martes, 5 de abril de 2011
EL FLUIDO LITERARIO: INTERNET Y LA LITERATURA
Por: Dr. Joaquín Mª Aguirre Romero
Universidad Complutense de Madrid
Falsos enemigos
Hay veces en que las apariencias nos engañan y tenemos percepciones distorsionadas de las cosas. Así ha sucedido con Internet y, más específicamente, con su relación con el mundo de las Letras. AI principio existía bastante recelo y parecía que el libro y el ordenador representaban espacios separados, irreconciliables, antagónicos. Ambos eran los estandartes de dos mundos: el de fa tradición cultural y et de la revolución tecnológica.
En otras ocasiones hemos tenido oportunidad de analizar estas relaciones. Bástenos con señalar, de forma resumida, que el libro no es la Literatura, ni el ordenador una simple herramienta tecnológica.
Si consideramos no lo que los separa, sino lo que comparten, nos daremos cuenta de que vemos las cosas de forma muy distinta. El libro no es más que el soporte material de la palabra, una forma histórica de empaquetar las palabras para hacerlas llegar a otros y para conservarlas. Es decir, el libro es un dispositivo tecnológico de almacenamiento y distribución de información. En cierto sentido, cumple la misma función que un disco magnético de almacenamiento o que un CD-ROM. La diferencia básica entre ambos es que el disco necesita de un dispositivo lector para que esa información magnética u óptica codificada pueda ser mostrada ante los ojos de un lector.
Evidentemente, estamos simplificando, pero no exagerando. La identificación entre la Literatura y los libros es una operación retórica en la que se toma el continente por el contenido. Los libros no son la Literatura. Quizá recuerden la novela de Ray Bradbury, Fahrenheit 451. Los libros son destruidos, pero la gente los memoriza. Mueren los objetos, lo material, pero la información se almacena en la mente y sigue circulando de forma clandestina. La situación que Bradbury reflejaba en su novela no es exclusiva del mundo de la ciencia-ficción. De hecho, esta situación se ha dado en multitud de ocasiones allí donde la libertad se ve restringida. ¿Cuántos poetas clandestinos, cuántos pensadores se han ocultado en las mentes de sus lectores para escapar de las censuras? Los libros, por tanto, no son la Literatura. De hecho, la Literatura es anterior a los libros y, seguramente, será posterior a ellos. El libro es una solución histórica -una buena solución, hay que decir- a un problema: cómo conservar y difundir la palabra.
Nos encontramos ante un falso debate. Los enemigos de los libros hay que buscarlos en otras parte, incluso entre los falsos amigos. Siempre he dicho que los peores enemigos de la Literatura en sí son tos malos libros. El problema no es que haya muchos ordenadores, sino que cada vez hay peores libros. Para que no piensen que soy derrotista lo diré de otra manera más aceptable: cada vez es menos probable que un buen libro se haga visible.
La creciente conversión de todas las instancias socioculturales en mero negocio hace que un buen texto tenga cada vez menos posibilidades: 1) de ser editado; 2) si es editado, de ser acogido en algún medio que lo dé a conocer; y 3) por tanto, de ser leído.
Mi parte optimista me hace pensar que no es que ya no se escriban buenos libros, sino que sencillamente no se encuentran en donde yo pueda encontrarlos. Es un problema de entrecruzamíento de destinos: el del libro que me interesaría leer y el mío. Pero estas líneas son cada vez más distantes. Los esfuerzos promocionales se centran cada vez más en obras que no durarán más allá de la temporada de su promoción. El encuentro queda cada vez más en manos de la casualidad.
Por esto Internet es importante para la Literatura. Y lo es por varios motivos. El primero de ellos es su doble naturaleza. Internet es una gigantesca imprenta virtual y también una gigantesca librería. Los textos circulan por ella, como información, de forma fluida. Liberados de la materialidad del objeto-libro, los textos recorren el globo de forma casi instantánea. Internet también es un depósito textual en el que se encuentran millones y millones de páginas virtuales.
