sábado, 29 de marzo de 2025

 

En el bosque de pinos de las máquinas

Rodolfo Enrique Fogwill

Para Ricardo Zelarayán


 

Máquinas vastas, máquinas fastuosas, máquinas enamoradas de su trivial reiteración
cíclicas, lineales o iterativas: igual, indiferentes a la finalidad que les reclaman
órganos imantados por una sobrecarga de fines, medios, causas y condiciones que nadie imputaría a la voluntad sus creadores
ni a la subordinación de los últimos que creyeron en ellas
sumisión temblorosa a ritos, voluntad sostenida a gritos, voluntad de unas máquinas tenidas por expresión mas alta del amor en un tiempo mecánicamente acariciado
en estos tiempos que pocas veces terminan de vislumbrar -en sueños- los creadores que las sirven

Máquinas superadas, despojos solitarios que en lo obsoleto -su modo de morir- recuperan las marcas de su nacimiento

La voluntad de sus agentes
la voluntad de los que crean dispositivos a semejanza de las imágenes de su pasión
la voluntad de quienes los operan aguardando un destino mejor
la voluntad de servir sirviéndose cada cual a su turno del azar ordenado y el cálculo
la voluntad de la monotonía y de las sucesiones del azar
y el cambio

El cambio
el cambio y su repetición
los reflejos

Hay máquinas pulidas que reflejan la luz deliberadamente para evocar esa iluminación que no deben referir sus manuales
empecinadas, opacadas, fresadas, empavonadas, tibias, pavas, apabullantes
máquinas relegadas a contener la ebullición
o a detener el mundo en el instante en que incandece la materia

Máquinas mudas, que callan o que, encalladas en los baldíos que rodeaba el zanjón, parecen a punto de gritar
fósiles demasiado recientes: metas fraguadas en metaltempranamente desaparecidas

Máquinas irisadas, máquinas de contar y máquinas que cuentan con tu pasión o que descuentan el tiempo remanente de un juego
juego de los poetas, o de los chicos, o de hombres grandes que apuestan a números, a caballos numerados o a códigos binarios que representan el resultado de cotejar grupos de once y once hombres parecidos
máquinas de once sílabas medidas
falsa arbitrariedad de la medida de las formas

Máquinas indecisas que nunca se detienen
máquinas divididas que se montan en aniversarios y catástrofes y devuelven por unos días a la memoria el viejo tema de la verdad
catequistas, instructores de vuelo, profesores de filosofía: partes del todo remuneradas para atenuar el miedo
colaboradores de la prensa: remunerados para testimoniar las virtudes del fraude y no se entiende bien qué tipo de goce vinculado al fraude
colaboradores de Clarín: captados por las cámaras para documentar una alegría de servir, aggiornatti

Poetas y tantas otras máquinas multiplicadas por los efectos de su mismo operar
maquinitas sumadas a un inventario de reserva: del edificio, de la fábrica, del casco de la estancia, de la sociedad anónima que administra el taller
prudentes máquinas sociales que restan magnitudes que no convienen al mejor curso de las cosas
máquinas de porquería, de precios irrisorios y diseño imperfecto que circulan por la cadena invisible del comercio, y funcionan solo para provocar mas intercambio aún y son un complemento, un comentario agregado al mundo que bien pudo no estar, o ser otro y que siempre puede sustituirse por otro sin que nadie lo advierta

Máquinas irremplazables, apañadas por lo peor
llamadas a cambiar estados de la materia, exprimen, condensan, extienden, muelen, licúan, hacen un jugo de colores, secan, succionan, llevan, acercan, traen desde lejos…
o bien: máquinas de mover, o de permanecer y detener
o de procesar eternamente variaciones ínfimas

Inalcanzable e incansable máquina humeante humana
solo ella, por ser ella, revela lo peor: su entidad acotada y la finalidad incomprensible, las metas invisibles, la consigna inaudible y borrada de sus orígenes
siempre lo peor de estas máquinas fue su ser acotado y ahora lo mejor y lo mayor de su destino es la inteligibilidad tramposa del poema
y la de tantas otras máquinas que hacen pensar en máquinas y figurando un mundo que vibraría ensamblado agrupan el terror a lo ausente, el temor a lo imprevisto y súbito y el temblor ante todo lo que pueda excluir un destino común, concertado y fácil

¡Ffahhh! ¡Ella sí es una máquina! Mujer imaginada, máquina de repetir unos espejos que la componen como materia en el espacio

Las cosmetólogas prometen simulacros de armonía cósmica a la única cosa -lo humano- que pudo imaginarla y burlara durante el ínfimo intervalo de eternidad concedido a su especie
las manicuras curan los efectos de máquinas dispuestas sin prever su contacto frecuente con la piel femenina: superficies por y para el placer
las parteras procuran cantando a su faena mientras adhieren al control de una reproducción que, alentando el berretín de no morir, la máquina médica ha decretado inconveniente

Los maquinistas en los trenes miden sus penes con cintas métricas de acero ultraflexible: otra aleación de materiales, que, como a ellos mismos, nadie previó y sólo por estar allí, * parece ahora inevitable, natural
/ mientras los paralelos rieles, quedando atrás, a un mismo tiempo permanecen debajo y ceden a la presión de las ruedas acantonadas, ellos se inclinan sobre el tablero y vuelven a medirse y cotejan parámetros y magnitudes en su rito de sumisión a las pasiones de la curiosidad y de la utilidad del número
el maquinista ha oído antes y piensa ahora que todo ínfimo cuerpo crece con la velocidad
/ al cotejar la presión del vapor en las turbinas, el torque de los émbolos y la puntualidad de los servicios de carga y pasajeros, semidesnudo, por un instante es Dios, y es máquina y obrero, y hasta puede llegar a ser un capitán o un mártir sin perder su condición de maquinista, testigo, padre, vecino, cliente, ni olvidar las imágenes de acero que tallaron en su alma noches y atardeceres de exposición a los reclamos de la publicidad

