domingo, 19 de marzo de 2017
miércoles, 11 de enero de 2017
"EL RULETISTA" MIRCEA CARTARESCU
Una nouvelle con más aliento poético que muchos de sus poemas en prosa. "El ruletista" es la metáfora total sobre el escritor y su obra. La soledad, el riesgo, la fama, la muerte y el olvido; puerto de un destino para todos los que en esta aventura, apuestan sus vidas y sus almas. Juego semiótico que desnuda las trampas y las convenciones de la novela moderna. Indaga sobre otra salida en un espacio escénico y dramático en donde no hay ninguna.
Varias veces postulado al premio nobel de literatura, esta joya de su autoría, constituye una muestra de su trabajo más excelso.
O.G.R.
“Sex Pistols” LA ÓPERA GUIÑOL DEL CAPITALISMO
“Sex Pistols”
LA ÓPERA GUIÑOL DEL CAPITALISMO
Por:
Omar García Ramírez
“Así andan sueltos los
punks por las calles. Sus paraísos infernales son el Soho de Londres, el Lower
East Side de Manhattan, la zona de Strasbourg-Saint-Dennis de París y casi todo
barrio mugriento de cualquier metrópoli. No brotaron por generación espontánea
en el tedio de las naciones industriales sino de una grieta del mundo
capitalista…”
PUNK LA MUERTE JOVEN
Juan Carlos Kreimer
“Los Sex Pistols eran
una propuesta comercial
y una conspiración
cultural; habían sido lanzados para transformar
el negocio musical y
sacar dinero de esa transformación,
pero Johnny Roten
cantaba para cambiar el mundo”.
RASTROS DE CARMIN
Greil Marcus
Nadie puede esperar gustar a todo el
mundo y les diré que a veces es mejor no gustar, una vez te has subido al
escenario; te pertenece.
John Lydon
"La ira es energía"
"La ira es energía"
(Sex Pistols)
A mediados de los setenta
un virus comenzó a invadir las barriadas de Londres. Los cuerpos afectados por
esta enfermedad parecían sacados de una película de terror de la Hammer Productions. Los hijos del
proletariado con las caras golpeadas por el abuso de drogas y alcohol, mala
alimentación y humo de tabaco; piercings y ganchos cruzándoles las mejillas,
aretes de todas las tradiciones tribales debajo de las orejas, y cortes de pelo
mohicanos coloreados con tintes industriales sobre sus melenas atacadas con
cuchillas; alimentaban el río de freaks que bajaban buscando la niebla
londinense. Laceraciones, tatuajes de baja calidad y un vestuario sacado de las
tiendas del ejército de salvación que vendían los saldos de la segunda guerra mundial,
daban el look a la nueva tribu de la
escoria. Allí, una pareja Malcolm McLaren, ex-estudiante de arte, publicista anarquista
y amante de la diseñadora de ropa Vivían Westwood dueña de la boutique Sex,
vieron su oportunidad, en una corriente de inconformismo que podía transformarse
en una moda.
McLaren había conocido de cerca la contracultura que se estaba
fermentando en New York; grupos como: Iggy
Pop and the Stooges, Ramones y otros de no tanto renombre,
habían patentado la actitud y sembrado la estética básica de la nueva corriente
en los bajos fondos de la capital norteamericana: riff rápidos, tres o cuatro acordes, baterías a reventar y letras
de canciones directas que no superaban los tres minutos. Este promotor improvisado,
venía de haber sido representante de un grupo de rock en donde la actitud
transexual estaba en su A.D.N. The New
York Dolls. Vieron que aquellas hordas de
Angry Young Men, solitarios
corredores de fondo de los que hablara el novelista Allan Sillitoe, habían
regresado 20 años después de su primer campo traviesa; y estaban en las calles
de la urbe como una tribu que inoculaba sus venenos en el ambiente citadino.
Tenían algo que gritar, pero no estaban vestidos adecuadamente para la ocasión.
Decidieron conformar un grupo de música que rompiera los esquemas.
Buena parte de los créditos del nacimiento de la banda le corresponde a
esta pareja McLaren/Westwood, como a un dueto de modernos Percy Bysshe Shelley & Mary Wollstonecraft
Godwin que tocados por un rayo de luz crearon
un Frankenstein musical; aunque en un principio sus ambiciones solo se
limitaban a la creación de una banda que diera publicidad a sus creaciones en
el campo de la moda urbana; muy pronto todo esto quedó superado por la dinámica
de los acontecimientos y por la entrada en escena de dos poderosas y anárquicas
figuras: Jhonny Lindon Rottem y Sid Vicious. El primero
aportaría las letras más revulsivas de la escena del rock británico de su
época, el segundo aportaría la actitud grotesca de un zombi rebelde.
MacLaren/Westwood dieron impulso a algo que comenzaba a tomarse las
calles, una corriente que ya era incontenible; golpearon con picas sobre la
zanja de la fractura generacional mediante una agrupación que tenía mucho de
comedia de guiñol y de atracción de feria. Esa caricatura de los hijos del
proletariado tan vilipendiada y garroteada por la realeza británica y su middle class acomodada. Tradición de
odio que se remonta al menos a Bernard Mandeville, quien, en su más conocido
discurso satírico, escribía: “En una
nación libre, en la que no se permite
la esclavitud, la riqueza más segura consiste en una multitud de pobres
laboriosos. Para hacer feliz a la sociedad y tener contentas a las gentes, aun
en las circunstancias más humildes, es indispensable que el mayor número de
ellas sean, al tiempo que pobres, totalmente ignorantes” (La fábula de las
abejas).
En esta sociedad tan marcadamente clasista, el derrumbamiento de las
fuentes de trabajo y la arremetida de los dragones neoliberales acabaron con la
poca dignidad de las clases trabajadoras británicas. Owen Jones en su libro: “Chavs: La demonización del
clase obrera” nos ilustra con algunas
pinceladas que trazan una perspectiva histórica de lo que pasaba en aquellas
épocas; aunque las fechas del apogeo del punk son anteriores por unos pocos
años a lo explicado en estos párrafos, la base estructural era la misma: “…En el centro de esta cruzada había un
intento concertado de desmantelar los valores, instituciones e industrias
tradicionales de la clase trabajadora. El objetivo era acabar con la clase
obrera como fuerza política y económica en la sociedad, reemplazándola por un
conjunto de individuos o emprendedores que compiten entre sí por su propio
interés. En una nueva y supuestamente ambiciosa Gran Bretaña todo el mundo
aspiraría a escalar, y el que no lo hiciera sería responsable de su fracaso. La
clase se eliminó como idea, pero se reforzó en la práctica…. /… En el corazón
de la estrategia tory (conservadores), estaba su astuta manipulación de una
serie de huelgas protagonizadas en su mayoría por trabajadores mal pagados del
sector público en 1978 y 1979, o, como se le empezó a llamar, el Invierno del
Descontento…./… Los tories habían dado una importancia exagerada al hecho de
que se hubiera alcanzado el millón de parados durante el Gobierno laborista en
1979 y contrataron a la firma publicitaria Saatchi & Saatchi para diseñar
su famoso cartel que decía: «El laborismo no está funcionando». Pero durante el
Gobierno de Thatcher, algunas estimaciones sitúan el número de parados en
cuatro millones en su punto álgido.”
El fermento de aquella fiebre, en su corto y anárquico verano, fue la recesión
previa a los años de la arremetida neoliberal del tacherismo; el desempleo, la fractura
social de la Inglaterra de los años setenta que el partido laborista
(liberales) no había podido contener. Las cifras que los economistas de
aquellas fechas dieron, no eran las más alentadoras; además, el contrabando de
drogas estaba en su apogeo. La muerte joven estaba deambulando bajo el centro
de Londres, venía mostrando su pálida cara mientras caminaba sobre la niebla. Docenas
de nuevos grupos de garaje salían a los pubs; la llamada de Londres (evocada en
la canción de The Clash London call)
convocaba a un gran teatro de guiñol en medio del desencanto y la precariedad. Se
estaba gestando el punk. La tienda sex de kings
road street en el céntrico barrio del
Chelsea, fue la factoría Warhol de Londres, pero de allí, no salían
musas platinadas vestidas de satín; por el contrario, aquella tienda-museo-micelanea vomitaba freacks de miradas grotescas y gestos
agresivos que te cortaban el cuello con la cuchilla de la provocación; la
incubadora en donde la pestilencia y lo podrido anidaría, para después ladrar
en los pubs londinenses.
El rock británico, que en las décadas de los 60/70 en sus orígenes, tuvo
su eclosión en un contexto proletario que alumbró a grupos como “The
Who”, “Kinks”, Animals”, “Small Faces”, “Yadbirds”, “Pretty
Things”, “Black Sabbath” o los mismísimos “Rolling Stones”
había venido perdiendo mecha y fuego; la
locomotora parecía perder fuerza, para estos nuevos músicos; algunas de las
estrellas de aquella época habían periclitado temprano y entregado sus
banderas; los grupos emergentes no transigían y veían en ciertas bandas como
Led Zepelín y Pink Floid, la representación musical y estética de los hijos
adocenados del viejo y agonizante imperio. El modo de vida de las superestrellas,
tan alejado de la realidad de las calles de los barrios proletarios, establecía
un divorcio entre aquella vida suntuaria sumado a el “esoterismo” de su arte y
la dura realidad del momento; de alguna manera constituía una burla al dietario cotidiano de miles de jóvenes que
nadaban en una corriente de malestar. Aquellos working man class hero (héroes
de la clase trabajadora) de la canción
de Lennon, y que en algún momento representaron sus ideales y sus sueños; se
habían confundido, habían perdido la ruta en medio de orgías y bacanales de
drogatas. El poder, siempre fascinado por la libertad y el libertinaje de los
trovadores modernos comenzaba a fagocitar ya, desde un principio, todo lo que
de pura rebeldía y anarquía podría florecer en el campo de la música; la nobleza
decadente, sabía que aquella música era un arma de doble filo, y tal vez, esa
tentación de fuerza, vitalidad y juventud, establecía una relación de mutua
corrupción. Al cuerpo de la vieja Britania siempre le ha gustado coquetear con
las drogas duras; desde la guerra del opio (1839/1842) , hasta la heroína en los backstages de los grandes conciertos. Se
comienza flirteando con los músicos, luego se pasa fornicar con las groupies, hasta que se termina con hipodérmicas
que pinchan la vena azul; para terminar perdiendo las buenas costumbres de la City. Por lo tanto, seamos realistas,
estas mutuas corrupciones y capitulaciones, venían de parte y parte.
Nuevos grupos alejados del star
sistem musical, promovieron un cisma y una corriente rupturista al interior
de la nueva música británica. Al contrario de las supernovas musicales de
aquella época. Estos artistas constituían el lumpenproletariat de las clases musicales; no habitaban castillos
en Escocia; Vivian en apartamentos de protección social en barrios obreros como
Benwell Road, comunidades del sur como Brixton, o del oeste como Hammersmith,
de donde, en mejores épocas y bajo condiciones más adecuadas, habían surgido un
David Bowie o un grupo como The Who,
respectivamente. Hijos de la clase trabajadora del área metropolitana de
Manchester, que por razones de economía, recesión y cambios dramáticos en las
políticas sociales orientadas desde el N° 10 de Downing Street (sede del
primer ministro británico), estaban avocados a un conflicto que los ponía
muchas veces, en la senda de los vertederos de la White Trash. No tenían
grandes estudios académicos (la mayoría había sido desterrados de los
conservatorios y reformatorios), sus conocimientos musicales eran rudimentarios
y en esencia solo querían destruir la escena; y de paso dejar la huella de un
atentado simbólico contra el establecimiento.
El lenguaje corporal de los punks, convivía entre decenas de otras tendencias
estilísticas que buscaban acaparar la mirada del público; desde el back to basics (vuelta a lo básico) de
los skinhead a la izquierda del
espectro; los boneheads a la derecha
de esas corrientes, y los supervivientes mods
(Modernos) que se anteponían al barroquismo exitoso de los hijos de papi y mami
de Carnavy Street. La reivindicación de las botas Martins, camisa Ben Sherman,
Levis remangados, cazadoras Harrington, abrigos estilo Crombie por parte de las
tribus duras de las derechas gamberras; hasta el bricolaje circense, anárquico
y tribal de los punks; pasando por el look obrerista y minimalista de otras
tribus urbanas: pulcritud sencilla de clase trabajadora, influenciada por
los rude boys jamaicanos y los ritmos reagge y ska. Todo
aquello constituía una semiótica en el
campo expresivo de las hordas; lenguaje cifrado, pero a la vez abierto a las influencias,
de mucha utilidad para marcar territorios y establecer categorías.
