“METAL-RIFF PARA UNA SIRENA VARADA”
Novela
VOL. XIX.
COLECCIÓN AUTORES QUINDIANOS.
2014
(Breve reseña y agradecimientos)
(Breve reseña y agradecimientos)
Esta novela, que había sido
finalista en varios concursos literarios nacionales (Cámara de Comercio de Medellín.
2013. Entre otros), sale de imprenta y se suma a la colección de autores quindianos.
Es una obra cuyo eje temático y conceptual está centrado en la influencia musical del Heavy metal en los grupos de rock de los años 80 y 90 en la ciudad
de Bogotá. Metal-Riff tiene elementos de novela generacional ya que busca acercarse a
los dilemas estéticos y espirituales de una juventud que creció bajo el estigma
de la guerra y la violencia. Es, de otra parte, una novela del amor extraño;
amor incubado bajo el efecto de la psicodelia y la paranoia; entendiendo que el amor que nace bajo el fragor del metal-rock adquiere
connotaciones de enfermedad espiritual. Sentimientos heridos y golpeados en las
carreteras aceleradas de la música rocanrolera.
Si la novela decimonónica
utilizaba el desarrollo de la trama y las tensiones de los personajes como
plataforma de expresión; poco a poco, la novela moderna dio paso al
personaje como creador de un universo textual; su filosofía vital, su
circunstancia existencial. Ya en la novela postmoderna es el montaje más que la
escritura unidireccional la que va mostrando los engranajes de una
fragmentación que muestra sus líneas de fuga. En Metal-Riff cada una de ellas converge en un horizonte que se pierde
en la poética de un grupo musical que canta para resistir y para intentar crear una luz en medio de la confusión; un
foco que ilumine una carretera nocturna por donde transitan los fantasmas de la
libertad.
En esta obra conviven tres
novelas. La novela motor, como un engranaje de dinámica dramática; la novela
del autor, conformada por una serie de textos paralelos a la línea principal en donde se
diserta sobre el acto de escribir y sus complejidades; y la tercera novela, que
es suma en donde se aspira a una poética en comunión con el lector. Una poética
de encuentro que descubra nuevas imágenes, ideas y sueños.
A pesar de los inconvenientes burocráticos,
políticos y económicos para su edición, esta novela ha logrado ser editada
gracias al apoyo del Comité Editorial de la universidad del Quindío. En especial
gracias a los esfuerzos del periodista y escritor Ángel Castaño Guzmán, quien a
la par de su labor como gestor cultural, desde hace un par de lustros viene
perfilándose como una voz lúcida e independiente dentro de la crítica literaria
del eje cafetero; ya que sus textos––en donde se pueden descubrir el notable
ejercicio de estilo que da el sedimento de lecturas bien asimiladas––, ocupan
espacio de importancia capital dentro
del panorama literario nacional.
Mención especial para la desinteresada y meticulosa labor de corrección de estilo del escritor Hugo Hernán Aparicio, quien con sus observaciones puntuales, me ha hecho depurar el texto hasta hacerlo llegar a sus límites expresivos. Un acercamiento en forma de ascetismo y rigor correctivo; esto me ha servido para perseverar en el empeño que desde hace mucho tiempo intento: una prosa como forma extendida de la poesía: prosa que desde su incertidumbre; puede y debe buscar una concentración de la expresión. Prosa poética, que en determinado momento, pueda dibujar todo un panorama psíquico, dejando abierto al lector el paisaje de la vida interior de sus personajes; además de una experimentación con la que intento bordear las fronteras de los géneros; allí solo me guía una brújula averiada sobre un mar de olas negras y pesadas. Mirada externa y rigurosa la de Hugo Hernán Aparicio, que es de agradecer, ya que los escritores por la cercanía con el objeto de su creación a veces perdemos distanciamiento y objetividad en el tratamiento del texto como organismo que tiene sus propias reglas y medidas; y en esa pérdida estamos abocado a encontrarnos con el error.
Por último, desde esta revista virtual agradezco la lectura crítica del escritor y académico risaraldense Rigoberto Gil Montoya, quien generosamente ha escrito un amplio texto que da luces, contextualiza y muestra algunos vínculos estéticos y conceptuales de la novela; lectura que pondero, no solo por la calidad del escritor ––quien por estas fechas cosecha una serie de bien merecidos reconocimientos–– sino por sus calidades humanas. Académicos como Rigoberto Gil Montoya, que se acercan a la literatura no desde el pedestal de una catedra, sino desde las dolencias espirituales y cotidianas del ejercicio del escritor, son los que hacen falta a las nuevas generaciones de escritores de nuestra región.
Mención especial para la desinteresada y meticulosa labor de corrección de estilo del escritor Hugo Hernán Aparicio, quien con sus observaciones puntuales, me ha hecho depurar el texto hasta hacerlo llegar a sus límites expresivos. Un acercamiento en forma de ascetismo y rigor correctivo; esto me ha servido para perseverar en el empeño que desde hace mucho tiempo intento: una prosa como forma extendida de la poesía: prosa que desde su incertidumbre; puede y debe buscar una concentración de la expresión. Prosa poética, que en determinado momento, pueda dibujar todo un panorama psíquico, dejando abierto al lector el paisaje de la vida interior de sus personajes; además de una experimentación con la que intento bordear las fronteras de los géneros; allí solo me guía una brújula averiada sobre un mar de olas negras y pesadas. Mirada externa y rigurosa la de Hugo Hernán Aparicio, que es de agradecer, ya que los escritores por la cercanía con el objeto de su creación a veces perdemos distanciamiento y objetividad en el tratamiento del texto como organismo que tiene sus propias reglas y medidas; y en esa pérdida estamos abocado a encontrarnos con el error.
Por último, desde esta revista virtual agradezco la lectura crítica del escritor y académico risaraldense Rigoberto Gil Montoya, quien generosamente ha escrito un amplio texto que da luces, contextualiza y muestra algunos vínculos estéticos y conceptuales de la novela; lectura que pondero, no solo por la calidad del escritor ––quien por estas fechas cosecha una serie de bien merecidos reconocimientos–– sino por sus calidades humanas. Académicos como Rigoberto Gil Montoya, que se acercan a la literatura no desde el pedestal de una catedra, sino desde las dolencias espirituales y cotidianas del ejercicio del escritor, son los que hacen falta a las nuevas generaciones de escritores de nuestra región.
La obra Metal-Riff para una sirena varada,
estará disponible en todas las bibliotecas del departamento y otras bibliotecas
del eje cafetero en los próximos meses; es mi intención, hacer presentación
puntual de la misma en Relata Quindío,
café trilingüe de la Alianza Colombo-Francesa, universidades, colegios, y otros
espacios literarios y culturales de la región y del país.
Omar García Ramírez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario