EL "FASCISTA" COLOMBIANO SE ENCUENTRA CON LA MADREMONTE
Por:
Omar García Ramírez
"El hecho de que los usos, actos y opiniones de la clase
ociosa acomodada adquieran, para el resto de la sociedad, el
carácter de canon prescriptivo de conducta añade peso y
alcance a la influencia conservadora de esa clase. Obliga a
todas las personas que cuidan de su reputación a seguir su
ejemplo. Así ocurre que, por virtud de su posición elevada
en cuanto encarnación de las buenas formas, la clase adinerada
viene a ejercer en el desarrollo social una influencia
retardataria mucho mayor de la que correspondería a su simple
fuerza numérica. Su ejemplo prescriptivo opera en el
sentido de robustecer, en gran medida, la resistencia de todas
las demás clases contra cualquier innovación y de fijar los
efectos de los hombres en las buenas instituciones que les
han sido trasmitidas por una generación anterior."
Teoría de clase ociosa
Thorstein Veblen
"El verdadero problema de la guerra (la guerra moderna)
es que no da a nadie la posibilidad de matar a la gente indicada"
Ezra Pound
El “fascista” colombiano, imbricado en la masa popular como
un fermento que creciera dentro de la rancia herida de la guerra civil. Hace crecer el pan amargo de la política
colombiana. (imperfecto como crisálida que extiende las alas de la mariposa
negra Ascalapta adorata sobre el cementerio de la memoria, canto luctuoso sobre el sepulcro de la justicia).
Me refiero al fascista de choque,
de debate y de columna; el que inspira y da fuelle al camisita parda, el sansculotte de derechas…no al fascista de alcurnia, biblioteca y
hacienda en la sabana. Este último juega el ajedrez del poder desde los altos lobbys mediante sus representantes en
los cuerpos colegiados: los políticos de profesión, los que reparten las canonjías,
las embajadas y los ministerios; los refinados en las artes del soborno Odebrecht.
Los que tienen un master en las cuentas de los paraísos fiscales. El pequeño “fascista” colombiano defiende
el sistema a ultranza, en batalla campal de ideas y opiniones; como si este sistema requiriera de su defensa,
como si este sistema requiriera de
sus ideas, como si este sistema
requiriera de sus discursos; panegíricos y loas, rasgadura de vestiduras,
ajuste de cuentas con los que vienen cruzando el río desde la otra orilla.
El superfluo fascista colombiano esta empapado de propaganda y además,
es un agitador de importancia. Caja de resonancia, eco urbano de los potentados
y los terratenientes. El que malvive en tres metros cuadrados, el sin tierra;
sin finca, sin parcela. El que a duras penas paga su hipoteca y con dolor llega
a fin de mes. reproduce el discurso de los políticos que representan
a la clase más retrógrada. Se ha hecho defensor a ultranza del statu quo. Con
vocación de cuerpo de choque gasta sus energías y talentos ad honorem; no
necesita retribución alguna; a pesar de ser un proletario, que cruza los
senderos del lumpen proletariat, o
empleado a las órdenes de un burócrata de comarca. El energúmeno fascista colombiano ha crecido en el caldo de cultivo de
la miseria y la carencia; de allí pareciera surgir su fortaleza. Malvive en la
cuerda floja de la precariedad y sin embargo esgrime argumentos como un
potentado. Cada quien, para bien o para mal, defiende sus intereses económicos
o sociales. En pequeño fascista colombiano no defiende
sus propios intereses, sino los intereses de otros, que por cierto, no necesitan que los defiendan ya que hace
parte la de la maquinaria política, burocrática y social. Son la encarnación de
este aberrado sistema que utiliza la corrupción para perpetuarse en el poder.
A propósito, a estos últimos, los
potentados, les dan una risa terrible la algarabía del estúpido “fascista”
colombiano. Hablo del “fascista” colombiano, que no es “fascista”, a lo mejor
es un defensor de la ideología cavernaria terrateniente.