Cuatro gamberros se encargarían de construir una leyenda: Steve Jones (21 años, guitarra); Paul Cook
(20, batería); Glen Matlock (20, bajo), a quien echaron del grupo en 1977
porque “le gustaban demasiado los Beatles” y fue reemplazado por un tal Sid
Vicious quien había sido un fanático del grupo y a quien se le considera el
inventor de las delicadas maneras en el baile del pogo; y por ultimo John
Lydon (20, cantante), al que Jones bautizó como Johnny Rotten, (Juanito el Podrido), por su mala
relación con la higiene dental, se convertiría en poco tiempo, como escribió
Greil Marcus, en “el único cantante
verdaderamente aterrador que ha conocido el rock and roll”. Estos
inspirados delincuentes, tras algunas
bajas y ajustes conformarían la escuadra sediciosa. En la vida de ellos se
podrían sumar decenas de delitos menores, reformatorios, adicciones varias,
hogares destruidos; John Lydon dice en sus memorias “La ira es energía”: “…todos éramos mercancías rotas, juguetes
dañados” y esa frase resume los orígenes traumáticos de este colectivo
musical. Sus letras directas, escupidas como piedras acidas, romperían la cristalería
y las porcelanas de la familia real.
Que una banda tan pobre, limitada musicalmente, pero llena de carisma y
energía se enfrentara como en una cruzada contra todo el establecimiento,
constituye su verdadera gesta. Fueron contratados y despedidos en menos de seis
meses por tres importantes casas disqueras (A&M/EMI/VIRGIN) para evitar inconvenientes
y escándalos, previo pago de multas en cifras de libras esterlinas, muy
importantes para la época; todo un récord
nunca superado por ninguna agrupación en el campo de la música pop. Aquellos
jóvenes en tan poco tiempo (nueve meses
dicen algunos, dos años dicen otros) dejaron una huella generacional para devolver
a la juventud un papel protagónico con la toma de riendas de su vida pública y
privada, mediante un teatro surrealista que minaba la hipocresía cotidiana de
los ingleses; pusieron de nuevo a los jóvenes en la senda de la autoestima, a
pesar de su aparente decadencia y su desaliño; alimentaron una corriente de
fanzines como un medio alternativo a la gran prensa del sistema, y su grito
traspasó las fronteras de la Gran Bretaña, como algo crudo que llamaba a la
revuelta. Estas cosas, en esencia constituyen su aporte a la historia del
género.
Dos o tres canciones son lo que considero el legado musical de los Sex
Pistols; en esas canciones se resume todo el potencial de la banda; y no es
poco para una agrupación que dirigió sus baterías contra la estructura de poder
de un país que, a pesar de haber exportado muchos modelos de cultura juvenil al
resto del mundo, en su interior, parecía mantener las férreas normas de conducta
de un internado. La gran prensa, que en
su momento los declaró enemigos públicos de las tradiciones y las buenas
costumbres; esa que los convirtió en chivos expiatorios y materia de escándalo;
esa que presionaba en su momento para que su single número uno en las listas de la BBC “Good Save the Queen” fuese
censurado y borrado; ya muchas décadas después, pretende dejar como imagen póstuma, la cara de hastió de un Sid Vicious en trance
de heroína buscando minimizar el aporte
fundamental de un John Lydon, quien a su vez (es necesario recordarlo)
consideraba a el periodismo cotilla de aquella época “una gran bolsa de bilis salvaje, vengativa y tendenciosa”. Los
escándalos, las miradas furibundas, las peleas contra el público, la invención
de los pogos por parte de Sid Vicious,
los conciertos sobre yates en el Támesis para huir de la prohibición oficial durante
el jubileo de la Reina Madre; la muerte de una de sus musas más emblemáticas y
aguerridas: Nancy Spungen en Nueva York en una habitación del legendario hotel
Chelsea; el encarcelamiento de Sid en Rikers Island y el suicidio del bajista (todavía no
bien dilucidado); son solo la parte negra de la leyenda; esa que vendía más
periódicos en Inglaterra que los que se habían vendido en la época del armisticio.
Pero creo, que los Pistols representaron algo más importante; fueron la espuma
del fermento, la cresta de la ola que teñiría de púrpura su revuelta.
Sobre lo anterior ya se ha escrito suficiente, como si se tratara de
minimizar el mensaje crudo y profundo de aquella poética; como si se quisiera
tirar por el excusado el peso de aquel malestar. De cierta manera es la
caricatura mediocre para el gran colectivo social. Sin embargo, tiempo después,
críticos musicales como Grey Marcus
profundizan en el panorama sobre el que
se fijó la leyenda y escribe un estupendo libro: “Lipstick traces” en donde se insinúan los paralelismos entre los movimientos
como el dadaísmo, el surrealismo, el situacionismo, el letrismo y el mayo francés,
arriesgando un pedigrí bizarro entre los Pistols y estas corrientes artísticas.
Son hipótesis bien fundamentadas sobre las intenciones del grupo como proyecto
revolucionario y estético. No estoy de acuerdo en que se le dé demasiado peso a
la teoría conspiradora e inspiradora de la propuesta principal a
McLaren. Si se investiga en la biografía de un Johny Rotten, llegamos a la
conclusión de que esa meningitis que de
niño lo postró por unos años y que le hizo convertirse en un ser distante,
ensimismado y amante de los libros, le había llevado por la senda de la
literatura. No era el más intelectual del entorno de los Sex Pistols, en donde
otros personajes y artistas (además de los músicos) quisieron meter baza; pero
era su poeta. Y no un poeta cualquiera,
era un poeta airado; el que le dio forma escénica al performance violento de la
banda, su frontman maligno, vociferante
actor de la crueldad, su fantasma de la ópera. Esto lleva a Greil Marcus a
escribir en el libro arriba mencionado, que Johnny Rotten "Cantaba para cambiar el mundo" .
No era la pose, era el espíritu nihilista, el aliento libertario y
primitivo. La intención de volcar un huracán de ira sobre todo el sistema
inundado de basuras (que por aquella época enfrentaba las huelgas de los
servicios públicos en Londres), su espíritu se habría podido sentir sobre las
calles como una garúa sobre las bolsas de desperdicios que apestaban a pescados
podridos y manteca rancia. Su cara, como la de Jhon Dillinger, venía marchando como en el poema de Bukowski, aparecía en las páginas
de los periódicos amarillos como un delincuente que sonreía a la cara de la
peña; los roqueros de aquellas épocas, se apañaban sus instrumentos y sabían librar sus batallas sin caer en la desidia y el derrotismo. Acusado de
ser comunista por los fascistas y de ser fascista por los comunistas; tratado
con asco por los intelectuales y como el anticristo encarnado en bestia humana,
por las comunidades cristianas; Johnny Rotten enseñaba su sonrisa de Rimbaud
con viruela, y se carcajeaba: “¿Para qué
quiero un publicista si están los idiotas de la prensa?” Desde un principio
se negó a ser la muñeca Barbie de una Vivienne Westwood y un McLaren, su muñeco
de Haití, o su raterillo de confianza. Para Johnny Rotten, ellos “solo eran unos modistillos ambiciosos…/...Unos mirones
que solo querían hacer dinero en el mundo de la moda del fetichismo”.
Fue el autor de las letras. Esas dos o tres canciones que le son
suficientes a un grupo para establecer un punto de quiebre, una ruptura con la
tradición; parecerá poco; pero si comparamos la letra de “My Generation” de The Who con “Anarchy
in the U.K” la primera parecerá una canción de adolescentes confundidos; la
segunda, fue en su momento, todo un manifiesto:
“MY
GENERATION”
(THE WHO)
La gente trata de ponernos hacia abajo
(Hablando acerca de mi generación)
Simplemente porque viajamos (Hablando acerca
de mi generación)
Las cosas ellos las miran con un frío atroz
(Hablando acerca de mi generación)
Espero morir antes de envejecer (Hablando
acerca de mi generación)
Esta es mi generación
Esta es mi generación, nena…
“ANARCHY
IN THE U.K.”
(SEX PISTOLS)
Ahora mismo!
Ha ha ha ha ha ha ha ha ha ha!
Soy un anticristo,
soy un anarquista.
No sé lo que quiero pero sé cómo
conseguirlo.
Quiero despedazar transeúntes
Porque quiero ser anarquía!
No al cuerpo perruno!
Anarquía para el Reino Unido.
Estará llegando algún día
y quizá provoco el momento equivocado,
detener el tráfico.
Tu sueño del futuro es un proyecto
comercial,
porque yo quiero ser anarquía!
En Londres!
Fueron dos momentos diferentes en el marco temporal de una época. Lo
primero era un balbuceo lírico; algo que no lograba romper el saco amniótico de
la rebeldía musical; en la segunda canción; la fiera, el homúnculo estaba afuera;
Johnny Rotten, que imitaba a un jorobado de Notre Dame o un Ricardo Tercero
borracho y con los ojos desorbitados gritaba:
Good save the Queen
(Dios salve a la reina)
Dios salve a la reina
Al régimen fascista.
Hicieron de ti un idiota
Un hombre bomba en potencia
Dios salve a la reina
Ella no es un ser humano
No hay ningún futuro
En el sueño de Inglaterra
Que no te digan lo que quieres
Que no te digan lo que necesitas
No hay futuro
No hay futuro
No hay futuro para ti
............
Cuando no hay futuro
¿Cómo puede aún haber pecado?
Somos las flores
En el tacho de basura
Somos el veneno
En su máquina humana
..........
No hay futuro
No hay futuro para ti
No hay futuro para mí.
La sofisticación de Sympathy for
the Devil de los Stones, ya había demolido algunas puertas secretas en la
estructura del castillo, en un viaje a las profundidades de la psique humana.
Los Stones habían entrado a la fortaleza; duendes perversos, Doppelgängers de fantasmas victorianos, Poltergeist ruidosos; que, poco a poco,
pasaron a ser sus habitantes, como uno de Los
otros. The Sex Pistols, como
vándalos en asonada guerrera, pusieron las cargas de explosivos para la ruptura
del dique que irrigaba la comarca, con su gira Anarchy tour. Ningún grupo fue tan boicoteado y perseguido; a la
vez, los Pistols dieron una lección de resistencia utilizando las armas de la
propaganda, y por ello, más que por cualquier otra cosa, marcaron un hito en la
historia de la música popular y del rock en particular.
Confrontar a todo el establecimiento del Reino Unido, fue una gesta simbólica
en el plano de la música. El poder de los
hombres contra el poder de las cosas diría Phillipe Manoeuvre citado en el
libro de kreimer “Punk, la muerte joven”. Su derrota, frente a la gran máquina, perpetuaría su leyenda.
Al interior del grupo, también se desarrollaba un intenso conflicto que
aceleró su caída. Dos versiones cinematográficas del mismo, nos dan luces sobre
las intenciones de unos y de otros. The
Great Rock and Roll Swindle (la gran estafa del rock an roll) y The
Filth and the Fury (La mugre y la furia)
de Julien Temple, son las dos caras de la moneda en disputa; la primera
versión es la parodia-decálogo de McLaren, sobre como construir un grupo
musical y vendérselo a las disqueras; sacar dinero del caos. Al mismo tiempo es
una sátira brutal contra Johnny Rotten. La segunda versión es más ecuánime y da
voces a los músicos; pero a mi parecer, escora en favor de Sid Vicious en
detrimento de Johnny Roten. Al final, este último definiría este duelo con sus
libros “Rotten. No Irish, no Blacks, No
Dogs” en donde patearía algunos traseros.
Y el segundo “La ira es energía” en
donde desacraliza el mito y la leyenda, para recapitular en plan de balance sobrio; afina sus dardos
conceptuales y como viejo guerrero, muestra las heridas para entregar el
testigo a las nuevas generaciones.
Por estas razones, la historia de Sex Pistols es también, la dura
crónica de una guerra entre el empresario manipulador, y el artista; entre el
genio maligno del publicista que como divisa tiene cash from chaos (sacar dinero del caos), y la osadía luciferina del
cantante quien apunta a la estructura simbólica del imperio. Al final es solo
eso, un campo de batalla sobre el escenario del mercado; el espectáculo del capitalismo
en donde solo queda en pie quien sepa utilizar todas sus trampas. A pesar de
que en la prensa, con el paso de los años, pareciera ganar el empresario
mediante una simplificación que divierte a la masa; para el amante del rock autentico, pesa más
la actitud y la osadía poética de aquellos jóvenes artistas.