A veces, al librarse del guante de amianto y malla de acero que prescribe el convenio, descubre que durante mas de la mitad del turno permaneció envolviendo esa mano demasiado humana, imperfecta y frágil en contraste con las tuberías de bronce, las bielas de titanio de la turbina y los bujes de diamante de los indicadores de precisión
entonces se figura enfrentado a un enigma, una contradicción o quizá una paradoja: ya es tarde y no viene a su mente la palabra que mejor calificaría la visión de su mano contradiciendo el mundo
v/por eso deja que el enigma y su figura floten allí, indecisos, y que vuelvan a representarse o que terminen disipándose como todas las cosas mentales

Sabe que encontrará algo suyo en la curva inminente y que antes o después -da igual- la señal de vía libre anticipando la próxima estación lo volverá a la rutinas de su oficio: él también es uno entre los tantos únicos que esperan
y mira su mano y dice «espero» y se pregunta:
«si la mano es mía y el brazo mío, y este hombro, el pecho, el torso, el otro brazo, tal como mis dos piernas y la cabeza y el lugar que todas estas partes ocupan en mi cabina también son míos, entonces: ¿quién seré? ¿también yo seré mío? Y si soy mío: ¿qué es esto mío que me tiene? ¿qué este mí que me hace suyo..?»

«Piensa» es una manera de decir, igual que «se pregunta» : no es que él piense, se pregunte ni que descuide su deber para ubicar mentales signos de interrogación al comienzo y al final de sus dudas
son los pensamientos, máquinas en libertad montadas en tantos turnos de vigilar tableros iguales, que como turnos, se siguen repitiendo al abrigo del aire tibio, sostenidos por la paciencia templada en años de jamás pronunciarse

Pocos maquinistas son capaces de tolerar que la duda, el asombro y los enigmas reiterados, floten intactos en el aire tóxico de la cabina y permanezcan ahí sin mas apoyo que la confianza en un perfecto ensamble de máquinas …
…que velan por la seguridad de la circulación de máquinas

Recién este año aparecieron en el pueblo la nuevas máquinas de revelar: automáticamente, y sin la intervención del personal, alcanzan los mas altos standard de calidad, regularidad y precisión en el registro de brillos y contrastes integrando complejos niveles de ejecución

físicos
químicos
mecánicos
/ informáticos

como si en Japón las hubieran dotado de ese ideal griego de justos medios que cuatro esdrújulas crecientes y enigmáticas, han venido a evocar
son máquinas que no se venden y en las que ni el emprendedor mas optimista se atrevería arriesgar su dinero: hay un representante que concede los derechos de uso a cambio de un compromiso de compra de insumos químicos y papel de ampliación respaldado por una suma que se deposita a cuenta de los pagos de royalties y contribuciones impuestas por el régimen de franchising que encuadra el negocio

Son máquinas concebidas para funcionar durante años con los mismos standards de calidad verificados en el acto de entrega
pero recién alcanzan su óptimo de productividad y rentabilidad cuando en cierto ámbito confluyen su perfección mecánica y el auge del hábito de reflejar el mundo que la oferta de revelado mejor a menor precio y las campañas de publicidad previstas en el proyecto aspiran a precipitar
son máquinas llamativas, que funcionando en las vidrieras de comercios y galerías predican con insistencia mecánica el carácter visual del mundo y el privilegio de quienes consiguen arrancar una imagen al arrasante tiempo

Ësta no es una ciudad: la cabecera del partido es un pueblito de provincia
hoy, aquí , una de estas máquinas japonesas en menos de media hora procesó cuarenta y seis rollos: millares de imágenes del viaje del industrial a un centro turístico de las sierras, unas treinta que registran meticulosamente los juegos amorosos representados frente al espejo del hotel de la ruta por una matrimonio de odontólogos, tres rollos con ciento dieciocho tomas de las mejoras técnicas que el nuevo arrendatario incorporó en el campo de Urquillo y uno con doce fotos sobrexpuestas y seis bastantes claras tomadas minutos después del descarrilamiento de El Rápido en la curva de Lamadrid
esas imágenes reflejan mas la precipitación de un amateur que la desesperación de los sobrevivientes de la tragedia
ni la verdadera magnitud de esa escena -dantesca- ni la frialdad con que sobrevivientes y testigos saquearon y desnudaron cadáveres y heridos, serían advertidas por un extranjero que viese las fotos sin saber la verdad, o por cualquier vecino que, volviendo de un tour por Disney World, haya pasado la semana sin ver diarios argentinos ni noticieros de T.V.

Tal vez alguna de las grandes editoriales de Capital se decida a comprar estas tomas imperfectas pero de indudable valor periodístico: aquí todos se preguntan cuánto serán capaces de ofertar por estos negativos
cualquiera sea la suma, no paga el tiempo del veterinario Repsing, que hacia mas de un mes que tenía esa cámara en la guantera del Land Rover porque nunca le llegaba el momento de devolvérsela al amigo de su hija que la olvidó en su asiento a la vuelta de un bautimso
pasó un mes reprochándose que las veces que anduvo cerca la chacra de los padres del muchacho, o «venía apuradísimo», o andaba «con la cabeza en otra cosa»

Volvió a pensar en la cámara, como si le encendiera una lámpara, recién esta mañana, cuando tuvo la suerte de bajar a la ruta por la curva de Lamadrid cuando El Rápido descarrilaba y la locomotora parecía levantar vuelo empujada por un ruido enorme venido de abajo de la tierra del cañadón
tomó todas las fotos en un par de minutos, dudando si la máquina tendría el rollo bien puesto, y temiendo que el calor de los últimos días habría estropeado la película, y hasta los propios mecanismos de ese aparato que manejaba por primera vez

Ahora confirma que la cámara y el rollo estaban bien, que él hizo lo mejor que pudo, y que lo único de lamentar era ese tipo de película ultrasensible que le recomendaron al amigo de su hija
el chico había pedido algo especial porque el bautismo se hacía en una capilla de mala muerte donde ni el cura alcanza a leer las oraciones a la luz mortecina de unas lamparitas que, ocultas en unos caños de cemento revestidos con cera, simulan la llama de enormes cirios

Si alguien llega a comprar esas fotos, pague lo que pague, no cubrirá el valor del recuerdo que en el momento de tomarlas Repsing se grabó para toda la vida, ni el precio irrisorio del revelado de las fotos
pagan la suerte y el privilegio de los que, a tiempo, son capaces de arrebatarle una imagen al tiempo
esa máquina de arrasar todo que ojalá ahora vuelva detenerse en el olvido porque de lo contrario no podré recordar

