martes, 18 de octubre de 2016

EL NOBEL DE BOB DYLAN; RECONOCIMIENTO A LA POESÍA DE UNA EPOCA







Bob D. y Allen G. compartiendo su porrito.





EL NOBEL DE BOB DYLAN; RECONOCIMIENTO A LA POESÍA MUSICAL DE UNA ÉPOCA

Por: Omar García Ramírez


   El debate sobre un premio Nobel de literatura que ahora se sirve en bandeja de plata por la academia sueca, dará para rato. A lo mejor, eso era lo que buscaban; que un premio mediático diera origen a un debate mundial entre los sectores que se ocupan de la cultura; y en particular, los gremios de escritores, periodistas y académicos.

   Algunos dicen que el premio a un músico puede ser una jugada estratégica de la industria del sector que va de capa caída y un golpe bajo para la literatura, que, en los tiempos que corren está siendo desplazada de la escena mundial por la obscenidad pornográfica de la banalidad; es muy posible que tengan razón. La música popular, el folk, el pop y el rock tuvieron en sus momentos de gloria la genialidad artística para decirle al mundo cuatro verdades; inspiraron generaciones, motivaron cambios sociales y espirituales, se opusieron a los conflictos bélicos que en los años sesenta marcaban el inicio de la carrera armamentística y la línea caliente de la guerra fría; ahora, los músicos en una gran mayoría solo esperan estar sonando en la radio para tener su primer millón como dice una parranda techno pop muy colombiana.

   Pero…
   Es algo más complejo;  un asunto lleno de matices, una piedra brillante llena de aristas y facetas. 

   Que se demoraran mucho tiempo para dar un Nobel, no tiene importancia. A la mayoría de los artistas consagrados con esta distinción, se les ha otorgado cuando estaban a un paso de la tumba.

   Que viniera de una línea periférica de la literatura, tampoco; (una buena parte de los distinguidos con el Nobel  de la paz, vienen desde las estructuras oficiales de la guerra. Y nadie ha dicho nada por ello. (remember kissiguer, Obama y Santos)

   El Nobel de química en su momento se lo hubiesen podido dar a Albert Hoffman por haber sintetizado el Ácido lisérgico y a Alexander Shulguin por su aporte en las investigaciones sobre la psicodelia y la expansión de la conciencia…pero no se los dieron. En el campo de la literatura, tampoco se le concedió a Borgues, ni a Navokov, ni a Miller, ni a Cortazar, como a tantos otros; sin contar los que lo han rechazado como Sartre, por diversos motivos que no vienen a lugar.

   El premio Nobel, a pesar de su desprestigio creciente (razones que ya todos conocemos), no deja de ser la condecoración oficial más importante del mundo. Es allí en donde se le dice a ciertos genios y talentos, ustedes hacen parte de la historia oficial del conocimiento, la ciencia y el arte de este planeta. Es su acervo, el arca de la alianza en donde los elegidos se suponen que pasan a un nuevo nivel. Bueno, hasta el momento no he sabido de un Nobel que se suicidara, alguno que terminara alcohólico, convertido en heroinómano o malviviendo en un hotel, con su obra en cajas de cartón como Nikola Tesla; o de uno que vendiera su medalla en una compraventa como ciertos deportistas del trópico caribeño.

   Este nobel de literatura en particular, es, a mi entender, un reconocimiento tardío a los miembros de dos generaciones: los beatnik y los hipsters. Algunos escritores británicos han desplegado su vena irónica; el autor de la novela Trainspotting, Irvine Welsh, escribio: "Soy un fan de Dylan pero este es un premio de nostalgia mal otorgado por las próstatas rancias de hippies seniles y delirantes".

  Otros usaron el momento para subir el P.H. de la acidez a sus comentarios; el escritor satírico Gary Shteyngart, dijo: "Entiendo completamente al comité del Nobel. Leer libros es difícil". El humor de la tribu de Leví aprieta y apalea, de eso no hay ninguna duda. El humor es lo que permitió a ciertos colectivos humanos el sobrevivir, y el entender sin prejuicios de ninguna índole los modelos culturales de otras naciones. 

   Tienen razón, lo señores arriba citados  ya que en esencia, los premios Nobel son eso; opiniones de un grupo de personas (los jurados) quienes de una u otra forma se tratan de justificar a sí mismas; justificar su historia o su vida, los sueños de su juventud, sus afinidades electivas. En fin de cuentas un premio no es más que el resultado de alguna opinión subjetiva sobre una obra en particular.