La actitud punk resurge de tanto en tanto, es anarquismo en estado
musical, que saludablemente sacude todo lo que aparentemente quiere instalarse
en el cuerpo social del imperio periclitado. Si antes la rebeldía tomaba un
sentido de lucha de clases con tintes reivindicativos; una década larga después,
toma la forma del despreció por una sociedad de consumo que te instala en la
mediocridad. Desde el irónico Money for
nothing de unos Dire straits, hasta el preámbulo literario de una emblemática
obra de los ochenta; sorprendente
relato de perdedores drogadictos en los suburbios de Edimburgo en Escocia:
“…No te dejarán hacerlo. No te dejarán hacerlo, porque lo verían como
una señal de su propio fracaso. El hecho de que simplemente elijas rechazar lo
que tienen para ofrecerte. Elígenos a nosotros. Elige la vida. Elige pagar
hipotecas; elige lavadoras; elige coches; elige sentarte en un sofá a ver
concursos que embotan la mente y aplastan el espíritu, atiborrándote la boca de
puta comida basura. Elige pudrirte en vida, meándote y cagándote en una
residencia, convertido en una puta vergüenza total para los niñatos egoístas y
hechos polvo que has traído al mundo. Elige la vida. Pues bien, yo elijo no
elegir la vida. Si los muy cabrones no pueden soportarlo, ése es su puto
problema. Como dijo Harry Lauder, sólo pretendo continuar así hasta el final del
camino…!” Irvine Welsh/ “Trainspooting”
Y no es un vaivén; es un ciclo en donde la conciencia de la juventud se
sacude antes de entrar en la cuadricula; una última pelea antes de entrar en
los pasillos del sanatorio; última borrachera antes de entrar en el panóptico. Teddy boys, mods, hippies radicales, suedeheads,
skins, punks, hoolligans, tribus rebeldes de la conciencia de la Gran
Britania; cada diez años resurgen como un salpullido que solo se cura con el
tiempo, los hijos, las hipotecas, los abogados, el método Ludovico y cierta madurez cínica. Su
ambiente cambia, desde los inviernos de las huelgas, para décadas después,
resurgir contra el hiper consumismo de la Cool
Britania; mal necesario, para la salud de una sociedad en conflicto que
muestra lo más oscuro de su imagen; la máscara deformada de sus guerras, las
contradicciones irreconciliables entre su riqueza y su miseria, y de alguna
manera, se constituyen en la legión paranoide de su esquizofrenia.
viernes, 23 de diciembre de 2016
DOSSIER / NICANOR PARRA
SOLILOQUIO DEL INDIVIDUO
|
Yo soy el Individuo.
Primero viví en una roca (Allí grabé algunas figuras). Luego busqué un lugar más apropiado. Yo soy el Individuo. Primero tuve que procurarme alimentos, Buscar peces, pájaros, buscar leña, (Ya me preocuparía de los demás asuntos). Hacer una fogata, Leña, leña, dónde encontrar un poco de leña, Algo de leña para hacer una fogata, Yo soy el Individuo. Al mismo tiempo me pregunté, Fui a un abismo lleno de aire; Me respondió una voz: Yo soy el Individuo. Después traté de cambiarme a otra roca, Allí también grabé figuras, Grabé un río, búfalos, Grabé una serpiente Yo soy el Individuo. Pero no. Me aburrí de las cosas que hacía, El fuego me molestaba, Quería ver más, Yo soy el Individuo. Bajé a un valle regado por un río, Allí encontré lo que necesitaba, Encontré un pueblo salvaje, Una tribu, Yo soy el Individuo. Vi que allí se hacían algunas cosas, Figuras grababan en las rocas, Hacían fuego, ¡también hacían fuego! Yo soy el Individuo. Me preguntaron que de dónde venía. Contesté que sí, que no tenía planes determinados, Contesté que no, que de allí en adelante. Bien. Tomé entonces un trozo de piedra que encontré en un río Y empecé a trabajar con ella, Empecé a pulirla, De ella hice una parte de mi propia vida. Pero esto es demasiado largo. Corté unos árboles para navegar, Buscaba peces, Buscaba diferentes cosas, (Yo soy el Individuo). Hasta que me empecé a aburrir nuevamente. Las tempestades aburren, Los truenos, los relámpagos, Yo soy el Individuo. Bien. Me puse a pensar un poco, Preguntas estúpidas se me venían a la cabeza. Falsos problemas. Entonces empecé a vagar por unos bosques. Llegué a un árbol y a otro árbol; Llegué a una fuente, A una fosa en que se veían algunas ratas: Aquí vengo yo, dije entonces, ¿Habéis visto por aquí una tribu, Un pueblo salvaje que hace fuego? De este modo me desplacé hacia el oeste Acompañado por otros seres, O más bien solo. Para ver hay que creer, me decían, Yo soy el Individuo. Formas veía en la obscuridad, Nubes tal vez, Tal vez veía nubes, veía relámpagos, A todo esto habían pasado ya varios días, Yo me sentía morir; Inventé unas máquinas, Construí relojes, Armas, vehículos, Yo soy el Individuo. Apenas tenía tiempo para enterrar a mis muertos, Apenas tenía tiempo para sembrar, Yo soy el Individuo. Años más tarde concebí unas cosas, Unas formas, Crucé las fronteras y permanecí fijo en una especie de nicho, En una barca que navegó cuarenta días, Cuarenta noches, Yo soy el Individuo. Luego vinieron unas sequías, Vinieron unas guerras, Tipos de color entraron al valle, Pero yo debía seguir adelante, Debía producir. Produje ciencia, verdades inmutables, Produje tanagras, Di a luz libros de miles de páginas, Se me hinchó la cara, Construí un fonógrafo, La máquina de coser, Empezaron a aparecer los primeros automóviles, Yo soy el Individuo. Alguien segregaba planetas, ¡Árboles segregaba! Pero yo segregaba herramientas, Muebles, útiles de escritorio, Yo soy el Individuo. Se construyeron también ciudades, Rutas Instituciones religiosas pasaron de moda, Buscaban dicha, buscaban felicidad, Yo soy el Individuo. Después me dediqué mejor a viajar, A practicar, a practicar idiomas, Idiomas, Yo soy el Individuo. Miré por una cerradura, Sí, miré, qué digo, miré, Para salir de la duda miré, Detrás de unas cortinas, Yo soy el Individuo. Bien. Mejor es tal vez que vuelva a ese valle, A esa roca que me sirvió de hogar, Y empiece a grabar de nuevo, De atrás para adelante grabar El mundo al revés. Pero no: la vida no tiene sentido.
De Poemas y antipoemas (Santiago, Nascimento,1954)
|
Para una poética de Nicanor Parra
Por:
Matías Ayala
No poco se ha escrito sobre el estilo, la posición y la influencia de los poemas de Nicanor Parra (1914) en el ámbito de la poesía latinoamericana. Se lo suele ubicar junto a la obra de Nicolás Guillén (1902-1989), César Fernández Moreno (1919-1985), Ernesto Cardenal (1925) como una reacción, corrección y reenfoque de las corrientes poéticas dominantes a mediados del siglo xx. Sus publicaciones Poemas y antipoemas (1954), La cueca larga y otros poemas (1958), Versos de salón (1962), Canciones rusas (1967), Obra gruesa (de 1969 que reúne los libros anteriores y agrega dos libros más), y Artefactos (1972), le fueron suficientes para alcanzar una fama continental a fines de los años 60, instalándose como una propuesta a partir de la cual las nuevas generaciones van a nutrirse o que, al menos, van a tener que esquivar de manera consciente.
Como dice el título mismo de su libro del año 54, Parra llama a su empresa –tanto en algunos poemas como en la mayoría de sus entrevistas– “antipoesía”, dándose a sí mismo el título de “antipoeta”. Si bien esta es una estrategia clásica que cierta parte de la crítica ha seguido (considerar al autor como fuente de sentido para interpretar el texto), aquello no siempre conduce a un esclarecimiento detallado de la obra y sus procedimientos. De cualquier manera, desde el título mismo resalta el ánimo de enfrentamiento. Sí son esclarecedoras, en cambio, estas palabras que el poeta manifestó en un discurso en 1958: frente a “los poetas creacionistas, versolibristas, herméticos, oníricos, sacerdotales, representábamos un tipo de poetas espontáneos, naturales, al alcance del grueso público. […] Fundamentalmente, creo que teníamos la razón al declararnos tácticamente, al menos, paladines de la claridad de medios expresivos” (Obras completas I 709-710). En el fragmento citado, los contrincantes de Parra pueden ser clasificados en dos categorías no excluyentes: por una parte, está la vanguardia y sus herederos; y, por otra, lo que se podría llamar cierto “tono de solemnidad” pseudoprofético que predomina tanto en la vanguardia como en mucha de la llamada “poesía comprometida”, como la obra de Pablo Neruda o la última época de la poesía de César Vallejo. Así, la oposición es tanto de estilo literario (vocabulario, sintaxis, tropos) como de la posición literaria y pública que toma el sujeto poético. No obstante, la severidad con que impugna a sus antepasados poéticos no se dirige a autores del modernismo tardío como Leopoldo Lugones, Ramón López Velarde y Carlos Pezoa Véliz, ni tampoco a algunos vanguardistas como Oliverio Girondo. La polémica, como muchas otras veces, muestra una falta de perspectiva histórica que se debe a la virulencia localizada del debate.
Lo que Parra identifica como “claridad de medios expresivos” puede ser entendido de diferentes maneras y depende de la obra que se analice. Se suele repetir que Parra intenta hacer equivalente su poesía al lenguaje hablado, lo cual se manifiesta sobre todo en su trabajo de los años 70 y 80; pero quizás habría que afirmar con William Rowe que el “método de Parra no consiste en imitar la conversación, sino en zambullirse en las fuerzas que fluyen a través de ella” (151). Para algunos críticos los principales elementos formales de la antipoesía serían: el uso restringido de la metáfora y la introducción de cierta sintaxis prosaica, de profusas expresiones del habla y un vocabulario más cotidiano que tradicionalmente “poético”. Quizás habría que afirmar –de manera más sencilla, pero no menos polémica– que la “antipoesía” no existe como movimiento o como estilo, o más bien que es un invento de Parra para situarse en el campo poético, lo que los críticos han tomado como una verdad incuestionable. La estrategia de Nicanor Parra es plantear una poética que se afirma con alarde “radicalmente diferente” respecto de las vanguardias y el modernismo. Como es posible darse cuenta, esta oposición extrema es ya un gesto rupturista a la manera de los vociferantes manifiestos, y en ese sentido, es una continuación de los procedimientos de la vanguardia.
En el poema “Advertencia al lector” –ubicado en la tercera sección de Poemas y antipoemas– el autor mismo se defiende de las críticas que su libro pueda causar; susceptible, ataca antes de ser atacado. Aquí se establece un teatro (un diálogo exagerado y paródico) entre el autor y el lector, entre hipotéticos detractores y su defensa, entre “la tradición de la solemnidad” y su propuesta. Al inicio, el hablante comienza por desentenderse de los efectos negativos de su texto –sugiriendo que puede haber molestias–, pero a la vez insta al lector a acceder a la nueva poética, aunque no le cause placer:
El autor no responde de las molestias que puedan ocasionar sus escritos:
Aunque le pese,
El lector tendrá que darse siempre por satisfecho.
(…)
Aunque le pese,
El lector tendrá que darse siempre por satisfecho.
(…)
y sigue: [1]
Según los doctores de la ley este libro no debiera publicarse:
La palabra arco iris no aparece en él en ninguna parte,
Menos aún la palabra dolor,
La palabra torcuato.
Sillas y mesas sí que figuran a granel,
¡Ataúdes!, ¡útiles de escritorio!
Lo que me llena de orgullo
Porque, a mi modo de ver, el cielo se está cayendo a pedazos.
(…)
Mi poesía puede perfectamente no conducir a ninguna parte:
“¡Las risas de este libro son falsas!”, argumentarán mis detractores
“Sus lágrimas, ¡artificiales!”
“En vez de suspirar, en estas páginas se bosteza”
“Se patalea como un niño de pecho”
“El autor se da a entender a estornudos”
Conforme: os invito a quemar vuestras naves,
Como los fenicios pretendo formarme mi propio alfabeto.
La palabra arco iris no aparece en él en ninguna parte,
Menos aún la palabra dolor,
La palabra torcuato.
Sillas y mesas sí que figuran a granel,
¡Ataúdes!, ¡útiles de escritorio!
Lo que me llena de orgullo
Porque, a mi modo de ver, el cielo se está cayendo a pedazos.