Olvidémoslo ahora que el principal de turno del destacamento toma declaración al imputado por la catástrofe, y le reclama al señalero que repita sus dichos porque su máquina de escribir, -una Olivetti de los años cincuenta-, tiene un tabulador que detienen el carro al promediar cada renglón y nadie se atreve a intentar repararla
desde mediodía viene tecleando dichos de gente que afirma que afirma que el hombre estaba a veinte o treinta metros su puesto en la casilla del curvón
y que lo vieron agachado en el pasto, ocupado en lavar, o arreglar algo en la parte inferior de una máquina de fumigar acoplada a su autito amarillo

Pero el imputado insiste en e que la gasificadora no es suya, que en su perra vida jamás la vio y que mal pudo haberla acoplado a ese Citroen que ni fuerza tiene para repechar la barranquita de la Shell,
dice que todo el mundo sabe que para cargar nafta sube a pata a la Shell donde los encargados le prestan un bidón, y que con él se baja a la banquina, llena el tanque, y vuelve a subir a pata la barranca para devolver el bidón vacío y pagar los diez litros en la garita del surtidor
insiste reclamando que llamen a los playeros de la Shell o al mecánico y que pregunten si falta a la verdad
a gritos reclama que busquen a los que dijeron que el Citroen estaba a treinta metros de la casilla y para que se lo repitan en la cara
pide que llamen a todos lo que puedan tener fumigadoras con trailer y les pregunten donde la tenían guardada esa mañana y que averigüen por todos los boliches y en el supermercado si alguna vez lo vieron tomar o comprar botellas que no sean de aceite o Pepsi o de cosas para limpiar
habla de la democracia y pide que hagan venir a técnicos de la Jefatura de Policía y que le tomen pruebas a ver si en las manos tiene huellas de grasa o de algo que demuestre que estuvo arreglando máquinas
que encarguen a Buenos Aires un detector de mentiras, que consulten a peritos ferroviarios y que consigan los antecedentes y el prontuario de los testigos que inventaron la historia de la fumigadora acoplada al Citröen

Como una máquina indiferente, la mujer del poema llega del gabinete de su manicura y no sabe ni debe saber que el silencio que descubre al llegar es el sonido del esa maquina de arrasar cuya existencia ignora, y que, para millones de mujeres como ella, han traducido al girar de dos agujas en su pulsera-reloj
actuando como si lo supiera, en una decisión calculada cotejando horarios y planificando cada uno de los actos que debe ejecutar después, teclea sobre el control remoto del televisor
ni mira la pantalla: solo intentaba dar noticias de su llegada y que la sala y la planta baja se llenen con voces y efectos musicales que representan con bastante fidelidad el registro de los micrófonos del estudio de un programa de entretenimientos de la Capital

Sin escuchar las voces, ni los aplausos y los griteríos grabados que agregan para que el público parezca mas numeroso, o mas comprometido, la mujer enumera mentalmente las rutinas previas al baño y todo lo que debe preparar para la fiesta
no sabe que durante las próximas horas, mas de la mitad de sus cuidados se aplicarán a la conservación de los efectos del trabajo de peluquera, manicura, y cosmetóloga y que destinará menos de la tercera parte de su energía al las rutinas de bañarse, vestirse y terminar con la pintura y el maquillaje que componen el plan al que se supone totalmente concentrada
mas tarde derivará parte de esa energía a controlar los arreglos de su vestido, las expresiones de su cara y al balance de los efectos de tantas superficies sobre los invitados que después lo transmitirán al fondo la vida social del pueblo

Sorprendido por los diálogos de la televisión, el hombre la estuvo mirando, -quizás creándola-, y piensa que también ella es una máquina,
se dice que sí, que ella sí es una máquina, pero una máquina fastuosa,
«como un automóvil que consumiese la mitad del combustible solo para magnificar el control de la presión de uno de los neumáticos traseros», se dice
piensa que eso es lo bueno de los humanos: su asimetría, su desmesura de consumir fuera de cualquier propósito de equilibrio, lejos de toda pretensión de armonía entre las cosas

Piensa, pero allí donde el que escribe elegiría las expresiones «automóvil», «neumático», y «trasero» se representa las palabras «auto», «ruedas» , «de atrás»
y ve imágenes que refieren cada nombre como en el curso de una sucesión de relámpagos, o proyección de fotos sobrexpuestas tomadas al azar por un aficionado
ve manos, ve un tren, ve rieles y ruedas acantonadas que, frenando, chispean sobre los rieles
después ve un solo riel fijado con clavijas de hierro dulce a los durmientes de quebracho, y fundido a esa imagen, el perfil de otro riel que cede para curvarse dócilmente bajo el peso de las ruedas
y ve matas de pelo a coloreado -teñido-, un estampado búlgaro sobre una superficie de seda gris y adivina el brillo de la seda, tras el bosquejo de un auto con un solo neumático que, muy fuera de escala, sobresale del guardabarros y tensa el vestido de seda revelando la curva del cuerpo de la mujer en un solo lugar: la cadera
evoca el ruido de la seda al frotarse y casi llega a componerse mentalmente, bajo la seda, la imagen de esa cadera desnuda cuando una nueva sucesión de sirenas, le devuelven las imágenes del accidente: con el ir y venir de camilleros, médicos y periodistas alrededor del hospital, alternado con reportajes a vecinos y testigos y reflexiones del conductor del noticiero del mediodía

Alguna vez, en su cabina, el maquinista debió haberse masturbado figurándose una cadera semejante, pero bajo un ruido mas intenso, aunque menos perturbador
parte blanca de la mujer: maquina erigida como vacilación entre el nacimiento del muslo y la piel y delicada que cubre un lado para revelar la dureza del hueso apenas unos pocos milímetros debajo
/»tierra de nadie entre piernas y vientres», piensa, «nada impediría que me masturbe ahora pensando en ella bajo el atronador murmullo de la seda, imaginándome a la vez el ruido de/la seda, el improbable sueño erótico de un maquinista y el silencio espectral de mundo que potencia el horror de estas sirenas desafinadas..»
pero piensa que no debe distraerse, que debe permanecer enfrentando al sentido que pocas veces le parece tan claro, para afirmarlo y evitar que como tantas veces, se disipe hasta confundirse con el aire viciado de la trivialidad
imagina un conjuro: una danza pautada, cuya ejecución desplazaría su cuerpo por la casa ubicando en cada espacio la palabra correspondiente
esa música le permitiría vencer la gravedad respondiendo, no a las palabras, sino a lo que ellas nunca terminan de referir

