los retos que según Castells (2001: 307-308) tenemos planteados con respecto de la actual sociedad está relacionado con la capacidad de procesar información y generar conocimientos. De esta manera, entender la educación como la “adquisición de la capacidad intelectual necesaria para aprender a aprender durante toda la vida, obteniendo información digitalmente almacenada, recombinándola y utilizándola para producir conocimientos para el objetivo deseado en cada momento”, se convierte en un elemento clave para todas las sociedades. Así entendida la educación, continúa Castells, se pone en tela de juicio todo el sistema educativo desarrollado en la era industrial.
En este sentido, el reto es tanto pedagógico como político. Pedagógico, porque asumir ese nuevo estatuto del saber implica generar prácticas pedagógicas que resignifiquen y actualicen, en primer lugar, postulados de la pedagogía que abogan por reconocer que el sujeto pedagógico es un sujeto activo, que posee saberes construidos a partir de sus experiencias cotidianas y que tiene un infinito potencial creativo; en segundo lugar, que consideren al conjunto de saberes como algo dinámico y en permanente renovación; y finalmente, que consideren que la construcción y producción de saberes es un proceso tanto individual como colectivo, en el cual es necesario generar espacios tanto de trabajo personal como de trabajo en equipo.
Y político, porque justamente ese papel y esa dinámica de la información y el conocimiento en la sociedad actual, son también escenarios de una nueva forma de desigualdad social que se fundamenta no ya en la relación laboral de explotación sino en la exclusión misma de los procesos de producción (de Sousa, 2003; Tedesco, 1999). En efecto, en la base de las desigualdades y las injusticias de nuevo cuño se encuentran procesos de exclusión basados tanto en las capacidades cognoscitivas para procesar información como en el acceso mismo a la información y al conocimiento. ¿Qué pueden hacer entonces los sistemas educativos al respecto? ¿cuáles serían las políticas públicas de la educación que permitan afrontar estas nuevas realidades?
2. Debemos anotar que los desarrollos tecnológicos han incrementado considerablemente la capacidad de transporte y manipulación de información por parte de los medios, lo cual los hace estratégicos en aquello que Moore (2002) consideró como lo verdaderamente importante en la sociedad actual: la conversión de la información en conocimiento.
Por lo anterior, es claro que uno de los principales retos es la formación o el desarrollo de ciertas competencias –cognitivas, comunicativas, sensibles, culturales– para actuar no sólo profesionalmente en la era de la información sino para generar un verdadero empoderamiento. Una de ellas es la alfabetización en otros lenguajes diferentes al escrito. Nos referimos especialmente al lenguaje audiovisual y al hipertexto. En efecto, hoy la información que circula y que es susceptible de transformarse en saberes específicos se expresa a través de múltiples lenguajes, muchos de ellos diferentes al escrito. Hoy, más que los mismos docentes, los/as niños/ as y los/as jóvenes poseen en la mayoría de los casos más habilidad y sensibilidad para decodificar e interpretar la información que circula por los medios masivos de comunicación y las nuevas tecnologías de la información, pero quizá les falta competencias para asumirla críticamente y trabajarla comprensivamente. Pero esta alfabetización no se refiere únicamente al ejercicio decodificador, ciertamente muy importante para asumir críticamente la gran masa de información que circula por los diferentes medios y bajo diferentes formatos. Se trata también de poseer las competencias para producir información y como lo ha dicho Castells “convertirla” en saber social y culturalmente productivo. En términos de Appadurai (1996), producir críticamente saber local, conocimiento local.