(…)
Mi poesía puede perfectamente no conducir a ninguna parte:
“¡Las risas de este libro son falsas!”, argumentarán mis detractores
“Sus lágrimas, ¡artificiales!”
“En vez de suspirar, en estas páginas se bosteza”
“Se patalea como un niño de pecho”
“El autor se da a entender a estornudos”
Conforme: os invito a quemar vuestras naves,
Como los fenicios pretendo formarme mi propio alfabeto.
“¿A qué molestar al público entonces?”, se preguntarán los amigos lectores:
“Si el propio autor empieza por desprestigiar sus escritos,
¡Qué podrá esperarse de ellos!”
Cuidado, yo no desprestigio nada
O, mejor dicho, yo exalto mi punto de vista,
Me vanaglorio de mis limitaciones
Pongo por las nubes mis creaciones.
“Si el propio autor empieza por desprestigiar sus escritos,
¡Qué podrá esperarse de ellos!”
Cuidado, yo no desprestigio nada
O, mejor dicho, yo exalto mi punto de vista,
Me vanaglorio de mis limitaciones
Pongo por las nubes mis creaciones.
(Obras completas I 33-34)
En la segunda estrofa el autor –o más bien el hablante del poema– margina su propio texto sosteniendo que los críticos (hiperbólicos “doctores de la ley”, ridículamente bíblicos) lo han declarado “fuera de la ley”, debido a que no emplea ciertas las palabras y sí otras. Lo que no se suele decir es que en la primera sección de Poemas y antipoemas, –en la cual hay poemas cercanos al modernismo tardío– sí aparecen muchas palabras “poéticas”, aunque sea para producir yuxtaposiciones irónicas o vanguardistas a la manera del Lugones del Lunario sentimental (1909) o de J. Herrera y Reissig: “rosa” y “luna”, por ejemplo, se encuentran profusamente [2] . Por lo tanto, empíricamente, este poema es falso en lo que se refiere a la totalidad del libro; pero ello no le hace perder su efectividad retórica. Así como se puede dudar de las acusaciones que el autor mismo expone, de la misma manera el contenido de su defensa es bastante incierto. Por ejemplo, al comienzo del poema hay incoherencia al renegar de toda la responsabilidad y a la vez interpelar al lector para que se dé por satisfecho; o también defenderse de las supuestas embestidas críticas mediante una afirmación directa, pero sugestiva: “porque a mi parecer el cielo se está cayendo a pedazos”; y al inicio de la tercera estrofa reproducida más arriba (en realidad la cuarta del poema), la aserción es tajante: “Mi poesía puede perfectamente no conducir a ninguna parte”, la que tampoco se aclara mediante las enumeraciones que siguen. Solo al final del párrafo es posible deducir que, al proponer formar un nuevo alfabeto, el autor conmina a sus lectores a leer de otra manera. Los cuatro últimos versos estructurados con una sintaxis del habla (reformulaciones tentativas de una misma idea), adornados con lugares comunes habituales, el autor ejecuta su arte poética o manifiesto, ya que afirma que esta diferencia con la poética tradicional no es una carencia, sino su fuerza. El tono en que lo dice carece, eso sí, de la seguridad implacable que debiera exhibir, y la hipérbole del último verso parece más cómica que plausible. Así y todo, la distancia queda establecida.
Lo curioso de este poema es que se basa en la predicción de que va a tener detractores que en realidad no tuvo, salvo excepciones mínimas. De hecho, las tres secciones de Poemas y antipoemas ganaron los tres primeros puestos de un concurso. Por esto, más que exponer el juicio y la defensa de su propia poética, realiza un acto –performativo habría que decir– de automarginación, de ubicación en el panorama cultural y de reconfiguración de este mismo. Como ya ha sido notado, el uso de un vocabulario cotidiano y cierta utilización de expresiones habladas ya habían sido introducidas por Neruda y Vallejo [3]. La diferencia de la obra de Nicanor Parra se encuentra en la cantidad y el rendimiento expresivo que logra dar a la dicción poética: tanto en el lenguaje coloquial como en el uso de su sintaxis deshilachada y el tono relajado, que reniega por igual de la musicalidad modernista (a pesar de su constante uso del endecasílabo), de la falsa inocencia de la poesía popular, de la fragmentación fría de la vanguardia y del tono elevado de la poesía política y del intimismo individualista de la lírica.
En “Advertencia al lector” lo que fue denominado como una performance de automarginación y de relocalización, a pesar de no dar explicaciones certeras, se debe a una separación entre lo que el poema dice y lo que en efecto hace, o entre la denotación (la significación primera) y la connotación (significación segunda). Habla de claridad, de un vocabulario sencillo, de una nueva manera de leer; reconoce, incluso, que pueden ser limitaciones literarias o no tener un objetivo; pero ejecuta un arte poética como un simulacro de manifiesto al exaltar su proclama sin argumentos convincentes.
Su propuesta poética es, entonces, una solución contradictoria y paródica de las dificultades de la poesía anterior, que para ampliar el número de lectores e insertarse en la sociedad, incluye zonas de la experiencia cotidiana. Así, pese a que hace hincapié en la función comunicativa de la poesía, lo importante consiste en anular el poder del sujeto sobre su propio discurso (y así parodiar las aspiraciones universales de la poesía): por esto, el hablante no puede dejar de contradecirse a través de la divergencia entre lo que dice y hace el poema. Como se verá más adelante, el sujeto poético de Parra deja de ser lírico (suponiendo a este como inconsciente de la distancia entre escritor y hablante, entre sujeto de enunciación y del enunciado) y se vuelve un personaje dramático, muchas veces un antihéroe demente, un ciudadano confuso como cualquiera, incapaz de dar cuenta de las determinaciones y consecuencias de su propio lenguaje.
Federico Schopf hace una descripción acotada de los rasgos de la poesía de Parra en relación con la tradición:
Al discurso poético del modernismo, a la autocomprensión elevada de su poeta, a su sublimación de la realidad, al carácter “poético” de los motivos, personajes y objetos que trataba, a su restricción programática, la antipoesía opone el carácter tradicionalmente no poético de su discurso y de gran parte de sus motivos, la nivelación del antipoeta y sus figuras con el resto de los ciudadanos, la desublimación, la búsqueda de contacto con todos los lectores, a los que apela en tanto que sujetos corrientes y no personalidades escogidas.
(133)
(133)
La suma de todos estos rasgos mencionados muestra la capacidad que tiene esta obra de salirse del carácter elitista predominante de la poesía llamada “culta” que acarrea la historia literaria hispanoamericana, tanto de la vertiente barroca del Siglo de Oro y el Barroco de Indias, como del Modernismo, la vanguardia y cierta poesía política. Contra aquello, esta propuesta se plantea como una “democratización” o accesibilidad que conlleva un rechazo –emulando los impulsos de vanguardia– a la mayoría de los supuestos en que el género se basa: belleza, organicidad en la estructura, originalidad en la expresión, distancia entre el sujeto y su público, etc. Lo particular de su estrategia consiste en que la separación de ciertas costumbres de la institución literaria (vocabulario, expresiones, tropos, tono, sujeto y temas) y favorece una vuelta hacia la prosa, lo narrativo y el habla, pero también, debido al humor pícaro –a veces grosero– y a sus situaciones paródicas dentro del contexto social, sugiere una vuelta hacia ciertas formas “literarias” populares premodernas, como los romances medievales y del Siglo de Oro y –más cercana también–, la poesía popular chilena (la cual es descendiente de aquellas). Leonidas Morales se ha fijado en esto con claridad:
En efecto, la relación que hay entre el antipoema y el poema romántico y modernista, es en lo esencial la que se dio entre la novela picaresca y la novela de caballerías: al héroe un antihéroe, a lo elevado y noble, los andrajos y el mal olor, al castillo el burdel, a la princesa la prostituta y a la forma cerrada la forma abierta.
(La poesía de Nicanor Parra 51)
(La poesía de Nicanor Parra 51)
Esta “poesía de la claridad”, que ya no se muestra tan clara en sus procedimientos –aunque sí en su lectura– puede ser señalada como uno de los primeros discursos poéticos que basa su estética en la accesibilidad de su lectura, en su comunicabilidad. Esta preocupación por el lector y los efectos de los poemas en el público y, por extensión, en el contexto mismo de la escritura y su recepción, permanecerá en el autor durante toda su trayectoria. Es posible que sea desde este ángulo que Parra ha sido considerado una de las figuras clave de la poesía latinoamericana de la próxima generación, como Enrique Lihn (1929-1988), Juan Gelman (1930), Roque Dalton (1935-1975), José Emilio Pacheco (1939) y Antonio Cisneros (1942), entre otros. La importancia de estas hipotéticas filiaciones reside en el énfasis que casi todos ponen a la eficacia de la poesía. (Que esta generación haya sido marcada por la Revolución cubana y por los cambios e inestabilidades de los años 60 es, por cierto, un hecho clave). Este verso asequible y popular ha sido utilizado por los más notorios poetas políticos como Ernesto Cardenal, Roberto Fernández Retamar y Roque Dalton , con más o menos aciertos poéticos; pero también ha dado poetas críticos, preocupados por la historia y el tiempo (Lihn, Pacheco, Cisneros) y, por supuesto, poesía de resistencia en los años autoritarios (Heberto Padilla, Juan Gelman, Enrique Lihn).
Ahora bien, la divergencia entre el manifiesto y la parodia en “Advertencia al lector”, entre el hacer y el decir, cifra –además de la acción performativa ya mencionada– el procedimiento de la ironía en la obra de Nicanor Parra. Edith Grossman lo estableció claramente en 1975, al afirmar que el tema no es congruente con el lenguaje usado, la denotación con la connotación, el tono cómico y distanciado con la intención trágica y compasiva (93-100). En su acepción clásica, la ironía es un procedimiento retórico a través del cual se significa lo contrario de lo enunciado. Wayne Booth en The Rhetoric of Irony hizo una distinción ya clásica entre la ironía estable y la inestable: en la primera, el lector rechaza el significado primario del texto y reconstruye otro significado superior; y en la segunda, a pesar de impugnar el significado primario, el lector es incapaz de reconstruir un significado certero, debiendo residir este en la distancia crítica y la negatividad. Hay que recordar, además, que la ironía (estable), al implicar dos significados contradictorios y tomar partido por uno de ellos, debe dar señas al lector de cuál es el sentido ironizado. Muchas veces esta información adicional no reside en el texto mismo, sino en el contexto, hacia el cual el texto no solo apunta para constituir su sentido, sino que –de manera más radical– necesita para poder establecerlo. Por esta razón, la ironía es el tropo crítico por excelencia: por una parte, contradice un sentido (social), y la vez necesita del contexto para poder verificarse, instalando de esta forma una fuerte ligazón con el mundo, más allá de una simple significación y representación. Pero a la vez, al requerir del contexto para ser comprendido, la hace muy voluble. Así es como la sátira –en la Edad Media, el Siglo de Oro y la Colonia hispanoamericana– ha empleado con firmeza la ironía y ha funcionado principalmente como un cómico juez de hábitos, costumbres e ideas. Incluso se podría llegar a afirmar, seguramente con cautela, que la ironía inestable, más que estar poseída por un impulso nihilista que muestra la vacuidad del mundo, sus instituciones y sus significados, aspiraría a la posibilidad de un cambio.
En el poema “Advertencias” (al inicio de la sección “Camisa de fuerza” en la compilación Obra gruesa), la intención irónica es clara, pero en contraste el sujeto de enunciación es improbable:
Se prohíbe rezar, estornudar
Escupir, elogiar, arrodillarse
Venerar, aullar, expectorar.
Escupir, elogiar, arrodillarse
Venerar, aullar, expectorar.
En este recinto se prohíbe dormir
Inocular, hablar, excomulgar
Armonizar, huir, interceptar.
Inocular, hablar, excomulgar
Armonizar, huir, interceptar.
Estrictamente se prohíbe correr.
Se prohíbe fumar y fornicar.