Y escucha, se oye:

«fijando la atención en un punto
de esta tierra de nadie
de la mujer, de la provincia, o de la historia
-cadera, etapa o pueblo: cualquier detalle da lo mismo –
identifico el punto y alcanzo al mismo tiempo las palabras

«neumático»
«cadera»
«estilo», «señal»
«barrera»,
«pueblo»,
«maquinista» y «justo»

cada una de ellas se apropia de un tramo de mi conciencia,
y la serie que forman, todas
las presenta una a una
y una a una las devuelve a esa nada
que eran

Pero,
si contemplo ese cuerpo
desnudo, y puedo
conservar la conciencia
también desnuda de palabras
y eludo la tensión
que me exige ya,
ya
identificar lo que veo
ya
yo
sigo consciente de mi ver
y solo de mi ver
de mi ver sin objeto,
de este ver tan vacío como nosotros
dos horas antes de la fiesta
donde mas,
aún mas que antes
mi conciencia
también
desaparecerá

«¿Si?» «¿Contemplo», «¿Yo? «, «¿Qué?» se pregunta, y agrega las preguntas a eso escrito que alguna vez volverá a leer como el mecánico aficionado que examina un dispositivo que improvisó con restos de máquinas dispares y que parece a punto de funcionar
y se imagina preguntándose: «¿debo dejar estas imágenes suspendidas bajo la eternidad y en la nada, en el mismo aire donde flotaron los pensamientos del maquinista, en este aire hogareño, que como el aire imaginario de la cabina solo existe por una concesión, por una convención, por una caprichosa convicción en el sentido de narrar…? »
«¿O debo permitir que vuelva mi voluntad bajo la forma del deseo que provoca esta imagen y, sin ceder a una satisfacción que lo disolvería, fundirme a él y seguir alentándolo como a esas dudas que no deben disiparse en el tiempo? »

«¿Actuar tendiendo a la satisfacción? ¿alcanzar por mera precipitación cierta palabra que refiere una imagen que por nombrada, desaparece ? »

«¿Narrar, formar, limitarse a relatar la forma, acotar un poema ? »

«¿invocar a otro disponiéndolo aquí como una máquina, deseo ajeno, creado y lector, que obedece a la máquina invisible de regular, el peso de una convención, lo invariable?»

Son palabras e imágenes, meras piezas que volverán a reproducirse para volver a disolverse en la nada de la Nación que las precipita o las contiene.

viernes, 17 de enero de 2025

La poesía de Alexander Vélez González

 



La poesía de Alexander Vélez González

Una temporada en la realidad paralela de los paraísos artificiales. El testimonio de un connaisseur de tales búsquedas que sabe de sus peligros e iluminaciones. Toma distancia de pesadillas y milagros, y va con la mirada de los mil metros al fondo de un paisaje urbanita, cruzado de heroísmos menores y desesperanzas condecoradas.

Su desafección de los rituales sociales, es una vía, no de escape, sino una pista de baile oscuro en donde crecen flores lisérgicas; alegres y siniestras al mismo tiempo. El poeta crea una bitácora de viajes, en la cotidianidad de un existencialismo que esgrime el humor negro y la ironía como su blasón de batalla. La poesía de Alexander Vélez no es una enumeración de blasfemias en el aquelarre; es el fuego ardiendo lento, en permanente combustión, como parte de una ceremonia de poesía; que es en últimas, tomar un sendero solitario y difícil;  la práctica dolorosa de una ascesis de santo oscuro.

Ya que la poesía tiende a ser marginal dentro de la vida contemporánea, y como arte minoritario se repliega, se hace más hermético, con signos y claves de un código lírico, solo comprendido por quienes viven como extranjeros dentro de una comunidad cerrada por derribo; existen guetos espirituales más terribles en donde la poesía está proscrita, y solo aflora en la visión de quien se sabe jardinero de la noche lunfarda. En una ciudad que a veces se manifiesta como una máquina agonizante entre los espasmos de la violencia, la usura y comercio. El poeta-cronista se sumerge en una bohemia urbana en donde la dureza de la noche va ligada al sexo, las drogas y la filosofía precaria de las preguntas sin respuestas de los caminantes noctívagos.  El poeta, de alguna manera propone: Hagamos la vida más consciente dentro de estrategias de existencialismo en confrontación.

Alexander Vélez es a mi juicio, un poeta que en su ruptura vital, intenta un corpus literario dentro de una tradición universal; la de los poetas que caminan senderos solitarios para dar luz a una idea personal. Como tal, su obra marcha en contravía de muchas prácticas literarias del panorama nacional al uso, esas en donde la factura plástica; deja ver la impronta de la factoría literaria académica; la pose de salón con sillón chaise longe, elefantitos de porcelana china sobe mesitas de laca y  poesía destinada a un consumo cultural de analgésicos y barbitúricos muy estimada por señoronas gordas con vocación de sibilas.

Por el contrario, su obra comienza a tomar distancia, busca la autopista del acelere pesado; Higway to Hell.  Música aparte, que suena en duelo de alta noche contra el felino violín del Demiurgo. No cae en la apatía de la epidemia Matrix; camina a fondo su maratón nocturna y se bate en duelo contra sus fantasmas.

Esa es, en mi opinión, su fuerza y en ella, se perciben los destellos de su propia ordalía.


O.G.R.






STAND UP


Cuando los ángeles duermen, los amaneceres nunca fallan

y las luces de neón muertas para mí

y los sueños que cierran

sus puertas en sus barras

acorralados en sus trincheras

buscan escapar

patear la realidad de hojalata

como una basura en el camino.


Con los recuerdos de ayer que nunca han estado mal

volando donde no hay regreso

donde el tiempo es una pelota

con la que juega alguien en un parque.

