domingo, 7 de septiembre de 2025

DAVID FOSTER WALLACE./ "ESTO ES AGUA"

 




Presentamos un texto del escritor  estadounidense David Foster Wallace (1962-2008). Publicó una decena de libros de ensayos y no-ficción, tres libros de cuentos y tres novelas (La última The Pale King fue publicada post mortem) entre ellas ‘La broma infinita’ (Infinite Jest, 2002) considerada su obra más importante y una de las mejores novelas escritas en lengua inglesa desde 1923 hasta 2006. Este ensayo fue leído originalmente en la ceremonia de graduación para la generación de 2005 en la Universidad de Keyton. Fue publicado en 2009 por la editorial Little, Brown and Company. La traducción corre a cargo de Pablo Robles Gastélum.

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Esto es agua

 

Están dos peces nadando uno junto al otro cuando se topan con un pez más viejo nadando en sentido contrario, quien los saluda y dice, “Buen día muchachos ¿Cómo está el agua?” Los dos peces siguen nadando hasta que después de un tiempo uno voltea hacia el otro y pregunta “¿Qué demonios es el agua?”

Este es un requerimiento estándar para los discursos en las ceremonias de graduación, el uso de una pequeña y didáctica historia. El cuento resulta ser uno de los métodos más ejemplificativos y menos tediosos del género, pero si creen que planeo presentarme aquí como el pez viejo y sabio que les va a explicar a ustedes, jóvenes peces, qué es el agua, por favor no lo hagan. No soy el pez viejo y sabio.

El punto de la historia de los peces es simplemente que las realidades más obvias e importantes son con frecuencia las más difíciles de ver y sobre las que es más difícil hablar. Enunciado como una frase, por supuesto, éste es sólo un lugar común como cualquier otro, pero el hecho es que en las trincheras del día a día de la existencia adulta, los lugares comunes pueden tener una importancia de vida o muerte, o por lo menos de ello me gustaría hablar en esta despejada y encantadora mañana.

Claro que el principal requisito para este tipo de discursos es que debo hablar sobre el significado del estudio de las ciencias sociales y humanidades, tratar de explicar por qué el título que están a punto de recibir tiene un valor humano real y no sólo un fin material. Hablemos entonces del cliché más generalizado en los discursos de graduación, que es que la formación en ciencias sociales y humanidades tiene como objetivo tanto proveerlos de conocimiento como enseñarles cómo pensar. Si ustedes son como yo cuando era estudiante, no debe gustarles escuchar este tipo de cosas, e incluso se sienten un poco ofendidos por la afirmación de que necesitan que alguien les enseñe cómo pensar, dado que el hecho de que hayan sido aceptados en una universidad tan buena como ésta parece probar que ya saben hacerlo. Sin embargo, vengo a plantear que el cliché no resulta ser para nada insultante, porque lo que verdaderamente importa para su educación –misma que se supone reciben en una escuela como ésta- no gira en torno a la capacidad para pensar sino en decidir sobre qué decidimos pensar.

Si su total libertad de pensamiento con respecto a las decisiones sobre qué pensar les parece demasiado obvia como para desperdiciar tiempo discutiéndola, les pediría que piensen sobre los peces y el agua, y que sólo por un par de minutos hagan un paréntesis en su escepticismo sobre el valor de lo totalmente obvio.

Aquí va otra pequeña y didáctica historia. Están dos hombres sentados juntos en un bar ubicado en una parte remota de Alaska. Uno de los hombres es religioso, el otro es ateo, y los dos discuten sobre la existencia de Dios con esa especial intensidad que viene después de la cuarta cerveza. Entonces el ateo dice: “Mira, no es que no tenga razones para no creer en Dios, no es que nunca haya experimentado el Creo-En-Dios-Y-Rezo y esas cosas. Justo el mes pasado me agarró una tormenta de nieve lejos de casa, estaba totalmente perdido y no podía ver nada, la temperatura era cincuenta grados bajo cero, entonces lo intenté: me arrodillé en la nieve e imploré ‘Oh, Dios, ¡si es que existes! Estoy perdido en la nieve y moriré si no me ayudas’”. El hombre religioso mira desconcertado al ateo y dice “Entonces debes creer ahora, después de todo aquí estás, vivo”. El ateo mueve la cabeza y dice: “No, hombre, lo único que pasó es que casualmente un par de esquimales pasaban por ahí y me mostraron el camino de regreso”.

Es fácil ver esta historia a través del cristal con el que normalmente se analizan este tipo de situaciones en cualquier carrera de ciencias sociales y humanidades: exactamente la misma experiencia puede significar dos cosas completamente diferentes para dos personas, considerando las diferentes creencias y patrones, y las diferentes formas de construir significados basados en la experiencia. Como priorizamos la tolerancia y la libertad de pensamiento, por supuesto que no vamos a querer afirmar que una interpretación es verdadera y la otra falsa o mala.

Lo cual está bien, excepto por el hecho de que nunca terminamos hablando sobre de dónde vienen estas creencias y patrones. Es decir, de dónde vienen dentro de estos dos hombres. Como si la orientación más básica de una persona, y el significado de su experiencia fueran de alguna manera inherentes a ella, como la altura o el número de zapato; o fueran automáticamente absorbidos de la cultura, como el lenguaje. Como si la forma de construir significados no fuera el resultado personal e intencional de una decisión consciente. Además, tenemos la cuestión de la arrogancia. El ateo está convencido de que el hecho de que los dos esquimales hayan pasado en ese momento no tuvo nada que ver con su rezo pidiendo ayuda. Cierto, también hay un montón de religiosos arrogantes y seguros de sus propias interpretaciones. Son probablemente más repulsivos que los ateos, y que, por lo menos, la mayoría de nosotros. Pero el problema de los dogmáticos religiosos es exactamente igual al del no-creyente de la historia: la certidumbre ciega, una mente cerrada que equivale a un aprisionamiento tan absoluto donde el mismo prisionero ignora que está encerrado.

El punto es que pienso que ésta es una parte de lo que el mantra de “enseñar cómo pensar” debe significar: ser un poco menos arrogantes, tener “consciencia crítica” sobre mí mismo y mis certidumbres…porque un buen porcentaje de las cosas que doy por dadas, resultan eventualmente diluidas e incorrectas. Yo he aprendido esto de la manera difícil, como seguramente ustedes también lo harán.

