domingo, 17 de abril de 2022

“KLARA BARRIKADA” Y LOS SITUACIONISTAS

 

                        

“KLARA BARRIKADA”

Y

LOS SITUACIONISTAS

 

 “El espectáculo, como depredador que debe mercantilizar y hacer consumible todo lo que hay, que debe convertirlo todo en imagen, 

también pretende vampirizar la cultura, el arte. Y es en dichos frentes donde más se establece la hegemonía de la alienación y del poder,

 de la dictadura del consumo, pues no se puede ser dominante sin ser dirigente, sin tener el gobierno cultural, la dirección ideológica

(o ideológicas) de la comunidad”.  Albert Castañé



“Las artes serán transformaciones radicales de las situaciones o no serán nada”. Guy Debord

 

1

   Mi reputada carrera de poeta maldito terminó con ella. Todo comienza y termina con una mujer. En el principio estaba ella y su boca, no diré que de manzana fresca; digamos que era un  beso de vino lisérgico bajo la lluvia de un otoño crepuscular; pero expresado con palabras que están proscritas del nuevo idioma poético; suena decadente. Entonces, sencillamente digamos que era un: “beso de otoño con ligero incremento del tono cardiovascular”. Habíamos pasado por etapas buenas; el noviazgo, el enamoramiento y el erotismo. Por etapas difíciles, muy difíciles; la censura velada, la dura economía y el exilio. Pero a pesar de todo esto, éramos felices, con esa felicidad que se da entre los que aprenden a sobrevivir con poco; a tomar de la vida lo necesario; a no especular con el paraíso terrenal. Cuando estás con una mujer, piensas que debe ser así; que ella estará contigo frente al mundo; que ella estará contigo frente a todo; que ella marchará contigo codo a codo en la primera línea de combate; que ella no perderá la cabeza por un par de historias contadas por la zorra envidia, una alimaña de baja condición que merodea cerca a las esquinas dichosas de la vida.

   Mi novia y prometida Clara, era el centro de mi vida, escudo de bienaventuranza contra el infortunio y musa luminosa a la que veía como el sol de cada día. Nos bastábamos a nosotros mismos y estábamos en camino de crear obra; ella como ilustradora de libros infantiles y yo como escritor de reseñas literarias y poeta. Trabajábamos para una pequeña editorial y nuestra labor era cada vez más apreciada.

 

     Estando en nuestra fértil y productiva etapa de exilio madrileño, nos llegó una postal de la U.S.A. La esposa de un familiar lejano venía a la ciudad, ––tan solo por una par de semanas––.

   Me preparé sicológicamente para las historias contadas por la visita de turno; para la incomodidad de las delegaciones familiares que suelen llegar de vez en cuando, en época de verano; el problema de la ducha, las incomodidades del baño; las fotografías que no te dicen nada, de familiares lejanos que habitan en algún país del mundo, que se suponen que llevan tu sangre, uno de  tus apellidos y que a lo mejor también te ignoran, porque tampoco saben nada, ni quieren saber nada de tí.

   La esposa de mi  familiar, ––educadora en plan de Escuela de verano––: (las escuelas del verano se hicieron para que los académicos y académicas puedan intercambiar favores intelectuales y sexuales con otros profesores universitarios en un país extranjero). Llega. Viernes caluroso. Espera eterna en aeropuerto, almuerzo de recepción; lo mejor de tus dones culinarios ––atenciones no merecidas––; y se mete en tu casa con todos sus amaneramientos de intelectual rica; tres botellas de vino de california, y un par de camisetas de Hawai y ya está instalada en la cocina charlando todo el día con tu mujer. Esa a la que tú creías era tu mujer. Esa fiel y amantísima novia, educada, con algo de mundo y ninguna tonta de andar comiendo cuento; Pero a quien, la recién instalada en tu casa, la convierte en poco menos de dos días, en una extraña ––Comentarios feministas radicales––, chistes flojos sobre la condición de la mujer bajo el sistema patriarcal. Total, así, rápido y sin ningún ritual de promedio, a la semana ya convivía con un par de extrañas.

Sucedieron cosas raras, esas cosas que seguramente a  alguno de ustedes les habrá pasado.

   Ella, la profesora de la visita en cuestión era bajita, gordita, con un flequillo a lo Alejandra Pizarnik. Inteligente, de catadura felina, como una gatita de la rive gauche. La primera semana fue una prueba de fuego, ya conocía su poder de influencia sobre mi mujer. La conocí rápido. Le temí después. Primero, trato de seducirme, mostrándome sus senos ligeramente demacrados por tanto folle y orgía literaria; exhibiéndose en camisones transparentes que dejaban ver agazapado en medio de un par de piernas robustas, un gato oscuro y melancólico.  Ordinarios sortilegios, que no lograron apartarme de la senda del compañero fiel.

    La visitante de escuela de verano decide entonces tomar venganza, abriéndole los ojos a mi mujer. Yo estaba en el baño tomando una ducha, cerré el grifo; afiné el oído, alcancé a escuchar:

    ––Yo sé que te ha pegado; yo sé que el muy cabrón, va borracho con sus amigos y no te deja salir sola ni a la esquina––. Y claro tu novia muy condescendiente dice que . Que es casi una prisionera y que no sale sola ni al supermercado. Tú sabes que no es así, pero, cuando las mujeres dicen esto en ambiente de conspiración, te puedes dar por despachado; ya es verdad institucionalizada. Entonces entiendes que la zorra instalada en tu casa tiene un plan malévolo. Saca de farra a tu mujer y le presenta a uno de esos profesores universitarios, inteligentes, eruditos y bilingües, muy viajados y curtidos en simposios, que hablan del Quixote y García Lorca; de Walt Witman y Pío Baroja, que les gusta bailar y divertirse en los bares universitarios de la Madrid capital, en donde todas las semanas inauguran un bar para mujeres profesionales e independientes que tienen aburridos y espantosos esposos.

Me la imaginaba en mis pesadillas: ––“¿A dónde piensa llegar ese; qué se cree, ¿que no podemos divertirnos sin él?”–– le dice y arremete como una danzarina romana a la pista de baile y te dice: ––“Ven, diviértete mi amor que yo solo me quedo dos semanas”––. Y luego piensa que le salen bien las cosas, que ya lo hecho, hecho está; y que un ayuntamiento-amancebamiento dañado, es una faena bien lograda.  Entonces ya por la noche de regreso a casa, pasadas de vinos y manoseadas,  quieren que tú las recibas con una sonrisa de oreja a oreja.

