sábado, 13 de febrero de 2010
martes, 26 de enero de 2010
CONTRACULTURA EN NEW YORK
Avelina Lésper*
Crítica de Arte
domingo 28 de junio de 2009
Estas fotos son el resultado de la acción Hartista que hace meses convocó Anxo, y que realizamos mi esposo Eko y yo en New York, son en su mayoría en el centro del arte conceptual, las galerías de Chelsea y el Soho. El texto a continuación es parte de esta acción y salió al aire por la estación de radio de la Universidad de Guadalajara en el programa Señales de Humo.
Ver arte conceptual en New York es como ir a los musicales King Lion y Mamma Mia. Forma parte de la cultura oficial y bien aceptada por los tours de cristianos con camiseta “Jesus Saves” hasta vendedores de bienes raíces o real estate. Para saber cual es el arte contracultural o counter-culture en New York establezcamos cual es el arte oficial y convencional. El arte oficial es neo conceptual: las instalaciones, los performances, el video arte, intervenciones, ready made, arte sonoro y todo lo que se llama arte contemporáneo o artes visuales. Está dentro del status conservador y reaccionario porque son las formas artísticas que florecieron con el gobierno de Bush y que están más arraigadas en los países con gobiernos confesionales o de derecha, como en México. El arte oficial es el que tiene el apoyo de los museos, las instituciones y cientos de galerías. Es una actitud muy de apoyar el status ir a inauguraciones de algún artista que montó una instalación, esto es aceptado como algo que se usa, como ver a David Letterman.
El arte contemporáneo está tan instalado y apoyado que los contraculturales lo definen en una escalada muy interesante: hace quince años la gente era director de arte o decoradores, luego fueron dj’s y hoy son curadores o artistas contemporáneos. En el renglón de las galerías la escalada es la siguiente: hace quince años la gente era dueña de un restaurante, luego de un antro, hoy tienen galerías de arte contemporáneo. Es como una moda que ya está pasando, en los 90’s todos los meseros eran guionistas, hoy todos los meseros son mexicanos y los que se emborrachan en los antros son artistas visuales. Las personas que traen la moda más impostada o intencionalmente llamativa y por lo tanto cursi, como fueron los punks en su momento, son artistas contempéranos. Los curadores son los nuevos beatniks pero ligth, se visten de negro y están delgados. Existe otro trabajo de moda, asesor de arte, como hay miles de artistas, si eres nuevo rico, que son los compradores habituales de este arte, pues contratas a un asesor y te dice quiénes son los artistas que están pegando o que en un futuro van a pegar. Sus dotes de vidente cuestan caras y el cliente paga en dinero, los artistas pagan de muchas formas el favor de ser elegidos, son conocidos los escándalos de sexo y drogas que rolan entre ellos. Esto es lo mismo que cuando los ricos contrataban un asesor de imagen o de relaciones públicas, es el hobby de los financieros de fortunas efímeras o de actores de televisión.
Dentro del status oficial está también hacer un catálogo sin exposición atrás y decir que eso es curaduría. Son libros de artistas con fotos fuera de foco y textos retóricos sin sentido y mal escritos y tienen antes el nombre del curador y después el del artista. Estudiar para artista visual o contemporáneo es como hace décadas estudiar turismo o ciencias de la comunicación, es una carrera de moda, para gente “bien” con contactos, dinero y deseos de dar lo que sea a cambio de una reseña elogiosa o un espacio en una colectiva de instalaciones hechas con basura. En New York hay temporadas que cuando un musical tiene mucho éxito, todo el mundo abarrota las academias de danza y canto y todos quieren estar en las audiciones, pero como eso es un oficio muy duro, con un nivel de exigencia altísimo y de disciplina militar, pues se depura de inmediato y los que no sobreviven al casting regresan humildes a atender las tiendas de ropa o Sephora con una sonrisa. Pero en el arte contemporáneo no hay casting de talento, ni estándares de calidad, todo es arte y todos son artistas, así que repartirse las galerías, las expos y los tres curadores que manejan los espacios, es una lucha feroz y sin pudor.
Aquí los que viven en el esplendor de su poder son los curadores, los lenones más importantes del barrio de Chelsea. Tienen en su mano gente de todo tipo, jóvenes, adictos, hombres, mujeres, guapos, feos, lo del talento no lo menciono, no es requerido. Y les basta estirar un dedo, decir un nombre y el mundo cambia. Es la nueva Babilonia. Si creían que en Hollywood se viven historias, en estas galerías de piso de concreto pulido, en estos museos de arquitectos de diseño, está la meca de la carne y las sustancias. Porque cuando hay demasiada oferta, pues los precios bajan y las condiciones de venta empeoran notablemente. Y no es para menos, los miles de artistas oficiales hacen lo mismo: performance, fotografías sin foco, rompen su casa y la remontan en la galería, recolectan basura, se fotografían desnudos en grupo y solitario. Pero hoy que todo el mundo hace eso, que la sociedad es de sensation seekers y que en You Tube encuentras más audacia que en el video arte o el performance, esto es nada, tenemos sed y no la están saciando. El arte contemporáneo es el placebo oficial, los Estados subvencionan esto porque son diversiones leves, son probaditas que aplacan. El arte contemporáneo es la sustancia oficial, es un anestésico para la inteligencia. Así que el Estado lo mantiene, las instituciones lo cuidan y los curadores lo explotan.
¿Quiénes son los contraculturales en esta mediocridad oficial? ¿Quién rompe las reglas? El arte verdadero. Saber dibujar es una revolución contracultural. El gesto más out-sider que existe es decir “soy pintor” “soy dibujante” y además saberlo hacer con maestría, no hacer los típicos rayones del arte oficial. Las galerías de vanguardia están exponiendo dibujos de grafito de 2 metros cuadrados, hiperrealistas, perfectos. Robert Longo está exponiendo dibujos de 10 metros por cuatro de altura. La contracultura es saber quien es el nuevo pintor, qué están haciendo los dibujantes. Las galerías comparten las mismas calles, pero las que se basan en arte oficial, ya no abren diario, el mercado se está cansando. Las galerías que exponen arte contracultural o verdadero, que no tienen entrada al New Museum por ejemplo, que no les pidieron artistas para la trienal Younger than Jesus, ponen cosas ayer impensables, esculturas de acero cromado de factura impecable de Liao Yibai, llamadas Imaginary Enemy por $50,000.00 dlls. Este precio es impresionantemente bajo porque una instalación de botes de limpiadores encimados y trapos de cocina y demás enseres domésticos atados con cables que “hablan de la condición de la mujer” de Jessica Stockholder cuestan $80,000.00 dlls. La diferencia es que estas esculturas cromadas son una labor que exige una dedicación y maestría muy grande, los bocetos están expuestos y son dibujos espléndidos, y hay un video del taller del artista. Y pues colocar unos trapos, cables y botes vacíos de productos de limpieza no requieren ni de saber dibujar, o pintar, o saber hacer algo.
La contracultura está peleando por sorprender con niveles de virtuosismo alucinantes, ya han derribado el mito de que los artistas pueden existir con solo pensar, como si los artistas creadores no pensaran, y están trabajando en lograr obras impresionantes. Los dibujos en grafito y papel de Ethan Murrow: Zero Sum Pilot, son planos aéreos de gente que cae, vuela, seres que viajan, hiperrealistas, detallados hasta la obsesión. Los artistas contraculturales están orgullosos de ser virtuosos, no sostienen su obra en el exhibicionismo y la complacencia de los consumidores, están explotando su talento con la certeza de quien sólo puede hacerlo por una vez en la vida. No hay miedo, hay arte. El arte oficial aún tiene los espacios más importantes y el dinero de los nuevos ricos que compran y venden sus casas de los Hamptons cada año, pero en la periferia, con algunas galerías arriesgadas y solventes, están estos transgresores del status oficial. Hoy cuando todo el mundo hace lo mismo, existe esta corriente subterránea que está haciendo arte. En México que reaccionamos más por imitación que por innovación, es lo mismo, pero con menos fama y dinero.
Publicado por Avelina Lésper en 15:19
*escritora, artista y critica de arte mexicana.
LINK a una entrevista con la escritora en donde cruza sables con la escena del arte contemporaneo mexicano (cualquier parecido con la tramoya colombiana es pura coincidencia) No tiene desperdicio.
No recomendable para los afectos del ministerio de cultura.
http:///
LINK a su estupendo blog:
http://avelinalesper.blogspot.com/
miércoles, 20 de enero de 2010
domingo, 3 de enero de 2010
sábado, 2 de enero de 2010
Poemas de Gregory Corso
(Nueva York, 1930) Poeta estadounidense. Uno de los miembros de la generación Beat. Es autor de libros de poesía (Gasolina, 1958; La mutación del espíritu, 1964; Herencias del futuro, 1978; New and Selected Poems, 1989; The Vestal Lady on Brattle, 1992), del drama Estos tiempo neuróticos (1955) y de la novela American express (1961).Muere el 17 de enero del 2001)
Traducción: Esteban Moore
Cuando niño
Cuando niño
vigilé las escaleras
fui monaguillo
volé los pájaros de Nueva York
Y en el campamento de verano
Besé a la luna
en un barril de lluvia
Espíritu
El espíritu
es vida
que fluye
a través
de la muerte
de mí
incesante
como un río
que no teme
transformarse
en océano
Alquimia
El pájaro de alas azules
se posa sobre la silla amarilla
La primavera ha llegado
Yo obsequié
Obsequié el firmamento
junto a las estrellas los planetas las lunas
y también las nubes y los vientos del clima
las formaciones de aviones, la migración de las aves...
“¡De ningún modo!”, aullaron los árboles,
“¡Los pájaros cuando no vuelan son nuestros, no los podés obsequiar!”
Así que obsequié los árboles
y el terreno que ellos habitan
y todas aquellas cosas que crecen y se arrastran sobre él
“¡Un momento!”, marearon los mares,
“¡Las costas, las playas son nuestras, los árboles para los barcos
para los astilleros, nuestros!, ¡no los podés obsequiar!”
Por lo tanto obsequié los mares todas las cosas que los nadan los navegan...
“De ningún modo”, tronaron los dioses,
“¡Todo lo que has obsequiado nos pertenece! ¡Nosotros lo creamos!
¡Incluso creamos a aquéllos como vos!”
Entonces fue cuando obsequié a los dioses.
Duda acerca de la verdad
En la Musa no existe
hogar para el descanso
El alhajero
está sobre la vereda
su espejo roto
Observo y veo
un poeta gastado
qué dulce-triste
objeto demolido es el hombre poeta
Mi buen corazón dice: “No,
tonto, es el espejo
que se ha roto”
A pesar de que la verdad ya no es mi guía
no haré de mentira verdad
Abandoné el alhajero de los poemas
para siempre
pero al regresar al día siguiente
vi a un chino
llorando bajo el sol
Ventana
Te digo a vos
morir, creer que vas a morir
es una horrible
triste creencia
Las personas no son confiables
y tus padres tu sacerdote tu gurú son personas
y son ellos los que te dicen que debés morir
creerles a ellos es morir
Porque ves a otro morir
creés que tenés que morir
sin embargo sólo conocerás la muerte de otro
nunca la tuya propia
incluso en tu lecho canceroso
nunca sabrás que te despertás muerto
El cuerpo es simplemente una etapa
nacemos de nosotros mismos
del encarnado amanecer
a la noche desencarnada
al amanecer reencarnado
una continua conexión
cuyo hilo conductor es el espíritu
nuevamente te digo
no conozco la impermanencia
estoy con la permanencia
y desprecio la muerte
sólo tengo sentimientos por los vivos
no tengo sentimientos por los muertos
Te dicen que tenés que morir para llegar al cielo
mandá a la mierda a esos forros poco creíbles
que con su fe fraudulenta
matan a millones de eternas inteligencias
Les digo a ustedes. Los muertos: no van a ningún lado
sólo si están vivos podrán llegar aquí, allá, a cualquier lado
El espíritu es más sabio que el cuerpo
Creer que la vida muere con el cuerpo
es estar enfermo del espíritu
El gran peligro es
pensar con el cuerpo que el espíritu es cosa efímera
La víctima de cáncer de espíritu saludable
no es una cosa terminal
y el cuerpo saludable frágil de espíritu
sí lo es
Como los peces son aguas animalizadas
nosotros somos espíritus humanizados
los peces van y vienen los humanos también
la muerte de los peces
no es la muerte de las aguas
la muerte de tu cuerpo
no es la muerte de la vida
Así es
cuando digo que nunca conoceré mi muerte, creo en ello,
conmigo el espíritu emergió con su rostro humano
logré salir de la vida vivo
Y no permitas que un cuerpo en una tumba
en cuya lápida podrás leer el nombre de Gregory Corso
te cause gracia, tiente esa risa tuya “Ja, ja”
“Él decía que nunca moriría,
mirá, el imbécil fue enterrado bien muerto”
Sólo tenés que saber que habrá un cielo
sobre esa tumba ahí
y transportará el tamaño de mi espíritu a todas partes
y esto es una mera suposición
porque quizás nunca verás esa tumba
seguramente yo nunca la veré
Así de este modo como los peces son al agua
así soy yo respecto de la tierra, el fuego, el aire
y así seré hasta tanto todos estos elementos
no estén más allí
Habré muerto en realidad
hasta entonces todavía seré
como ahora, como mañana
como ayer;
adiós, que tengan una buena vida
recuerden
que las personas
las más de las veces
no son confiables,
y son ellas, las que te dicen que tenés que morir;
te estaré viendo en mis ecos
la próxima vez
¡Ehh!
