miércoles, 5 de octubre de 2011

El imperialismo ecológico. El interminable saqueo de la naturaleza y de los parias del sur del mundo

  

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Autor(es): Vega Cantor, Renán

Vega Cantor, Renán. Historiador, Profesor titular de la Universidad Pedagógica Nacional, de Bogotá, Colombia. Autor y compilador de los libros Marx y el siglo XXI (2 volúmenes), Editorial Pensamiento Crítico, Bogotá, 1998-1999; Gente muy Rebelde, (4 volúmenes), Editorial Pensamiento Crítico, Bogotá, 2002; Neoliberalismo: mito y realidad; El Caos Planetario, Ediciones Herramienta, 1999; entre otros. Premio Libertador, Venezuela, 2008. Integrante del Consejo asesor de Revista Herramienta.

En los actuales momentos de expansión imperialista hasta el último rincón del planeta, ocurre una acelerada destrucción de los ecosistemas y una drástica reducción de la biodiversidad. Es un resultado directo de la generalización del capitalismo, de la apertura incondicional de los países a las multinacionales, de la conversión en mercancía de los productos de origen natural, de la competencia desaforada entre los países por situarse ventajosamente en el mercado exportador, de la caída de precios de las materias primas procedentes del mundo periférico, de la reprimarización de las economías, en fin, de la lógica inherente al capitalismo de acumular a costa de la destrucción de los seres humanos y de la naturaleza.
El capitalismo es una relación profundamente desigual y el gran desarrollo productivo y la capacidad de consumo se concentran en los países centrales (Estados Unidos, la Unión Europea y Japón), donde se producen también millones de toneladas de desperdicios. No otra cosa son los automóviles, teléfonos, televisores, neveras, pilas… que, rápidamente inservibles, van a parar a la basura... y a los países pobres considerados receptáculo de las deyecciones que origina el consumo desenfrenado de los opulentos del Norte. Según el ecologista Barry Commoner, el planeta está dividido en dos:
El hemisferio norte contiene la mayor parte de la moderna tecnosfera, sus fábricas, plantas de energía eléctrica, vehículos automóviles y plantas petroquímicas y la riqueza que la misma genera. El hemisferio sur contiene la mayor parte de la gente, casi toda desesperadamente pobre. El resultado de esta división es una dolorosa ironía global: los países pobres del sur, a pesar de estar privados de una parte equitativa de la riqueza mundial, sufren los riesgos ambientales generados por la creación de esta riqueza en el Norte[1].
Esa dualidad no es resultado de cierta disposición divina o natural, sino que se convierte en uno de los objetivos del nuevo desorden mundial capitalista y debe considerarse en sentido estricto como una característica propia del imperialismo ecológico. Así,
(…) la explotación masiva del medio ambiente en el Tercer Mundo incluye la conversión de residuos letales en mercancías, y el comercio internacional con ellos. También involucra la imposición por parte del capital de trueques de deudas por medio ambiente, la construcción de inmensos incineradores y vertederos, y muchos otros proyectos aparentemente sin sentido[2].
Todas esas acciones son mecanismos propios de la dominación imperialista, las cuales generan resistencias por parte de los explotados y oprimidos del orbe enfrentando los crímenes ambientales que están destruyendo nuestra madre tierra y poniendo en peligro la supervivencia de nuestra especie. Para que el asunto no quede en enunciación retórica, deben precisarse las principales características del imperialismo ecológico, a fin de entender las novedosas formas asumidas por el imperialismo contemporáneo: es lo que intentamos hacer en este ensayo.

1. Destrucción acelerada de ecosistemas en los países dominados
La noción de ecosistemas ayuda a entender la magnitud de los problemas ambientales que hoy padecemos, en la medida en que su destrucción se constituye en la principal manifestación de la inviabilidad ambiental del modo de producción capitalista. Por ecosistemas puede entenderse a los conjuntos o escenarios en que se reproduce la vida. Un ecosistema determinado está definido por "el medio abiótico físico-químico y las manifestaciones bióticas a las que sirve de soporte: microbios y bacterias, plantas, animales"[3]. Para las sociedades los ecosistemas han sido fuentes de riqueza y bienestar, en la medida en que no solamente son ensamblajes de especies sino de "sistemas combinados de materia orgánica e inorgánica y fuerzas naturales que interactúan y se transforman". La energía que permite el funcionamiento del sistema proviene del sol, siendo dicha energía
(…) absorbida y convertida en alimento por plantas y otros organismos que realizan la fotosíntesis y que se encuentran en la base misma de la cadena alimentaria. El agua es el elemento crucial que fluye a través del sistema. La cantidad de agua disponible, junto con los niveles extremos de temperatura y la luz solar que un determinado sitio recibe, determinan en lo fundamental el tipo de plantas, insectos y animales que habitan en ese lugar y la manera en que se organiza el ecosistema[4].
Los ecosistemas reportan beneficios directos e indirectos a los seres humanos. Entre los directos se destacan la obtención de plantas y animales como alimentos y materias primas o como recursos genéticos y los indirectos toman la forma de servicios como control de la erosión, almacenamiento de agua por parte de plantas y microorganismos o la polinización por dispersión de semillas por insectos, aves y mamíferos.
Los ecosistemas tal y como los conocemos en la actualidad han evolucionado durante millones de años y no pueden ser sustituidos ni recuperados por procedimientos tecnológicos. La desaparición de cualquier ecosistema supone eliminar posibilidades de subsistencia para los seres humanos por la sencilla razón de que "los ecosistemas hacen que la Tierra sea habitable purificando el aire y el agua, manteniendo la biodiversidad, descomponiendo y dando lugar al ciclo de nutrientes y proporcionándonos todo un abanico de funciones críticas" [5].
En términos económicos inmediatos, el aprovechamiento de las riquezas naturales es una base de subsistencia y de empleo, sobre todo en los países del sur, puesto que la agricultura, la explotación forestal y la pesca generan uno de cada dos empleos que existen en el mundo y, además, en todo el planeta las actividades relacionadas con la madera, los productos agrícolas y el pescado son más importantes que los bienes industriales. Por esta razón, la disminución de la capacidad productiva de los ecosistemas tiene efectos devastadores sobre los seres humanos y de manera directa sobre los pobres que dependen de aquéllos para su subsistencia.
Existen antecedentes históricos de que determinadas sociedades han colapsado por la destrucción de la riqueza natural y de los ecosistemas (como los Mayas en Mesoamérica). Sin embargo, tales colapsos fueron completamente distintos a lo que está pasando en la actualidad en términos de escala y velocidad, porque antes de la emergencia del capitalismo la degradación ambiental afectó a sociedades perfectamente localizadas y fue un proceso de deterioro gradual a lo largo de varios siglos, mientras que ahora la destrucción de los ecosistemas se efectúa a un ritmo acelerado y cubre hasta el último rincón del planeta tierra.
Los ecosistemas son dinámicos y se regeneran constantemente en forma natural, pero en la medida en que las fuerzas destructoras del capitalismo se generalizan pueden desaparecer, en razón de que cada ecosistema interactúa de manera compleja con el ambiente y la comunidad biológica que lo habita, lo cual a su vez lo hace particularmente vulnerable. Las presiones generadas por la explotación intensiva de recursos para satisfacer el consumo voraz de grupos reducidos de la población (las clases dominantes de todo el mundo), y sobre todo de los países imperialistas, destruyen los ecosistemas. Cada uno de los ecosistemas existentes ha sufrido un notable deterioro, como se constata con algunas cifras elementales: el 75% de las principales pesquerías marinas está agotado por el exceso de pesca o ha sido explotado hasta su límite biológico; la tala indiscriminada de árboles ha reducido a la mitad la cubierta forestal del mundo; el 58% de los arrecifes coralinos está amenazado por destructivas prácticas de pesca, por el turismo y por la contaminación; el 65% de los casi 1.500 millones de hectáreas de tierras de cultivo que hay en todo el mundo presenta algún nivel de degradación del suelo; y el bombeo excesivo de aguas subterráneas por parte de los grandes agricultores en todo el mundo excede las tasas naturales de reposición en por lo menos 160.000 millones de metros cúbicos por año[6].
Está perfectamente establecido el diferente impacto de la acción de los opulentos y de los pobres sobre recursos, materiales y energía. A nivel mundial existe una geografía desigual del consumo, puesto que un habitante de un país "desarrollado" consume el doble de grano y pescado, el triple de carne, nueve veces más papel y once veces más petróleo que un habitante de un país neocolonial. Es necesario subrayar que semejante diferencia en los niveles de consumo es posible porque hay una apropiación directa de los recursos disponibles en todo el mundo para disfrute de una escasa minoría, ya que ésta no gasta solamente los recursos que encuentra en sus propios países (por el contrario, trata de preservarlos durante más tiempo, o por lo menos eso es lo que afirman de dientes para afuera). Incluso, en la mayor parte de las ocasiones el consumidor del Norte ignora de dónde proceden los materiales y la energía que consume diariamente y el impacto que su producción tiene en sus lugares de origen, como se ejemplifica con el caso de las tuberías de cobre que se usan en las grandes ciudades de los Estados Unidos:
Un constructor de viviendas en Los Ángeles instala tuberías de cobre, pero no tiene forma de saber que ese cobre proviene de la infame mina de Ok Tedi en Papúa Nueva Guinea. Esta gigantesca mina, propiedad de un consorcio internacional, arroja diariamente 80.000 toneladas de desechos de minería sin tratar al río Ok Tedi, lo que destruye la mayor parte de su vida acuática y perturba los medios de subsistencia de la comunidad wopkaimin. La globalización implica que los propietarios eventuales de las viviendas que se benefician de las tuberías de cobre no tienen conocimiento de su nexo con la deteriorada cuenca del Ok Tedi ni cargan con sus costos ambientales[7].
En la vida diaria, unos pocos consumen mercancías que se han originado a partir de la explotación intensiva de los ecosistemas de todo el mundo, como se ejemplifica con algunos datos elementales:
(…) un ciudadano estadounidense requiere más o menos cinco hectáreas de un ecosistema productivo para mantener su consumo promedio de bienes y servicios, comparadas con menos de 0,5 hectáreas que se necesitan para sostener el consumo de un habitante de un país en desarrollo. Las emisiones per cápita anuales de CO2 ascienden a 11.000 kilogramos en los países industrializados, donde hay muchos más automóviles, industrias y electrodomésticos, comparados con menos de 3.000 kilogramos en Asia[8].
Sin embargo, quienes más directamente dependen y viven con los ecosistemas, indígenas, campesinos y mujeres, son los que menos disfrutan los productos que allí se generan, tienen un peor nivel de vida y además se ven perjudicados en forma inmediata y directa por su destrucción. Esto es causado por la apropiación privada de los ecosistemas por parte del capitalismo, lo que da como resultado que quienes detentan más capital y dinero tengan un mayor nivel de consumo y muchas más posibilidades de beneficiarse de los bienes y servicios que originan los diversos ecosistemas. Cuando se contamina un río o una costa, reduciendo la pesca, quienes lo sufren en carne propia no son los consumidores de las engalanadas mesas del Norte, sino los pescadores y sus familias que habitan en las costas o en los ríos de los países del Sur.
Para concluir este primer parágrafo puede decirse con plena seguridad que es imposible la existencia de las sociedades humanas sin ecosistemas, ya que éstos son en realidad "los motores productivos del planeta". En forma ineludible,
(…) los ecosistemas están a nuestro alrededor: bosques, praderas, ríos, aguas costeras y profundidades marinas, islas, montañas e incluso ciudades. Cada uno entraña la solución a un desafío particular de la vida, solución ésta que se ha configurado a lo largo de los milenios; cada uno codifica enseñanzas de supervivencia y eficiencia, a medida que incontables especies compiten por luz solar, agua, nutrientes y espacio. Si se la privara de sus ecosistemas, la Tierra se parecería a las imágenes desoladas y sin vida que proyectaron desde Marte las cámaras de la NASA en 1997[9].
Pretender que la vida humana es posible sin los ecosistemas, tal y como afirman ciertos economistas y tecnócratas, no pasa de ser una falacia justificatoria del irracional modelo de acumulación capitalista, como si así se pudiera eludir los límites naturales existentes que cuestionan la creencia absurda en un crecimiento económico ilimitado. Sólo individuos cínicos o mentirosos, engreídos por su culto a la tecnología y al consumo ostentoso, pueden decir barbaridades que rayan en la demencia. Por ejemplo, Adrian Berry llegó a sostener que
(…) contrariamente a la creencia del Club de Roma, no hay "límites al crecimiento". No hay ninguna razón por la que nuestra riqueza global, o por lo menos la riqueza de las naciones industriales, no siga creciendo indefinidamente a su promedio anual actual de un 3 o un 5%. Aunque se demuestre finalmente que los recursos de la tierra son finitos, los del Sistema Solar y los de la Gran Galaxia que lo rodea son, para todos los fines prácticos, infinitos[10].
Tal nivel de estupidez y de arrogancia con respecto a la naturaleza es notable pero no sorprendente, porque ella hace parte de la lógica capitalista que se ha enseñoreado del mundo. Esa lógica la expresan mejor que nadie los economistas neoliberales, porque "quien crea que el crecimiento exponencial puede durar eternamente en un mundo finito, o es un loco o es un economista"[11].