Pero hay un tercer elemento que permite articular los dos anteriores: Internet es un medio de comunicación horizontal. Esta horizontalidad proviene de su configuración como Red. A diferencia de los medios masivos tradicionales de comunicación, Internet no tiene una estructuración jerárquica que separe productores y receptores, sino que cualquier ordenador puede, teóricamente, acoger a otros visitantes o emitir información.
Yo escribo, tú me lees
Uno de los argumentos más usados contra la Red es que cualquiera puede escribir algo en ella. Este argumento no es nuevo. De hecho, se utilizó contra la imprenta en su momento. Es el tipo de razonamiento que yo califico como de control. Alrededor del mundo de los libros -lo que es llamado el sistema textual- se tejen toda una serie de instituciones que tratan de regir las condiciones de producción, distribución, consumo, clasificación y valoración. Todos estos aspectos son funciones socioculturales.
Las reglas de producción son las que determinan las condiciones de la escritura y de la autoría. Son las que establecen quién puede ser llamado "autor" y qué tiene que hacer para ser calificado como tal. También regulan la producción material, es decir, qué puede ser llamado "editorial" y cuáles son sus condiciones legales, económicas, etc.
Las reglas de distribución, por su parte, afectan a las condiciones físicas, legales, económicas, etc. que regulan el movimiento de los libros. También el consumo tiene sus propias condiciones: hábitos de lectura, gustos, etc. La clasificación es la función que ordena el universo textual estableciendo las diversas áreas y categorías del orden de los libros. Por último, la valoración se ocupa de establecer las jerarquías entre los textos; es tarea de la crítica, de los historiadores y del mundo académico.
Todas estas funciones han tenido su propia evolución histórica y no eran las mismas en el mundo antiguo que en el medieval o con la imprenta. Cuando hoy se dice que "en Internet cualquiera puede publicar" como un reproche, se está reconociendo implícitamente que se están violando unas reglas no escritas, pero que determinan perfectamente quién o quiénes están en condiciones de publicar.
“Publicar" no es más que hacer público. Esto significa que se ponen en circulación una serie de textos a los que se puede acceder desde una comunidad más o menos amplia. El texto, producido en el ámbito de lo privado, se materializa y se abre a lo público para ser adquirido y, en su caso, leído por la comunidad.
En el proceso que va de la escritura a la publicación se han ido creando toda una serie de instituciones mediadoras que se han especializado en las diversas funciones que les competen. Son el resultado de una evolución histórica determinada. Sabemos que los primeros impresores, por ejemplo, realizaban las funciones que hoy realizan separadamente editores, impresores, distribuidores y libreros. Imprentas y editoriales son, hoy, elementos separados. Una imprenta puede trabajar para diversas editoriales y no realiza las tareas de selección, corrección, etc. propias de la función editorial.
Este reproche contra Internet es el resultado de que la Red permite una reunificación de las funciones que se fueron separando e institucionalizando históricamente. El hecho de que cualquiera puede publicar es el resultado de que un nuevo dispositivo tecnológico permite que una misma persona pueda crear, editar, publicar y distribuir un texto sin tener que recurrir a otras instancias. Es decir, la Red da independencia y autonomía.
Esto, desde algunas perspectivas, es un retroceso porque vacía de contenido las funciones separadas evolutivamente. Sin embargo -y esta es mi opinión-, pienso que es su gran logro. Olvidamos a menudo que la libertad de expresión y la libertad de imprenta son dos elementos que se ven condicionados por los medios disponibles, tanto desde el punto de vista tecnológico como económico. "Expresión" e "impresión" se vinculan directamente, como derechos, con el concepto de comunicación. "Expresarse" es tener el derecho a pensar y decir. Se dice que los pensamientos son libres, pero para seguir siéndolo, muchas veces, deben permanecer en el silencio. Sin la posibilidad de decirlos a otros, la libertad de pensamiento no es más que una ironía. "Impresión", por su parte, es tener el derecho a hacer llegar a otros lo que hemos pensado. Es decir, a materializar los pensamientos para darlos a conocer. En ambos caso, el hecho comunicativo es el que da sentido a los dos derechos.
También olvidamos que con estos derechos fundamentales ha sucedido una situación paralela a la de los otros derechos políticos: se han convertido en delegados o representativos. Es decir, hemos cedido el derecho a otros para que nos representen. Cuando son las editoriales las que deciden qué debe publicarse y qué no, no están realizando una simple función de mercado, sino utilizando un criterio que afecta directamente un derecho fundamental. Tendemos a considerar que la libertad de expresión afecta sólo a los aspectos políticos. Sin embargo, este criterio es demasiado restrictivo. Creo que la expresión es algo que afecta a todas las dimensiones del pensamiento, incluida la creación en todas las variantes del arte. Lo contrario es la profesionalización de los derechos, de la misma forma que la profesionalización de los derechos políticos da lugar a la figura del "político profesional". El Arte -el resultado de la creatividad- no es una profesión; es ante todo una dimensión del ser humano, una actividad que nos permite desarrollarnos como personas. El hecho de que ciertas personas puedan ganarse, mejor o peor, la vida realizando actividades artísticas no debería ocultar esta dimensión general y, sobre todo, no debería restringirlas.
Las leyes de todos los países con democracia reconocen el derecho de cualquiera a difundir sus ideas. El problema es que, para lograrlo, hay que adquirir el beneplácito de una serie de instituciones intermedias entre el individuo y la comunidad receptora.
Pero hay otro argumento a favor más. El mundo que regula los procesos de producción cultural -las denominadas "industrias culturales"- se ha estrechado merced a los procesos de concentración empresarial y a la internacionalización. La creación es cada vez menos espontánea y cada vez más algo planificado y diseñado como producto cultural. Esto está produciendo un fenómeno de distorsión histórica de las líneas de creación. El arte verdadero, la idea original, el pensamiento crítico es riesgo porque trata de modificar las relaciones con la tradición. Y todas las doctrinas de la mercadotecnia dicen que el riesgo es algo que hay que reducir al mínimo. La forma de reducir el riesgo más efectiva es, evidentemente, la obra de encargo, el texto que se pide con unas pautas determinadas. Estas pautas tienden a repetirse de forma automática y su manifestación más clara es el best seller, obra diseñada desde sus orígenes para ser comercializada conforme a unos gustos detectados y probados por el éxito en el mercado. El problema no es que existan los best sellers; el problema es la reducción de las oportunidades de todo lo que suponga riesgo innovador y, como efecto, la creación de unos hábitos de consumo cada vez más adocenados en la sociedad.
Internet permite abrir un amplio canal de circulación textual. La naturaleza horizontal, que antes señalábamos, permite que los filtros y condicionantes existentes en el mundo material de los libros se reduzcan. No desaparecen, pero es evidente que se reducen en muchos sentidos.
Tengo un recuerdo de muchos años en la Feria del libro de Madrid: un viejo escritor cargado con una bolsa y la mano llena de libros paseando entre la gente que visita las casetas editoriales. Durante muchos años, siempre le escuché las mismas palabras promocionales: "Del autor al lector". Cargado con sus libros, intentaba llegar a sus lectores directamente. No sé si sus libros eran buenos o malos, pero luchaba por encontrar, bajo el fuerte sol del junio madrileño, sus lectores.
Esta opción es la elegida por muchos autores -y no sólo noveles- para saltarse los condicionamientos editoriales. Ahora lo hacen a través de Internet. Muchos serán ignorados, pero otros están teniendo ya un éxito regular que ha llamado la atención de las editoriales. Algunas, incluso, están sometiendo el veredicto sobre la publicación impresa a través de consultas en la misma Red. Son los ciberlectores con sus opiniones los que deciden si el texto debe dar el salto de lo virtual a lo material.
Como editor, tengo la experiencia frecuente de la solicitud para revistas y libros impresos de material que ha aparecido primero en la revista digital que dirijo. Puede que muchos editores recelen de la Red, pero lo cierto es que no le quitan el ojo.
Entre la red y el mundo material se produce un trasiego constante en el que artículos u obras publicados en papel y de deficiente distribución y promoción adquieren una nueva vida al pasar a la Red. También se produce el fenómeno contrario: los artículos aparecidos en Internet son solicitados por diversas publicaciones impresas. Ambos fenómenos nos indican que la separación entre lo impreso y lo digital es, en gran medida, ficticia y que ambos cumplen una función cultural complementaria: la ampliación del campo de difusión.
