sábado, 22 de febrero de 2020

LAS AURAS FRÍAS (JOSÉ LUIS BREA): VEINTICINCO AÑOS DESPUÉS


Javier González Panizo



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Veinticinco años de Las auras frías. Y no, no sé si se trata de un libro capital, de una importancia que le haga merecedor de traerlo aquí a colación de semejante efeméride. Digo esto porque no quisiera incurrir en el recurrente hagiografismo que nos bombardea. Sin embargo, a veinticinco años vista…cuantas cosas han cambiado. Para bien. Subrayo: para bien. Y cuanto hizo ese ensayo por, si no abrir horizontes nuevos, sí al menos despejar algunos de la contaminación postmoderna que nos tenia presos de una serie de tics estéticos que, fácilmente, nos habría llevado hacia un recrudecimiento de las posiciones conservadoras y reaccionarias.
Porque quizá nuestra cobardía sea manifiesta, quizá nuestra impronta agorera y agonística –calificativos que el propio Brea utiliza para comenzar su reflexión– sea aún demasiado profunda como para dejarnos soñar con el ímpetu suficiente. En todo caso, somos –quizá no lo dejemos de ser nunca– los últimos hombres, supervivientes de una catástrofe mayúscula que ha dejado como ruina un solar desértico donde es imposible orientarse. Pero sin duda que un logro que se destila de las páginas de este ensayo es que mejor que simular una superación de nuestros síntomas es enfrentarnos cara a cara con nuestros fracasos: dejar que el arte habite en la frontera antinómica de su indecibilidad, que el arte surque y transite todas y cada una de las paradojas que cierto impulso postmoderno daba por superadas de manera torticera y fútil.
Y es que, hay que reconocer, la tesitura en la que estábamos encallados hace veinticinco años era digna de tenerse en cuenta. Por un lado la empresa de elevación de la transvanguardia, neoexpresionismo y nueva figuración a los primeros puestos de las estrategias artísticas de más altos rendimientos –traducido tanto en éxito comercial como de crítica. Por otro lado, lo panfletario de un cinismo epocal y de un pensamiento débil que veía en la pluralidad postmoderna la posibilidad última de un “todo-valismo” encaminado a erigirse como superación de las diferentes etapas del arte y, sobre todo, a limar la esfera de comunicación social hasta convertirla –de manos del reino de lo nuevo– en privilegiado ámbito de diálogo ideal, de validez universal e intemporal de la obra capaz de una recepción universalizada de la obra. El resultado, de seguir estas premisas, eran difíciles de desarbolar de un solo golpe: una democratización del arte en el sentido de continuar las “expectativas que definen en rigor el Proyecto moderno” y que “se han ido revelando irrealizables”.
Frente a esta situación, la labor de Brea consistió no ya en poner paños calientes sino en negar la mayor: de lo que se trata es de proponer para el arte “un destino más alto en su problematicidad”, un destino que, lejos de seguir anclado en un proyecto, el de la Modernidad, que ya ha dado demasiados signos de inviabilidad y de su naturaleza antitética, subraye el impulso paradójico que lo anima y poder así mantener “conjuntas aspiraciones difícilmente compatible, como la de asegurar la absoluta autonomía de la esfera sin renunciar a la vocación de compromiso con el proyecto civilizatorio de la organización social”. De seguir esta senda el arte remitiría a la certidumbre de que no hay otra opción que “habitar el delgado filo constituido por sus contradicciones programáticas. Y de que, en el curso del desarrollo progresivo del nuevo orden de su hiperinsitucionalización, éstas habrían de exacerbarse”
Para ello Brea expone que “el posmodernismo es un vanguardismo, que la conciencia posmoderna representa un refinamiento a la contradicción, el disenso, la diferencia, la fuga, la desviación, la violencia crítica”. Pero, ¿cómo puede ser esto si la empresa de limpieza y pulido del fracaso de la Modernidad nos ha dado a pensar la postmodernidad como la panacea del eclecticismo y de un cierto retorno al orden que, según los adalides de las neovanguardias, era lo que más convenía?
Para tal fin Brea rearticula la impronta vanguardista en las estrategias estéticas actuales y pone en limpio el diagnóstico Benjamin referente a la desauratización de la obra de arte: sólo con esos dos movimientos la concatenación de paradojas y antinomias que pueblan la supuesta autonomía estética da para bastante más que un simple desmontar todo el tinglado postmoderno en relación a los nuevos lenguajes figurativos y expresionistas, toda aquella maquinaria puesta en marcha por Achille Bonito OlivaRudi Fuchs y la Documenta 7, o Christos Joachimides y Norman Rosenthal con su Zeitgeist o New Spirit in Painting.

Schnable, adalid de la nueva figuración

En lo que refiere a las tesis de Benjamin referentes a la pérdida del aura, el pulsar generalizado en las prácticas artísticas es que lo importante, la novedad que traía la reproducción técnica, era, efectivamente, la pérdida del aura: un rasgo epocal a explotar y para el que una mala y simplona interpretación del gesto rupturista de Duchamp sirvió de detonante para entender que de lo que se trataba era de forzar la máquina para hacer del antagonismo copia/original germen de una supuesta crítica estética. Una vez perdida el aura, una vez perdida la función cultual de la obra de arte, el propio arte entraba en una nueva era donde la reproducción técnica hacía que los antaño valores de original y autoría quedasen totalmente eliminados. Esa senda fue sin duda transitada por aquellos que comprendieron que todo remitía a un problema de copias frente a originales, de desplazar unas fronteras, las del arte, que pese a todo era conveniente mantener como límite de un territorio al que poner por nombre “autonomía estética”.  
En este sentido, señalo –Brea no lo hace– la empanada mental y confusión de uno de los teóricos más importantes, Arthur Danto, que vio en la ineptitud de esta senda intransitable el rasgo que hacía de Warhol el filósofo contemporáneo más importante: cuando la institución-arte se desarrolla hasta el límite de hacer indiscernibles el ‘objeto de la vida’ con el ‘objeto del arte’ lo que se tiene no es una epifanía reveladora del momento del arte sino la cortedad de miras de una arte afanado en confundir un problema adyacente del arte –el de la copia y original, ya en danza desde el Clasicismo– con su núcleo antinómico fundamental .

Warhol, Danto y cierto confusionismo

Por el contrario, y como piedra angular desde la que elevar al arte a un destino más alto que aquel al que se le tenía enclaustrado, la tesis de Brea es que si bien hay que reconocer la capacidad analítica de Benjamin en descubrir el acontecimiento, el desplazamiento que supone la reproductibilidad mediática en el ámbito del arte, lo cierto es que no interpretó el sentido en toda su rotundidad. Es decir, su diagnóstico es claramente “impreciso, insuficiente”. Lo que ha sucedido no es una pérdida sino un enfriamiento del aura, una desintensificación que conlleva multitud de efectos encadenados en la esfera del arte.
No es que el aura sin más, y merced a esa eliminación de “una lejanía que se hace presente” que imprime la reproducción técnica, desaparezca: lo que sucede es que el aura se pliega al nuevo modo de distribución y exhibición de la obra de arte, se concita alrededor de la función secularizada que la técnica dota al objeto-arte en detrimento de su función cultual o religiosa. Es decir: si en el anterior régimen de producción artística teníamos un aura fuerte como receptáculo de una densa carga de memoria, con el régimen estético que inaugura la reproducción técnica el aura no se pierde sino que se enfría, pierde intensidad al quedar ahora referido no ya a la legitimidad ritual de la comunidad sino en el continuo desplazamiento desde el objeto hasta su representación en los media, en la absorción de su caudal estético por los canales de distribución y exhibición mediática, de manera que el objeto como tal, la obra de arte, viene a ser entonces el ostentador de todos los flujos transaccionales en los que su representación mediático forma parte. La consecuencia principal es que “el nuevo aura tiene su origen, precisamente, en el lugar en que Benjamin preveía la causa de su desaparición: la reproducción mecánica”.
A partir de aquí la red de puntos de fricción va creciendo sobre la base de dos pilares o polos que, operando dialécticamente, entablan el conjunto de paradojas desde donde el arte debe ser producido y pensado. Por una parte esta desintensificación conlleva, con la implementación del régimen mediático en régimen de reproducción de la realidad, una suerte de estetización difusa, una conquista de todos y cada uno de los ámbitos de los mundos de la vida por una industria cultural y mediática que, a años luz de la caracterizada por Adorno, no ya solo filtra o manipula la información que representa lo real, sino que lo real ha pasado a ser ahora enteramente producido y precedido por los mass-media. Por otra parte hay que señalar que esta estetización, comprendida sin duda como una colonización de la vida a manos del arte, es uno de los reclamos y puntos fuertes de la vanguardia –el “desbordamiento-rebasamiento del lugar del arte a favor de la inundación de los mundos de vida”– y que como tal debe ser mantenida por aquellas estrategias estéticas que quieran ser llamadas críticas. En este sentido, y en la seguridad de que “sin el trabajo de la vanguardia, el sistema del arte avanzaría calamitosamente hacia su muerte entrópica, hacia su enrarecimiento, hacia su muerte por tedio”, si hay algún impulso que las vanguardias hayan dejado en herencia a la práctica artística ese no es otro que la capacidad del arte para habitar en un terreno minado de antinomias y, con ello, “la lúcida asunción de la dificultad de resolverlas, de superarlas”.
Lo fundamental es que es solo recorriendo esta paradoja cómo el arte puede superar la afasia que supone su reconducción a la formalidad estilística del todo vale y a ese eclecticismo con el que equivocadamente se saludaba al postmodernismo. Si por una parte la legitimidad de la obra como arte no viene ya dada por su inserción cultual en el seno de la comunidad pero tampoco, dada la aceleración social y la vorágine de tensiones que el régimen mediático vehicula, es ya posible pensar un campo social consensuado de diálogo sin fin, un campo kantianamente formalizado donde el juicio del gusto se construya en confrontación directa con el objeto-arte, por otra parte –tal legitimidad del arte– queda a expensas de un régimen de reproducción mediática de la realidad que, al tiempo que pone la etiqueta de arte a algo, lo desontologiza, lo desmaterializa, lo colonializa para las tectónicas del capital administrado. 