(Obras completas I 179)
La cantidad y cualidad de lo prohibido, junto a la particular manera en que se encuentran yuxtapuestas, establecen claramente la ironía, ya que la mayoría de estas acciones no se suelen prohibir o, al menos, no de manera abierta. Acciones religiosas (rezar, arrodillarse, venerar, excomulgar), exabruptos físicos (estornudar, escupir, expectorar, aullar), acciones físicas (dormir, hablar, correr), eventos de contacto y separación (armonizar, huir, interceptar, correr), y finalmente “fumar y fornicar”, unidos como dos actos reprobables, son el catálogo perverso de estos versos. Por una parte, se dan a entender como la posible regulación de una institución delirante, pero ese delirio más que parecer una invención arbitraria se vuelve –a través del procedimiento irónico– una parodia de los requisitos sociales de comportamiento. El montaje extremo de estos versos pareciera imposibilitar la ubicación de una fuente segura de enunciación, ya que estas frases cortas e imperativas dan la impresión de que han sido extraídas de diferentes reglas (o carteles) de instituciones o recintos, o al menos emulan su estilo a la perfección. Se ve, entonces, que al estar imposibilitados de saber quién habla en este poema, el significado se abre a la manera en que las instituciones regulan la conducta. Y como el texto no apela claramente a alguna “libertad” posible, es admisible pensar que la ironía, como sostiene Booth, es inestable, ya que nada firme se establece.
Por lo general, Parra trabaja hasta inicios de los años 70 con una ironía inestable con la cual se sitúa como un “francotirador” contra la sociedad, sus instituciones, valores y discursos, sin intentar afirmar un sentido o proponer un nuevo catálogo de valores. Un inventario de las instituciones que los textos de Parra atacan es: la política y el Estado, el capitalismo y las condiciones laborales, la Iglesia católica y su sistematización de lo divino, la literatura y los medios de comunicación de masas, la administración del deseo erótico y el matrimonio, el requerimiento de comportamiento adecuado como consistencia psicológica, etc. Esta contradicción de los discursos sociales que tienden a encarnar el sentido colectivo de manera certera y trascendental, se lleva a cabo mediante un humor incoherente, siniestro o belicoso, cumpliendo, al menos, dos funciones en la lectura: primero, favorece un contacto con el lector (el cual se percata de lo grotesco de la situación), y segundo, la experiencia poética no termina en una clásica compasión lírica entre intimidades, sino en una identificación desdoblada, en donde el lector, finalmente, no puede reconocerse superior al absurdo, trágico y ridículo sujeto poético. Así, primero se establece una conexión, pero después, mediante la ironía, se niega la posibilidad de traficar con contenidos; más bien se conformaría con que el lector se reconozca preso de sus propias limitaciones y contradicciones.
La ironía, eso sí, no se dirige solo a la sociedad desde la seguridad del podio poético, ya que si la técnica es llevada hasta el extremo al enunciar sentidos contradictorios –como se ha visto–, el sujeto debe pulverizar el control sobre su discurso. Lo que antes fue mencionado como la crítica a una supuesta elevación del sujeto poético a través de una relativización de sus poderes, aquí se devela como una autoironía que desintegra cualquier unidad literaria o psíquica. Paul de Man, trabajando en esta línea a partir de Baudelaire, propone entender la ironía como un procedimiento psicológico, a partir del cual se logra una escisión dentro del sujeto y este desdoblamiento conlleva una alteración de su relación con el lenguaje y con el mundo (“Rhetoric of Temporality” 212 y ss.). Así, al mostrarse dividido, la única manera de mantenerlo vivo es a través de una distanciada dramatización del sujeto: ya no se presentará –a la manera lírica– expresando la interioridad o delineándose como figura literaria, sino como un personaje en un lugar o un momento específico. El sujeto ya no “dice” su discurso, sino que se reconoce creado y desfigurado por el mismo, y es mediante esta autoironía que se deshace la supuesta unidad del individuo lírico para así encontrar, en su lugar, el monólogo dramático en la poesía de Parra. A través de los monólogos los personajes son capaces de narrar, argumentar, divagar y agredir con irresponsabilidad y picardía, produciendo una profusión de inesperadas inversiones carnavalescas. Así, los hablantes que encontramos en estos poemas constituyen un abanico de seres –principalmente hombres– con problemas psíquicos, sexuales, laborales, políticos y religiosos, o en posiciones sociales desfavorecidas, como burócratas menores, ladrones de poca monta, campesinos, mendigos, etc. Por lo mismo, los antihéroes de Parra no disertan con la solemnidad que dan los temas serios, sino que ellos mismos se dedican a exponer sus propias opiniones, paradojas y deseos insatisfechos. En comparación con el Neruda de las Residencias y con el Vallejo de Trilce, la gran diferencia de Parra es que la alienación que muestran sus personajes no es cifra de ningún dolor universal ni tampoco un lugar de redención posible, sino que su rendimiento es cotidiano, demasiado cotidiano y, por lo tanto, tan trágico como cómico.
Peter Bürger propuso que la crítica de las vanguardias a los códigos artísticos aspira, finalmente, a acercarse a la “vida” (¿a la vida de quién?, habría que preguntarse, de cualquier forma). Pero no por ello la vida se eleva a lo maravilloso (como querían los surrealistas), sino que la “vida” en Parra, al exhibir lo improbable de sus valores, disuelve también la unidad y alcances de la obra literaria. Un arte fragmentario para una vida fragmentaria, en definitiva, que muestra la imposibilidad de proyectos comunes y unidades colectivas. No obstante, Parra mismo ha aspirado a la romántica función poética de ser “la voz de la tribu”, es decir, de hablar por “los que no tienen voz”, pero ha debido reconocer desde un inicio que sus componentes apenas se sostienen por sí mismos, además de que la tribu está fragmentada y que es imposible que una voz sea capaz de aunarla de manera positiva. La única manera de apuntar a lo colectivo es hacer hincapié en la necesidad y la imposibilidad de comunicación y satisfacción mediante el montaje de voces diferentes. Por esto, ya no es viable una voz profética que penetre en las profundidades o se eleve a las alturas, sino solo una voz que trabaje en las zonas de incertidumbre de los sentidos sociales (políticos, religiosos, comunicativos, amorosos).
Debido a toda esto, la obra de Parra ha sido leída de diferentes maneras. Ciertos motivos se asemejan fuertemente a la sensibilidad existencial y a la literatura del absurdo (muy en boga en la postguerra), en su necesidad de buscar un sentido como eje organizador del mundo, manifestado sobre todo por sus carencias: la soledad, la incomunicación, la angustia, la incoherencia, la máscara, la fragmentación de la experiencia, la falta de trascendencia, etc. O como crítica social –a la manera de un marxismo simple o de la Escuela de Frankfurt–, en donde la alienación psicológica es una causa de la perversión y crisis de la modernidad, el capitalismo, sus instituciones y los medios de comunicación de masas. O en clave psicoanalítica, en donde lo fundamental es la manera en que el deseo es conducido. O de manera “postmoderna”, en donde la crítica a las instituciones es un símil del agotamiento de las “grandes narrativas” que organizan la historia y las colectividades [4].
Es importante hacer notar que, en todos estos casos, al mostrar un cierto estado de cosas que en la actualidad se encuentra degradado, se implica que hubo anteriormente un estado originario, bucólico, no contaminado. Es posible, leyendo a Parra con sospecha, que esto sea una argumentación falaz, porque solo es necesario leer la historia de Chile o de América Latina –y acaso del mundo– para darse cuenta de que nunca ha habido un momento en donde las contradicciones y las divisiones sociales no han estado presentes. Tan solo el mito de la Edad de Oro o del paraíso terrenal de Adán podrían ser hipótesis plausibles. O quizás este razonamiento se base en una idealización de la vida campesina o provinciana, de la cual Parra participó en su infancia, frente a la cual la vida de la ciudad se mostraría como corrompida. Pasajes de su obra poética, en particular su trasfondo nacional o nacionalista, apuntarán a esto.
Obras citadas
Bürger, Peter. Teoría de la vanguardia. Barcelona: Ediciones Península, 2000.
De Man, Paul. “The Rhetoric of Temporality.” Blindness and Insight. U of Minnesota P, 1983. 187-228.
Grossman, Edith. The Antipoetry of Nicanor Parra. New York: New York UP, 1975.
Morales, Leonidas. La poesía de Nicanor Parra. Santiago: Universidad Austral de Chile / Editorial Andrés Bello, 1972.
Morales T., Leonidas. Conversaciones con Nicanor Parra. Santiago: Editorial Universitaria, 1990.
Parra, Nicanor. Obras completas I (1935-1972). Barcelona: Galaxia Gutenberg-Círculo de lectores, 2006.
Rowe, William. Poets of Contemporary Latin America: History and Inner Life. New York: Oxford UP, 2000.
Schopf, Federico. Del vanguardismo a la antipoesía: Ensayos sobre la poesía en Chile. Santiago: Lom Ediciones, 2000.
De Man, Paul. “The Rhetoric of Temporality.” Blindness and Insight. U of Minnesota P, 1983. 187-228.
Grossman, Edith. The Antipoetry of Nicanor Parra. New York: New York UP, 1975.
Morales, Leonidas. La poesía de Nicanor Parra. Santiago: Universidad Austral de Chile / Editorial Andrés Bello, 1972.
Morales T., Leonidas. Conversaciones con Nicanor Parra. Santiago: Editorial Universitaria, 1990.
Parra, Nicanor. Obras completas I (1935-1972). Barcelona: Galaxia Gutenberg-Círculo de lectores, 2006.
Rowe, William. Poets of Contemporary Latin America: History and Inner Life. New York: Oxford UP, 2000.
Schopf, Federico. Del vanguardismo a la antipoesía: Ensayos sobre la poesía en Chile. Santiago: Lom Ediciones, 2000.
* Este texto forma parte del libro Lugar incómodo. Poesía y sociedad en Parra, Lihn y Martínez. Santiago: Ediciones Universidad Alberto Hurtado, 2010.
Notas
[1] En la trascripción de este poema, no se han reproducido ciertos párrafos en donde hay referencias a Sabelius, Wittgenstein y Aristófanes, las cuales han sido interpretadas por Grossman (50-59) como empresas de claridad, simplicidad y accesibilidad intelectual, paralelos a los esfuerzos parrianos contra el oscurantismo, la belleza, lo sublime y el sentimentalismo poético.
[2] Una muchacha es como una “múltiple rosa inmaculada” (16); también la metáfora “como la araña que pende / del pétalo de una rosa.” (26); unas palomas son ridículas como “una rosa llena de piojos” (28); se encuentra una “letrina cubierta de flores” (43); una “venenosa luna miserable” (24); aparece sin razón una “pierna humana que cuelga de la luna” (36); un sujeto lanza “iracundas miradas a la luna” (52) y hay, por último, “sangrientos boxeadores que pelean a la luz de la luna” (56).
[3] El mismo Neruda había intentado ampliar el vocabulario en Residencia en la Tierra (1933, 1935); pero sólo al reenfocar políticamente su obra con su Tercera residencia (1947), debe apelar a un lenguaje más sencillo, alejándose de los fárragos surrealistas que Neruda mismo llamó una “poesía impura”. Más tarde, la misma serie de las Odas (1954, 1956 y 1957, con su agregado Navegaciones y regresos), intentó simplificar su estilo con el objetivo de acercarse a la experiencia cotidiana y ampliar su contingente de lectores. Respecto a los póstumos Poemas humanos de Vallejo (fallecido en 1938), es posible extender el argumento, en la medida que es ahí cuando se aleja de las complejidades sintácticas, léxicas y fragmentarias de Trilce (1922) y se acerca más explícitamente a un realismo de responsabilidad política.
[4] La lectura de Schopf se acerca a la escuela de Frankfurt, por ejemplo; Valente a un clásico existencialismo católico (ambos son clásicas lecturas de la postguerra) y, en cambio, Binns es el paladín del “postmodernismo”.
[2] Una muchacha es como una “múltiple rosa inmaculada” (16); también la metáfora “como la araña que pende / del pétalo de una rosa.” (26); unas palomas son ridículas como “una rosa llena de piojos” (28); se encuentra una “letrina cubierta de flores” (43); una “venenosa luna miserable” (24); aparece sin razón una “pierna humana que cuelga de la luna” (36); un sujeto lanza “iracundas miradas a la luna” (52) y hay, por último, “sangrientos boxeadores que pelean a la luz de la luna” (56).
[3] El mismo Neruda había intentado ampliar el vocabulario en Residencia en la Tierra (1933, 1935); pero sólo al reenfocar políticamente su obra con su Tercera residencia (1947), debe apelar a un lenguaje más sencillo, alejándose de los fárragos surrealistas que Neruda mismo llamó una “poesía impura”. Más tarde, la misma serie de las Odas (1954, 1956 y 1957, con su agregado Navegaciones y regresos), intentó simplificar su estilo con el objetivo de acercarse a la experiencia cotidiana y ampliar su contingente de lectores. Respecto a los póstumos Poemas humanos de Vallejo (fallecido en 1938), es posible extender el argumento, en la medida que es ahí cuando se aleja de las complejidades sintácticas, léxicas y fragmentarias de Trilce (1922) y se acerca más explícitamente a un realismo de responsabilidad política.