3. Finalmente, el último reto se refiere a la formación de sujetos que quieran y sepan dialogar con lo otro, con lo diferente. Mowlana (1996) afirma que aunque el muro de Berlín haya caído, las barreras étnicas están emergiendo y los conflictos fundamentales continuarán modelando las relaciones globales, que con el fin de la guerra fría, el sistema internacional se está reorientando a partir de la oposición de dos tendencias: el incremento del nacionalismo y el renaciente universalismo, y que si en el pasado, los eruditos en relaciones internacionales y en comunicación internacional consideraban que la cultura, la etnicidad y la religión jugaban pequeños papeles y más bien el lugar importante lo ocupaban el poder político, las relaciones de poder, la economía política y la toma de decisiones racionales, hoy estos aspectos se han convertido en ejes clave. En este sentido, el reto para los sistemas educativos es formar sujetos que tanto desde el punto de vista comunicativo, como en lo que se refiere a los saberes, a la capacidad de aprender a aprender, como en lo atinente a la constitución moral, estén preparados para asumir el reto de vivir juntos en medio de la diversidad cultural que caracteriza a la sociedad de la comunicación, la información y el conocimiento.
Por ello, la formación del sujeto en general y del sujeto político –ciudadano– en particular adquiere nuevos sentidos que el sistema educativo tradicional no puede cumplir. Primero, una esfera pública global implica un ejercicio de la participación cualitativamente diferente, con horizontes de referencia más amplios, con criterios que integren la tensión entre lo local y lo global, para lo cual la institución escolar debe abrir sus puertas a ese nuevo escenario y no continuar encerrada en la repetición de prácticas y saberes descontextualizados.
Segundo, esa esfera pública, y los nuevos escenarios de lo político, requieren un sujeto autónomo y crítico; para ello la escuela debe superar las pedagogías tradicionales fundamentalmente organizadas en la transmisión del saber y en la guía del maestro/ a. Tercero, los nuevos entornos de construcción de las subjetividades pasan por escenarios que poseen una alta densidad comunicativa8; el reto que aquí se plantea es el de reconocer ese hecho, pero no como un algo meramente formal, sino como una práctica real y democrática: aceptar activamente que los/as jóvenes tienen otras competencias, otras formas de comunicación y entendimiento del y con el mundo. Desde el punto de vista comunicativo, ello significa que la escuela debe propiciar que los actores educativos (los/as niños y los/as jóvenes, docentes, padresmadres) puedan expresar las múltiples maneras de ser joven o niño, docente o padre-madre, que puedan expresar la manera –o maneras– como ven el mundo, su mundo, que puedan tener otros recursos, otros sistemas de expresión, otros lenguajes diferentes al de la escritura y al de la verbalización. Finalmente, todo lo anterior pasa por una re-significación de los presupuestos, las éticas y los sentidos últimos de las políticas públicas en educación, de tal manera que efectivamente los sistemas educativos permitan generar entornos en los cuales podamos construirnos como humanos en un mundo justo y equitativo.


Citas
1 La progresiva convergencia entre sistemas análogos y digitales en el ámbito de la comunicación, hace cada vez más difícil que podamos distinguir tajantemente entre los viejos medios y los denominados nuevos medios (Internet, prensa y radio digitales, portales de canales de T.V.). Por esta razón, en este artículo vamos a referirnos indistintamente a ellos bajo el concepto genérico de medios de comunicación, aunque en algún momento podamos hacer la distinción.
2 Véase también a este respecto Ford (2000) y Ramonet (2004).
3 Entendemos por sustrato tecnosimbólico el conjunto de condiciones económicas, técnicas, tecnológicas, político-institucionales y culturales que permiten la configuración del tejido social y la interacción entre los diferentes agentes sociales.
4 Martín Barbero (2003: 10), refiriéndose a las megacorporaciones, dice que “…ya son sólo siete las que dominan el mercado mundial: AOL-Time Warner, Disney, Sony, News Corporation, Viacom y Bertelsmann…”
5 No podemos entender la idea de lo público, y de esfera pública en particular, sin relacionarla con la idea de espacio. Sin embargo, hoy tenemos que recurrir a una noción de espacio que supere su referente geográfico como lugar, especialmente la idea de territorio vinculado al Estado-nación, y nos permita aprehender una idea de espacio hecha de trozos y convergencias, o como dice Renato Ortiz (1998: 34), “un conjunto de planos atravesados por procesos sociales diferenciados”.