Erigido sobre esta paradoja, alimentada por un lado por una desintensificación del aura y por otra por una expansión que toca tanto el núcleo central y deconstructor de las vanguardias –núcleo e impulso que hay que mantener ya que sin este cumplimiento del programa general de las vanguardias de borrado de una lógica de la representación mimética y de todo el entramado idealista de conceptos, “de ninguna manera tendríamos acceso a la experiencia de una relación no-aurática con la obra si no fuera por el legado irremisible de todo ese fiero trabajo de autonegación radial de la obra de arte”– como el proceso social de producción mediática de la realidad, de precesión simulada de la hiperrealidad (Baudrillard atraviesa de principio a fin este ensayo), concitando al arte a un proceso de progresiva desmaterialización –un devenir-in-material– de todos los intercambios y lazos de interacción que articulan su cohesión” y que, de hacer tabula rasa y eliminar todo impulso crítico, va de la mano con el diluido de realidad favorecido por el capital, el arte sufre una transformación radical hasta el punto “que tiene sentido hablar de una variación rotunda del modo de darse la experiencia artística contemporánea”.
Desde esta atalaya, no se trata de hacer de la muerte del arte idea regulativa epocal ni de tampoco dejarse llevar por los hervideros del ecleciticismo neovanguardista que ven la oportunidad para el surgimiento de un pluralismo donde, por fin, cabemos todos. De lo que se trata es de, insistimos pues este es el latir nuclear de la reflexión de Brea, asentarse en esta red de paradojas, empeñarse en problematizarlas, abogar por una “lúcida conciencia de las contradicciones que animan sus expectativas en tanto definidas bajo el signo de lo moderno, pero no necesariamente la decisión de renunciar a ellas sino el mantenerlas, en tanto expectativas, como reguladoras efectivas tanto más necesarias bajo el signo de la complejidad”.
Mucho más, sin duda, podría decirse. Pero basta para al menos ensayar una cartografía general. Y basta, sin duda también, para sabernos herederos directos de estas premisas. Porque, pensamos, es este ensayo incipiente de Brea –redactado en los años 89/90 y publicado en 1991– el que guarda, dentro de aquella su primera época dedicada en profundidad a la alegoría, más y mejores pistas para rastrear en el presente y el que toca puntos que atraviesan su reflexión y que vienen a desembocar, de manera todavía no asimilada del todo, en su obra cumbre, Las tres eras de la imagen.
            Entre ellas, como no, enumeramos:  
La elevación de la tarea y misión del arte por encima de la catástrofe que la asunción emancipatoria de la Modernidad pretendía hacer posible; fin del tiempo del cansino lamento por las exequias de un tiempo aparentemente mejor; inicio, algún día, de una senda abierta a la rotundidad de la diferencia. Si de hablar de arte toca, “nada de tolerar esa práctica inofensiva, sólo sostenida en la credulidad estadística que adormece al tejido social”. Y, como premisa única y fundacional, “o vanguardia, o liquidación fulminante de toda la mentira del arte”.
Fin también de toda secuenciación histórica y progresiva del arte, de toda operación de barrido y puesta en limpio de un escenario donde eclecticismo, todo-valismo y una pluralidad a-crítica operen con el descaro que han venido –y continúan– haciendo. Conciencia clara que el arte es un terreno minado de antinomias y que no se trata de superarlas sino de hacer noche en ellas. Y, ahí, esperar a la aurora.
Dar por cerrado el sueño de la autonomía: la transformación en el ámbito del arte provocada por el desplazamiento del aura a su efervescencia mediática genera una situación catastrófica para el propio arte: la “plena homologación del conocimiento estético al de cualquier otro orden del acontecimiento, en su administración mediática”, una homologación que, sin duda, da por cerrado cualquier intento del arte a aspirar a su plena autonomía.
Y, sobre todo, ser fiel a la profundidad del cambio epistémico que la reproducción mecánica y telemática han infringido a la (re)producción de la (hiper)realidad y a los desplazamientos que como tsunamis han asolado el terreno del arte mimético y representacional y que pueden ser validados en la premisa de que “el viejo aura cuyo desvanecimiento había augurado Walter Benjamin ya no preside, ciertamente, la experiencia estética”. Y eso porque la experiencia estética –y la legitimidad que de ella pudiera inferirse–, como comunicación que es, y al verificarse ésta a través de los mass media, no es una trasmisión de información de modo que su verificación pública pudiera estar simplemente afectada por los mass media; no es tampoco “una experiencia valorativa, la de la enunciación de un juicio de gusto” de modo que “la legitimidad de éste sólo podría asentarse en el encuentro directo, empírico, experiencial, con la fisicidad material del objeto, de la obra”. La experiencia estética –y esta es la fundamental tesis de este ensayo– se da en mediación con un aura que “va a ser ya sólo el sentido: un efecto de campo que se genera en la velocidad circulatoria, en la comunicación. A partir de ahora, sólo eso: y nunca más un efecto de creencia”; aura como “fría decisión seducida de participación ceremonial en el consenso mediático, eléctrico, que da nuevo signo a la experiencia estética”. En definitiva, es solo en la inmanencia mediática de una realidad desproduciéndose a velocidad infinita que la experiencia estética se da, desplazándose desde el objeto hasta su representación en los media de modo que el objeto como tal, la obra de arte, viene a ser entonces el ostentador de todos los flujos transaccionales en los que su representación mediática forma parte.
Pero, y esta podría decirse es la segunda tesis, esta legitimación secularizada de la obra de arte, referido ya solo a un juicio comunicable formulado en un régimen hipermediático en el que las cosas no son representadas sino que son montantes de información, bloques inmanentes de luz y energía, mero efecto itinerante de significancia y en el que el consenso es producido como efecto dromótico, debe crear ciertas disensiones en su seno, ciertas irrupciones de desplazamientos disruptivos; debe, de alguna manera, ser fiel a la herencia de las vanguardias pues, repetimos, “sin el trabajo de la vanguardia, el sistema del arte avanzaría calamitosamente hacia su muerte entrópica, hacia su enrarecimiento, hacia su muerte por tedio”.
Y estas consideraciones de hace veinticinco años, ¿a qué traerlas a la memoria? Nuestra época es ya otra pero sin duda que es común la formulación de estrategias artísticas que, desde la nueva sensibilidad que propone la generación cibernética de la realidad, vehiculan estrategias estipuladoras de consenso, formas “artísticas” que lo único que hacen es estetizar –y con ello depotenciar– toda carga de resistencia y crítica. Con la emergencia de las nuevas tecnologías, con el anudamiento de la red de paradojas que bombardean al arte y que se han exacerbado con la paulatino diluido de la realidad en efectos mediáticos de superficie, muchos hay que abogan –de nuevo y como a mediados de los años ochenta– por una pluralidad de estrategias ya que el potencial de significancia de la telerealidad “puede con todo”, por un barrido de toda toma de posición crítica y, sobre todo, por la vehiculazión de una nueva sensibilidad formateada y consensuada en el conjunto de displays que permite la tecnología. Como resultado, el arte pervive como forma privilegiada de formulación de consenso a escala global: la implementación mundial del régimen de producción y exhibición de –en la absoluta inmanencia de la visión– lo que es, de lo dado. Este es, sin duda, el punto nodal de la ideología estética: la limpieza que de formulaciones disruptivas lleva a cabo un entramado artístico que ya tiene muy poca fuerza tanto para sortear el reinado definitivo de su muerte como para aspirar a destinos más radicales, contentándose con servir como reclamo de al estetización difusa que el capital necesita para su hegemonía.  
Así las cosas, y trayendo al presente las reflexiones de Brea, basta ya de un arte melifluo, preocupado con chispeantes formulaciones telemáticas pero ahíto de capacidad verdaderamente crítica, basta ya de un arte paniaguado que toma la desmaterialización del objeto ya en su radical reconversión a dato informacional como oportunidad para jugar no ya a la indiscernibilidad de objetos sino a la cacatonia de una realidad absolutamente moldeable y reconstruible pero sin abogar por procurar disenso alguno, basta ya de un arte que se otorga para sí la capacidad excéntrica de quedar referido a algo más que a su pulsión mediática, basta ya de un arte que cree que la técnica está a su servicio cuando lo cierto es que es sólo su forma tecnificada la que puede ser insertada en la dinámica de flujos informacionales en que ha devenido el mundo, basta un arte aún con ínfulas de grandeza, un arte con la tarea de remontar escena alguna, de creer en proyecto alguno, de vislumbrar algún sendero utópico que recorrer. Basta ya de connivencia y complicidad.
Basta de creer en el arte. Basta de creer en la capacidad de superación de la técnica para este aparente momento epilogal el arte. Pero, claro está, dejar de hacerlo de esa forma en que lo hacemos –como apertura a una supuesta fase nueva que comprenda así –que continúe haciéndolo– el arte como progreso y continuidad; como contenedor con el que formatear formaciones discursivas enunciadas en la complejidad de la sociedad hipermedial– para atrevernos ya a ser nómadas en este desierto de lo real, para atrevernos a habitar en el cierre representacional, en la ubicuidad topológica, en la heterocronía temporal, para recrear políticamente la realidad a cada instante.