[4] La lectura de Schopf se acerca a la escuela de Frankfurt, por ejemplo; Valente a un clásico existencialismo católico (ambos son clásicas lecturas de la postguerra) y, en cambio, Binns es el paladín del “postmodernismo”.
TOMADO DE:
SIBILA (Revista de Poesía)
Poética escatológica de Nicanor
Parra.
Por: Sergio Pizarro Roberts
RESUMEN
El carácter heterodoxo de la poética escatológica de Nicanor Parra es
una calificación dada en este artículo como resultado de la problematización
semántica de la muerte en su obra. La problematización del concepto muerte
implica, primero, constatar que se aleja de la acepción tradicional (ortodoxa)
para concluir, que se está ante una acepción heterodoxa, inicialmente ateísta y
finalmente agnóstica.
I.- Pautas de lectura (procesos
mítico, proceso de asignación y proceso de reacción).
La muerte es una palabra que
encierra una enorme potencialidad poética. Cualquier discurso que intente
ofrecer una explicación (y los más osados una descripción) de lo que acontece
después de la muerte conduce a respuestas que no admiten comprobación empírica.
Se trata de una realidad metafísica, una abstracción del pensamiento que ofrece
una amplísima gama de posibilidades; literalmente un sinnúmero de alternativas
para el imaginario poético. Este trabajo indaga precisamente el tema de la
muerte en el imaginario poético de Nicanor Parra cuya propuesta poética
escatológica se aleja sustancialmente de la doctrina tradicional u ortodoxia
religiosa del país, que ha sido históricamente el credo de la Iglesia Católica.
Se rescatan, por ende, los textos de su obra cuyo análisis sustente la tesis de
una poética escatológica heterodoxa en la poesía contemporánea chilena.
El Nuevo diccionario de Teología
(2005), dirigido por Juan José Tamayo, en su extensa definición de la muerte
aclara que “[m]ás allá de su significado etimológico original, el término
“muerte” asume innumerables significados, según la interpretación que le han
dado las distintas culturas y creencias a lo largo de la historia” (655). Se
trata, entonces, de un concepto históricamente polisémico, es decir, que ha
sido semantizado sucesivamente con diversas acepciones. Cada una de las nuevas
resignificaciones de que ha sido objeto ha tenido como resultado un cambio
cultural revolucionario en cuanto se trata de un tipo de representación
simbólica que el ser humano prefiere mantener estable. La realidad metafísica
de la muerte es empíricamente inconstatable y se plasma en discursos religiosos
que permanecen irrefutados durante largos periodos de tiempo. En consecuencia,
llama la atención en esta investigación que la poética escatológica de Nicanor
Parra rompe esa perdurabilidad conceptual e instala una novedosa acepción de la
muerte que altera la tradicional significación religiosa en nuestro país.
El carácter heterodoxo de la
poética escatológica de dicho autor es una calificación dada en esta
investigación como resultado de la problematización semántica de la muerte en
su obra. La problematización del concepto muerte implica, primero, constatar
que se aleja de la acepción tradicional (ortodoxa); luego intentar calificarlo
a la luz de otras doctrinas o creencias, para concluir, finalmente, que se está
ante una acepción heterodoxa, inédita o asimilada. Ahora bien, la
problematización semántica de la muerte que se articula en este trabajo supone
una combinación de conceptos que, a nuestro juicio, puede ser complementado con
el aporte teórico de Octavio Paz y Roland Barthes, los que estructuro en tres
procesos sucesivos, y que dan como resultado una resignificación poética
escatológica.
Un primer proceso, que podríamos
llamar de carácter mítico, lo aporta Octavio Paz en El arco y la lira (1956).
Dicho autor sostiene que la poesía contemporánea encierra una vocación
revolucionaria en virtud de la cual la creación poética “se inicia como
violencia sobre el lenguaje” (38). Cito:
Gracias a la poesía el lenguaje
reconquista su estado original. […] Purificar el lenguaje, tarea del poeta,
significa devolverle su naturaleza original. […] La palabra, en sí misma, es
una pluralidad de sentidos. […] por obra de la poesía la palabra recobra su
naturaleza original, es decir, su posibilidad de significar dos a más cosas al
mismo tiempo” (47).
Según lo anterior, la poesía
tiene la fuerza para retrotraer cualquier palabra a su estado original, aquel
en el que dicha palabra se encontraba sin sentido, momento mítico al que le
sigue la fijación de un sentido determinado entre las múltiples posibilidades
de asignación. En virtud de esta retroactividad, la poesía limpia al lenguaje
de su sentido asignado y lo (des)sitúa; lo instala en una plataforma exenta de
significado para luego imprimirle un “otro” significado a las palabras que lo
componen. Según Paz, la poesía acepta la ambigüedad del vocablo y trabaja sobre
la base de esa polisemia.
Por lo tanto, el proceso mítico
que se adjudica a Octavio Paz es la primera parte del mecanismo de
resignificación poética en virtud del cual la poesía permite que el lenguaje
recupere su estado original, es decir, su potencial de plurisignificación. La
segunda parte, que llamamos proceso de asignación, se obtiene a través del
concepto de poesía moderna que desarrolla Roland Barthes en su ensayo El grado
cero de la escritura, de 1953. En la sección titulada “¿Existe una escritura
poética?” dicho autor contrapone a la poesía clásica con la moderna, aduciendo
que la poesía clásica, en cuanto variación ornamental de la prosa, no configura
un lenguaje independiente, a diferencia de lo que ocurre con la poesía moderna.
En la poética moderna que, según Barthes, se inicia con Rimbaud:
[L]as palabras producen una
suerte de continuo formal del que emana poco a poco una densidad intelectual o
sentimental imposible sin ellas; la palabra es el tiempo denso de una gestación
más espiritual, durante la cual el “pensamiento” es preparado, instalado poco a
poco en el azar de las palabras. Esta suerte verbal, de la que caerá el fruto
maduro de una significación, supone entonces un tiempo poético que ya no es el
de una “fabricación”, sino el de una aventura posible, el encuentro de un signo
y de una intención. (48, 49, el énfasis es mío).
Para Barthes, la función del
poeta clásico “no es la de encontrar palabras nuevas, más densas o más
deslumbrantes, es la de ordenar un protocolo antiguo” (50). El punto común
entre Paz y Barthes es la retroactividad que la poesía moderna ejerce sobre la
palabra hasta llegar a su “naturaleza original o polisemia” (Paz) o a su “grado
cero” (Barthes). Según Barthes, el grado cero aludido implica que la palabra es
“enciclopédica; contiene simultáneamente todas las acepciones entre las que un
discurso relacional hubiera impuesto una elección” (53). Por lo tanto, ambos
comulgan con la polisemia que ofrece la poesía moderna; Paz la deja abierta y
Barthes la cierra en la “significación” de un “nuevo lenguaje poético”. En consecuencia,
en la poesía moderna se combinan un primer proceso mítico (o grado cero) de la
palabra y un proceso posterior de significación (o resignificación poética).
Al primer y segundo proceso
teórico de la poesía moderna le sigue un tercer proceso, también moderno, que
llamamos de reacción. En esta tercera etapa ya no es suficiente con llegar al
punto mítico de la polisemia del concepto muerte y asignarle, acto seguido, un
determinado significado sino que, además, ese significado asignado debe
erradicar la acepción tradicional occidental conferida a dicha palabra. Este
concepto lo desarrolla Octavio Paz en su libro Los hijos del limo de 1972, al
consagrar la “tradición de la ruptura” como una paradoja que se aloja en la
modernidad (la permanente idea de que nada es permanente). En dicho libro el
autor señala:
La modernidad es un concepto
exclusivamente occidental y que no aparece en ninguna otra civilización. […] La
sociedad cristiana medieval imagina al tiempo histórico como un proceso finito,
sucesivo e irreversible; […] Es claro que la idea de modernidad sólo podía
nacer dentro de una concepción de un tiempo sucesivo e irreversible; es claro,
asimismo, que sólo podía nacer como una crítica de la eternidad cristiana. (33,
el énfasis es mío).
Siendo consecuente con la
paradójica “tradición de la ruptura”, la poesía moderna será, por su parte, una
negación de la modernidad misma. En palabras de Paz, contiene una “[d]oble
oposición, a la modernidad y al cristianismo, que es una doble confirmación del
tiempo histórico de la modernidad (revolución) como del tiempo mítico del
cristianismo (inocencia original)” (46).
Para este autor la poesía moderna
nace con el romanticismo inglés y alemán de fines del siglo XVIII y principios
del XIX, continúa en el simbolismo francés y luego en el modernismo
hispanoamericano para culminar en las vanguardias de principios del siglo XX
[1]. Los poetas que integran las tendencias revolucionarias del romanticismo
adoptan una posición de ambigüedad ante la religión cristiana de Occidente. Son
poetas con intensas inquietudes metafísicas pero con religiones que escapan a
una clasificación tradicional. Paz da los ejemplos de Holderlin y su divinidad
solar, la Virgen de Novalis y su Noche precristiana, las creencias heteróclitas
de Blake, las divinidades paganas en Nerval, el ateísmo de Shelley, la
Pantisocracia de Coleridge, etc. Ejemplos todos que le permiten concluir que
las religiones románticas se caracterizan por sus “herejías, sincretismos,
apostasías, blasfemias y conversiones” en donde “cada poeta inventa su propia
mitología” (53).
II.- La poética moderna de Nicanor Parra
comparte, sin dificultad, la misma inquietud metafísica de los poetas
románticos y asume la misma postura rupturista, mejor dicho, la continúa como
tradición. Asimismo, la siguiente reflexión que hace Paz respecto de la poesía
que va desde Holderlin y Nerval hasta Yeats y Rilke, puede hacerse igualmente
respecto a Parra: “[a]nte la progresiva desintegración de la mitología
cristiana, los poetas no han tenido más remedio que inventar mitologías más o
menos personales hechas de retazos de filosofías y religiones.” (63).
La poética de la muerte de gran
parte de los poetas chilenos se obtiene rescatando poemas y versos que
configuran su personal resignificación escatológica en un corpus que escapa a
la estructura estética original de su obra. Nicanor Parra, en cambio, ofrece
una poética escatológica en un libro cuyo tema central y principal es la muerte
con el énfasis dado en su resignificación. Se trata de Versos de salón, de
1962.
Sin embargo, antes de entrar en
el análisis de dicho texto es necesario indagar previamente en la antesala que
sobre el tema ofrece su libro Poemas y antipoemas, de 1954. Sin la intención de
repetir lo que profusamente se ha dicho en la crítica acerca de la antipoesía,
me limitaré a señalar, dentro de la línea de esta investigación, lo que podría
sindicarse como una indagación preparatoria acerca de la resignificación de la
muerte en la estética antipoética del libro Poemas y antipoemas. En la tercera
sección de dicho libro, que contiene los antipoemas propiamente tales, están
incluidos los textos que plasman la inquietud metafísica que servirá de base a
la resignificación escatológica de sus obras posteriores y que se encuentran en
cuatro antipoemas: “Madrigal”, “Solo de piano”, “Palabras a Tomás Lago” y “La
víbora”, cuyos extractos transcribo:
Yo me haré millonario una noche
[…]
Me parece que el éxito será
completo
Cuando logre inventar un ataúd de
doble fondo
Que permita al cadáver asomarse a
otro mundo […] (“Madrigal”, 87).
Ya que la vida del hombre no es
sino una acción a distancia, […]
Un rompecabezas que es preciso
resolver antes de morir
Para poder resucitar después
tranquilamente […]
Yo quiero hacer un ruido con los
pies
Y quiero que mi alma encuentre su
cuerpo. (“Solo de piano”, 88).
Antes de entrar en materia,
Antes, pero mucho antes de entrar
en espíritu,
Piensa un poco en ti mismo, Tomás
Lago, y considera lo que está por
venir,
También lo que está por huir para
siempre
De ti, de mí,
De las personas que nos escuchan
Me refiero a una sombra
A ese trozo de ser que tú
arrastras […]
(Me refiero a una luz). […]
Si te parece, piensa en el más
allá,
Porque es justo pensar
Y porque es útil creer que
pensamos. (“Palabras a Tomás Lago”, 92, 93).
[…] la víbora […]
Apasionada hasta el delirio no me
daba un instante de tregua,
Exigiéndome perentoriamente que
besara su boca
Y que contestase sin dilación sus
necias preguntas
Varias de ellas referentes a la
eternidad y a la vida futura […] (“La víbora”, 100).