   El señor Robert Allen Zimmerman, después Bob Dylan en honor al poeta gales Dylan Thomas,  es el único sobreviviente (no hace parte del selecto club de los cadáveres bien parecidos a los 27) en la arena cultural de nuestros tiempos, de una generación que trató de inyectar por vía intravenosa algo de poesía y rebeldía en el cuerpo de una sociedad que para su época estaba dividida, confrontada y en guerra.

   Aunque Bob Dylan no viniese de esa misma camada, era hijo putativo de la misma, fue el engranaje que articuló en escena el ocaso de la Beat Generation, con la horda hippie de los hijos de las flores. Sus influencias literarias eran comunes y su retroalimentación no es una a leyenda, sino la realidad de toda la cultura poética norteamericana de los años sesenta, con influencias y ecos tardíos en todos los movimientos literarios de América latina y el mundo occidental.

   Bob Dylan es un bardo, un folksinger, que en su momento, intentó llegar con la poesía a un público más amplio; la middle class que nunca había conocido a un Rimbaud, ni aun Baudelaire, ni aun William Blake. Un público juvenil que estaba despertando al mundo, y que aún bajo presiones políticas, propaganda y hasta en casos muy documentados, siendo objeto de experimentos a gran escala de tipo militar; resistía y no entraba en el molde de la gran familia americana.  Esto no lo hizo solo; se debe entender su influencia global bajo la égida de su padre adoptivo y asesor espiritual, más tarde fan, y enamorado queer en modo platónico; Allen Ginsberg.

   En su magnífico libro “Bob Dylan en America” el historiador Sean Wilentz dice: “…la participación de Dylan con los escritos de Kerouac, Ginsberg, Burroughs, y el resto de la generación beat es casi tan esencial para la biografía de Dylan como su inmersión en el rock and roll, el rhythm and blues, y luego Woody Guthrie. "Salí del desierto, y naturalmente encontré con la escena Beat, el bohemio y multitudinario Be Bop, se conecta todo más o menos", dijo Dylan en 1985. "Fue Jack Kerouac, Ginsberg, Corso, Ferlinghetti... y me puse en la cola al final de esa magia y tenía un impacto tan grande en mí como Elvis Presley".

   Más adelante Sean Wilentz dice de Bob Dylan:  “…cuando llegó a Nueva York, con la cabeza llena de Woody Guthrie, descubriría que a pesar de los dos mundos se cruzaron, alineaciones culturales de Manhattan eran más enrevesado”. Para referirse a ese choque cultural que estaba gestándose en la escena neoyorkina de principios de los sesenta, los folkies herederos de la tradición popular y los beatniks que estaban más cercanos al jazz, al blues, al Rhytm&Blues. El radicalismo de raíces populares, los Wobblies del sindicalismo comunista, chocaba con el anarquismo multicultural y cosmopolita de los beatniks.

   Sin embargo estas dos grandes corrientes culturales, se fueron hermanando entre roces, bohemia, orgías, experimentaciones con las drogas y viajes en la carretera. Se reconocieron como tribus hermanas que tendían puentes y mantenían viva la llama de la poesía; eran  continuación de tradiciones, punto de confluencia de la cultura europea, el gnosticismo, el budismo y el hermetismo por parte de la comunidad Beatnick y las raíces de la América profunda, "la urdimbre de madera vieja de América" de la que hablara Jack kerouac. Los gyspsys y cowboys, los ferrocarrileros nómades de modales rudos, se encontraron con la sofisticación y la experimentación a ultranza de colectivos de intelectuales que parecían vivir en un continuo freak show. Sus influencias cruzadas, su deslumbramiento y mutua admiración, su desprejuiciamiento, su liberalismo a ultranza solo conocido en ciertos periodos de aquellos tiempos. Una época decandente en donde los citadinos beatnicks acogieron a los bárbaros y los convirtieron en sus ídolos, ya que de alguna manera esos bárbaros del medio oeste, esos vaqueros sin tierras ni ganado, esos fronterizos sin horizontes, representaban algo más auténtico y hablaban un idioma americano que les permitía decir cosas profundas con la música. Esto permitió que el caldo de cultivo de la nueva poesía norteamericana fuera colonizado por una cepa fuerte, algo viral que traía la sangre de los Apalaches, de las llanuras de Minnesota y las armónicas salpicadas de sal marina de la bahía de San Francisco.