6 Cursiva del autor.
7 Cursivas del autor
8 Entendemos por densidad comunicativa la circulación de una gran masa de saberes a altísimas velocidades, la semiotización de la vida cotidiana, y las mediaciones que establecen las tecnologías de la comunicación y la información en la construcción de subjetividades. En el ámbito escolar, esta densidad se puede caracterizar desde tres dimensiones: convergencia de múltiples lenguajes, convergencia de diferentes medios de comunicación y convergencia de múltiples sentidos generados a partir de la diversidad de saberes y de informaciones que circulan en la institución escolar (Valderrama, 2004).5 No podemos entender la idea de lo público, y de esfera pública en particular, sin relacionarla con la idea de espacio. Sin embargo, hoy tenemos que recurrir a una noción de espacio que supere su referente geográfico como lugar, especialmente la idea de territorio vinculado al Estado-nación, y nos permita aprehender una idea de espacio hecha de trozos y convergencias, o como dice Renato Ortiz (1998: 34), “un conjunto de planos atravesados por procesos sociales diferenciados”.


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lunes, 18 de febrero de 2019

La evolución del lenguaje: una perspectiva biolingüística. Entrevista


La evolución del lenguaje: una perspectiva biolingüística. 
Entrevista: Noam Chomsky




En la búsqueda científica hacia la comprensión del ser humano, el lenguaje resulta crucial, y lo es por tanto para desvelar los misterios de la naturaleza humana. En la siguiente entrevista a Noam Chomsky, el académico que por sí solo revolucionó la lingüística moderna, se trata la evolución del lenguaje y se expone una perspectiva biolingüística (la idea de que el lenguaje humano representa el estadio del algún componente de la mente). Este es un planteamiento que todavía desconcierta a muchos no expertos, muchos de los cuales han intentado refutar la teoría sobre el lenguaje desarrollada por Chomsky sin comprenderla realmente.
El periodista y escritor reaccionario Tom Wolfe ha sido el último en hacerlo con la publicación de su nuevo y ridículo libro The Kingdom of Speech (El reino del habla), en el que intenta desmontar las teorías de Charles Darwin y Noam Chomsky con comentarios sarcásticos e ignorantes, atacando sus personalidades y expresando un profundo odio a la izquierda. De hecho, este libro tan publicitado no solo demuestra una ignorancia tremenda sobre la evolución en general y el campo de la lingüística en particular, sino que también pretende dar una imagen maléfica de Noam Chomsky (por motivo de sus constantes e implacables denuncias sobre los crímenes de los EE. UU. en el ejercicio de su política exterior y otros desafíos al statu quo). [La entrevista la realizó C. J. Polychroniou, un politólogo y economista que ha enseñado y trabajado en universidades y centros de estudio de Europa y los EE. UU.]
C. J. Polychroniou: Noam, en un libro publicado recientemente junto con Robert C. Berwick [¿Por qué solo nosotros?: Evolución y lenguaje, Kairós (2016)], abordas la cuestión de la evolución del lenguaje desde una perspectiva que sitúa a la misma en tanto que parte del mundo biológico. Ese fue también el tema de tu discurso en la conferencia internacional de Física celebrada este mes en Italia, y parece que la comunidad científica muestra un mayor reconocimiento y una comprensión más sutil de tu teoría sobre la adquisición del lenguaje que la mayor parte de los investigadores sociales, los cuales parecen tener importantes reservas en relación a la biología y la idea de la naturaleza humana en general. En realidad, ¿no es cierto que la cuestión de la habilidad específica del ser humano para adquirir cualquier idioma ha sido un asunto de especial interés para la comunidad científica moderna desde los tiempos de Galileo?
Noam Chomsky: Sí que es cierto. Al término de la revolución científica moderna, Galileo y los científicos y filósofos del monasterio de Port-Royal plantearon un desafío para aquellos que se hacen preguntas sobre la naturaleza del lenguaje humano; un desafío que tan solo había sido reconocido hasta que se retomó a mediados del siglo XX para convertirse en la principal preocupación de buena parte del estudio sobre el lenguaje. Para resumir, me referiré a él como el Desafío de Galileo. A estos grandes padres de la ciencia moderna les asombraba que el lenguaje permitiese al ser humano (cito textualmente) construir “con 25 o 30 sonidos, una variedad infinita de expresiones que, a pesar de que no se parezcan en absoluto a lo que pasa por nuestro pensamiento, consiguen desvelar todos los secretos de nuestras mentes y hace inteligible para los demás lo que imaginamos y todos los diversos movimientos de nuestra alma”.