Cuando los demonios nunca duermen

el silencio de la madrugada asusta y los que vagan por las calles

son fantasmas que siguen sus propios pasos

son hileras de pipas de fuego que los abriga como el gran vació de la soledad

que absorbe cualquier movimiento

por más miserable que parezca.

Por más que los hijos de Belial sigan soñando en la oscuridad

caminando por sus valles de fuego


azotados por el peso de sus elecciones

cruzaron las avenidas del miedo sin mirar a ambos lados

confiaron en sí mismos y para sí mismos, encontraron luz en una calle marginal:

cayeron de rodillas, con el agua salada en las mejillas

se liberaron de las angustias opresoras

aplastaron sus propios demonios internos y enemigos

intentaron ser felices

no despreciar el amor que despierta

a un corazón dormido, enajenado de su propia sangre.


Por más oscura que sea la noche

hay una vela encendida en el cuarto de las personas

por más que se despelleje la carne en las calles sucias

entre el cruce ambulatorio de las cofradías viciosas

siempre hay alguien que huye, al ver el inminente peligro

donde la propia mano asesina se confabula para ser verdugo

o se exilia para no ser víctima del fuego cruzado

y se reúne de nuevo con los que amó alguna vez

en un horizonte dibujado por él

donde brillan las auroras puras

los abrazos y las miradas limpias, sin trampas.


Sin trampas, sin cruces, y sin pesos

soñaron un nuevo presente que gritaron desde el edificio más alto


y su eco se esparció por los subsuelos de la ciudad

donde algunos de sus internautas más preciados

se rescataron a sí mismos de las cavernas de los submundos

por medio de ese eco

que se los llevó como el viento a las hojas secas

a otra parte

donde ya no hay sombras

quemando las vísceras de los pasajeros que se pierden

en esos pasajes.



POR CULPA DE REGAL


Mi boca, con el sabor a madera de Chivas Regal

me recuerda los recitales de poesía en Armada. Dos sueños frustrados que ya no importan

una extraña tomándose fotos conmigo, como si yo fuera una superestrella de la poesía;

un retrato de Bowie mirando a una francesa

inhalar un poco de polvo negro del hades,

mientras las luces ciudad seguían encendidas, cuando miles duermen

Dos o tres astillas de madera clavadas en el cuerpo

importan menos que un sueño frustrado o una caída.


EL ÚLTIMO ECO


Bailo mi propio swing en los rincones del tiempo

cuando la poesía es un trago amargo

que me tomo con gusto a solas

cuando en la oscuridad

un solo día basta para soñar

y los espejos de agua nunca dicen la verdad

y las gaviotas con picos de amapola

son el último eco de los desesperados

que esperan el regreso

de lo que se ha perdido para siempre

que toman tragos amargos soñando lo imposible

mientras un aroma predice las tardes acaloradas

vacías de enero

mientras la carne fría y moribunda

encuentra el calor del Dios sol

y grita desde un morro las perturbaciones de su insomnio

para bajar como un loco bohemio por más tragos de una adicción con nombre propio,

cómplice eterno de la muerte

que no está acostumbrada a procrastinar

en el juego cruzado de los vivos

y a la que le gusta su momento de fama en los periódicos

y a la que no hay que despreciar


cuando llega

en el momento

en que menos piensas.



PUEDO


Soy un hombre de adicciones

y puedo amar a los que me desprecian, por un tiempo

tomarme toda la noche y sus entretenimientos, terminar en un privado

y salir al día siguiente con el sol aplastándome la cara

tratando de poner freno al acelerador

y de continuar al mismo tiempo.

Puedo hacer magia con mi boca.

Tirarlo todo por un agujero

y tener al otro día más en mis bolsillos

exprimir mi cerebro sin que se acabe su líquido de locura.


Puedo pintar poetas muertos

y caminar por las calles tranquilo

sin fama y admiradores

sin oír esa etiqueta de poeta maldito en los oídos.


Puedo salvarte o perderte con tres palabras

antes de que alguien pueda sentirse a salvo en la comodidad de su casa


puedo bailar sin razón

sentarme en un andén cualquiera sin razón

escribir bajo la mirada sospechosa sin razón

y continuar por caminos curvos mientras puedo hacerlo sin razón.

Antes del tiempo de los rectos

puedo ahorrar gastar dinero en placeres

y conseguirlos sin un peso

cantando la música de mi corazón

lamiendo mi propio pellejo hasta la medula ósea del cansancio

en una mañana publica de drugs, drugs, drugs y más drugs

con los ojos usurpados por la decadencia

viendo gramos de luz filtrarse por las rendijas

donde una pareja de enamorados

fantasean sus vidas sin atardeceres histéricos

sin tragos amargos de oscuridad

sin reprobaciones infelices

en esa realidad cortante que es soñar.



EDEN MISTIC INDIA


Solo queda

el salvajismo haragán de los reservados

y los gemidos teatrales en operas sexuales

salpicadas por el polvo rosa

y las calles oliendo a esperma


supremas en su depravación de luces.

Unas cuantas lágrimas sobreviven

cuando el olvido total

es más doloroso que la muerte.

Solo quedan, los cocteles nocturnos en los virajes ciegos

apostar a la nada

escrutar rendijas de vida incendiándose

y el polvorín de cenizas volando hacia su desaparición en la claridad

atravesadas por su propio fuego mortuorio.

Deambular más para evitar el hastío de la soledad, solo queda

sus crueles fugas

evitar el paroxismo en las peatonales

donde algunas personas tienen alma de Edenes Místicos perfumados en India

y tejen locuras glamurosas con manos suaves de satín

casi siempre en los pórticos de los placeres

a un paso del inframundo y el paraíso.