Desde el punto de vista de la cultura, lo importante es la posibilidad de circulación textual. Los sistemas de almacenamiento, de empaquetado de los contenidos, no son irrelevantes, pero son relativos. Lo prioritario es el texto. Por eso insistimos desde el comienzo en que los libros no son la Literatura. La Literatura la componen los textos y son estos los que perduran culturalmente pasando de generación en generación si son valiosos, sobreviviendo al proceso de filtrado que supone la Historia.
Es evidente que Internet ha multiplicado el número de textos en circulación. Existen millones de páginas repartidas por todo el mundo. Unas serán más valiosas que otras, pero todas tienen el mismo derecho de existencia. Prefiero este mare magnum textual a la sequía de los textos controlados, estandarizados y que tienden a eliminar las formas culturales locales en beneficio de un falso gusto medio internacional.
La guerra de los libros la ha perdido la cultura, es decir, todos, desde el momento en que esta cultura no da libre expresión a los procesos creativos, sino a procesos de industrialización cultural. Cientos de miles de pequeñas editoriales intentan sobrevivir por todo el mundo frente a los gigantes editoriales que imponen sus obras y criterios, basados más en la búsqueda de la cantidad que en la calidad. Por eso se están creando permanentemente en la Red editoriales, revistas, páginas de autores, foros de creación, etc. que son el reducto de la expresión personal.
La Red ofrece una oportunidad a la creatividad y al pensamiento gracias a esa independencia mencionada. Es una puerta que se abre cuando muchas otras se cierran. Yo escribo y tú me lees; esta parece ser la fórmula. Aunque de hecho existan instituciones mediadoras, el proceso se ha simplificado. La cadena que va del autor al lector se ha visto reducida en el número de sus eslabones. Siempre existirán filtrados, pero ahora tenemos la posibilidad de que esos filtrados no hagan un daño irrecuperable. ¿Cuántas obras de calidad se han quedado por el camino, detenidas en puertas que no se les abrieron en su momento? Esta es una pregunta difícil de responder. En ocasiones se recuperan autores que no tuvieron la posibilidad de publicar en su momento, a los que se les reconoce su valor posteriormente. Para estas situaciones hemos establecido la frase se adelantaron a su tiempo. Esto no deja de ser un eufemismo que trata de hacer olvidar la cerrazón de muchas instituciones ante lo original. Nadie se adelanta a su tiempo; todos somos hijos de nuestro tiempo. Pero los criterios cerrados, las cegueras históricas, impiden que esas obras tengan el reconocimiento debido. Algunas llegan, pero ¿qué pasa con las otras?
Lo que es importante en el aspecto creativo, lo es igualmente en el aspecto crítico. Si la creación se ha estandarizado, el pensamiento se ha burocratizado. Los filtros sobre lo original son todavía mayores porque afectan a lo instituido. La crítica necesita espacio de debate, foros de discusión en los que las ideas se enfrenten, sea el campo que sea. Si hay algo peor que el pensamiento único, es el pensamiento repetitivo. En un mundo global es fundamental que se abran los espacios para todas las voces, para todas las diferencias. Si la expansión globalizadora no se compensa con la posibilidad de establecer cauces para el pensamiento diverso, estamos abocados a ese pensamiento único y repetitivo, a un futuro cultural uniforme en el que las diferencias no se permitan más que como una concesión de gracia, como algo casi folclórico.
El derecho a pensar de otra manera necesita también de sus cauces. También el derecho a pensar solo. Pensar de otra manera es muchas veces pensar solo. Una soledad que se va paliando poco a poco a través, precisamente, de la posibilidad de la comunicación. Los foros de la Red son la recuperación del espacio público como espacio simultáneamente de convergencia y divergencia. Ya no son nuestros representantes los que nos interpretan y discuten entre ellos. La discusión, el debate son el alimento de la mente, el encuentro en el que se formalizan las ideas y surgen nuevos argumentos al hilo del encuentro. Es necesario que existan lugares en los que se pueda decir "yo no pienso así", "yo no creo eso" y explicar por qué. Sobre todo en unos tiempos como estos en los que el peso institucional sobre la opinión pública es determinante.