Tomado de:http://blogeartemadrid.blogspot.com/

100 AÑOS DESPUÉS, NECESITAMOS MÁS ESCUELAS BAUHAUS





100 AÑOS DESPUÉS, NECESITAMOS MÁS ESCUELAS BAUHAUS



Gustavo López Padilla
Histórica y objetivamente está comprobado que el nivel de educación de un país, influye de manera directa y determinante en el bienestar y calidad de vida de sus pobladores, existiendo además una relación clara entre la educación de los países y las condiciones de habitabilidad urbana y arquitectónica en sus ciudades. Alemania ha tenido claro lo anterior y es así que ha impulsado constantemente sus programas de educación, que tienen que ver con consideraciones de carácter filosófico, social, económico, político, científico y tecnológico.  Los teutones  tuvieron presente desde mediados del siglo XIX, que para competir y formar parte de los países modernos industriales, necesitaban como decisión de estado, impulsar y crear escuelas técnico artesanales, preparando a sus jóvenes para la competencia comercial. Así las cosas años mas tarde, como parte de aquél espíritu educativo tecnológico, entre las escuelas creadas de esta naturaleza, en el año 1902, Henry Van de Velde (Amberes, Bélgica 1863–Zurich, Suiza 1957) dirigió el Weimar Kunstergewerblicher Institute, que mas adelante en el año de 1919, el 1 de abril, se convertiría en la Escuela de la Bauhaus, organizada y dirigida en su primer período (1919-1928) por el arquitecto Walter Gropius (Berlín, Alemania  1883 – Boston E.U. 1969). En periodos subsecuentes Hannes Meyer (1889 Basilea, Suiza- Crossifisso, Lugano 1954) la dirigió entre 1928 y 1930, para finalmente entre 1930 y 1933, la dirigiera Mies Van Der Rohe ((1886 Aquisgran, Alemania-1969 Chicago, E.U.
Con una visión inteligente, incluyente y diversa, Walter Gropius planteó un programa educativo que tomó en cuenta aprendizajes artesanales, de diseño industrial, arquitectónico, urbano e  incluyendo además diseño gráfico, pintura, escultura y hasta artes escenográficas, entendiendo la vida como una expresión humana integral, en la cual todas las disciplinas enumeradas anteriormente tenían cabida, se mezclaban y retroalimentaban para resolver necesidades sociales. Gropius tuvo además una notable capacidad de convocatoria, que se tradujo en una planta de profesores de primerísimo nivel, en las diferentes disciplinas del conocimiento que se impartían en la Bauhaus. El planteamiento educativo implicaba aprender haciendo, relacionando directamente lo anterior con las realidades y necesidades de la sociedad, produciendo proyectos y objetos diversos que podían ser vendidos, ayudando con ello al mantenimiento e independencia de la escuela. La Bauhaus representó en el año de 1919 la consolidación del movimiento moderno racionalista, que resultaba de un largo proceso evolutivo, remitido hasta la Revolución Industrial de mediados del siglo XVIII, pasando por la Arquitectura de la Ingeniería, el movimiento Arts and Crafts, el Art Nouveau, la Escuela de Chicago, las Vanguardias Figurativas y el Protoracionalismo, culminando con el propio Movimiento Racionalista o Funcionalista, justamente en los años veinte del pasado siglo XX. Formó parte sustancial de lo anterior el importante desarrollo de la ciencia y sus aplicaciones tecnológicas, la Filosofía Racionalista y los movimientos sociales relacionados con el pensamiento de Karl Marx (1818 Tréveris, Alemania – 1883 Londres, Reino Unido) y Federico  Engels (1820 Barmen, Alemania – 1895 Losndres, Reino Unido)
Estudio Urbano de Ludwig Hilberseimer
El modelo educativo de la Bauhaus implicaba la promoción del trabajo en equipo, entendido con un carácter multidisciplinario, con base en talleres en los que se mezclaban la artesanía y la técnica, además de una nueva estética que resultaba de entender y aplicar los criterios de lo útil, lo funcional, lo económico, eliminando las referencias formales a todo aquello que significara una visión académica con referencias al pasado.  Lo anterior respondía con naturalidad y eficiencia a las nuevas circunstancias históricas, que resultaban de las urgentes y crecientes demandas sociales, posteriores a la terminación de la primera Guerra Mundial (1914-1919) que había provocado rezagos y destrucción, al mismo tiempo que la población se incrementaba sobretodo en las ciudades. El exitoso modelo educativo se convirtió rápidamente en una referencia trascendente, que se replicó en diferentes partes del mundo, incluyendo a nuestro país, en los programas de la entonces Escuela de Arquitectura de la UNAM, en la que de manera integral se enseñaban arquitectura, urbanismo, diseño industrial y artes aplicadas en general. Los proyectos arquitectónicos, de diseño industrial, artesanal, gráfico y los acercamientos de algunos profesores de la Bauhaus en relación a propuestas urbanas, se convirtieron en referencias, manifiestos construidos, identificados con el movimiento moderno racionalista. Fue particularmente reconocido en el programa docente de la escuela, el curso de iniciación que impartía Johannes Itten, en el cual se acercaba a los alumnos mediante trabajos experimentales lúdicos, al manejo y conocimiento de las formas, sus posibilidades expresivas, compositivas, cualidades y repertorios estéticos, haciendo énfasis en el manejo del color, las texturas y los distintos materiales, teniendo un papel preponderante en esto último el manejo de los materiales metálicos, que fueron aplicados, entre otras cosas, al diseño de muebles que se volvieron emblemáticos. Ya en el año de 1968 recuerdo con agrado y entusiasmo, mi curso de iniciación en la ya Facultad de Arquitectura de la UNAM, en donde replicamos el curso bauhasiano.







Desde luego entre los proyectos realizados dentro de la Bauhaus, destaca el  diseño de la escuela (1925-1926), cuando esta se traslada de Weimar a Dessau, cuyo autor es el propio Walter Gropius, quien había ejecutado previamente los proyectos de dos fábricas, que están conceptual y compositivamente relacionados con el diseño de la Bauhaus; se trata de la fábrica Fagus del año 1913 y la fábrica de Colonia, diseñada esta última, haciendo equipo entre Walter Gropius y Adolf Meyer (1881 Mechernich, Alemania – 1929 Isla de Baltrum). Entre los principales profesores que impartieron clase en la escuela destacan: Wassily Kandisnsky (1866-1944) pintor, Lyonel Feininger (1871-1956) pintor y fotógrafo, Paul Klee (1879-1940) pintor, Ludwig Hilberseimer (1885-1967) arquitecto y urbanista, Johannes Itten (1888-1967) pintor y profesor de arte, Lazlo Moholy Nagy (1895-1946) diseñador visual, Marcel Breuer (1902-1981) arquitecto, Lotte Beese (1903-1988) arquitecto y urbanista, Josef Albers (1888-1976) pintor y docente de arte y Gunta Stolzi (1897-1983) tejedora. Una buena cantidad de estos profesores, estuvieron relacionados con la actividad y desarrollo de las Vanguardias Figurativas, movimiento cultural y artístico de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, que transformaron radicalmente la cultura, dejando atrás las referencias al pasado y experimentando con formas nuevas, que representaban su tiempo y el futuro. Vanguardias como el expresionismo, el constructivismo ruso, el suprematismo, el futurismo, el cubismo, el neoplasticismo y el dadaísmo. De los trabajos realizados dentro de la escuela se llegó a consolidar un conjunto de diseños que fueron identificados como Diseños Bauhaus, que dada su calidad, lograron un gran impacto y aceptación en su momento, pero que han logrado escapar al tiempo. Si apreciamos sus diseños de arquitectura, de muebles, objetos y gráficos, bien podríamos  considerarlos absolutamente actuales, como si pertenecieran a los días recientes.









