ESCENA DE UN FILM DE LOS HERMANOS QUAY INSPIRADO EN LA OBRA DE ROBERT WALSER
La Servidumbre según Los Hermanos Quay
POR:
EL DUENDE CALLEJERO
AGUSTÍN T. GALVÁN
Nota: Segundo texto rescatado, segunda parte sobre Jakob von Gunten. Lo presento, cosa curiosa, no en la versión que apareció publicada tanto en esa vieja filia y fobia como en esas otras revistas en las que me lo solicitaron. Aquí está una versión temprana, cruda, enteramente fallida. Seguimos hundidos en la melancolía, ni modo. Estas noches de insomnio han sido marcadas por la revisión de esta película en tres ocasiones. No se lo recomiendo a nadie, la verdad, a nadie. Se repite la pasada recomendación, por cierto.
Hablar de cine es hablar de engaño. Ah, la ilusión del movimiento. El ojo humano no percibe los movimientos rápidos, esa es la razón por la que existe la magia y algunos juegos de azar. Al hombre le gusta que lo engañen. Inventó la ilusión como una forma de manifestarse contra lo ordinario (eso que llama vida y que es soportable sólo por la existencia de la noche, ese reino total de sombras y silencio y sueño).
Ah, claro, claro: hablar de cine es hablar de engaño, aunque también es hablar de sueño. El hombre sueña y ese es el mayor de los misterios. El sueño es una o muchas imágenes. Algunas sin sentido, otras producto de ese diario existir.
El hombre siempre ha intentado capturar esas imágenes: un hombre se acomoda como puede sobre un banco de madera, ladea la cabeza, entrecierra los ojos, se arma de paciencia, pone la mente en blanco. Y lentamente, con el tiempo, el sueño llega y lo atrapa. En su mano derecha el hombre trae una pesada cuchara de plata. Con el sueño los músculos se relajan, hasta que la mano ya no logra sostener aquella cuchara, que cae, se estrella en el piso y despierta al hombre. El reto es claro: esa imagen que atrajo el sueño, esa última imagen que el estruendo de la plata acabó, deberá ser capturada en otro medio. Frente al hombre, la hoja en blanco a la espera. O bien, el lienzo en blanco también a la espera.
Nota para aquel que quiera atrapar sueños: se necesita plata, algo blanco y paciencia.
Hablar de cine es hablar de sueños. Esa es la verdadera razón por la que la sala debe estar a oscuras. Un día el hombre inventó una máquina que captura imágenes. La patentó y la hizo evolucionar. La maravilla más grande, un hombre desnudo repite una y otra vez el mismo movimiento: sube una escalera. Luego, pequeñas imágenes pegadas en las pequeñas paredes de un carrusel. La luz de una vela alimentando el viaje. Una moneda entrando en una ranura permite el inicio de la magia.
Hablar de cine es hablar de tiempo. Todo cambia, para bien o para mal. En sus inicios no importaba el fondo. Todo era forma. Un hombre desaparece entera una habitación utilizando solamente una maleta. Un tren llega a una estación. Se funda una nación y también se descubre que el crimen no paga. El mito se extiende. No todo puede ser forma, ay, eso se agota rápido. Mejor exploremos el fondo, carajo. Mejor busquemos oro y descubramos risas o desgracias. Mejor anticipemos el futuro, emprendamos una rebelión contra lo establecido. Mejor suframos y llevemos de la mano a todo aquel que nos ve desde ese cómodo asiento.
En 1947 nacen los gemelos Timothy y Stephen Quay y el cine cumplía 52 años. La carrera de estos dos hermanos comienza con la literatura, pasa a la pintura para luego estamparse con el cine. Inician, en los setenta, su carrera siguiendo los pasos de Jan Svankmajer. Encerrados en su estudio, elaborando absolutamente todo lo que aparece frente a la cámara, se especializan en la técnica stop motion buscando con sus cortos no crear películas, sino cine así a secas. Lo suyo es una obra plástica con movimiento cuyo destino más que la pantalla en un cine es una galería. Los Hermanos Quay plasman historias prestadas, entregadas con una pasión que, visualmente, gracias a la iluminación, a los encuadres, a las marionetas, al trabajo de cámara y a la dirección misma, recuerdan a esas pesadillas que nos visitan cuando se tiene fiebre.
Definirlos como surrealistas es demasiado cómodo, los Hermanos Quay merecerían su propia categoría. En sus cortos, el fondo y la forma se empalman. Así, la visualización deja la mera alegoría para convertir a la imagen en el medio, el mensaje y el discurso. Sólo así se logra comprender esa aura de horrífica melancolía que enclava trabajos como The Cabinet of Jan Svankmajer (1984), Street of Cocodriles (1986) o Reharsals of Extinct Anatomies (1987), convirtiéndolos en raras avis.