   Pero tú conservas lo mínimo que se puede conservar; la dignidad. En estos casos, no saludar; seguir frente a la máquina, frente a la trinchera como lo recomendara el viejo Bukowsky; y entonces crees mantenerte en una fría zona neutral; sin embargo la zorra invasora te trata de machista  y troglodita utiliza otros  vocablos “cultos” para provocarte; pero tú no, tú solamente estas allí, sabes que algún día estará todo en silencio, que ya no escucharás la risa de ellas, que a lo mejor solo estará una ventana en el invierno ladrando como un maldito perro amarillo bajo el miedo...Sabes que en estos momentos tienes que esperar el fuego con la boca sellada y el estómago apretado. Las escuchas roncar; las escucha tirarse ventosidades; ir a la cocina por agua en horas de la madrugada, beber sedientas, limpiarse en el bidé, abluciones secretas con ruidos de  extraños fluidos y entonces entiendes eso; de la caricatura del amor, de la condición real del amor; animales del exilio que saben aguantar la traición y el suplicio. Y de alguna forma sabes que te lo mereces.

 

   Así que salí de farra un par de veces y luego me encontré con algunos amigos, gente que funcionaba en la periferia; escritores, pintores y artistas de la bohemia canalla, dentro de los cuales había uno muy afín, que era publicista; acababa de fundar su propia agencia en Barcelona. Estaba montado en una onda boyante y enérgica. Se podría decir que triunfaba.

Y me dijo:

   ––Mira yo estoy en las mismas, ahora me acabo de divorciar y tengo un piso para mí solo; pero a veces no voy, paso mucho tiempo fuera; así que ni modo, cuando quieras toma el A.V.E. y ve por allí, así no pasaras ni hambre, ni frío, perderás esa cara de homeless y podrás seguir escribiendo hasta que decidas pasarte a mi bando y de paso me colaboras con una idea para un dentífrico.

   ––¿Para producirlo?

   ––¡No, para promoverlo, para publicitarlo, para venderlo idiota!

   ––¡Bueno yo no tengo ningún interés de vender un dentífrico, ni cartones de leche Pascual, ni condones de sabores y colores, ni nada por el estilo!

   ––Bueno mucho mejor, solo pensarás en la literatura. ¿Sabes que la poesía puede vender? Es más, diría que es la única forma de vender. ¿Has oído hablar de la retórica publicitaria?

   ––Todavía no, ni quiero escuchar hablar de esa aberración. Mi carrera literaria de poeta maldito va viento en popa, ya me odian hasta los poetas de la acción, los cronistas amarillos de países tercermundistas. Solo me falta aguantar un poco y despotricar con más brío para que sea blanco de los neo-letristas y los nuevos situacioncitas.

   ––¿Crees que… también… los situacionistas?

   ––Sí, a ellos no les gusta ninguna situación, por muy bien situada que este. Ninguna obra, ningún escritor y ningún artista; sobre todos los que han tenido uno que otro reconocimiento y no se están muriendo de hambre. Hasta han convocado a una huelga del arte...

      ––¿Y qué persiguen con ello? –– Me preguntó ya muy intrigado mi amigo el publicista.

     ––No escribir, no participar en  recitales, ni en festivales, ni en exposiciones, ni en juegos florales y....En fin…No participar de la sociedad del espectáculo. La literatura y el arte es para ellos solo una herramienta nada más.

    ––Pues están perdiendo. ¿A dónde quieren llegar con todo esto? ––. Preguntó ya un poco molesto y desconcertado mi amigo.

    ––No lo sé, pero si te interesa, consideran  a la publicidad como escoria, bazofia y mierda capitalista. Y la publicidad refinada como la que tú proyectas, puede ser considerada la gran ilusión burguesa. El sofisma por excelencia, que de una u otra forma, está contaminando y alienando las conciencias.

 

   Tome el tren AVE con los pocos recursos que me quedaban y de paso, en el bar restaurante quemé los últimos cartuchos en cocteles de wiski y Anís del Mono. Sí me dije , los vientos del Mediterráneo me harían mucho bien. Me aparecí en la ciudad condal. Mi amigo el exitoso publicista me entregó copia de las llaves de su apartamento en el barrio Gótico de mala gana. No me esperaba tan pronto. Quedó de llamarme una semana después ya que se iba para un congreso en Cannes en donde estaba participando con un comercial de comida dietética para perros, y otro de barras de cereal para canarios.

   Mi novia por esa misma época me exigió una separación formal, y yo se la concedí con mi corazón destrozado. Ella inmediatamente se vinculó a las filas más radicales de las feministas europeas. Yo, había descubierto en el ala izquierda de nuestra biblioteca, un panfleto; el célebre “SCUM” de Valeria Solanas, la escritora underground,  sáfico-feminista que había disparado contra  Andy Warhol papisa del pop art en los años 70. Hace pocos días me he enterado, leyendo la sesión cultural de Babelia, que mi novia ha publicado una novelita gráfica con un guion contundente y demoledor, en donde dejaba claro que quieren el poder femenino  sin restricciones y lo quieren ahora; que el futuro de la ginecocracia galáctica que anuncian, pasará por la emasculación tecno-industrial y la guerra bio-genética contra todos los machos del planeta.

 

2

 

   Yo no claudiqué tan fácilmente; colaboraba en muchas cosas para mi amigo el publicista, pero seguía publicando poesía. Escribía reseñas literarias para un magazín dominical del ayuntamiento de Vacaslasgordas. Además, una pequeña editorial que acababa de ser fundada, se había interesado en uno de mis libros, un proyecto sobre los poetas malditos de Suramérica; me habían dado un pequeño adelanto, (casi un auxilio), cosa única y fantástica en el mundo de la literatura para autores nóveles; así que estaba en ello.

A pesar de todo, por aquellos días, recordaba a mi ex novia. La recordaba con amargura y con tristeza.

 “En esta profesión que elegí, se tiene que sufrir, eso va incluido dentro del paquete” ––le dije a mi amigo el publicista, utilizando ya su jerga, mientras departíamos en la barra de un bar cerca de la plaza Cataluña.

   ––Deja ya de sufrir. Estamos celebrando. Tu idea del jabón para gatos, fue genial. Eso del grito del gato imitando al Marlon Brando de “La gata sobre el tejado caliente”. Pura inspiración.

   ––No era “La gata sobre el tejado de zinc caliente”. Me inspiré en “Un tranvía llamado deseo”. Un pastiche nada más. El gato llega a la casa una noche lluviosa. (Plano que los animadores tomaron de la película de Elia Kazan) mira hacia el tejado de la casa, se lleva sus patitas a la cara y grita: ¡Hey Estellaaaa… ¿Dónde guardaste mi comida?!…(la cámara virtual asciende en un til up) la gata desde el techo, acicalándose en una mini bañera le responde: Sube y te lo diré. Voz en of “Katysoap el jabón que tranquiliza a tu pequeña bestia”. (Elia Kazan estará carcomiéndose entre griegos gusanos; Tennessee Williams se estará revolcando en su tumba de asmático).