Podemos ver ya que el Desafío de Galileo requiere ciertas reservas, pero es algo muy real y debería, en mi opinión, ser reconocido como uno de las perspectivas más profundas en la rica historia de la investigación científica sobre el lenguaje y la mente de los últimos 2.500 años.
Pero el Desafío no se había abandonado totalmente. Para Descartes, en torno a la misma época, la capacidad humana para usar el lenguaje de manera ilimitada y apropiada constituía el fundamento primario de su postulado que concibe la mente como un principio creativo. Años más tarde, se da cierto reconocimiento del lenguaje como actividad creativa que implica “un uso infinito de unos medios finitos”, según lo formuló Wilhelm von Humboldt, y proporciona “señales audibles para el pensamiento”, en las palabras del lingüista William Dwight Whitney, hace un siglo. También ha habido cierta conciencia sobre el carácter único y propio de esta capacidad humana (la característica más sorprendente de este curioso organismo y la base de sus notables hazañas). Pero, al respecto, poco era lo que se decía.
Pero, ¿por qué motivo no es hasta bien entrado el siglo XX que se retoma la perspectiva del lenguaje como una capacidad propia de la especie humana?
Hay una buena razón por la que este planteamiento se debilita hasta mediados del siglo XX: no había las herramientas intelectuales que permitiesen formular el problema de manera suficientemente clara como para abordarlo con seriedad. Esta situación cambia con el trabajo de Alan Turing y otros grandes matemáticos que establecieron la teoría general de la computabilidad sobre una base sólida, mostrando cómo un objeto finito como el cerebro puede generar una variedad infinita de expresiones. Después, se hizo posible, por primera vez, tratar al menos parte del Desafío de Galileo de manera directa (a pesar de que, desgraciadamente, toda la historia anterior, como los avances de Galileo y Descartes en el campo de la filosofía del lenguaje o la Gramática de Port-Royal de Antoine Arnauld y Claude Lancelot, les era desconocida).
Con estas herramientas intelectuales al alcance, se hace posible formular lo que podríamos llamar la Propiedad básica del ser humano: la facultad del lenguaje proporciona medios para construir una variedad infinita de expresiones estructuradas, cada una de las cuales posee una interpretación semántica que expresa un pensamiento y se puede exteriorizar de modo sensorial. El conjunto infinito de objetos interpretados semánticamente constituye lo que se ha dado en llamar el “lenguaje del pensamiento”: el sistema cognitivo que recibe expresiones lingüísticas que pasan al razonamiento, la deducción, la previsión y otros procesos mentales y que, al exteriorizarse, pueden ser empleadas para la comunicación y otras interacciones sociales. En mayor medida, el uso del lenguaje es interno (pensar en lenguaje).
¿Podrías desarrollar el concepto de lenguaje interno?
Ahora sabemos que, aunque el habla es la forma común de exteriorización senso-motriz, también puede ser un símbolo o una sensación física, lo cual implica reformular ligeramente el Desafío de Galileo. Este requisito fundamental tiene que ver con el modo en que el desafío está expuesto, que es en términos de producción de expresiones. Formulado así, el Desafío pasa por alto algunos conceptos básicos. La producción, como la percepción, accede al lenguaje interno, pero no se puede identificar con él. Debemos distinguir el sistema interno de conocimiento de las acciones que acceden a él. La teoría de la computabilidad nos permite establecer esa distinción, que es sustancial y común en otros ámbitos.