No hay ningún dios
parecido a María, la rubia exitosa
la mejor estudiante de su clase en Vassar
No hay ningún dios del tamaño de la boca de Joan Crawford
que en la muerte sonríe en el polvo
como una línea de blanca
No hay ningún dios
que se haya lamentado por el dinosaurio
más de lo que lo hizo el tipo más sincero
en el bar más decrépito de Baltimore
No hay ningún dios
como el de Mozambique Mort
excepto quizás el de Iwo Jima Jennifer
o el dios de Al el abisinio
o el dios de Sid el sumerio
o
no hay ningún dios
el día después de Milwaukee
Ningún dios
cincuenta años después de la leche derramada
ningún dios
más grande que
la arrogante reina de la belleza de América
en un accidente automovilístico
con su bmw
Sin dios
el reverendo Jerry Falwell
podría estar despachando hamburguesas con rodajas de cebolla
a los parroquianos de un bar, el White Swallow quizá
Sin dios
millones de inteligencias eternas de los creyentes muertos se joden
Con dios
millones de creyentes vivos hieden
Por qué debe existir algún dios
para aquellos como vos o como yo
cuando el hombre de las cavernas
nunca conoció al dios de Billy Graham
y nunca un cavernícola fue judío
Dame las pruebas de la existencia de un dios
parado entre los culos arrugados
de un Rex Roberts y de un Oral Humbard
Yo puedo probar que no existe un dios
de Missouri
Yo soy de la ciudad de Nueva York
como si a los testigos de Jehová les importara
Cómo puede haber un dios
cuando los burros prefieren la paja al oro
y las personas que algo más saben, prefieren el oro
y huyendo con él son baleados en las piernas
No puede haber Dios cuando los pollos comen huevos duros y
seguramente no puede existir un dios
cuando los Gregorios son llamados Goyos
Reconocidos por poseer cabezas duras
(Testa Dura)
la mia testa e una testa delicata
Las estupideces del martín pescador
forman una bandada en mi cerebro
donde se ha ido mi anterior
felicidad
cuando la sabiduría
solstició mi cerebro
tan propicio a la
labor de las palabras
O gran pedo del cielo
vi anticipadamente
tu luz
Las nubes son sobres de agua
hechos de aire
arrojando fuego
Eso es lo que quiero decir con
O gran pedo del cielo
Soy ese niño
lustrabotas de los dioses
después de todo fui yo
el que se sentó en el inodoro
de un viejo y olvidado dios
Con amor, por el pensamiento,
las montañas cubiertas de azul
y los cipreses en descenso
se mueven sin moverse
para mis ojos amantes
Y las tormentas
y las nubes batientes
que topan
como lo hacen los carneros
con sus cuernos grandes
a las nubes femeninas
expresan su amor
hacen bebés
de lluvia
Poeta hablando consigo mismo frente al espejo
Sí, Soy yo
Esta caza de mí
se ha transformado en algo evidentemente absurdo
creyendo que cuando yo
era perseguido
no sólo me encontraría a mí mismo
sino también a todo un rebaño de yoes
yoes pasados, yoes futuros
un carro cargado de ellos
y todos estos años
y adónde he llegado
en este punto del tiempo
éste no es el mismo espejo
que contemplé hace años
Es el espejo que cambia
nunca el pobre Gregory
¡Hey!, en la vida
Donde fui, fui
Donde me detuve, me detuve
Cuando hablé, hablé
Cuando escuché, escuché
Lo que comí, comí
Lo que amé, amé
Pero que puedo decir acerca de
adonde fui, no fui
adonde me detuve, continué mi camino
cuando hablé, escuché
cuando escuché, hablé
cuando ayuné, comí
y cuando amaba...
no deseaba odiar
Ahora veo a las personas
como las ve la policía
También veo a las monjas del mismo modo
en que veo a los hare-krishnas
No tengo representante
me disgusta la idea de un poeta con representante
sin embargo Ginsy y Ferli tienen uno
y hacen pilas de plata con ellos
se vuelven más famosos también
Quizás debiera contratar un representante
¡Wow!
De ningún modo, Gregory, quedáte
En la cercanía del poema
ALBERT CAMUS/ NOVELA Y REBELDÍA
Novela y rebeldía
Es posible separar la literatura de consentimiento que coincide, en líneas generales, con los siglos antiguos y los siglos clásicos, y la literatura de disidencia que empieza con los tiempos modernos. Se observará entonces la escasez de novela en la primera. Cuando existe, salvo raras excepciones, no concierne a la historia, sino a la fantasía (Teágenes y Cariclea o La Astrea). Son cuentos, no novelas. Con la segunda, por el contrario, se desarrolla realmente el género novelesco que no ha cesado de enriquecerse y extenderse hasta nuestros días, al mismo tiempo que el movimiento crítico y revolucionario. La novela nace al mismo tiempo que el espíritu de rebeldía y traduce, en el plano estético, la misma ambición.
«Historia ficticia, escrita en prosa», dice Littré de la novela. ¿No es más que esto? Un crítico católico1 ha escrito no obstante: «El arte, sea cual sea su objetivo, siempre hace una competencia culpable a Dios». Es más justo, en efecto, hablar de una competencia a Dios, a propósito de la novela, que de una competencia al Estado civil. Thibaudet expresaba una idea parecida cuando decía a propósito de Balzac: «La comedia humana es la Imitación de Dios Padre.» El esfuerzo de la gran literatura parece consistir en crear universos cerrados o tipos completos. Occidente, en sus grandes creaciones, no se limita a describir su vida cotidiana. Se propone sin descanso grandes imágenes que lo enardecen y se lanza tras ellas.
Al fin y al cabo, escribir o leer una novela son acciones insólitas. Construir una historia mediante una disposición nueva de hechos verdaderos no tiene nada de inevitable, ni de necesario. Incluso si la explicación vulgar, por el gusto del creador y del lector, fuese verdad, habría que preguntarse entonces por qué necesidad la mayor parte de los hombres experimentan precisamente gusto e interés en historias fingidas. La crítica revolucionaria condena la novela pura como la evasión de una imaginación ociosa. La lengua común, a su vez, llama «novela» al relato engañoso del periodista torpe. Hace unos lustros, la costumbre quería asimismo, contra la verosimilitud, que las jóvenes fuesen «novelescas». Se daba a entender con ello que tales criaturas ideales no tenían en cuenta las realidades de la existencia. De manera general, siempre se ha considerado que lo novelesco se apartaba de la vida y que la embellecía al mismo tiempo que la traicionaba. La manera más simple y la más común de entender la expresión novelesco consiste, pues, en ver en ella un ejercicio de evasión. El sentido común se suma a la crítica revolucionaria.
Pero ¿de qué nos evadimos por medio de la novela? ¿De una realidad juzgada demasiado aplastante? La gente feliz lee también novelas y es constante que el extremo sufrimiento quite la afición a la lectura. Por otro lado, el universo novelesco tiene ciertamente menos peso y menor presencia que ese otro universo en que unos seres de carne y hueso nos asedian sin descanso. ¿Por qué misterio, sin embargo, Adolfo nos aparece como un personaje mucho más familiar que Benjamin Constant, el conde Mosca que nuestros moralistas profesionales? Balzac terminó un día una larga conversación sobre la política y la suerte del mundo diciendo: «Y ahora volvamos a las cosas serias», queriendo hablar de sus novelas. La gravedad indiscutible del mundo novelesco, nuestro empeño en tomar, en efecto, en serio los mitos incontables que nos brinda desde hace dos siglos el genio novelesco, el gusto por la evasión no basta para explicarlo. Ciertamente, la actividad novelesca supone una especie de rechazo de lo real. Pero este rechazo no es una simple huida. ¿Hay que ver en él el movimiento de retiro del alma noble que, según Hegel, se crea a sí misma, en su decepción, un mundo ficticio en que la moral reina sola? La novela edificante, sin embargo, queda asaz distante de la gran literatura; y la mejor novela rosa, Pablo y Virginia, obra propiamente penosa, no ofrece nada al consuelo.
La contradicción es la siguiente: el hombre rechaza el mundo tal cual es, sin aceptar escaparse. De hecho, los hombres tienen apego al mundo y, en su inmensa mayoría, no desean abandonarlo. Lejos de querer olvidarlo siempre, sufren, al contrario, por no poseerlo bastante, extraños ciudadanos del mundo, exiliados en su propia patria. Salvo en los instantes fulgurantes de la plenitud, toda realidad es para ellos inacabada. Sus actos les escapan en otros actos, vuelven a juzgarlos bajo rostros inesperados, huyen como el agua de Tántalo hacia una desembocadura ignorada aún. Conocer la desembocadura, dominar el curso del río, captar por fin la vida como destino, he ahí su verdadera nostalgia, en lo más denso de su patria. Pero esta visión que, en el conocimiento al menos, los reconciliaría por fin con ellos mismos, no puede aparecer, si es que aparece, más que en ese momento fugitivo que es la muerte: todo acaba en él. Para estar, una vez, en el mundo, es preciso no estar ya en él nunca más.
Nace aquí esa desgraciada envidia que tantos hombres sienten por la vida de los otros. Percibiendo esas existencias por fuera, les suponen una coherencia y una unidad que no pueden tener, en verdad, pero que parecen evidentes al observador. Éste no ve más que la línea superior de tales vidas, sin cobrar conciencia del detalle que las roe. Hacemos entonces arte de tales existencias. De modo elemental, las novelamos. Cada cual, en este sentido, trata de hacer de su vida una obra de arte. Deseamos que el amor dure y sabemos que no dura; aunque, por milagro, debiese durar toda una vida, sería aún inacabado. Quizás, en esta insaciable necesidad de durar, comprenderíamos mejor el sufrimiento terrestre si supiéramos que fuese eterno. Parece que a las grandes almas las asusta a veces menos el dolor que el hecho de que no dura. A falta de una felicidad infatigable, un largo sufrimiento crearía al menos un destino. Pero no, y nuestras peores torturas cesarán un día. Una mañana, después de tantas desesperaciones, un irreprimible deseo de vivir nos anunciará que todo ha terminado y que el sufrimiento ya no tiene más sentido que la felicidad.
El afán de posesión no es más que otra forma del deseo de durar; él es el que hace el delirio impotente del amor. Ningún ser, ni siquiera el más amado, y que mejor nos responda, está nunca en nuestra posesión. En la tierra cruel, donde los amantes mueren a veces separados, nacen siempre divididos, la posesión total de un ser, la comunión absoluta en el tiempo entero de la vida es una imposible exigencia. El afán de la posesión es hasta tal punto insaciable que puede sobrevivir al amor mismo. Amar, entonces, es esterilizar al amado. El vergonzoso sufrimiento del amante, en lo sucesivo solitario, no es tanto el no ser ya amado, cuanto el saber que el otro puede y debe amar aún. En el límite, todo hombre devorado por el deseo loco de durar y de poseer desea a los seres a los que ha amado la esterilidad o la muerte. Ésta es la verdadera rebeldía. Quienes no han exigido, un día al menos la virginidad absoluta de los seres y del mundo; quienes no han temblado de nostalgia y de impotencia ante su imposibilidad; quienes, entonces, vueltos a su nostalgia de absoluto, no son destruidos intentando amar a media altura, ésos no pueden comprender la realidad de la rebeldía y su furia de destrucción. Pero los seres se escapan siempre y nosotros les escapamos también: no tienen perfiles firmes. La vida desde este punto de vista no tiene estilo. No es más que un movimiento que corre en pos de su forma sin dar nunca con ella. El hombre, desgarrado así, busca en vano esa forma que le daría los límites entre los cuales sería rey. ¡Que una sola cosa viva tenga su forma en este mundo y éste estará reconciliado!
No hay ser por fin que, a partir de cierto nivel elemental de conciencia, no se agote buscando las fórmulas o las actitudes que darían a su existencia la unidad que le falta. Parecer o hacer, el dandi o el revolucionario exigen la unidad, para ser, y para ser en este mundo. Como en esas patéticas y miserables relaciones que se prolongan a veces largo tiempo porque uno de los miembros espera hallar la palabra, el gesto o la situación que harán de su aventura una historia concluida y formulada en el tono justo, cada uno se crea o se propone tener la palabra final. No basta con vivir, hace falta un destino, y sin esperar la muerte. Es, pues, justo decir que el hombre tiene la idea de un mundo mejor que éste. Pero mejor no quiere decir entonces diferente, mejor quiere decir unificado. Esta fiebre que levanta el corazón por encima de un mundo disperso, del que, sin embargo, no puede desprenderse, es la fiebre de la unidad. No desemboca en una mediocre evasión, sino en la reivindicación más obstinada. Religión o crimen, todo esfuerzo humano obedece a la postre a ese deseo irrazonable y pretende dar a la vida la forma que no tiene. El mismo movimiento, que puede llevar a la adoración del cielo o a la destrucción del hombre, lleva asimismo a la creación novelesca, que recibe entonces su seriedad.
¿Qué es, en efecto, la novela sino este universo en que la acción halla su forma, en que las palabras del final son pronunciadas, los seres entregados a los seres, en que toda vida toma la faz del destino?2 El mundo novelesco no es más que la corrección de este mundo, según el deseo profundo del hombre. Pues se trata indudablemente del mismo mundo. El sufrimiento es el mismo, la mentira y el amor. Los personajes tienen nuestro lenguaje, nuestras debilidades, nuestras fuerzas. Su universo no es ni más bello ni más edificante que el nuestro. Pero ellos, al menos, corren hasta el final de su destino y no hay nunca personajes tan emocionantes como los que van hasta el extremo de su pasión, Kirilov y Stavroguin, la señora Graslin, Julián Sorel o el príncipe de Cléves. Es aquí donde nos alejamos de su medida, pues ellos acaban lo que nosotros no acabamos nunca.