   ––De eso se trata este negocio. ¡De fagocitar todas tus malditas figuritas dramáticas y todas tus cochinas vanguardias! Mira tío…Ganaremos una pasta y ahora vienen dos amigas publicistas. Están majas y una de ellas se interesa en la literatura. Le he hablado de ti. Cosa que habrás de agradecerme algún día. Pero hay un problema…

   ––Un problema. ¿Cuál?

   ––No te lo diré; deja que se presente.

A los cinco minutos llegaron dos barcelonesas: las dos rubias, las dos despampanantes. Una de ellas le dio un beso a mi amigo en la boca, que duró, lo que dura la zambullida de un pescador de ostras. La otra, una rubia de ojos almendrados me miraba con una sonrisa de ¿y nosotros qué? Hasta que se presentó:

   ––Hola, me llamo Clara.

   ––No. no puede ser… ¿Clara?

   ––Clara sí… algún problema.

   ––Su ex-novia se llamaba Clara ––dijo mi amigo mientras soltaba una carcajada.

   ––Bueno en ese caso rectifico: Klara Isabel. Pero Klara con “K”.   

   Después de una hora me estaba emborrachando, ya lo sabía. Mi amigo había ido al baño tres veces durante mi discurso y yo, casi me sostenía sobre el pecho y los hombros de la barcelonesa que estaba tan entonada como yo, que además escribía, que era poeta y se metía con el lenguaje, así que la hice sufrir. Como los voy a hacer sufrir, a ustedes, o a vosotros, o como gustéis, hipócritas lectores.

   ––¿Vida de escritor en el exilio?…Una verdadera tristeza. Pero vale la pena si tienes eso que llaman “ambiciones literarias”.... y a veces toca aguantar de todo, les quiero comentar una anécdota ––les dije en medio de esa montaña rusa de curvas, en la barra, apurando al fondo vasos de Wisky y envueltos en nubes de cigarrillos turcos (elementos que mi amigo había utilizado para llevarme a su terreno profesional y de los que yo estaba absolutamente prendado). El otro día ––continué–– fui a leer mis textos a un sitio lleno de lo que llaman algunos, gente de letras, ¿Qué me dice? ¿Intelectuales?... No. y me dirán ustedes ¿pero si hace crítica de poesía, no es usted un intelectual y un poeta también? y yo diré que para mí, la poesía es una enfermedad en el idioma del animal social, enfrentado a su condición de paria entre la gens. Y por lo tanto es un rebelde sublime que no acepta el lenguaje pedestre de su raza; una manifestación vital más que intelectual.  Lo mío, a pesar de lo que pueda parecer, no es intelectual sino... visceral, ––Mi mano rueda como una garra pesada dentro de los senos de la poetisa barcelonesa, mi mano aprieta bajo el pezón; ahora muerdo su cuello y el lóbulo de su oreja–– y experiencia en carne propia, de lo que se crea y se destruye, de lo que se lee y se olvida... Claro que estoy en contradicción conmigo mismo. Es decir ya no creo mucho en lo que digo, en lo que veo, ni en lo que escribo;... hay mucha falsedad en lo que se elabora para ser presentado, es decir la técnica literaria es una forma refinada de la falsedad ––Mi mano toca los cálidos muslos que buscan la parda flor de Lilit; la muchacha abre la boca en donde el aliento de tabaco magnetiza y hace amarga la mineral saliva––…Pero recurro a ella, a la técnica literaria. Sin ella caería en el balbuceo o en el terrorismo poético que es la nueva tendencia de los jóvenes poetas…yo busco algo más allá, ahora quiero meterme con el alma de la gran bestia….borrar su alma teatral, su poética de merchandising, una pantalla cruzada de puntos negros parpadeantes; un zumbido agónico de luz.

(¡Bullshit!….Si solo hubiese dicho que la poesía es el beso de Satán como creo recordar escribió una vez Baudelaire o Lautréamont o Carlos Danez, el poeta venezolano; me habría ahorrado esa basura y de paso no me habría granjeado el odio de mis escasos lectores).

   Al parecer estaba bien borracho, y estaba dando sin querer, una declaración de intenciones, que dejaba al descubierto los intereses de mi reciente vinculación a la rama de la publicidad. Lo otro: el “kino”, el roce de las pieles, los juegos de manos extraviadas, hacían parte del ritual de los viernes de marcha en las ciudades ibéricas ––Había que entrar de frente al toro––. Mi amiga continuó escuchándome con su mano sobre mi corazón; ella  ya tenía los ojos entornados. No sé si por mis palabras narcóticas o por los efectos del alcohol.  Mi amigo el publicista no soportó más aquello. Desfiló rumbo a su auto y partió al  apartamento acompañado de su criatura; una bárbara, Barbarella.

   Yo me quedé con Klara. (Me gustaba su nombre). Era más lenta de maneras, más pesada, de buena estatura y se enrollaba, (maciza, espigada y rosada) con el cuento de la literatura. Fuimos a un puesto de comidas callejero. Poco a poco se recuperó, quiso que le siguiera narrando aquella anécdota. Esa en donde estaba todo el núcleo iridiscente y fragmentario de la historia. Tomábamos chocolate con churros. La noche era amarilla y azul. Klara sacó de su gabán negro dos pastas, se metió una a la boca y se la tragó; luego dejo una sobre sus labios y me la entregó con la punta de su lengua, por supuesto la tragué. ¿Que era? no lo sé. Un río de corriente fortísima llego a mi cerebro. Todo se iluminó. El cansancio por un momento parecía lejano. Yo quería pasar a otras cosas, pero ella, como gente de letras me recordó que había dejado una anécdota literaria a medio camino. Me di por vencido y  decidí contarle la historia de una vez:

    “Como te decía, fui a leer mis poemas en un prestigioso centro cultural de el Raval. Había gente joven saboteando. Un joven terrorista verbal, salió y me dedicó un poema que según él se llamaba: “Blablabla”. Seguramente porque ya estaba cansado de la literatura, o del lenguaje, o de los poetas, no lo sé; solo sé, que ese joven estaba cansado de algo y la mejor manera de expresarlo era leyendo un esperpento de media hora de duración, en donde lo único que se entendía era “Blablabla”. Durante esos instantes tuve tiempo para mirar su cara, no tendría más de veinte y a lo mejor habría tenido una buena educación libertaria. Y yo digo, si ese joven está ofuscado y se siente incomprendido ya que no sabe en qué sigla de la nueva nomenclatura sexual se encuentran sus apetencias y confundido busca en los burdeles en donde perdieron el ímpetu sus genes egoístas y además de eso, no soporta a los escritores ni a la poesía, pues la solución es otra; debería estar incendiando una academia, violando a una religiosa, a una profesora de latín;  degollando a un gendarme, o al cancerbero de uno de los miles de museos de Europa. Emasculándose en público; cosiéndose la boca con hilo de cáñamo en la plaza pública; inmolándose como bonzo tibetano sobre una pira de libros o lanzándose en parapente desde una torre gótica de la Sagrada Familia, mientras lanza panfletos impresos con:  ¡Muerte  al arte, y Poesía igual a mierda!..¿No te parece?