Como se desprende del tenor de
las citas, no se detecta la intención del sujeto parriano de ofrecer una
resignificación de la muerte sino que evidencia una inquietud metafísica
expuesta en términos antipoéticos. Abre interrogantes sobre la posibilidad de
una vida más allá de la muerte “cuando el cadáver se asome a otro mundo” a
través “del doble fondo del ataúd”; alude a una “tranquila resurrección” cuando
“el alma encuentre su cuerpo”; a su vez, el hablante se dirige apostróficamente
a Tomás Lago para que “piense en el más allá”; y la víbora le exige que le
conteste sus “necias preguntas acerca de la eternidad”. En el plano de la
resignificación, estamos ante versos que plantean interrogantes más que
aseveraciones.
En Versos de salón, en cambio,
podemos obtener respuestas. El libro contiene treinta poemas de los cuales
veinte tratan el tema de la muerte. Del formato de pregunta contenido en Poemas
y antipoemas pasamos al primer poema de Versos de Salón, titulado “Cambios de
nombre”, de suyo explícito en la materia, ya que dicho cambio de nombre implica
otorgar una nueva identidad a algo, conferirle una nueva acepción, modificarle
el significado. Cito intercaladamente los versos precisos:
A los amantes de las bellas
letras
Hago llegar mis mejores deseos
Voy a cambiar de nombre a algunas
cosas.
Mi posición es ésta:
El poeta no cumple su palabra
Si no cambia los nombres de las
cosas […]
Sepan que desde hoy en adelante
Los zapatos se llaman ataúdes […]
Y antes que se me olvide
Al propio dios hay que cambiarle
nombre
Que cada cual lo llame como
quiera:
Ese es un problema personal.
(Obra gruesa, 65).
El poeta ha dejado atrás el
ámbito de las preguntas sobre la muerte para involucrarse directamente en el
tema semántico de su resignificación escatológica. Su novedad consiste en
plantearnos explícitamente el desafío que “debe” tener todo poeta de “cambiar
los nombres de las cosas”. Es una interpelación, es decir, la exigencia de una
explicación hecha por el poeta a sí mismo en relación a la necesidad de una
resignificación escatológica. Parra, en un gesto de astucia poética, plantea la
necesidad de la resignificación pero no la concede. Es más, se desliga de la
responsabilidad auto impuesta en los primeros versos para sostener en los
últimos que, si bien al propio dios hay que cambiarle el nombre, “cada cual
debe llamarlo como quiera” porque se trata de un problema personal. Nos
encontramos, por ende, en primera instancia, ante un sujeto lírico que, en un
monólogo engañoso consigo mismo, desafía al lector a realizar un proceso de
resignificación de la cual no se hace responsable.
Autores modernos como Neruda,
Mistral o Prado (por citar algunos que tratan el tema escatológico) se lanzan a
conquistar el vacío semántico, y junto a ellos el lector que los secunda, en un
gesto altamente poético. Parra, en cambio, al borde del abismo incita a saltar,
sin lanzarse, provocando un giro altamente antipoético. Parra es consecuente, y
su poética refleja a un Yo lírico destronado, “que baja del Olimpo”, para
confundirse con los lectores. Parra le quita solemnidad al sujeto lírico, le
quita gravedad y lo expulsa del lugar de privilegio en el que siempre estuvo
situado, y que le confería el “poder” de la poesía. De esta manera, el sujeto
lírico “descolocado” y trivializado puede hacerse todas las preguntas
metafísicas que se le ocurran, al igual que cualquier lector, pero no puede
imponer la autoridad de una respuesta ya que su lugar de enunciación ha sido
desacralizado. En un arrebato de impotencia exclama: “déjense de preguntas. /
En el lecho de muerte / cada uno se rasca con sus uñas.” (Obra gruesa, 68).
Como consecuencia de lo anterior,
el sujeto parriano deambula democráticamente con los lectores entre las
preguntas metafísicas, buscando la ayuda que a los poetas tradicionales no se
les habría ocurrido solicitar, según se desprende de los siguientes versos:
“porque tarde o temprano / tiene que aparecer / un sacerdote que lo explique
todo”; y casi con desespero en otro poema: “la primera pregunta de la noche /
se refiere a la vida de ultratumba: / quiero saber si hay vida de ultratumba /
nada más que si hay vida de ultratumba / […] / ¡alguien tiene que estar en el
secreto!”; e incluso con enojo: “porque si somos tierra solamente / no veo para
qué / continuamos filmando la película: / pido que se levante la sesión.” (Obra
gruesa, 94, 101, 69).
Pero esta es una primera aproximación
al problema. A pesar de esta aparente evasión, el sujeto parriano sí nos brinda
una resignificación escatológica. Después de espetar que “cada uno se rasca con
sus uñas” y que el sujeto lírico no se hace responsable de desafíos semánticos
escatológicos, termina confesándose con la resignificación más tradicional
entre las heterodoxas de la cultura occidental judeo-cristiana, esto es, la
concepción ateísta de la muerte. Al respecto es explícito y no deja lugar a
dudas: “convénzanse que no hay dios” y en otro poema: “soy un ateo timorato”
(Obra gruesa, 80, 93). Los versos evidencian una contradicción en el énfasis y
demuestran que el sujeto lírico ha tomado conciencia de que está incursionando
en terrenos que lo acercan peligrosamente al Yo lírico de la poesía
tradicional.
Cuando el sujeto parriano se
dirige a los lectores casi gritándoles que Dios no existe (“convénzanse que no
hay dios”, y dios con minúscula), está tomando una posición escatológica. Es
por esa razón que después baja el tono y dice que es ateo pero “timorato”
(tímido, indeciso, apocado). Por un lado es enérgico en su declaración de ateo
y por otro es tímido, y esa oscilación se comprende. Declararse ateo, sea
enérgica o tímidamente, implica que el sujeto lírico parriano, en primer lugar,
no sólo se pregunta acerca de la muerte, sino que, en segundo lugar, declara
necesario resignificarla y, en tercer lugar, confiere finalmente una respuesta
categórica: Dios no existe. Eso es una toma de posición que incomoda al
hablante parriano y lo hace titubear.
El ateísmo conlleva,
históricamente, una carga cultural que en Occidente ha significado tildarlo de
transgresor, irruptivo y alterador de un orden establecido por el teísmo
judaico, cristiano e islámico[2]. Sin embargo, desde la perspectiva de la
resignificación escatológica de nuestra investigación, su impacto semántico no
es tan rotundo como el cultural. El ateísmo denota la mera ausencia de creencia
en Dios o la creencia rotunda de que no lo hay. En un caso el ateo no cree
realmente que haya uno a varios dioses y en el segundo caso cree enfáticamente
que no los hay. El ateísmo no postula que no hay vida después de la muerte;
simplemente cree que no hay una o varias divinidades poblando esa otra
realidad. Dicha doctrina acepta cualquier propuesta escatológica que no incluya
deidades superiores. No asevera, por ende, que después de esta vida adviene la
nada.
Cuando el sujeto parriano se
declara ateo no está negando la posibilidad de una realidad metafísica supra
vida, sino que simplemente niega que en esa otra posible realidad existan
dioses o divinidades superiores. El sujeto parriano está abierto a una
significación escatológica amplia; cualquier propuesta metafísica de supra vida
vale y es por ello que el ateísmo le acomoda a la antipoesía. Recordemos, a su
vez, que el sujeto parriano ha sido destronado y desacralizado y, por lo tanto,
no puede comprometerse con una alternativa de resignificación poética. Ello
implicaría retroceder al lugar de enunciación del sujeto lírico tradicional
investido de poderes solemnes, superiores y trascendentes. Su propuesta
escatológica antipoética es coherente al adscribirse al ateísmo, ya que el
sujeto lírico no le impone jerárquicamente al lector una opción metafísica
determinada y, junto a este último, se encuentra a la deriva de las
posibilidades. Pero su propuesta antipoética tiene un sólo desliz: adopta una
posición de rechazo a los dioses. Aquí la antipoesía tambalea. Es coherente en
la medida en que no impone al lector una figura de resignificación escatológica
pero se debilita cuando, dentro de esa abierta gama de posibilidades, excluye
la eventual existencia de dioses y hace partícipe al lector de esa exclusión.
El agnosticismo, a diferencia del
ateísmo, cierra todas las puertas a esta investigación[3]. Dicha doctrina
señala que dado que las ideas metafísicas no pueden ser demostradas ni
refutadas simplemente no se les considera. Todos los discursos relativos a la
muerte son finalmente metafísicos y místicos, y por ende, rechazados de plano
por el agnosticismo. El ateísmo no cree en la existencia de Dios pero no
excluye una posible supra vida. El agnosticismo es más tajante y no considera
en su discurso una posible supra vida y menos la posible existencia de
divinidades.
En este sentido, y hasta este momento
del análisis, el sujeto parriano no es agnóstico sino ateísta, tal como lo
sostiene expresamente en los versos antes citados. Aún más, la inquietud
metafísica del hablante denota una alta dosis de espiritualidad que está lejos
de ser agnóstica cuando suplica: “responde sol oscuro / ilumina un instante /
aunque después te apagues para siempre.” (Obra gruesa, 75). El sujeto lírico
confiesa su imposibilidad de significación escatológica y suplica por una señal
semántica, aunque sea brevísima. Del poema titulado “Lo que el difunto dijo de
sí mismo” rescato los primeros versos:
Aprovecho con gran satisfacción
Esta oportunidad maravillosa
Que me brinda la ciencia de la
muerte
Para decir algunas claridades
Sobre mis aventuras en la tierra,
Más adelante, cuando tenga
tiempo,
Hablaré de la vida de ultratumba.
(Obra gruesa, 94).
En el característico tono
antipoético el poeta brinda la ficción de un sujeto que habla desde la muerte y
que rememora el transcurso de su vida. Es un poema imposible de sugerir desde
una perspectiva agnóstica pero sí desde una mirada ateísta. Obviamente,
siguiendo el criterio antipoético, el sujeto parriano jamás hablará de la vida
de ultratumba aunque allí lo anuncie. El anuncio queda en simple amenaza de
resignificación semántica y postergado irónicamente para “cuando tenga tiempo”
(¿tendrá tiempo en la eternidad?).
Finalmente, el libro Versos de
salón termina con el poema “Discurso fúnebre” que, a modo de epicedio, reafirma
la fuerte disposición espiritual y metafísica del sujeto parriano que busca una
significación poética-escatológica. Después de sostener que es amigo de los
muertos y que sólo él se conduele de ellos, se despide con el verso “y me voy a
charlar con los espíritus” (Obra gruesa, 103), quizá con la secreta esperanza de
que ellos puedan darle una respuesta en su afán de resignificación
escatológica.
En las obras posteriores de
Nicanor Parra el sujeto parriano mantiene esporádicamente el tema de ultratumba
pero ya no con afán de resignificación semántica. No se perciben las
imploraciones espirituales de Versos de salón. Vuelve su mirada hacia la vida y
da la espalda a sus “amigos”, los muertos y los espíritus, con los que se fue a
charlar al final de la referida obra. En efecto, el sujeto parriano en
Canciones rusas (1967) y La camisa de fuerza (1968), ambas compiladas en Obra
gruesa, a ratos asume una posición anti clerical y en otras ocasiones adopta
una actitud de rebeldía herética que tiene por objeto subvertir, en “esta vida”
terrenal, el orden religioso tradicional con aseveraciones ocurrentes.
Sucede algo similar en Sermones y
prédicas del Cristo de Elqui (1977) y Nuevos sermones y prédicas del Cristo de
Elqui (1979), donde el sujeto lírico vuelve a reiterar su ateísmo. Como lo ha
señalado la crítica, en estas dos obras se comprueba el impacto que las
circunstancias políticas de Chile en la década de 1970 causaron en la propuesta
estética antipoética. Se percibe, por consecuencia, que se profundiza la
conexión del sujeto parriano con la vida en el sentido opuesto al de la
resignificación escatológica. Resultado de lo anterior es que se aleja, aún más,
de las interrogantes metafísicas que se plasmaron en las obras de las décadas
de 1950 y 1960.