Madame de La Fayette sacó La princesa de Cléves de la más estremecedora experiencia. Sin duda es la señora de Cléves, y sin embargo no lo es. ¿Dónde está la diferencia? La diferencia está en que madame de La Fayette no entró en un convento y que nadie en su entorno murió de desesperación. No cabe duda de que conoció al menos los instantes desgarradores de aquel amor sin igual. Pero no tuvo punto final, le sobrevivió, lo prolongó cesando de vivirlo, y por último, nadie, ni ella misma, hubiera conocido su dibujo si no le hubiera dado la curva desnuda de un lenguaje impecable. Del mismo modo, no existe historia más novelesca y más bella que la de Sophie Tonska y Casimir en Las pléyades de Gobineau. Sophie, mujer sensible y bella, que hace entender la confesión de Stendhal, «no hay más que las mujeres de gran carácter que puedan hacerme feliz», obliga a Casimir a confesarle su amor. Acostumbrada a ser amada, se impacienta ante aquél, que la ve todos los días y que, a pesar de ello, no ha abandonado nunca una calma irritante. Casimir confiesa, en efecto, su amor, pero en el tono de una exposición jurídica. La ha estudiado, la conoce tanto como se conoce a sí mismo, está seguro de que este amor, sin el que no puede vivir, carece de futuro. Ha decidido, pues, declararle a la vez este amor y su inconsistencia, hacerle donación de su fortuna -Sophie es rica y este gesto es inconsecuente- a condición de que ella le pase una modestísima pensión que le permita trasladarse al suburbio de una ciudad elegida al azar (será Vilna), y esperar en ella la muerte, en la pobreza. Casimir reconoce, por lo demás, que la idea de recibir de Sophie lo que le será necesario para subsistir representa una concesión a la debilidad humana, la única que se permitirá, con, de tarde en tarde, el envío de una página en blanco metida en un sobre en el que escribirá el nombre de Sophie. Tras mostrarse indignada, luego turbada, luego melancólica, Sophie aceptará; todo se desarrollará tal como Casimir había previsto. Morirá en Vilna, de su pasión triste. Lo novelesco tiene así su lógica. Una bella historia no carece de esa continuidad imperturbable que no se da nunca en las situaciones vividas, pero que se encuentra en el proceso del sueño, a partir de la realidad. Si Gobineau hubiese ido a Vilna, se habría aburrido y habría regresado, o habría estado allí a su gusto. Pero Casimir no conoce las ganas de cambiar y las mañanas de cura. Va hasta el fin, como Heathcliff, que deseará ir más allá de la muerte para Regar hasta el infierno.
He aquí, pues, un mundo imaginario, pero creado por la corrección de éste, un mundo en que el dolor puede, si quiere, durar hasta la muerte, en que las pasiones no se distraen nunca, en que los seres se entregan a una idea fija y están siempre presentes los unos para con los otros. El hombre se da al fin a sí mismo la forma y el límite apaciguador que persigue en vano en su condición. La novela fabrica destinos a la medida. Así es como compite con la creación y vence, provisionalmente, a la muerte. Un análisis detallado de las novelas más famosas mostraría, con perspectivas cada vez diferentes, que la esencia de la novela está en esa corrección perpetua, dirigida siempre en el mismo sentido, que el artista efectúa sobre su experiencia. Lejos de ser moral o puramente formal, esta corrección apunta primero a la unidad y traduce, con ello, una necesidad metafísica. La novela, a este nivel, es en primer lugar un ejercicio de la inteligencia al servicio de una sensibilidad nostálgica o en rebeldía. Se podría estudiar esta búsqueda de la unidad en la novela francesa de análisis, y en Melville, Balzac, Dostoievski o Tolstoi. Pero una breve confrontación entre dos tentativas que se sitúan en los extremos opuestos del mundo novelesco, la creación proustiana y la novela norteamericana de estos últimos años, bastará para nuestra intención.
La novela norteamericana pretende hallar su unidad reduciendo al hombre, ya sea a lo elemental, ya a sus reacciones externas y a su comportamiento3. No elige un sentimiento o una pasión del que dará una imagen privilegiada, como en nuestras novelas clásicas. Rechaza el análisis, la búsqueda de un resorte psicológico fundamental que explicaría y resumiría la conducta de un personaje. Por eso, la unidad de dicha novela no es más que una unidad de enfoque. Su técnica consiste en describir a los hombres por fuera, en los más indiferentes de sus gestos, en reproducir sin comentarios los discursos hasta en sus repeticiones4, en hacer, por fin, como si los hombres se definiesen enteramente por sus automatismos cotidianos. A ese nivel maquinal, efectivamente, los hombre se parecen y así se explica ese curioso universo en que todos los personajes parecen intercambiables, hasta en sus particularidades físicas. Esta técnica es llamada realista tan sólo por un malentendido. Además de que el realismo en arte es, como veremos, una noción incomprensible, resulta muy evidente que este mundo novelesco no tiende a la reproducción pura y simple de la realidad, sino a su estilización más arbitraria. Nace de una mutilación, y de una mutilación voluntaria, llevada a cabo sobre lo real. La unidad así obtenida es una unidad degradada, una nivelación de los seres y del mundo. Parece que, para esos novelistas, sea la vida interior la que priva las acciones humanas de la unidad y que arrebata a los seres los unos a los otros. Tal sospecha es en parte legítima. Pero la rebeldía que se halla en la fuente de este arte, no puede encontrar su satisfacción sino fabricando la unidad a partir de esa realidad interior, y no negándola. Negarla totalmente es referirse a un hombre imaginario. La novela negra es también una novela rosa de la que tiene la vanidad formal. Edifica a su manera5. La vida de los cuerpos, reducida a sí misma, produce paradójicamente un universo abstracto y gratuito, constantemente negado a su vez por la realidad. Esa novela, purgada de vida interior, en que los hombres parecen observados detrás de un cristal, acaba lógicamente dándose, como tema único, al hombre presuntamente medio, escenificando lo patológico. Así se explica la cantidad considerable de «inocentes» utilizados en este universo. El inocente es el tema ideal de semejante empresa, ya que no es definido, y por entero, sino por su comportamiento. Es el símbolo de este mundo exasperante, en que unos autómatas desdichados viven en la más maquinal de las coherencias, y que los novelistas norteamericanos han elevado frente al mundo moderno como una protesta patética, pero estéril.
En cuanto a Proust, su esfuerzo ha consistido en crear a partir de la realidad, obstinadamente contemplada, un mundo cerrado, insustituible, que no le pertenecía más que a él y marcaba su victoria sobre la huida de las cosas y sobre la muerte. Pero sus medios son opuestos. Dependen ante todo de una elección concertada, una meticulosa colección de instantes privilegiados que el novelista escogerá en lo más secreto de su pasado. Inmensos espacios muertos son así expulsados de la vida porque no han dejado nada en el recuerdo. Si el mundo de la novela norteamericana es el de los hombres sin memoria, el mundo de Proust no es en sí mismo más que una memoria. Se trata tan sólo de la más difícil y la más exigente de las memorias, la que rechaza la dispersión del mundo tal cual es y que saca de un perfume recobrado el secreto de un nuevo y antiguo universo. Proust elige la vida interior y, en la vida interior, lo que es más interior que ella, contra lo que en lo real se olvida, es decir lo maquinal, el mundo ciego. Pero de este rechazo de lo real, no saca la negación de lo real. No comete el error, simétrico al de la novela norteamericana, de suprimir lo maquinal. Reúne, por el contrario, en una unidad superior, el recuerdo perdido y la sensación presente, el pie que se tuerce y los días felices de antaño.
Es difícil retornar a los lugares de la dicha y la juventud. Las muchachas en flor ríen y parlotean eternamente frente al mar, pero aquel que las contempla va perdiendo poco a poco el derecho a amarlas, igual que aquellas a las que amó pierden el poder de ser amadas. Esta melancolía es la de Proust. Ha sido bastante potente en él para hacer brotar un rechazo de todo el ser. Pero el amor a las caras y a la luz lo ataban al mismo tiempo a este mundo. No consintió que las vacaciones felices se perdieran para siempre. Se comprometió a recrearlas de nuevo y a mostrar, contra la muerte, que el pasado se encontraba al término del tiempo en un presente imperecedero, más verdadero y más rico aún que en el origen. El análisis psicológico de El tiempo perdido no es entonces más que un poderoso medio. La grandeza real de Proust es haber escrito El tiempo recobrado, que reúne un mundo dispersado y le da una significación al nivel mismo del desgarramiento. Su victoria difícil, en vísperas de su muerte, consiste en haber podido extraer de la huida incesante de las formas, por las vías solas del recuerdo y la inteligencia, los símbolos estremecedores de la unidad humana. El reto más seguro que una obra de esta índole pueda plantear a la creación es presentarse como un todo, un mundo cerrado y unificado. Esto define las obras sin correcciones.
Se ha podido decir que el mundo de Proust era un mundo sin dios. Si eso es verdad, no es porque en él no se hable nunca de Dios, sino porque este mundo tiene la ambición de ser una perfección cerrada y de dar a la eternidad el rostro del hombre. El tiempo recobrado, en su ambición al menos, es la eternidad sin dios. La obra de Proust, desde este punto de vista, aparece como una de las empresas más desmesuradas y más significativas del hombre contra su condición mortal. Ha demostrado que el arte novelesco rehace la creación misma, tal cual nos es impuesta y tal cual es rechazada. Bajo uno de sus aspectos al menos, este arte consiste en elegir a la criatura contra su creador. Pero, más profundamente aún, se alía con la belleza del mundo o de los seres contra las potencias de la muerte y del olvido. Así es como su rebeldía es creadora.
Albert Camus
FIN
1. Stanislas Funet
2. Incluso si la novela no dice más que la nostalgia, la desesperación, lo inacabado, crea con todo la forma y la salvación. Nombrar la desesperación es superarla. La literatura desesperada es una contradicción en los términos.
3. Se trata naturalmente de la novela «dura», la de los años treinta y cuarenta, y no de la floración norteamericana del siglo XIX.
4. Hasta en Faulkner, gran escritor de esta generación, el monólogo interior no reproduce más que la corteza del pensamiento.
5. Bernardin de Saint-Pierre y el marqués de Sade, con indicios diferentes, son los creadores de la novela de propaganda.
sábado, 5 de diciembre de 2009
jueves, 19 de noviembre de 2009
lunes, 16 de noviembre de 2009
DOSSIER ANTIPROHIBICINISTA #3
LA PROHIBICIÓN DE DROGAS, DEL TABÚ MORAL A LA DESOBEDIENCIA CIVIL
LA EXPERIENCIA ANTIPROHIBICIONISTA ESPAÑOLA
Martín Barriuso Alonso
“Las sinrazones que se soportan pacientemente
cuando parecen inevitables se tornan insufribles
una vez sugerida la idea de escaparse de ellas.”
Alexis de Tocqueville
Resumen:
El debate sobre la legalización de las drogas se inicia poco después de la aprobación del Convenio Internacional de La Haya, de 1912, sin que los términos en que se plantea hayan variado apenas desde entonces. Mientras, el sistema de prohibición, a pesar de las numerosas críticas que recibe y de las abrumadoras evidencias de su carácter contraproducente, se sostiene en pie con una fortaleza que solo se explica por los intereses ocultos a los que realmente sirve, que lo convierten en rentable a pesar de su aparente fracaso. Ello hace que los argumentos racionales se estrellen contra ese complejo entramado de intereses, defendidos por la triple estructura de la prohibición: tabú moral, norma legal y conflicto bélico. Por otro lado, las tendencias globales que sostienen la prohibición van seguramente a permanecer sin grandes cambios a medio plazo. En consecuencia, dado que las razones se revelan insuficientes, solo la vía de la acción parece ofrecer perspectivas de cambio inmediato en el necesario camino hacia la tolerancia y la normalización.
En el presente trabajo se intenta analizar la situación actual del debate sobre políticas de drogas y los retos que plantea, para repasar luego someramente la actividad de los últimos diez años del movimiento antiprohibicionista –especialmente el cannábico- del estado español (en el que el autor ha participado activamente), una experiencia de respuesta a las políticas prohibicionistas relativamente exitosa, cuyos elementos más destacables han sido el asociacionismo de usuarios, la práctica de la desobediencia y la colaboración con colectivos de diversos países que agrupan a otros sectores afectados negativamente por la prohibición. A partir de ahí, se pretenden encontrar líneas estratégicas que puedan servir al conjunto del movimiento antiprohibicionista para superar la actual situación y tratar de construir un modelo de mercado legal que provoque la menor cantidad posible de efectos colaterales negativos para todos los eslabones de la cadena de producción, transformación, venta y consumo de drogas ilícitas.
Legalización: ¿debate eterno?
Hace mucho que el debate sobre la legalización de las drogas dejó de ser merecedor de tal nombre. La razón es simple: La discusión la ganaron hace tiempo los enemigos de la prohibición. Por supuesto, ganar la discusión no significa en absoluto haber ganado la lucha contra la misma. Lo que ocurre es, sencillamente, que el discurso oficial no ofrece respuestas consistentes a los argumentos antiprohibicionistas.
No es objetivo de este trabajo entrar a analizar con detenimiento los argumentos que se oponen a la prohibición mundial de drogas, pero sí que podríamos resumir dichos argumentos en tres líneas principales. La primera, cuyo representante más conocido es el estadounidense Thomas Szasz (1993), plantea que la pretensión de impedir por la fuerza a personas adultas y capaces el consumo de cualquier sustancia es ilegítimo y viola los derechos de las personas, permitiendo al Estado inmiscuirse en asuntos que no son de su competencia.
La segunda queda perfectamente resumida en el título del manifiesto que varios cientos de personalidades de todo el mundo hicieron público con motivo de la Sesión Especial sobre Drogas de las Naciones Unidas de 1998: “Creemos que la guerra contra las drogas causa más daño que las drogas mismas”. Otro manifiesto publicado al mismo tiempo, el de la Coalición Internacional de ONGs por una Política de Drogas Justa y Eficaz, resume esos daños en: a) muertes violentas y violación de derechos humanos básicos; b) muertes y enfermedades por adulteración, transmisión de enfermedades, mala dosificación, etc.; c) criminalización y marginación de las mismas personas que dice querer proteger; d) daños al medio ambiente; e) violaciones de la soberanía nacional; f) desgaste de fondos que podrían destinarse a otros usos; y g) erosión del Estado de Derecho con órganos supranacionales que escapan al control democrático y la extensión de la arbitrariedad y la corrupción.
La tercera línea argumental es la que plantea que la actual separación legal entre unas drogas prohibidas sobre la base de su supuesta peligrosidad y otras que se permiten por su menor riesgo, carece de base científica. Con frecuencia, estas tres líneas de argumentación aparecen entrelazadas y constituyen la base ideológica de la mayoría de grupos antiprohibicionistas del mundo.
Si miramos atrás, veremos que los primeros textos contra la prohibición incluyen muchas de las razones arriba expuestas, aunque sea, como era de esperar, en forma mucho más esquemática que en el presente. En el caso de España, los primeros artículos de prensa de carácter antiprohibicionista, obra del periodista republicano Carlos Esplá, datan de 1921. Al año siguiente, en Italia, el teórico anarquista Enrico Malatesta rechaza las leyes contra la cocaína con argumentos que mantienen aún hoy todo su vigor: “Cuanto más severas sean las penas impuestas a los consumidores y a los negociantes de cocaína, más aumentará en los consumidores la atracción por el fruto prohibido y la fascinación por el peligro afrontado, y en los especuladores, la avidez de ganancia, que es ya ingente y crecerá con el crecer de la ley”. Malatesta plantea como alternativa la liberalización del comercio de cocaína combinada con campañas informativas acerca de sus peligros.
Como vemos, existe una continuidad entre el discurso de los primeros críticos y los actuales, una continuidad que supera, incluso, las teóricas barreras ideológicas entre izquierda y derecha. Frente a estos discursos críticos cada vez más elaborados y fundamentados en datos científicos, el discurso oficial mantiene también una desesperante inmutabilidad. De hecho, la forma en que las instituciones responsables en la materia rechazan los ataques dialécticos de sus opositores se reduce, fundamentalmente, a un mecanismo que podríamos denominar “contestador automático” y que consiste, simplemente, en repetir hasta la saciedad, independientemente de los términos en que se plantee la discusión, una serie de consignas oficiales que apenas han variado desde el nacimiento del prohibicionismo organizado en los Estados Unidos del final del siglo XIX (Escohotado, 1994).
Las instituciones internacionales encargadas del control de las drogas ilícitas mantienen inalterados sus planteamientos, como si nada de lo que se diga o haga pudiera hacer mella en su naturaleza monolítica. Es bien significativo que el plan que el PNUCID (Programa de las Naciones Unidas para el Control Internacional de Drogas) presentó en la Sesión Especial sobre Drogas de 1998 se titulara “1998-2008: Un mundo sin drogas. Podemos consegurilo”. Poco importa que los plazos para la completa y definitiva erradicación de cultivos que se fijaron en la ya lejana Convención Única sobre Estupefacientes de 1961 (quince años para el opio y veinticinco para cannabis y coca) hayan vencido y se hayan prorrogado una y otra vez. En cada ocasión, los responsables del fracaso encuentran nuevos motivos para el optimismo y fijan un nuevo lapso (Blickman, 1998), en lo que el New York Times, en su editorial dedicado a la citada Sesión Especial del 98, denominó “reciclaje de políticas irrealistas”. Por su parte, la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes condena año tras año en sus informes las políticas basadas en la tolerancia de países como Holanda o Suiza y rechazan iniciativas de reducción de riesgos de eficacia probada, como los programas de dispensación controlada de heroína o las salas de consumo higiénico.
Una y otra vez, a pesar de que hay un creciente número de gobiernos críticos, las resoluciones y programas que los organismos de la ONU presentan a los países firmantes de los tratados anti-droga se aprueban por unanimidad, mostrando hasta qué punto cuesta cambiar las cosas en este campo. En este sentido, la prohibición global de drogas tiene una enorme similitud con la Torre de Pisa: Desde antiguo había razones de peso para asegurar que terminaría por caerse, pero generaciones enteras de pisanos nacieron y murieron a sus pies sin que el momento de la caída llegara nunca. Después, cuando se consideró que la situación era ya insostenible y se adoptaron medidas, estas consistieron en ponerla más erguida, pero no del todo, ya que para entonces había un gran interés (basado, sobre todo, en los ingresos por turismo) en mantener la sensación de precariedad. De igual manera, si la torre prohibicionista no acaba de caer ni de ponerse derecha es por la gran cantidad de gente que obtiene beneficio de tan anómala situación. Por tanto, podemos seguir debatiendo ad nauseam sin que el edificio prohibicionista llegue a estar realmente en peligro[i][i].
La prohibición de drogas: Ley, tabú y guerra.
Aunque la prohibición de drogas se plasma en una larga serie de normas legales que van desde las citadas convenciones de las Naciones Unidas hasta bandos municipales, pasando por Códigos Penales y legislación administrativa de ámbito estatal y regional, lo cierto es que se trata de un fenómeno que abarca no solo el derecho, sino la moral, la economía y otros numerosos ámbitos de la vida social. Las dificultades para ir avanzando hacia la legalización tienen mucho que ver con el hecho de que el tratamiento que recibe el fenómeno de la producción, venta y consumo de drogas ilegales vaya mucho más allá del que suele corresponder a la persecución de la mayoría de delitos y faltas.
La prohibición de drogas es una materia que no solo atañe a la razón sino que toca sentimientos de amplias capas de la población de muchos países. Aunque la existencia de una prohibición global de drogas sea un fenómeno del siglo XX, lo cierto es que la existencia de tabúes o prohibiciones de ciertas formas de ebriedad es mucho más antigua. La cultura occidental, merced a la influencia de la moral judeo-cristiana, ha levantado un tabú moral en torno a ciertas sustancias desde hace siglos, y los fenómenos de prohibición, a veces transitoria, de drogas ajenas a la propia cultura –como sucedió con el café o el tabaco- han sido recurrentes. Diversos estudios antropológicos parecen demostrar que algunas de estas prohibiciones, referidas sobre todo a drogas visionarias o alucinógenas, han llegado incluso a incorporarse al inconsciente colectivo (Fericgla, 1994).
Todo ello, unido a décadas de propaganda prohibicionista –incluyendo la difusión sistemática de noticias alarmistas, generalmente infundadas, algo especialmente notorio en el caso del cannabis (Herer, 1995)- ha llevado a que las drogas prohibidas provoquen miedo y asco a millones de personas, haciendo difícil el diálogo abierto sobre las mismas, estigmatizando a quienes tienen contacto con ellas y fomentando la falsa imagen social de que ciertas sustancias funcionan como una infección microbiana capaz de invadir y dañar un cuerpo social sano[ii][ii]. En este sentido, si comparamos las características de un tabú moral y una prohibición legal típicos (ver cuadro) comprobaremos que la prohibición de drogas presenta simultáneamente características de ambos.
Prohibición.
1. Se basa en la razón.
2. Tiene un carácter dialogado y adaptable a la realidad.
3. Es convencional y provisional.
4. Protege un bien jurídico y combate delitos o faltas.
5. Se limita a hechos concretos
6. Los transgresores siguen siendo sujeto de derechos
Tabú.
1. Apela a los sentimientos.
2. Se considera indiscutible e inmutable.
3. Se considera natural y, por tanto, invariable en el tiempo
4. Protege un valor moral y combate un vicio.
5. Tiene un carácter abstracto y abierto
6. Quienes lo transgreden pierden los derechos que les correspondieran
En efecto, tanto la imagen social de las drogas ilícitas como su tratamiento legal superan el marco de la prohibición para adquirir características en principio privativas del tabú. Hay numerosos hechos que sustentan esta afirmación para cada uno de los puntos citados en el cuadro anterior, entre los que cabe citar:
Los informes científicos que sistemáticamente han venido cuestionando la validez científica de la actual división entre drogas lícitas e ilícitas no han provocado modificaciones en la ley. La alarma social, real o ficticia, ha sido el criterio que ha primado históricamente a la hora de ampliar las listas de drogas prohibidas: Se prohíbe lo que asusta a la sociedad, no lo que la daña. Para alimentar esa alarma social, la propaganda oficial utiliza constantemente recursos sentimentales. Las campañas dirigidas a disuadir del consumo suelen utilizar mensajes muy impactantes e imágenes escabrosas, incluso repugnantes, intentando asociar siempre droga con muerte, sangre, sufrimiento, etc. También son constantes las alusiones a la infancia, así como imágenes tremendistas en las que aparecen niños, en algunos casos consumiendo drogas[iii][iii].
En muchos países se considera delito el presentar las drogas prohibidas desde un prisma favorable, así como cualquier conducta que pueda interpretarse como apologista, estando vetados los mensajes antiprohibicionistas.
Las listas pretender tener una validez tan duradera que han llegado a incluir sustancias aún sin sintetizar y, por tanto, de propiedades desconocidas.
La Convención Única de 1961, matriz de la Prohibición vigente, dice estar destinada a proteger la salud, no solo física, sino también moral, de la Humanidad.
Los delitos contra la salud pública suelen ser de tipos abiertos y peligro abstracto. En otras palabras, no precisan consumarse y abarcan cualquier conducta que se considere que puede favorecer, aunque sea indirectamente, la comisión del delito.
Son numerosos los mecanismos excepcionales que se prevén para los delitos relacionados con drogas prohibidas, que van desde la confiscación y subasta de bienes previas a la existencia de sentencia firme, hasta la inversión de la carga de la prueba -que lleva a veces a la presunción de culpabilidad-, pasando por la entrada en el domicilio sin mandamiento judicial o el encarcelamiento preventivo incondicional. Por otro lado, es frecuente la privación de derechos sociales a las personas condenadas y a su entorno.
Por otra parte, la Prohibición tiene un carácter netamente bélico. Aparte de la declaración formal de “guerra contra las drogas” que el presidente estadounidense Nixon realizara en 1973, todo indica que, efectivamente, nos encontramos ante un conflicto que reúne todas las características necesarias para ser considerado como una guerra. En efecto, la masiva participación de militares en las tareas anti-droga, los medios técnicos empleados –que van desde satélites artificiales hasta fumigación masiva con pesticidas, pasando por artillería o helicópteros- y otra serie de elementos típicos como la existencia de estrategias, espionaje, etc., apuntan sin duda hacia una guerra clásica.
Sin embargo, el resto de elementos hacen de esta una guerra difusa, dado que dice combatir algo tan atípico como una serie de plantas y de sustancias químicas y que carece de frente de batalla o retaguardia (nota guerra terrorismo). Como es evidente que no se puede librar una guerra contra seres inanimados, el enemigo no es otro que las personas que producen, transportan, venden y consumen las drogas proscritas. Con excepción de quienes pertenecen a algún grupo armado -sea estatal, paraestatal, insurgente o mafioso- de los que controlan sectores de la producción y venta de algunas drogas, la gran mayoría de esas personas no poseen armas ni oponen resistencia violenta alguna, lo que convierte a esta guerra en excepcionalmente asimétrica, comparada con aquellas a las que estamos acostumbrados (aunque, tras la Guerra del Golfo y la reciente invasión estadounidense de Afganistán, tal vez deberíamos decir que estábamos acostumbrados).
A falta de un cómputo global fiable, no parece exagerado afirmar que, como consecuencia de las políticas de fiscalización internacional de drogas, miles de personas mueren todos los años tanto en operativos policiales y militares como en ejecuciones legales e ilegales en numerosos países, millones se hallan encarceladas en todo el mundo por delitos relacionados con las mismas, y decenas de millones sufren todo tipo de daños, que abarcan desde la violencia física hasta el desplazamiento forzoso, además de restricción de derechos ciudadanos básicos, limitaciones a la libre circulación, ataques a su salud y a su medio ambiente, etc. Si añadimos la influencia decisiva que la prohibición de drogas ha tenido en diversos conflictos armados de corte clásico, pagando armas y tropas, financiando operaciones encubiertas y provocando combates para controlar zonas de cultivo ilícito, nos encontraremos con que la guerra contra las drogas ha sido una de las más cruentas y destructivas del siglo XX y, si las cosas no cambian, tal vez también del XXI. Si a todo lo anterior le sumamos los daños sanitarios y sociales debidos a adulteraciones, transmisión de enfermedades infecciosas y otros efectos secundarios de la vertiente “civil” de la prohibición de drogas, la conclusión es que nos hallamos ante una catástrofe de dimensiones planetarias, una catástrofe perfectamente evitable, cuyo origen se halla en una serie de políticas deliberadas cuyos efectos nocivos son conocidos desde hace años por sus responsables. Por tanto, no parece exagerado afirmar que la prohibición de drogas, en su forma actual, es un crimen contra la Humanidad.
Los puntales de la torre inclinada.
A pesar de que la idea de que las actuales políticas de drogas son un fracaso está cada vez más extendida, los responsables últimos de estas atrocidades siguen teniendo una elevada consideración social, siendo percibidos como benefactores de la Humanidad que se esfuerzan por liberar a la misma de los peligros de “la droga”, una amenaza omnipresente que, como ya hemos dicho, se hace aparecer con todas las características de una epidemia capaz de propagarse por sí sola. Ello es debido a la triple estructura (norma, tabú y guerra) de la que acabamos de hablar, un mecanismo análogo al de la caza de brujas en la Europa de los siglos XIII al XVII[iv][iv]. Productores, vendedores y usuarios de drogas desempeñan así el rol de chivo expiatorio (Szasz, 1985), de forma que, igual que la originaria caza de brujas sirvió para frenar la ola de sublevaciones militar-mesiánicas provocadas por las enormes desigualdades sociales de la época (Harris, 1974), la actual guerra contra las drogas juega un papel fundamental como cortina de humo para ocultar las verdaderas funciones de las políticas de control de drogas. Si ya es difícil parar una guerra, más aún lo es si va envuelta en la cáscara protectora de un tabú ancestral que el aparato propagandístico alimenta sin cesar. De esta manera, la legislación prohibicionista goza de la protección de un doble blindaje.
Los intereses que oculta la prohibición son numerosos, algunos de ellos no demasiado evidentes[v][v]. Por un lado están los beneficios económicos y políticos que obtienen directamente los estados. La guerra contra las drogas permite justificar la aprobación de legislaciones excepcionales de control social y la persecución contra grupos étnicos o inmigrantes con la excusa del narcotráfico; reduce el control en materia de derechos humanos; incrementa los poderes de jueces, policía y ejército; proporciona ventajas en el terreno de la diplomacia; y aporta ingentes cantidades de dinero totalmente opaco con el que financiar operaciones encubiertas o enriquecer a las clases dirigentes. Por otra parte, estas políticas generan un enorme aumento de precios, incrementando la dinámica de acumulación de capital, a la vez que protegen ciertos monopolios farmacéuticos de facto. Además, se ha creado un enorme entramado parainstitucional, formado sobre todo por ONGs, que se podría denominar lobby preventivo-asistencial, que obtiene grandes sumas de dinero e influencia social, a la vez que controla los mensajes que la sociedad civil recibe en torno a las drogas.