Aclaro: No me identifico con
ninguna ideología. No me he adscrito a partido alguno. No recibo prebenda política,
puesto de enchufe, ni cátedra filial partidista; se me podría meter en el saco
de los librepensadores anarquistas; también, en algunas oportunidades se me
encasilla en el bando de los amoralistas (en el sentido nietzscheano del término). Algunos plumiferos de secta y capilla me endilgan tales títulos; no los reclamo, pero tampoco los rechazo. Una cosa sí está clara: No voy dando mi óvolo a los que se
lucran del poder. Ellos ya saben cómo
funciona esto, así que no les voy a pulir sus medallas; Ellos saben cómo llenar sus faltriqueras, así que no me voy a poner
de gilipollas.
Creo que es momento de equilibrar
las cargas. Cuando en un tratado de paz, imperfecto como todos los tratados que
se han firmado en el mundo. Un sector radicalizado y en conflicto desea dar el
paso y entrar en el marco del juego político, haciendo una apertura en el
debate. Es justo que se reconozca esa decisión dándole la importancia que la
misma en su esencia configura. Abandonar una guerra requiere de tanto valor
como iniciarla; y abandonar las armas para entrar en el debate, requiere de
un cambio de actitud, mentalidad y proyección política. Ese colectivo, lo ha hecho y entra en escena; así que dejemos que
planteen sus argumentos; o acaso ¿van a poner mordazas en nombre de la "democracia"?
El “fascista” cavernario colombiano, se opone a este
nuevo actor en el escenario de la política. Esta imbuido de una fe mesiánica en
la armonía infalible del sistema (Un sistema deformado que apenas alcanza para
ser llamado capitalista). Cualquier crítica es tildada de reivindicación, Cualquier disenso se convierte en conato de rebelión contra la maquinaria.
Le parece sospechosa actitud, causa infiltrada por los radicales violentos;
cualquier objeción al conjunto de la estructura del poder, es considerada
conspiración de la guerrilla. Dice Buscar la moderación, pero por las costuras
sale a dentelladas la bestia; no la parda; la multicolor. No el Ubermensh descendiendo del cordon dorado, sino el Untermensch aferrado a la soga del odio. El “fascista”
colombiano, en su gran mayoría, se agrupa en esa masa fanatizada
hacia la derecha. Desconoce la historia del fascismo, no se hace fuerte en la
cosecha comunal de un bien común, de una patria, de un tipo racial o de una
nueva economía por fuera de la usura; se hace fuerte como colectivo de guiñoles
de propaganda en la marea de una vociferación ruidosa y mecánica; en la
corriente de un estertor vengativo, enarbolando la bandera de una guerra que
no es la suya. Masa combativa y alienada que entona los cánticos marciales coreografiados por las coristas de los señores feudales.
No tiene el estilo desenfadado de
los italianos. Ni la rigurosidad de los germanos, mucho menos la flema clasista
de los británicos. No, el estoicismo índigo y carpetovetónico del falangista
ibérico. Ni siquiera el atildamiento discreto de ciertas castas fascistas de Latinoamérica (no hablo de Bolsonaro, esa variedad carioca del fascista brasileiro).
El fascista colombiano está cercano al ruido de la horda; la cumbia, la bachata;
el candombe futbolero (Bueno, tampoco nos
pondremos refinados y vamos a pedir que una nueva Leni Reinfestald le haga una
apología cinematográfica; esto es trópico caliente y duro; aquí no se podría producir
“El triunfo de la voluntad” y “Olimpia”; a lo sumo, un documental de rumba
carnavalera regada con ron y sangre). Su medio de expresión no está en el cinematógrafo;
está en la web más tropibomba, marimondera y verbenera. No pondremos el listón
muy alto y no pretenderemos que hayan aquilatado sus aceros ideológicos en "El
mito del siglo XX" de Alfred Rosemberg o la "Genealogía de la moral" de Nietzche.
Aquí, ese colectivo tribal se alimenta de la prensa más abyecta y la televisión
más cutre. Su ordinario “Mein Kampf” son los discursos espurios de los capataces
de la politiquería que marcan su accionismo. Y el objeto de su atención
cotidiana lo definen los tuwits de la caterva de Ramapithecus que señalan las
tendencias.