2. La acentuación del saqueo de materias primas y recursos naturales
En los últimos años se ha acentuado la explotación de materias primas, incluyendo petróleo, recursos forestales, cobre, café, banano, minerales, metales preciosos, diamantes, a despecho de la propaganda sosteniendo que ya no son importantes esas materias primas ni los recursos naturales, porque la sociedad posindustrial -en la que supuestamente nos encontraríamos- ya no los necesita, dado que ahora lo que contaría es el conocimiento y la información[12]. Esos supuestos de la "era de la información" no tienen nada que ver con la realidad, ya que los polos dominantes en el mercado mundial capitalista siempre deben recurrir a las fuentes materiales de producción, porque para elaborar automóviles, televisores, computadores, teléfonos portátiles y todo tipo de objetos no se pueden violar las leyes físicas ni producir cosas materiales a partir de la nada. Es necesario extraer la materia y la energía de los lugares donde se encuentre, e incluso, en los casos en que se avanza en la producción de materiales sintéticos que sustituyan a determinados productos, no puede eludirse la dependencia material de otro tipo de recursos (si en la producción de determinadas partes del automóvil se prescinde del hierro y se sustituye por plásticos, eso supone la incorporación de mayores cantidades de petróleo).
Que los recursos materiales son y seguirán siendo importantes para el capitalismo y el imperialismo ha quedado demostrado en los últimos años con las guerras y conflictos azuzados o llevados a cabo por las potencias imperialistas. Dado el agotamiento de los recursos naturales no renovables y que otros renovables, en razón de su explotación desaforada se están convirtiendo en no renovables (plantas, animales y agua), los países imperialistas compiten entre sí para usufructuar esos recursos. Los Estados Unidos, el país del mundo que más consume y despilfarra materia y fuentes de energía, ha proclamado como un asunto de seguridad nacional el control de las fuentes de petróleo y de materias primas estratégicas, y las guerras y genocidios que ha organizado en los últimos años están relacionados con la apropiación de importantes reservas de crudo[13]. Basta recordar que en el documento Santa Fe IV se sostiene que el control de los recursos naturales de América Latina no sólo es una prioridad de los Estados Unidos, sino una cuestión de seguridad nacional.
Desde luego, esa guerra mundial por los recursos que se libra entre las potencias (pero no en sus países sino en los territorios del Sur, convertidos en campos de batalla) tiene consecuencias ambientales evidentes al aumentar la presión sobre los ecosistemas, tendencia que es una continuación de procesos típicos del capitalismo desde la Revolución Industrial, como se evidencia al recordar que entre 1770 y 1995 la tierra perdió más de un tercio de los recursos existentes, una cifra impensable en cualquier otro momento de la historia humana y que "un 70% del bosque tropical seco ha desaparecido, junto con un 60% de los bosques de la zona templada y el 45% de la selva tropical húmeda"[14].
El saqueo de los recursos materiales y energéticos que se encuentran en los países dominados del Sur y del Este se ha institucionalizado a través del impulso a las exportaciones por la vía de los Planes de Ajuste Estructural, lo cual ha producido un regreso a las economías primarias tradicionales en muchos países del mundo. Eso explica que el culto a las exportaciones y al comercio exterior haya adquirido tanta legitimidad política y justificación teórica (reviviendo el mito de las "ventajas comparativas") y se haya convertido en parte del imaginario político y económico de las clases dominantes de los países periféricos, deseosas de regalar en forma rápida todos los recursos naturales con que cuente el territorio de un país, en aras de ser competitivos en el mercado mundial. Esta ideología exportadora -que cuenta como sus principales exponentes al Banco Mundial, al Fondo Monetario Internacional y a la Organización Mundial de Comercio- es justificatoria del saqueo de materias primas y recursos naturales y oculta conscientemente los impactos ambientales que eso produce o, lo que es todavía peor, pretendiendo que eso beneficia los ecosistemas al dejarlos bajo la regulación del capital privado para capitalizar la naturaleza a su antojo, lo que finalmente nos beneficiará a todos. Este cinismo se encuentra detrás del discurso "verde" de todos aquellos interesados en llevarse hasta el último pedazo de selva virgen que pueda quedar en algún lugar del mundo, dejando a su paso miseria y desolación.

3. Biopiratería y saqueo de la diversidad biológica y cultural de los países dominados
El desarrollo de la ingeniería genética y de la biotecnología se está haciendo a partir de la base genética natural existente en los diversos ecosistemas del mundo, como las selvas húmedas tropicales, los páramos y los manglares, muchos de los cuales habían permanecido al margen del saqueo de compañías y estados imperialistas. Con los avances tecnológicos en la investigación biológica y biomédica en los laboratorios de las multinacionales -principalmente de los Estados Unidos-, esos recursos naturales gestados durante miles o millones de años pasan a convertirse en un ansiado botín mercantil de las multinacionales o los centros científicos de investigación del Norte. En este sentido, puede hablarse de un verdadero expolio de los recursos biogenéticos existentes en el Sur del mundo por parte del Norte, donde las empresas multinacionales empiezan a explotarlos comercialmente como expresión de lo que se ha denominado capital genético. Este es un capital que parte de una base natural ya existente, que debería pertenecer a los pobladores de las regiones o localidades donde se encuentra pero es apropiado en forma fraudulenta por grandes compañías, las que a partir de esa base genética desarrollan o reproducen medicamentos o productos que luego son patentados y apropiados por las compañías multinacionales. Así, la biodiversidad se ha convertido en el nuevo coto de caza del imperialismo genético, cuyo interés fundamental es apropiarse de esa riqueza. El nuevo colonialismo genético supone, desde luego, un proceso de expropiación en el que existen, en términos sociales, ganadores y perdedores. El bando de los ganadores está constituido por las grandes compañías multinacionales de la biotecnología y sus investigadores y el bando de los perdedores está formado por millones de campesinos e indígenas (expropiados de sus saberes ancestrales, de sus recursos, de sus plantas y animales) y la población pobre de los países situados en el Sur del mundo. Desde este ángulo, existe un intercambio genéticamente desigual, caracterizado por el traslado masivo y tramposo de la riqueza natural que se alberga en los trópicos hacia los países imperialistas, muy poco biodiversos y con una alta homogeneización genética[15].
El ataque del imperialismo genético contra la biodiversidad acentúa el ecocidio contra las selvas y sus habitantes y reduce todavía más la maltrecha fuente de alimentos de la humanidad, ya que el 90% de nuestra dieta cotidiana está constituido por unas 15 especies agrícolas y 8 especies de animales. Con la Revolución Biotecnológica se acentúa la homogeneización genética de los principales cultivos, la desaparición de las variedades locales que aun existen y la imposición del latifundismo genético, impulsado por las grandes empresas multinacionales de la alimentación y los agroquímicos.
La expropiación de las riquezas biológicas de las selvas y bosques tropicales forma parte de una nueva fase de dominación imperialista, tan rapaz y genocida como los anteriores períodos de saqueo colonialista del planeta. La expropiación genética constituye uno de los soportes del tan alabado avance de la biotecnología en los centros imperialistas, donde se consuma la reducción de los seres humanos y de todas las formas de vida a simples mercancías para valorizar grandes capitales, sin que importen los efectos perversos de esa lógica criminal y depredadora.

4. El traslado de desechos tóxicos (nucleares y radiactivos) del Norte al Sur
El capitalismo genera una gran cantidad de desechos tras la obsolescencia de las mercancías. Si para confeccionar productos se usan materiales tóxicos o radiactivos, como en efecto sucede con la industria microelectrónica y otras ramas de la producción industrial, es obvio que se originen desechos radioactivos. Para los países capitalistas del centro se hace imprescindible liberarse de esos desechos tóxicos y convertir su comercialización en una lucrativa industria y es "una estrategia central del Nuevo Orden Mundial, una forma intencionada de cercar tierras y recursos -el mismísimo aire que respiramos-, previamente de propiedad común, y establecer el comercio en ‘derechos de polución’"[16]. El capitalismo "descubrió" que hasta los desechos tóxicos pueden convertirse en una mercancía susceptible de ser vendida a los países más desprotegidos y miserables, y ha procedido a poner en práctica esa estrategia comercial, lo que ha dado como resultado que "prósperos empresarios" de los países imperialistas, en alianza con sus respectivos estados, estén asumiendo la tarea de envenenar el suelo, el mar y el aire de países enteros, con la consiguiente enfermedad y muerte de seres humanos y animales.
Los Estados Unidos encabezan la lista de países que anualmente envían miles de toneladas de residuos tóxicos, encubiertos como fertilizantes, que son vertidos en las playas y tierras productivas de Bangla Desh, Haití, Somalia, Brasil, y otros países. La administración de Bill Clinton (1993-2001), por ejemplo, aceptó que las grandes corporaciones estadounidenses mezclaran cenizas de incineradores -que tienen altas concentraciones de plomo, cadmio, y mercurio- con productos agroquímicos. Este veneno químico se vende a agencias y gobiernos extranjeros que, o no sospechan de ese contenido o simplemente hacen la vista gorda[17]. El traslado de desechos tóxicos al Sur del planeta no es el resultado de imprevisiones o fruto necesario del "progreso técnico", sino que hace parte de la lógica de un explícito racismo ambiental que tiene como finalidad expresa la contaminación de seres humanos y de países considerados como inferiores. La lógica criminal del racismo ambiental se basa en el supuesto de que unos grupos humanos tienen el derecho a consumir hasta el hartazgo, sin miramientos con los que viven en condiciones infrahumanas de vida, y luego enviarles los residuos tóxicos a sus territorios. Semejante práctica genocida se sustenta en la convicción de las clases dominantes de todo el mundo de que su sola existencia es beneficiosa para el planeta, y los otros seres humanos deben resignarse a aceptar ese destino inexorable en el que sólo los ricos y opulentos tienen derecho a una vida sana y limpia. Es la típica ilusión NIMBY (Not in My Blacyard- No en mi jardín) que concibe como posible mantener al mismo tiempo un aumento incontrolable en el consumo de productos y preservar el medio ambiente circundante en condiciones adecuadas, para lo cual no importa contaminar el jardín del vecino con tal de mantener limpio el mío.
El traslado de residuos contaminantes a los países dominados se ha convertido en un lucrativo negocio para ciertas compañías de los países imperialistas. Aunque la mayor parte de las materias primas utilizadas en la producción de las mercancías proceden del mundo pobre y dependiente -cuando esas materias tenían un valor de uso, es decir, se podían utilizar- se convierten en basura inservible luego de que han sido utilizados por los usuarios y consumidores del Norte y por sus pocos émulos en los países del Sur. Y es en este momento cuando nuevamente se piensa en esos países pobres como receptáculo de los desperdicios que origina el consumo desenfrenado de los opulentos del Norte. Los países altamente industrializados, se encuentran literalmente inundados de desechos y productos tóxicos, tal y como sucede en los Estados Unidos. Sus ríos y lagos están tan contaminados que las grandes empresas han abierto mercados para sus "apetecidos" residuos tóxicos, como ya se hizo desde mediados de la década de 1980 cuando vertieron miles de barriles de residuos de mercurio en los ríos sudafricanos[18].
La exportación de residuos tóxicos por parte de los Estados Unidos está estrechamente emparentada con sus estrategias políticas ante los países pobres del mundo. La destrucción ecológica, la pobreza forzada, la guerra de contrainsurgencia, la corrupción y brutalidad política y el vertido de residuos tóxicos provenientes del extranjero forman parte de la misma estrategia. El comercio de residuos tóxicos es una estrategia central del nuevo desorden mundial con la finalidad de apropiarse de las tierras y recursos de los pueblos más pobres, incluyendo el propio aire que respiramos, para establecer el comercio de derechos de polución. Pero, al mismo tiempo, es un medio de proletarizar a campesinos y aldeanos, conduciéndolos a nuevas formas de explotación del trabajo y también una manera de arrasar con los ecosistemas del Sur.
Mientras en el Norte se hacen más fuertes las regulaciones ambientales, sus empresas y capitalistas se encargan de impulsar la contaminación en el Sur y el Este del mundo. Los Estados Unidos se oponen a la reglamentación del transporte de residuos peligrosos y también han bloqueado las propuestas de otros países encaminadas a prohibir los embarques de residuos hacia los países pobres. No es de extrañar, pues, que al mismo tiempo haya convertido a martirizados países como Haití, Guatemala, Salvador y Somalia en zonas de descarga de sus residuos industriales, una forma premeditada de envenenamiento de los países neocolonizados.