 Aquí va un ejemplo del carácter erróneo que hay en las cosas sobre las cuales tiendo a estar automáticamente seguro. Todo en mi inmediata experiencia sostiene mi profunda creencia de que yo soy el centro absoluto del universo, la más real, vívida e importante persona en la existencia. Raramente pensamos en este tipo de este egocentrismo natural por el hecho de que es socialmente repulsivo, pero en el fondo es básicamente el mismo en todos nosotros. Es nuestra configuración predeterminada, inherente a nosotros desde el nacimiento. Piensen en esto: no existe ninguna experiencia que hayan tenido en la cual ustedes no hayan sido el centro de la misma. El mundo como lo viven está ahí en frente a ustedes, o detrás, o a un lado, en frente, o en la televisión, o en su monitor, o en dónde sea. Los sentimientos o ideas de otras personas tienen que ser comunicadas a nosotros de alguna manera, pero las propias son inmediatas, urgentes, reales. Ya van entendiendo. Pero por favor no se preocupen que me esté preparando para predicar sobre la compasión o las también llamadas “virtudes”. Esto no se trata de virtud sino sobre decidir cambiar, o liberarse de alguna manera, de esa configuración predeterminada, la cual es: ser profunda y literalmente egocéntrico, y ver e interpretar todo a través del lente de sí mismo.

 Las personas que pueden ajustar su configuración predeterminada de esta manera son con frecuencia denominadas “bien equilibradas”[1], término que, sugiero, no es fortuito. Siguiendo la línea académica, una pregunta obvia sería qué tanto de este ajustarnos a nuestra configuración predeterminada involucra realmente conocimiento o intelecto. No es de extrañar que la respuesta sea: depende de qué tipo de conocimiento del que estemos hablando.

 Probablemente el aspecto más peligroso de la educación académica, por lo menos en mi caso, es que posibilita mi tendencia a sobre-intelectualizar las cosas, a perderme en el pensamiento abstracto en lugar de simplemente poner atención a lo que está pasando frente a mí. En lugar de poner atención a lo que está pasando dentro de mí. Como seguramente a estas alturas ya saben, es extremadamente difícil mantenerse alerta y concentrado en vez de quedarse hipnotizado por el constante monólogo que tiene lugar dentro de nuestra cabeza. Lo que todavía no saben son las implicaciones de esta lucha.

 A veinte años de haberme graduado, me he dado cuenta paulatinamente de estas implicaciones, y advertí que el cliché universitario de “enseñarte cómo pensar” era realmente la síntesis de una muy importante y profunda verdad. “Aprender a pensar” realmente significa aprender a ejercer cierto control sobre cómo y qué es lo que pensamos. Significa estar lo suficientemente conscientes para escoger a qué le ponemos atención y decidir cómo vamos a construir significados a través de la experiencia. Porque si ustedes no pueden o no quieren ejercer este tipo de decisiones en su vida adulta, estarán totalmente derrotados. Piensen en el viejo cliché de cómo la mente es un “excelente sirviente pero un pésimo amo”. Éste, como muchos otros clichés, tonto y banal en la superficie, en realidad expresa una gran y terrible verdad. No es coincidencia que la mayoría de los adultos que se suicidan con armas de fuego siempre se disparen a sí mismos en…la cabeza. Y la verdad es que la mayoría de estos suicidas estaban muertos mucho antes de jalarle al gatillo.

 Y esto es realmente, sin mentiras ni bromas, de lo que su educación debe tratarse: cómo evitar ir por tu confortable, próspera y respetable vida adulta, siendo un muerto, inconsciente, esclavo de tu cabeza y de tu configuración predeterminada, esa que te hace estar única, completa y totalmente solo día tras día. Esto puede sonar a una exageración o un sinsentido abstracto. Entonces hagámoslo concreto. El hecho es que ustedes recién graduados todavía no tienen idea de lo que “día tras día” realmente significa.

 Resulta que hay una buena parte de la vida adulta americana de la cual nadie habla en los discursos de graduación. Esa parte involucra aburrimiento, rutina y una bonita frustración. Los padres y las personas más grandes aquí entenderán perfectamente de lo que hablo. Por ejemplo, supongamos que este es un día normal en la vida adulta, se levantan en la mañana, se dirigen a su desafiante trabajo de oficina digno de un graduado, trabajan por nueve o diez horas, al final del día están cansados y muy estresados: todo lo que quieren es irse a su casa, prepararse una buena cena, tal vez despejarse un rato y dormirse temprano porque tienen que levantarse temprano al día siguiente a hacer lo mismo de nuevo.

 Pero de repente recuerdan que no hay comida en la casa –no han tenido tiempo suficiente para comprar comida esta semana a causa del desafiante trabajo- entonces al final del día tienen que subirse al automóvil y manejar hasta el supermercado. Es la hora que marca el fin de la jornada laboral y el tráfico es espantoso, entonces llegar a la tienda toma mucho más tiempo del que debería, y cuando finalmente llegan ahí, el supermercado está atiborrado de gente, porque por supuesto es la hora del día en que las demás personas que también tienen trabajo tratan de hacer cabida en su horario para ir de compras al supermercado, y la tienda está horrorosa y fosforescentemente iluminada, ambientada con espantoso pop corporativo o esa genérica música de fondo capaz de matar almas. Es el último lugar en el que quisieras estar pero no puedes entrar y salir inmediatamente. Tienes que deambular por los inmensos y saturados pasillos para encontrar las cosas que quieres, tienes que maniobrar con tu carrito entre todas las demás personas, que también están cansadas y tienen su propio carrito, y por supuesto están los viejos que se toman todo el tiempo del mundo, los que toman demasiado espacio, los niños hiperactivos, y tú tienes que poner la mandíbula dura y ser amable mientras les pides que te dejen pasar, hasta que por fin encuentras lo que buscabas, sólo que ahora no hay suficientes cajas abiertas a pesar de que la tienda está llena, entonces la fila para pagar es interminable. Lo cual es estúpido e irritante, pero no puedes desahogar tu ira con la frenética señora trabajando en la caja registradora, quien para ese entonces ya ha trabajado más horas de las que le tocan al día en un trabajo cuya rutina e insignificancia sobrepasan la imaginación de cualquiera de nosotros aquí en esta prestigiosa universidad…Pero bueno, finalmente llegas al frente de la fila y pagas por tu comida, y esperas tu cambio o a que una máquina apruebe tu tarjeta para después escuchar un “Que tenga un buen día” en una voz que suena como la muerte misma.

 Y después tienes que llevar tus feas y poco sólidas bolsas de plástico en tu carrito que tiene una de esas llantas locas que lo hacen moverse irremediablemente a la izquierda, todo mientras pasas por un estacionamiento sucio y lleno de gente, y tratas de subir las bolsas a tu automóvil de manera que nada se vaya a salir y rodar por la cajuela durante el camino, y luego tienes que manejar en medio de un lento y pesado tráfico para llegar a tu casa, etcétera, etcétera. Todos han pasado por esto, claro, pero todavía no ha sido parte de la rutina de ustedes, graduados, día tras semana, tras mes, tras año. Pero lo será, junto con otras rutinas no menos aburridas, tediosas y sin sentido. Excepto que ese no es el punto. El punto es que dentro de toda esta mierda frustrante entra el trabajo de escoger.