Si a todo lo anterior le añadimos el hecho de que las instituciones internacionales encargadas de elaborar y aplicar las políticas de control de drogas carecen de un control democrático efectivo y dan crecientes muestras de corrupción, y le sumamos que los Estados Unidos, primera potencia mundial y principal promotor de la guerra contra las drogas, refuerza su papel de liderazgo, estableciendo un férreo control en la materia y justificando intervenciones policiales y militares en el exterior (Nadelmann, 1993), comprenderemos porqué la torre da tan pocas muestras de tambalearse a pesar de la enorme cantidad de razones que parece haber para que tal cosa suceda.
En realidad, la afirmación de que la prohibición de drogas ha fracasado, algo que oímos repetir con creciente frecuencia, es errónea. La prohibición solo ha fracasado si nos empeñamos en creer que se trata de un medio dirigido a la consecución de los fines declarados en las convenciones internacionales: La protección de la salud física y moral de la humanidad en la de 1961 o la desaparición del tráfico ilícito en la de 1988. Pero si cambiamos el punto de vista y consideramos que, en realidad, la prohibición es un fin en sí misma, analizando hasta qué punto sirve eficazmente para proteger una serie de intereses económicos y políticos, descubriremos que prohibir ciertas drogas ha sido para muchos el “gran negocio del siglo” (Markez, 1994). Así que lo que sucede en realidad es que la prohibición cumple muy diversos objetivos, solo que esos objetivos nunca aparecen en los discursos ni en los informes oficiales porque, evidentemente, son inconfesables.
No quiero terminar este apartado sin poner un ejemplo concreto que ilustra a la perfección lo que acabo de exponer, dado que incluye varios de los apartados arriba mencionados. Además, se trata de un ejemplo de total actualidad tras los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 y la posterior invasión estadounidense de Afganistán. Es el que podríamos llamar “caso Dil Jan Khan”. Según su biografía oficial[vi][vi], este pakistaní comenzó su carrera, allá por 1978, como consejero de la embajada de su país en Afganistán, para convertirse, tras la invasión soviética, en el máximo responsable de la frontera entre ambos países, de 1980 a 1993. Durante ese período, Afganistán aumentó paulatinamente su producción de opio, hasta convertirse en el primer productor mundial. El destino final de la heroína que se obtenía del mismo no era otro que los Estados Unidos (Labrousse, 1994), donde el presidente George Bush padre aseguraba, en 1989, que “construiría todas las cárceles que fueran necesarias para encerrar a los narcotraficantes”.
Este tráfico, casi en su totalidad, se producía a través de la frontera pakistaní, cuyo régimen lo toleraba abiertamente a instancias del propio gobierno norteamericano, que consideraba a la resistencia afgana un valioso aliado frente a la URSS y al Irán del ayatollah Jomeini. La propia agencia anti-droga estadounidense, la DEA, reconocía en sus informes que los grupos afganos participaban directamente en el tráfico a escala local e internacional. Con el dinero obtenido se pagaban buena parte de las armas empleadas por la resistencia islamista, así como las madrassas, las escuelas coránicas donde se educaba, con los textos religiosos proporcionados por Arabia Saudí como único material didáctico, a los huérfanos de guerra recogidos por la resistencia (la guerra dejó sin padres a 220.000 niños) que acabarían convirtiéndose en los recientemente derrocados talibanes. Pero eso sería años más tarde. En aquel momento, a caballo entre la década de los ochenta y los noventa, los futuros talibán eran aún niños, el responsable de la frontera era el citado Dil Jan Khan y el contacto de los servicios secretos pakistaníes con la resistencia al otro lado de la frontera era un príncipe saudí, ahora famoso, llamado Ossama Bin Laden.
Todos sabemos (o, al menos, eso nos han contado) cómo ha terminado Bin Laden. De hecho, se podría decir que la llamada “guerra del mundo contra el terrorismo” se ha desatado por un conflicto entre el país promotor de la “guerra contra las drogas” y uno de sus antiguos subordinados-aliados en la misma. Dil Jan Khan, en cambio, ha permanecido fiel. A pesar de que bajo su jurisdicción circularon los que probablemente sean los mayores alijos de opio y heroína de la historia -¿o acaso sería mejor decir que precisamente gracias a ello?-, este individuo llegó a convertirse en uno de los trece miembros de la JIFE. En 1998, en la época de la Sesión Especial sobre Drogas de la ONU, justo cuando la erradicación del opio en Afganistán era la prioridad número uno del PNUCID, Jan Khan era nada menos que vicepresidente primero de la JIFE, órgano encargado de fiscalizar las políticas gubernamentales y garantizar el cumplimiento de los objetivos de las convenciones internacionales en materia de drogas. En el momento de redactar estas líneas, mientras George Bush Jr. lidera una nueva cruzada mundial, Dil Jan Khan es aún miembro de la misma, mostrando hasta qué punto la defensa de la “salud física y moral de la Humanidad” se ha convertido en un sarcasmo y ayudándonos a entender las razones por las que la JIFE es tan hostil a todo lo que huela a legalización de las drogas.
La reducción de daños: Los límites del freno de emergencia.
Merece la pena detenerse aquí un momento para examinar la que para muchos es una posible vía de salida a la situación de bloqueo en que nos ha colocado el prohibicionismo: las llamadas políticas de reducción de daños o de riesgos. Desde que hiciera aparición el concepto de “reducción de daños”, sus defensores han solido presentarlo como una “alternativa radical” (O’Hare et al., 1992) a las políticas habituales en materia de drogas, basadas en la abstinencia como objetivo final. En efecto, la idea de reducir al mínimo tanto los riesgos como los daños, en lugar de insistir en eliminar el consumo a costa de aumentarlos, es un giro casi copernicano en el terreno conceptual y ha permitido avances muy significativos. No obstante, este tipo de políticas se enfrenta a numerosas limitaciones y paradojas que la convierten, en la práctica, en una medida paliativa, necesaria pero no suficiente, frente a los estragos de las políticas prohibicionistas.
En primer lugar, las políticas de reducción de daños abarcan solo una parte muy pequeña de los daños que tendrían que combatir (Barriuso, 2000). Aunque se suele hablar de “daños relacionados con las drogas”, sería más adecuado decir “relacionados con el consumo de drogas”. Tanto los programas de dispensación controlada de sustancias (sea heroína, metadona, buprenorfina u otras), como los programas de intercambio de jeringuillas, las salas de consumo higiénico o los escasos programas de testado de sustancias responden a problemas de las personas situadas en el último eslabón de la cadena, dejando de lado los daños relacionados con la producción y el tráfico, algunos muy importantes.
En segundo lugar, los programas desarrollados hasta el momento se han centrado, fundamentalmente, en usuarios de opiáceos y/o por vía inyectada, dejando fuera a la mayor parte de consumidores, especialmente al numeroso colectivo que utiliza el cannabis. Con escasas excepciones, las actuaciones se han centrado en aquel sector de consumidores de drogas ilícitas que se aparta menos de los estereotipos de dependiente-enfermo-persona con problemas.
Pero la principal limitación de las políticas de reducción de riesgos y daños es el carácter paradójico que tienen en el marco legal actual y las contradicciones entre sus objetivos y los de las leyes penales. La paradoja consiste en que, en realidad, los daños que se pretende reducir están provocados, fundamentalmente, por la prohibición. Si ha habido dificultades para conseguir jeringuillas limpias es porque primero se decidió impedir el acceso a las mismas a los usuarios. Si las sustancias están adulteradas, es por la falta de control de calidad a causa de la ilegalidad. Por tanto, se trata de paliar errores debidos a políticas que se mantienen vigentes y que, en muchos países, suponen constantes obstáculos legales al desarrollo de muchos programas en este terreno. En realidad, si la idea de la reducción de daños fuera el principio rector de las políticas de drogas, la primera medida a adoptar sería terminar con las actuales políticas prohibicionistas.
Todo lo anterior no significa, por supuesto, que las políticas de reducción de daños no sean un instrumento valioso para mejorar la deficiente situación actual, pero está claro que su carácter de “alternativa radical” hace que solo sean viables en la medida en que renuncien a cuestionar a fondo la legislación penal. Es evidente que las políticas de reducción de daños pueden suponer avances positivos en la imagen social y en la calidad de vida de las personas usuarias de drogas y favorecer políticas más tolerantes y menos represivas, pero también es cierto que muchas de ellas son perfectamente asumibles desde el discurso oficial, que habla de la necesidad de castigar el tráfico mientras se asiste a los usuarios, soslayando, entre otros, el debate sobre la legalización. De esta forma, buena parte de la opinión pública llega a aceptar como necesarias ciertas prácticas de reducción de daños, sin cuestionar en ningún momento la premisa prohibicionista.
Aún así, la reducción de daños y riesgos no lo va a tener fácil ni en el mejor de los casos. No hay que olvidar que se trata de un planteamiento que se encuentra afianzado en muy pocos países del mundo, y que en los documentos de la Sesión Especial de la ONU de 1998, cuando se habla de las prioridades para los siguientes diez años, no se menciona ni una sola vez la reducción de daños. Y todavía solo ha transcurrido la mitad de ese plazo.
Mirando en perspectiva
Todo indica que las tendencias geopolíticas y económicas globales que favorecen el mantenimiento de una legislación de drogas netamente prohibicionista no solo van a mantenerse en el futuro, sino que es probable que se acentúen. La situación internacional creada tras los atentados del 11-S refuerza la tendencia al liderazgo de los Estados Unidos, lo cual, visto el papel que este país ha jugado en la guerra contra las drogas, no puede significar más que una mayor presión para hacer aceptar la idea de que, si las políticas prohibicionistas no han dado los resultados apetecidos, se debe a que no se han aplicado con la suficiente intensidad y dureza.
La estructura de las instituciones responsables de las políticas mundiales de drogas, por otra parte, no favorece en absoluto un cambio. Si hay un terreno en el que la tan traída y llevada globalización, en su peor acepción, es una realidad boyante desde hace tiempo, ese es el de las sustancias ilícitas. Décadas de tratados internacionales de obligado cumplimiento en todo el mundo, construidos al dictado de unas pocas potencias interesadas, han llevado a una estructura vertical y centralizada, donde la posible participación ciudadana democrática tiene que atravesar tantas cribas y barreras que difícilmente llegarán a influir en las grandes decisiones. La burocratización y corrupción de organismos como el PNUCID o la JIFE es tan evidente que nadie puede creer que desde allí llegue ningún tipo de propuesta realista. Como ya dijo alguien, “no hay nada más difícil que convencer a alguien cuyos ingresos dependen de no dejarse convencer”.
De momento, además, no parece haber un gran movimiento de oposición, al menos no de la entidad suficiente como para poder provocar cambios significativos. A pesar de que hace ya muchos años que apareció, el discurso antiprohibicionista es aún disperso y poco consistente, con abundantes aportaciones individuales o de grupos aislados, pero pocas organizaciones amplias dotadas de unas ideas-fuerza bien estructuradas. El intento más consistente hasta el momento ha sido la ya mencionada Coalición Internacional de ONGs por una Política de Drogas Justa y Eficaz, constituida en 1998 por más de 100 grupos de 25 países, que, tras un periodo de letargo, se ha puesto nuevamente en marcha y continúa realizando campañas públicas y labor de lobby, sobre todo a nivel europeo. Pero la influencia de la Coalición es muy limitada y, además, aún habrá que ver cómo afronta en el futuro la enorme pluralidad ideológica que alberga en su interior.
Un asunto especialmente llamativo es la ausencia de la cuestión de las drogas en los foros en los que se ha venido gestando el llamado movimiento anti-globalización. La existencia de una guerra mundial contra las drogas parece no ser percibida por este movimiento, acaso porque las políticas anti-drogas -antiguas, afianzadas y respaldadas por un consenso social que en muchas regiones del mundo nadie osa cuestionar- aparecen ante muchos como una especie de telón de fondo, en apariencia inmutable, frente al que no se concibe siquiera la posibilidad de enfrentarse organizadamente.
Las posturas mantenidas durante muchos años desde la izquierda política tradicional, poco alejadas en general de las ideas dominantes, han contribuido a que este tema apenas figure en las agendas de debate y movilización. Es significativo que ni el Foro Social Mundial de Porto Alegre ni el Europeo de Florencia le hayan prestado apenas atención a la cuestión de las políticas de drogas. Entre los cientos de foros y talleres programados en ambos eventos durante 2002, las drogas solo figuraron en dos o tres, que se celebraron además fuera de los recintos principales, reuniendo apenas a un puñado de interesados.
Por otra parte, todo parece indicar que los posibles cambios a escala global se producirán, si es que se producen, de forma que afecten en la menor medida posible a los intereses de los grupos de presión que actúan en este terreno. El ritmo desesperantemente lento al que se están produciendo los cambios en el terreno del cannabis medicinal, incluidos saltos atrás, y la forma en que se modifican las listas de sustancias sometidas a fiscalización son un aviso de por dónde deberá ir cualquier cambio que pretenda tener el visto bueno de los organismos de las Naciones Unidas (y lo mismo vale, aunque con matices, para la Unión Europea): Tras años de presión social y mediática, y ante las abrumadoras evidencias científicas acerca de que efectivamente el cáñamo, como se sabía desde antiguo, posee numerosos usos terapéuticos y paliativos, se termina por autorizar, en un lento goteo, solo principios activos aislados, especialmente los sintéticos, sometidos a patente y que solo pueden producirse en el laboratorio.
Aunque son mucho más caros y se ha demostrado que en numerosas patologías son menos eficaces que los cannabinoides naturales, en los pocos países donde se va permitiendo el uso de derivados del cannabis con fines medicinales se suele optar por los cannabinoides sintéticos, mientras se sigue castigando, incluso con la cárcel, el simple cultivo de marihuana para el propio consumo. No es arriesgado suponer, dado que muchas firmas farmacéuticas han realizado importantes inversiones en la investigación sobre aplicaciones del cannabis (Markez et al., 2002), que en los próximos años asistiremos a la aparición en las farmacias de un número creciente de preparados farmacéuticos a base de cannabinoides seleccionados por carecer de efectos psicoactivos, mientras se mantiene la presión represiva sobre el cáñamo, sobre todo el destinado al uso recreativo[vii][vii]. Es muy probable que asistamos al mismo proceso cada vez que se descubran en una sustancia ilícita propiedades terapéuticas que sean susceptibles de explotación comercial a gran escala.