Mediático por naturaleza, le
encanta el linchamiento virtual y la lapidación en red social. Solo en la
refriega, se siente desamparado y busca los escampaderos que le proporcionan el
anonimato del hampa y la canalla. Ataca en horda de reality y tiene como su adalid a un personaje que encarna la
excelsitud de la medianía. Terrateniente politiquero a quien se le prende velas
y se le reza. Porque el pequeño “fascista” colombiano, (en eso, concuerda con
todos las familias de fascistas), requieren de un líder, más que de un
orientador; un capataz que dé continuidad a esa tradición de esclavitud moral cuyas
raíces se encuentran en la colonia. El chasquido del látigo sobre sus espaldas;
arenga disparada desde una tribuna virtual o televisiva que opera como una
orden.
Se regodea además, en el fracaso
de proyectos populares que perdieron su alternativa por la ineptitud y la corrupción
de sus dirigentes. Ahora critica y se pone duro frente a las masas de desplazados
que huyen de la crisis social de países vecinos; ignorando que esos desplazados,
son los mismos nacionales que en décadas pasadas cruzaron las fronteras huyendo
de la violencia desatada por las plutocracias nativas sobre nuestros surcos de
dolores.
El zombificado “fascista”
colombiano matonea y arremete. Ha pasado la orgía de sangre; ha quedado con el sabor de la resaca. Sabe
que esos que actuaron en la guerra de
los campos, eran la gleba embrutecida bajo las órdenes de sus capataces. Esos que estaban en la primera línea,
eran la carne de cañón de los feudales que peleaban su pequeña guerra de
provincias. Esos que carneaban y desollaban en
las trincheras, eran las hordas de la Colombia profunda, capitalizados y
alienados por los líderes de los emporios de la guerra y el crimen. En las
ciudades el cómodo "fascista" se daba a la guerra mediática y al conflicto
político. El amanerado “fascista” se escondía tras las columnas del castillo de
la "democracia". No lo tocaba el horror de las comunidades fronterizas; refractario a la realidad de la violencia y a salvo, continuaba lanzando sus arengas desde las tribunas del
patrioterío mediático.
Ahora, con los cambios en el
escenario, no se siente a gusto. Vocifera contra las reformas que podrían en
algún momento hacer más llevadera su propia miseria, y la de miles de
colombianos.
Pero…
Madremonte viene…
Madremonte viene pisando fuerte;
camina lento, mueve la cintura y se bambolea desde la selva…
Hace un gesto quitándose los
mosquitos; un hilillo de sabia verde baja por su cuello. Sus ojos de pantera y
niebla brillan con esperanza; tiene una nube de lluvia ligera sobre sus
costillas morenas. Ella sabe desde donde viene todo esto. Ella sabe que estas
son las iras encontradas de un conflicto que ha pervivido por generaciones. Pero
mientras una violencia fue ejercida como defensa contra el espolio de sus
tierras, la otra es solo producto de una muy bien trazada estrategia de
dominación. Mientras una violencia, se originó en la resistencia campesina; la
otra se gestó desde un principio en el vientre de la poderosa maquinaria de la
guerra y el establecimiento apoyado por la potencia del norte. Mientras una,
tiene el aire enrarecido del bandolerismo justiciero; la otra tiene la seña de
la violencia del estado. Mientras la una, terminó por alinearse con las
corrientes del marxismo ortodoxo y su mesianismo deformado por la burocracia y
el colectivismo; la otra siempre, desde un principio, se apoyó en la usura y el
capital.
Un sector social alzado en
rebelión, representa lo rural y camina hacia la plaza pública sin armas. La
otra violencia todavía no desarmada (ya que es la esencia del estado burgués
terrateniente) sigue en pie de guerra. Como escritor no puedo prestar mi
tribuna al poder. El poder ya tiene sus tribunas: decenas, cientos de ellas.