 Como el tráfico es lento, los pasillos atestados y la fila para pagar larga, si no hago una decisión consciente sobre qué pensar y a qué ponerle atención, estaré enojado y seré miserable cada vez que tenga que ir de compras al supermercado, porque mi configuración natural hace que en situaciones como estas todo gire en torno a mí, mi hambre, mi fatiga, mis ganas de irme a casa, y parecerá que todos los demás en el mundo están en mi camino, y a todo esto, ¿quién chingados son todas estas personas en mi camino? Y mira qué repulsivas lucen la mayoría de ellas y cómo parecen ovejas haciendo fila en la línea para pagar, o qué tan irritante y descortés es que las personas hablen así de fuerte por celular en medio de la fila, y, miren qué injusto es esto: he trabajado realmente duro todo el día, tengo hambre, estoy cansado y no puedo irme a mi casa por culpa de estas estúpidas y malditas personas. O, por supuesto, si estoy en una forma más socialmente consciente de mi configuración predeterminada, puedo pasar mi tiempo atorado en el tráfico estando enojado y disgustado con todas esas gigantes y estúpidas camionetas familiares, Hummers pick ups mientras gastan su derrochador y egoísta tanque de 150 litros, y puedo extenderme hablando de cómo las calcomanías religiosas o patrióticas parecen siempre estar pegadas en los vehículos más monstruosos manejados por los más feos, desconsiderados y agresivos conductores, quienes además suelen hablar por celular mientras tocan su claxon solo para ponerse seis estúpidos metros adelante en el tráfico, y puedo pensar en cómo los hijos de nuestros hijos van a odiarnos por haber desperdiciado todo el combustible del futuro y probablemente haber jodido el clima, y en cómo todos somos malcriados, estúpidos y egoístas, y cómo todo apesta, y así sucesivamente… Miren, si decido pensar así está bien, muchos de nosotros lo hacemos, excepto que ese pensamiento tiende a ser fácil y automático, no tiene que representar ninguna elección.

 Pensar de esta manera es mi configuración predeterminada. Es la forma automática e inconsciente con la que experimento lo aburrido y frustrante de la vida adulta, una vez que opero con la automática e inconsciente creencia de que soy el centro del mundo y que mis necesidades y sentimientos inmediatos son lo que deben de determinar las prioridades del mundo. La cosa es que obviamente hay diferentes maneras de pensar este tipo de situaciones.

 Hay mucho tráfico, todos estos vehículos están parados y estorbándome en el camino: no es imposible pensar que algunas de esas personas manejando camionetas familiares hayan estado en horribles accidentes automovilísticos en el pasado y ahora manejar para ellos se ha vuelto una experiencia tan traumática que su terapista no ha tenido más remedio que aconsejarles comprar una camioneta grande en la que se sientan suficientemente seguros al manejar; o que la Hummer que se acaba de meter en frente de mí está siendo manejada por un padre cuyo hijo está herido o enfermo en el asiento de copiloto, y está tratando de evadir el tráfico para llegar pronto al hospital, y que tiene una prisa más legítima que la mía. Realmente soy yo quien está atravesándose en su camino. O puedo escoger forzarme a considerar que muy probablemente las demás personas haciendo fila en el supermercado están tan aburridas y frustradas como yo, y que en lo general algunos de ellos tal vez tengan vidas mucho más difíciles, tediosas o dolorosas que la mía. Y así sucesivamente.

 De nuevo, por favor no piensen que les estoy dando un consejo moral, o que estoy diciendo que “tienen que” pensar de esta manera, o que alguien automáticamente espera ello de ustedes, porque es difícil, toma voluntad y esfuerzo, y si son como yo, algunos días no serán capaces de hacerlo, o no querrán hacerlo. Pero la mayoría de los días, si están lo suficientemente atentos como para decidir, pueden decidir ver diferente a la señora gorda con mal de ojo y demasiado maquillaje que acaba de gritarle a su hijo en la fila para pagar. Tal vez ella no siempre es así; tal vez lleva tres noches seguidas sosteniendo la mano de su marido quien está muriendo de cáncer, o tal vez esta misma señora es la empleada mal-pagada de oficina, que justo ayer, te ayudó a resolver un engorroso trámite ejerciendo un pequeño acto de bondad burocrática. Claro, ninguno de estos casos es probable, pero tampoco imposible. Depende de qué es lo que ustedes prefieran considerar.

Si están automáticamente seguros de saber qué es la realidad y quiénes y qué es importante –si quieren operar con su configuración predeterminada- entonces ustedes, como yo, probablemente no van a considerar ningún escenario que no sea fastidioso o sin sentido. Pero si realmente han aprendido cómo pensar, cómo poner atención, entonces sabrán que tienen más opciones. Estará en sus manos hacer de una situación lenta, infernal y estresante no sólo una experiencia significativa sino algo sagrado, un fuego con la misma fuerza que enciende las estrellas; compasión, amor, la subsuperficie de todas las cosas. Esta onda mística no necesariamente tiene que ser verdad: la única Verdad que lleva mayúsculas aquí es que ustedes tienen la capacidad de decidir cómo quieren ver las cosas. Esto, me parece, es la libertad de la educación verdadera, de aprender cómo estar “bien-equilibrados”: Ustedes pueden decidir conscientemente qué tiene importancia y qué no. Ustedes deciden qué es lo que van a adorar, porque aquí hay otra cosa que es verdad: en el día a día de la vida adulta no existe tal cosa como el ateísmo. No existe tal cosa como no adorar nada. Todo el mundo adora algo. La única elección está en qué decidimos adorar. Y una gran razón para decidir adorar a algún dios o algo parecido a un espíritu –llámese Jesucristo, Allah, Yavé, la Diosa Madre, Las Cuatro Nobles Verdades o una colección de principios infrangibles- es que prácticamente cualquier cosa que adores te comerá viva. Si adoran el dinero y las cosas –si eso es lo que consideran que tiene verdadera importancia en la vida- entonces nunca tendrán suficiente. Nunca van a sentir que tienen suficiente. Es la verdad. Adorar su propio cuerpo, belleza o encanto sexual siempre los hará sentirse feos, y cuando la edad se empiece a notar en ustedes, habrán muerto un millón de veces antes de que los entierren. Hasta cierto punto ya todos sabemos estas cosas –han sido codificadas como mitos, proverbios, clichés, trivialidades, epigramas, parábolas: el esqueleto de toda buena historia.

