"Los seres humanos, divisores del átomo, paseantes de la luna, rondadores, componedores de sonetos, quieren ser dioses, pero son animales, con un cuerpo que un día perteneció a un pez"
Martin Amis
Sé de jóvenes escritores a quienes no les
gustan los gatos,
ni los perros, ni los pájaros.
Su actitud entre burlona, hierática, los
encierra en una lejanía
de piedra y humo.
Una gangrena de sangre escéptica.
Una jaula de estertores enfermos los
protege de la vida salvaje.
Huyen al contacto con los elementales de
la fauna.
Pero...
Son defensores a ultranza del género
humano.
Único animal por el que guardan respeto y
compasión.
Un filántropo de aquellos me dijo:
Por qué se ocupan con tanto esmero de los
caballos, los gatos y los perros, pero no se ocupan del género humano.
Yo le respondí que ni los caballos, ni los
perros crearon la “Little Boy” ni la “Fat Man”.
Ni diseñaron Treblinka, ni crearon el
sistema de la usura y la banca…
(Aunque admitámoslo, en el caso de la
primera mega-construcción las fallas fueron sobre todo estéticas y
arquitectónicas. No dejo de nombrarla porque tiene un nombre sonoro y terrible;
y algo más, en el caso de que la eficiencia teutona hubiese sido llevada al
límite… ¿Ese sistema económico que hoy nos doblega, se habría podido deformar,
reformar o trasformar en algo diferente?).
¡Ah! las bondades de la hipotaxis, los
sedimentos, las capas fragmentarias del idioma, las arboladuras de la nave de
la guerra, arqueología exprés de la maledicencia.
Mejor recordar y tener presente lo que le
dijo Pound a Ginsberg arrepentido de haberse alimentado en ese error, la
cicatriz vital del odio al gueto, su representación simbólica, ese
prejuicio suburbano...
Bueno, quiero dejarlo claro, esto son sólo
especulaciones revisionistas sobre una mínima parcela del
mito histórico.
No jugaron futbol con las cabezas de sus
hermanos, ni llenaron continentes y mares de plástico y petróleo, ni…
(Respuestas sobredimensionadas y estúpidas
para una pregunta estúpida. Los humanos pasamos la mitad de nuestras vidas
discutiendo sobre razones y causas).
Es claro que ellos, los animales, están
inmersos en su naturaleza cruel, escudo del temor, blasón de la vida, veneno de
su cosecha.
Matan y comen; muerden y ladran; aúllan,
embisten.
Tuvieron como compañero de planeta a un
chimpancé elegante, culto, y guerrero. Uno que bajó de los árboles, fue
sometido a varios experimentos genéticos y acabó con el hábitat.
Pasó de ser esclavo, a ser rey todo
poderoso.
Salió de las minas y los socavones y se
puso a alardear sobre los aires.
Envenenó las aguas. Oscureció la luz de
sus estrellas.
Antropoide que en sus épocas de paz
se convertía en literato, fumaba y bebía,
jugaba al golf o al futbol; escribía en los periódicos. La literatura que se hace en el
reverso de los anuncios publicitarios como
dijo un ácido y renombrado hombre de letras.
(Chesterton, el gran Chesterton, aunque
creo que lo había tomado de otro...)
También se hacían notables escritores y
cazaban.
––Hemingway pergeñó grandes obras, pero su
mejor disparo
fue el que cobró su propia cabeza, que
después fue embalsamada y expuesta en la sala de los críticos para deleite de
las feministas––.
Iba al cine y miraba las cacerías de
búfalos.
Entonces recordaba que:
Los de Cooster, Bufalo Bill y sus secuaces
mataron más de 60 millones en las épocas decimonónicas de la aventura del Far West
para que pudieran pasar los trenes y el
telégrafo.
A esto le llamaron el gran destino, el
desarrollo de la idea del progreso.
Y luego se arrepintieron y los dejaron…
Ya tenían a las vacas pastando en las
praderas.
Ya los guerreros de tocados rojos estaban
jugando póker y ruleta en los arrabales de las reservas; ya no mascaban peyote,
fumaban tabaco y escupían wisky.
Acabaron con el lobo marsupial, (el tigre
de Tasmania).
A uno lo mataron con una gallina en la
boca.
A otra hembra la dejaron morir de frío y
hambre dentro de una jaula.
Dejaron solo dos para una bandera.
Pero bueno…
Estos señores poetas, no quieren nada con
el reino animal.
Las hordas del género humano les parecen
de una elegancia exquisita, y se indignan cuando un escritor colombo-mexicano
dona sus premios a la Sociedad Protectora de Animales.