   Luc Sante un cronista inspirado de la Nueva York que vio el nacimiento de todos estos brotes culturales y contraculturales dice en “Mataras a tus ídolos”: “La bohemia comenzó en Europa y se extendió al resto del mundo, pero lo hip (Leland emplea la palabra como nombre y adjetivo) es autóctono de Estados Unidos. La palabra deriva del término wolof hepi (“ver”) y hipi (“abrir los ojos”). El siglo XIX queda representado, por un lado, por los extraordinarios cimientos de Thoreau, Melville, Withman y, sobre todo, Emerson (un temible lector de los posos de té que, al parecer, predijo todas las tendencias culturales estadounidenses del futuro) y, por otro lado, por el crecimiento de bardos que sentaron las bases de esa piedra angular con extraña forma llamada IRONÍA. El siglo XX es frenético. Se pueden unir los puntos entre el jazz de Nueva Orleáns, la bohemia del Greenwich Village, el Renacimiento de Harlem y los exiliados del parís de los años 20 y escuchar después el riff repetido en un nuevo tono tras la Segunda Guerra Mundial, gracias al bebop y la generación beat. Pero al margen de la historia hay criminales, dibujos animados, (¿hubo alguna vez un hipster más perfecto que Bugs Bunny, al menos antes de que se convirtiera en cómplice?), cine negro, engaños, drogas”……Más adelante en la narrativa cronológica encontraremos hippies (brevemente), punk, hip hop y hackers, entre otros. ¿He mencionado ya las drogas? Hay tantas líneas argumentales entrelazadas que se necesitaría hacer un organigrama sobre el tema”.


    Todo lo anterior, que vincula a la generación literaria, con la poesía cantada de Bob Dylan se puede apreciar en las imágenes de uno de los primeros vídeos musicales de la historia: "Subterranean Homesick Blues" El famoso cameo de Ginsberg al fondo, mientras Dylan utiliza un original y modesto recurso de cartulinas rotuladas con su caligrafía. A lo anterior se sumarían otras colaboraciones, la musicalización de algunos poemas de William Blake, la experimentación con improvisaciones y grabaciones en viaje de carretera compartido, utilizando algunas técnicas del viejo y por aquel entonces incombustible Burrougs. Algunas obras que podemos considerar el fruto maduro de aquella relación y en donde las influencias están más acentuadas serían: “Desolation Row” de Dylan (1965) y “Wichita Vortex Sutra” (1966) de Ginsberg. Aunque distantes en su alumbramiento por unos pocos meses, hacen parte de lo que considero el cordón lírico y musical que termina por enganchar la dos nuevas tradiciones americanas, la de su poesía y las de su música folk.

   Por lo tanto, la afirmación de que a Bob Dylan no se le puede considerar un literato, a pesar de haber sido reconocido con otros premios para escritores como el príncipe de Asturias (que por cierto lo han recibido otros cantautores como Leonard Cohen), no puede ser considerada del todo. La poesía norteamericana de los 50, 60, y 70 del siglo pasado, gravitó en torno a una corriente vital muy particular en donde la música era un componente esencial; de la misma manera que la poesía europea de entreguerras estaba imbricada de manera genital y fraternal con la pintura.

   En muchos sectores académicos se mira con sospecha el estudio de la poesía musicalizada, o de la lírica contenida en la música popular. Dice Guadalupe Campos en artículo de la revista on line "Lutor":

"Si hemos de tomar el problema de la lírica entendida en general, sin atender a la especificidad de lo medieval, hace falta, primero, mencionar que hay un problema con la formación del canon: la lírica actual sólo en casos muy excepcionales llega a convertirse en objeto de estudio “serio” para los estudios literarios. Es más común encontrar tesis doctorales sobre oscuros poetas menores que sobre la lírica de las canciones de The Who, o sobre Enrique Molina antes que Spinetta. La excepción son aquellos conjuntos líricos que conforman, para algún sector de la academia internacional, una curiosidad cultural: sea porque su tiempo de gloria pasó dejándonos un pasado mítico sólo accesible para iniciados que ha tenido, por algún motivo normalmente externo a la lírica en sí, buena fortuna académica (como ocurre con el blues o el tango), o porque nos llegó en forma de lírica folklórica anónima, lo que en términos de estudios universitarios la cubre de un velo de interés antropológico antes que estético. El interés por la lírica, entonces, está supeditado a otros factores, y normalmente todos estos estudios tienen bastante poco para decirse entre sí." *


   Bob Dylan creó además un momento de ruptura en esas corrientes de la canción social, cuando se electrizó; cuando decidió  utilizar en sus presentaciones guitarras eléctricas y otros instrumentos que eran comunes en la escena del rock, pero que no era de buen recibo en la escena del folk; ganándose de paso la ira de sus seguidores y las simpatías de otros sectores de la música. Con ello,  demostró su independencia y su preocupación por expresar una poesía más personal, urbana y compleja.