 El secreto está en mantener esta verdad en frente de nosotros diariamente. Si adoras el poder te sentirás débil y con miedo, y necesitarás más poder sobre otros para anestesiar el miedo. Si adoras tu intelecto, o ser considerado inteligente, terminarás sintiéndote estúpido, un fraude siempre a punto de ser descubierto. Y así sucesivamente. Miren, la cosa más insidiosa de estas formas de adoración no es que sean malignas o llenas de pecado; es que son inconscientes. Son configuraciones predeterminadas. Son el tipo de adoración que gradualmente nos atrapa, día a día, haciéndonos más selectivos en lo que vemos y en cómo medimos el valor de las cosas sin ni siquiera estar plenamente conscientes de que lo estamos haciendo. Y el llamado “mundo real” no te desanimará a operar con tu configuración predeterminada, porque el llamado “mundo real” de hombres, dinero y poder se lleva bastante bien con el combustible del miedo, desprecio, deseo, frustración y la adoración de sí mismo.

 Nuestra misma cultura contemporánea le ha puesto un arnés a estas fuerzas de modo que han cedido el paso a la riqueza, el confort y la libertad personal. La libertad para ser amos de nuestro pequeño reino, solos en el centro de toda creación. Este tipo de libertad suena muy atractiva. Pero por supuesto hay diferentes tipos de libertad, y del tipo más preciado de libertad no van a escuchar hablar mucho allá afuera en el mundo competitivo del ganar, conseguir y mostrar.

 El tipo de libertad más importante involucra atención, consciencia, disciplina, esfuerzo, y ser capaces de preocuparse realmente por las demás personas y sacrificarse por ellas, una y otra vez, realizando miles de pequeños, y nada sexys, actos, día tras día. Esa es la verdadera libertad. Eso es ser enseñado a cómo pensar. La alternativa es la inconsciencia, la configuración predeterminada, la “carrera de ratas” –la constante e insistente sensación de haber tenido y perdido algo infinito. Ya sé que todo esto probablemente no suena nada divertido, refrescante o inspirador como suelen hacerlo los discursos de las ceremonias de graduación. Lo que es, como lo veo hasta ahora, es la verdad, con un montón de basura retórica recortada. Obviamente pueden pensarlo cómo ustedes deseen. Pero por favor no lo vean como un sermón en donde la Dra. Laura[2] mueve el dedo índice como metrónomo y de forma acusadora.

 Nada de esto se trata de moral, religión, dogma o sofisticadas preguntas sobre la vida después de la muerte. La cuestión aquí, es la vida antes de la muerte. Es llegar hasta los treinta, o tal vez incluso los cincuenta, sin querer dispararse a sí mismo en la cabeza. Es sobre el verdadero valor de la educación, que no tiene que ver con calificaciones o títulos sino con la simple conciencia –conciencia de lo que es real y esencial, tan escondido a simple vista alrededor de nosotros, que tenemos que recordarnos a nosotros mismos una y otra vez:

“Esto es agua.”

“Esto es agua.”

“Estos esquimales pueden ser mucho más de lo que parecen.”

Es inimaginablemente difícil hacer esto –vivir de manera consciente, adulta, día tras día. Lo que significa que una vez más el cliché es cierto: su educación realmente es el trabajo de una vida, y comienza ahora.

 Les deseo mucho más que suerte.

[1] “Well-adjusted”

[2] Laura Schlessinger

TOMADO DE:

https://circulodepoesia.com/


martes, 15 de julio de 2025

"EL VENENOSO SECRETO DE TU LUZ".... by Omar García Ramírez

 




EL VENENOSO SECRETO DE TU LUZ

(Bolero Barroco/Version Final)



   El profesor de literatura mira a través de la ventana: Una cálida tarde de abril que le parece el marco perfecto para hablar de la obra poética de Mallarmé, o de Une Saison en Enfer de Rimbaud; a lo mejor, abordará la compleja traducción de “Las Flores Del Mal” de Baudelaire; duda unos instantes, mientras su mente divaga entre las brumas bucólicas de La siesta del fauno del primero de los escritores. Pero cierta rigurosidad se impone. Los comentarios irónicos de colegas de academia, que le tienen ya en la categoría de sátiro refinado y afrancesado, le hacen someter el brío de su lírica especializada en enardecer a las tribus de jóvenes románticos. (Más que demodé, cuasiparnasiano; y esa fobia sutil a las nuevas tecnologías; ¿pero en qué mundo de ideas pensaba que se deberían crear las verdaderas obras literarias?) Finalmente, Bernardo Salcedo, se decanta por la seguridad del pensum. Abre el libro “El Canon Occidental” de Harold Bloom, mientras mira de reojo las piernas tornasoladas y doradas de su alumna preferida: Clarissa Monteblanco, la mujer de los cabellos de trigo tostado hasta la cintura y cara de vestal mediterránea.

   Se acerca y gesticula con cuidadosa pose que dá énfasis a sus palabras; en vez de dar lectura al texto en prosa crítica; casi declama. Ella le mira y descubre en su voz potente, pausada y bien articulada de barítono ligeramente resfriado, una vibración que le recorre la espina dorsal y le hace vibrar las campanillas y los pliegues de su silla turca. Entonces, le dirige una mirada de adolescente inquieta, que sube lentamente sobre la raya del pantalón Everfit hasta el almidonado cuello blanco de su camisa; detiene su inspección por unas fracciones de segundos, en la correa de cuero de caimán, y la gran hebilla dorada que ciñe la cintura viril del maestro. Movimiento sutil de ojos negros, que él capta y le llena de orgullo de macho tocado de lujuria.

   Y claro está, las clases van así de mañana a tarde, en donde en se pasa de la vorágine tropical a los poetas malditos franceses; para después incursionar en los laberintos de Borges. Luego, días después, el catedrático jugará a una rayuela imaginaria entre las piernas de aquella maga adolescente. Ella, cambia sus atuendos de acuerdo a las variaciones climáticas; sus minifaldas coquetas en verano, por abrigos largos existencialistas en invierno, para deleite del licenciado que ve como en los labios de la nínfula madura, juguetea un duende de coral que parece decirle: bésame, bésame, bésame mucho.