Por supuesto, también existen inconvenientes. El más grave quizá sea el de la separación que se establece entre los poseedores de la tecnología y aquellos que carecen de acceso a ella. Sin embargo, esa brecha tecnológica suele coincidir con la existente entre los que tienen acceso a la cultura y los que no. Como he tenido ocasión de escribir en otro lugar, aquellos lugares en los que los ordenadores y las conexiones son caros también suelen serlo los libros. Pero hay un hecho incontestable: el acceso a la Red es una puerta a la cultura y, además, un instrumento de creación de cultura. La inversión en conexiones es rentabilizada, culturalmente hablando, de forma doble: permite el acceso a millones de textos y permite también la producción textual. En este sentido, es mucho más dinámica; produce una aceleración geométrica.
Darse cuenta de esto es labor de las instituciones públicas que, por ser públicas, deben de cuidar de la mejora de la totalidad de su ciudadanía y de resolver las diferencias existentes en la sociedad, y no de acrecentarlas. Desgraciadamente, las autoridades de muchos países no piensan en la Red más que en términos de negocio electrónico y alientan más a las empresas que a sus ciudadanos. Les preocupa la Red como instrumento de mercado y piensan en ella como un activador del consumo. La Red no sería para ellos más que otra forma de llegar a los consumidores. Esta mentalidad no es buena. La Red es mucho más que un instrumento del mercado.
Si admiten un modesto consejo: no piensen en sus ciudadanos como seres pasivos, como meros receptores; denles la oportunidad de ser productores, de crear algo. Instruyan, pero no dirijan. Creen espacios públicos virtuales para que la gente canalice sus intereses y dé forma a sus ideas, para que dialoguen, para que hablen sobre sus problemas y busquen sus soluciones. Resistan la tentación -sé que es fuerte- de pensar lo que los demás tienen que hacer. AI cabo de un tiempo tendrán una red anárquica, pero rica. Tendrán a mucha gente diciendo lo que piensa, y eso no es necesariamente malo. Por una vez, dejen de pensar en términos económicos y piensen en términos de riqueza y diversidad cultural.
Esto no significa que deban retirarse. AI contrario: su mejor participación es volcar en la Red toda aquella información que pueda ser de utilidad a la sociedad. Abran sus bibliotecas para que sean accesibles desde todos los lugares; digitalicen sus fondos y archivos; graben los actos culturales y pónganlos en la Red, etc. En fin, creen una sociedad digital, una sociedad fluida, donde las cosas están aquí y en todas partes, una sociedad con menos barreras e impedimentos, con menos filtros y censuras. Acabarán siendo sociedades maduras y responsables. Y todos saldremos ganando.
Nota: Este artículo fue solicitado y escrito con motivo del nacimiento de la revista digital peruana El Hablador (nº 1, Lima, Perú 2003), y agradezco a los editores la amabilidad de haber querido contar con el autor para tan feliz acontecimiento cultural. Posteriormente fue solicitado, también en Perú, para un versión impresa en la revista Literatura, en su número titulado “Entre ceros y unos_” (Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú, Perú 2005). Agradezco a ambos editores la acogida del texto.
© Joaquín Mª Aguirre Romero 2005
Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid
http://www.ucm.es/info/especulo/numero31/index.html
lunes, 14 de marzo de 2011
jueves, 10 de marzo de 2011
viernes, 25 de febrero de 2011
jueves, 17 de febrero de 2011
"AFRODISIA" UMBERTO SENEGAL / COLOMBIA
Afrodisia
Amada, entrando por entre tus nalgas
de durazno,
debo asirme a lamentos silenciados
para no hundirme tan de prisa.
¿Alargar un dolor es convertirlo en placer?
Reclamas —leve queja de labios sobre la almohada—
la tardanza del viaje. Un siglo
masticándola para sólo saber del jugo
de la manzana.
Entrando poco a poco,
es el largo viaje del cual Odiseo no desea regresar.
¿Dónde aprieta más?
Sobre la concavidad de tu espalda,
desaforado el eco de mi corazón.