5. El desconocimiento de la deuda ecológica que el imperialismo le debe al mundo dependiente
Por deuda ecológica debe entenderse el no pago por parte de los países altamente industrializados de los daños causados durante varios siglos por la explotación indiscriminada de los recursos naturales destinados a la exportación, sin que se contabilizaran los impactos negativos sobre los ecosistemas y el hábitat locales. En forma más concreta se puede considerar como
(…) la deuda contraída por los países industrializados del Norte con los países del Tercer Mundo a causa del saqueo de los recursos naturales, los daños ambientales y la libre utilización de espacio ambiental para depositar desechos, tales como los gases de efecto invernadero, producidos por esos países industrializados[19].
En consecuencia, los verdaderos deudores son las clases dominantes de todo el mundo, en primer lugar las de los países colonialistas e imperialistas.
En contra del sentido común de los tecnócratas neoliberales, de los banqueros y de los representantes del capital financiero y de las transnacionales, la noción de deuda ecológica destaca que los países del Norte le deben a los pobres del mundo por haber ocasionado un "déficit terrestre (...) provocado por el aniquilamiento de los sistemas vitales básicos del planeta debido al abuso de su aire, sus suelos, las aguas y la vegetación". La responsabilidad de este déficit recae en forma desigual para los pobres y los opulentos, en la medida en que el consumo y el nivel de vida son diferentes entre unos y otros. Por esa razón, la deuda ecológica está relacionada con el racismo ecológico, ya que quienes más soportan los efectos de la devastación ambiental son los pobres, los campesinos, los indígenas, las mujeres humildes y los trabajadores. En otros términos, para comprender la deuda ecológica es menester introducir un análisis de clase, de género y de etnia, que permita determinar la forma como los más pobres son afectados por la degradación ambiental.
En una perspectiva histórica, durante los últimos cinco siglos los habitantes de los países imperialistas han contraído una deuda con los pobres del mundo, como resultado de una diversidad de procesos mutuamente relacionados entre los que sobresalen: la extracción de los recursos (minerales, marinos, forestales y genéticos) en los países del Sur; la consolidación de un intercambio ecológicamente desigual, como resultado del cual se exportan bienes primarios sin evaluar económicamente el impacto social y ambiental generado por su extracción o producción; el saqueo, destrucción y devastación de hombres y culturas desde la era colonial; la apropiación de conocimientos tradicionales de los pueblos indígenas sobre semillas y plantas medicinales, en los que se sustentan las modernas agroindustrias y la biotecnología; la destrucción de las mejores tierras de cultivo y de los recursos marinos para la exportación, debilitando la autosuficiencia alimentaria y la soberanía cultural de las comunidades del Sur; la contaminación de la atmósfera por parte de las naciones industrializadas debido a la excesiva emisión de gases que han afectado a la capa de ozono, provocando el efecto invernadero y desestabilizando el clima; la apropiación desproporcionada de la capacidad de absorción de dióxido de carbono que tienen los océanos y bosques del planeta; la producción de armas químicas y nucleares, cuya puesta a punto se hace con frecuencia en los países del Sur; y la venta de plaguicidas que no son usados en el Norte y el almacenamiento de desechos tóxicos en los países del Sur[20].
Con respecto a las relaciones entre deuda externa y deuda ecológica cabe destacar dos aspectos: 1º) los precios de las exportaciones no incluyen los diversos costos sociales y ambientales, que no se contabilizan (es decir, son gratuitos) y los saberes (por ejemplo el conocimiento exportado desde América Latina sobre el manejo de determinados productos, como la papa o el maíz) tampoco se pagan. Pero al mismo tiempo las emisiones de gas carbónico que se producen a gran escala en el Norte son absorbidas gratis por la vegetación o los océanos de todo el mundo, incluyendo al Sur del planeta. Es como si los ricos del mundo se hubieran "arrogado derechos de propiedad sobre todos los sumideros de CO2, los océanos, la nueva vegetación y la atmósfera"[21]; 2º) la cancelación de la deuda externa degrada la naturaleza, puesto que para pagarla debe aumentarse la producción lo cual por lo común se hace a costa del empobrecimiento de la gente y de una mayor extorsión de la naturaleza. En la medida en que se dedican más recursos para exportación con la finalidad de pagar la deuda externa, ésta aumenta y al mismo tiempo los países pierden sus riquezas naturales. Esta es una muestra palpable de injusticia económica y ambiental, propia del sistema capitalista e imperialista. Como parte de esa injusticia, la deuda externa se sigue cobrando -y pagando, que es lo peor- cumplidamente, pero la deuda ecológica contraída por los países imperialistas nunca se menciona, como si no existiera.
Existe una estrecha relación entre la deuda externa (financiera) que desangra a los países dependientes y la deuda ecológica (nunca reconocida por los países dominantes en el sistema mundial), debido a que las divisas destinadas al pago de los intereses y amortizaciones de la deuda externa aumentan la extracción de recursos naturales, para convertirlos en exportaciones al mercado externo con el fin de obtener dinero para seguir pagando las deudas. El costo ambiental de ese proceso se materializa en hechos como los siguientes:
• Acelerada deforestación que destruye la biodiversidad y convierte en desiertos vastas superficies de tierras anteriormente fértiles. "Desde 1970 las áreas arboladas han disminuido de 11,4 kilómetros cuadrados por cada mil habitantes a sólo 7,3 kilómetros cuadrados".
• La utilización de las mejores tierras de cultivo para la exportación ha forzado a los campesinos a cultivar tierras marginales. Por ejemplo, la utilización para el cultivo de laderas escarpadas, vulnerables a la erosión, ha favorecido los fatales deslizamientos de lodo que recientemente han afectado a Honduras, Nicaragua y Venezuela.
• Incremento del uso de plaguicidas y fertilizantes químicos. Por ejemplo, la industria bananera de diversos países utiliza el plagicida DBCP, que provoca esterilidad masculina.
• Destrucción de los manglares para la cría del camarón, favoreciendo así las inundaciones en las zonas costeras. En Ecuador, el 70% de los manglares ha sido destruido para instalar criaderos de camarón para la exportación, afectando con ello la supervivencia de los pescadores tradicionales y aumentando las posibilidades de inundaciones provocadas por el fenómeno de El Niño.
• Consumo excesivo de combustible, disminución del valor nutricional e incremento del uso de conservantes, provocados por el transporte de alimentos a grandes distancias.
• Sustitución de la diversidad biológica por monocultivos y bosques artificiales. La explotación comercial de las plantaciones forestales extrae la madera y destruye el resto por considerarlo "desechos".
• Pesca excesiva: "Las existencias mundiales de pesca están en declive, con una cuarta parte ya agotada o en vías de serlo y otro 44% explotado al límite de su continuidad biológica".
• Destrucción de hábitat naturales y humanos como resultado de los riesgos de la extracción de petróleo. Por ejemplo, los daños provocados por la Shell en el delta del río Níger, hogar del pueblo Ogoni[22].
Un procedimiento adecuado para sopesar la deuda ecológica contraída por los voraces consumidores de los países imperialistas y los subconsumidores del Sur consiste en comparar sus respectivas huellas ecológicas. Por huella ecológica se entiende la cantidad de "tierra cultivable, zonas de pastoreo, bosques, producción oceánica y capacidad de absorción de dióxido de carbono que es consumida por una persona promedio en un área geográfica determinada"[23]. Esa noción apunta a medir el impacto de los modelos de consumo con relación a la capacidad de carga del planeta, por lo cual se entiende el máximo de población de una determinada especie que puede sobrevivir en cierto hábitat sin provocarle daños irreversibles. En el caso de un país determinado, la huella ecológica mide la superficie biológicamente productiva que es necesaria para mantener el nivel de recursos de ese país y para absorber sus desechos:
Cuando la huella ecológica de un país es mayor que su capacidad ecológica de carga, ese país tiene que "importar" capacidad de carga de algún otro sitio y/o consumir su capital natural a un ritmo mayor que el de la regeneración de la naturaleza. Esto se logra importando alimentos, combustible o productos forestales o agotando su provisión de recursos renovables y no renovables (por ejemplo, combustibles fósiles). También puede "exportar" desechos, como el exceso de emisiones de dióxido de carbono que su masa forestal o los océanos circundantes no pueden absorber[24].
Se ha establecido que la huella ecológica promedio de un habitante humano en el planeta es de 7,7 hectáreas, pero que los países altamente industrializados superan con creces esa media en tanto que los países dependientes están sensiblemente por debajo de la misma. De esta forma, por ejemplo, Canadá tiene una capacidad ecológica de carga de 9,6 hectáreas per capita, mientras que en el otro extremo Bangla Desh, con una huella ecológica de sólo 0,5 hectárea per cápita dispone de una capacidad de carga de tan solo 0,3 hectárea por persona. Considerando los resultados de la huella ecológica por países se encuentra que a escala mundial el 77% de la población humana tiene una huella ecológica menor que la media, de sólo 1,02 hectárea, pero el otro 23% -los verdaderos deudores ecológicos- ocupa el 67% de la huella de toda la humanidad. Esto quiere decir que sólo un quinto de la población utiliza dos tercios de la capacidad de carga. Es esa quinta parte de deudores ricos la responsable de que la humanidad esté consumiendo un 40% más de recursos de los que pueden regenerarse sosteniblemente. Por cada persona que utiliza el triple de lo que en justicia le corresponde de la capacidad de carga del planeta, hay tres que sobreviven con sólo un tercio de lo que realmente les correspondería[25].

6. Intercambio ecológico desigual
Cuando se analiza la dominación imperialista suele hablarse del intercambio económico desigual expresado en la célebre formulación teórica del deterioro de los términos de intercambio, con lo que se quiere expresar que en el mercado mundial tienden a depreciarse los productos primarios y a encarecerse los bienes manufacturados. Mirada en el largo plazo esta tendencia perjudica a los países productores de materias primas. Pero sin desconocer la importancia de este intercambio desigual en términos económicos, es necesario considerar el intercambio ecológico desigual, algo poco estudiado. Por tal puede entenderse el resultado ambiental -negativo para los países dependientes- de la importación por parte de los países altamente industrializados de productos del Sur a bajos precios, que no toman en consideración el agotamiento y perennidad de tales recursos[26]. Esto sucede hoy con recursos naturales, como la madera (de la cual el Japón es uno de los primeros compradores del mundo), minerales, petróleo y especies exóticas. También debe considerarse como parte de ese intercambio ecológico desigual el envenenamiento de aguas, aire, tierras y seres humanos que se produce como resultado de la aplicación de plaguicidas en las plantaciones agrícolas de empresas imperialistas en países dependientes (como hicieron en Nicaragua las compañías bananeras). Mientras que las compañías transnacionales se llevan el producto para ser vendido y consumido en su país de origen, en las zonas productoras queda la desolación, la muerte y el veneno por todos lados.
En pocas palabras, intercambio ecológicamente desigual "significa el hecho de exportar productos de países y regiones pobres, sin tomar en cuenta las externalidades locales provocadas por estos productos o el agotamiento de los recursos naturales, a cambio de bienes y servicios de regiones más ricas"[27]. Y lo más importante radica en que esa noción tiene implicaciones políticas, al destacar que la pobreza y la carencia de soberanía y autonomía por parte de las regiones exportadoras, debido a su condición dependiente y subordinada en el plano mundial, están en la base de ese intercambio desigual que finalmente perjudica a los pobres de dichas regiones, en virtud de la irremediable destrucción de sus ecosistemas sin que la misma sea asumida por los países imperialistas y sus empresas, que lucran con los productos que allí se generan.

7. Violación de las aguas territoriales de los países dependientes por parte de las flotas pesqueras de las grandes potencias
El ritmo infernal de pesca que se ha practicado durante las últimas décadas, a medida que aumenta el consumo de pescado o productos derivados en los países del Norte, ha agotado los principales bancos de peces en todo el mundo, comenzando por los mares y ríos de esos mismos países. Un buen ejemplo al respecto es el del bacalao, un producto esencial para la subsistencia de miles de pescadores artesanales en las costas canadienses de Terranova, que, por la acción de los grandes pesqueros comerciales, ha sido diezmado, terminando no sólo con el recurso sino también con los propios pescadores[28]. Como resultado del agotamiento de los bancos de peces en las aguas del Atlántico norte, grandes buques pesqueros de los países europeos, de los Estados Unidos y de Japón, incursionan en las aguas de todo el mundo para depredar literalmente todo lo que encuentran a su paso. Ahora, la pesca en alta mar está dominada por grandes barcos que operan a gran velocidad y "llevan detrás inmensos sistemas de redes que barren todo a su paso, sin tener en cuentas los cupos de peces y con una total indiferencia hacia el medio ambiente"[29]. Esto ha ocasionado la extinción de cientos de especies marinas y una drástica reducción del volumen de pesca a nivel mundial. También ha significado el empobrecimiento o la ruina de los pequeños pescadores artesanales en diversos lugares del mundo, una consecuencia dramática porque en los países de la periferia existen millones de personas cuya vida se ha desenvuelto durante cientos o decenas de años en torno a la pesca[30].

8. Exportaciones forzadas de especies animales y vegetales
Este comercio desigual que se hace siempre en la dirección Sur-Norte es realizado por mafias organizadas y tiene como objetivo transportar mascotas de compañía o producir mercancías exóticas a partir de partes animales (piel, marfil, dientes) para adornar a la burguesía de los países industrializados. Este comercio ilegal es tan significativo que se considera como la segunda actividad comercial subterránea, solamente superada por el comercio de estupefacientes. Anualmente circulan en forma ilegal 50 mil primates, 4 millones de aves, 350 millones de peces tropicales, de todos los cuales mueren en el viaje entre el 60 y el 80%.[31]. Para que este negocio funcione existen complejas redes de traficantes de animales, emparentadas con otras actividades como el narcotráfico, en las que participan funcionarios estatales y empresarios privados tanto de los países pobres como de los países ricos. Solo de esa forma pueden ser extraídos de la Amazonía brasileña, para señalar el caso más aberrante de expoliación imperialista, 12 millones de animales, de los cuales muy pocos llegan vivos a su destino final, puesto que sólo uno de cada diez resiste las travesías, el cambio de hábitat, la suciedad o el maltrato[32]. No es coincidencia, entonces, que en el Brasil 208 especies están seriamente amenazadas[33].
El mercado de los animales y de las plantas exóticas está claramente definido en términos económicos y geográficos: la oferta la suministran los países tropicales y la demanda se concentra en los países industrializados. En estos últimos se presenta un consumo insostenible de fauna exótica, abastecido por países en los cuales los campesinos y los trabajadores soportan peores condiciones de existencia. En ese mercado internacional existen consumidores conspicuos que buscan ejemplares raros, pero también debe incluirse a la industria farmacéutica, que compra por ejemplo especies venenosas como arañas y serpientes para experimentar y producir nuevos medicamentos y productos.
La Unión Europea es el principal consumidor de animales exóticos, siendo el primer importador mundial de pieles de reptil, de loros, de boas y de pitones y el segundo importador, después de los Estados Unidos, de primates y felinos. En ese mercado internacional de seres vivos España desempeña un papel significativo, por su posición geográfica que sirve de puente entre África Ecuatorial, América Latina y el sudeste asiático, con los Estados Unidos y otros lugares de Europa.