   Como siempre, en estas historias hay otro en la lid; otro que iniciara la discordia. Estudiante de literatura; buen gamberro ilustrado. Devorador de libros e infectado de literatura desde los seis años cuando su madre, una hermosa hippie de tierra caliente, le leía para hacerlo dormir: “Los crímenes de la calle Morgue” de Poe y algunas historias de “Los mitos de Cthulhu” de Lovecraft; historias espeluznantes con las que de criatura (kindergarten de las flores ácidas), conseguía el plácido sueño de los poetas del horror. Fernando Barraza, tiene casi veinte años, y recientemente ha publicado su primer opúsculo, que ha recibido una crítica ácida y despiadada del letrado. El libro titulado: “Poemas paranoicos para la burda Bertha” (lírica punitiva ––según algunos amigos y contertulios––, contra una prostituta que casi lo deja estéril, a causa de la que una época, ya muy pretérita y cuasi barroca, llamaban los parnasianos: la supurante enfermedad francesa). Obra que ha recibido la estigmatización y el anatema de una buena parte de la academia. Catalogada como: “basura postmoderna para vampiros pornodhermos”, en una columna que el catedrático Salcedo ha publicado en el periódico literario de la universidad: “Literatura degenerada para oligofrénicos y drogadictos, sin la brillantez de los que se supone son sus maestros; un pastiche repulsivo, que solo quiere escandalizar a punta de sangre, sudor y mierda”. Sentencia y cierra, el profesor.

   Después de estos juicios y descalificaciones, Fernando Barraza, el joven poeta, prefiere tomar distancia y va lo menos que puede a la universidad. No porque se haya sentido herido en su sensibilidad. Ha leído lo suficiente para entender que, siempre queda faltando mucho para encontrar y perfeccionar un lenguaje propio.  Prefiere moverse a su aire, tratar de aprender mucho con investigaciones personales y tomar lecturas a fondo. Para ese propósito, decide refugiarse por largas temporadas en la biblioteca de la pequeña ciudad del eje cafetero.

   En su espíritu de joven rebelde y romántico, la naturaleza ocupa un lugar importante. Sube a las montañas de la cordillera central y pasa largas jornadas entre el frío y la bruma de la laguna. Luego baja a los valles como un duende de niebla y comulga con la naturaleza en su plenitud de bestia joven. Pasa tardes enteras solo, en las hondonadas verdes de la cordillera central, cerca al valle de los nevados, mirando el horizonte en las tardes de agosto; el azul que se funde contra los espejos de los lagos helados y él, solitario, mirando en silencio, envuelto en una chaqueta verde, con una boina negra que cubre su melena byroniana. El sol que, por momentos centellea como un disco de metal entre los rebaños de nubes, recorta su perfil de halconero adolescente e ilumina su rostro trigueño quemado por el viento helado de la montaña. Se ejercita en una cetrería de poesía y espíritu; esa que conocen bien, los que emprenden el ascenso a la montaña mágica. Mientras en las noches al calor de una fogata, escribe en solitario, secretos poemas a Clarissa. Ha puesto sus ojos en el corazón de la muchacha; o mejor dicho, y sin temor a equivocarnos, podríamos decir que ha orientado su mirada hacia los mapas corporales, en donde oculta su delta de Venus, la adolescente.


   El profesor de literatura lo intuye; muchas señales corporales y visuales ha visto que se cruzan entre estos dos alumnos destacados. Ella por su belleza y talento, y él por su inteligencia y rebeldía. El profesor Salcedo, ha empezado a sentir un interés apasiónado por Clarissa, que poco a poco se torna en obsesion. No duerme bien y comienza a tener una animadversión hacia el joven escritor.  Y es por esto que Fernando, no logra pasar de mediocres notas en las calificaciones. Sus parciales dejan que desear, y aunque todos saben de su talento y que puede ser el mejor de la clase, en donde la mayoría, solo ha leído a sor Juana Inés de la Cruz, La vorágine, Crónica de una muerte anunciada, y algunas novelas de aventuras del señor Arturo Villanova. Libros todos importantes sí (pero libros encausados y orientados); textos, cuya interpretación siempre mediada, termina por quedar reducida ciertas fórmulas diseñadas por los exegetas. El rebaño ilustrado del pensum, rumia y sonríe cuando el joven escritor intenta destacarse y solo se lleva frases de desaprobación. El resto de alumnos, una mayoría: ovejas marcadas; terminan caminando en fila, por los senderos de un bien señalizado coto de pastoreo literario.

   El joven Fernando, sabe que está condenado sin remedio, por la creciente inquina que contra él ejerce el académico; que sus debates documentados y bien sustentados, como aquel en donde trató de presentar una tesis sobre la influencia de “El corazón de las tinieblas” de Josep Conrad, en la obra La Vorágine” de José Eustasio Rivera; (teniendo en cuenta que la primera fue publicada en 1899 y la segunda en 1924, y que Eustasio Rivera la pudo muy bien leer, en inglés; o a lo mejor en francés). Terminan en la descalificaciónes gratuita por parte del académico Salcedo, casi siempre acompañadas de una confrontación estéril. Entonces el joven poeta, comienza a preguntarse: si vale la pena todo el esfuerzo. Afortunadamente, otros profesores que descubren en él, talento y cierta calidad literaria; esa misma que Bernardo Salcedo desconoce. Profesores y catedráticos más jóvenes, le dan oportunidades para desarrollar sus potencialidades y le permiten de cierta manera resistir.

   Por su parte, el profesor Salcedo, está enterado de que El joven escritor se hace cada vez más cercano de Clarissa, y le lleva los cuadernos; que seguramente, ha rubricado y casi que derramado en tinta algunas propuestas de carácter erótico, en los poemas que Clarissa lee como iluminada y sofocada a la salida de clases por los pasillos. Entonces, comienza a desarrollar una enfermiza fijación con pensamientos violentos hacia el joven poeta. Averigua por todos los medios sobre sus movimientos; establece una pequeña red de incondicionales que le informan en secreto sobre los asuntos en donde Clarissa y el joven poeta estén presentes. Además, el profesor Salcedo, quien está sobre los 38 años, sufre idealizando a la joven: en sus pensamientos la compara con la Simoneta de Vespuchi que pintara Sandro Botticelli. Ella es su primavera, ella es su madona andina; ella es la criatura bajo cuyo influjo ha caído sin remedio.

   Todas sus sospechas y los comentarios que le han llegado, se confirman: Ha visto a la pareja tomando café con rosquillas en la cafetería de la universidad. (Una Clarissa resplandeciente y Fernando casi transportado; cada vez más conectados en una vibración sutil).  Además, se entera, con preocupación cada vez mayor; que ellos dos habían coincidido en la última fiesta en casa del gordo Quevedo. Las fogatas de negro, en donde se reunían, bajo la luna llena, treinta o cuarenta parejas de jovenes vestidos de negro, con musica de Black Sabbath, Judas Priest, Led Zeppelin y Deep Purple: Le dijeron que Clarisa había danzado bajo el influjo de una poderosa conección cuántica, toda la noche con Fernando.


   Clarissa juguetea como una gatita salvaje; no se entrega a nadie todavía. Sabe que está entre la espada y la pared, su corazón esta dividido, aunque a estas alturas de la vida el corazón de las adolescentes suele estar más que dividido, Fraccionado; compartimentado en estancos pequeños, azules o rojos, según la temperatura. Clarissa que, tendremos que decirlo ––ha cruzado el umbral de la edad de la inocencia––; había fracasado en el inicio de otra carrera (la zootecnia) que había cursado durante dos semestres, hasta que se dio cuenta que su verdadera vocación era la literatura, y diseccionar corazones humanos. Sabe que debe poner todo en juego, para llevar a feliz término su proyecto académico. Sus padres, aunque la consienten y la adoran; también le han puesto límites a sus devaneos. Ella sabe, que debe poner todo de su parte para progresar en sus metas. No es tonta y se sabe de alguna manera objeto de interés de Salcedo el académico (uno más entre los que caen bajo el efecto de sus encantos). El  maestro severo; el orientador que con su mirada acerada y con su voz de barítono ligeramente embriagado, le enseña el camino verdadero. Dice que sacará provecho de esas circunstancias. Pero luego está ese amor fuo,  cada vez más desasosegante, cada vez más inquietante y abierto como una flor herida en mitad de su pecho, por Fernando el joven poeta.  

   Los semestres finales pasan a gran velocidad sobre el calendario. Mientras tanto, Clarissa reina en los recintos académicos. Va asegurando su territorio. Los muchachos no se resisten ante su piel aromatizada en fresa y sueñan con su boca lubricada con dulce de melocotón. Casi sin quererlo, se convierte en la reina sin corona del alma mater; esa reina a la que igual le rinden pleitesía las gordas danzarinas y risueñas del coro; las madrinas asexuadas del equipo de senderismo y los nerds con miradas de batracios modélicos. Pero a pesar de tan grandes favoritismos, muchos temen quedar hipnotizados frente a sus ojos. Y entonces la evitan. Emana algo extraño y magnético de sus ojos almendrados, ligeramente rasgados y separados por una geometría de euritmia y perfección. Pantera mansa, con mohines de fierecilla domada, que impone a pesar suyo, las formas elásticas de su corporeidad; expresadas en una buena disciplina y en los resultados fisiológicos, dados por la práctica de deportes acuáticos, ecuestres y aeróbicos. Lo que pide lo tiene; lo que desea lo obtiene; y como sus padres son parte de la aristocracia del pueblo, ella pide y ordena; y ellos acceden y donan.


   Por aquellos días de verano y sobre la mitad del año. La universidad, en el marco de los juegos florares, convoca a un concurso de literatura. El jurado de la capital, conformado por: personas conocedoras, certificadas e ilustradas.

   Clarissa y Fernando deciden participar. El joven poeta lo hace con: “Odas macabras para vampiros angelicales”. Un homenaje a Poe y a algunos decadentistas franceses. Para sorpresa de todos, Clarissa gana el concurso con: “Átame y azótame, pero déjame cantar”, una selección de versos eróticos, que parecieran estar inspirados en prácticas muy vividas de sadomasoquismo y bondage. Todo un atrevimiento y una provocación.  Ella por aquellos días, luce vestidos de cuero cruzados de correas con accesorios metálicos, y muestra preferencia por las botas negras a lo Sacher Masoch.

   Las entrevistas, para los medios culturales locales y las revistas universitarias de la región cafetera, tienen en ella a su fetiche mediático de la temporada. A los pocos días y ante la presión inquisitorial del maestro, quien aprovecha las clases para despotricar contra Fernando y poner de relieve la obra de la estudiante. Clarissa reacciona; no acepta esos ataques y dice ante todos que: aquellos versos inspirados en lecturas e inquietudes muy personales, los había escrito bajo la orientación y el asesoramiento literario del joven rebelde.

   El profesor no lo puede soportar: ¿Cómo pudo ella preferir la orientación y tutoría de un poeta de poco roce literario, a su orientación patentada, rubricada y con garantía?  ¿Qué veía en aquel, que todavía no había alcanzado a ser parte del espacio cultural reconocido? Alguien a quien consideraba un escandalizador profesional, un astroso rebelde y provocador. ¿Cómo evadía sus orientaciones; acaso no había dado muestras fehacientes de ser la estrella literaria en aquella academia? Su alumna favorita se le escapaba de sus dominios, para caer en las manos de aquel poeta maldito. Entonces, cuando se le presenta la oportunidad, critica públicamente a Clarissa, en una conferencia en donde entre muchas cosas habla de: "Musas casquivanas y poetisas sin alma, ni talento".

   Clarissa, se retira por unas semanas de la universidad. Va con un grupo de amigos a la capital, al concierto de Rock al Parque y coincide con Fernando bajo una luna de metal y fuego. Después del performance musical central de la primera tarde, en donde el grupo colombiano sobre tarima  interpretaba canciones con las letras del poeta, quien desde hacía meses, ya se estaba convirtiendo en la revelación de la poesía negra con un toque iconoclasta de la escena. Ella se entrega a unas largas y extenuantes maratones sexuales, con el joven poeta, expresando una sabiduría erótica, que iba más allá de lo que Fernando había conocido.

   Después, de regreso al eje cafetero; pasan de unos días de retiro en una cabaña prestada por el gordo Quevedo a Fernando. Donde lo único que hacían era comer truchas, salchichas con huevo y dejar pasar las horas de la mañana a la tarde y de la tarde a la media noche. Hubiesen dejado todo atrás, e internarse en la montaña como dos cervatillos; olisquear las raíces frescas y tomar del agua helada del rio. En algún momento, todo hubiese quedado relegado a un espacio de olvido; pero, para bien o para mal, la literatura los mantenía atados a esas referencias culturales de las ciudades. La naturaleza era un sueño idílico; un sueño de brumas y nieblas, pero sabían que fatalmente tendrían que terminar esa evasión; dar por terminada esa escapada y regresar a encajar en la cuadricula. Fernando, quien además leyó a Clarissa largos fragmentos de “La Venus de las pieles” de Sacher Masoch y la inició en los “Trópicos” de Miller. Además, le enseñó a pescar, a hacer fogatas y entrar en estados alterados de conciencia. En una oportunidad y muy de mañana, sucedio:...estaban haciendo café, desde la ventana se podía ver la bruma ligera que cruzaba, y al fondo la fronda del bosque andino; entonces primero su cabeza totémica apareció, luego su cuerpo poderoso y la mirada hacia la ventana. Los dos vieron al jaguar que cruzó primero lento y luego veloz por un costado de la cabaña rompiendo lianas y enredaderas; un rayo amarillo y negro que los dejó marcados para siempre.