Piensa, por ejemplo, en la competencia aritmética humana. Cuando se trata de estudiarla, se distingue normalmente ente el sistema interno de razonamiento y las acciones que acceden a él, como la multiplicación de números en nuestra mente, una acción que implica diversos factores que van más allá del pensamiento intrínseco, como los límites de la memoria. Lo mismo sucede con el lenguaje. La producción y la percepción acceden al lenguaje interno pero conllevan otros factores, como la memoria a corto plazo. Estas ideas empezaron a estudiarse con atención en los primeros momentos en que se tomó el Desafío de Galileo, ahora reformulado con el lenguaje interno en el centro de la cuestión, en tanto que sistema cognitivo al que acceden la producción y percepción reales.
¿Significa esto que hemos resuelto el misterio del lenguaje interno? El propio concepto todavía es cuestionado en algunos ámbitos, a pesar de que, aparentemente, haya una amplia aprobación por parte de la mayoría de la comunidad científica.
Se han dado importantes progresos en entender la naturaleza del lenguaje interno, pero su uso libremente creativo todavía es un misterio. Y ello no sorprende. En un estudio reciente y vanguardista que trata casos más simples de acción voluntaria, dos grandes estudiosos de la neurociencia, Emilio Bizzi y Robert Ajemian, mantienen que hemos empezado a conocer algunas cosas sobre la marioneta y los hilos, pero el titiritero permanece envuelto en misterio. Esto es todavía más cierto cuando se trata de actos tan creativos y de uso diario como el lenguaje; la única capacidad humana que ha asombrado a los fundadores de la ciencia moderna.
A la hora de formular la Propiedad Básica, asumimos que la facultad del lenguaje es compartida entre los humanos. Esta es una idea que parece estar sólidamente asentada. No se conocen diferentes grupos en la capacidad lingüística y las variaciones a nivel individual son marginales. De manera general, las variaciones genéticas entre humanos son bastante escasas, lo cual no resulta sorprendente si tenemos en cuenta los recientes y comunes orígenes de los mismos.
La tarea fundamental del estudio sobre el lenguaje es determinar la naturaleza de la Propiedad Básica: el legado genético que subyace a la capacidad lingüística. En la medida en que se consiga comprender sus propiedades, podremos investigar los lenguajes internos particulares, todos ellos ejemplos de la Propiedad Básica, del mismo modo que cada sistema visual individual es un ejemplo de la facultad humana de la visión. Podemos estudiar cómo se adquieren y se emplean los lenguajes internos, cómo se desarrolla el lenguaje, sus fundamentos genéticos y los modos en que operan en el cerebro humano. Este programa general de investigación se ha llamado Programa biolingüístico. La teoría de la facultad lingüística sobre base genética se llama Gramática Universal y la teoría del lenguaje individual se llama Gramática Generativa.
Pero los idiomas varían enormemente de unos a otros. ¿Cuál es la relación entre la Gramática Generativa y la Gramática Universal?
Las lenguas parecen extremadamente complejas y radicalmente diferentes entre ellas. De hecho, hace 60 años, existía la creencia entre lingüistas profesionales de que los idiomas podrían variar de manera arbitraria y cada uno debe ser estudiado sin prejuicios. La misma visión se tenía en aquella época sobre los organismos en general. Muchos biólogos estarían de acuerdo con la conclusión del biólogo molecular Gunther Stent de que la variabilidad de organismos es tan libre como para constituir casi “una infinitud de particulares que deben tratarse caso por caso”. Cuando la comprensión es mínima, tendemos a ver una variedad y complejidad extremas.
No obstante, se ha aprendido mucho desde entonces. Desde el punto de vista de la biología, se reconoce ahora que la variedad de formas de vida es limitada, tanto que la hipótesis de un “genoma universal” ya ha dado serios avances. Mi impresión es que la lingüística ha seguido un camino similar, y defenderé esa postura científica con respecto al estudio del lenguaje en nuestros días.
La Propiedad Básica concibe el idioma como un sistema computacional, por lo que cabe esperar que se observen las condiciones generales para la eficiencia computacional. Un sistema así consiste en una serie de elementos atómicos y reglas para la creación de elementos más complejos. Para la creación del lenguaje del pensamiento, los elementos atómicos son como las palabras, pero no son palabras; para cada idioma, este elemento es el léxico. Comúnmente, las unidades léxicas son percibidas como productos culturales, que varían enormemente con la experiencia y que se vinculan con entidades exteriores a la mente (objetos que están completamente fuera de nuestro cerebro, como un árbol al otro lado de una ventana). Esta premisa se puede observar en el título de algunas obras básicas, como el influyente estudio de W. V. Quine Palabra y objeto. Si lo examinamos con mayor cuidado, descubriremos una imagen muy diferente y que plantea numerosos misterios. Pero dejemos eso por un momento, y hablemos del proceso computacional.
