“ZOMBIS EN EL PSIQUIÁTRICO”
––Cuento de Omar García Ramírez––
"Y los ángeles
ígneos cayeron. Profundos truenos se oían en las costas ardiendo con los fuegos
de Oro." - Roy Batty
(Blade Runner)
"Yo... he visto cosas que vosotros no creeríais: Atacar naves en
llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la
Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán... en el tiempo... como
lágrimas en la lluvia. Es hora de morir" - Roy Batty
(Blade Runner)
Escena # 3
Interior: Oficina del psiquiatra
(PLANOS: 12-13-14-)
––Monólogo interior. Flashbacks de
acciones––
––Murphy, me llamo Murphy.
––Zombi No 458. Distrito 57.
––32 años; 5 y medio como zombi.
––¿Qué quiere que le cuente?
Lo desagradable eran los disparos.
Sí, los disparos de todos los
calibres a los que uno se tenía que acostumbrar.
Los de municiones Parabellun, Parker,
los disparos con Berettas, con Colts, con rifles de asalto.
Esos dejan una perforación desagradable
y rompen los vestidos…
Yo procuraba cambiar de Armani a Saint
Lauren, (eran de una tienda de moda que asaltamos con una pequeña pandilla. Éramos
como treinta, algunos muy trendys. (Zombi-Victim-fashion). No, no se ría,
aunque la estética zombi está más cercana a la moda fabril y leñadora de los grunges, habían otros, como decirlo… se
destacaban por su estilo.
Pero volvamos a los disparos; los
de wínchester queman, si señor queman y fastidian ya que aunque no son heridas mortales
(para nosotros se entiende), si son fastidiosas.
Lo mejor era poder responderlas. Cuando
las balas iban de nuestra parte y hacían impacto en los que no estaban
infectados, la cosa parecía mejorar; todo el kétchup del mundo tenía su
dulzura, su sabor.
Era en los supermercados en donde
hacíamos las mejores cacerías; las mejores razias.
Allí, la música de sinfonía y de
consumo, ponía a estas criaturas citadinas fuera del estado de alerta. Los invitaba
a comprar educadamente los pocos artículos que todavía quedaban.
––Casi todo era transgénico; casi
todo era congelado, enlatado y con fechas de caducidad––.
Toda la voracidad del mundo. El
ultimo y más divertido eslabón de la cadena. La vitrina en frío de la maquinaria de
la muerte.
Recuerdo, hicimos unos buenos
bacalaos, unas buenas parrilladas y de paso nos aprovisionábamos de colas y
refrescos; ya que aunque nadie lo crea; a nosotros también nos da sed y la
sangre es salada; la sangre da mucha sed. Una sed que no se sacia.
De otra parte nuestras
diferencias no son muchas. Me refiero a ustedes los enchufados y tambien los
citadinos mortales.
A decir verdad, he conocido seres
horribles en la otra orilla y le puedo decir que en ellos no existe una gota de
piedad, un leve rastro de humanidad. Su civilización es una granja de muerte al
por mayor. La cosa estaba en equilibrio.
En un principio nosotros solo estábamos
ocupando algunos espacios.
Íbamos a los estadios; asistíamos
a algunos conciertos; hacíamos filas en las rebajas y hasta se nos tenía en cuenta
para votar. Éramos un rebaño muy bien organizado y adoctrinado; el gregarismo
de una sociedad ejemplarizado en docenas de hombres y mujeres perfectamente adaptados
a las ceremonias vibrantes de las masas. Integrados a la estética multicolor
del espectáculo.
Sí, teníamos conciencia ciudadana;
no hacíamos mal a nadie. En aquellas ferias nos divertíamos mucho ya que somos
de una horda alegre y fiestera; No tenemos una vena polémica y no somos de ideales
radicales.
De pronto, uno que otro perdía
los estribos, y a veces, bajo efecto de la droga psiquiátrica a la que éramos sometidos;
cometía algún delito; se pasaba de velocidad, conducía borracho; trataba de sobornar
a algún guarda. Rompía los límites de la gran celda. Un pequeño robo a mano
armada, una que otra violación al código civil. Algo de violencia que se nos salía
de las manos. Un pequeño motín, una asonada. Cosas sin importancia. Usted
entiende… Pero luego; las cosas empeoraron.
Cuando quisimos llevar a uno de
nuestros representantes a la junta de consejeros del estado del distrito
federal. Nos dijeron que no. Que solo votásemos por sus candidatos (los del gran
panóptico); que con ese gesto era suficiente.