    Mi amiga la escritora.  Me escuchó con paciencia, su mano estaba ahora en mi mejilla. No sé por qué estaba afectada. En medio de aquella madrugada, la pesada y fragmentaria anécdota de poeta borracho, la había golpeado de alguna manera.  Me condujo con mi brazo sobre su hombro hasta su apartamento. Tuvimos una buena madrugada en donde agotamos el repertorio de nuestras aberraciones. Al otro día cuando desayunábamos me dijo que me comprendía, que creía que algo entre los dos podría germinar; pero ese es otro cuento, que de continuar por este camino, no podría tener tampoco un final feliz.

Prendimos canutos; preparó el té y aromatizó la buhardilla con incienso. Ella, como no, estudiaba en una academia privada para graduarse de publicista.

Recuerdo algo que me preguntó mientras fumábamos un canutillo de achís:

“¿Y si como mujer, ingresara a tu corriente contestataria. Y  atentáramos contra el alma estética del capitalismo, si no pudiésemos ser aleccionadas, ni utilizadas dentro de sus rutinas publicitarias; si en nuestros subconscientes no se fijaran como nano chips inoculados las normas de conducta y estética del gran supermercado, seríamos, de alguna forma… más libres, más bellas?”

Le dije que yo no hablaba sólo de la estética y de la mujer frente a esa maquinaria, sino de toda una corriente social; pero que sí…le dije que sospechaba que las mujeres serían un poco más libres y bellas, porque que ya no estarían esclavizadas por esa poderosa y omnímoda fuente de estética. Eso les respondí. Más o menos así le respondí.

 

3

 

   La noche pasó como debía ser. Después de aquello; del furor del sexo, de la ceremonia del té y los juegos del humo sobre la piel; aquella historia siguió rondando mi cabeza como cuando una canción mala y obscena se queda jugueteando dentro de tu cerebro. Regresé a mi cuartel provisional (el apartamento de mi amigo). Él se había ido a tomar una semana de veraneo con su amiga a Sevilla. Me había dejado una nota sobre el comedor. “No sufras más… ¡Sé feliz de una puta vez!”. Sí, era un tipo querido.

    Me bañé, me recosté. Dormí un buen rato y por la tarde la anécdota volvió; la maldita continuación de aquella historia. Me sentía preocupado, no recordaba bien aquella noche con una mujer fantástica; con una hembra hermosa de piernas blancas poderosas y coño pardo  aceitado. Al contrario, para mi desgracia estaba recordando esa otra puta anécdota de dos años atrás. Como el personaje de “La Chute” de Camus; atrapado por la maldita historia de los saboteadores de escritores. Estaba pensando en dejar de escribir. También en dejar de fumar el jhacho, su bucle paranoide y obsesivo era peligroso. Tuve el destello de la idea sobre las tres de la tarde. Lo dije en voz alta: ya no vale la pena.

   Entonces me di cuenta, que ese acontecimiento de un par de años atrás, había vuelto de repente y se había instalado de una manera intensa en mi pensamiento. No sé por qué, volví a caer en ello después de mi separación; antes ni lo recordaba. No tenía  importancia y después, todo había cambiado. En mi condición de escritor, no sabía que me depararía esa obsesión.

   Recuerdo ahora vívidamente, que después de aquel malogrado recital al que tuve la mala fortuna de asistir y de leer en aquel verano barcelonés, fui invitado a otro recital del día siguiente en donde, debo admitirlo con un poco deverguenza, quería cooptar la cercanía de una musa de talento que era la que organizaba el sarao. Rememoro ahora, mientras fumo mirando por la ventana que da a la Plaza Real, que después de que yo terminara, llegó otro terrorista de la imagen y la palabra ––estaban de moda por aquel entonces––; inmediatamente fue presentado entre aplausos y gritos; salió con un par de muñequitos hechos con un par de globos de látex.  Flaco, alto, desgarbado, con una barba de varias semanas. Su rostro en acción espetaba una glosolalia brutal; por algún momento me pareció asistir a la materialización de aquel letrista que aparece en un segmento de la película de Orson Welles; poseído por algún demonio azquenazí, un protogolem romaní   (yo lo he dicho; quienes quieran acercarse a las orígenes del arte moderno, tienen que pasar por los rumanos y toda su caterva de iluminados demonios. Ellos comenzaron a demolerlo todo).  Después, el poseído, saco un par de burdos muñequitos hechos de un par de globos azules, muy alegre en su particular forma de moverse y gesticular frente a todos. Estuvo por más de media hora hablando como un simio y jugando y prestidigitando con los muñequitos de látex; bueno en realidad lo que quería era ridiculizar a todo el colectivo. No sé si lo logró, al menos le felicito por su buen humor. Se requiere ser titiritero de talento para sacar un par de carcajadas a un poeta oscuro; lo que sí está claro, fue, que se escapó con la musa iconoclasta.

 

   Pasaron dos meses desde aquella tarde en donde entré en plena crisis de vocación. Mi affaire con la publicista rubia, que me había salvado por unas semanas, terminó, con un silencio cada vez más hermético de mi parte. La acompañé a un par de recitales solo por ver como las nuevas generaciones reaccionaban ante la poesía. Ella sucumbió ante los encantos masculinos y los avioncitos de papel pautado que lanzaba en las tertulias un situacionista italiano de paso por Cataluña. Guardé silencio, no me afectó. Ya estaba preparado para ello. Debo concluir que los terroristas verbales se sirven de todo y de todas las artes, sobre todo de las artesanías; no podemos perder de vista que esos malogrados muñequitos y avioncitos pertenecen a las manualidades de la escuela. Lástima que no pronunciaran bien una palabra, que no pudiesen balbucear una buena idea, redondear un chiste; o al menos estallar de la risa como los viejos y duros situacionistas del mayo del 68; (esos si iban directo al meollo del asunto, no se andaban con margaritas).  Pienso que la nueva poesía visual, puede ser una alternativa; antes de diez años, desafortunadamente, será violada, ultrajada y luego será olvidada; pero en el fondo, una buena parte del mundo de la literatura va hacia la publicidad, la artesanía, la pirotecnia y por ultimo hacia la nada. No nos digamos mentiras. Para desgracia nuestra, la publicidad parece estar ganado la batalla y los video-clips se proyectan como el nuevo refugio de los poetas y los escritores.