   El punto de quiebre de aquella “transgresión” se dio durante un concierto en el año 1966 durante su gira por tierras británicas. Ante aquel grito de: "¡Judas!", Dylan se dirigió al público y dijo: I don´t believe you. You´re a liar. (No te creo. Eres un mentiroso), giró se volvió a la banda y les dijo: Play it fucking loud (Tocad jodidamente alto). Alza una mano para dedicarla al público y al instante empiezan a sonar los estallidos de la batería en lo que es el principio de una versión eléctrica de Like a Rolling Stone. Una canción que es en esencia toda la filosofía, la gloria y la desdicha de lo que significó en su mejor momento el rock.

   De esta manera se comenzó a forjar la leyenda de alguien que no sería fácil de domesticar por el sistema, pero que tampoco se dejaría manosear por los líderes del mercado intelectual. Era de cierta manera un hombre que caminaba buscando su destino.

***

    Pero volvamos al premio…Lo que, especulando un poco, representa.
   El premio en fin de cuentas, es el llamado en la tabla de la  ouija al fantasma de una corriente cultural. A la representación cultural de un fantasma. Algo que vivió de manera fuerte, plena y caótica. Un asteroide que en su paso afectó la vida de miles de seres humanos.

   Un premio también  para toda la izquierda exquisita de Greenwich Village; toda la masonería queer, la cofradía Yiddiz de la Partisan Review, que para bien o para mal, ha hecho presencia omnímoda en la escena cultural de occidente desde finales de la segunda guerra mundial y que giró en su momento, sobre un vórtice creativo en la capital americana encandilada por las luces de la bohemia chic. Y esto podría parecer una afirmación baladí, para intelectuales que carecen de rigor investigativo; pero, si se busca en las raíces aparece esta rebeldía atávica coronada en el laurel de la poesía más vanguardista. Casi salvada, inscrita en la historia, reafirmada por medio del reconocimiento mediático, sacada de las fronteras de la diáspora y puesta en las primeras instancias.


   Aquella mixtura de música, psicodelia y poesía, eran la corriente cultural más viva de otros tiempos, hay que decirlo.

   Y no se puede pedir a la escena musical del presente los ácidos frutos que en el jardín del edén se cultivaron, los hongos psicodélicos que florecieron en In-A-Gadda-Da-Vida.

   En aquella época, los poetas cantaban acompañados de músicos de jazz y panderetas; los músicos a su vez, intentaban la poesía con armónicas y  guitarras de pastillas lisérgicas.

   Kennet Patchen y Kenneth Rexroth inventaban un lenguaje en donde la pintura, los ideogramas y la música vernácula de la poesía, constituían un intento por alcanzar nuevos niveles de significado.

   No debemos olvidar que eran los 60. Hubo encuentros, pero también el choque de múltiples expresiones culturales: los primeros embates de la New wave, el desembarco de la armada del arco iris; las bandas británicas que venían a desenterrar sus raíces musicales, mientras los nietos de Whitman, que se habían embriagado en la Casa del Sol Naciente de New Orleans, ahora, los esperaban en las calles de N.Y.
Los poetas de la tradición cívica, contra los poetas psiconautas del misterio Eleusino.

   Hoy en día es difícil encontrar algo que sacuda las ramas de la imaginación en el árbol del conocimiento. No quiere decir que no exista. Solo que se ha diluido, como una droga dura a la que se la quitado su carga de veneno. Las trompetas no hacen temblar los muros de Jericó; sólo queda una tenue reverberación bajo la muralla del sonido.

   Entonces un premio, un reconocimiento casi arqueológico, se constituye en un ejercicio de nostalgia.

    Los tiempos han cambiado.

   También para el autor de esa docena de canciones, que, según los críticos, se encuentran entre las mejores de la música popular en idioma inglés; retirado a una expresión cada vez más personal y romántica, sigue siendo a su pesar, inspirador de cientos de grupos y cantautores de todo el mundo. Que algunas bandas del mainstream buscando recargar sus ondas recurran a esas composiciones para hacer versiones más o menos destacadas, es un signo de que, a pesar de todo, su carga poética sigue vigente para una buena parte del público.