9. A manera de conclusión: el capitalismo y la ecología son mutuamente excluyentes
La crisis ambiental de nuestro tiempo ha sido producida por el modo de producción capitalista, debido a su carácter mercantil orientado a producir no para satisfacer necesidades sino para incrementar la ganancia individual. Este hecho aparentemente elemental que rige el funcionamiento del capitalismo constituye la base del agotamiento de los recursos naturales, expoliados a un ritmo nunca antes visto en la historia de la humanidad, al mismo tiempo que produce desechos y contaminación de manera incontrolable. Desde este punto de vista el capitalismo tiene dos características claramente antiecológicas: la pretensión de producir de manera ilimitada en un mundo donde los recursos y la energía son limitados; y originar desechos materiales que no pueden ser eliminados -cosa imposible en concordancia con las leyes físicas- y que deben ir a alguna parte, lo cual supone exportarlos a los países más pobres de la tierra. Como bien lo dice James O’Connor
(…) la naturaleza es un punto de partida para el capital, pero no suele ser un punto de regreso. La naturaleza es un grifo económico y también un sumidero, pero un grifo que puede secarse y un sumidero que puede taparse. La naturaleza, como grifo, ha sido más o menos capitalizada; la naturaleza como sumidero está más o menos no capitalizada. El grifo es casi siempre propiedad privada; el sumidero suele ser propiedad común[34].
Está absolutamente demostrado por todos los indicadores de deterioro ambiental que la ecología y el capitalismo son polos opuestos de una contradicción insalvable, puesto que el capitalismo se basa en la lógica del lucro y de la acumulación sin importar los medios que se empleen para lograrlo, ni la destrucción de recursos naturales y ecosistemas que eso conlleve. Se podría argüir en contra de esta afirmación que hoy el capitalismo tiene un discurso ecológico y preocupaciones "verdes". Desde luego que sí, pero detrás de ese discurso se esconden los grandes grupos corporativos interesados en expoliar hasta el fin al medio ambiente y de convertirlo en una mercancía muy rentable que genere pingües beneficios. En otros términos, hasta la ecología y el medio ambiente se han convertido en una mercancía más, lo cual tiene implicaciones negativas sobre las mismas posibilidades de existencia y reproducción de la vida en sus más diversas manifestaciones, y esa mercancía ecológica (expresada en la retórica insulsa del pretendido "desarrollo sustentable" y el "capital verde") también se ha mundializado como resultado de la expansión imperialista de las últimas décadas.
En esa perspectiva, pueden señalarse los tres nudos problemáticos que, en términos ambientales, ha generado el capitalismo, tal y como lo ha analizado en varias investigaciones el teólogo brasileño Leonardo Boff: el nudo de la extinción de los recursos naturales; el nudo de la sostenibilidad de la tierra; y el nudo de la injusticia social mundial. En cuanto a la extinción de los recursos naturales estamos asistiendo al más acelerado exterminio de especies de seres vivos, la peor de los últimos 65 millones de años, ya que diariamente desaparecen para siempre unas 10 especies y anualmente unas 20.000. Esta cifra adquiere relevancia si se considera que en la última gran extinción de especies desaparecían dos o tres por año. Otro de los recursos que se agota rápidamente es la tierra fértil, convertida en desierto rural o urbano, deforestada y seca. Al mismo tiempo, la sostenibilidad de la tierra está seriamente en duda ante los procesos en curso, entre los que sobresale el calentamiento global, con sus consecuencias nefastas de alteración climática en todo el orbe, aumento en el nivel de los mares, inundaciones, sequías, huracanes, etcétera, fenómenos todos que pueden llegar a alterar el equilibrio químico-físico y biológico de la tierra. En lo que respecta a la injusticia social mundial, que se manifiesta en la concentración del ingreso y la prosperidad en reducidos sectores de las elites dominantes en todo el mundo al lado de la miseria y la pobreza de millones de seres humanos, tiene una relación directa con la apropiación de recursos y energía por esa minoría opulenta[35].
En este artículo se han descrito y analizado en forma apretada algunas de las características del imperialismo ecológico, sin que hayamos considerado todos los aspectos que pueden ser estudiados a partir del uso de dicha categoría. Simplemente, se ha pretendido demostrar la utilidad de esta noción para entender y enfrentar algunos de los problemas ambientales más álgidos de nuestro tiempo, los cuales no son resultado, ni mucho menos, de catástrofes naturales o fuerzas incontrolables, como se ha dicho tan reiteradamente durante todo el año 2005, después del tsunami en el Océano Indico en diciembre de 2004 o del huracán que asoló a Nueva Orleáns. Teniendo en cuenta los elementos expuestos, es evidente que el imperialismo ecológico tiene múltiples dimensiones, que ameritan ser consideradas, tanto para entender la voracidad del imperialismo contemporáneo como para organizar luchas de resistencia y defensa de los ecosistemas por parte de todos aquellos que sentimos que la naturaleza se ha convertido en el último coto de caza de la mercantilización ecocida del capitalismo mundial.


[1] Barry Componer (1992), En paz con el planeta, Barcelona, Editorial Crítica, pág. 137.
[2] Mitchel Cohen "Residuos tóxicos y el Nuevo Orden Mundial", en www.rebelion.org/ecologia/040128cohen.htm
[3] Ramón Tamanes (1983), Ecología y desarrollo. La polémica sobre los límites al crecimiento, Madrid, Alianza Editorial, pág. 147.
[4] "El vínculo entra la gente y los ecosistemas", en www.agrovia.com/ambiente/pdf/MAB
[5] Ibíd.
[6] Ibíd.
[7] Ibíd.
[8] Ibíd.
[9] Ibíd.
10] Adrian Berry (1997), Los próximos diez mil años, Madrid, Alianza Editorial, pág. 65.
11] Citado en J. Riechmann (2004), Gente que no quiere viajar a Marte. Ensayos sobre ecología, ética y autolimitación, Madrid, Libros de la Catarata, pág.133.
12] Entre los autores que enfatizan este tipo de concepciones podemos mencionar a Jeremy Rifkin (2000), en La era del acceso. La revolución de la nueva economía, Barcelona, Editorial Paidos, págs. 49 y ss.
13] Michael T. Klare (2003), Guerras por los recursos. El futuro escenario del conflicto global, Barcelona, Ediciones Urano, pág. 23.
14] Ibíd., págs. 37, 39.
[15] Vandana Shiva (2001), Biopiratería. El saqueo de la naturaleza y el conocimiento, Barcelona, Editorial Icaria, pág. 90; Isabel Bermejo, "El debate acerca de las patentes biotecnológicas", en Alicia Durán y Jorge Riechmann (1997), Genes en el laboratorio y en la fábrica, Madrid, Editorial Trotta, págs. 53-70.
[16] M. Cohen, op. cit.
[17] Ibíd.
[18] Ibíd.
[19] John Dillon, "Deuda ecológica. El Sur dice al Norte: ‘es hora de pagar’", en www.debtwatch.org/cat/formacio/ maleti/material/de/da/dillon.pdf
[20] Ibíd.
[21] Joan Martínez Allier y Arcadi Olivares (2003), ¿Quién debe a quién? Deuda externa y deuda ecológica, Barcelona, Editorial Icaria, pág. 43.
[22] J. Dillon, op. cit.
[23] Ibíd.
[24] Ibíd.
[25] Ibíd.
[26] Juan Martinez-Alier (1996), "De l’economie politique à l’ecologie politique", Un siècle de marxisme. Bilan et prospective critique, París, pág. 177.
[27] Joan Martínez Allier (2005), El ecologismo de los pobres. Conflictos ambientales y lenguajes de valoración, Barcelona, Editorial Icaria, pág. 275.
[28] James Petras y Henry Veltmeyer(2003), Un sistema en crisis. La dinámica del capitalismo de libre mercado, México, Editorial Lumen, págs. 171 y ss.
[29] Ibíd, pág.183.
[30] Joni Seager (1995), Atlas de la terre. Le coût écologique de nos modes de vie, la politique des Etats: une vision d’ensemble, París, Autrement, págs. 68-69 y 120-121.
[31] Ibíd, págs. 80-81 y 124-125
[32] Mario Osava, "Tráfico de animales, un negocio millonario", en web.chasque.net/informes/agosto-2001/info2001-08-15.htm; "Comercio internacional de animales y plantas", en www.!españa.es/naturaeduca/conserva_comercio.htm; "El tráfico ilegal de especies", en www.!españa.es/ naturaeduca/hom_traficoespecies.htm; "Animales y plantas en peligro de extinción", en www.anbientun.com.revista/003_04/EXTINCION_imprimir.htm
[33] M. Osava, op. cit.
[34] James O’Connor (2001), Causas naturales. Ensayos de marxismo ecológico, México, Siglo XXI Editores, pág. 221.
[35] Leonardo Boff, "La contradicción capitalismo/ecología", en latinoamericana.org/2005/textos/castellano/Boff.htm

Tomado de:

Patti Smith, el mito del artista iluminado

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Patti Smith, el mito del artista iluminado



Una foto, testimonio de una alianza. Una imagen que es un manifiesto. Una gráfica que ofrece un lugar en el torbellino de la vida cotidiana. En la portada del disco Horses, de Patti Smith, el fotógrafo Robert Mapplethorpe recreó a la poeta-cantante como un moderno Arthur Rimbaud en Nueva York, como el artista que puede adoptar cualquier posición, cualquier voz, como la personificación del mito de la fecundidad del arte en la calle.
En la tapa de Horses –su primer disco– está Patti Smith con una camisa blanca que adquirió en el Ejército de Salvación de Bowery, bien planchada y sin manchas, con las letras RV bordadas, y a la que le cortó los puños. Viste también un pantalón negro, tirantes y chaqueta al hombro. Con el pelo cortado a lo Keith Richards, de pie, su figura esbelta sobre el fondo blanco de un ático de la Quinta Avenida de Nueva York luce andrógina, desafiante, recién desembarcada de los infiernos de la ciudad de los rascacielos, dueña de sí misma.
La foto dice tanto de ella como de las canciones que integran el álbum. En la primera pieza, la poeta, nacida en el seno de una familia perteneciente a los Testigos de Jehová, fusiona la versión de Gloria, el clásico de Van Morrison, con su poema Juramento/Blasfemia (Oath), y proclama: Jesús murió por los pecados de alguien/ pero no por los míos/ revuelta en una olla de ladrones/ un comodín en la manga/ espeso corazón de piedra/ mis pecados son míos. Lo hace, más que como una manifestación de disidencia religiosa, como la aceptación de su responsabilidad plena en todos y cada uno de sus actos.
Fusión de poesía con música, con frecuencia improvisada, homenaje a su panteón de músicos admirados, Horses quiso agradecer y recordar a personajes como Jimi Hendrix y Jim Morrison, pero, también, convocar a la gente de a pie a tomar el rocanrol en sus manos y modificar el rumbo fatuo y lleno de falsos artistas por el que se había enfilado. “A mediados de los 70 –dice la artista– se estaba volviendo un poco materialista, y las personas estaban perdiendo sus derechos. Para mí, la parte esencial del rocanrol era la revolución.”
Nacida en el seno de una familia pobre, la cuarta canción del acetato, Free Money, se inspiró en su infancia. “Es una canción para mi madre –contó a Simon Reynolds–. Siempre soñaba con ganar la lotería. Pero jamás compró un solo número. Simplemente imaginaba que ganaba y hacía listas de cosas que haría con el dinero: una casa junto al mar para nosotros, y después un montón de cosas generosas”.
La foto ha vuelto a difundirse masivamente ahora que Patti Smith recibió, junto con el cuarteto Kronos, el Premio Polar 2011. Concedido anualmente por la Real Academia Sueca de Música a individuos, grupos o instituciones en reconocimiento a sus logros excepcionales en la creación y avance de la música, es considerado el equivalente del Premio Nobel.
El reconocimiento le fue otorgado por dedicar su vida al arte en todas sus formas. Según la Academia Sueca, la músico-poeta ha demostrado cuánto rocanrol hay en la poesía, así como la cantidad de poesía que hay en el rocanrol. Patti Smith es un Rimbaud con amplificadores Marshall. Ella ha transformado la forma en la que toda una generación se ve, piensa y sueña. Con su alma de artista inimitable, Patti Smith demuestra una y otra vez que la gente tiene el poder.
Con 16 libros publicados, el reconocimiento de la Academia Sueca corona una larga lista de honores concedidos a lo largo de los años recientes. Entre otros muchas distinciones, en 2003 obtuvo el Premio de Poesía de Turín; en 2005, el Ministerio de Cultura de Francia le dio el grado de Commandeur des Arts et des Lettres, y el Instituto Pratt de Artes le otorgó un doctorado honoris causa.
Estos reconocimientos institucionales están precedidos de una popularidad inusitada para una artista tan poco convencional como ella. Aunque es una creadora indefinible que rehuye ser etiquetada y lo mismo hace fotografía, dibujos, instalaciones, poemas que canciones, la clave de su éxito entre los jóvenes es su producción musical. Nacida en 1946 en Chicago, criada en Mantua, Nueva Jersey, y forjada como artista en Nueva York, lanzó su primer disco en 1975, a los 29 años de edad. Hoy día ha grabado 11 álbumes y vendido más de 47 millones de copias. Canciones como Because the night, escrita a cuatro manos con Bruce Sprinsteen, alcanzó en 1978 el lugar número 13 entre las piezas más escuchadas en Estados Unidos.
A su manera, el arte es para ella su religión o, por lo menos, su misión. “Para mí –ha dicho– involucrarme en el rocanrol no era un asunto de ser rica o famosa. Esas cosas pueden dar alegría, pero nunca son suficientes. Lo que siempre estoy buscando es la iluminación.”
Escribir la historia del camino hacia esa iluminación, que es también la historia del amor, amistad y complicidad con Robert Mapplethorpe, le valió obtener el National Book Award de la categoría de no ficción de 2010. El premio es justo. Éramos unos niños es un libro bello, inteligente, apasionado y muy bien escrito. Autobiografía de una mujer que construye su identidad con base en el trabajo y la intuición, retrato de Nueva York y el mundo cultural a mediados de los 70, confesión amorosa descarnada de una relación compleja, tratado sobre la devoción genuina que profesa a los artistas en los que cree y a sus amigos, la obra es uno de los mejores y más lúcidos trabajos sobre el mundo del rocanrol que se han escrito.
En Éramos unos niños, Patti Smith narra la hechura de su propio mito. Estudiante normalista fracasada, madre soltera embarazada por accidente que da a su hijo en adopción a los 20 años, obrera en una planta de ensamble, vagabunda en Nueva York, vendedora de libros, escritora de reseñas en revistas musicales, actriz en obras de teatro experimental, pintora, poeta, música, pacifista, ambientalista, la obra de la cantante se fue haciendo sobre la base de su propio esfuerzo, tenacidad y creatividad.
De manera descarnada, Patti Smith cuenta sus pasiones amorosas, sus infidelidades y sus lealtades. Enamorada a primera vista de Mapplethorpe, el futuro artista la salva de trances difíciles, comparte con ella las rosquillas y las penas, se encarga de arreglar el estudio que comparten. Juntos construyen una pareja fuera de todos los estereotipos y establecen un pacto de complicidad que dura toda la vida. Patti termina aceptando la homosexualidad de su pareja (de la que en algún momento llega a sentirse culpable), pero le resulta casi imposible digerir las amistades ricas que él hizo al volverse famoso. Él es, sin embargo, su compañero de ruta: “De Robert –escribe– aprendí que, muchas veces, la contradicción es el camino más despejado a la verdad”.
Si para Rimabud el poeta debía hacerse vidente por medio de un largo, inmenso y racional desarreglo de todos los sentidos, Patti Smith se hace vidente convirtiendo su vida en la materia prima para crear su arte. En la canción Piss Factory (Fábrica de meados) recrea su experiencia en la línea de montaje de una fábrica, recuerda el salario de 36 dólares por 40 horas de trabajo a la semana, el infierno que se vive en la línea de ensamble, y su fantasía de huir a la gran urbe. Voy a ser alguien/ Me voy a subir en ese tren, voy a la ciudad de Nueva York/Voy a ser tan mala que voy a ser una gran estrella y nunca voy a regresar/ Nunca volver, no, nunca volver, a quemar en esta fábrica de meados.
Como si fuera una baraja de cartas marcadas, Patti Smith dibuja a lo largo del libro personajes claves de la bohemia neoyorquina y el mundo artístico de mediados de los 70: Andy Warhol, Allen Ginsberg, William Burroughs, Sam Shepard, Janis Joplin, Bob Dylan y muchos más. Cada una de esas cartas es colocada para armar un deslumbrante relato que da cuenta del clima emocional de una época.
Escribió Rimbaud: Al amanecer, armados de ardiente paciencia, entraremos en espléndidas ciudades. En Éramos unos niños Patti Smith recrea el mito del artista iluminado, del que llega al esclarecimiento interior a través de la creación y, al hacerlo de la mano de su adorado Rimbaud, armada de ardiente paciencia, nos conduce a través de una espléndida ciudad y una genuina historia de amor, la misma que se encuentra plasmada en la imagen de la poeta que ilustra la portada de Horses.