 

 

 

domingo, 5 de enero de 2025

"CRONICA DE UN AMOR LOCO" EDUARDO ESCOBAR

 



Aquella tarde de junio de un sol tímido estaba invitado a las seis a un recital del poeta Álvaro Mutis en el Palacio de Nariño, en Bogotá. Y a un vino de honor después según rezaba la cartulina rectangular, amarillenta. Dejé descansar el trabajo a las tres; abandoné la oficina más temprano que de costumbre; a las cuatro me hallaba en mi apartamento, un pequeño piso de un verde de aceituna vieja a la sombra húmeda de Monserrate y me había colgado una corbata ancha, de seda, con arabescos, a la moda de entonces, que fue de mi padre, entonces recién muerto, me había puesto la percha, como solíamos decir en nuestra juventud, quiero decir, el vestido sombrío, de rayas, que uso siempre que debo mezclarme con Bretaña y había calzado mis mejores zapatos negros y peinado como mejor se pudo el alboroto perpetuo de la cabeza que me hizo objeto de burlas en la infancia remota, en el espejo de medio cuerpo enfermo de hongos. Antes de las cinco, me encaminaba muy orondo, con la invitación en el bolsillo, hacia el barrio sombrío donde queda la casa de los presidentes de Colombia, rodeada aquellos días, según me acuerdo, de jóvenes araucarias oscuras y rosas de Arabia que nunca florecieron. Como era temprano todavía al pasar por la avenida Jiménez y hacía un frío del demonio, decidí tomarme la libertad de un trago en La Romana mientras repicaban el cuarto en el campanario de la iglesia de San Francisco. Me acomodé al fondo. En un reservado en penumbras. Bajo una lámpara polvorienta de luz tísica. Pedí un brandy. Encendí un cigarrillo. Y me dispuse a dejar correr el tiempo.

Rocé la transparencia del licor con la punta de la lengua.

Dejé correr despacio entre las encías el recuerdo de la falsa madera, las tristes uvas, las enfáticas esencias, el fuego perfumado del alcohol. Un lujo imperfecto por ese precio. La lengua, que explora el mundo y presta estériles servicios sexuales, es fecunda en desorden y ruido. Me dije. y me sumergí de mala gana en el murmullo confuso de la charla de la clientela. Las volutas del humo del cigarrillo se amontonaban sobre mi cabeza empozadas en el hueco de la lámpara apagada como una aureola opaca. Y entonces entró. Y se hizo en el establecimiento un silencio religioso.

Tendría veinte años a lo sumo. La blancura de las hadas y de las hostias. De cejas anchas y oscuras sobre los ojos tranquilos, los labios eran carnosos como moras. La nariz pequeña y proporcionada. Y los cabellos oscuros del color de la pulpa del tamarindo.

Irradiaba una serenidad impecable. De milagro. y sin embargo era de este mundo, porque allí estaba, de este lado del umbral. El ambiente del restaurante de desempleados, lagartos de vocación, burócratas con cara de bostezo, intelectuales puros y secretarias hambrientas de saberes se apaciguó para admirar la maravilla. El resplandor de la aparecida. y yo aspiré el perfume yerbal de su mata de pelo suelto. De palmera frutecida, de corozos.

Sus ojos de miel y avellanas tostadas chisporrotearon en chispazos de oro que me devolvieron a un tiempo mítico y me trajeron recuerdos del paraíso perdido. De tiempos más felices que estos agrios que pasamos. Cuando me miró, como si distinguiera a un viejo amigo antiguo, sonrió, conmigo, no contigo o con aquel, quedé abrumado. Pero cuando caminó hacia mí, con decisión, si no flotó como una columna de humo por el restaurante con una vara de rosa en botón en la magnolia de la mano, mi razón trastabilló.

Trastornado, tuve una contracción en el hígado, como cuando a los seis años se asomaba a la sima donde se despeñaban las ovejas en la hacienda de los abuelos de mi madre. y sentí que mi corazón escapaba por el gaznate, es un decir, dando saltos de sapo como un loco feliz sobre los manteles, que me hubieran puesto en ridículo de no haberlo devuelto a su lugar con un sorbo del brandy.

Soy un hombre tímido cuando me cogen desprevenido, fuera de base. El timbre de su voz me disolvió. Ahora la asocio con el sonido de un laúd, con el reclamo del bulbul, con el rumor de la brisa en un huerto de viñas, berenjenas, nardos y tórtolas.

-¿Puedo sentarme con usted? Me dijo.
-Claro. Claro que sí, contesté, con fingida cordura.

No soy Nerón, Hitler, Atila, el Superhombre de Nietszche o Supermán. De un envión me coloqué entre pecho y espalda el dedo que restaba en la copa de brandy para curar el asombro y recuperar el piso de la realidad y el color del mundo. Mientras ella se sentaba a mi lado como un personaje en un sueño tranquilo, tan próxima que podía gozar el clima de la primavera de su cuerpo y disfruté del regalo de su hálito de manzanas.

Algunas sonrisas hablan de un carácter generoso, de un espíritu inocente, noble o apacible. Otras hacen el elogio público y callado de un dentista que conoce el oficio. La suya cantaba con granizos de gloria el Cantar de los Cantares con todo sus deleites y sus aromas.

-Usted va a pensar que estoy loca, empezó. Pero al entrar tuve la certeza de conocerlo hace tiempos. y me gustaría charlar con usted. Un momento.

Así dijo. Poniendo entre nosotros el botón de rosa.

Yo dije, sobreponiéndome al desconcierto, haciendo de tripas corazón:

-Sí. Es posible que nos hayamos visto antes… y
Y luego pregunté, lógico como un tonto:
-¿Y, dónde crees tú que nos presentaron?

Ella, con el entusiasmo de las noches estrelladas del Sahara que la hizo creíble, aclaró, seria y convincente:

-Fue hace muchos años. Y añadió. Muchos. Y después de una pausa agregó con la seriedad del mundo:
-Fuimos amantes. En Arabia.

-No es posible, me defendí. Quizás estaba loca de veras. Y embarazada para acabar.
-No puede ser. ..Porque yo nunca estuve en Arabia y porque…

Ella me calló, poniendo la punta de su mano en mis labios lívidos.

-Fue en otra encarnación. Reveló. Quise sonreír, por condescendencia. Aunque, sin comprender cómo, me descubrí repitiendo para mis adentros, mientras miraba a la insensata, estas palabras:

Las pecas de tus mejillas.
Como las estrellas al medio día.