Por tanto, es poco probable que los posibles cambios a corto y medio plazo procedan de las instituciones internacionales. Prácticamente todos los avances que se han producido en las últimas décadas en el terreno de la normalización y de la reducción de daños, cuyo principal escenario ha sido Europa, se han producido a escala local o regional. La tendencia a que cuanto más gigantesca y lejana sea una institución, más propensa se muestre a la corrupción, la inercia y la opacidad es un fenómeno extendido a todas las cuestiones políticas. Pero el hecho de que las normas sobre drogas estén férreamente jerarquizadas a partir de convenios globales prácticamente inamovibles desde hace décadas hace que el margen de maniobra de los estados, los gobiernos regionales y los ayuntamientos sea escaso en el caso de las drogas ilícitas.
Cada vez que una institución intenta dar un paso hacia la normalización de las drogas, suele encontrar numerosos obstáculos procedentes de las instancias superiores. A los ayuntamientos y gobiernos regionales les ponen freno los estados y a los estados los organismos internacionales, mediante un mecanismo muy eficiente que hace que cualquier experiencia especialmente novedosa se encuentre siempre con un auténtico calvario legal. De esta manera, puede costar casi diez años poner en marcha un simple ensayo clínico con heroína, como ha sucedido en Andalucía, dado que las convenciones prevén unos mecanismos de fiscalización diseñados expresamente para dificultar cualquier actividad contraria a las directrices prohibicionistas dominantes.
Con este panorama, hay pocas razones para el optimismo. Si bien es probable que la reducción de riesgos experimente una paulatina extensión en los próximos años, avance que cabe esperar que será lento, las líneas maestras de las políticas anti-drogas pueden no cambiar en décadas. El prohibicionismo, igual que el neoliberalismo, parece estar ahí para quedarse algún tiempo. La cuestión, por tanto, debería ser qué se puede hacer para que algo cambie en estos tiempos de inmovilismo internacional.
La prohibición no atiende a razones
Este es el desolador panorama al que se enfrenta el movimiento antiprohibicionista a escala mundial. Sin embargo, la situación no es en absoluto uniforme en todos los lugares. Puede que tengan razón quienes, como decíamos antes, creen que la prohibición es, hoy por hoy, una especie de telón de fondo inamovible. Pero eso no significa que no se pueda hacer nada para cambiar el resto del escenario, algunas luces y, sobre todo, el guión que interpretan los numerosísimos actores que intervienen en un fenómeno que involucra a tantas instancias sociales y políticas diferentes. El tener en contra al director o al responsable del decorado, incluso el hecho de que el guión principal esté claramente censurado, no impide que se pueda meter alguna que otra “morcilla” en el texto y tratar de que aparezcan nuevos elementos en escena, elementos que, si se mantienen bajo los focos tiempo suficiente, pueden llegar a captar la atención e incluso el apoyo del público, que es quien, en última instancia, paga para que la función continúe.
Los años venideros van obligar a quienes desean cambian de raíz las políticas de drogas a realizar tareas muy variadas. Por un lado, está claro que hay que persistir en la construcción de un discurso coherente y bien fundamentado frente a la prohibición, un discurso que huya de los argumentos facilones y evite el apologismo, a fin de poder agrupar a sectores lo más amplios posibles, no solo de la opinión pública en general, sino especialmente a los más vinculados con el fenómeno de las drogas y a los colectivos directamente afectados por las políticas actuales. Sin embargo, no se trata ya tanto de argumentar porqué es mala la prohibición, sino de pensar alternativas concretas e idear y difundir estrategias destinadas a ponerlas en marcha.
Además, este campo de las alternativas concretas es un reto especialmente importante para quienes tratan de parar la guerra contra las drogas desde posiciones críticas hacia el vigente orden internacional. Los antiprohibicionistas partidarios del neoliberalismo dominante, en cambio, no necesitan alternativas: Según ellos, no es necesaria regulación alguna, ya que las leyes del mercado se encargarán de regular las cosas[viii][viii]. Sin embargo, quienes plantean un cambio radical deberían ir pensando desde ahora en dónde piensan aterrizar cuando llegue la hora de descender a la realidad de cada día. Sobre todo, si pretenden que su discurso sea creíble para una buena porción de la sociedad.
Pero está claro que la simple construcción de un discurso fuerte no basta. Existen un número increíble de argumentos de peso a favor de un marco legal no prohibicionista, con una cantidad ingente de publicaciones donde expertos en todo tipo de materias se muestran a favor del mismo, pero eso no ha hecho que nos encontremos por ello más cerca del fin de la prohibición que en 1921, incluso puede que más lejos. Ni siquiera la masiva difusión de estos argumentos, incluso cuando se produce su aceptación entre una buena parte de la opinión pública, garantiza para nada la viabilidad del cambio y menos aún su continuidad en el tiempo. Las promesas de cambio de política en materia de drogas –especialmente de la marihuana- formuladas por el presidente norteamericano Jimmy Carter en los 70, igual que la política de relativa tolerancia de entre 1983 y 1988 por parte del gobierno del PSOE en España, son una muestra de cómo, al generarse la expectativa de un cambio inminente de arriba abajo, de la mano del propio estado, se produce una desmovilización de los sectores sociales que impulsaron ese cambio y la situación se desequilibra, dado que los gobiernos nacionales, una vez que cesa la presión social, suelen tener que ceder con relativa rapidez a las presiones internacionales que, como hemos visto, surgen de un poderoso aparato construido expresamente con ese fin.
Buscando brechas en el muro: diez años de experiencias antiprohibicionistas en el estado español
La situación de salto atrás que se produjo cuando el gobierno de Felipe González ratificó la Convención contra el Tráfico Ilícito de 1988, seguida apenas cuatro años después por la aprobación de la Ley de Seguridad Ciudadana, tuvo una decisiva influencia en el desarrollo del movimiento antiprohibicionista hispano. Eso y la existencia en aquella época de un movimiento social basado en la desobediencia civil que, gracias a lo novedoso de sus planteamientos y la audacia de sus métodos de lucha logró éxitos sin precedentes: La objeción de conciencia y la posterior insumisión al servicio militar obligatorio y a la prestación social sustitutoria.
En realidad, tampoco se puede hablar de la existencia de un movimiento antiprohibicionista organizado en el estado español antes de esa época. Hay personalidades más o menos antiprohibicionistas (pocas, a decir verdad), pero no existe ningún grupo o asociación como tal hasta 1989, cuando nace en Navarra la Asociación por la Legalización de las Drogas, a la que seguiría la plataforma por la legalización Bizitzeko, con campo de actuación en la Comunidad Autónoma Vasca. En los dos años siguientes verían la luz la catalana Asociación Ramón Santos de Estudios del Cannabis (ARSEC) (primer grupo de usuarios/as de cannabis[ix][ix]), y la “Propuesta alternativa en materia de política criminal sobre drogas”, más conocida como Documento de Málaga.
De esta forma, a principios de los años noventa, aparecen los tres elementos decisivos que darán lugar a las primeras iniciativas prácticas antiprohibicionistas: Grupos cuyo fin declarado es la legalización de las drogas, otros formados por personas que se sienten directamente perjudicadas por la prohibición, y los primeros planteamientos alternativos concretos y apoyados por expertos de indudable prestigio. Este hecho, junto con la existencia de unos niveles de consumo de drogas ilícitas –especialmente hachís- muy elevados y con la relativa normalización que se da en ciertos lugares, al menos en los ambientes juveniles, en casi todo lo relativo al uso de drogas, favorece que se vaya creando un estado de opinión creciente a favor de la despenalización, sobre todo de las entonces llamadas drogas blandas, es decir, el cannabis.
Este movimiento, bastante difuso y desarticulado pero que crecerá de forma notable a lo largo de los 90, presenta ciertas peculiaridades con respecto a los de otros países, en especial en el terreno de la estrategia. En mi calidad de testigo directo, además de participante en una parte, al menos, de ese movimiento, voy a intentar resumir la historia de los últimos años de una serie de grupos y colectivos bastante heterogéneos tanto en su composición como en sus planteamientos, dotados en general de medios precarios e impacto social directo más bien escaso, pero que han conseguido una serie de pequeños éxitos –de consecuencias a veces no tan pequeñas- que, sin olvidar que son inseparables de la coyuntura en la que se han producido y, por tanto, impensables en otros países, pueden aportar elementos de reflexión interesantes a la hora de diseñar estrategias y buscar caminos eficaces para comerle espacio a la prohibición en todos los terrenos.
Tal vez a causa del desencanto provocado por la etapa de gobierno socialista, que dejó una legislación sobre drogas aún más dura que la que existía con anterioridad, el movimiento antiprohibicionista del estado español no se ha limitado a reivindicar y reclamar a las instituciones que cambien las leyes. Una de sus preocupaciones desde el primer momento es encontrar fórmulas para poder ejercitar en la práctica ciertos derechos sin necesidad de cambiar esas leyes, intentando encontrar fisuras en las mismas. No es casualidad, pues, que la primera experiencia práctica de este tipo, una campaña por la despenalización de la autoproducción de cannabis, puesta en marcha por ARSEC en 1994, fuera bautizada como “la brecha catalana”[x][x].
La iniciativa de ARSEC consistió en la plantación de alrededor de doscientas plantas de marihuana, destinadas al consumo de alrededor de 100 socios/as de la misma, en un terreno del Baix Camp, en Tarragona. Previamente se había formulado una consulta al fiscal especial anti-droga de Catalunya acerca de si el cultivo para el consumo privado sería un delito, a lo que el fiscal respondió negativamente.
Aunque no se puede hablar de desobediencia en sentido estricto, dado que se partía de la presunción de que la actividad que se iba a realizar era legal, aquella iniciativa se dirigía claramente a intentar crear nuevos espacios de tolerancia mediante el enfrentamiento con las leyes vigentes. En un contexto en el que se dictaban (y se siguen dictando) en los tribunales penas de prisión por cultivar unas cuantas plantas de cáñamo índico para el autoconsumo, la plantación de ARSEC, notificada a la fiscalía y a algunos medios de comunicación, implicaba un riesgo claro para sus autores y cuestionaba de manera práctica e ineludible un precepto legal y una práctica prohibicionistas. En efecto, mientras que las consignas y los manifiestos se pueden ignorar, las actuaciones como esta, de legalidad dudosa y consecuencias penales inciertas, obligan a actuar a los poderes del estado y pueden crear precedentes interesantes, al dejar al sistema en posición difícil.
Tal vez la plantación de marihuana de ARSEC hubiera llegado a ser la primera en recolectarse de forma legal en el estado español en muchas décadas, pero la intervención casual de la Guardia Civil (que desconocía la investigación que ya se llevaba adelante) abortó el intento. Se inició allí un proceso judicial que, tras la absolución en primera instancia, llevó el caso al Tribunal Supremo, donde la causa se dilató varios años.
Durante ese tiempo sucedieron bastantes cosas. Por una parte, creció rápidamente el número de asociaciones antiprohibicionistas, casi todas ellas de carácter cannábico. A ARSEC le siguieron, por citar solo las que alcanzaron mayor relieve, AMEC en Madrid, SECA en Aragón, Kalamudia en Euskal Herria, ARSECA en Andalucía, Bena-Riamba en Valencia, y un largo etcétera que hace difícil en estos momentos saber cuántos grupos de este tipo existen en el estado español. Algunos de estos darían lugar a la Coordinadora Estatal por la Normalización del Cannabis, que nació inicialmente en 1996 pero tuvo varias etapas de inactividad y resurgimiento hasta el 2001, en que dio sus últimos coletazos, al menos de momento. La Coordinadora también defiende la legalización de otras drogas, aunque como objetivo secundario. También han aparecido grupos, además de la mencionada Bizitzeko, cuyo objetivo es la legalización de todas las drogas, entre los que destaca ALA (Associació Lliure Antiprohibicionista), que ha organizado varias manifestaciones y actos públicos diversos por la legalización[xi][xi]. En torno a este grupo acabaría formándose la Federación Ibérica Antiprohibicionista. Tampoco hay que olvidar a grupos de carácter más académico o profesional que se declaran antiprohibicionistas, como el catalán Grup Igia, cuyos miembros han realizado importantes aportaciones en este terreno, así como el hecho de que asociaciones profesionales, como Jueces para la Democracia o la Asociación Progresista de Fiscales, hayan recogido este tipo de planteamientos en sus objetivos.
Otro factor decisivo fue la aparición de prensa antiprohibicionista de amplia distribución. El nacimiento de Cáñamo, en 1997, revista dedicada a “la cultura del cannabis”, marcó un punto de inflexión. Nacida de la iniciativa de un grupo de socios de ARSEC, Cáñamo logró una tirada y difusión sin precedentes en este tipo de publicaciones, encontrándose en todo tipo de quioscos y librerías, y llegando a decenas de miles de lectores. Otros intentos, que no tuvieron finalmente continuidad, fueron El Cogollo, High España y Mundo High. En estos momentos hay otra revista en el mercado, Yerba, que parece haberse afianzado, cuya temática y público son similares a los de Cáñamo, que ha venido a ampliar aún más este fenómeno.
Plantas contra leyes
La aparición de este tipo de revistas y su gran difusión fueron muy importantes a la hora de dar a conocer el nacimiento de nuevas asociaciones y de difundir las primeras campañas de la Coordinadora Estatal. Esta decidió el 2 de marzo de 1997 poner en marcha la campaña “Contra la prohibición, me planto”. En la misma se volvía a defender el derecho a la autoproducción y se planteaba la realización de plantaciones colectivas de marihuana, de carácter público y notorio, a fin de apoyar a los compañeros de ARSEC que se hallaban pendientes de sentencia del Supremo. También se llamaba a las personas usuarias de cannabis a “plantarse y plantar”, con el fin de hacer imposible la aplicación de la ley.