 

  

4

 

   He montado mi propia agencia y proveo estrategias literarias y utopías artísticas a los jóvenes vanguardistas de la poesía; (antes eran mi bete noire, ahora se han convertido en una de mis quimeras preferidas). Ellos, solo creen en la publicidad, han vivido desde niños inmersos en sus conceptos, visten y comen de ella, maman a bocas llena de su sublime basura; conocen todas sus trampas y sus máscaras; solo atentan contra ella en las manifestaciones antiglobalización cuando son legión y furioso rebaño que ataca los McDonald´s. Pero al menos, dentro de este trajín, las cosas se están poniendo patas arriba, la tortilla se está volteando. Esa clase de subproletariado digital: tiktokers, youtubers, instagrammers, influencers y similares que sin saberlo, son los empleados y productores de contenido para sus grandes empresas; payasos digitales; saltimbanquis de las redes; opinadores y quintacolumnistas del hiperespacio, bailarines de ska; funambulistas sexuales, bellas exhibicionistas porno que con sus caritas en pose de “ahegao” con sus lenguas afuera, sus ojos en blanco y sus mejillas ruborizadas, intentan llamar la atención. Es allí, en esas vetas donde encontramos y nos acercamos a los más inteligentes, los que han sido desconectados de sus cuentas; los cancelados por las hordas de lo políticamente correcto, o los que siendo muy talentosos no superan las expectativas de esas megacorporaciones…

 

   Hemos descubierto una nueva corriente de agresivos contra-publicistas maestros del subvertising; saben que la complejidad revolucionaria del mundo estará mediada por las redes. Llegará a las pantallas de todos: analfabetos funcionales y tecnócratas ilustrados; los del avant gard y los de la retaguardia; los iluminados y los antihéroes de la liberación; los los obreros y los yuppies; los anarcos y los capitalistas. Estos, nuestros nuevos aliados, en gran parte han salido directamente de las academias y otros se han cansado de resistir como artistas del hambre dentro de la jaula temporal del free lance. Reinterpretaremos los mejores comerciales y la mejor publicidad será trastocada y saboteada. Es el mundo perfecto para los nuevos medios; el caos y las aleaciones cibernéticas producen híbridos perfectos, mutantes camaleónicos que se mimetizan dentro de los árboles de la líneas eléctricas de las grandes ciudades. Asechamos dentro de las cajas bobas, y medramos en los servidores como tarántulas dentro de la telaraña. Mil Aullidos de Allen Ginsberg en las autopistas que conducen al centro del ciberespacio.

 

Somos una cooperativa con muchos talentos; los expertos en antropología lingüística y conocedores de los dialectos javaneses y de Sumatra se encargan de la logística. Los herpetólogos conocedores de los códigos de la constrictor asiática a su vez, se encargan de mantener la marcha. Otros especulan y trapichean en el océano de galerías de arte con los NTFs  y los demás trabajan en los obscuros arsenales donde vela electrizado el pueblo de los mineros. No nos importa si corren con el ñu o con el pingüino o el cocodrilo; lo importante es que corran.

 

   Las vertiginosas semanas que han pasado desde mi iniciación, han desembocado en algunos cambios. La oficina, aunque no es espléndida, tiene vista a un pequeño parque y mi asistente una rusa de largas piernas y senos dorados se llama Klarenka (bueno, yo la he bautizado así; homenaje a mis antiguas amantes. Ya a estas alturas lo saben: soy un maniaco, compulsivo y obsesivo). Ella, mi hermosa sekretar, estudiosa de las filosofías orientales y de una eficiencia de nomenklatura (lenta pero efectiva); mantiene el ambiente perfumado de incienso tailandés, (es lo único que se permite respirar dentro de la estructura-nirvana dentro de la cual creamos).

   Lo último que diseñamos con mi amigo el ex-publicista ––ahora yo lo he traído a mis terrenos cooperativos–– y una docena de los mejores hackers del momento, es un nombre corporativo clandestino: Klara-Barrikada (homenaje póstumo a mis amores fallidos). Poeta virtual y hacker de acción, que publica en forma  casi anónima, tratados de anti-poesía, intervención urbana, y sabotaje de branding corporativo, apoyados en estudios y ensayos de comunicación. Nuestra biblioteca es de línea radical; Allí se encuentran libros clásicos de Bakunin, Malatesta y kropotkin, algunos originales comprados a los libreros de Ginebra; y claro está,  un poco de Aldous Huxley, George Orwell, Guy Debord, Hakim Bey, Tony Negri, Philip K. Dick, William Gibson, Bruce Sterling y otros novísimos que surgen en la escena. Nos dijimos volvamos a lo fundamental; comencemos por los orígenes. El capitalismo salvaje los trajo de vuelta como un naufragio arroja sus baúles fuertes a las costas de la rebelión. Estaban hibernando ––cosa curiosa, trataron de arrojarlos al cementerio de los olvidados y han regresado como la comparsa de una película mondo-bizarra, dispuestos a acabar con todo––. Estaban enterrados en el basurero súper-estructural y se han levantado como virus y bacilos; gusanos de fuego, troyanos-guerreros, mariposas de hierro. Los  publicamos en Internet y recibimos miles de e-mails encriptados de los contra-publicistas, en donde cuentan de sus acciones osadas y beligerantes. Están buscando el asunto central de la máquina deseante, se están metiendo con el alma del sistema. Están enfrentando la ópera mayor de la sociedad del espectáculo: la publicidad.

   Les exhortamos a que sean cada vez más osados; les invitamos a que sean cada vez más imaginativos; les inspiramos y les aportamos técnicas para que sean cada vez más libres y que pasen de la artesanía lítica, de los globitos de látex y la papiroflexia, a las ligas mayores del détournement y el sabotaje; hemos convocado a una huelga de palabras,  poemas y sonidos. A que borren de la red las interfaces de los nuevos golems Post-Fordistas. Las plataformas de los nuevos reinos virtuales del control bio-político. ¡Nada de discursos, solo onomatopeyas! Queremos ver como los ejecutivos de la mega-corporación del Gran Hermano balbucean, como gesticulan, como manotean y patalean dentro del cenagoso pantano cibernético de la publicidad virtual. ¿Cómo será ese Nuevo Orden que se cree ya triunfante, sin el ruido de la publicidad y la propaganda? Esas hermanas siamesas que aletean dentro de su alma.  ¿Y si su alma no tiene su emisora de evangelio, ni su banda sonora, su vitrina cinematográfica, su góspel cibernético? ¿Qué puede pasar?