Ella rompió a hablar atropellando las palabras. Me contó quién era. Lo que pensaba de la vida y de la ilusión del mundo, de las artimañas del olvido y la nostalgia, de la felicidad, la gloria, las corazonadas, y agregó a sus filosofías mil pormenores comunes a todas las muchachas de su edad: había estudiado teatro pero la había cansado, hacía fotografía, de niños, por afición, había tenido un novio celoso que la maltrataba, había perdido un perrito afgano de orejas tristes en Cartagena y su padre vivía y ya no fumaba y amaba a su madre aunque era una mujer rígida y tosca y estaba orgullosa de sus hermanos.

Sus palabras tenían sinceridad e inocencia. Eran claras yo naturales. Pronto me envolvieron en el hechizo. No eran tan solo lucubraciones, mentiras del deseo de una estudiante de veinte años que se atiborraba de libros esotéricos. Ni siquiera cuando se refirió aun sentimiento vetusto y plácido que nos ligaba, según ella, a esa existencia hipotética y dichosa que habíamos gastado juntos, un siglo remoto, y en la cual yo formaba para ella la mejor parte, como dijo, y ella fue para mí la niña de mis ojos. Pero cuando me recordó unos versos que yo le había dedicado en esa encarnación distante, los mismos que yo me seguía repitiendo en mi interior, las pecas de tus mejillas, como las estrellas al medio día, empecé a desconfiar de la aparición. y de mí mismo. y me sentí absurdo. E irreal.

Al cabo de un silencio largo que no me atreví amancillar, tampoco sabía qué decir, acarició pensativa el botón de rosa, le arrancó un pétalo, se lo comió, me miró a los ojos y me declaró su amor.

-Te amo. Desde el primer día del mundo

Yo abrí la boca, consternado. Perplejo y vacío. Y absorto. Su sonrisa: deseable, saludable, increíble. Sus dientes: manada de corderos entre los arreboles. Su frente: la claridad de la mañana

-Te amo. Repetía. Inclinando su cuerpo sobre mí de modo que el escote del vestido de algodón con estampados de tulipanes y cabezas de cotorras me permitió contemplar los dos tesoros iguales de sus pechos, sus pezones tensos con puntas de fresa.

Yo también te amé.

Qué más podía hacer. Si estaba confundido, feliz y halagado. Ella estaba flechada. Era evidente.

El mundo es más misterioso de lo que pensamos. Todo es posible. Pensé, a medias entregado al embrujo. Pero me pareció que el tropel del universo y el afán de los transeúntes y las estrellas del cielo afuera y adentro los habituales de la Romana, los comensales y las flores de plástico en los solitarios, hacían una pausa de solemnidad en sus difusas actividades mecánicas, espirituales y biológicas para contemplar el portento de nuestro amor intemporal. El lugar quedó transformado para mí en un jardín de reverencias, en una muda aprobación ante el prodigio de nuestro afecto. Hasta el hombre de la caja registradora que había cesado de estirarse las pestañas y las mes eras en fila como gansas con sus cofias ante el oscuro mostrador de cedro repleto de vasos relucientes y los vasos relucientes, se precipitaron detrás de mí en un estado de gracia muy parecido a la estupidez y el vértigo.

Olvidé en el bienestar que estaba casado. Que peinaba canas, debía doblarla en edad. Que tenía hijos pequeños que me querían y necesitaban. la experiencia de aquella juventud ignota que me revelaba con palabras lentas, sencillas y pronunciadas, me devolvió de golpe a otros huesos. A un tiempo feliz, a otra sangre. Volví a ser de un modo enigmático, pero no irreal, el adolescente despreocupado y suertudo en quien ella me transfiguraba. Y recuperé por un momento la fe perdida en el enredo culebrero de este mundo de querellas y quebrantos y la esperanza de ser redimido de mi nada por la fuerza del amor.

Siempre creí que la vida humana no es tan solo fiera urdimbre económica, muchedumbre e historia, que guarda su truco magnético. Que existen zonas encantadas de la realidad, intersecciones mágicas del tiempoespacio. Pensé con incierto dolor en la cara que pondría mi mujer, en mis hijos abandonados por correr detrás del amor ideal que todos andamos buscando desde que nos expulsaron del éxtasis del útero. Pero contra la tristeza sin fondo que me produjo la inminente renuncia a mis deberes palpables, a todo aquello de la cual había sido responsable hasta entonces, me descubrí revisando en mis adentros memorias de lecturas sobre la metempsicosis, la transmigración de las almas y el eterno retorno de los seres y cosas y me parecieron diáfanas. No meras hipótesis de un deseo vanidoso de eternidad.

Recordé, en la embriaguez del juego, la fascinación que siempre suscitó en mí el desierto desconocido. Callé, para evitarle el olor acre del aserrín del espectáculo miserable de la tierra, la simpatía que despiertan en mí los camellos mustios de los circos. y me reconfirmé en mi admiración devota por la mística de los monjes su fíes, la poesía de Ibn Arabi, Fuzuli, Attar y Hafiz.

Y comencé a darme cuenta con todo el ser de que mi gusto por los zejeles, las qasidas, las jarchas y la resonancia del tanbur, las tersuras vegetales de la flauta ney, los gemidos de los imanes en los minaretes al crepúsculo y la gracia de las mezquitas, no eran simples adhesiones estéticas y caprichos intelectuales de vana erudición sin espíritu, si no indicios, improntas moleculares de aquellos días que había olvidado, aunque no andaban extraviados del todo, puesto que ella los guardaba en su nítido recuerdo. Aquellos días ardientes por cuyos yerros incógnitos y abominables debieron condenarme a la blasfemia de reencarnar en Colombia. Cuando fui su amante rendido, dueño de caravanas con mi suegro, su padre, en un oasis con siete pozos de agua fresca y susurros de datileras y poblado de tiendas festivas y rebuznantes asnos y dromedarios soñolientos.

Un beso de almíbar me arrancó de mis divagaciones literarias de mis vuelos imaginativos, de mi ensueño mahometano. Me cayó como si me golpearan la cabeza con los dos tomos de Las Mil y Una Noches.

Tus besos
mejores que el ácido acetilsalicílico
y la caridad del opio
contra el dolor de existir
para perderte.
Recité para mí.