Su paso del corto al largometraje se da en 1995. Ese año el cine cumplía cien años. LosHermanos Quay adaptan ahora, luego de Franz Kafka, Michel de Ghelderode y Bruno Schulz, a Robert Walser. Jakob von Gunten llega por segunda vez a la pantalla, ahora con el nombre de Institute Benjamenta (or this dream people call human life). El ejercicio es arriesgado, por supuesto: más que adaptar, los Quay buscan representar la paciencia y la obediencia querezuma la obra de Walser. Y recordemos, ahora ya no son los títeres creados por ellos mismos los que llenarán la pantalla. Ahora hay que tratar con actores, con humanos.
¿O no?
La historia, basada de un guión escrito tanto por los dos Quay más Alan Passes, sigue la directriz de la corta novela. Y de los grandes cambios entre la novela y la película, cabría resaltar dos: primero, el verdadero personaje es el Instituto Benjamenta, ese decrépito lugar que se cae a pedazos, esa institución en la que un grupo de jóvenes (que incluye al recién llegado Jakob von Gunten, interpretado por Mark Rylance), aprenden a ser serviles mediante un conjunto de ejercicios tan humillantes como inútiles. Más que un verdadero instituto, una especie de cárcel a la que se entra por el propio pie, edificada a la mitad de una tierra baldía.
Y segundo: el propio Jakob von Gunten, pues más que ese adolescente al que su vida le importa un cuerno, presunto bon vivant despatriado, en la película es un alma atormentada que apenas y encuentra un lugar dentro de ese mundo al que ha decidido entrar. Su narración es pausada, carente de humor. Simple espectador al que el mundo se le viene encima y no mueve ni un dedo, voyeur al que ni le place ni le excita toda la degradación que tiene enfrente.
Personajes y situaciones y diálogos son sacados directamente de la novela de Walser. Sin embargo, los Quay van degradando la narración conforme va avanzando el curso. Jakob otra vez será nuestro virgílio, sólo que, literalmente (y aquí está el gran logro de la película y, habrá que decirlo, también su gran tropiezo) va perdiendo la cordura poco a poco, enturbiando la narración al grado de volverla una pesadilla con todas las de la ley.
Sí, pocas películas como este Instituto Benjamenta. Las marionetas creadas por los Quay, que interactúan con esas marionetas que interpretan el resto de los internos del instituto y de sus dos maestros: el Dr. Benjamenta (Gottfried John) y su hermana-moribunda, Lisa Alice Krige), completan ese cuadro abstracto, deslavado, absurdo, obsceno y psicótico.
La llegada de Jakob detona el caos en el Instituto Benjamenta: quiere un mejor cuarto, quiere mejores condiciones, quiere a su maestra Lisa. La rivalidad entre Jakob y el estudiante más destacado, Kraus (Daniel Smith), se ve eclipsada por el conflicto que crece con el Dr. Benjamenta. Lisa va resintiendo todo esto: a diferencia del resto del mundo, que se mueve, ella va quedándose quieta. Su decadencia va reflejándose en el instituto. Eso es lo que ve Jakob, eso es lo que provocó Jakob. Eso es lo que cuenta Jakob.
Podría decirse que la primera incursión de los Hermanos Quayen el largometraje es fallida. Como ya dije, eso que podríamos llamar historia acaba siendo una alucinación. Sin embargo ¿No será eso precisamente lo que se buscaba?
Una historia puede contarse de mil formas. Todas las artes narrativas no lo han demostrado desde hace eternidades. Entonces ¿Qué caso tiene seguir esa línea? Recordemos: hablar de cine es hablar de engaño. Ah, la ilusión del movimiento. El ojo humano no percibe los movimientos rápidos, esa es la razón por la que existe la magia y algunos juegos de azar. Al hombre le gusta que lo engañen. Inventó la ilusión como una forma de manifestarse contra lo ordinario (eso que llama vida y que es soportable sólo por la existencia de la noche, ese reino total de sombras y silencio y sueño).
Los Hermanos Quay entienden eso muy bien. Quizá por eso, en lugar de llamar a su película simplemente Jakob von Gunten, la rebautizaron como Institute Benjamenta (or this dream people call human life). Esta es otra bestia. Una bestia que pide algo más que supaciencia al espectador. Una bestia que reclama atención y que no aporta nada.
Una bestia que también surge de lo blanco y de lo negro y de los sueños.
Hablar de cine es hablar de engaño. Ah, la ilusión del movimiento. El ojo humano no percibe los movimientos rápidos, esa es la razón por la que existe la magia y algunos juegos de azar. Al hombre le gusta que lo engañen. Inventó la ilusión como una forma de manifestarse contra lo ordinario (eso que llama vida y que es soportable sólo por la existencia de la noche, ese reino total de sombras y silencio y sueño).