   Canciones como:
   "Subterranean Homesick Blues", "Blowin 'in the Wind", "The Times They Are A-Changin'"
 "Hurricane", "Sad-Eyed Lady of The Lowlands”, “Like a rolling Stone”, "Desolation Row"  "Knocking On Heaven's Door" Se convirtieron en himnos, plegarias y poemas musicalizados de una generación.

   Sin embargo, este premio deja un sabor agridulce, no solo por la nostalgia de una trascendencia fallida. Es el ocaso de algo que brilló como una estrella, el sentimiento de una época en donde al parecer el mundo podría tomar un rumbo diferente al que ahora transita.

   Una estrella que ya apagada, clausurada, perdida su energía, fagocitada por la industria ya es otra cosa. El premio es, de cierta manera el esfuerzo por  reconocer los sueños de a una generación; quisiera suponerlo; Intento imaginarlo…

   Pero no.
   No es tan fácil como lo dije al principio.

   Esa generación estuvo en el poder, y se dedicaron a bombardear sin miramientos mientras recibían blow Jobs en el escritorio de la oficina oval; los herederos de la cabaña del tío Tom han decepcionado. No por su prosa ni su poesía, (no estaban cantando). Tenían el poder y el respaldo popular para impulsar los cambios en su espacio americano y de paso en el mundo. No les alcanzó la fuerza; se dieron cuenta que una cosa era la imaginación y la poesía; otra la guerra y la banca.

   Y la escena que rodea a la música popular norteamericana ha cambiado.

   En su tiempo La Factory de Andy Warhol producía pintura, incubaba geniales gafiteros como Jean-Michel Basquiat, se lanzaban experimentos musicales como the Velvet underground, se educaba a musas inspiradoras como Niko, la valkiria dorada;  o Edith Minturn Sedgwick la aristocrática, glamurosa y plateada musa que diera origen a la guerra entre los pupilos de Andy W. y los feligreses de B. Dylan atrincherados en el Chelsea hotel, e inmortalizada en letras de canciones tan bien logradas como "Just Like A Woman" y “Like a Rolling Stone"; se lanzaban al ruedo cortesanas líricas, como Pamela Des Barres, quien acunó en su sonrisa vertical para su erótico lullaby a varias bandas con sus respectivos Backstages. El caldo de cultivo; el hábitat de aquellas colmenas de creadores, era otra cosa.

   La industria de nuestros días produce en su gran factoría postmoderna y globalizada un producto homogenizado que ya no es ni la sombra de lo que fue. Algunos ídolos de esa industria destinada a la juventud parecen sacados de un museo de cera, los Justin Biebers y sucedáneos y como musas de escaparate se nos quiere vender a una madona jamona forrada grasa hidrogenizada como kardashian o una freak lobotomizada que en época de celo, acostumbra meterse bolas de demolición entre las piernas como la Myley Cyrus. A este nivel como consumidores y prosumidores globales de pop culture se nos quiere reducir. La juventud ya no tiene sus ídolos contraculturales, tiene a empresarios del gran capital que mueven fichas como modelos en el parque de atracciones del mercado.

   La contracultura ha desaparecido y en la escena de la canción norteamericana, solo el dios dólar abre su ojo de fuego sobre la pirámide del in God we trust, que algunos leen acertadamente como: in Gold we trust.

   Y sin embargo… Quedan doce o trece canciones, poemas de un bardo universal.
   Un folksinger que tuvo su gran momento cabalgando sobre el viento de un sueño libertario y que también descendió a los oscuros socavones de los desheredados de la tierra.
   Al fin y al cabo
   un poeta es sólo un hombre que intenta cantar en su propio funeral.

   Para mí es motivo de reflexión… Alegre y agridulce,
   (ya saben, no me entusiasmo fácilmente, ni doy elogios desmedidos).
   Y en tiempos de trinos, de mirlos y calandrias, retomar algunos modelos poéticos se hace más necesario que nunca; Zaratustra y Burrougs, ¿por qué no?; Dylan y Ginsberg, confluyen de nuevo en estas reflexiones.

   En fin…
   Amigos escritores
   (Me voy a permitir tomarles el pelo)
   No se ofusquen…
   No se preocupen…
El próximo nobel de literatura será para Woody Allen
de eso, pueden estar absolutamente seguros.



* La lírica en la época de su reproductibilidad técnica
   (La guitarra muerta en el ropero de la teoría)

O.G.R.


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