   Decimos: ellos ––los diseñadores de la nueva metrópolis virtual––ya están preparando el terreno para convertirnos a todos en criminales solo por compartir el conocimiento. Lo nuestro será un aldabonazo y un entrenamiento de resistencia para lo que viene. ¡Ah! sí, ya han salido unos cuantos publicistas del tinglado a decir que el mundo se convertirá en un lugar árido y descolorido, que la “democracia” estará en peligro. Les decimos: Salgan de sus cajas de cristal, de sus cubos blancos atrapa-minimalistas; cocainómanos y heroinómanos, adormecidos en la corriente Maya; desengánchense, desenchúfense: vayan a los parques multicolores, a las montañas agrestes, a los valles ardientes, a los volcanes en erupción, a los ríos salvajes, a las favelas y los guetos y a los cinturones de miseria donde la vida estalla y baila en un carnaval de color.

No hay vuelta atrás. Ya todos tienen sus mascaritas sonrientes de brillo banco porcelana con la cara del conspirador inglés y están sentados frente a sus computadores. La fecha está convocada.

¡Después, tendremos un día muy largo… con las pantallas rayadas de silencio!




 

 

 

 


viernes, 1 de abril de 2022

Cosas que hacer en Estados Unidos cuando estás muerto. El curioso caso de Francis Scott Fitzgerald

 



Autor: Xabier Fole


John Dos Passos escribió, a propósito de la muerte de Francis Scott Fitzgerald en 1940, que los periodistas y críticos literarios, responsables de redactar los obituarios del autor de 
El gran Gatsby, no mostraron ningún conocimiento sobre la obra del escritor. Los reseñistas, obsesionados con el periodo que Scott Fitzgerald supuestamente simbolizaba, eran incapaces de juzgar los textos del novelista basándose en la calidad de los mismos sin desvincularse del periodo que estos reflejaban

 En la película Cosas que hacer en Denver cuando estás muerto, dirigida por Gary Fleder y estrenada en 1995, un jefe mafioso llamado El hombre del plan, preocupado por las andanzas de su hijo, a quien han sorprendido en varias ocasiones acosando a menores en los colegios y pegando a vagabundos, convoca a un gánster retirado que nunca mató a nadie, conocido como Jimmy el Santo e interpretado por Andy García, para solucionar el problema familiar. A juicio del capo, el intolerable comportamiento de su primogénito se debe a la ruptura de este último con su novia, Meg, quien, para colmo, ha conseguido rehacer su vida comenzando una nueva relación con otro hombre. Este inesperado impacto emocional, según el mafioso, ha convertido a su hijo –“lo único que me queda”– en un ser violento y despreciable. El hombre del plan, un anciano valetudinario encarnado por Christopher Walken, piensa que Jimmy, cuyas principales virtudes son la oratoria y la elegancia, es capaz de convencer al nuevo novio de que rompa con la expareja de su hijo, haciéndole comprender que, si continua saliendo con Meg, tendrá que asumir las consecuencias. De ese modo, su inestable heredero podría recuperar al amor de su vida y, como resultado de dicha felicidad reconquistada, abandonaría, definitivamente, las malas costumbres.

Jimmy el Santo acepta a regañadientes la oferta (intentaba ganarse la vida con su propio negocio y dejar el mundo del crimen) y reúne a un grupo de delincuentes de poca monta –quienes comparten pasado y fechorías–, los cuales, ya retirados en sus humildes trabajos, se muestran, en un principio, escépticos ante la singular operación. Sin embargo, los gánsteres, por necesidad de dinero y lealtad hacia Jimmy, acaban aceptando la propuesta. Todo, como era de esperar, sale mal. Estos acaban matando no solo al novio, a quien simplemente debían darle un toque de atención, sino también a su pareja –en una disparatada masacre en medio de una carretera–, después de que a uno de ellos, conocido como Bill el crítico, le diera un ataque de ira ante la actitud chulesca del chico, que tuvo la osadía, entre otras cosas, de mofarse de los trajes de policías falsos que uno de los ex delincuentes vestía para la ocasión. El hombre del plan, tras conocer el altercado, no muestra ninguna clemencia y ordena que todos se marchen de Denver –ciudad donde residen los integrantes de la banda–, que abandonen inmediatamente dicha localidad, porque, si no lo hacen, acabarán siendo, de una manera nada agradable, ejecutados. “Alforfones, Jimmy, para ti y para tu puta pandilla de inadaptados”, afirma, visiblemente irritado, El hombre del plan.

Comienza así la historia de unos hombres, virtualmente muertos, que tratan de enfrentarse a su desaparición con la mayor dignidad posible. Mientras se introduce en la historia una retahíla de personajes secundarios memorables, como El señor shhh, asesino silencioso y eficiente interpretado por un literalmente mudo Steve Buscemi, los protagonistas de esta película (a mi entender, injustamente minusvalorada debido al efecto Tarantino en la década de los noventa) analizan retrospectivamente sus existencias y, en vez de escapar y ocultarse de sus verdugos (quienes no desistirán hasta acabar con ellos), o mudarse e intentar vivir en un lugar lejano donde nadie pueda encontrarles, esperan con estoicismo en su ciudad. Cuando Jimmy el Santo acude a ver a uno de los implicados en la operación y le ofrece un billete de avión hacia un paraíso con playa y palmeras, Pedazos, como le llaman sus compañeros, le dice que no, que está cansado de huir y que, en definitiva, se queda. “Jimmy, ya sé lo que es bailar foxtrot con una prostituta de dos mil dólares en un cabaret de París”, afirma con orgullo. Esto puede resultar patético, insinúa Pedazos, y, quizá, permanecer aquí, teniendo la oportunidad de tomar el sol mientras sujeto con mis arrugadas manos un delicioso daiquiri, sea una imperdonable estupidez. Pero es que, Jimmy, ya he vivido todo lo que tenía que vivir. Mi época, para bien o para mal, ya ha pasado. Al final del diálogo, el gánster se coloca un sombrero (prenda que, por supuesto, añora, ya que: “antes te lo ponías y no necesitabas nada más”) y regresa a su vida cotidiana como proyeccionista de cine porno.

John Dos Passos escribió, a propósito de la muerte de Francis Scott Fitzgerald en 1940, que los periodistas y críticos literarios, responsables de redactar los obituarios del autor de El gran Gatsby, no mostraron ningún conocimiento sobre la obra del escritor. Los reseñistas, obsesionados con el periodo que Scott Fitzgerald supuestamente simbolizaba, eran incapaces de juzgar los textos del novelista basándose en la calidad de los mismos sin desvincularse del periodo que estos reflejaban:

Lo más extraño de los artículos que vieron la luz a raíz de la muerte de Fitzgerald fue que sus autores no parecían considerar que necesitaran leer sus libros; todo lo que necesitaban para tener el permiso de tirarlos al cubo de la basura era clasificarlos como algo que ha sido escrito en tal o cual época ahora pasada. Eso nos lleva a la ineludible conclusión de que esos caballeros no siguen otras reglas que las de las modas de la Quinta Avenida. Lo que significa que cuando escriben sobre literatura en lo único que piensan es en la cotización actual de un libro en la bolsa de cambios; un asunto que casi no tiene nada que ver con su eventual valor.