   Este idilio de verano, fue interrumpido una tarde cuando el padre y la madre de Clarissa llegaron en su camioneta 4x4 último modelo y acompañados de dos policías del corregimiento, a la cabaña cerca al parque de los nevados y se llevaron a su hija como quien recupera su oveja negra a alérgica a la lana. El padre de Clarissa, ganadero y terrateniente; hombre alto y corpulento con unos ojos grises que denotaban ira y peligro; amenazó a Fernando gritándole que: “¡Para el bien de su salud, es mejor que se mantenga a distancia de mi hija!”.

   Clarissa regresó con un aire de tristeza. La montaña del páramo y esos días con Fernando le hicieron un poco más lejana. Su estilo urbano se convirtió poco a poco; comenzó  a llevar atuendos modestos hechos en telares y fibras crudas. Algo indie, algo étnico; con las semanas fue haciendo de nuevo presencia en los claustros y comenzó a brillar con luz propia. Se hizo más reservada, más lejana. Algo había cambiado en su mirada ya no era la misma pero seguía siendo hermosa; aún más hermosa.


   El profesor escucha comentarios en los pasillos, cuchicheos en las mesas de la cafetería, murmullos que crecen con el ímpetu de un río desbordado, no puede evitar el imaginarse a Clarissa abrasándose y besándose con el joven poeta; los ve en un sueño-pesadilla, desnudos en las montañas corriendo como cervatillos enamorados; haciendo el amor cubiertos de musgos y líquenes; fornicando como animales de hiedra y de bruma; comiendo truchas esmaltadas y dándose besos de vino tinto y café. El otro día en su auto, camino de la universidad los ve tomados de la mano y caminando por las acera de una apartado viaducto, al pasar cerca de ellos rápidamente, puede sentir un olor de cáñamo dulce y melaza. Casi se estrella.


   Nuestro académico, comienza a preparar acciones de retaliación poco ortodoxas, se había acabado su paciencia. Piensa como de Quincey que: Se comienza por un asesinato, se sigue por un robo y luego se termina faltando a la moral y a las buenas costumbres; y como héroe wildeano está dispuesto a utilizar pluma y veneno. En su gran apartamento del norte, decorado con una estupenda colección de pinturas de artistas regionales y una extensa biblioteca; va a su escritorio y abre una gaveta secreta.  Pasa revisión a su revolver Ruger, herencia de su fallecido padre que había sido militar de carrera. Arma que hacía tiempo mantenía descargada. La limpio con aceite tres en uno y la dejó reluciente. Días después, compró tres cajas de munición Indumil del calibre 38 y lo limpio. Una tarde fue al club de caza y pesca y estuvo haciendo tiro. No acertó ni una sola vez en el blanco. Se dijo que tendría que mejorar. Después, poco después desecho esas ideas de venganza por considerarlas absurdas.


   Sin embargo la obsesión no ha remitido. Viene con más fuerza. Un día cualquiera, recurre a un mago de la región: alquimista urbano, viejo amigo de sectas y cultos juveniles, que ahora se gana la vida engatusando viudas y damas jamonas y serranas dispuestas al aquelarre otoñal; estilizadas ceremonias de hipnotismo y mesmerismo. El erudito esoterista; lector del tarot, conocedor de la etnobotánica tropical y caribeña le recibe en su casa del barrio “El arenal”, en el sur de la ciudad, donde cultiva un jardín botánico preñado de daturas y hongos alucinógenos. El maestro Salcedo, sin entrar en detalles, paga una importante suma de dinero y encarga al candomblero, que le prepare un filtro para dominar el ímpetu de una joven y someterla a sus designios eróticos, y de paso, lo más importante: un brebaje ponzoñoso para envenenar al joven rival que se interpone entre él y la dama de sus sueños: “Nada  que lo mate. Solo algo que lleve a la locura a quien lo ingiera”.

   Durante aquella extraña visita al mago, este le leerá el tarot, en medio de una sala negra, iluminada por cirios amarillos sobre candelabros de hierro con cabezas de gárgolas. Durante la ceremonia, el nigromante urbano le advierte de los peligros de aquellas substancias: “Son peligrosas. No son juegos. Alguien puede morir. Los organismos no son iguales”.

“Es un montañista, es una maldita fiera”. Dice el académico. “En ese caso tendremos que hacer la dosis más potente”. Dice el nigromante. Y  vaticina con voz de facocero mítico, que: “...Su corazón, querido profesor, está perdido entre dos fuegos que queman; dos zarzas que arden, y de las cuales brotará una luz que le puede dejar ciego.”.


   El profesor Salcedo no se amilana. Es un hombre que sabe lo que puede ganar y lo que arriesga. Después de aquella visita, prepara su treta; maquina su estrategia con maestría de mandarín oriental. Comienza una campaña de restauración de la imagen de la joven escritora. Da unas declaraciones a la prensa del alma mater: “Hay que reconocer que a pesar de todo, Clarissa Monteblanco, es lo mejor que ha surgido en la escena regional de la literatura. Ella es, como decirlo, una Berenice poetiana, que todo lo que aborda su talento adquiere un velo de misterio y fuego”...

   Aprovechando una velada cultural en el club del comercio de la ciudad, presenta credenciales (casi a la vieja usanza, con tarjeta de visita y todo lo demás) ante los padres de Calrissa, quienes a pesar de sus reservas, ven en este gesto, un serio interés. El académico, da su mejor versión en cada una de las tres visitas que en un mes hace, con todo tipo de disculpas académicas. Los padres de la bella Clarissa al principio se sienten intrigados. Después aceptan con normalidad y  hasta con gusto el interés puramente académico del profesor. Todo lo que sea con tal de mantenga Clarissa al salvo de ese poeta maldito.  Luego, dos meses después, el académico es invitado a manteles por parte e la madre de Clarisa, una señora blanca, casi rubia y de cara rubicunda como una matrona pintada por Vermeer. Clarissa, intenta evadirse cada que puede de estos compromisos. Hay fuertes discusiones. Ella se dará cuenta con los días, que el académico quien ya comienza a influir sobre sus padres no se rendirá y es cada vez más incisivo. En algún momento, se sorprende preguntando a sus padres en la mesa del comedor: ¿No viene a acompañarnos esta noche el profesor Salcedo?