La única asociación que, finalmente, llevó adelante su plantación fue la vasca Kalamudia. En la misma participaron casi doscientas personas y se plantaron cientos de ejemplares, con asistencia de numerosos medios de comunicación, incluidos los periódicos y televisiones más importantes. Esta gran difusión, debida en gran parte a la implicación de numerosos periodistas –usuarios o ex-usuarios de cannabis casi todos ellos- en la campaña, provocó una gran repercusión y un cierto nivel de debate social en el que hubo muy pocas voces condenatorias. Además, entre quienes participaban y daban la cara públicamente había personalidades conocidas del mundo de la cultura (escritoras, actores, cantantes, etc.), cargos públicos de varios partidos -incluida una parlamentaria autonómica-, sindicalistas, profesoras universitarias, médicos, etc., lo que daba a los hechos una especial trascendencia.
Todas las personas participantes aportaron sus datos personales y firmaron una declaración comprometiéndose a destinar las plantas a su consumo privado, que fueron entregadas en el juzgado correspondiente. La presencia de personajes públicos entre los posibles condenados hacía poco creíble la posibilidad de una condena de cárcel, lo cual podría animar a otros muchos a imitar el ejemplo, y la trascendencia pública del caso lo hacía especialmente incómodo. Finalmente, las actuaciones judiciales se archivaron y la marihuana se recolectó sin impedimentos, hecho que tuvo una gran trascendencia en los ambientes cannábicos y antiprohibicionistas hispanos y europeos.
Pocos meses después, el Tribunal Supremo dictaba una condena de tinte claramente político en el caso ARSEC. Condenaba a los directivos de la asociación a cuatro meses de cárcel y a una multa de medio millón de pesetas. La pena de prisión no debía cumplirse, pero se trataba de un serio aviso al movimiento antiprohibicionista. Sin embargo, el año 2000, Kalamudia repetiría su plantación, con amplia difusión pública de nuevo, sin que se produjera ningún tipo de iniciativa judicial. Finalmente, en 2001 hubo una tercera plantación.
El conocimiento público de este tipo de campañas, así como la existencia de una mayor cantidad y calidad de información sobre drogas, y en particular sobre el cultivo de cannabis, ha llevado a la extensión de las pequeñas plantaciones. A pesar de los precedentes recién expuestos, en el caso de las de exterior, ubicadas en huertas, jardines y montes, la actividad sigue estando en una cierta ambigüedad legal, con altibajos en lo que respecta a la tolerancia por parte de jueces y fuerzas policiales[xii][xii]. Este riesgo no impide que estas huertas, que constituyen una forma de desobediencia que podríamos llamar difusa, sean muy comunes en algunas zonas, reduciendo sensiblemente el mercado ilícito, normalizando la percepción del fenómeno del consumo y mejorando la calidad del producto que se consume.
Creando una cultura legal de drogas
Estos mismos efectos también los está provocando el cultivo de interior, un fenómeno que en estos momentos parece haber superado al de exterior, a pesar de su mayor coste económico y energético. La razón fundamental para preferir el cultivo de interior es su menor riesgo legal. Decenas de miles de consumidores de cannabis españoles han encontrado en las técnicas de cultivo con luz artificial una forma de burlar la prohibición y abastecerse de forma segura. Para ello se amparan en el hecho de que la tenencia para el propio consumo no es punible en un lugar privado como el domicilio.
Pero la existencia de este resquicio en la ley no habría sido suficiente por sí sola para explicar un fenómeno de estas dimensiones. La ley decía lo mismo hace quince años y también existían entonces los bancos de semillas holandeses, pero nadie habría imaginado algo así. La diferencia ha sido un conjunto de factores que se nutren mutuamente. Las revistas e Internet mejoran el conocimiento jurídico y botánico, además de divulgar la publicidad de las nuevas técnicas y productos y de las tiendas donde se venden. Esto genera un mercado que favorece la inversión y la investigación, creando un nuevo sector económico en expansión[xiii][xiii]. Este sector dispone, por tanto, de recursos crecientes y de una mayor influencia social. Por eso, el gobierno de Aznar parece estar fracasando de momento en su intento de poner coto a este tipo de comercio, aunque los intereses subyacentes –las farmacias también están implicadas en el contencioso- hacen difícil anticipar el desenlace.
Otro frente interesante que se ha abierto recientemente es el de la producción y dispensación de cannabis en circuito cerrado. La Junta de Andalucía solicitó en 1999 un informe al Instituto Andaluz Interuniversitario de Criminología, acerca de las condiciones que debería reunir un local para poder dispensar en el mismo cannabis sin contravenir las leyes. El informe, que realiza un exhaustivo repaso a la legislación y la jurisprudencia sobre el tema, aún no ha sido publicado oficialmente a finales de 2002, pero han circulado numerosas copias, en las que se están basando algunas asociaciones de usuarios para intentar diseñar un sistema jurídicamente viable de autoabastecimiento colectivo. Tal vez en breve asistamos al nacimiento de las primeras Coffee House en el estado español, y no olvidemos que este tipo de locales fueron la antesala a los actuales Coffee Shop en Holanda.
El apoyo de las revistas, en especial Cáñamo, fue también decisivo para la difusión de la segunda campaña de la Coordinadora Estatal por la Normalización del Cannabis: la denuncia de la Ley de Seguridad Ciudadana, en cuya aplicación se imponen alrededor de cien mil multas anuales por tenencia o consumo en lugares públicos, en la mayoría de casos por cannabis. Se recibieron cientos de fotocopias de sanciones y recursos, con los que algunas asociaciones lograron finalmente elaborar dossiers que se presentaron a los defensores del pueblo autonómicos. También el Defensor del Pueblo estatal recibió a la Coordinadora y recogió sus quejas. La dimensión de la tarea superó finalmente al colectivo y esta campaña apenas dio frutos concretos.
Otra actividad digna de mención, promovida desde las asociaciones cannábicas, ha sido la organización de copas o concursos de marihuana. Concebidos en parte a imagen de la conocida Cannabis Cup holandesa y en parte como encuentro cerrado entre cultivadores y consumidores, se han basado en otra pirueta legal: El hecho de que, según la jurisprudencia, el consumo compartido entre adictos no es un delito. Los eventos han tenido lugar en recintos de carácter privado, como las sedes de las propias asociaciones, casas okupas[xiv][xiv], e incluso colegios mayores universitarios, impidiendo así la actuación policial. De esta manera, en pocos años se han afianzado como eventos masivos (varias copas han contado con la asistencia de miles de personas), favoreciendo la emersión de una creciente cultura cannábica y permitiendo a muchos usuarios y cultivadores salir del armario, algo muy importante en un colectivo que sufre invisibilidad forzosa, marginación y persecución legal por su condición. También han contribuido a ello las manifestaciones callejeras de corte clásico, más nutridas cada año, que en algunos casos, como las marchas organizadas en Madrid por AMEC, han llegado a congregar a varios miles de participantes.
Todo este trabajo (que, en el caso de las asociaciones ha sido voluntario casi al 100%) ha ido combinado, además, con otros dos frentes de actividad: El lobby político y la coordinación internacional. El primer campo, el de la presión política, ha sido más bien secundario, aunque el antiprohibicionismo se ha apuntado unos cuantos tantos, con comparecencias y audiencias en diversos organismos, incluidos varios parlamentos autonómicos y el propio Parlamento Español, ante cuya Comisión Mixta sobre drogas compareció una representación de la Coordinadora Estatal[xv][xv].
El terreno internacional, en cambio, estuvo pronto en el punto de mira del activismo hispánico, aunque la principal dificultad era, precisamente, la falta de un tejido internacional fuerte, con un panorama asociativo más bien lastimoso en la mayoría de los lugares de Europa y grandes dificultades para contactar con otras regiones del planeta. En este sentido, el contacto con ENCOD, el Consejo Europeo de ONGs sobre Drogas y Desarrollo, supuso un paso fundamental. A través de este contacto, varios grupos del estado español tomaron parte en la creación de la Coalición Internacional de ONGs por una Política de Drogas Justa y Eficaz, que tuvo lugar en Turín a finales de 1997, así como en su posterior desarrollo, incluyendo la participación en la Sesión Especial sobre Drogas de la ONU de 1998, lazos que se mantienen en la actualidad.
Finalmente, merece la pena mencionar otra campaña, desarrollada por la asociación Kalamudia, en torno a la adulteración de las sustancias ilícitas y la reducción de riesgos, que se inició en 1999. Dada la preocupación existente entre sus socios/as ante la baja calidad de las sustancias disponibles en el mercado negro, la asociación se planteó la necesidad de poner en marcha servicios preventivos de sustancias, similares a los existentes en otros lugares, con la salvedad de que aquí se pretendía testar –y así se hizo- toda clase de sustancias presentes en la escena festiva, algo que aún no se había puesto en práctica en ningún otro lugar del mundo. Sin embargo, en lugar de solicitar su puesta en marcha o presentar un proyecto en tal sentido a las instituciones, Kalamudia decidió utilizar los testadores comerciales disponibles y otros medios similares, como microscopios o testadores de punto de fusión, para ofrecer este servicio al público durante las fiestas patronales de Bilbao, dándolo a conocer a través de los medios de comunicación que, de hecho, le prestaron una gran atención.
Durante seis días, voluntarios de la asociación atendieron el stand ubicado en el local de la propia asociación, al que acudieron decenas de personas, sin obstáculos legales. Al año siguiente, el stand se ubicó en una carpa en pleno recinto festivo, tanto en Vitoria-Gasteiz como en Bilbao, acudiendo a la misma cientos de personas y testándose decenas de muestras, sobre todo de hachís. Muchas de estas muestras fueron recogidas para un posible análisis posterior, que tuvo lugar finalmente gracias a un acuerdo con el Gobierno Vasco. La actividad creó un intenso debate social, sobre todo en Vitoria-Gasteiz, donde el Ayuntamiento amenazó con enviar a la policía, alegando que un servicio de este tipo fomenta el uso de drogas. Paradójicamente, como consecuencia de ese debate social, algunos ayuntamientos se interesaron de inmediato por la posibilidad de ofrecer servicios similares en sus fiestas, y en poco tiempo varios programas preventivos en Euskadi incorporaban este tipo de actividad, hasta desembocar finalmente en los primeros programas de testado financiados y coordinados desde el Gobierno Vasco y los ayuntamientos.
Empujando el tiesto sin sacar los pies
En apenas diez años, la situación del cannabis, principal sustancia ilícita consumida en el estado español, ha cambiado drásticamente y también lo ha hecho, si bien en menor medida, la del resto de drogas ilícitas. Decenas de asociaciones de usuarios/as, con miles de personas afiliadas, publicaciones periódicas de gran tirada, un sector económico legal boyante, un gran número de consumidores fuera de los circuitos del mercado negro, más y mejor información disponible, y varias campañas exitosas, incluidas, en el caso del País Vasco, las primeras cosechas legales de cannabis o los primeros programas de testado de todo tipo de drogas, son la muestra de que, aunque no ha cambiado ninguna ley, y aunque los gobernantes actuales son aún más prohibicionistas que sus predecesores, se ha podido avanzar terreno y mejorar sensiblemente la situación, incluida la calidad de vida de miles de personas.
A ello han contribuido muchos factores, entre los que destaca, sin duda, el gran volumen de personas consumidoras, ya que en estos momentos son mayoría los jóvenes del estado español que han consumido cannabis, mientras que porcentajes superiores al diez por ciento ha probado otras drogas ilícitas como cocaína o éxtasis (Calafat et. al., 2000). Los porcentajes son aún mayores en el caso de la juventud vasca, lo cual, unido a un mayor ambiente de tolerancia social hacia el consumo, ha hecho que, de hecho, en algunos lugares de Euskal Herria el consumo de algunas drogas esté normalizado hasta niveles que suelen provocar el asombro de los visitantes extranjeros. Este aumento del consumo ha generado también, no lo olvidemos, un mercado donde ciertos eslóganes antiprohibicionistas venden[xvi][xvi] y en el que los mensajes críticos, inevitablemente, se banalizan.
Sin embargo, basta comparar la situación con la de Francia, donde el consumo juvenil de cannabis es aún mayor que en España y donde no sucede nada parecido, para darse cuenta de que hay alguna diferencia más. La legislación española sobre drogas, tradicionalmente menos rigurosa que la francesa, para empezar, tiene bastante que ver. Ello ha permitido que la carrera comience con unos metros de ventaja al sur de los Pirineos. Pero, además, ha habido una serie de elementos en el movimiento y las iniciativas antiprohibicionistas de este lado que parecen haber tenido una incidencia clave.
No se trata en absoluto de intentar ofrecer aquí ninguna receta estratégica milagrosa para el movimiento de oposición a la guerra contra las drogas. Los logros del activismo en el estado español han sido modestos, coyunturales y aún corren serio peligro de retroceso. Gran parte del cambio se ha debido a factores ajenos a las asociaciones y no son en absoluto mérito suyo. Por otro lado, las condiciones de estabilidad institucional, garantías jurídicas y respeto a los derechos humanos existentes en la España de comienzos del siglo XXI permiten cierto tipo de actividades y métodos de protesta impensables hoy por hoy en otros países. Además, conviene insistir de nuevo en que no se puede hablar de un movimiento coherente y organizado, sino de una suma de fenómenos simultáneos, a veces paralelos e incomunicados entre sí, que han coincidido en el tiempo y han dado lugar a un cambio social perceptible.
Aún así, existen una serie de elementos característicos en este movimiento difuso y en el proceso activista que lo ha animado, algunos de los cuales no resultaron evidentes en su momento ni siquiera para los mismos agentes activos del cambio, que pueden ayudar a explicar la celeridad del mismo y ofrecer enseñanzas para otros procesos similares. Entre ellos, se podrían destacar los siguientes:
§ En ningún momento se ha dejado de lado la tarea de seguir elaborando un discurso antiprohibicionista coherente, cada vez más asentado en datos científicos y rico en matices. Esto, junto con alianzas con expertos reconocidos en las diversas materias relativas a las políticas de drogas, ha contribuido a dar credibilidad al discurso.