Francis Scott Fitzgerald, al igual que el gánster de la película, permanecía eternamente congelado en su (en aquel entonces agotado) contexto histórico, y su imagen, según los articulistas de las necrológicas, perduraría exclusivamente en la mente de los lectores como gran representante de Era del jazz. Su época, como les sucedió a Jimmy el Santo y a sus hombres, viejas glorias condenadas a la extinción, aniquilados por los mismos que –no hace mucho– los habían glorificado, también “había pasado”.

Francis Scott Fitzgerald se convirtió en un escritor famoso cuando publicó, en 1920, A este lado del paraíso, la cual, a pesar de no proporcionarle un rédito económico significativo, contribuyó a que aumentara su caché como cuentista. Más adelante, el autor viajó a Francia, donde algunos escritores (Gertrude Stein, Ernest Hemingway, Dos Passos), estimulados por el romanticismo que destilaba la vieja Europa, buscaban las afrodisiacas aventuras que no encontraban en el nuevo continente. Su amigo, el crítico literario Edmund Wilson, que llegó a Francia justo cuando Fitzgerald regresaba a Estados Unidos, se lamentó de que el novelista no apreciara las posibilidades artísticas e intelectuales que ofrecía este país y le reprochó su incapacidad para desarraigarse de su tierra natal: “Estás tan acostumbrado a los hoteles, a las cañerías, los drugstores, los ideales estéticos, y la vasta prosperidad comercial del país, que no puedes apreciar todas esas instituciones francesas, por ejemplo, que son verdaderamente superiores a las americanas”.  En 1925, el novelista publicó su obra maestra, El gran Gatsby, cuyo éxito comercial, no obstante, fue más bien discreto. Cuando llegó la Gran Depresión y el llamado Crack del 29, las cosas empezaron a complicarse en la vida de F. Scott Fitzgerald. Sus relatos ya no se vendían como antes y su siguiente novela, Suave es la noche, acabó siendo un fracaso de crítica y público. Entonces incrementaron sus problemas con el alcoholismo y Zelda Sayre, su esposa, terminó siendo ingresada en una clínica psiquiátrica. Hostigado por las deudas, se trasladó a Hollywood, lugar donde intentó colaborar en los estudios cinematográficos, pero fue despedido de la Metro Goldwyn Mayer. Sin contrato fijo, se sumergió en la escritura de una nueva novela sobre el mundo del cine, El último magnate, que nunca llegó a terminar, y escribió unos relatos sobre las peripecias de un guionista fracasado, Historias de Pat Hobby, que no se publicarían hasta 1962, veintidós años después de su muerte. Mientras otros compañeros de su generación habían conseguido despojarse del tiempo pretérito al que iban culturalmente ligados, como le ocurrió a su coetáneo Hemingway, al que le concedieron el Premio Nobel y vivió unos cuantos años más que Fitzgerald hasta que finalmente se suicidó, el autor de El último magnate, asociado unos cánones ya felizmente olvidados, no se percibía como un escritor atemporal, sino como la perfecta ejemplificación del auge y caída de la efervescencia cultural de una década. Atraídos por la trágica historia del dipsómano, perfecto paradigma de la “generación perdida” y víctima de los “felices años veinte”, los periodistas y críticos de la época inmediatamente ulterior a su muerte habían descuidado al escritor, gran teórico del fracaso y perspicaz retratista de los aspirantes a burgueses, quien, varios años después de su defunción, fue considerado –cuando por fin llegó el consenso a la academia y a los suplementos culturales– uno de los mejores narradores estadounidenses de la primera mitad del siglo XX. En el momento de su fallecimiento, no obstante, los guardianes del canon, no satisfechos con la desaparición física del hombre, pretendían destruir también al literato, cuya mayor aportación a la historia literaria del país parecía ser, a juicio de estos críticos despistados, el haber proporcionado a los lectores la necesaria moraleja que contenía el relato sobre su destrucción como persona. Sin embargo, aunque la “personalidad” del escritor, como advirtió Dos Passos, “había muerto”, el novelista, pesara a quien le pesara, todavía “permanecía”. Paradójicamente, cuando apareció, en 1945, una obra titulada The Crack-Up, que reunía unos textos autobiográficos escritos en los años treinta (la mayoría para la revista Esquire), “el fallecido escritor fracasado”, en palabras de Gore Vidal, “fue objeto de una resurrección total”, cumpliéndose así la profecía de Dos Passos. El novelista, por primera vez en su vida, hablaba con sinceridad –olvidándose de las apariencias y de su imagen pública, ya inevitablemente degradada– de sus problemas con el alcoholismo, sus recuerdos de la Era del jazz y su relación con Zelda. The Crack-Up se publicó póstumamente, ya que Fitzgerald nunca consiguió, a pesar de los reiterados intentos, que las editoriales –incluida la suya– aceptaran el manuscrito. Edmund Wilson se encargó, unos años más tarde, de recopilar los artículos y presentarlos a la editorial New Directions, la cual acabaría finalmente publicándolos con el título mencionado. Desde entonces, Fitzgerald se ha convertido en un tema recurrente de las tesis doctorales en las universidades. Ahora se pueden encontrar numerosos estudios sobre su obra, multitud de biografías, gran parte de su correspondencia y algunos de sus cuadernos de notas. Pocos dudan de su talento literario y, por supuesto, de su relevancia en las letras estadounidenses. F. Scott Fitzgerald, en resumidas cuentas, es una industria académica. Sin embargo, fueron sus textos de no ficción –la autobiografía–, y no su narrativa, los que contribuyeron a rehabilitar su ficción. Aquello que tanto crispaba a Dos Passos cuando leyó los artículos por primera vez (“Dios bendito, ¿cómo te las arreglas, en medio de una conflagración a escala mundial, para preocuparte por todas esas cosas”?) significó el comienzo de Scott Fitzgerald como novelista. La vida narrada, por tanto, supuso una inesperada reivindicación de la vida imaginada. ¿A qué se debió, entonces, ese interés repentino en la literatura de un autor inicialmente arrinconado en los polvorientos pasillos de la historia? ¿Cómo es posible que, en lugar de sentirse deslumbrados por los infortunios de Dick y Nicole en una obra como Suave es la noche, absolutamente ignorada en el momento de su publicación, la crítica y el público sucumbieran ante los encantos del autor cuando este último decidió realizar un impudoroso exhibicionismo de sus miserias? Según Gore Vidal, “para los norteamericanos, la obra de un autor ocupa casi siempre un segundo término tras su vida”, por lo tanto, “el biógrafo del novelista puede sacar más partido a su vida, en todos los sentidos, que el novelista que la vivió”. Esta puede ser una posible explicación. Aunque lo cierto es que la obra de Fitzgerald es profundamente autobiográfica. En muchos de los personajes de sus cuentos y novelas se pueden encontrar numerosos paralelismos con el hombre que los creó. Desde su primera novela, A este lado del paraíso, en la cual los protagonistas viven obsesionados con la búsqueda del ascenso social, temas como el amor, la decadencia, la riqueza y la vanidad se tratan de una manera personal, casi íntima, como si el narrador exhibiera un orgulloso conocimiento de causa. Algunos de sus protagonistas, como Pat Hobby, sufrieron una involución similar a la padecida por Fitzgerald (ambos obtuvieron un éxito prematuro en una década, los años veinte, y cayeron en desgracia en la siguiente, los años treinta), compartiendo incluso la misma marca de automóvil y recibiendo el mismo salario. No obstante, el autor resucita cuando abandona a su alter ego y Edmund Wilson publica aquellos bocetos autobiográficos que el editor de Fitzgerald, Max Perkins, había desechado porque, a su juicio, estos constituían “una invasión indecente de su propia vida privada”. Esta obscena incursión en la existencia del escritor tampoco parecía tener valor comercial para el editor de la revista Esquire, Arnold Gingrich, quien publicó, en febrero de 1936, algunos de los ensayos que se incorporaron a The Crack-Up sin realizar ningún tipo de campaña publicitaria (algo extraño en él, puesto que solía sacarle provecho a las historias escandalosas) porque pensaba que Scott Fitzgerald estaba –literariamente– muerto.

