miércoles, 3 de abril de 2013

ZOMBIS EN EL PSIQUIÁTRICO






“ZOMBIS EN EL PSIQUIÁTRICO”
––Cuento de Omar García Ramírez––


"Y los ángeles ígneos cayeron. Profundos truenos se oían en las costas ardiendo con los fuegos de Oro." - Roy Batty
 (Blade Runner)

"Yo... he visto cosas que vosotros no creeríais: Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán... en el tiempo... como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir" - Roy Batty 
(Blade Runner)



Escena # 3
Interior: Oficina del psiquiatra
(PLANOS: 12-13-14-)
––Monólogo interior. Flashbacks de acciones––


––Murphy, me llamo Murphy.
––Zombi No 458. Distrito 57.
––32 años; 5 y medio como zombi.
––¿Qué quiere que le cuente?
Lo desagradable eran los disparos.
Sí, los disparos de todos los calibres a los que uno se tenía que acostumbrar.
Los de municiones Parabellun, Parker, los disparos con Berettas, con Colts, con rifles de asalto.
Esos dejan una perforación desagradable y rompen los vestidos…
Yo procuraba cambiar de Armani a Saint Lauren, (eran de una tienda de moda que asaltamos con una pequeña pandilla. Éramos como treinta, algunos muy trendys. (Zombi-Victim-fashion). No, no se ría, aunque la estética zombi está más cercana a la moda fabril y leñadora de los grunges, habían otros, como decirlo… se destacaban por su estilo.
Pero volvamos a los disparos; los de wínchester queman, si señor queman y fastidian ya que aunque no son heridas mortales (para nosotros se entiende), si son fastidiosas.
Lo mejor era poder responderlas. Cuando las balas iban de nuestra parte y hacían impacto en los que no estaban infectados, la cosa parecía mejorar; todo el kétchup del mundo tenía su dulzura, su sabor.
Era en los supermercados en donde hacíamos las mejores cacerías; las mejores razias.
Allí, la música de sinfonía y de consumo, ponía a estas criaturas citadinas fuera del estado de alerta. Los invitaba a comprar educadamente los pocos artículos que todavía quedaban.
––Casi todo era transgénico; casi todo era congelado, enlatado y con fechas de caducidad––.
Toda la voracidad del mundo. El ultimo y más divertido eslabón de la cadena. La vitrina en frío de la maquinaria de la muerte.
Recuerdo, hicimos unos buenos bacalaos, unas buenas parrilladas y de paso nos aprovisionábamos de colas y refrescos; ya que aunque nadie lo crea; a nosotros también nos da sed y la sangre es salada; la sangre da mucha sed. Una sed que no se sacia.
De otra parte nuestras diferencias no son muchas. Me refiero a ustedes los enchufados y tambien los citadinos mortales.
A decir verdad, he conocido seres horribles en la otra orilla y le puedo decir que en ellos no existe una gota de piedad, un leve rastro de humanidad. Su civilización es una granja de muerte al por mayor. La cosa estaba en equilibrio.
En un principio nosotros solo estábamos ocupando algunos espacios.
Íbamos a los estadios; asistíamos a algunos conciertos; hacíamos filas en las rebajas y hasta se nos tenía en cuenta para votar. Éramos un rebaño muy bien organizado y adoctrinado; el gregarismo de una sociedad ejemplarizado en docenas de hombres y mujeres perfectamente adaptados a las ceremonias vibrantes de las masas. Integrados a la estética multicolor del espectáculo.
Sí, teníamos conciencia ciudadana; no hacíamos mal a nadie. En aquellas ferias nos divertíamos mucho ya que somos de una horda alegre y fiestera; No tenemos una vena polémica y no somos de ideales radicales.
De pronto, uno que otro perdía los estribos, y a veces, bajo efecto de la droga psiquiátrica a la que éramos sometidos; cometía algún delito; se pasaba de velocidad, conducía borracho; trataba de sobornar a algún guarda. Rompía los límites de la gran celda. Un pequeño robo a mano armada, una que otra violación al código civil. Algo de violencia que se nos salía de las manos. Un pequeño motín, una asonada. Cosas sin importancia. Usted entiende… Pero luego; las cosas empeoraron.
Cuando quisimos llevar a uno de nuestros representantes a la junta de consejeros del estado del distrito federal. Nos dijeron que no. Que solo votásemos por sus candidatos (los del gran panóptico); que con ese gesto era suficiente.
Y nosotros queríamos más futbol; queríamos más televisión violenta; queríamos jardines infantiles para nuestros pequeños freaks. Seguridad social, para que nuestra estirpe progresara y también piscinas y playas nudistas; sí playas nudistas para zombis: es que estamos cansados de que se burlaran de nosotros cuando íbamos a las playas nudistas, (ese temblor denso y espasmódico, esa hipercinesia pesada, ese arrastrar los pies torcidos sobre la arena, ese rictus a lo Joe Cocker pasado de copas y cerveza negra)…
Además, estábamos cansados de trabajar en las labores más duras; picando piedras al sol y al agua; abriendo en canal y descarnando cerdos y vacas en los mataderos; abriendo las fosas comunes para los muertos de la guerra en los cementerios (que eran nuestros soldados muertos) ––nuestros más vigorosos representantes en vestido camuflado––. Trabajos duros y peligrosos en los cultivos de amapola y valeriana; Trabajos degradantes y estúpidos en las producciones cinematográficas  de bajo presupuesto en donde siempre éramos la carne de cañón… (Somos la carne de avanzada en la trinchera de la línea cinematográfica del mundo. Somos los desechables en las fantasías guerreras de los directores de la Productora Mayor).
Claro que algunos de nosotros éramos cinéfilos y gustábamos de cintas de prestigio, lo que los especialistas llaman: las clásicas del género. Nuestras primeras referencias cruzadas, la protohistoria de aquel malestar estético, las raíces de aquel arbusto infame, venían desde “El Gabinete del Doctor Caligari”; “El Golem” de Carl Boese y Paul Wegener; “La noche de los muertos vivientes” de G. A Romero. Esas preguntas que llegaron encapsuladas en las imágenes del cinematógrafo crearon a verdaderos especialistas. Algunos de mis amigos eran seguidores de Tarkosvki; otros eran lectores de Stalisnaw Lem. Y por supuesto había intelectuales muy reputados, uno de ellos me mostró una gran tesis sobre el Frankenstein de Mary Shelley:
Antes de ser zombis, eran otra cosa; ¿usted qué cree?
Aunque a veces me pregunto:
¿Éramos el excedente industrial de una factoría de la carne, el producto interno bruto en un país del trópico después de la guerra. La cuota, el porcentaje desechable de la ira y la violencia?
¿Éramos solo zombis o éramos algo más que moría en vida bajo el efecto de una pesadilla? Un cuerpo sin conciencia atrapado en la oscuridad de las ciudades. Los cuerpos horripilantes destinados a ser destruidos dentro de un video-juego.
¿Se nos había marcado, deformado y lacerado para que no hubiese redención; o, se nos había
confinado a estar sentados frente a las pantallas de T.V. para recibir descargas de miedo y odio?
––Usted lo sabe, eso que dicen; que somos alimento de algo. Algo poderoso en las esferas de la luna––.
¿Qué pasa cuando las preguntas comienzan a revolotear en un cerebro engusanado y no llegan las respuestas? ¿Cuando las neuronas rotas y golpeadas por los perdigones de la duda hacen un corto circuito que te lleva a los linderos del nihilismo? ––Bella palabra; dura palabra–– nuestro espíritu ahora está impregnado de ella, nuestro espíritu está marcado por la herida de Sísifo, la soledad de Prometeo.
Viene la rebelión.
Primero fue un guarda de carreteras; después un político corrupto en campaña.
Se había metido en distrito equivocado y luego…
Bueno, luego llego todo ese vendaval de sangre y horror; y debemos admitir que de alguna manera estábamos en nuestro elemento.
Pero vuelvo y digo, lo peor es no poder asistir a los estadios y emborracharnos hasta caer de bruces después de los partidos y ver ese pálido cielo manchado de hollín; las nubes como dragones oxidados chapoteando en una cisterna sideral. Lo peor es no poder recibir las descargas de euforia de nuestras divas plateadas, que sobre el escenario nos energizaban con sus rayos de alegría musical. Lo peor es no poder asistir a las ferias gastronómicas normales en donde le dábamos gusto a la panza con las hamburguesas tratadas con hidróxido de amonio; ahora nuestra dieta se ha puesto cara y es traumática. ––Cuando tu alimento te maldice o te implora antes de ser mordido, eso causa laceraciones en el alma––.
No se ría. He dicho en el alma. Sí, un alma podrida pero al fin y al cabo, el alma de una criatura creada por el hombre; un ensayo de poder y destrucción sobre el hombre. Un virus, una infección que nos ha confinado a una violencia sin sentido, una oquedad siniestra y depredadora.
Todo está más sucio y como le decía… y lo peor. Lo peor son los malditos disparos.
Cuando nos acercamos a la casa matriz en donde oficia el señor director; nuestro creador, nuestro último dios sobre la tierra. Ese gran laboratorio farmacéutico, ese gran ingenio de experimentación genética…
Pero, pasemos a otra cosa ¿quiere?...
¿Qué me dice?...
¿Cómo fue lo de las bibliotecas?...
¡Ah!.. eso fue solo una temporada; como decirlo, una moda…de alguna manera se impuso una moda que duró unos cuantos años.
Ustedes dejaron abandonadas las librerías y las bibliotecas; y nosotros, que tenemos modales de okupas, las tomamos. Al principio, durante el siclo de las heladas que llegaron después de las tormentas solares. ¿Lo recuerda?. Quemábamos los libros para calentarnos, (es un secreto que le voy a decir a usted, aunque sé que se lo llevará muy lejos: a los zombis la nieve, la humedad y el invierno maltrata nuestras delicadas pieles); pero después, algunos de nosotros empezamos a leer y creo que es fue otro de los elementos del  problema, suena elegante decirlo así, tiene su estilo, y no decir: otra pata que le nace al zombi como dicen en algunas películas mexicanas.
Los libros, sí los bellos libros. Aunque no lo crea; algunos cerebros deteriorados; se reconstruyeron mediante la esa terapia de lectura. Da un poco de risa como esa terapia de lectura, nos dio sueños, y deseos mayores; inquietudes complejas y de altura. Algunos se metieron con las ciencias duras buscando solución a nuestros problemas; otros se perdieron en los fantasmagóricos senderos del existencialismo y la poesía, y otros simplemente viajaron en el tiempo. Creo que añoraban otras épocas…
Algunas de aquellas zombis alternativas se pusieron flores en el pelo y cuidaron de sus cabelleras…Tendría que haberlas visto cantando California Dreaming como The Mamas & the Papas en las afueras de la urbe, cerca a una gran iglesia abandonada; alrededor de una fogata de neumáticos, basura plástica y tachos de basura. ––Hojas pardas y resecas bajo un frío que congelaba los huesos––. Nuestra comunión con una fe abolida. Era algo bello; pero no puedo definir con claridad que significa eso. Nuestro sistema de valores para la fe y la belleza es un poco diferente.
Sí, de alguna manera eso fue un error. Lo digo yo.
No, no he perdido mi esencia zombi. Pero también fue una primavera de sangre, vino y letras. Después, todo eso pasó. Como una moda que se deja después de una temporada otoñal, como un río rojo que se diluye en la creciente de una resaca, como el sol sobre una herida abierta en el desierto.
Ahora véame usted aquí, frente a usted, detrás de la pantalla. Al fondo la mesa de electrochoques; la ventana que dá a un parque calcinado como una gran imagen pixelada de un test de Rorschach; y la pequeña nave-cubículo de gas violeta utilizado para dormir a los violentos de  mi tribu. Su utilería de panóptico y poder. Es rudimentaria; tan rudimentaria como los decorados de esas películas de Frankenstein de los sesenta del pasado siglo.