No sigas escalando hacia adentro.
¿Lo lamentas?
¿Estoy pensándolo?
Rechazarte aquí atrás, es hundirte más y más
dentro de mí.
Ignoraba que tan constrictora puertecilla
la custodiaba un pudoroso arcángel violado.
Continúo mi camino tu estrecho sendero.
¿Quién explica este éxtasis
si sólo hay espacio y tiempo para la agonía?
Tu espalda, caracolcillo conmigo a cuestas.
Remolino de uvas rituales.
Llego con mi antorcha encendida,
ofrenda que no se extingue en la honda plenitud
de las turgencias.
A tu surtidora fuente llego siempre
por cualquiera de los dos caminos.
Llego y desgrano, inmisericorde contigo y conmigo,
la luz dentro de ti.
Blanca luz que nos desintegra.
Y que nos funde hasta quedarnos
unidos en el sueño: tú sin querer huir de mí,
yo sin poder salir de ti.
Umberto Senegal
domingo, 30 de enero de 2011
MILPALABRAS FOGWILL
Nací a mediados del cuarenta y uno. Dos meses después, en primavera, me bautizaron. Según el álbum, mi fiesta de bautismo convocó a más de cincuenta consanguíneos de la rama paterna y a otros tantos de la rama materna. Papá era el mayor de una serie de ocho hermanos varones y tres mujeres. Mamá, la menor de una serie de nueve hermanas mujeres en la que se intercalaban las sombras patriarcales de dos varones. En el diario de la ciudad publicaron mi foto de bautismo. Después la familia se consiguió el cliché y mandaron a imprimir en pluma azul una tarjeta de saludos. Me quedan copias de esa impresión donde aparezco, ya sentado, con los ojos muy claros bajo un enorme rulo rubio y chupándome el pulgar derecho. Miro mi foto y se me ocurre que no he hecho otra cosa en la vida: posar, mirar hacia la cámara y chuparme los dedos. No recuerdo mi fiesta de bautismo; en cambio recuerdo la reunión familiar y el griterío de mi primer cumpleaños: pasé la infancia asombrando a mis padres, sus vecinos y a los parientes, con evocaciones precisas de escenas de tiempos en que aún no había empezado a caminar. Recuerdo las luces amarillas y titilantes del alumbrado público con lámparas de filamento que incandescían a partir de las diez de la noche, cuando todo el mundo apagaba la radio y se iba a dormir. Recuerdo la guerra, las historias de la guerra, las emisiones de radio de onda corta, y recuerdo con nitidez la revolución del cuarenta y tres y las primeras movilizaciones peronistas. Recuerdo las voces de los hombres apelotonados en camiones cantando la marcha peronista que decía “yo te daré, te daré patria hermosa, te daré una cosa, una cosa que empieza con pe: Perón”. Recuerdo todos los temas musicales de la época, los radioteatros, los shows aliadófilos en Harrods y en la confitería Ideal, los efectos especiales de radio Belgrano y sus cortinas musicales. Entre ellas, esos veinte compases del segundo movimiento del concierto número dos de Rachmaninoff que siempre aparecía a las ocho de la noche y me iniciaron en el amor a la música. Una abuela me cantaba canciones italianas y canciones de murgas y de grupos políticos que la habían entusiasmado en su infancia, hacia 1886. Otra me cantaba canciones inglesas y me contaba historias de campo inglesas, pero ambientadas en el sur argentino, con indios mansos aquerenciados en las estancias y ñandús domesticados que se comían los botones de la ropa y los broches de baquelita que usaban para colgarla en la cuerda de orear. Con papá recorrimos el centro y acompañamos las manifestaciones que celebraban la liberación de París; muy tarde –supongo que fue después de medianoche–, desayunamos café con leche y churros en la Victoria de Avenida de Mayo, colmada de gallegos republicanos que cantaban la Marsellesa por fonética. Justo cuando mis abuelas estaban perdiendo el temor a los anarquistas, a quienes, hasta entrados los años cincuenta, se seguía atribuyendo el hábito de poner bombas en las panaderías, mis padres empezaron a temer a la Alianza, que mataba a tiros. Mi padre me inculcó la iconoclasia: hacia 1946 recorriendo el centro y las estaciones de subterráneo, él prendía cigarrillos y me los iba pasando para que yo, fingiendo inocencia, le quemara los ojos y las narices en los afiches que habían pegado con fotos de Perón, Evita y del coronel Mercante. Tuve mi primera bicicleta a los cuatro años, en 1945. Mis primeros