Y nosotros queríamos más futbol; queríamos
más televisión violenta; queríamos jardines infantiles para nuestros pequeños freaks. Seguridad social, para que
nuestra estirpe progresara y también piscinas y playas nudistas; sí playas
nudistas para zombis: es que estamos cansados de que se burlaran de nosotros
cuando íbamos a las playas nudistas, (ese temblor denso y espasmódico, esa hipercinesia
pesada, ese arrastrar los pies torcidos sobre la arena, ese rictus a lo Joe
Cocker pasado de copas y cerveza negra)…
Además, estábamos cansados de trabajar
en las labores más duras; picando piedras al sol y al agua; abriendo en canal y
descarnando cerdos y vacas en los mataderos; abriendo las fosas comunes para
los muertos de la guerra en los cementerios (que eran nuestros soldados muertos)
––nuestros más vigorosos representantes
en vestido camuflado––. Trabajos duros y peligrosos en los cultivos de
amapola y valeriana; Trabajos degradantes y estúpidos en las producciones
cinematográficas de bajo presupuesto en
donde siempre éramos la carne de cañón… (Somos
la carne de avanzada en la trinchera de la línea cinematográfica del mundo. Somos
los desechables en las fantasías guerreras de los directores de la Productora Mayor).
Claro que algunos de nosotros éramos
cinéfilos y gustábamos de cintas de prestigio, lo que los especialistas llaman:
las clásicas del género. Nuestras
primeras referencias cruzadas, la protohistoria de aquel malestar estético, las
raíces de aquel arbusto infame, venían desde “El Gabinete del Doctor Caligari”;
“El Golem” de Carl Boese y Paul Wegener; “La noche de los muertos vivientes” de
G. A Romero. Esas preguntas que llegaron encapsuladas en las imágenes del
cinematógrafo crearon a verdaderos especialistas. Algunos de mis amigos eran seguidores
de Tarkosvki; otros eran lectores de Stalisnaw Lem. Y por supuesto había
intelectuales muy reputados, uno de ellos me mostró una gran tesis sobre el
Frankenstein de Mary Shelley:
Antes de ser zombis, eran otra
cosa; ¿usted qué cree?
Aunque a veces me pregunto:
¿Éramos el excedente industrial
de una factoría de la carne, el producto interno bruto en un país del trópico después
de la guerra. La cuota, el porcentaje desechable de la ira y la violencia?
¿Éramos solo zombis o éramos algo
más que moría en vida bajo el efecto de una pesadilla? Un cuerpo sin conciencia
atrapado en la oscuridad de las ciudades. Los cuerpos horripilantes destinados
a ser destruidos dentro de un video-juego.
¿Se nos había marcado, deformado
y lacerado para que no hubiese redención; o, se nos había
confinado a estar sentados frente
a las pantallas de T.V. para recibir descargas de miedo y odio?
––Usted lo sabe, eso que dicen;
que somos alimento de algo. Algo poderoso en las esferas de la luna––.
¿Qué pasa cuando las preguntas comienzan
a revolotear en un cerebro engusanado y no llegan las respuestas? ¿Cuando las
neuronas rotas y golpeadas por los perdigones de la duda hacen un corto
circuito que te lleva a los linderos del nihilismo? ––Bella palabra; dura
palabra–– nuestro espíritu ahora está impregnado de ella, nuestro espíritu está marcado por la herida de Sísifo, la soledad de Prometeo.
Viene la rebelión.
Primero fue un guarda de
carreteras; después un político corrupto en campaña.
Se había metido en distrito equivocado
y luego…
Bueno, luego llego todo ese vendaval
de sangre y horror; y debemos admitir que de alguna manera estábamos en nuestro
elemento.
Pero vuelvo y digo, lo peor es no
poder asistir a los estadios y emborracharnos hasta caer de bruces después de los partidos y ver ese pálido
cielo manchado de hollín; las nubes como dragones oxidados chapoteando en una
cisterna sideral. Lo peor es no poder recibir las descargas de euforia de
nuestras divas plateadas, que sobre el escenario nos energizaban con sus rayos
de alegría musical. Lo peor es no poder asistir a las ferias gastronómicas
normales en donde le dábamos gusto a la panza con las hamburguesas tratadas con hidróxido de amonio; ahora nuestra dieta se ha puesto
cara y es traumática. ––Cuando tu alimento te maldice o te implora antes de ser
mordido, eso causa laceraciones en el alma––.
No se ría. He dicho en el alma. Sí,
un alma podrida pero al fin y al cabo, el alma de una criatura creada por el
hombre; un ensayo de poder y destrucción sobre el hombre. Un virus, una
infección que nos ha confinado a una violencia sin sentido, una oquedad siniestra
y depredadora.
Todo está más sucio y como le
decía… y lo peor. Lo peor son los malditos disparos.
Cuando nos acercamos a la casa
matriz en donde oficia el señor director; nuestro creador, nuestro último dios
sobre la tierra. Ese gran laboratorio farmacéutico, ese gran ingenio de
experimentación genética…
Pero, pasemos a otra cosa
¿quiere?...
¿Qué me dice?...
¿Cómo fue lo de las bibliotecas?...
¡Ah!.. eso fue solo una temporada;
como decirlo, una moda…de alguna manera se impuso una moda que duró unos
cuantos años.