tomado de: 



miércoles, 24 de agosto de 2011

¿MAIS QUI EST DONC CIORAN?

EL SILENCIO DE LA ESCRITURA






(A PROPÓSITO DE BARTLEBY Y COMPAÑÍA)



DAVID ROAS (Universidad Autónoma de Barcelona)



Nuestro mundo es un mundo de palabras


E.A. Poe, Al Aaraaf


En una reciente entrevista, Enrique Vila-Matas expuso una idea que me parece fundamental para enfrentarse a la lectura de Bartleby y compañía (2000): «no puede existir ya buena literatura si en ésta no hay implícita de fondo una reflexión que cuestione incluso la posibilidad o la noción misma de la literatura».1

El cuestionamiento (e incluso el descrédito) de la literatura, la desconfianza en el lenguaje como expresión adecuada de los juicios, afectos y designios del ser humano (son palabras de Mallarmé), se han convertido en asuntos fundamentales de la literatura y de la teoría literaria contemporáneas (pienso, evidentemente, en la Deconstrucción).

Y una manifestación radical de ese cuestionamiento es, sin duda, el abandono de la práctica literaria. Sobre dicha idea se reflexiona largamente en Bartleby y compañía.

A primera vista, lo que este libro nos ofrece es un catálogo, un canon de autores contagiados por el «síndrome de Bartleby» —así denominado por Vila-Matas en honor del célebre personaje de Melville («el escriba que ha dejado de escribir»)2 —, un síndrome que es definido como «el mal endémico de las letras contemporáneas, la pulsión negativa o la atracción por la nada que hace que ciertos creadores, aun teniendo una conciencia literaria muy exigente (o quizá precisamente por eso), no lleguen a escribir nunca; o bien escriban uno o dos libros y luego renuncien a la escritura; o bien, tras poner en marcha sin problemas una obra en progreso, queden, un día, literalmente paralizados para siempre».3

Marcelo, el narrador de esta novela (si es posible denominarla así), ha sido también un bartleby: veinticinco años atrás publicó una novela sobre la imposibilidad del amor (no deja de ser significativo que su nuevo libro trate de otra imposibilidad: en este caso la de la escritura), una novela que le llevó a pelearse con su padre y, como resultado, a abandonar la creación literaria. Asimismo, Marcelo es un oficinista, como el Bartleby original, que ha preferido dejar de trabajar (finge una falsa depresión) para regresar a la escritura.

Su nueva obra, la que nosotros leemos, es un conjunto de 86 notas a pie de página que comentan un libro invisible, aunque —como el propio Marcelo advierte— no por ello inexistente (un aspecto sobre el que enseguida volveré). En esas 86 notas, se examina un conjunto de variadas excusas, de diversas justificaciones en relación al abandono de la literatura. Algo que le sirve a Marcelo, al mismo tiempo, para exorcizar su propio silencio, como él mismo reconoce: «Siempre me ha funcionado bien este sistema de viajar a la angustia de otros para rebajar la intensidad de la mía» (p. 91).

Rulfo y la muerte de su tío Celerino, la crisis lingüística de Hoffmansthal, la «huida» de Rimbaud, los problemas de Alfau con el inglés, la confusión total del lenguaje en que cae Larbaud, la voluntad de ser nadie de Pepín Bello, la adicción al opio de Thomas De Quincey, la necesidad de vivir por encima de la necesidad de escribir de Henry Roth, el suicidio de Vaché o de Chamfort... son muchas las justificaciones, más o menos sinceras, ligadas a circunstancias vitales y/o artísticas, acerca del abandono de la literatura (aunque también hubo quien se negó a inventar justificación alguna, como Hart Crane o Arthur Cravan).

Así pues, Marcelo vuelve a la escritura gracias a los autores que la abandonaron. Como él mismo advierte al referirse al primero de los bartlebys del libro: «escribir que no se puede escribir, también es escribir» (p. 13).

El silencio de la escritura (unido a la desconfianza en el lenguaje) es, además, un tema recurrente en la obra de Vila-Matas. Sin ánimo de exhaustividad, podemos encontrar referencias a dicho tema, por ejemplo, en Historia abreviada de la literatura portátil (1985), cuando se dice que el suicidio entre los shandys sólo podría ser realizado en el espacio mismo de la escritura: «ya fuera recurriendo al silencio más radical, o bien convirtiéndose en personaje literario, o traicionando al lenguaje mismo, o bebiendo licores fuertes como metal fundido, o derivando hacía el trampantojo o desvarío óptico, o hacia una variante del espejismo».4 Una idea semejante se expone en su novela Una casa para siempre (1988), donde se hace referencia en varias ocasiones a la desconfianza en las palabras: pienso, por ejemplo, en esa tertulia silenciosa del grupo de pintores que no hablan («estaban convencidos de que, al hablar, se ausentaban, y por ese motivo preferían dedicarse exclusivamente a pensar»);5 o cuando el narrador (un ventrílocuo que sólo tiene una voz, pero que disgrega su relato en muchas voces) afirma: «Todo lo que pensaba me parecía inútil expresarlo, puesto que ya lo había pensado. Y para colmo perdía el hambre. Y no digamos las ganas de escribir» (p. 66). En esa mismo novela aparecen otras tres referencias muy significativas a dicho asunto: «Adoro el silencio como idea o, si lo prefiere, como quimera. Entenderse sin palabras, qué maravilloso sería poder llegar a eso» (p. 117); «las palabras eran las cosas convertidas en puro sonido, su fantasma» (p. 123); y en el último capítulo del libro, cuando el narrador afirma que «Incluso las palabras nos abandonan [...], y con eso está dicho todo» (p. 133) (la misma frase, por cierto, que cierra Bartleby y compañía, donde es atribuida a Samuel Beckett).

O, por citar un último ejemplo, en su relato «Rosa Schwarzer vuelve a la vida», incluido en Suicidios ejemplares (1991), donde el narrador afirma lo siguiente: «Durante el camino le destrozó el alma la casi absoluta certeza de que nunca podría expresar, ni con alusiones, y aún menos con palabras explícitas, ni siquiera con el pensamiento, los momentos de fugaz felicidad que tenía conciencia de haber alcanzado».6

Todas estas citas apuntan hacia la misma idea, hacia la desconfianza en la capacidad expresiva del lenguaje, de la literatura al fin, que ya expusieran magistralmente Hoffmansthal, en su Carta de Lord Chandos (1902) (aunque no podemos olvidar que éste sólo abandonó la poesía, no la práctica literaria en su totalidad), y, entre otros, Marcel Duchamp, quien advierte que «Las palabras no tienen absolutamente ninguna posibilidad de expresar nada. En cuanto empezamos a verter nuestros pensamientos en palabras y frases todo se va al garete» (cito de Bartleby y compañía, p. 65).

Pero lo fundamental de todo ello, y ahí está la paradoja (como nos enseña la práctica deconstruccionista), es que los autores citados utilizan el lenguaje para decir que el lenguaje no funciona (y, por extensión, la literatura). Eso justifica, por ejemplo, la crítica que Maurice Blanchot hace del célebre aforismo de Wittgenstein «De lo que no se puede hablar, hay que callar», puesto que, como señala el autor francés, «el demasiado célebre y machacado precepto de Wittgenstein indica efectivamente que, puesto que enunciándolo ha podido imponerse silencio a sí mismo, para callarse hay, en definitiva, que hablar. Pero ¿con palabras de qué clase?» (cito de la versión recogida en Bartleby y compañía, p. 142).

Yo creo que ésa es la gran pregunta del texto. Un aspecto que ha sido descuidado en la mayoría de las reseñas y comentarios que han aparecido sobre Bartleby y compañía, centradas fundamentalmente en el problema de la imposibilidad de la escritura, conectando los diversos bartlebys rastreados por Vila-Matas con el inexcrutable escribiente creado por Melville. Es decir, destacan como tema central el silencio de la escritura y, unido a ello, las limitaciones del lenguaje, así como la hábil mezcla que se produce en el libro entre realidad y ficción (algo, por otro lado, habitual en toda la obra de Vila-Matas).

Y digo esto porque una cuestión esencial (quizá la más importante) es el hecho de que preguntarse sobre el problema de por qué no se escribe, supone, a la vez, preguntarse sobre los motivos de por qué se sigue escribiendo. Y a ello va unida otra pregunta fundamental que, a mi entender, Vila-Matas trata de responder en su libro: ¿cómo hacerlo, cómo seguir escribiendo?

Así, pues, todo ese juego con los bartlebys de la literatura nos ofrece también un buen número de justificaciones para seguir escribiendo (pienso, por ejemplo, en Primo Levi y su lucha contra el olvido a través de la escritura; o en Kafka, quien en sus Diarios no cesó de aludir a la imposibilidad esencial de la literatura, pero nunca dejó de escribir),7 porque —como ha afirmado el propio Vila-Matas— «queda algo todavía por decir.8 No digo que mucho, pero algo queda. [...]. Mi idea es que hay que volver a empezar, que la literatura nace de un equívoco: alguien escribió una vez algo y el que lo leyó entendió otra cosa. De modo que ya hay un equívoco en el origen y por lo tanto no hay por qué dejar de lado la posibilidad de que se pueda reinventar la literatura, que se pueda volver a empezar».9

«Reinventar la literatura». Esa es, creo yo, una de las ideas centrales, uno de los secretos del libro. A lo que habría que añadir la «constante necesidad de fabular» del propio Vila-Matas, quien se comporta como el padre del protagonista de su novela Una casa para siempre (1988), a quien nada —ni su agonía final— puede retraer «de su gusto por inventar historias» (p. 140). Esa actitud es, además, la que le habría permitido a Vila-Matas —como ha reconocido en sus entrevistas más recientes— vencer el síndrome de Bartleby y ofrecernos una nueva novela: El mal de Montano (2002), íntimamente relacionada, como enseguida veremos, con la obra que estoy comentando.