Evidentemente, trataremos de encontrar el proceso computacional más simple y coherente con la información relativa al lenguaje, por motivos que son implícitos dado el objetivo fundamental de la investigación científica. Hace tiempo que se reconoce que la simplicidad en la teoría conduce directamente a una mayor profundidad explicativa. Una versión más concreta de esta búsqueda de la comprensión la encontramos gracias a una conocida máxima de Galileo que ha servido de guía para la ciencia desde los tiempos modernos: la naturaleza es simple y es tarea de los científicos demostrarlo, desde el movimiento de los planetas, hasta el vuelo de un águila, el funcionamiento interno de una célula o el desarrollo del lenguaje en el cerebro de un niño. Pero la lingüística posee una motivación adicional propia para tratar de buscar la teoría más simple. Esta ciencia debe enfrentarse al problema de la adaptabilidad evolutiva. No  se sabe mucho sobre la evolución del humano moderno, pero los pocos hechos que están consolidados, y otros que se han dado a conocer recientemente, son muy sugerentes y se ajustan a la conclusión de que la facultad del lenguaje es casi óptima para un sistema computacional, lo cual es el objetivo al que deberíamos aspirar, sobre la base de fundamentos puramente metodológicos.
¿Existía el lenguaje antes de la aparición del Homo sapiens?
Una realidad que parece completamente consolidada es, como ya he dicho, que la facultad del lenguaje es una capacidad propia de la especie humana que se muestra invariable en diferentes grupos humanos (y, además, atendiendo a sus características esenciales, única en el ser humano). Se desprende de ello que esta facultad apenas ha evolucionado desde que los grupos humanos se separaron unos de otros. Estudios en torno a la genómica publicados recientemente sitúan ese momento no mucho después de la aparición del humano anatómicamente moderno, hace 200.000 años aproximadamente, quizás 50.000 años más tarde, cuando el grupo San de África se separó de otros humanos. Algunas pruebas indican que podría incluso haber sido algo antes. No existe indicio de algo similar al lenguaje humano o de actividades simbólicas antes de la aparición de los seres humanos modernos, el Homo sapiens sapiens. Esto nos lleva a pensar que la facultad del lenguaje aparece junto con el ser humano moderno, o no mucho después (un momento muy breve en la historia de la evolución). Y  por consiguiente, la Propiedad Básica debería ser de gran sencillez. Esta conclusión se adapta a los descubrimientos llevados a cabo en los últimos años en torno a la naturaleza del lenguaje, lo cual supone una convergencia bien recibida.
Los descubrimientos sobre la temprana separación de los pueblos San son altamente sugerentes, ya que estos poseen lenguajes exteriorizados que son significativamente diferentes. A pesar de las pequeñas excepciones, sus idiomas son el mismo lenguaje con chasquidos fonéticos y correspondientes adaptaciones en el tracto vocal. La explicación más plausible para estos hechos, tal como ha sido expuesta y desarrollada por el lingüista holandés Riny Huijbregts, es que la tenencia del lenguaje interno es anterior a la separación de estos grupos, que a su vez precedió a la exteriorización, la cual se dio de manera diferente en los distintos grupos. La exteriorización parece estar asociada a las primeras señales de comportamiento simbólico, según los estudios arqueológicos, tras la separación. Si tenemos en cuenta todas estas observaciones, parece que nos acercamos a un punto en la búsqueda de la comprensión en el que las razones de la evolución del lenguaje se puedan exponer de maneras que hasta hace poco tiempo eran inimaginables.
¿Cuándo se hacen evidentes las propiedades universales del lenguaje?