Mis problemas actuales, pasados, futuros, las penas en proyecto, las angustias cansadas, las olvidadas, los propósitos incubados, los remordimientos espinosos de lo no cumplido, todo, formas, vacíos, omisiones, carencias, vicios, ciencias y artes, se desvanecieron en el aire como una niebla. Lo demás fue no saber. La plenitud de no pensar. La gloria del sentir. Hablamos de mil cosas. De mí, de ella, del futuro que nos esperaba. De las personas que conocíamos. De los libros que más nos habían gustado. Ella había leído el Calila y Dimna. Y estaba bien ilustrada sobre las virtudes de la alheña. Sus palabras favoritas eran aljibe, almohada, alhelí, bulbul, carajo, zalema y zoco. Me mostró una baraja de fotografías de familia que sacó de una carterita labrada con unicornios y palmas. Sus seis hermanos apoyados en sus bicicletas de turismo, su padre fumando una pipa cuando aún fumaba acaricia un perrito de largas orejas y ojos premonitorios, la tía que más quería en un parque en Washington con un sombrero de paja de verano, su madre, una mujer de rostro ríspido y bigote de galán en el corredor de su casa y un aspecto de El Cairo , recortado de una revista, adonde quería que fuéramos, y el recorte de un poema dedicado a la felicidad de la unión divina por un poeta arcaico de El Líbano, cuyo nombre pronunció con un dejo y haciendo resonar las jotas con cierta afectación que le lucía. Pedimos un brandy tras otro. Bebimos.

Brindamos, haciendo retiñir las copas como si fueran celestas. y cuando el sol empezó a caer como un coágulo sobre la avenida Jiménez decidimos dar un paseo por la tarde púrpura apunto de apagarse.

A estas alturas del arrebato yo había dejado de acordarme de que el poeta Álvaro Nariño ofrecía un recital de sus poemas en el palacio Antonio Mutis. Ignoraba por completo en el delirio cómo se llamaba el presidente de Colombia. Que Colombia es una farsa doliente. Mi patria había dejado de ser este purgatorio de penas en vinagre, un desorden frenético, la herida enconada que siempre fue, si no un colchón de nubes, un lugar muy alto, muy dulce, muy puro y muy claro y muy rico. La torre cerrada de marfil donde un hombre contempla sin cansarse los ojos ambarinos de su novia y ve en ellos la tierra prometida, el reino de los cielos, la cuarta dimensión. Puse sobre la mesa una propina faraónica con ademán olímpico.

Nada me faltaba. Habría bailado desnudo en el atrio de la iglesia de San Francisco como San Francisco ante Santa Clara. Si el estentóreo, odioso llamado de otra realidad de la peor clase no hubiera irrumpido como una res rabiosa en el adagio de un cuarteto de cuerdas, desbaratando el embrujo.

-Claudia, Claudia, carajo. Gritaron sobre nosotros.

Mi pobre amada alzó los ojos. Tembló como una azucena asustada. Palidecieron sus mejillas que el alcohol y la pasión habían encendido. Al volverme, vi un muchacho desesperado y robusto, que elevaba las mangas de una camisa amarilla y repetía

-Carajo, Claudia. Maldita sea.

Era su hermano, según me enteré enseguida. Lo acompañaban dos individuos con caras de energúmenos y batas de enfermero.

Ella me regaló la ternura de una última mirada, un resto de sonrisa con un rescoldo de horror. Corrió a la puerta. Pero allí la esperaba un cazador de gacelas de aspecto siquiátrico, con una jeringa que desmontó mis principados árabes en mi enamorada en una sucia ataraxia, supongo, porque ella se desmayó en sus brazos profesionales como una hoja.

Mientras se la llevaron cargada como una muerta, su hermano trató de explicarse. Se disculpó, angustiado, con vergüenza y dolor evidentes. Desde el borde de una lágrima fraternal que se resistía a brotar en su ojo izquierdo, tartamudeó, mientras mecía la cabeza sobre sus hombros:

-Perdone, señor… Mi pobre hermana… Está loca… Obsesionada con un poeta que dice haber conocido en una encarnación pasada… en Bagdad… Mi pobre hermanita… Ayer escapó del hospital..

Yo farfullé, sin saber lo que decía

-Pero… tal vez yo soy… tal vez… yo sea…joven… ese poeta que ella busca por este mundo sin pies ni cabeza.

El muchacho me miró a mí de la cabeza a los pies. Contempló mi corbata de seda con desprecio, las solapas de un vestido decente, mis relucientes zapatos negros, como barcas, como si yo jamás hubiera sido un año, un día, un instante, un príncipe musulmán, si no un escarabajo en un cuento tétrico de Kafka y se marchó a trancos por donde había venido con un gruñido de fastidio y un portazo en la puerta de vaivén.

Al salir de La Romana, la estela gris del exhosto de la ambulancia destartalada donde transportaban mi flor (sometida a la razón por la fuerza de la química bruta y el prejuicio rastrero), aún ahumaba la tarde sucia. Un nubarrón violeta acababa de tragarse de un bocado el último vestigio de un sol de moho.

La luna de junio se levantaba con esfuerzo sobre las azoteas bogotanas. Advertí que llevaba en la mano el botón de rosa que ella había olvidado sobre la mesa. Era una rosa sin olor. Recordé que había olvidado preguntarle su nombre. Y lo experimenté como una omisión irreparable, como una pérdida, como una pobreza a la que jamás lograría sobreponerme. Mi alma nunca se acostumbró a las decepciones, ni jamás se sintió tan abandonada, sola y ridícula. Camino del palacio de Nariño, sobre el basurero de pesadilla de la carrera séptima: mariposas muertas, polvo molido, gargajos aplastados, pellejos de ciruelas, empaques de galletas, periódicos arrugados que el viento arrastraba como pájaros bobos, cavilaba. Tal vez no estaba loca. Tal vez no eran solo fantasías. Yo había sido una vez su príncipe azul. Y ella mi pasión, mi aire, mi fiesta, mi privilegio.

Todo cabe. Lo demás es la envidia que no soporta la música de los otros. Los escrúpulos del sistema métrico decimal. La rutina espantosa de los notarios. y las putas ideas fijas de los siquiatras que han dejado de creer en milagros para desgracia nuestra. Pensé.

Detrás de mí repicaron las seis en la torre de San Francisco.

Y empezaron a encenderse los avisos luminosos en las fachadas como todas las tardes.