Así pues, si bien es cierto que Bartleby y compañía descansa sobre un juego en torno a la «literatura del No», dicho juego esconde también una reflexión sobre los caminos por los que debe discurrir la literatura actual y futura, puesto que como advierte paradójicamente el narrador al principio del libro, la «literatura del No» es



el único camino que queda abierto a la auténtica creación literaria; una tendencia que se pregunta qué es la escritura y dónde está y que merodea alrededor de la imposibilidad de la misma y que dice la verdad sobre el estado de pronóstico grave —pero sumamente estimulante— de la literatura de este fin de milenio (p. 12).



Cabría preguntarse entonces cuáles son las razones que, según Vila-Matas, justifican esa grave situación actual de la literatura. En primer lugar, podríamos citar la inutilidad de los modelos narrativos y estéticos tradicionales. Como señala explícitamente el narrador de El mal de Montano: hay que renunciar a crear obras de arte «que sólo se dedican a repetir fórmulas ya archisabidas» (p. 32), entre las cuales está el realismo, contra el que arremete explícitamente en la citada novela.

Otra razón, directamente relacionada con lo expuesto en Bartleby y compañía, es lo que podríamos llamar el «exceso de literatura» en el que vivimos. Como ha señalado el propio Vila-Matas en algunas entrevistas recientes, «hay demasiados libros», lo que supone un efecto contrario al que produce el «síndrome de Bartleby». De ese modo, lo que irónicamente parece decir Vila-Matas en su novela es que muchos escritorzuelos/as actuales podrían dejase contagiar por el síndrome de Bartleby. Este es un asunto sobre el que continúa reflexionando en El mal de Montano: «todo el mundo, exactamente todo el mundo, se siente capaz de escribir una novela sin haber aprendido nunca ni siquiera los instrumentos más rudimentarios del oficio, y sucede también que el vertiginoso aumento de estos escribientes [nótese que no les llama escritores] ha terminado por perjudicar gravemente a los lectores, sumidos hoy en día en una notable confusión» (p. 64).10

A todo ello podría añadirse también el grave problema de la influencia de la Teoría Literaria tiene sobre los autores y los lectores. Aunque habría que referirse mejor a esos teóricos «de segunda mano» (la expresión no es de Vila-Matas), simples repetidores de tesis que no acaban de comprender pero que se empeñan en utilizar, sin darse cuenta de que con ello hacen un flaco favor a la Teoría de la Literatura, puesto que, más que ayudar, se interponen entre el lector y los textos, además de ofrecer un discurso empeñado en la oscuridad y en la confusión. Basta pensar en la inteligente burla que se hace de la negativa influencia que tuvo el grupo de Tel Quel sobre la creación literaria (Bartleby y compañía, pp. 47-50), o en el ataque contra la Deconstrucción (mal entendida), a la que se califica en El mal de Montano de «jerga feroz y cabalística» (p. 98).

Y junto a todos estos problemas y males que acosan a la literatura actual, está también el de su propia desaparición, esa muerte constantemente anunciada por agoreros sin nada mejor que hacer o decir, pero que ―para nuestro bien― nunca acaba de producirse. Y esto es así porque la literatura, como ya señalara Maurice Blanchot, siempre está en continuo cambio: «la esencia de la literatura consiste en escapar a toda determinación esencial, a toda afirmación que la estabilice o realice: ella nunca está ya aquí, siempre hay que encontrarla o inventarla de nuevo».11

Frente a todos esos problemas y males que padece la literatura actual, Vila-Matas opone una «Poética de la resistencia», que busca «la supervivencia de la literatura amenazada por los enemigos de lo literario».12

En Bartleby y compañía el camino para esa recuperación de lo literario surge, como antes señalé, de la «literatura del No», postulada como el «único camino abierto a la verdadera creación literaria»:



Sólo de la pulsión negativa, sólo del laberinto del No puede surgir la escritura por venir. ¿Pero cómo será esa literatura? [...] Si lo supiera, la haría yo mismo.

A ver si soy capaz de hacerla. Estoy convencido de que sólo del rastreo del laberinto del No pueden surgir los caminos que quedan abiertos para la escritura que viene. A ver si soy capaz de sugerirlos (pp. 12-13).13



¿Y cómo se sugieren tales caminos? Mediante un libro que no es un libro (en el sentido tradicional del término), un libro «inexistente»14 que es, al mismo tiempo, un conjunto de notas a pie de página, un diario, una novela, un ensayo...15 En otras palabras, nos encontramos ante un libro híbrido, mestizo, que trasciende los límites de los géneros y de la propia ficción.

En ese cruce de géneros, creando, además, la falsa sensación de un libro compuesto de fragmentos, se ensamblan materiales de todo tipo: notas, citas literarias (de sus autores-fetiche), reflexiones de carácter ensayístico, parodias, imposturas, materiales reales y autobiográficos, y retazos novelísticos (por llamar de algún modo a esos momentos en los que Marcelo abandona sus comentarios sobre los diversos bartlebys y pasa a relatar acontecimientos de su propia vida: sus inicios literarios, el enfrentamiento con su padre, su crisis creativa, su amistad con Juan, su relación amorosa con María Lima Mendes, las dudas sobre su propia identidad y la adopción de un nuevo apellido —Casi-Watt―16, la historia de su amigo Pineda, su falso encuentro con Salinger en Nueva York, etc.).

Un grupo heterogénero de materiales que Vila-Matas combina mediante un estilo fragmentario, elíptico, laberíntico, y que muy bien podría definirse con las palabras con que Marcelo describe el suyo propio en el libro: «Sólo sé que para expresar ese drama navego muy bien en lo fragmentario y en el hallazgo casual o en el recuerdo repentino de libros, vidas, textos o simplemente frases sueltas que van ampliando las dimensiones del laberinto sin centro» (p. 150). Un estilo que coincide con el del protagonista de la última novela de Vila-Matas y que ―en un evidente juego de espejos ― describe tambiιn el de su autor:



Ese estilo emocionado, que acaba derivando hacia la melancolía más turbadora, consiste en detestar la línea recta y vagar, ribetear, seguir elipsis y laberintos, retroceder, dar vueltas en círculo, tocar de repente ese inalcanzable centro [...] y de nuevo retroceder y de nuevo más rodeos obedeciendo a instintos opuestos, o lo que es lo mismo: hasta desnudar y ridiculizar sin piedad la verdad, cualquier verdad de cualquier cosa susceptible de ser cierta (El mal de Montano, pp. 29-30).



Vila-Matas apuesta en Bartleby y compañía (de un modo mucho más radical, creo yo, que en obras anteriores) por la experimentación y el riesgo, apuesta por un estilo que desborda —por anticuados— los modelos narrativos anteriores, empeñados todavía en concebir la literatura como un absoluto, como totalidad. Así lo reconoce el propio narrador hacia el final del libro: «Ya que se han perdido todas las ilusiones de una totalidad representable, hay que reinventar nuestros propios medios de representación» (p. 169). Una idea que concuerda casi literalmente con la «condición posmoderna», según Lyotard, con el abandono de todo intento de entender el mundo desde un discurso totalizador.17 Ello se traduce en un evidente descrédito hacia las grandes narrativas; en su lugar queda la fragmentación y el azar. Una idea que comparte el narrador del El mal de Montano cuando afirma que «el mundo se halla desintegrado, y sólo si uno se atreve a mostrarlo en su disolución es posible ofrecer de él alguna imagen verosímil» (p. 222). Ante la desintegración de lo real, sólo nos queda la literatura. Porque en el lenguaje, en el uso autoconsciente del lenguaje, nos construimos. Por ello, el gran tema de la literatura posmoderna es el de las posibilidades y condiciones de su propia producción. Como se hace evidente en Bartleby y compañía (y también en El mal de Montano).

Los medios de representación de esa desintegración a los que se refiere el narrador de Bartleby y compañía se relacionan claramente, a mi entender, con los valores postulados por Italo Calvino en sus Seis propuestas para el próximo milenio. Sobre todo con dos de ellos: levedad y multiplicidad.

La levedad tiene que ver con la idea (ya presente en Lucrecio y Ovidio) de que conocer el mundo es disolver la idea de que es compacto. Como insistía Borges, el mundo como totalidad es indescifrable. Y para reflejar ese mundo fragmentado, azaroso, ya no sirven las grandes tramas.

Eso nos permite enlazar con el segundo de los valores mencionados. Según Calvino, la multiplicidad tiene que ver con la visión de la novela contemporánea «como enciclopedia, como método de conocimiento, y sobre todo como red de conexiones entre los hechos, entre las personas, entre las cosas del mundo».18 Como antes decía, las grandes tramas han dejado de ser válidas en la literatura actual. En su lugar queda la fragmentación, la dispersión, la descomposición del relato en una estructura plural, compuesta por elementos heterogéneos, por múltiples fugas que rompen con las expectativas narrativas tradicionales. Todo ello se traduce en esa inteligente mezcla que hace Vila-Matas de autoficción, metaliteratura, culturalismo, hibridismo y parasitismo literario (como el propio autor lo denomina). Un universo narrativo —claramente calificable de posmoderno— en el que todos esos elementos heterogéneos, y esto es fundamental, tienen el mismo derecho a la representación artística.

Podríamos añadir aquí la sexta propuesta planteada por Ricardo Piglia19 en relación a la literatura del nuevo milenio (como es sabido, Calvino nunca llegó a escribir la suya, titulada Consistencia, que tenía que versar —cosas del azar— sobre el Bartleby de Melville).20 Ese nuevo valor, que denomina distancia o desplazamiento, significa «Un desplazamiento hacia el otro, un movimiento ficcional hacia una escena que condensa y cristaliza una red de múltiple sentido. Así se transmite la experiencia, algo que está mucho más allá de la simple información. Un movimiento que es interno al relato, una elipsis, podríamos decir, que desplaza hacia el otro la verdad de la historia». De ese modo, «la literatura sería el lugar en el que siempre es otro el que viene a decir». Así, el hecho de que Marcelona opte por narrar su crisis a través de la crisis de otros escritores, le permitiría comunicarla y, sobre todo, vencerla.

Para terminar, quisiera —dejándome llevar por ese vicio de citar que inoculan los textos de Vila-Matas— reproducir unas palabras del autor que pueden resumir, en buena medida, todo lo dicho: «Hay que ir hacia una literatura acorde con el espíritu del tiempo, una literatura mixta, mestiza, donde los límites se confundan y la realidad pueda bailar en la frontera con lo ficticio, y el ritmo borre esa frontera».21 Una literatura sin género, en estado puro, consciente, paradójicamente, de su imposibilidad, y que haga de la exposición de dicha imposibilidad su cuestión fundamental.


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1 Ignacio Echevarría, «Enrique Vila-Matas: “Un escritor solemne es lo menos solemne que hay”», Babelia, núm. 430, 19 de febrero de 2000, p. 7.

2 Giorgio Agamben, «Bartleby o de la incontingencia», en AA. VV., Preferiría no hacerlo, Valencia, Pre-Textos, 2000, p. 111.

3 Enrique Vila-Matas, Bartleby y compañía, Barcelona, Anagrama («Narrativas Hispánicas», 279), 2000, p. 12. Todas las citas provienen de esta edición. Tal descripción del «síndrome de Bartleby» recuerda a la ácida fábula de Augusto Monterroso «El mono piensa en ese tema», en la que al recientemente fallecido autor guatemalteco reflexiona sobre las diversas variantes de ese mismo asunto: «¿Por qué será tan atractivo ―pensaba el Mono en otra ocasión, cuando le dio por la literatura― y al mismo tiempo como tan sin gracia ese tema del escritor que no escribe, o el del que se pasa la vida preparándose para producir una obra maestra y poco a poco va convirtiéndose en mero lector mecánico de libros cada vez más importantes pero que en realidad no le interesan, o el socorrido (el más universal) del que cuando ha perfeccionado un estilo se encuentra con que no tiene nada que decir, o el del que entre más inteligente es, menos escribe, en tanto que a su alrededor otros quizá no tan inteligentes como él y a quienes él conoce y desprecia un poco publican obras que todo el mundo comenta y que en efecto a veces son hasta buenas, o el del que en alguna forma ha logrado fama de inteligente y se tortura pensando que sus amigos esperan de él que escriba algo, y lo hace, con el único resultado de que sus amigos empiezan a sospechar de su inteligencia y de vez en cuando se suicida, o el del tonto que se cree inteligente y escribe cosas tan inteligentes que los inteligentes se admiran, o el del que ni es inteligente ni tonto ni escribe ni nadie conoce ni existe ni nada?» (A. Monterroso, «El mono piensa en ese tema», en La oveja negra y demás fábulas, Barcelona, Anagrama, 1991).

4 Enrique Vila-Matas, Historia abreviada de la literatura portátil, Barcelona, Anagrama («Narrativas Hispánicas», 23), 1985, p. 37.

5 Enrique Vila-Matas, Una casa para siempre, Barcelona, Anagrama («Compactos», 281), 2002, p. 18.

6 Enrique Vila-Matas, Suicidios ejemplares, Barcelona, Anagrama («Narrativas Hispánicas», 107), 1991, p. 55.

7 O, como advierte Marcelo acerca de Hart Crane, «se dijo a sí mismo que sólo se podía escribir sobre la imposibilidad esencial de la literatura» (p. 42).