Las propiedades universales del lenguaje comenzaron a evidenciarse tan pronto como se empezó a avanzar en la construcción de las gramáticas generativas, incluidas aquellas que eran muy simples pero nunca se habían advertido y que son bastante sorprendentes (un fenómeno común en la historia de las ciencias naturales). Una de estas propiedades es su dependencia estructural: las reglas que producen el lenguaje del pensamiento atienden solamente a propiedades estructurales y no adopta propiedades de la señal exteriorizada, ni siquiera propiedades muy sencillas como el orden lineal.
Para mostrarlo, pensemos en la oración “los pájaros que vuelan instintivamente nadan”. Tiene un significado ambiguo: el adverbio instintivamente puede estar vinculado al verbo anterior (vuelan instintivamente) o al siguiente (instintivamente nadan). Supongamos ahora que extraemos el adverbio de la frase y formamos la oración “instintivamente, los pájaros que vuelan nadan”. Así se resuelve la ambigüedad: el adverbio se interpreta vinculándolo con el verbo nadar, más lejano teniendo en cuenta el orden lineal, pero más cercano estructuralmente, y no con el verbo volar, que es más cercano según el orden lineal pero más lejano en términos de estructura. La única interpretación posible (los pájaros nadan) es la antinatural, pero no importa. Las normas se aplican necesariamente, independientemente del significado o del hecho. Lo que resulta asombroso es que las normas pasan por encima del simple cálculo de distancia lineal y siguen un cálculo mucho más complejo de distancia estructural.
La dependencia estructural está presente en todos los idiomas, lo cual es algo muy sorprendente. Además, se sabe sin necesidad de pruebas de peso, ya que se muestra evidente como en el caso que acabo de emplear y muchos otros. Algunos experimentos muestran que los niños pueden entender el carácter estructuralmente dependiente del lenguaje tan pronto como se puede comprobar, en torno a los tres años de edad, y no cometer errores (sin, por supuesto, que se les haya enseñado). Podemos estar seguros, por lo tanto, de que la dependencia estructural se deriva de los principios de la Gramática Universal que se encuentran en las propias raíces de la facultad humana del lenguaje. Existen indicios que soportan la teoría de que la dependencia estructural es un verdadero universal lingüístico, primariamente vinculado al diseño del lenguaje. Un estudio realizado en Milán hace una década por Andrea Moro mostró que los idiomas inventados que observan el principio de la dependencia estructural provocan la activación normal de las áreas del cerebro relacionadas con el lenguaje, mientras que otros sistemas más simples que emplean el orden lineal, sin mantener el principio estructural, causan una activación más difusa, lo cual indica que los sujetos de estudio trataban esos idiomas como rompecabezas y no como lenguaje. Resultados similares se desprendieron del estudio realizado por Neil Smith y Ianthi Tsimpli en torno a un sujeto deficiente a nivel cognitivo pero especialmente dotado a nivel lingüístico. También dieron en señalar una interesante observación que supone que las personas con capacidades cognitivas medias pueden resolver un problema si se les presenta como un rompecabezas, pero no si se les presenta como un idioma, presumiblemente activando la facultad del lenguaje.
La única conclusión posible, por lo tanto, es que la dependencia estructural es una característica propia de la facultad del lenguaje; un elemento de la Propiedad Básica. ¿Pero por qué es así? Solo hay una respuesta posible y, afortunadamente, es la respuesta que buscamos por razones generales: las operaciones computacionales del lenguaje son las más simples posible. De nuevo, ese es el resultado que esperamos obtener sobre una base metodológica y a la luz de las pruebas sobre la evolución del lenguaje que ya hemos mencionado.
¿Qué sucede con la llamada doctrina representacional del lenguaje? ¿Qué la hace una mala idea para aplicarla al lenguaje humano?
Como ya he dicho, el punto de vista convencional es que los elementos atómicos del lenguaje son productos culturales y que los más básicos (aquellos que se emplean para referirse al mundo) están asociados a entidades exteriores a la mente. Esta doctrina representacional fue adoptada casi universalmente en los tiempos modernos y parece servir asimismo para la comunicación animal: la llamada de un mono, por ejemplo, está asociada a eventos físicos específicos. Pero es rotundamente falsa para el caso del lenguaje humano, tal como se reconoció ya en la Grecia clásica.