§ Los objetivos parecen haber estado bien elegidos y adaptados al entorno social. Las campañas a favor del derecho al autocultivo basadas en plantaciones públicas han tenido buen resultado, entre otras cosas, porque la demanda – el derecho a cultivar- va implícita en la propia acción de protesta, el mensaje es claro y no maximalista, y porque las demandas planteadas son coherentes, se hallan en el límite de la legalidad, y suponen una transgresión moderada que conlleva un nivel de riesgo asumible por un número amplio de personas.
§ La presión local parece ser más efectiva a corto plazo en un tema como este, tan controlado en vertical, que la concentración de fuerzas ante instancias estatales, como el parlamento o el gobierno central. Una de las aparentes debilidades del movimiento, su dispersión, ha sido también una de sus principales virtudes a la hora de adaptar las campañas a la realidad particular de cada cual y hacerlas horizontales.
§ La desobediencia, tanto en su forma clásica de desobediencia civil como en la difusa, ha sido un instrumento decisivo en la estrategia del movimiento. La idea de que no pasa nada, siempre que el riesgo esté bien calculado, por saltarse normas injustas de forma pública y notoria, que otros movimientos sociales han contribuido a fortalecer, es especialmente adecuada en este caso, en el que hablamos de normal claramente injustas y desproporcionadas que castigan algunos de los denominados “delitos sin víctima”. Es especialmente interesante usar todos los medios disponibles para dificultar la aplicación de la norma represiva, como la participación de personajes públicos de prestigio, la transparencia, la difusión pública de las actividades, etc.
§ La que podríamos llamar “desobediencia en positivo”, es decir, la puesta en marcha iniciativas no claramente prohibidas, pero conflictivas, como es el caso de los testados de sustancias, puede ser un instrumento muy útil a la hora de romper tabúes y permitir la apertura de nuevos campos de actuación. Servicios que las instituciones políticas, por miedo a los costes electorales, tardarían en autorizar y no digamos en poner ellas mismas en marcha, pueden superar la fase de pruebas si hay alguien lo bastante decidido para dar el primer empujón.
§ Ha sido fundamental la aparición de grupos de usuarios/as. En un contexto en el que la imagen pública de los consumidores de drogas se construye a base de seres generalmente marginales, castigados por la vida y con problemas graves de adicción, la aparición de personas “normales”, que no reniegan de su condición de consumidoras y reivindican sus derechos como tales, es fundamental para cambiar la percepción del fenómeno y para conocer cuáles son las necesidades reales del colectivo y sus prioridades, algo que también vale para el resto de colectivos afectados por la guerra contra las drogas. Ningún ente antiprohibicionista que actúe desde la óptica de experto ajeno al fenómeno, por bienintencionado que sea, puede reemplazar el papel que juegan estas asociaciones.
§ Es tal el volumen de personas afectadas por las políticas prohibicionistas que, si se les ofrecen medios de presión sencillos y accesibles, se puede conseguir la participación de un número ingente de ellas, a pesar de que, como estrategia para pasar desapercibido, la tendencia a la pasividad y la invisibilidad se halla, por razones fácilmente comprensibles, especialmente arraigada en este colectivo. La campaña de envío de postales de protesta al Defensor del Pueblo y la recopilación de expedientes sancionadores por la Ley de Seguridad Ciudadana, contó con la participación de decenas de miles de personas, que no tuvieron reparo en la mayoría de los casos en adjuntar todos sus datos personales.
§ Resulta especialmente útil la estrategia, puesta en marcha hace tiempo por otros movimientos sociales, de aprovechar las más amplias libertades civiles de algunos países para denunciar situaciones injustas en otros. Esto era algo prácticamente desconocido en el antiprohibicionismo hasta que comenzaron a surgir las primeras redes de coordinación internacional. Además, claro está, de lo enriquecedor que resulta el contacto en sí.
§ Ha sido decisiva la existencia de iniciativas empresariales simultáneas a las asociativas, como la aparición de las revistas o las tiendas. Aunque es inevitable que estas iniciativas adulteren en cierta medida los mensajes activistas, también aportan fuerza y recursos al movimiento y permiten avanzar en lo concreto. En efecto, alguien tiene que poner en práctica en algún momento lo que tanta gente reivindica, y la normalización conlleva precisamente ese riesgo, el de que todo lo relativo a las drogas acabe en la normalidad, que en muchas ocasiones da poco de sí en este mundo prodigioso del inicio de milenio.
§ Sin embargo, también la existencia de limitaciones al movimiento económico en este terreno podría tener efectos beneficiosos. El pequeño tamaño de los cultivos de cannabis a los que obliga la presión legal en Holanda, ha creado un mercado más horizontal, con más proporción de pequeños productores, más creación de empleo y menos acumulación de capital, comparado con otras drogas lícitas e ilícitas. De la misma manera, el hecho de que los requisitos legales en los que se van a desarrollar muchos experimentos normalizadores en el estado español impongan a los proyectos la ausencia de lucro, también podría ayudar a crear paulatinamente, para ciertas drogas, estructuras económicas cuya finalidad no tenga porqué ser el máximo beneficio en el mínimo plazo. Conviene recordar, además, que las mafias solo suelen copar aquellos sectores de la economía informal de estructura más capitalista.
§ Por último, tampoco pasa nada porque no todo esté estrictamente regulado. Las tiendas tipo Grow y Smart Shop del estado español, por ejemplo, han aparecido en un contexto jurídico caótico, en medio incluso de una cierta alarma social en los primeros momentos, y han comenzado a vender productos inéditos, a veces de propiedades poco conocidas, sin que se hayan producido problemas dignos de reseñar. En la mayoría de los casos, el criterio de prudencia ha llevado a una autorregulación perfectamente funcional.
En definitiva, la prohibición goza de buena salud en el estado español, igual que en todo el mundo, pero eso no significa que las cosas no puedan cambiar. La experiencia de los últimos años muestra que es posible poner en marcha programas novedosos de reducción de riesgos y abrir nuevas vías legales para la normalización, mediante la presión a escala local, permitiendo cambios descentralizados, discretos y efectivos. Ello exige un fino análisis de las estructuras de poder en materia de drogas en cada región, una estrategia clara y realista para enfrentarse a las mismas, métodos de acción flexibles y audaces y, sobre todo, mucha imaginación. El movimiento de oposición a la barbarie prohibicionista se juega el tipo frente a una estructura de poder compleja y bien defendida, dirigida por mentes lúcidas, armadas de información ingente y un adecuado nivel de cinismo e hipocresía, pero cuya principal debilidad es la de llevar demasiados años jugando en un tablero trucado y con el árbitro comprado. Esa misma naturaleza vetusta, ese carácter mastodóntico, es el talón de Aquiles de la prohibición de drogas, un muro ciclópeo cuyas piedras tal vez nadie pueda derribar de momento, pero por cuyas grietas pueden llegar a pasar muchos, a condición, eso sí, de que sean lo bastante flexibles.
Bibliografía
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[i][i] Un análisis muy interesante de la parálisis del debate en las Naciones Unidas se halla en el documento Drogas: polarización y parálisis en la ONU. Superando el impasse, publicado por el Transnational Institute (Amsterdam, julio de 2002).
[ii][ii] La Estrategia Nacional de Control de Drogas de los Estados Unidos (1998-2007) propone comparar las drogas con el cáncer, un mal interno que exige una lucha y vigilancia constante a largo plazo. En el documento se plantea esta imagen como alternativa a la de “guerra a las drogas”, que se considera engañosa, no porque la analogía bélica sea inadecuada, sino porque “se espera que las guerras terminen” (ONDCP, 1998).
[iii][iii] En ocasiones se utilizan imágenes de niños como recurso de apoyo a los discursos. Por ejemplo, los paneles informativos que el PNUCID instaló en la sede de la ONU durante la Sesión Especial sobre drogas de 1998 estaban repletos de fotos de niños sucios y andrajosos, algunos fumando y otros esnifando pegamento. Las carpetas, documentos, carteles y demás material gráfico que este organismo envió a las instituciones y a la prensa de todo el mundo para presentar su estrategia “Un mundo sin drogas, podemos conseguirlo”, incluían también este tipo de imágenes.
En otras muchas ocasiones, se utiliza directamente a los niños en los discursos y estrategias. El general Barry McCaffrey, máximo responsable de la Oficina de Control de Drogas estadounidense (ONDCP), comienza su prólogo a la Estrategia Nacional de Control de Drogas, lleno de referencias patrióticas y sentimentales, hablando de los niños. Según él, impedir que los niños “caigan en las drogas” es el primer objetivo de las políticas anti-droga norteamericanas y la única manera de asegurar el futuro de la nación.
[iv][iv] El parecido con los antiguos autos de fe y la quema pública de brujas resulta evidente en algunos casos, como el de China, cuyo gobierno lleva a cabo ejecuciones rituales masivas de manera periódica, que se suelen producir inmediatamente después de leída la sentencia, mediante un tiro en la nuca. Solo durante abril de 2001, más de 500 personas fueron ejecutadas, acusadas de diversos delitos, incluido el narcotráfico, en el marco de la campaña “Golpear con fuerza” (Cáñamo, 44, pág. 21, agosto 2001). Poco después, en junio, con motivo del Día Mundial contra el Abuso de Drogas, otras sesenta y tres personas serían ejecutadas por narcotráfico. Las ejecuciones suelen celebrarse en estadios deportivos, en presencia de decenas de miles de personas, que en muchas ocasiones salen después en comitiva por la ciudad tras las pancartas oficiales. Los reos son conducidos al patíbulo en camiones, con carteles infamantes al cuello, y grandes cantidades de droga son incineradas en lo más alto del estadio. El material propagandístico que edita el gobierno chino (Chongde y Yuan, 1998) dedica un lugar destacado a este tipo de actos.
[v][v] Esta cuestión se analizó en un anterior trabajo: Barriuso, Martín. (1999). Las Naciones Unidas y la política internacional de control de drogas: factores para una inercia prohibicionista. En: Drogas: Cambios sociales y legales en el fin del milenio. Madrid, Dykinson Konprobatu, mesedez.
[vi][vi] Barriuso, Martín. 1999. Los guardianes de la prohibición. Quién es quién en la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes. Cáñamo, 18, junio, pág. 8-9 y 20, agosto, pág. 8-9.
[vii][vii] De todas formas, algunas empresas farmacéuticas tomas medidas, por si acaso. Así, la ahora fusionada Glaxo Wellcome mantiene un concierto con el banco de semillas holandés Hortapharm, que posee la mejor colección de semillas de cannabis del mundo, y a la que ha comprado diversas patentes y licencias de plantas de marihuana.
[viii][viii] Thomas Szasz, el más destacado miembro de esta corriente, defiende un mercado casi totalmente carente de reglas para las drogas. Le he oído personalmente afirmar en público que su ideal sería “un mundo donde todas las drogas se puedan vender o comprar como la Coca-cola”.
[ix][ix] También aparecen en esa época grupos de usuarios/as de otras sustancias, especialmente opiáceos, pero tienen un carácter netamente distinto, puesto que es evidente que las condiciones de vida y los problemas a los que se enfrentan los dos colectivos son muy diferentes. Gran parte de los grupos de usuarios de opiáceos surgen en torno a iniciativas de reducción de daños y tienden más a labores de autoapoyo, formación entre pares, etc. Los grupos de consumidores de cannabis destacan frente a los otros por tener, en general, planteamientos más abiertamente contrarios a las políticas vigentes y una actitud más reivindicativa.
[x][x] Borrallo, Felipe. La brecha catalana. Cáñamo: 1, pag. 66. Barcelona, abril 1997.
[xi][xi] ALA también ha promovido campañas a favor de la autoproducción del opio, editando materiales informativos acerca del cultivo de la planta.
[xii][xii] Por ejemplo, en 2002 la asociación AMEC de Madrid ha realizado una campaña para denunciar el aumento de operativos policiales contra las pequeñas plantaciones.
[xiii][xiii] Es difícil hacer una estimación del volumen económico que mueve el sector del autocultivo de cannabis y de otras plantas, así como el de la parafernalia, productos de cáñamo y complementos, pero baste decir que actualmente existen más de doscientas tiendas de este tipo (las llamadas Grow y Smart Shop) en toda España. Si sumamos editoriales, distribuidoras, empresas fabricantes de accesorios, bancos de semillas, etc. además del aumento de negocio que experimentan algunos sectores tradicionales (habría que preguntarle a Philips cuántas lámparas SonT Agro lleva vendidas a cuenta de la marihuana), no es arriesgado hablar de miles de puestos de trabajo y decenas de millones de euros en un sector que habría parecido inconcebible hace pocos años.
[xiv][xiv] También en Italia se usa el carácter privado de este tipo de locales para hacer frente a la represión. Ante la ofensiva del gobierno Berlusconi contra la reducción de riesgos, el testado preventivo de sustancias solo se realiza desde hace tiempo en unos cuantos Centros Sociales Autogestionados.
[xv][xv] Se puede encontrar el texto completo de esta comparecencia, en la que participamos Jaume Prats, Joan Ramón Laporte y yo mismo, en la página web www.parlamento.es, en la sección del Diario de Sesiones / Comisiones Mixtas / para el Estudio del Problema de la Droga / sesión de 29 de mayo de 2001.
[xvi][xvi] Ahí está, por ejemplo, la conocida canción “Legalización”, de Ska-P, entre otros muchos ejemplos de productos de consumo cultural que han hecho suyo este mensaje. Este hecho, por cierto, ha llevado a la fabricación desde el entorno del Plan Nacional sobre Drogas de un concepto, la “cultura pro-cannabis” (Calafat, A. et al., Estrategia y organización de la cultura pro-cannabis. Adicciones, vol. 12, supl. 2. 2000) según el cual, el antiprohibicionismo alienta el consumo de cannabis entre los jóvenes mediante este tipo de mensajes, a fin de aumentar el negocio y los espacios de poder en torno a la planta.
TOMADO DE: MAMA COCA
http://www.mamacoca.org/FSMT_sept_2003/index.htm--------------------------------------------------------------------------------
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