Han pasado cien años de aquella extraordinaria experiencia y sus propuestas conceptuales, docentes y educativas siguen siendo vigentes y dignas de tenerse en cuenta para lo que sucede en nuestras universidades y en nuestros actuales talleres de proyectos. Creo que hay que volver a pensar en la escala de nuestros centros de enseñanza, talleres de aprendizaje y prácticas profesionales. En la Bauhaus su escala era amable y manejable, permitiendo un conocimiento e interacción entre todos sus componentes. Es importante considerar nuevamente el compromiso social de la enseñanza, vinculada con la realidad de las ciudades y sus sociedades, tomar en cuenta la necesidad de la interdisciplinariedad de los equipos de trabajo. Desafortunadamente en la realidad de hoy en día, los equipos profesionales y docentes trabajan por separado y de manera fracturada. Sobre todo en las escuelas de diseño, los arquitectos recorren su propio camino, los urbanistas por el suyo, los paisajistas por senderos pàralelos, los diseñadores industriales y gráficos trabajan por separado y ni que decir de la labor de pintores y escultores. Pero al final de cuentas la vida sigue siendo unitaria con múltiples expresiones. Vivimos en ciudades en donde los espacios urbanos están definidos por la arquitectura y dentro de esta última conviven integralmente y utilizamos de manera muy relacionada muebles, objetos y  distintas manifestaciones del arte, llámense pinturas, esculturas y diseños gráficos. Debemos pensar además en el compromiso que tenemos con nuestro propio tiempo y asumirlo. Hoy en día, pasados cien años,  necesitamos mas escuelas como la Bauhaus, mas personajes con la visión, generosidad,  sensibilidad, talento, capacidad de convocatoria y profesional, como nos enseñó Walter Gropius, pensando en impulsar una educación integral, comprometida con las necesidades de la sociedad, practicar una educación que contemple la inclusión de la cultura en lo general, la experimentación en materia de arte, el impulso a la ciencia y a la técnica aplicadas a la vida cotidiana en las ciudades, sus arquitecturas y todo aquello que consideremos verdaderamente indispensable, para vivir de manera confortable la vida moderna, eliminando lo superfluo, pensando en lo útil, funcional y económico, como lo planteaban los principios educativos de la Bauhaus, representando lo mejor del movimiento racionalista.

INTERNET Y EDUCACION

INTERNET Y EDUCACIÓN

INTRODUCCIÓN

En muchos sentidos, resulta difícil abordar cualquier aspecto de la sociedad contemporánea sin tomar en consideración internet. Las vidas de muchas personas están tan completamente saturadas de tecnología digital que la distinción, en su día evidente, entre online y offline ya no hace justicia a una situación en la que internet está por definición siempre on. De hecho, a menudo observamos que las jóvenes generaciones son incapaces de hablar de internet como una entidad diferenciada. La actividad online forma parte de sus vidas desde que nacen y por eso la consideran un requisito básico de la vida moderna, casi tanto como el oxígeno, el agua o la electricidad. Tal y como lo expresó Donald Tapscott (2009: 20), «para ellos, la tecnología es como el aire». Así pues, hablar de internet y educación en estos días casi siempre significa sencillamente hablar de educación contemporánea. Internet ya es un elemento integral de la educación en las naciones (super)desarrolladas y podemos asegurar con toda certeza que su importancia en dicho ámbito seguirá creciendo en todo el mundo a lo largo de esta década.
Dicho esto, el impacto de internet sobre la educación no es directo. Para empezar es importante recordar que más de la mitad de la población mundial no tiene ninguna clase de experiencia directa en el uso de internet. Y, aunque es posible que esto cambie con la expansión global de la telefonía móvil, el problema de la desigualdad de acceso a las formas más potentes y versátiles de usar internet sigue siendo motivo de preocupación. Además, como sugiere el hecho de que sigan prevaleciendo los modelos formativos tradicionales basados en la instrucción en el aula y los exámenes con lápiz y papel, los cambios educativos experimentados en la era de internet son complejos y a menudo están poco afianzados. Al abordar el tema de internet y educación hemos de proceder con cautela. Por tanto este artículo analizará las siguientes cuestiones:
  • ¿Qué implicaciones puede tener internet de cara a la educación y el aprendizaje?
  • ¿Cuáles son las principales modalidades de educación por internet surgidas en los últimos 20 años?
  •  ¿Qué relación se observa entre el potencial educativo de internet y su uso real?
  • Y lo más importante: ¿cómo debemos interpretar las posibles ventajas y desventajas de lo que se anuncia?