patines en 1946. Mi primer revólver –un Smith & Wesson 32 de los llamados “lechuceros”– en 1951. Ese fue el regalo de una tía y yo practicaba tiro en el pasillo del fondo de mi casa y no alcanzo a explicarme cómo no me maté. Tuve mi primer registro de conductor en 1955: era falso, pero pertenecía a una partida verdadera. Que distribuyó el intendente para los chicos de las familias que habían conspirado contra la dictadura. Tuve mi primer barco en 1956, mi primera novia en 1957, mi primer diploma –de licenciado en sociología– en 1964, mi primer hijo en 1968 y mi primer libro –de versos, pésimo– en 1978. Estudié medicina, letras, filosofía, matemáticas, canto, música, francés, inglés, alemán, rudimentos de griego y latín, y olvidé casi todo. Enseñé metodología, estadística, teorías de la comunicación, teorías de las ideologías y sociología: no aprendí casi nada. Fui publicitario, investigador de mercados, redactor, empresario, especulador de bolsa, terrorista y estafador –según advierte en mi prontuario la Policía Federal–, columnista especializado en muchísimos medios, profesor universitario y consultor de empresas. Con frecuencia imagino que soy una mujer, pero estas fantasías pronto se diluyen o desembocan en una vulgar escena de lesbianismo sádico y desazón. Estoy inhabilitado para el matrimonio: no sé de alguien que haya perdido tantas cosas, casas, muebles, ropa, discos y libros como yo. Hace veinte años que me he resignado a vivir sin biblioteca, lo que me libró de cualquier compromiso con simulacros críticos y académicos. Escribir me parece más fácil que evitar la sensación de sinsentido de hacerlo. Navegué mucho, planté unos pocos árboles y crié tres hijos. Creo que existe la menopausia masculina bajo la forma de un apego a la siesta y a los objetos que evocan la juventud del padre: la evidencia de que mis padres hayan muerto me resulta cada día menos tolerable. Pasé mis primeros veinte años nadando, remando y navegando bajo el sol del Río de la Plata: eso arruinó mi piel, cuyo envejecimiento prematuro fue una herramienta de seducción hace veinte años, y es ahora un testimonio del estado del alma que me espera. Durante diecisiete años fui objeto del psicoanálisis y eso me acostumbró a ser mal entendido. Durante más de quince años fui fumador de pipa y eso fue deformando mis maxilares hasta arrasar con mi dentadura. Por más de quince años fui cocainómano y eso alteró mis relaciones sociales y me hizo perder muchísimo tiempo. De mi obra publicada rescataría los poemas de Partes del todo, seis de los veinte relatos que figuran en Restos diurnos, Pájaros de la cabeza y Muchacha punk y la novela Los pichiciegos. En mi obra inédita hay tres cuentos, dos novelas y dos poemas que, si están a la altura de esa antología personal, serán oportunamente publicados.
Fogwill (1941-2010)
Publicado originalmente en Graciela Speranza, Primera persona (Buenos Aires, Norma, 1995). Foto: Alejandra López.
tomado de : OTRAPARTE REVISTA http://www.revistaotraparte.com/
tomado de : OTRAPARTE REVISTA http://www.revistaotraparte.com/
viernes, 28 de enero de 2011
miércoles, 26 de enero de 2011
"BOLEROS BRUTALES" Ángel Castaño Guzmán
Cinema-Verite
Examino las entrañas de la ventana en busca de una flor de vértigo. En la calle, sin prisa, desfilan maniquíes de quirúrgicos destellos, novilleros con astromelias en solapa y manos y enfermeras adictas a la adrenalina. Al filo de la aurora un clochard, conmovido por la pérdida de la cordura en borrascosas ecuaciones, muerde una botella de aguardiente Eva mientras un querubín con alas de guitarra prueba en carne propia la ley de la gravedad. En el edificio de enfrente el ángel de la guarda observa impávido la agilidad manual de la niña para sembrar incendios en la entrepierna. El poeta —libro muerto de frío en el regazo— mira el rostro de la nostalgia, fatigada en versos y rima perfecta para casi todo. El muro de la esquina sostiene la espalda de Jhony Delmas —cocuyo ardiendo en labios-— encargado del seguimiento de una Norma Jean venida a menos. Un jubilado —espesos lentes y tic de tristeza— llena las casillas del crucigrama con las nueve letras del nombre de un fantasma. La ciudad, pájaro de luces habitadas, anida en el vistazo, único aleph.