8 Podríamos decir que ése es uno de los puntos de partida de la posmodernidad: la sensación de que no queda nada por decir, pero que hay que seguir hablando. De un modo semejante se expresa John Barth en su artículo «Literature of Replenishment» (The Atlantic Monthly, 1979), donde ofrece una breve historia y balance del debate posmoderno en literatura. En él, Barth afirma que la literatura no se ha agotado y que es mentira que al artista no le quede nada por decir; lo que verdaderamente se ha agotado, según él, es el patrón literario dominante, es decir, el modernista.

9 Cito de la entrevita que le hizo Pablo Tasso en la revista electrónica Página /12 www.pagina12.com.ar/2001/suple/libros/01-01/01-01-14/nota1.htm

10 A ello podría añadirse la dura crítica que hace de los «escritores funcionarios de mierda» al final de esa misma novela: «Esa raza de escritores, imitadores de lo ya hecho y gente absolutamente falta de ambición literaria, aunque no de ambición económica, son una plaga más perniciosa incluso que la plaga de los directores editoriales que trabajan con entusiasmo contra lo literario» (El mal de Montano, p. 310).

11 Maurice Blanchot, «La desaparición de la literatura», en El libro que vendrá, Caracas, Monte Ávila, 1969, p. 225.

12 Declaraciones de Enrique Vila-Matas a El País, 5 de noviembre de 2002, p. 36.

13 Vila-Matas ya había anunciado años atrás en su artículo «Preferiría no hacerlo» —origen, podríamos decir, de Bartleby y compañía— que el relato de Melville es «la más innovadora, inteligente y perturbadora tendencia de la literatura de este siglo» (p. 179). Publicado inicialmente en Diario 16 (28 de septiembre de 1991), este artículo fue recogido después en su libro El viajero más lento, Barcelona, Anagrama, 1992 (cito de esta edición).

14 Como le comenta Vila-Matas a Ignacio Vidal-Folch en una entrevista que éste le hizo en Qué leer: «El texto real no está en el libro. El texto, Bartleby, está como suspendido en la historia de la literatura contemporánea, y por lo tanto está, pero no existe. Está fuera del libro». La entrevista puede leerse en www.queleer.navegalia.com/queleer/report/2000/00fb10p1.shtm.

15 Algo que se manifiesta explícitamente en la variada recepción que ha tenido Bartleby y compañía, puesto que ha sido premiado como obra literaria (el Premio Ciudad de Barcelona) y también como ensayo (Prix Fernando Aguirre-Libralire y Prix du Meilleur Livre Étranger, en Francia).

16 En homenaje al célebre personaje creado por Samuel Beckett, protagonista de su novela Watt (1953).

17 Jean-François Lyotard, La condición posmoderna, Madrid, Cátedra, 1986. Véase el eficaz panorama de las diversas tesis sobre la posmodernidad (y sus problemas) que ofrece Nil Santiáñez en sus Investigaciones literarias. Modernidad, historia de la literatura y modernismos, Barcelona, Crítica, 2002, pp. 45-50.

18 Italo Calvino, Seis propuestas para el próximo milenio [1985], Madrid, Siruela, 1989, p. 121.

19 Ricardo Piglia, «Una propuesta para el próximo milenio», en

www.clarin.com/diario/especiales/viva99/text5.htm.

20 Vid. prólogo de Esther Calvino a Seis propuestas para el próximo milenio, op. cit., p. 9.

21 Enrique Vila-Matas, discurso de recepción del XII Premio Internacional de Novela «Rómulo Gallegos». Puede leerse en www.analitica.com/BIBLIO/vila_matas/romulo_gallegos.asp

martes, 23 de agosto de 2011

AUTOFICCION









La autoficción domina la narrativa en castellano y ha llegado también al cómic y al arte. No son memorias, no son diarios, no son biografías: es una escritura del Yo, que se diversifica y ocupa nuevos espacios. Dieciséis autores y críticos analizan este fenómeno.


Umm... es la primera reacción de casi todos de los 16 escritores y críticos que han hecho este retrato del auge de la autoficción. Sus voces muestran un recurso literario en el que los dominios de la primera persona son cada vez más diversos y atractivos para autores y lectores. Una tendencia por la que corre parte del futuro de la literatura y que en España tiene rasgos especiales que saldan cuentas con su Historia.


"Ahora se subraya ese territorio deliberadamente indefinido en una ruptura con el pacto sobre lo que es la literatura", dice Marías

"Aquí se han decantado por el lado más novelesco. Tal vez por la falta de tradición del género biográfico", según Alberca

Los trazos principales de este retrato oral hablan de que se trata de libros con un tipo de argumento y de narración más acorde a estos tiempos de individualidad, del supuesto desprestigio de la ficción, de la avidez de los lectores por historias verídicas, de la necesidad del lector de que le reconstruyan el mundo y poder reconocerse en él, de lo difícil que es competir con tantas historias increíbles divulgadas por los medios de comunicación; y en España, por la desinhibición de hablar de sí mismos tras un pasado de miedos y de la pérdida de prejuicios sobre los géneros que cuentan vidas.

Un cuadro donde las experiencias del autor y lo inventado se funden desde la verdad del escritor. Desde lo último de Enrique Vila-Matas, Esther Tusquets, Cristina Grande, Julián Rodríguez y Gonzalo Hidalgo Bayal hasta las próximas novedades de Ray Loriga, Cristina Fernández-Cubas, o los proyectos que preparan Marcos Giralt Torrente, Juan Marsé o Javier Marías.

Tras la proliferación de libros, la pátina final del retrato de la autoficción la dan los debates y encuentros internacionales, como el celebrado en julio en Normandía, Francia, o el que prepara la Universidad de Bremen (Alemania) para febrero sobre La autoficción en la literatura española y latinoamericana. Escritores y críticos reconocen que es parte del mañana de la literatura. ¿Y de pasado mañana? "Uff, puede ser una moda. Y como todas las modas tiene sus riesgos", advierte Sabine Schlickers, organizadora del seminario de Bremen, para luego sentenciar un: "Ya se verá".

No son autobiografías, no son diarios, no son memorias, no son actas notariales, no son biografías, no son ensayos novelados, no son novelas puras donde todo es imaginación. Pero también son todo eso. Es literatura. Son novelas, insiste Javier Marías, "porque ella lo asimila todo".

Los escritores exploran "ese territorio deliberadamente indefinido que siempre ha existido sobre qué es real e imaginado, pero donde algunos han hallado un filoncito al subrayar esa indefinición, en una ruptura del pacto sobre lo que es la literatura", asegura un Javier Marías recién llegado de unas vacaciones en Soria donde ha estado trabajando en lo que podría ser una novela corta.

Y el retrato acabado muestra la autoficción como un nuevo amo del juego. Del Yo.


Lo que pone nerviosos a casi todos es el neologismo autoficción, del inglés faction. Pero es el santo y seña más común para identificar esa perspectiva y estructura literaria que no es más que "la autobiografía bajo sospecha. Quien narra su vida la transforma en novela y cruza la frontera hacia los dominios de la fabulación", según escribió Vila-Matas, maestro contemporáneo de este enfoque con títulos como París no se acaba nunca y el reciente Dietario voluble. Todo viene del bautizo que hizo de este recurso clásico el escritor y profesor francés Serge Doubrovsky en Fils (1977), donde él era el objeto y el sujeto de la historia. Una palabra que tiene en su propia naturaleza fronteras movedizas y difusas. Ambigüedad.

De ahí surgen los primeros esbozos de estos 16 retratistas unidos por aquel umm dudoso, aburrido o desdeñoso. Insisten en recordar que esta herramienta literaria en la que el autor se inspira o utiliza episodios de su vida para su obra es tan antigua como la moda de escribir. Aunque, entrados en materia, poco a poco empiezan por reconocer que cada vez son más los escritores seducidos por ese yo donde el autor se desdobla con su propio nombre o por uno prestado, o sus experiencias son reconocibles sea como protagonista o como mero espectador. Saben que ahora se juega de manera consciente, pública y desinhibida a trastocar la realidad de sus autores. A potenciar la intriga en el lector sobre si el escritor vivió o no los hechos contados.

La reelaboración y potenciación de la primera persona tiene como gran fondo a escritores como Dante, el Arcipreste de Hita, Casanova, Marcel Proust, Louis-Ferdinand Céline, Jorge Luis Borges, Thomas Bernhard, Jorge Semprún, Marguerite Duras, Philip Roth y W. G. Sebald. Mientras, en las últimas tres décadas entre los españoles que se han acercado a esos caminos bifurcados están Carmen Martín Gaite, Carlos Barral, Juan y Luis Goytisolo, Juan José Millás y un Javier Marías que en 1987 escribió el artículo Autobiografía y ficción, en el cual hablaba de una incipiente tercera manera de "enfrentarse con el material verídico o verdadero", y expresaba interés y tentación por esta fórmula de "abordar el campo autobiográfico, pero sólo como ficción". Dos años después publicó Todas las almas, y en 1998 esa "falsa novela" titulada Negra espalda del tiempo.


Más allá o más acá de la autobiografía y la novela, está el legado de uno de los creadores paradigmáticos del yo, Marcel Proust, cuando dijo: "Para escribir un libro esencial, el único libro verdadero, un gran escritor no tiene, en el sentido corriente, que inventarlo, porque ya existe en cada uno de nosotros, sino traducirlo. El deber y la tarea de un escritor son los de un traductor".


La versión española la dio Pérez Galdós en Fortunata y Jacinta: "Por doquiera el hombre va lleva consigo su novela". Lo invoca Andrés Trapiello, que desde hace 20 años publica sus diarios o "novela en marcha", de la que lleva 10.000 páginas, agrupados en Salón de pasos perdidos. Este observador de vidas y realidades y ficciones cree que la fuerte presencia de la primera persona es una manera de escribir más acorde con estos tiempos: "La sociedad urbana contemporánea ha fragmentado y roto de tal modo su identidad que no somos más que trozos de desechos de naturaleza que necesita reconocerse en un relato de su tiempo".


Primera persona e introspección es la mejor voz para el presente, según algunos escritores. Marcos Giralt Torrente, que se aparta un momento de la escritura de un libro autobiográfico, afirma que "la literatura de cada época refleja siempre la sociedad en la que nace: ahí reside su única autenticidad, su única posibilidad de cambio, pues los temas de los que ésta se ocupa han sido siempre los mismos. Es normal, por eso, que al ser las luchas que la sociedad contemporánea nos reserva casi en exclusiva individuales, la novela de hoy se centre en el individuo. Vivimos en una sociedad individualista y los conflictos, las contradicciones y fricciones de los que la novela de hoy da cuenta, aunque sintomáticos de la sociedad, tienden a ser ejemplificados y visualizados en los efectos que tienen sobre el individuo a través de la exploración de la subjetividad. Involucrar al individuo escritor, con todos sus espejos, que es en lo que consiste la autoficción, es tan sólo un paso más".


Pero cada día con más demiurgos de la fusión de lo real-ficticio y verdadero-falso.


Uno de los recursos más usados por todas las artes desde hace treinta años, asegura la catedrática de arte y crítica Estrella de Diego. "Todo este tiempo hemos presenciado grandes cambios a la hora de entender la autobiografía, quizás porque ha ido proliferando eso que se ha dado en llamar las 'versiones culturales', saber que no hay una única verdad, como nos han contado, sino interpretaciones de la verdad". Y De Diego otorga en esto un papel clave a las mujeres y a las minorías. Son ellas, añade, quienes más han hablado de esto porque "al poseer una historia negada, sin génesis, han tenido que buscar otros modos de narrar(se). Todo eso está muy relacionado con la forma misma de escribir. Contamos las historias de un modo complaciente. Frente a este placer del texto surge la teórica francesa Hélène Cixous, quien habla del goce, que es un discurso fragmentado. ¿No es el fragmento el único modo posible de hablar de la propia autobiografía? Hablar de uno mismo es dividirse en dos, uno que narra al otro: somos y no somos nosotros. Son dos yoes que no han convivido ni en el tiempo ni en el espacio. Escribir la propia autobiografía es siempre una verdad a medias; una ficción".


Desdoblamiento. Espejo. Transfiguración. Impostura. Híbrido. Camuflaje. Máscara. Un resquicio para reescribir la vida con letras que hacen de eslabones entre lo real personal, lo deseado y lo imaginado.

Los rasgos de la autoficción no son rígidos. Sus fronteras son brumosas. En España los escritores han optado por un carácter más escondido o lúdico, tensionando aún más el juego de la incertidumbre e indefinición de lo que es real o no, afirma Manuel Alberca, autor de El pacto ambiguo. De la novela autobiográfica a la autoficción (Biblioteca Nueva). Se han decantado por el lado más novelesco. Tal vez se deba, agrega, a la falta de tradición y subvaloración que siempre se ha tenido en España por el género de la biografía y el que da cuenta de la vida de alguien. "Erróneamente creen que eso no es tan creativo, y los autores quieren ser considerados como novelistas".

En España no hay tradición ni valoración justa de los géneros biográficos, a diferencia del mundo anglosajón o del resto de Europa. Aunque eso ha empezado a cambiar desde finales de los años noventa. Un fenómeno que coincide con el proceso de una pérdida de pudor tras la dictadura de Franco en 1975. Aunque el pasado remoto persiste. El no hablar públicamente de la vida privada puede ser un rastro de la Inquisición, de no contar la vida para no exponerla al peligro, unido a la educación católica, coinciden Manuel Alberca y Julián Rodríguez, autor de Unas vacaciones baratas en la miseria de los demás y Cultivos, parte de un proyecto en el que explora estos predios.