INTERNET COMO HERRAMIENTA EDUCATIVA

Para muchos analistas, internet siempre ha sido una herramienta intrínsecamente educativa. De hecho, muchos afirmarían que las características principales de internet coinciden en gran medida con los intereses centrales de la educación. Por ejemplo, tanto internet como la educación tienen por objeto el intercambio de información, la comunicación y la creación de conocimiento.La naturaleza participativa y comunitaria de muchas de las aplicaciones y actividades sociales de internet está en consonancia con las características fundamentales del aprendizaje humano, en concreto, crear, compartir, colaborar y analizar.
Así pues, vista la capacidad de internet para hacer posible que estas actividades se lleven a cabo a una escala enorme y de modo casi instantáneo, a menudo —y esto es comprensible—, las repercusiones educativas de internet suelen describirse con grandilocuencia. Veamos, por ejemplo, la reciente afirmación de Jeb Bush:
Internet no es solo una poderosa herramienta para la comunicación. Podría decirse que es la fuerza de aprendizaje e innovación más potente desde la invención de la imprenta. Y el elemento central de lo que probablemente represente la lucha más encarnizada y a la vez la mayor oportunidad para Estados Unidos, que es definir la educación para una era de transformación.
(Bush y Dawson, 2013)
Exageraciones aparte, las repercusiones de internet en la educación y el aprendizaje pueden considerarse al menos desde cuatro ángulos diferentes. Primero tenemos el potencial que brinda a los individuos para aprender con más libertad, sin las ataduras y restricciones del mundo real. Lo que se quiere decir con ello generalmente es que internet reduce las limitaciones locales, espaciales, temporales y geográficas para que los individuos puedan tener acceso a oportunidades de aprendizaje y a medios educativos de alta calidad, con independencia de sus circunstancias particulares. Así pues, internet sería ese medio que permite proporcionar educación en «cualquier momento, en cualquier lugar y a cualquier ritmo». Hay analistas que han ampliado estas libertades para incluir la superación de impedimentos sociales y materiales, concibiendo así internet como un medio esencialmente democrático. La capacidad de dar soporte a interacciones y experiencias educativas «más libres» y «más justas» se considera un reflejo de las cualidades inherentes de internet en tanto «zona radicalmente democrática de conectividad infinita» (Murphy 2012: 122).
Segundo, internet es visto como el soporte de una «nueva cultura del aprendizaje» que se basará en los principios «ascendentes» de exploración colectiva, juego e innovación, y no en la instrucción individualizada «descendente». (Thomas y Seely-Brown, 2011). Internet hace posible un aprendizaje de muchos a muchos, en lugar de uno a muchos, lo que fomentaría modalidades de aprendizaje y desarrollo cognitivo socioconstructivistas de naturaleza profundamente social y cultural. Algunos pedagogos opinan que el estudiante se beneficia de los entornos socialmente ricos que hace posible internet (Luckin, 2010). Por ejemplo, se suele afirmar que internet ofrece a los individuos fácil acceso a fuentes de conocimiento teórico y práctico fuera de su entorno inmediato. En este sentido, existe en la actualidad un interés considerable por la capacidad de internet para dar soporte a potentes formas de aprendizaje situado y comunidades de práctica digitalmente dispersas. Así, internet se considera una poderosa herramienta que permite el aprendizaje a través de actividades auténticas y de la interacción entre personas y entornos sociales más amplios.
Tercero, existe la sensación de que la capacidad de internet para fomentar una conectividad a gran escala entre personas e información ha alterado radicalmente la relación de los individuos con el conocimiento. En ocasiones se argumenta que internet favorece formas de creación y consumo de conocimientos que se alejan mucho de las premisas epistemológicas de la enseñanza formal y la instrucción de masas. Las relaciones en red que mantienen los usuarios de internet con la información online han provocado una reevaluación de la naturaleza del proceso de aprendizaje en su conjunto. Ya hay especialistas que empiezan a difundir conceptos como «inteligencia fluida» y «conectivismo», en la convicción de que el aprendizaje por internet está supeditado a la capacidad de acceder y utilizar información distribuida a medida que se necesita. Desde esta perspectiva, el aprendizaje se entiende como la capacidad de conectarse a nodos y fuentes de información especializada cuando y como se necesite. Por tanto, se poseen conocimientos o no en virtud de la capacidad de alimentar y mantener estas conexiones (Chatti y Quix, 2010). Como dice George Siemens (2004), el aprendizaje, por tanto, se puede interpretar como la «capacidad de saber más» a través de internet y no como la previa acumulación de conocimiento del individuo en relación con «lo que se sabe en la actualidad».
Cuarto, se considera que internet ha personalizado de forma radical el modo en que la gente aprende, de ahí que la educación se convierta en un proceso bastante más individualizado que antes. Internet se asocia con una autonomía y un control social mayores al ofrecer a los individuos más posibilidades de elección en cuanto a la forma y la naturaleza de lo que aprenden, además de dónde, cuándo y cómo lo hacen. Así, la educación se convierte en un aspecto de la vida que el individuo puede controlar por completo, ya que internet facilita un «intercambio digital» que permite simultanear la actividad educativa con otras ocupaciones y deberes cotidianos (Subrahmanyam y Šmahel, 2011). De hecho, a los usuarios de internet suele atribuírseles una gran capacidad para organizarse y ocuparse personalmente de su propia formación sin necesidad de amoldarse a las normas y expectativas de un sistema educativo.
LAS REPERCUSIONES DE INTERNET EN LA EDUCACIÓN
Todos estos cambios de rumbo y reordenaciones sin duda ponen en cuestión las formas de educación tradicionales, que se fueron imponiendo a lo largo de los siglos XIX y XX, en concreto los modelos institucionalizados y formales de escolarización y universidad. Para muchos expertos, por tanto, internet desafía el monopolio de los sistemas de educación públicos y el entramado de intereses de los profesionales que trabajan en él. Así, tal y como hemos visto ya, parecería que internet desafía las fronteras que establece la educación oficial entre expertos y neófitos, los procesos de producción y consumo de conocimiento, y también las convenciones temporales y espaciales para el aprendizaje. En cuanto al ejercicio de la enseñanza en sí, en internet va asociado a una serie de prácticas de aprendizaje radicalmente diferentes y de relaciones sociales distintas.
En efecto, internet ha suscitado un debate y una preocupación continuados en el seno de la comunidad educativa. Por un lado, un conjunto de pedagogos se ha impuesto a la tarea de repensar y reconfigurar las nociones de escuela y universidad de manera que den respuesta a las exigencias la era de internet. Durante la década pasada se han formulado varias propuestas de desarrollo de instituciones educativas que estén en mayor sintonía con las características que definen a unos alumnos internautas y un aprendizaje online. Como afirman Collins y Halverson (2009: 129), la tarea de reinventar escuelas y universidades para la era de internet no solo exige «reconsiderar lo que es importante aprender», sino también «repensar el aprendizaje mismo». Así, hemos presenciado el desarrollo de modalidades de enseñanza construidas en torno a la creación colectiva (en lugar del consumo individual) de conocimientos con el objeto de dotar al aprendizaje de sentido lúdico, expresión, reflexión y afán explorador. En los últimos 10 años se ha producido una eclosión de ideas de educadores entusiastas que proponen desarrollar nuevos enfoques pedagógicos y currículos basados en la interacción social, la exploración, los juegos y la creatividad/práctica. Todas estas propuestas de escuela 2.0reflejan lo que Whitby (2013: 9-11) describe como «nuevos modelos» de enseñanza «abiertos al aprendizaje y al dominio de las tecnologías».
Sin embargo, frente a estas propuestas de reforma escolar ha surgido un movimiento que vincula internet con formas más radicales de desinstitucionalización de la enseñanza. Estos argumentos desescolarizadores han alcanzado popularidad entre grupos ajenos a la enseñanza oficial tradicional y consideran que internet acabará haciendo redundantes las propias instituciones educativas. Algunos de sus conceptos clave son «autodeterminación», «autoorganización», «autorregulación» y (en una vuelta de tuerca del «hazlo tú mismo») la idea de «hagámoslo nosotros mismos». Todas estas ideas vinculan internet con un rechazo general a la educación institucionalizada, sobre todo a lo que desde hace tiempo se describe como obsoleto modelo bancario de acumulación de contenidos de conocimiento. En su lugar, la educación basada en internet se concibe en el marco de la discusión libre, el debate abierto, el cuestionamiento radical, la experimentación continua y el saber compartido.
Como en otros aspectos de la actividad digital, la educación ahora se plantea como algo susceptible de ser reprogramado, modificado y hackeado para satisfacer mejor las necesidades de cada individuo.
Así lo razona Dale Stephens (2013: 9):
Los sistemas y las instituciones que vemos a nuestro alrededor, en las escuelas, las universidades y el trabajo, están siendo sistemáticamente desmantelados. Si alguien desea aprender las habilidades necesarias para navegar por el mundo, con todo su ajetreo, su conectividad y su creatividad, tendrá que hackearse su propia educación.



Son todas ellas propuestas muy discutibles, aunque también muy tentadoras. Se trata de argumentos que, estemos o no de acuerdo con ellos, recalcan el reto fundamental que supone internet para el que, durante los últimos 100 años aproximadamente, ha sido el modelo educativo dominante. Por tanto, es comprensible que se hable de internet en términos de la inevitabilidad del cambio educativo, su transformación y la «disrupción» generalizada de los modelos de enseñanza del siglo XX. Tal y como escribió Jeff Jarvis (2009: 210), conocido experto en tecnologías, en un elogiado trabajo sobre la importancia de internet en la sociedad: «La educación es una de las instituciones que más necesita una disrupción, algo que traerá consigo excelentes oportunidades». Atrevidas declaraciones como esta se escuchan actualmente con una frecuencia y convicción tales que ya casi nadie duda de que la disrupción digital de la educación está próxima. Por eso muchas personas ya no se preguntan si internet va a reinventar la educación por completo, sino cuándo lo hará.




PRINCIPALES MODALIDADES EDUCATIVAS BASADAS EN EL USO DE INTERNET

Dado lo insistente de estas predicciones acerca de lo que va a suceder, tal vez sea buena idea mirar atrás y hacer un repaso de lo que ya ha sucedido en realidad con internet y la educación. Como se indicaba al principio de este artículo, a la vista de estas ambiciosas reivindicaciones de transformación y disrupción, es importante preguntarse cómo se está sacando provecho real del potencial educativo de internet. En este sentido hay que reconocer que internet se lleva usando hace tiempo para fines educativos, y que durante los últimos 20 años han surgido una serie de modelos destacados de educación basada en internet. Quizás el más difundido esté constituido por las diversas formas de lo que se ha dado en llamar e-learning, y que abarca desde cursos online hasta aulas e incluso escuelas virtuales. Muchos de los primeros ejemplos de e-learning consistían básicamente en suministrar contenidos de manera unidireccional y, por lo tanto, eran una réplica de las formas epistolares tradicionales de la educación a distancia. Estos programas (que aún existen) suelen depender de sistemas de gestión de contenidos online, aunque con el apoyo de algún tipo de interacción en forma de correos electrónicos, tablones de anuncios virtuales y otros sistemas de comunicaciones. Junto a estas formas de transmisión de contenidos se da un desarrollo constante de las llamadas «aulas virtuales», por lo común representaciones espaciales de aulas o salas de conferencias que pueden ser habitadas por alumnos y profesores. A menudo estos espacios virtuales han sido diseñados para alojar formas sincrónicas de instrucción y respuesta en vivo, en las que el estudiante puede escuchar clases, ver vídeos y presentaciones visuales y también interactuar con otros alumnos mediante texto y voz. Existen otras modalidades asincrónicas de aula virtual en forma de espacios digitales que permiten acceder a recursos tales como grabaciones de audio y transcripciones de textos de clases, lecturas complementarias y foros de discusión. Estas formas de e-learning se vienen desarrollando desde la década de 1990 y actualmente ya hay ciberescuelas y universidades online que constituyen elementos consolidados dentro de los sistemas educativos en todo el mundo.
Mientras que estos modelos de e-learning suelen reproducir la estructura y los procedimientos básicos de las escuelas y universidades físicas, en los últimos 20 años ha surgido toda una variedad de otros modelos de educación por internet. Una de las formas más conocidas de educación online es la creación abierta y colectiva de información y conocimientos. El mejor ejemplo de esto es la enciclopedia online Wikipedia. A pesar del continuo debate sobre su fiabilidad y alcance, Wikipedia tiene una importancia considerable en la educación. Aparte de dar acceso a una enorme cantidad de información, la posibilidad de que el usuario aporte contenidos y perfeccione los existentes convierte las herramientas Wiki, como Wikipedia, en importantes recursos educativos. Actualmente se está imponiendo entre muchos educadores la idea de que aplicaciones populares controladas por el usuario, como Wikipedia, permiten a los individuos participar en actividades de aprendizaje sin precedentes que son constructivas personalmente y significativas desde el punto de vista público. Como explica John Willinsky (2009: xiii):



Hoy en día un estudiante que hace una mínima corrección a un capítulo de Wikipedia está contribuyendo más y en cuestión de minutos al avance del conocimiento público de lo que yo hubiera podido hacerlo en el curso de toda mi carrera universitaria.