El teórico francés Philippe Lejeune, para resumir brevemente lo que él denominó “pacto autobiográfico”, escribió  que “una autobiografía no es cuando alguien dice la verdad de su vida, sino cuando dice que la dice”. Dicha advertencia, al parecer, llamó la atención de los lectores y los críticos especializados. Sin embargo, cando Fitzgerald se dispuso a hablar sobre su vida lo hizo para admitir su derrota. Su discurso, sustancialmente moral, iba destinado a un público, evidentemente, pero el verdadero objetivo de su mensaje era él mismo. El libro es una suerte de monólogo interior, y, en esa introspección improvisada, el escritor no sale muy bien parado. En él reconoce su incapacidad para digerir los triunfos que la vida le ha proporcionado. Afirma que no quiso (o no supo) anticipar la llegada de la tormenta. Mientras transcurrían los años dorados de su juventud “los grandes problemas de la vida parecían solucionarse por sí mismos”, confiesa, “pero diez años antes de los cuarenta y nueve, de repente me di cuenta de que me había desmoronado prematuramente”. En los textos se detecta una cierta autocomplacencia, pero el autor tampoco busca culpables externos; se sitúa en el centro de la diana y abre las puertas de su casa para que podamos contemplarlo solitario y deprimido (Esto sucede literalmente, ya que en uno de los ensayos, ‘Subasta: modelo 1934’, firmado conjuntamente con su esposa Zelda,  describe todos los objetos y recuerdos adquiridos a lo largo de su vida). Al comienzo de dos artículos abandona, por un momento, la primera persona del singular para hablar de un “hombre”, un otro, que experimenta el derrumbe:

“Encólese”

El autor de estas líneas narró el momento en que se dio cuenta de que lo que tenía delante de él no era el plato que había pedido para sus cuarenta años.

“Manéjese con cuidado”

He hablado en estas páginas de cómo un joven excepcionalmente optimista experimentó el derrumbamiento de todos los valores, una quiebra de la que apenas se enteró hasta mucho después de que se produjera.

En cierto sentido, más allá de los críticos y editores que lo ningunearon, fue el propio Francis Scott Fitzgerald quien se dio a sí mismo por muerto. En The Crack-Up no hay lugar para la esperanza; se revelan debilidades y se reconocen errores, pero no se menciona el futuro, sino el pasado. Y también se puede apreciar la nostalgia por momentos en los que el autor  asegura haber sido feliz. Nueva York es una ciudad donde “todo se ha perdido salvo el recuerdo”. Pero no propone ningún cambio; piensa que “el estado natural del adulto consciente es una infelicidad específica”, y espera a que llegue su hora sin moverse de un territorio que ya no existe más que en su memoria; interioriza el consejo que, al comienzo de El gran Gatsby, le dio el padre al narrador (“Cada vez que te sientas inclinado a criticar a alguien –me dijo– ten presente que no todo el mundo ha tenido tus ventajas”) y, en vez de atacar a compañeros y enemigos, se convierte en el primer crítico de su personalidad: en el asesino de sí mismo. En su crónica sobre los años de Fitzgerald en California, Domingos locos, Scott Fitzgerald en Hollywood, Aaron Latham relata la muerte del escritor de la siguiente manera:

El pensamiento de Fitzgerald estaba concentrado en el football cuando su corazón se detuvo. Dio un salto levantándose y luego cayó muerto. El cadáver fue llevado a una funeraria de Los Ángeles, donde se presentó Dorothy Parker, se colocó delante del ataúd y pronunció por Scott la misma elegía que Ojos de Búho había dicho por Gatsby: “Pobre hijo de perra”. Veintiocho años  –casi al día– después de haber empezado su drama The Captured Shadow, en un tren de la Newman School a St. Paul para las vacaciones, su cadáver fue cargado en un vagón de ferrocarril con destino a Baltimore. Una vez más Scott Fitzgerald volvía a casa por navidad.

Cinco años después, ya fallecido, el novelista reaparecía. No tuvo la oportunidad de verse convertido en un mito. Sin embargo, supo –probablemente– qué se siente al bailar foxtrot con una prostituta de dos mil dólares en un cabaret de París.

 

 

 Xabier Fole es periodista. Graduado en Historia por el City College de Nueva York, especializado en historia intelectual de los Estados Unidos, colabora como fact-checker para The New York Times en la sección Syndicate. En FronteraD ha publicado, entre otros artículos, Secretos, mentiras y autodestrucción. Las cintas de Richard NixonEscribir en América. El legado de Hunter S. Thompson La obsesión posmodernista y la fascinación por el absurdo: David Lynch, Foster Wallace y Thomas Pynchon. En Twitter: @XabierFole

tomado de: https://www.fronterad.com/