Ah, claro, claro: hablar de cine es hablar de engaño, aunque también es hablar de sueño. El hombre sueña y ese es el mayor de los misterios. El sueño es una o muchas imágenes. Algunas sin sentido, otras producto de ese diario existir.
El hombre siempre ha intentado capturar esas imágenes: un hombre se acomoda como puede sobre un banco de madera, ladea la cabeza, entrecierra los ojos, se arma de paciencia, pone la mente en blanco. Y lentamente, con el tiempo, el sueño llega y lo atrapa. En su mano derecha el hombre trae una pesada cuchara de plata. Con el sueño los músculos se relajan, hasta que la mano ya no logra sostener aquella cuchara, que cae, se estrella en el piso y despierta al hombre. El reto es claro: esa imagen que atrajo el sueño, esa última imagen que el estruendo de la plata acabó, deberá ser capturada en otro medio. Frente al hombre, la hoja en blanco a la espera. O bien, el lienzo en blanco también a la espera.
Nota para aquel que quiera atrapar sueños: se necesita plata, algo blanco y paciencia.
Hablar de cine es hablar de sueños. Esa es la verdadera razón por la que la sala debe estar a oscuras. Un día el hombre inventó una máquina que captura imágenes. La patentó y la hizo evolucionar. La maravilla más grande, un hombre desnudo repite una y otra vez el mismo movimiento: sube una escalera. Luego, pequeñas imágenes pegadas en las pequeñas paredes de un carrusel. La luz de una vela alimentando el viaje. Una moneda entrando en una ranura permite el inicio de la magia.
Hablar de cine es hablar de tiempo. Todo cambia, para bien o para mal. En sus inicios no importaba el fondo. Todo era forma. Un hombre desaparece entera una habitación utilizando solamente una maleta. Un tren llega a una estación. Se funda una nación y también se descubre que el crimen no paga. El mito se extiende. No todo puede ser forma, ay, eso se agota rápido. Mejor exploremos el fondo, carajo. Mejor busquemos oro y descubramos risas o desgracias. Mejor anticipemos el futuro, emprendamos una rebelión contra lo establecido. Mejor suframos y llevemos de la mano a todo aquel que nos ve desde ese cómodo asiento.
En 1947 nacen los gemelos Timothy y Stephen Quay y el cine cumplía 52 años. La carrera de estos dos hermanos comienza con la literatura, pasa a la pintura para luego estamparse con el cine. Inician, en los setenta, su carrera siguiendo los pasos de Jan Svankmajer. Encerrados en su estudio, elaborando absolutamente todo lo que aparece frente a la cámara, se especializan en la técnica stop motion buscando con sus cortos no crear películas, sino cine así a secas. Lo suyo es una obra plástica con movimiento cuyo destino más que la pantalla en un cine es una galería. Los Hermanos Quay plasman historias prestadas, entregadas con una pasión que, visualmente, gracias a la iluminación, a los encuadres, a las marionetas, al trabajo de cámara y a la dirección misma, recuerdan a esas pesadillas que nos visitan cuando se tiene fiebre.
Definirlos como surrealistas es demasiado cómodo, los Hermanos Quay merecerían su propia categoría. En sus cortos, el fondo y la forma se empalman. Así, la visualización deja la mera alegoría para convertir a la imagen en el medio, el mensaje y el discurso. Sólo así se logra comprender esa aura de horrífica melancolía que enclava trabajos como The Cabinet of Jan Svankmajer (1984), Street of Cocodriles (1986) o Reharsals of Extinct Anatomies (1987), convirtiéndolos en raras avis.
Su paso del corto al largometraje se da en 1995. Ese año el cine cumplía cien años. LosHermanos Quay adaptan ahora, luego de Franz Kafka, Michel de Ghelderode y Bruno Schulz, a Robert Walser. Jakob von Gunten llega por segunda vez a la pantalla, ahora con el nombre de Institute Benjamenta (or this dream people call human life). El ejercicio es arriesgado, por supuesto: más que adaptar, los Quay buscan representar la paciencia y la obediencia querezuma la obra de Walser. Y recordemos, ahora ya no son los títeres creados por ellos mismos los que llenarán la pantalla. Ahora hay que tratar con actores, con humanos.
¿O no?
La historia, basada de un guión escrito tanto por los dos Quay más Alan Passes, sigue la directriz de la corta novela. Y de los grandes cambios entre la novela y la película, cabría resaltar dos: primero, el verdadero personaje es el Instituto Benjamenta, ese decrépito lugar que se cae a pedazos, esa institución en la que un grupo de jóvenes (que incluye al recién llegado Jakob von Gunten, interpretado por Mark Rylance), aprenden a ser serviles mediante un conjunto de ejercicios tan humillantes como inútiles. Más que un verdadero instituto, una especie de cárcel a la que se entra por el propio pie, edificada a la mitad de una tierra baldía.
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2 comentarios:
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