Estas características de las herramientas Wiki se corresponden con el movimiento más amplio de recursos educativos abiertos, que busca hacer accesibles online y de manera gratuita materiales educativos desarrollados por profesionales. Así, por ejemplo, se estima que casi el 80% de los cursos que se imparten en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) están disponibles en este soporte gratuito. Iniciativas similares se pueden encontrar en instituciones que van desde universidades de prestigio internacional, como Yale y Oxford, hasta centros de enseñanza superior locales. En todos estos casos, el material didáctico, como notas de seminarios, podcasts y vídeos de las clases se comparte online con estudiantes de todo el mundo, la mayoría de los cuales no podría asistir a clases presenciales. En esencia (como con la Wikipedia), en los recursos educativos abiertos el énfasis no se pone solo en el acceso a los materiales, sino en animar a los usuarios a que alteren y modifiquen dichos recursos cuando lo consideren necesario. Por ejemplo, el ambicioso proyecto OpenLearn de la Open University del Reino Unido proporciona acceso gratuito online a la totalidad del material didáctico de la institución e invita a los usuarios particulares a adaptarlo si así lo desean.

La libre difusión de contenidos educativos creados por individuos y también por instituciones es otra manera de compartir conocimientos online. Así, por ejemplo, el servicio YouTube.Edu ofrece acceso a millones de vídeos educativos producidos por educadores y estudiantes particulares. De modo similar, la colección de medios educativos de Apple Computers, la llamada iTunes-U, está diseñada para que los estudiantes no necesiten asistir a clases como en la educación tradicional y, en cambio, accedan a un aprendizaje móvil, libre y bajo demanda (ver Çelik et al., 2012). iTunes-U, que se describe a sí misma como «posiblemente la mayor colección mundial de medios educativos libres disponible para estudiantes, profesores y alumnos de formación continua», ofrece libre acceso a cientos de miles depodcasts con contenidos educativos en soporte audio y vídeo. Más recientemente, ha sido muy elogiado el acceso online de la Khan Academy a miles de vídeos educativos a medida, test y evaluaciones interactivas que abarcan una gran variedad de temas y áreas de conocimiento. El objetivo de la Khan Academy es proporcionar las herramientas a individuos para que aprendan a su propio ritmo y para que puedan repasar los contenidos cuantas veces quieran. Este modelo, denominado «aula invertida», está pensado para que los individuos puedan familiarizarse con los elementos de la instrucción antes de asistir a una clase formal. De este modo, las clases presenciales se podrán dedicar a la aplicación práctica de los conocimientos mediante resolución de problemas, trabajos de investigación y aprendizaje basado en proyectos y experimentación (ver Khan, 2012).



Otro ejemplo notable de educación abierta basada en internet ha sido el desarrollo, durante los últimos cinco años más o menos, de los Mooc (Massive open online course, esto es, cursos masivos online abiertos). Ahora mismo, especialmente gracias al éxito de iniciativas a gran escala como Coursera y Ed-X, los MOOC consisten en impartir cursos online gratuitos y con contacto directo a un gran público. La idea central del modelo MOOC es estimular a los individuos a que aprendan usando herramientas online de su propia elección, un sistema que se ha denominado «redes de aprendizaje personal». Los resultados colectivos de dicha elección pueden ser luego recopilados por los coordinadores de los cursos y compartidos con otros estudiantes. Este énfasis en el aprendizaje mediante el descubrimiento por iniciativa propia se ha revelado especialmente apropiado para la enseñanza universitaria. En la actualidad, individuos de todas las edades pueden participar en cursos masivos online dirigidos por profesores de centros universitarios tan prestigiosos como Stanford, MIT y Harvard. Los ejemplos son variados y van desde la asignatura optativa de Yale, Arquitectura Romana hasta el curso oficial de Harvard de Fundamentos de Neurociencia.




Iniciativas como Hole-in-the-Wall (Agujero en la Pared) y School in the Cloud (Escuela en la Nube) constituyen otra aplicación radical de internet como soporte de un aprendizaje autodirigido y no institucional. Estos programas giran en torno al concepto de «educación mínimamente invasiva», en la que niños y jóvenes puedan acceder en cualquier momento a la tecnología digital y aprender a usar el ordenador e internet a su propio ritmo. La filosofía original que inspiró el programa Hole-in-the-Wall era llevar internet a puntos que Arora (2010: 691) denomina «lugares apartados y olvidados», en vez de a escenarios más formales, como escuelas o universidades. De hecho, la concepción ética de una educación mínimamente invasiva es declaradamente no institucional y prevé que los niños participen usando internet como herramienta educativa «gratuita y sin supervisión» (Mitra, 2010). Esta concepción se considera idónea para destinatarios como las comunidades más pobres de India y Camboya que, de otro modo, no tendrían acceso a internet. Por su parte, la reciente iniciativa de School in the Cloud supone un intento de utilizar las herramientas de comunicación online de manera que individuos de países de renta elevada actúen de mentores y mediadores «eruditos pero cercanos» de jóvenes estudiantes de países de nivel de renta menor. El hecho de brindar este acceso y apoyo se considera el eje central de lo que el equipo del proyecto denomina «entornos de aprendizaje autoorganizado» y «aprendizaje autoactivado». Se trata de ofrecer una alternativa a «quienes no pueden acceder a la escolarización formal» en países pobres (Arora, 2010: 700).

Estos programas, proyectos e iniciativas dan idea de la diversidad de vías por las que educación e internet se han ido fusionando a lo largo de los últimos 20 años. Aunque tal vez las formas más habituales de educación por internet son las del aprendizaje totalmente informal que trae consigo su uso diario. En este sentido, se podría considerar que el mayor impacto de internet en la educación se produce a través de su apoyo implícito a las diversas formas de «aprendizaje informal» (Ünlüsoy et al.: en prensa). Como ha descrito la antropóloga cultural Mimi Ito, existen varias modalidades de uso diario de internet de las que podría decirse que comportan elementos de aprendizaje (Ito et al., 2009). A un nivel básico, está la costumbre popular de usar internet solo para pasar el rato con otras personas. A menudo estas formas de pasar el rato pueden derivar hacia situaciones más intencionadas, que Ito denomina «entretenerse con algo», es decir, actividades motivadas por un interés y más centradas en socializar con personas afines, lo que frecuentemente implica búsquedas fortuitas, experimentación y jugar con recursos. Esta forma de entretenerse con algo puede conducir a un compromiso más intenso, que Ito llama «compartir el entusiasmo por alguna cosa». Se trata de sesiones con participación concentrada e intensiva dentro de comunidades concretas de individuos de gustos, ideas e intereses similares movidos por una afición común y a menudo muy especializada. Dado que facilita todas estas formas de aprendizaje, este uso diario de internet puede considerarse una actividad intrínsecamente educativa.