Anti-haiku
Mientras hacías las compras, querida, /violé un gualanday/. Descuida, gajes del oficio.
Pierre-Menard
El mundo necesita mi versión de los hechos.
Variación Tafur
El gato de porcelana dio un salto y huyó en mil direcciones.
Un cigarrillo en la boca
Me piden palabras para este agasajo brindado por amigos académicos. Le tengo pavor a la fálica forma del micrófono. Después de treinta años de trabajo literario, montones de hojas manchadas con pensamientos importantes en el instante —eso creí—, hoy tengo la simple convicción que ninguna frase arrancada al silencio conjuró a la mujer atascada en la punta del lápiz, intranquila palomita de miedo. Bueno, como de costumbre, estoy hablando de más —los adversarios, todos muertos, señalaron la incontinencia de mi Remington—. Gracias le doy a papá, dudó siempre del monopolio en la húmeda rosa náutica de mamá; a ella, bulto al que mis hermanos y yo asestamos golpes de boxeadores novatos; a Bibiana, salados pezones, crítica implacable de sonetos y lengüetazos; a Carmen, soldaditos de plomo arrojados al remolino del excusado; a los ojos de Nohemí, naos de amotinada tripulación; a García Lorca, maricón almidonado; a Rubén Darío, poemas escondidos en la chistera; a esta patria, el sueño de la revolución transformado en antifaz de la pesadilla; a las chapolas de arrabal, escondite disponible en cualquier momento. Nada importa. Al fin y al cabo, en los manuales soy dos fechas entre paréntesis.
Junio-Bruto
Hará pronto seis meses que su fortuna selló en combates con el azar. La encontró sobre la mesa de noche. Dos relámpagos de tinta: lo siento, no tuve escapatoria…
Los puntos suspensivos no dejan de asombrarme, piensa mientras el gabán en el respaldo de la silla pende. Enciende el enésimo pielroja de la noche; el humo espanta las chapolas en la garganta atoradas. La ciudad, finas pinceladas de neón sobre terciopelo negro, trajina indiferente. Detective reconocido en todos los rincones del planeta, huye de sabuesos de Scotland Yard. En este caso hay un elemento que enmaraña el método de investigación. El principal sospechoso de la muerte de Castaño G es un espejo, mastica las palabras. Pasa los dedos por el lomo de un gozque. Un tenue trazo carmín cruza, de un lado al otro, el cuello.
Judas
El hasta entonces desconocido Mark David Chapman unió con pólvora su destino al de la estrella de pop. Ese día Chapman, adicto a libros ocultistas, despertó con ingeniosa idea: esperar, oculto tras matorrales, el regreso de John al edificio Dakota y mostrarle su admiración al estilo de Wilkes Booth, Oswald y Roa Sierra. Chapman acarició el tibio vientre de la celebridad. Hay quienes copulan con páginas. Otros, lánguidas sombras recortadas contra el brillo de globos eléctricos, prefieren la pistola al adjetivo. Apenas la silueta cruce la ventana, conocerá mi pasión.
Caronte
No entiendo la prisa de la ambulancia, piensa la porrista —dos lágrimas florecidas— antes de trasponer las aduanas del espacio sin límites. El enfermero, vista fija en las bronceadas piernas, imagina faenas dignas de Justine. Un chispazo suaviza el rostro de Yahvé. Viajo hasta el fondo del diccionario, en la boca un conjuro a los pájaros de la noche.
martes, 25 de enero de 2011
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