(Son sus premios, es su plata y con ella
puede hacer lo que le salga de los cojones).
No se bajan del pedestal sino para defecar
detrás del árbol del conocimiento y abonan con sus heces toda la mitología de
la literatura. Cuando mean, se sienten ángeles suspendidos desde una nube de
cerveza.
Encerrados en su biblioteca, leen libros
polvorientos y rumian las palabras y las frases como vaqueros celosos dentro de
los linderos del idioma.
Frente a sus computadores parecen
fantasmas de luz.
Heliotropos de un sol periclitado sobre un
jardín de carbúnculos extinguidos.
Un acento por allí, una tilde por acá.
La gramática, la sintaxis, la orto-grafía.
El estilo libre indirecto no se debe
utilizar en el poema.
Esto es un cuento y no un poema.
Esto es un poema y no un cuento.
Esto no clasifica en la antología de mi
amigo.
Esto es demasiado exótico.
Esto es demasiado snob.
Esto es demasiado provinciano.
Esto es demasiado cosmopolita.
Esto es demasiado culterano.
Esto es demasiado pulp.
Esto es demasiado phorno.
No pasa para mi revista "Golpe de
Dados".
¡Oh! si pudiésemos abolir el azar
Iluminar los territorios de la
incertidumbre.
El idioma es una ciencia exacta…Bueno casi
exacta, o algo así.
¿Podemos hablar de nuestros verdaderos
problemas espirituales?
No… panfletos No…. Por favor: No panfletos.
La literatura no se debe mezclar con los
panfletos…
La verdadera literatura habla de
magdalenas, y té
Tiene la carita seca y curtida de una
loquita borracha hablando sola en una cafetería…Mientras una costra de mierda
rueda debajo de sus botines. Y un profesor ebrio, al fondo, mira su copa de
anís.
Otra poetisa se indignó por que dije:
Que al bastardo del rey que mató a un oso
borracho y aun elefante
con un rifle de última generación, lo
deberían meter empelota dentro de una jaula junto a un tigre de Bengala…
Y cuando gritara, el público le debería
decir: “¡¡Que te calles Borbón
hideputa!!”.
En la U.S.A…
Se escaparon cuarenta animales del
zoológico privado de un granjero del medio oeste. El granjero-carcelero pensó
que los tigres de Bengala, los osos grizzly y las panteras de Sumatra, podrían
convertirse una buena atracción en su finca. Pensó que se podían coleccionar
como los muñecos de superhéroes de la Marvel.
Cuando le llegaron los antropoides con
corbata de la sanidad y los impuestos ––la primera avanzada en el parque
temático de la Prison Planet––.
Lo acosaron ––daño colateral por las
prácticas fiscales de los señores del Departamento del Tesoro, miembros
distinguidos de una tribu bíblica que allí en Norteamérica, había encontrado su
tierra prometida––.El pastor de fieras en bancarrota, abrió las jaulas y se pegó un tiro.
Las fieras libres se fueron a merodear por
el condado.
Los leones vieron un par de gordos
campesinos cultivadores de maíz transgénico. Y Claro, Ñam-Ñam. Se los
merendaron.
Luego llegó la pandilla de los policías
azules.
Y empezó la cacería.
Aquí, en el trópico de infamia.
Muestran minas. Ordenan exploraciones y
dragados.
Impulsan las locomotoras del progreso.
Pero….
Regresemos a nuestros poetas, a nuestros
literatos, a nuestros gacetilleros. Los de aquí, los de provincia y los de la
capital de la colonia…
Es más aburrido, mucho más aburrido, pero
no los podemos dejar a su albedrio… De vez en cuando hay que meterlos en
cintura. Ya nos han fustigado tanto con sus mierditas, sus darditos, sus
mariconaditas y sus puyitas de quintacolumnistas. No nos podemos permitir esas
licencias.
La úlcera crece blanca adentro de sus
intestinos
como una colonia de bacterias
resistentes a los ácidos.
Roen en minúscula asonada, las blancas y
elásticas paredes de su estómago.
(Una jauría de lobos que muerde la
dura carne de un alce
viejo que ha muerto durante el invierno).
Ellos no creen que su cadáver será comido
por el gusano del que hablara el tricéfalo
poeta inglés
––mezcla de conde, de mago y de clownd––.
rondando bajo el pórtico de su vanidad
mientras algo adentro
un cardumen tóxico, invade y arrasa.
Golpeando sobre la losa marmórea de su
falsa eternidad.
Omar García Ramírez
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