Sus panegiristas, sus adalides, sus cides campeadores, sus escritores de
columna y fuego; sus saltimbanquis guerreristas, sus académicos de moralina
cívica y "democrática". Además tiene a una amplia comunidad de fanáticos en sus
filas. ¿Para qué más?. Se me dirá que debo exponer mis puntos de vista críticos frente a Los otros. Respondo: lo he hecho, y
siempre lo haré. No tengo compromiso político, o de oficio literario con
nadie. No tengo intereses de capital o de filiación sectaria. Hace muchos años
trato de vacunarme contra el fanatismo; el de la calle y el de la canalla
exquisita, cuya beligerancia es en esencia la misma; solo que esta última, esgrime
una batería de discursos de utilería epistemológica con pretensiones literarias.
Pero trato de entender esta nueva
forma de la violencia, ya no real; sino simbólica. Las de los perfectos "fascistas" colombianos. Contrapuesta a la resistencia de Madremonte. Su naturaleza
de superviviente, que ha enfrentado y resistido a todo lo que ha caído sobre el
lodo y la manigua. La Madremonte Viene con tus temblores, sus fiebres, sus hambres, sus actos de violencia ritual. También su luto…Trae lo suyo en una mochila de yute: sus yerbas,
sus ungüentos, sus venenos y curares; sus emplastos balsámicos, sus raíces de
sol y luna. Deberá curar las heridas propias y las de los atrapados en la
contienda. No será fácil, en un país de muerte violenta, el fanatismo alimenta
los actos de venganza.
Su único escudo es su valor…
El valor de su gesto, el valor de
su nuevo discurso.
Y no se extraña de las campañas
amplificadas en la prensa del sistema por el mediático “fascista” colombiano.
Su
teatralidad ezquizofrénica, su gritería desbordada.
DEMOS UN PASO ATRÁS, MIREMOS EL
BOSQUE…
Habían estado tanto tiempo dándose
garrote como a bacalaos en semana santa. Tanto tiempo confrontado en un mundo
de símbolos y guerra; en un mundo de economía de exterminio y pobreza. Ellos, tan golpeados, los unos como los otros. Tan airados, unos como los otros. Tan
hambrientos unos más que los otros… Ahora tendrán que hacer la mesa de la cena comunal y organizar la fiesta de una vez por todas. Tendrán
que comenzar a preparar los pucheros y las cazuelas, Si quieren dejar espacio y
tiempo para que los límites artificiales creados por la propaganda tóxica de
los sermoneros de partido; se borren, dando paso a nuevos caminos de renovación social; y ojala, el cielo,
deje caer sus bendiciones de agua sobre los campos y las selvas.
Madremonte encarnación de
lo telúrico, lo atávico, la naturaleza selvática. La rudeza de lo rural, leyenda
de fuego en la manigua. Voces del viento, del agua, de la lluvia.
Pequeño “fascista” colombiano… Dureza de lo urbano, la educación del suburbio, la noche con sus fantasmas de
asfalto y ruido de máquinas. La tribuna virtual de las redes de opinión
eterizadas bajo electrochoques de odio del sistema.
Dos mitos y visones encontrados
en un país fracturado.
Dos heridas que se niegan a
cerrar; un sueño místico en la camilla de los heridos.
Dos visiones de lo radical, dos
discursos de la intransigencia.
Fragmentos de un cuerpo que
aspira a reconstituirse.
El “fascista” colombiano, que no
es fascista, sino un fanático politizado dentro del espectro político de la derecha, tendrá que acostumbrarse a que Madremonte
baile en este carnaval que recién comienza; es la otra parte del cuerpo
lacerado de nuestra sociedad…
Es la otra cara de nuestra
historia.
Ha girado con sus manos abiertas para
ver de frente hacia el futuro. No va a dar marcha atrás.
Un hombre cansado de la guerra, hace unos años escribió:
"Caminaremos sudorosos en las fiestas del verano.
Mancharemos nuestras camisas de faena
con una cosecha de grillos verdes y de estrellas…
Los frutos del dolor y el odio no prevalecerán."