Creo que el error; el gran error; fue quitarnos las pantallas de contactos en las redes; era lo único que mantenía en comunicación la cientos de tribus catatónicas. Ver nuestros rostros en esas redes, nuestras caras anodinas realizando todo tipo de trivialidades cotidianas, enumerar nuestros gustos de consumo y nuestras aberraciones sexuales. Esa era la droga predilecta. La droga perfecta; mucho más que la mencionada por el maestro Burroughs en su Naked Lunch. Era para nosotros, mantenernos unidos como una hermandad desperdigada en las celdas virtuales de una autopista llena de ruido, bajo una lluvia helada y melancólica. Nuestras fiestas en aquelarre libertino, nuestros flashmobs rumberos, nuestra soledad virtual sobre-llevada con algo de dignidad.
¿Vio esa película “Blade Runner” de Ridley Scott?… No, No la vio…
¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas... sueñan las ovejas con androides filosóficos?.
Nosotros, sí la vimos; fue una película de culto, pero después nos dimos cuenta que nosotros no habíamos sido creados; nosotros habíamos sido infectados y éramos una enfermedad, una degeneración, un virus de la gente común, inoculado a las masas en los estadios, en las discotecas y en los hospitales de todo el mundo.
Nosotros no éramos un problema del género; éramos un problema del planeta.
De alguna manera eso fue lo que desato nuestra ira destructora.
Sabíamos que no habría redención y que estábamos destinados a perecer; como perece la masa, entre la multitud y la estadística; entre el volumen del ruido y de la ira.
Y eso fue todo doctor.

Ahora pregunto yo:

¿No me va a aplicar la dosis oficial de tetradotoxina?
¿No me va a fastidiar con el test de empatía de Voigt-Campff?
¿No me va escudriñar con su cuestionario de Bonoli?
¿No la vio la película,… seguro?...¡Pues debería haberla visto!

––Un primer plano relampagueante y metálico. Boca negra de acero; la risa grotesca del zombi que apunta; dos cañones de una Winchester en frente de la cámara; un estallido en fuego y algo que resbala rojo y denso contra el vidrio protector del objetivo––.

Fundido en negro.


DEL LIBRO INÉDITO
"CEREMONIAS DEL ARTE"