LA REALIDAD DE INTERNET Y LA EDUCACIÓN




Estos ejemplos y muchos otros similares se ven hoy como una prueba de la creciente aportación de internet a lo que significa aprender y recibir educación en el siglo XXI. Evidentemente, iniciativas como los MOOC, las aulas invertidas y el aprendizaje autoorganizado bien podrían resultar ser los desencadenantes del «cambio del estado de la educación» (Oblinger, 2012). No obstante, la historia de la tecnología educativa de los últimos 100 años nos enseña que un cambio rara vez es tan instantáneo o tan extensivo como a muchas personas les gustaría creer. De hecho, la historia de las tecnologías educativas modernas (empezando por el decidido apoyo de Thomas Edison a las películas educativas en la década de 1910) se ha caracterizado en líneas generales por una serie de complejas relaciones entre educación y tecnología en las que ambas se condicionan mutuamente (Cuban, 1986). En otras palabras, las nuevas tecnologías rara vez tienen un impacto directo y unívoco o un efecto predecible sobre la educación. Si bien, las culturas y tradiciones educativas establecidas tienen una profunda influencia en las tecnologías. Como ya apuntara el historiador Larry Cuban (1993: 185) acerca de la notable adaptación de las escuelas a las sucesivas oleadas de avances tecnológicos de las décadas de 1980 y 1990, en el encuentro entre «el ordenador y el aula, el aula gana». Al preguntarnos cómo está influyendo internet en los modelos de educación en la década de 2010, también tenemos que hacernos la pregunta inversa, a saber: cómo está influyendo la educación en internet.




Desde esta perspectiva no sorprende observar que las modalidades más exitosas de educación por internet y de e-learning son las que reflejan o incluso replican los sistemas preinternet: aulas, clases libros, etcétera. Tampoco sorprende que la muy arraigada gramática de la educación formal y sus instituciones tenga una gran presencia en las formas emergentes de educación por internet (Tyack y Cuban, 1995). Tomemos como ejemplo la persistencia de métodos bien conocidos, como la división de los conocimientos en áreas temáticas, la evaluación individual o las consultas a profesores expertos. Aunque esta continuidad sea comprensible, contradice claramente a quienes reivindican la transformación radical y la disrupción del statu quo educativo. Así pues, en contraste con el celo revolucionario de algunos analistas, podría señalarse que internet tiene mayor impacto en la educación cuando no genera patrones de participación o practica unos radicalmente nuevos. Por ejemplo, el reciente auge de los MOOC en países como Estados Unidos y Reino Unido, en lugar de hacer llegar oportunidades de educación a aquellos que no las tienen, parece en cambio estar facilitando el acceso a más medios educativos a individuos con recursos, altamente motivados y con una buena preparación (replicando de este modo una tendencia que algunos sociólogos llaman el «efecto Mateo»). No quiere decir esto que los MOOC sean una modalidad insignificante de educación, a pesar de que todo apunta a que su principal impacto es intensificar antes que ampliar la participación educativa. De hecho, desde esta óptica, las supuestas propiedades transformadoras y de cambio social radicales que se atribuyen a los MOOC (y a otras formas de educación por internet) habrían de acogerse con suma cautela.




Esto lleva cualquier intento de predecir la posible influencia de internet sobre futuras formas de educación a un terreno incierto. Desde luego no es inteligente adoptar la postura directamente cínica de que la educación por internet no ofrece nada nuevo (es decir, que los efectos educativos de internet no son más que «vino viejo en odres nuevos»). Pero sería igualmente erróneo suponer que cualquiera de los ejemplos vistos hasta ahora en este artículo sea el preludio de un cambio fundamental en la educación. Desde luego que internet está asociada con cambios educativos, aunque dichos cambios sean complejos, contradictorios, enrevesados y claramente caóticos.




A este respecto, a la hora de analizar la relación entre internet y educación quizá sea más relevante recalcar los aspectos puramente sociológicos por encima de los técnicos.




Y es que internet plantea una serie de preguntas ideológicas (en lugar de dar respuestas puramente técnicas) acerca de educación en el futuro próximo. Por eso, ahora, debemos apartarnos del optimismo que impregna casi todo el diálogo sobre la educación por internet. En lugar de ello nos centraremos en las numerosas implicaciones sociales, culturales y políticas que no siempre se reconocen, pero que también merecen nuestra atención




1. Internet y la creciente individualización de la educación




En primer lugar, está la manera en que la educación por internet promueve una individualización implícita de la práctica y la acción. Muchos pedagogos valoran especialmente que internet aumente la responsabilidad de los individuos a la hora de elegir opciones en materia educativa y asumir las consecuencias de su elección. Todas las formas de educación por internet reseñadas en este artículo exigen al individuo un alto grado de autonomía, y en ellas el éxito educativo dependerá sobre todo de la capacidad para gestionar su compromiso progresivo con el aprendizaje a través de los medios que elija. Por lo general, se supone que esto actúa a favor del individuo y en detrimento de las instituciones. Pero la idea del estudiante responsable y autónomo se basa en el supuesto, nada realista, de que todos los individuos tienen la capacidad de actuar de un modo agéntico y autónomo en su vida diaria. En términos de Bauman (2001), el estudiante competente online es alguien capaz de actuar como un individuo con todo el poder de hecho y no solo de derecho (es decir, alguien a quien sencillamente se le supone el individualismo). Claramente solo una minoría privilegiada de personas es capaz de actuar de un modo por completo autónomo. Esta individualización de la acción en sí acabará convirtiendo la educación en un área de mayor riesgo, pero también de oportunidades.




Estos aspectos plantean una serie de preguntas importantes. Por ejemplo, ¿qué igualdad real hay entre los individuos a la hora de tomar una decisión educativa entre las opciones que ofrece internet? ¿Por qué las aparentes libertades educativas de internet se traducen en importantes pérdidas de libertad (como la intensificación del trabajo educativo y su expansión al ámbito doméstico)? ¿En qué medida las formas personalizadas de educación por internet se están limitando a facilitar lapersonalización masiva de unos servicios y contenidos educativos homogéneos? ¿Cuál es la naturaleza de las formas colectivas de educación por internet? ¿Qué tienen de particular las comunidades de estudiantes de internet en cuanto a diversidad social, compromiso o solidaridad? ¿Está internet debilitando o incluso erosionando la noción de la educación como un bien público?




2. Internet y el desarrollo de la educación basada en datos




Otro aspecto importante a la creciente presencia de internet en la educación es la manera en que los datos y la información online definen, y al mismo tiempo describen, la vida social. Internet ha reforzado la importancia de bases de datos, minería de datos, analíticas y algoritmos, con lo que cada vez más organizaciones e instituciones funcionan mediante la continua recopilación, agregación y (re)análisis de datos. En esencia, internet permite que este trabajo de datos se desarrolle a gran escala y de forma acumulativa. Existe la convicción de que vivimos en la era de los big data, en la que los sistemas informáticos ponen a nuestra disposición «cantidades ingentes de información producida por y acerca de las personas, las cosas y sus interacciones» (Boyd y Crawford, 2012: 662).




La recopilación y el análisis de datos online son en este momento claves en la manera en que se estructuran las acciones y se toman decisiones en muchas áreas de la educación. Por ejemplo, se están generando, recopilando y acumulando enormes cantidades de datos online como consecuencia de actividades en internet dentro de instituciones educativas. Estas van desde el seguimiento interno o in-house de las condiciones del sistema a la recopilación pública de datos a escala local, estatal y federal. Los datos así obtenidos sirven a variedad de propósitos, entre ellos la administración interna de los cursos, la fijación de objetivos, la gestión del rendimiento y el seguimiento de alumnos. Existen procesos y prácticas similares en el uso de datos entre diferentes sistemas de educación, desde bases de datos de alumnos hasta clasificaciones por resultados académicos. Por supuesto que la relevancia creciente de los datos online ofrece muchas ventajas y últimamente se detecta gran entusiasmo acerca del potencial de la «analítica del aprendizaje», es decir, de la «medición, recopilación, análisis y comunicación de datos acerca de los alumnos y sus contextos con el fin de entender y optimizar el aprendizaje y el entorno en que se produce» (Siemens et al., 2011: 4). Al mismo tiempo, cada vez se habla más de minería de datos de educación y analítica académica. Se cree que todo este uso de datos digitales conducirá a procesos educativos más eficientes y transparentes, además de dar soporte al autoseguimiento y la autodiagnosis del aprendizaje por parte de los interesados (Eynon, 2013).




No obstante, hemos de ser cautos acerca de las posibles ventajas y, en particular, acerca del papel que desempeña la creciente prevalencia de datos online en la educación a la hora de definir lo que la gente puede y no puede hacer. Por ejemplo, ¿cómo están representados los individuos y su aprendizaje en los datos recogidos el línea? ¿Cómo facilita internet la conexión, la acumulación y el uso de estos datos de formas que antes no eran posibles? ¿En qué medida determinan los perfiles de datos las elecciones educativas de los individuos? ¿Cómo se usan estos datos online en acciones de supervisión predictiva, en las que educadores e instituciones se basan en datos de rendimiento y comportamiento existentes para informar sobre expectativas de futuras conductas? ¿Qué aspectos de la actividad educativa no están representados en los datos online que se recopilan y analizan?