La vida también está siendo reescrita. Para el autor y profesor Jordi Gracia, "la moral católica del disimulo y el secreto quizá han dejado de pesar como pesaron en las conciencias reprimidas y lo que antes era exhibicionismo o descaro de mal gusto ahora es verdad y valor para contarla con independencia de la opinión ajena: seguramente son secuelas felices de una libertad ética más honda y responsable de sí misma, de sus diferencias y sus flaquezas. Y nos atrae más la peripecia de un sujeto que la de un colectivo".

Nuevas búsquedas de persuasión. Es el duelo de la literatura con la realidad.

Todos ven la autoficción como una buena coartada porque en ella confluye tradición literaria y presente del mundo. "Es una tendencia que vuelve en momentos oportunos. Yo la pondría en relación con el recurso retórico de decir: 'Estuve allí, fui testigo, lo vi con mis ojos o lo oí con mis propios oídos, lo viví o conozco a alguien que lo vivió y me lo contó, o lo averigüé'. Esto da fiabilidad al cuento, o respetabilidad, en una época de confesiones periodísticas, televisivas y a través de internet, sensacionales, quién sabe si falsas, novelescas o peliculeras en el peor sentido de la palabra", asegura Justo Navarro, que en 2007 se acercó a esos dominios en Finalmusik. Tal vez la autoficción "sea hoy una forma de parodia, de reflexión, a veces humorística, sobre los modos vigentes de contar, de lo que se supone verdad".

Es cuando el retrato de la autoficción intensifica sus colores por un supuesto desprestigio de la ficción pura. El descrédito podría estar en que no se puede competir con la realidad, según Trapiello. Cada persona, dice, tiene 400 historias homéricas en la televisión, y la gente tiene un cierto cansancio de la narración tradicional. Más que historias piden "un tono de naturalidad y la literatura nos ha ido alejando de ello. Lo que ha hecho este tono confesional es quitarle mucha retórica a la literatura".


Juan Marsé no está de acuerdo. Él achaca la proliferación de esa idea a algunos escritores que alardean de ella. En cambio, el autor de Últimas tardes con Teresa y Teniente Bravo se declara amante de la ficción: "Así sea de una historia inventada que naturalmente tiene elementos de realidad".

¿Pero por qué la gente siempre quiere convertir los personajes de una novela en autobiografía?, se pregunta la Nobel inglesa Doris Lessing en Autobiografía. Un viaje por la sombra. Y se lamenta: "Nos enfrentamos a un rechazo de la imaginación. Hay un deseo general de saber lo real, lo auténtico, lo que 'verdaderamente' ha sucedido. (...) Hubo un tiempo en que nuestras narraciones eran imaginación, mito y leyenda, parábola y fábula, así era como nos contábamos las historias entre nosotros y acerca de nosotros. Pero esa capacidad se ha atrofiado por la presión de la novela realista, por lo menos en la medida en que todos los aspectos imaginativos o fantásticos de la narración se han convertido en categorías definidas".


En el secreto del cosquilleo por la certidumbre está una de las razones que empuja a la gente a leer estos libros.


"Es pensar que esa experiencia puede haber sido la nuestra", explica la peruana Patricia de Souza, que acaba de publicar en su país 'Los rostros de la autoficción', incluido en el libro Venus proscrita (SIC), junto a textos de Luisa Valenzuela, Cristina Rivera Garza y Diamela Eltit. Y se pregunta: "¿Hasta qué punto no es justamente la aparición de un rostro lo que nos perturba en lo que se denomina autoficción?". De Souza agrega que "hemos llegado a un momento en el que quitarse la máscara se ha convertido en una apuesta arriesgada más que en un strip-tease ordinario, en una búsqueda de verdad, verdad escrita, a través del lenguaje escrito, pero una búsqueda de verdad sobre la propia persona, sobre un sujeto que nos va a comunicar o entregar un mensaje. Pero sobre todo algo que tendrá que ver consigo mismo y con sus emociones, algo que de alguna forma le va dar un rostro definido, fuera de todo anonimato".


La novedad de esta tendencia, aclara Jordi Gracia, está más en la expansión y multiplicación de una modalidad de poética novelesca que en un género nuevo "y lo significativo es la ruptura del pudor que antes hizo que el novelista protegiese su identidad detrás de un narrador con atribución de nombre y rasgos ajenos a él mismo y hoy en cambio el juego consiste en lo contrario: la aproximación del narrador y protagonista a los rasgos del autor fáctico, aunque esa identidad sea móvil o difusa".

El eje de la novela, según Gracia, "se ha ido desplazando desde la imaginación hacia la veracidad de lo contado antes que a otros elementos del universo literario como el estilo, la capacidad de fabulación, la construcción de mundos y dramas o conflictos colectivos. No se cuenta tanto el mundo de afuera como el de dentro de la conciencia".


Los motivos de cada autor para entrar en la autoficción son diferentes. Juan Cruz, que es sujeto y objeto de sus narraciones, como en Ojalá octubre, dice que escribe porque es una forma de entender: "Mientras escribo, voy entendiendo. No escribo de mí mismo sino de uno a quien desconozco totalmente. Y cuanto más sé de él más insólito me parece lo que veo de él en el espejo".


Es el cuarto de hora del "fuera máscaras". De Souza cree que en el fondo toda escritura es una autoficción, "un movimiento como decía Pascal entre Dios y la nada, una apuesta. Todo autor es su propio personaje y es también su propia intriga, es esa frase de Flaubert, 'Madame Bovary soy yo'. Imposible renunciar a sí mismo, imposible salir de su ipseidad".


Es una alternativa a un modelo narrativo de fuerte presencia en España, más anglosajón y norteamericano, con la idea de que la gran novela era en tercera persona o con un yo colectivo, recuerda Julián Rodríguez. "Ahora el yo se usa como conductor del discurso narrativo. Hay más interés en la exploración y en lo metaliterario porque los autores han ido mirando hacia otros territorios. El eje es contar desde la verdad".


Es un paisaje y horizonte explorado por Vicente Verdú. Está convencido de que si la novela tiene alguna función hoy es la de hacer esa introspección. "En países donde la vida colectiva está garantizada, no hay grandes historias de grupo y debe prevalecer el registro del yo". No tiene dudas de que la novela tradicional hizo su papel de sociología y psicología e incluso de filosofía, pero ahora al no haber filosofía ni teología, y la base de la filosofía es el YO, Verdú apuesta porque ese lugar lo explore la novela.

El riesgo es que se cuele un exceso de yoísmo, aunque eso ya no depende de quien narra, "sino de la enfermedad de protagonismo que sufre nuestra sociedad, que hace todo lo posible por invisibilizar a las personas como tales y darles a cambio los famosos 15 segundos de gloria tratándoles como mercancía", advierte J. Ernesto Ayala-Dip. A lo que se suma el problema, agrega, de que la experiencia vital narrada por el autor no siempre resulta interesante para el lector.


"Tiene que ver con la hipertrofia del Yo", afirma Antonio Muñoz Molina, "y con la dificultad que tenemos muchas veces para hacer esa operación literaria que es desplazar el yo temporalmente para ocupar esa experiencia bien sea como narradores o lectores. A mí eso me aburre". El autor que es estudiado por ese registro en libros como Sefarad y El viento de la Luna recuerda que una prueba de ese expansivo dominio son los artilugios "que llevan en su nombre la marca del yo, de lo mío, del tú, que no es otro sino el reflejo narcisista de la identidad: iPod, iPhone, MySpace, YouTube".



Aunque quizá en el mismo vértigo de la promoción de mundos aislados y competitivos esté la clave. Los lectores buscan refugio en historias que los acerquen al mundo que los rodea, explica Cristina Grande. "La gente necesita un contacto. Algo que sea verosímil y veraz. Busca autenticidad. Personas e historias parecidas a la suya", dice desde Nueva York, donde asiste a unas conferencias en el Instituto Cervantes, esta escritora que ha usado sus vivencias en sus relatos recientes, Naturaleza infiel, y otros por venir.



Retratada la autoficción y el papel estelar de la primera persona, escritores como Marías, Marsé y Muñoz Molina coinciden en que carece de interés deslindar lo que es inventado o no. Lo importante es la realidad que transmita el libro y su valor literario que es lo que quedará al margen de si lo narrado ocurrió o no. Aunque no faltarán, en un tic de yoísmo, quienes salden el tema haciéndose aliados de Oscar Wilde por su frase de que "las tragedias de los otros son siempre de una banalidad desesperante".



Bibliografía reciente: Enrique Vila-Matas, Dietario voluble (Anagrama); Esther Tusquets, Habíamos ganado la guerra (Bruguera); Juan Cruz Ruiz, Muchas veces me pediste que te contara esos años (Alfaguara); Cristina Grande, Naturaleza infiel (RBA); Julián Rodríguez, Cultivos (Mondadori); Marta Sanz, Lección de anatomía (RBA); Manuel Rico, Verano (Alianza); Soledad Puértolas, Cielo nocturno (Anagrama). Once ejemplos en español (1977-2005): Mario Vargas Llosa, La tía Julia y el escribidor, 1977. Cómo la propia vida, contada dentro de una cadena de imaginarios seriales radiofónicos, revela alegre y críticamente su categoría de parodia melodramática. Guillermo Cabrera Infante, La Habana para un infante difunto, 1979. La novela como diversión de referir con ingenio verbal lo vivido por uno mismo hace dos noches. Carlos Barral, Penúltimos castigos, 1983. La novela como examen de conciencia y ajuste de cuentas con los protagonistas de la propia vida, incluido el autor. Juan Goytisolo, Paisajes después de la batalla, 1982. Cómo despotricar de la actualidad en nombre de uno mismo, aunque no sea exactamente uno mismo. Félix de Azúa, Historia de un idiota contada por él mismo, 1986. Parodia de la época como parodia de la propia vida. Javier Marías, Todas las almas, 1989. Narrar la realidad como ficción y dar a lo fabuloso la autoridad de lo real, con inclusión de fotos que prueban la verdad de todo. Luis Goytisolo, Estatua con palomas, 1992. Representar novelísticamente la propia historia, con sus familiares guerras cotidianas, como parte del mismo relato que las historias romanas de Tácito. Carlos Fuentes, Diana o la cazadora solitaria, 1994. Representación del escritor como amante y partícipe en la gran vida de Hollywood y las intrigas del FBI. Fernando Vallejo, La virgen de los sicarios, 1994. El escritor como subhéroe de la mala vida, en Medellín, Colombia. Ramón Buenaventura, El año que viene en Tánger, 1998. El escritor como reconstructor de magníficas vidas ajenas para autorretratarse. Enrique Vila-Matas, París no se acaba nunca, 2003. A través del humor y la autoironía, ejemplo de que todo aquello que se cuente fabulosamente será fábula. Javier Cercas, La velocidad de la luz, 2005. Novelar para convertir las peripecias del novelista en parte de la gran historia del mundo, la de los Estados Unidos y la guerra de Vietnam, por ejemplo.

domingo, 10 de julio de 2011

NO SOY DE AQUÍ, NI SOY DE ALLÁ



Facundo Cabral (La Plata, Provincia de Buenos Aires, Argentina, 22 de mayo de 19371 - Ciudad de Guatemala, 9 de julio de 2011)






EN EL ASESINATO DE FACUNDO CABRAL
No soy de aquí, ni soy de allá
no tengo edad, ni porvenir
y ser feliz es mi color de identidad.



Facundo Cabral

Por Anabel Torres

Él mismo contaba que nació en una calle en la ciudad de la Plata, Argentina. Y el sábado 9 de julio pasado murió en otra calle, esta vez en Guatemala, y de un tiro en la cabeza. Facundo Cabral, ´violentamente pacifista´, como él se definía, ha caído abatido por balas que, en teoría, ni siquiera estaban dirigidas a él, aunque en la práctica le dieron en plena muerte. La violencia no solo es insensata. Es despiadada y extremadamente eficiente. No cabe duda: hay gente que donde pone el ojo, pone la bala. O bueno, si se desvía unos milímetros, no importa, porque al fin y al cabo, ellos van a lo que van, que es matar, y cualquier otro muerto que caiga, ´por ahí derecho´, también les viene bien.

Ahora Facundo Cabral no tiene porvenir, no es de aquí ni de allá, y su color de identidad no es la felicidad sino la propia muerte, que le ha sido hurtada. Sé que su canción ha marcado mi paso por esta vida. No soy de allá, ni soy de aquí, no tengo edad ni porvenir, y tratar de ser feliz sigue siendo mi color de identidad. Y lo que también sé es que, como cuando muere una niñita, o cuando muere una persona muy joven, tampoco hay consuelo cuando asesinan a un cantor.

Internet nos permite escuchar su voz. Nos permite paliar el desconsuelo que produce saber que Facundo Cabral nació en la calle, y ha muerto en la calle, a pesar de que en tantos corazones, su voz, sus bromas, y sus ganas de la paz, tenían, y seguirán teniendo, un cálido hogar.


Facundo: gracias por las canciones recibidas. 


NO SOY DE AQUÍ NI SOY DE ALLÁ

Me gusta el mar y la mujer cuando llora
las golondrinas y las malas señoras
saltar balcones y abrir las ventanas
y las muchachas en abril

Me gusta el vino tanto como las flores
y los amantes, pero no los señores
me encanta ser amigo de los ladrones
y las canciones en francés

No soy de aquí, ni soy de allá
no tengo edad, ni porvenir
y ser feliz es mi color de identidad

 
Me gusta estar tirado siempre en la arena
y en bicicleta perseguir a Manuela
y todo el tiempo para ver las estrellas
con la María en el trigal

No soy de aquí, ni soy de allá
no tengo edad, ni porvenir
y ser feliz es mi color de identidad.

Canción de Facundo Cabral