Para mostrarlo, tomemos el primer caso de discusión en la filosofía pre-socrática, el problema de Heráclito: ¿Cómo se puede cruzar dos veces el mismo río? En otras palabras, ¿por qué dos apariencias se entienden como dos estadios del mismo río? Los filósofos contemporáneos sugirieron que el problema se soluciona si entendemos el río como un objeto de cuatro dimensiones. Pero así, sólo se conseguía reformular el problema: ¿por qué este objeto y no otro diferente, o ninguno?
Cuando atendemos a esta cuestión, abundan los enigmas. Supongamos que invertimos el curso del río. Todavía es el mismo río. Imaginemos que el producto que fluye es un 95% arsénico por culpa de las fugas de una empresa situada río arriba. Todavía es el mismo río. Lo mismo contestaríamos si imaginásemos otros cambios radicales del objeto. Por otro lado, con cambios sutiles ya dejaría de ser un río. Si en sus márgenes se construyen unas barreras y se emplea para el tránsito de petroleros, ya no es un río, sino un canal. Si su superficie sufriese un cambio y se endureciese, si se pintase una línea en medio y se emplease para ir a la ciudad cada día, entonces sería una autovía y no un río. Bien pensado, descubrimos que lo que constituye un río depende de construcciones y acciones mentales. Lo mismo sucede incluso, de forma general, con los conceptos más elementales: árbol, agua, casa, persona, Londres… o, de hecho, cualquier de las palabras básicas del lenguaje humano. Radicalmente, y a diferencia de los animales, los elementos del lenguaje y el pensamiento humano contradicen la doctrina representacional.
Además, el intricado conocimiento de los medios de, incluso, las palabras más simples (dejemos otras aparte) se adquieren prácticamente sin experiencia. En los periodos álgidos de la adquisición del lenguaje, los niños aprenden sobre una palabra cada hora, esto es, una representación. Debe ser, por lo tanto, que el rico significado de incluso las palabras más elementales es substancialmente innato. El origen evolutivo de tales conceptos es un completo misterio, uno que quizás no se pueda resolver con los medios disponibles hoy en día.
Por lo tanto, debemos diferenciar el habla del lenguaje, ¿no es cierto?
Volviendo al Desafío de Galileo, debe reformularse para distinguir lenguaje y habla, para distinguir la producción del conocimiento interno (este, siendo un sistema computacional interno que produce un lenguaje del pensamiento; un sistema que puede ser sorprendentemente simple y confirmaría lo que sugieren los estudios evolutivos). Un segundo proceso elaboraría las estructuras del lenguaje a uno u otro sistema sensorial o motor para su exteriorización. Estos procesos parecen ser el centro de gravedad de la complejidad y variedad del comportamiento lingüístico y su mutabilidad a lo largo del tiempo.
Existen ideas recientes muy sugerentes sobre el fundamento neuronal de las operaciones del sistema computacional y sus posibles orígenes evolutivos. El origen de los átomos de la computación, no obstante, es todavía un misterio, al igual que una cuestión principal que ocupó a aquellos que formularon el Desafío de Galileo: la cuestión cartesiana de cómo el lenguaje puede ser empleado de su forma creativa normal, de un modo apropiado para determinadas situaciones pero no provocado por ellas, de formas que se incitan pero no se imponen, en términos cartesianos. Este misterio se aplicaría incluso para las formas más simples de movimiento voluntario, como hemos dicho anteriormente.
Han sido muchos los avances en el estudio del lenguaje desde que empezó el programa biolingüístico. Es justo decir, en mi opinión, que se ha avanzado más en el estudio de la naturaleza del lenguaje y de una variedad muy amplia de lenguajes tipológicamente distintos, que en los 2.500 años de historia de estudio sobre el lenguaje. Pero, como sucede a menudo con las ciencias, cuanto más aprendemos, más descubrimos lo que ignoramos. Y más desconcertante parece.

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