Ustedes dejaron abandonadas las
librerías y las bibliotecas; y nosotros, que tenemos modales de okupas, las tomamos. Al principio,
durante el siclo de las heladas que llegaron después de las tormentas solares. ¿Lo recuerda?. Quemábamos los libros para calentarnos, (es un
secreto que le voy a decir a usted, aunque sé que se lo llevará muy lejos: a
los zombis la nieve, la humedad y el invierno maltrata nuestras delicadas
pieles); pero después, algunos de nosotros empezamos a leer y creo que es fue
otro de los elementos del problema, suena
elegante decirlo así, tiene su estilo, y no decir: otra pata que le nace al zombi como dicen en algunas películas
mexicanas.
Los libros, sí los bellos libros.
Aunque no lo crea; algunos cerebros deteriorados; se reconstruyeron mediante la
esa terapia de lectura. Da un poco de risa como esa terapia de lectura, nos dio sueños, y deseos mayores; inquietudes complejas
y de altura. Algunos se metieron con las ciencias duras buscando solución a
nuestros problemas; otros se perdieron en los fantasmagóricos senderos del
existencialismo y la poesía, y otros simplemente viajaron en el tiempo. Creo
que añoraban otras épocas…
Algunas de aquellas zombis
alternativas se pusieron flores en el pelo y cuidaron de sus cabelleras…Tendría
que haberlas visto cantando California Dreaming
como The Mamas & the Papas en las
afueras de la urbe, cerca a una gran iglesia abandonada; alrededor de una
fogata de neumáticos, basura plástica y tachos de basura. ––Hojas pardas y
resecas bajo un frío que congelaba los huesos––. Nuestra comunión con una fe
abolida. Era algo bello; pero no puedo definir con claridad que significa eso. Nuestro sistema de valores para la
fe y la belleza es un poco diferente.
Sí, de alguna manera eso fue un
error. Lo digo yo.
No, no he perdido mi esencia
zombi. Pero también fue una primavera de sangre, vino y letras. Después, todo
eso pasó. Como una moda que se deja después de una temporada otoñal, como un río rojo que se diluye en la
creciente de una resaca, como el sol sobre una herida abierta en el desierto.
Ahora véame usted aquí, frente a
usted, detrás de la pantalla. Al fondo la mesa de electrochoques; la ventana
que dá a un parque calcinado como una gran imagen pixelada de un test de
Rorschach; y la pequeña nave-cubículo de gas violeta utilizado para dormir a
los violentos de mi tribu. Su utilería
de panóptico y poder. Es rudimentaria; tan rudimentaria como los decorados de esas
películas de Frankenstein de los sesenta del pasado siglo.
Creo que el error; el gran error;
fue quitarnos las pantallas de contactos en las redes; era lo único que
mantenía en comunicación la cientos de tribus catatónicas. Ver nuestros rostros
en esas redes, nuestras caras anodinas realizando todo tipo de trivialidades
cotidianas, enumerar nuestros gustos de consumo y nuestras aberraciones
sexuales. Esa era la droga predilecta. La droga perfecta; mucho más que la mencionada
por el maestro Burroughs en su Naked Lunch.
Era para nosotros, mantenernos unidos como una hermandad desperdigada en las
celdas virtuales de una autopista llena de ruido, bajo una lluvia helada y melancólica.
Nuestras fiestas en aquelarre libertino, nuestros flashmobs rumberos, nuestra soledad virtual sobre-llevada con algo
de dignidad.
¿Vio esa película “Blade Runner” de
Ridley Scott?… No, No la vio…
¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas... sueñan las ovejas con
androides filosóficos?.
Nosotros, sí la vimos; fue una película
de culto, pero después nos dimos cuenta que nosotros no habíamos sido creados; nosotros
habíamos sido infectados y éramos una enfermedad, una degeneración, un virus de
la gente común, inoculado a las masas en los estadios, en las discotecas y en
los hospitales de todo el mundo.
Nosotros no éramos un problema
del género; éramos un problema del planeta.
De alguna manera eso fue lo que
desato nuestra ira destructora.
Sabíamos que no habría redención
y que estábamos destinados a perecer; como perece la masa, entre la multitud y
la estadística; entre el volumen del ruido y de la ira.
Y eso fue todo doctor.
Ahora pregunto yo:
¿No me va a aplicar la dosis
oficial de tetradotoxina?
¿No me va a fastidiar con el test
de empatía de Voigt-Campff?
¿No me va escudriñar con su cuestionario de Bonoli?
¿No la vio la película,…
seguro?...¡Pues debería haberla visto!
––Un primer plano relampagueante y metálico. Boca negra de acero; la risa grotesca del zombi que apunta; dos
cañones de una Winchester en frente de la cámara; un estallido en fuego y algo
que resbala rojo y denso contra el vidrio protector del objetivo––.
Fundido en negro.
DEL LIBRO INÉDITO
"CEREMONIAS DEL ARTE"