En Hojas de Parra (1985), el
autor, a través de la personificación de los cadáveres refuerza el vínculo
semántico con la vida. A modo de ejemplo, en los poemas “Descansa en paz”,
“Debajo de mi cama”, “El poeta y la muerte” y “Mi cadáver y yo” el hablante es
un cadáver que actúa como si estuviese vivo en relación a las sensaciones que
persisten porfiadamente en su cuerpo muerto. Otro tanto ocurre en la obra Discursos
de sobremesa (2006) en cuyo “Discurso de Guadalajara”, en el que homenajea
“parrianamente” al escritor mexicano Juan Rulfo, se alude al personaje
principal de la obra rulfiana, Pedro Páramo, con un tratamiento escatológico
similar al que dicho autor da a los muertos en su novela. Parra, por lo tanto,
no se hace cargo de la resignificación de la muerte sino que atrae con fuerza
centrípeta todo el discurso poético de los muertos a la dimensión de los vivos.
El poeta ya no conduce al lector a la muerte sino que trae al hablante muerto a
la vida.
De esta manera, el tratamiento
poético de la muerte que Parra desarrolla en su obra tardía se aleja de la
propuesta de resignificación escatológica que planteó en sus primeros trabajos.
En esta breve sinopsis que
hacemos de la obra de Parra, ceñida al tema en estudio, se percibe inicialmente
un programa poético de resignificación semántica de ultratumba que va
diluyéndose paulatinamente en sus obras posteriores para ser finalmente un tema
abandonado en su poética del siglo XXI. En este progresivo avance es imposible
no detectar un permanente e irresuelto escarceo entre el ateísmo y el
agnosticismo del sujeto parriano. Tal como lo señalara anteriormente, el sujeto
parriano se declara explícitamente ateo en los versos ya comentados de sus
obras iniciales. Sin embargo, casi al final de su Obra gruesa (1969), hay unos
versos contrarios a la postura que hasta dicha fecha tenía el hablante, y que
cito: “[Q]ueda de manifiesto / […] que el espíritu muere con el cuerpo” (168) y
“[A] propósito de escopeta / les recuerdo que el alma es inmortal. / El
espíritu muere / el cuerpo no. / […] Entre ustedes y yo: / el espíritu muere
con la muerte” (174). Por una parte el sujeto sostiene que “el alma es
inmortal” y ocho versos más abajo señala que “el espíritu muere con la muerte”.
Se trata de una evidente contradicción hecha ex profeso. La antipoesía
considera a la contradicción como parte de su postulado estético, lo que se
confirma en su poema “Me retracto de todo lo dicho” (al final del mismo libro),
que transcribo: […] [M]e retracto de todo lo dicho. / Con la mayor amargura del
mundo / me retracto de todo lo que he dicho” (183).
Desde esta declaración poética se
inicia una oscilación del sujeto parriano entre el ateísmo (que permite una
resignificación semántica de la muerte con exclusión de las divinidades
superiores) y el agnosticismo (que rechaza toda consideración metafísica y, por
ende, la posibilidad poética de la resignificación escatológica). El
agnosticismo se configura como la última etapa en el abanico de las
resignificaciones escatológicas en la que se resta todo significado a la muerte
al incorporarla a la nada semántica, al vacío verbal. Es el polo extremo de la
designificación que detiene el avance de toda investigación metafísica.
En Chistes para desorientar a la
policía poesía, de 1982, rescato los siguientes versos al efecto:
Vengo desde la nada
no sé hacia dónde voy
La palabra alma me pone los pelos
de punta
– Si prefiere la cambio por espíritu
– No olvidaré jamás su gentileza […]
Hay que creer en algo mi señor
Usted parece no creer en nada
Defínete de una vez.
– Ex payaso de la burguesía
Yo soy + de la nada que del todo
mucho + del espacio que del
tiempo
+ de la muerte me considero que del sexo
(Obras completas II, 136, 138,
140).
En el “Discurso del Bío Bío”,
luego de hacer mención a varios de los poetas canónicos de Chile, señalando que
“le hubiera encantado verlos en primera fila”, remata afirmando que “[l]o +
probable es que no estén en ninguna parte” (Obras completas II, 760).
Por lo tanto, se podría concluir
que en su trayectoria poética Nicanor Parra plantea tímidamente, en Poemas y
antipoemas, una inquietud metafísica que en su Obra gruesa se transforma en un
imperativo de resignificación escatológica. En ese afán ofrece, casi a
contrapelo con la estética antipoética, la propuesta heterodoxa del ateísmo que
rechaza la idea de Dios pero no la de otras categorías metafísicas. En sus
obras posteriores (y hasta la fecha) opta por abandonar, en un giro agnóstico y
a través de un discurso fuertemente arraigado a la vida, las incursiones
místicas que inspiraron sus primeros trabajos con la consecuente
designificación de la muerte. “Nada del otro mundo” nos dirá Parra (Obras
completas II, 293).
El giro agnóstico antes
constatado impone un breve comentario sobre la opinión que sostiene la crítica
respecto a que la poesía de Nicanor Parra es, entre otras, una manifestación de
la Posmodernidad Hispanoamericana.
En un apretado resumen cuyo
tratamiento pormenorizado excedería los límites de este trabajo, podemos
señalar que la Posmodernidad es una palabra cuyo prefijo acusa su postura
reactiva; es una reacción a la Modernidad. Pese a la sabida dificultad que
implica dar una noción precisa de posmodernidad (en parte debido a su
vigencia), se ha llegado a un consenso respecto de sus fundamentos, esto es,
que el arte, la cultura, el pensamiento y la vida social impulsada por el
proyecto modernista fracasó en su intento de lograr la emancipación de la
humanidad. Según Norbert Lechner, “el desencanto con el futuro es
fundamentalmente una pérdida de fe en determinada concepción del progreso”
(30). Consecuencia de lo anterior es que los pensadores de esta corriente
cuestionan las “grandes narrativas” del progreso social e intelectual iniciadas
por la Ilustración (Lyotard), y algunos de sus textos anuncian el reinado de
los “simulacros” y el mundo de la “hiperrealidad” (Baudrillard y Eco). A su
vez, la recombinación de las piezas diseminadas de un pasado perdido, mediante
la estética del “pastiche”, configura la lógica cultural del capitalismo tardío
(Jameson).
A las causas señaladas por
Lyotard en relación a la incredulidad de la Posmodernidad con respecto a los
metarrelatos (erosión interna del principio de legitimidad del saber y las
múltiples atrocidades cometidas o sufridas en nombre de la modernidad), el
crítico Niall Binns, agrega, entre otras, la siguiente:
“(iv) La modernidad fue en primer
lugar una secularización, que dejó intacta, aunque vaciada de su contenido
explícitamente trascendental, la fe judeo-cristiana en el progreso histórico
(camino a la salvación). Este remanente del pasado se debía, sin duda, a una
nostalgia por la divinidad perdida, y al correspondiente esfuerzo -o necesidad-
humano por rellenar el vacío espiritual con otras creencias o grandes relatos.
Para muchos teóricos, esta nostalgia de lo divino está hoy en vías de
desaparición. […] La muerte definitiva de Dios sería la muerte definitiva,
también, de todos los grandes relatos (78, la cursiva es mía)[4].
Al respecto recordemos los versos
de Parra correspondientes a las décadas de 1950 y 1960, ya citados, y que
denotan una fuerte inquietud metafísica, una afanosa búsqueda de significación
poética-escatológica copada de preguntas sin respuesta. En sus libros Poemas y
antipoemas (1954) y Obra gruesa (1962), el sujeto lírico parriano no admite ser
encasillado sin más en una poética posmoderna hispanoamericana desde el momento
en que todavía lo embarga una pesada carga espiritual que lo acerca con más
precisión a las características de un sujeto moderno. En estos textos aún se
percibe “una nostalgia por la divinidad perdida” que, según Binns, afecta al
sujeto moderno. El sujeto parriano, en estas obras, todavía quiere conocer el
gran relato de ultratumba (el que sea).
En la oscilación de la poesía de
Parra se pudo constatar el giro agnóstico del sujeto parriano que abandona
paulatinamente (desde Obra gruesa en adelante) la inquietud metafísica de una
significación poética de ultratumba y su eventual relato, a través de un discurso
fuertemente arraigado a la vida y que lo deposita, en su obra tardía, más
cómodamente en una categoría de sujeto posmoderno.
Lo anterior implica que no debe
asimilarse la categoría estética-poética de la Antipoesía con la filosofía
estética de la Posmodernidad. Toda la obra de Nicanor Parra, desde el año 1954,
adopta la estructura antipoética donde, principalmente, se desacraliza al
hablante lírico, pero no por ello toda la obra parriana será posmoderna. En la
medida que el sujeto parriano (desacralizado) mantiene la inquietud metafísica
hacia una significación anti poética de ultratumba, no es estrictamente
posmoderno y lo será cuando dicha inquietud desaparezca paulatinamente de su
discurso poético.
En consecuencia, es impreciso
señalar a Nicanor Parra como un poeta hispanoamericano posmoderno sin hacer la
distinción antedicha. La obra poética de dicho autor, al ser considerada en
conjunto, admite que el sujeto lírico de su obra inicial tenga las
características de un sujeto moderno desde que se cuestiona metafísicamente y
no abandona el proceso de resignificación escatológica, constituyéndose en
dicha etapa inicial, en precursor de su propia poética posmoderna posterior.
Más que un poeta, única y exclusivamente posmoderno, es un poeta cuya obra
atestigua la transición hacia una poética posmoderna.
Obras citadas
Barthes, Roland. El grado cero de
la escritura. Buenos Aires: Siglo XXI editores, 1973.
Binns, Niall. Nicanor Parra o el
arte de la demolición. Valparaíso, Chile: Editorial UV de la Universidad de
Valparaíso, 2014.
Diccionario Akal de Filosofía.
Madrid: Ediciones Akal S.A., 2004. EN LINEA:
https://holismoplanetario.files.wordpress.com/2009/07/audi-robert-diccionario-akal-de-filosofia.pdf
Lechner, Norbert. “Un desencanto
llamado posmoderno”. Documento de trabajo del programa FLACSO, Número 369,
Santiago, 1988.
Parra, Nicanor. Obra gruesa.
Santiago: Editorial Andrés Bello, 1983.
Obras completas & algo
+ (1975 – 2006). Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2012.
Poemas y antipoemas.
Madrid: Ediciones Cátedra, 1988.
Paz, Octavio. El arco y la lira.
México: Fondo de Cultura Económica, 1986.
Los hijos del limo.
Santiago: Tajamar Editores Ltda., 2008.
Real Academia Española.
Diccionario de la lengua española., Madrid, 1992. Vigésima primera edición.
Tamayo, Juan José. Nuevo
diccionario de Teología. Madrid: Editorial Trotta, 2005.
Notas
[1] Nótese la diferencia entre
Octavio Paz y Roland Barthes respecto al surgimiento de la poesía moderna.
Según Barthes se inicia con Rimbaud y según Paz con el romanticismo inglés y
alemán.
[2] “Teísmo y ateísmo son dos
conceptos interrelacionados que afirman y niegan, respectivamente, la
existencia de Dios. En principio lo que se afirma o rechaza es la existencia de
la divinidad, uno o muchos dioses, no de alguno en concreto, como podría ser el
de la concepción judeo-cristiana o la imagen de Dios que se ha desarrollado en
la teoría filosófica. […] Lógicamente, se puede rechazar que exista un dios
concreto, el defendido por una religión o concepción filosófica determinada, y,
sin embargo, no excluir que pueda existir lo divino. Generalmente, lo que se
entiende por ateísmo es lo primero, que Dios no existe, y no simplemente rechazar
un determinado concepto de divinidad. Esta es también la acepción vulgar del
ateísmo y la que recoge el Diccionario de la lengua española.” (Nuevo
Diccionario de Teología, Editorial Trotta, 847).
[3] “Agnosticismo (del griego a-,
“no”, y gnostos, “conocido”), término inventado por Thomas Henry Huxley en 1869
para denotar la actitud filosófica y religiosa de quienes afirman que las ideas
metafísicas no pueden ser refutadas ni demostradas. Huxley escribió: “ni afirmo
ni niego la inmortalidad del hombre. No veo ninguna razón para creerlo, pero,
por otra parte, no veo manera de refutarlo. No tengo ninguna objeción a priori
de esa doctrina”. El agnosticismo es una forma de escepticismo aplicado a la
metafísica y especialmente al teísmo. Esta posición se atribuye a veces a Kant,
quien mantuvo que no podemos tener conocimiento de Dios o de la inmortalidad, y
tenemos, por tanto, que conformarnos con la fe. El agnosticismo no debe
confundirse con el ateísmo, la creencia de que no existe ningún dios.” (Diccionario
Akal de Filosofía, 42).
[4] Nicanor Parra o el arte de la
demolición, Niall Binns, 2014.
TOMADO DE:
CRITICA.CL (REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO)
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