3. Internet y la creciente comercialización y privatización de la educación
En tercer lugar es necesario reconocer el papel de los agentes comerciales y privados en la expansión de la educación por internet. De hecho, el sector privado es clave en muchas de las formas de educación por internet descritas en este artículo. Por ejemplo, se estima que el mercado global de educación y tecnología asciende a siete billones de dólares, y la inversión de capital privado en educación online no deja de crecer. Una serie de conglomerados comerciales multinacionales, como Pearson, Cengage y McGraw-Hill tienen una fuerte participación en el negocio del e-learning y en sitios de enseñanza y formación online, en competencia con innumerables operadores más pequeños y toda una gama de organizaciones sin ánimo de lucro. Es evidente que la educación por internet marca un claro alejamiento respecto al modelo de economía planificada en el que la educación es impartida en gran medida por instituciones públicas de gestión estatal (Picciano y Spring, 2013).
Claro que la creciente presencia de intereses comerciales en la educación online ofrece numerosas ventajas potenciales, ya que el sector privado tiene la capacidad de invertir considerables recursos tecnológicos y humanos en el terreno de la educación. Suele creerse que la formación impartida por organizaciones comerciales responde mejor a las demandas de sus clientes, ya sean estas las preferencias inmediatas de los alumnos o la demanda laboral que se prevé para los negocios y la industria. Además, como opinan Chubb y Moe (2012), la competencia entre los sectores privado y público de la educación puede ser beneficiosa: «con el tiempo [las organizaciones comerciales] pueden conseguir cosas sorprendentes a través de la instrucción informatizada. Basta imaginar agentes similares a Apple o Microsoft con los incentivos adecuados para trabajar en educación superior. También pueden ofrecer una sana competencia a las élites sin ánimo de lucro en la oferta de contenidos innovadores y de alta calidad». De hecho, el reclamo que esgrimen muchas de las formas de educación por internet descritas en este capítulo es el uso de la innovación propia del sector privado para contrarrestar las deficiencias de la educación pública. Como recientemente argumentaba Sebastian Thrun (el ingeniero informático a quien se atribuye la popularización del concepto MOOC): «La educación está rota. Aceptémoslo […], está rota por tantos sitios que necesita un poco de magia de Silicon Valley» (en Wolfson, 2013).
Sin perjuicio de las bondades de la innovación comercial y la magia, hay toda una serie de razones para cuestionar la creciente influencia de la empresa privada en la configuración de los planes de estudio. Por ejemplo, ¿hasta qué punto los fabricantes y distribuidores de tecnología informática están comprometidos con el bien de la tecnología de la educación más allá de la búsqueda de beneficios y de cuota de mercado? Dado que la educación es un criterio fundamental para determinar las oportunidades de prosperar de los miembros más vulnerables de la sociedad, ¿sería apropiada una visión capitalista a lo Silicon Valley, con emprendimientos de alto riesgo y elevadas expectativas de fracaso? ¿Cuáles son las implicaciones morales y éticas de reconfigurar la educación en función de la dirección del mercado y los valores comerciales? ¿Por qué las necesidades de la educación deben corresponderse automáticamente con las de la economía digital?
4. Internet y el cambio de valores en la educación
Para terminar, aunque quizá resulte menos evidente, existe la sensación de que internet podría estar alterando las bases psicológicas, emocionales y espirituales de la educación. Por ejemplo, muchas de las formas de educación online aquí comentadas implican una mayor presencia de la educación en áreas de la sociedad y la vida social en las que antes no estaba. Esto supone un estado siempre activado de potencial actividad educativa. De hecho, la disponibilidad en cualquier momento, en cualquier lugar de la educación online implica un claro desplazamiento de la educación hacia entornos domésticos, laborales y comunitarios en los que educación y aprendizaje podían antes no tener tanta presencia. Existe un claro paralelismo con lo que Basil Bernstein (2001) identificaba como «la pedagogización de la sociedad», es decir, una sociedad moderna que garantice que la pedagogía esté integrada en todas las esferas posibles de la vida. Esto nos lleva a la pregunta ¿qué se pierde cuando alguien puede participar en una actividad educativa en cualquier momento del día y en cualquier contexto? ¿Es importante poder desconectarse cuando se quiere de las presiones de la educación? ¿Existen contextos y circunstancias más aptos para el aprendizaje que otros?
También podemos afirmar que muchas de las formas de educación online descritas en este artículo convierten la educación (a menudo de forma involuntaria) en una empresa competitiva. En lugar de facilitar que los individuos aprendan juntos y en armonía, parecería que internet sitúa a los individuos en «ciclos formativos personales, inmersos al unísono en bucles individuales de acción y respuesta. Aprenden a ser estudiantes industriosos y autoexigentes que aceptan e implementan objetivos impuestos desde fuera» (Allen, 2011: 378). Aunque la filosofía de triunfar a expensas de los demás no resulte de inmediato aparente, internet sí puede considerarse como un medio de concretar, enmascarar e intensificar las connotaciones competitivas intrínsecas que tiene el aprendizaje. En esta línea de pensamiento, la naturaleza parcial, segmentada, basada en tareas, fragmentada y discontinua de la educación online tal vez pueda verse incluso como una forma de «enajenación espiritual», es decir, enajenación a nivel de significado, donde las «condiciones de trabajo bien hecho» se desgajan de las «condiciones de buena disposición» (Sennett, 2012).
Todo lo anterior guarda también relación con las correspondencias entre internet y la alteración de los aspectos emocionales en el esfuerzo educativo. En concreto podríamos decir que en muchas de las formas de educación por internet aquí descritas (como la escuela virtual o las MOOC), el aprendizaje se experimenta en un entorno menos inmediato, menos íntimo y tal vez más instrumental. Estos aspectos quedaban analizados en las recientes reflexiones de Jonathan Wolff (2013) sobre lo que puede perderse cuando una clase universitaria se da online en lugar de en un aula física. Aunque las pérdidas suelen ser difíciles de cuantificar, Wolff nos habla de cualidades como la inmediatez, la capacidad de sorpresa y la «autencicidad» de la «experiencia en vivo» que supone aprender en compañía de otras personas. Desde luego, la sensación virtual y remota de la enseñanza online es cuantitativamente distinta de la del aprendizaje presencial, en lo bueno y en lo malo.
CONCLUSIONES
Estemos o no de acuerdo con los últimos puntos expuestos, resulta evidente que el tema internet y educación exige un análisis prudente. La retórica predominantemente optimista de transformación y cambio que en la actualidad envuelve la relación entre internet y educación desvía la atención de numerosos e importantes conflictos y tensiones que requieren aceptarse y abordarse. No quiero decir con esto que debamos adoptar una posición del todo antagónica o pesimista. De hecho, muchos de los problemas mencionados no tienen por qué ser causa automática de preocupación. Después de todo, para muchas personas será positivo beneficiarse de formas de educación más individualizadas, elitistas, competitivas, orientadas al mercado, omnipresentes y despojadas del elemento emocional. Es evidente que internet funciona para los millones de personas que en este mismo momento estudian online.
Pero aunque internet permite que algunos individuos accedan a formas de educación más cómodas, atractivas y útiles, hay que admitir que no se trata de una situación extendida. Todo cambio en educación generado por internet viene acompañado de una variedad de consecuencias indeseadas, efectos colaterales y repercusiones imprevistas. Tal vez la más importante sea la tendencia ya probada de la tecnología digital a reforzar los patrones de educación existentes, ayudando a individuos que ya están iniciados a participar más, pero contribuyendo escasamente a ampliar la participación o a recuperar a quienes han desistido de seguir estudiando. Toda discusión sobre el potencial educativo de internet debe tener en cuenta la utilidad limitada de un enfoque técnico para entender la educación contemporánea. Internet no debe considerarse la solución idónea a las deficiencias obvias de las instituciones o las prácticas educativas del siglo XX, ya que no produce automáticamente estudiantes más comprometidos o más motivados, fuerzas laborales más cualificadas o cotas superiores de inteligencia e innovación en un país. Al contrario, es muy posible que muchos de los males que aquejan a la educación contemporánea sean de índole social y cultural principalmente, y por lo tanto requieran respuestas sociales y culturales.
Así pues, aunque todo apunta a un uso cada vez más intensivo de internet en la educación, las proclamaciones de cambio y mejora han de considerarse asuntos conflictivos y a debatir, más que tendencias inevitables a las que los educadores no tienen más remedio que adaptarse. Por insistir en un punto clave presente en toda esta exposición, en todas las cuestiones tratadas subyace la pregunta de en qué tipo de educación creemos para el futuro. La función de internet en la mejora, transformación o incluso disrupción de la educación es un asunto muy complejo y con una gran carga ideológica que va más allá de consideraciones estrictamente técnicas, como personalizar el acceso a contenidos educativos o facilitar la producción y el consumo de contenidos online. El futuro de la educación podrá sin duda pasar por un uso cada vez mayor de internet, pero no estará determinado por él.
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