   Clarisa termina por enterarse que Fernando el Joven poeta abandonó la universidad. En una extensa carta enviada a su e-mail, le dice que estará merodeando como un lobo; pero que entiende que lo mejor para ella es que siga su vida. Como si nada. Todo parece derrumbarse. Una mezcla de rabia y tristeza se acumulan en ella. Comienza a consumir alcohol, sobe todo vino. El gordo Quevedo, la proveerá de otras substancias duras muy adecuadas para estos casos. Comienza a viajar al centro de sus conflictos y se le ve más delgada.

   El profesor Salcedo la incluye en la programación del recital en el planetario de la universidad. Clarissa asiste el día de la conjunción de Venus con Marte, bajo una noche de luna llena, que invita a los estados alterados; a las transmutaciones de conciencia, las seducciones astrales y a la licantropía más exquisita. La joven da un recital, que se convierte en su lúbrica y expresiva declaración de intenciones. Obra poética con acentos sádico-sáficos; obra extraña y hermética sin la cual no podría haber optado a un puesto importante dentro del parnaso regional.   Contaron quienes asistieron a la ceremonia, que el ambiente se caldeó ante su osadía y su talento, pero sobre todo el público se rindió a su belleza. Después del recital Clarissa, que aquella noche estaba más hermosa que nunca, vestida con una falda de telar negra, y el color nacarado y pálido de las mujeres del Prerrafaelita Burne Jones en sus mejillas; parecía brillar como una flor de lis narcotizada.

   Clarissa departió con todo el mundo y notó de golpe la ausencia de Fernando.

   Este había entendido que entre Clarisa y el profesor sucedía algo. Que todos los conflictos que había tenido con el maestro estaban gravitando entorno a  esa atención que el catedrático demostraba cada vez con mayor empeño en torno a la bella escritora. Y sospechó con bien fundadas razones, que entre el maestro y la familia de ella, algún pacto secreto existía; relación muy clara que se estaba afianzando, alianza que pretendía terminar con aquella relación en donde él terminaría por convertirse en el chivo expiatorio.

   La confirmación de todo esto se dio, cuando fue ella la voz central de aquel recital.

   Cuando Clarissa preguntó de nuevo por él, en el coctel de una exposición, le dijeron que estaba desde hacía una semana en la Sierra Nevada de Santa Marta conviviendo con los Koguis. Ella fue la última en enterarse. El carácter despreocupado y aventurero del joven le había dado muchos dolores de cabeza, pero aquello fue demasiado. "Un joven que de un día para otro y después de una resaca de cáñamo y mandrágoras coge su mochila y de larga a la Orinoquía, siguiendo el camino de la coca, o al Tíbet, siguiendo la ruta de la seda o el camino del monje de Shidartha, no suele ser un buen partido para forjarse una reputación literaria o para escribir best-sellers". Pensó Clarissa indignada, entre los vinos dulzarrones y pesados de “Casa Grajales” (burdos mostos que se suelen dar en este tipo de vernissages). Fernando ya no escribió más. No llamó tampoco. ¿Alguna nueva luz brillo en el caribe?

   Pasaron dos meses y luego tres. Clarissa intentó comunicación con el poeta. Pero este al parecer estaba dispuesto a poner tierra de por medio. Y a dejar en el pasado todo aquello. Hay quienes dicen que fue amenazado de nuevo y algunos arriesgan a decir de un atentado; comentarios que florecierón en el rico y abonado terreno de la chismografía regional. Otros dicen que él había tenido la costumbre de vivir sus amores como aventuras; unas más intensas que otras y que lo de Clarissa, no había sido la excepción. Una niña burguesa con mucho talento literario y una sed de experimentación erótica que se había encontrado con un momento en la vida de un artista cahorro. Ya se sabe que alguien siempre sale lastimado. De estos aquelarres primaverales, alguien siempre sale escaldado y las cicatrices con el tiempo, se convierten recuerdos oscuros y a veces, solo a veces, en poemas luminosos.

   El profesor aprovechando la ausencia del minnesinger, vislumbra por un momento las promesas excitantes de la gruta sagrada de Brunilda. Para él, ella es una hermosa walkiria, difícil y compleja. Abandonada está en situación vulnerable, pero sabe también que ella no es la típica conquista a las que esta acostumbrado. Damitas que se dejan deslumbrar por su presencia de profesor disciplinario, por sus manos largas velludas y bien cuidadas. Sus ojos negros profundos y su barba acerada y recortada. Cuando no, su record de papers y artículos literarios en revistas de circulación continental.  

   Todas estas ceremonias del cortejo, tiene que ser mucho más sofisticadas; empaquetadas dentro de una programación cultural muy ajustada: exposiciones de pintura, charlas y conferencias y luego obras de teatro, que Clarissa asume como dejándose llevar por una corriente de amnesia que le haga olvidar a Fernando.

   Así que, la invita a cenar al restaurante marino de la ciudad, en donde una vez instalados, prueban las exquisitas variedades culinarias de la Buenaventura pacífica, rica en yodos, fósforos y leche de coco. Luego, tres veces más, reitera las invitaciones hasta que, poco a poco, la seduce con refinadas artes de Casanova criollo. Considera que la mesa es el preámbulo gastronómico de la cama.

  Una noche, La conduce hasta su apartamento y le sirve el vino emponzoñado con el filtro amoroso y afrodisiaco que le preparó su amigo el nigromante (frasquito con la coqueta etiqueta de un corazón rojo sangrante). Mientras le habla de los paralelos entre la poesía de Breton y la de Vallejo, se queda en pantaloncitos, pequeños ardiendo como un satélite bajo una tarde con lluvia de meteoritos. Sus piernas gruesas y velludas; su órgano pequeño pero poderosamente enhiesto. Ella embriagada, excitada, pero a la vez afectada de una manera extraña por el filtro, mira como todo se distorsiona ligeramente en su conciencia: las cosas, los sonidos, la cara del maestro que por momentos pareciera la de un hermoso y varonil guerrero, pero que luego adquiere la grotesca faz de un sátiro afrentoso; y su verga. Esta le parece por momentos, el órgano de un adonis ya maduro, pero a los pocos segundos se transforma en el garrote sexual de minotauro amenazante. La reproducción del cuadro de Henri Fantin Latour a un lado de la biblioteca de 1200 volumenes, en donde estan los poetas parnasianos y simbolistas, pareciera animarse y adquirir vida bajo una humareda de opios antiguos. Clarissa Trata de huir confundida; él le cierra el paso, armado de un afilado cuchillo de cocina que compró en una oferta de televisión, (de esos que cortan latas de cola, al igual que pueden rebanar cuellos de cisne). La atrapa con fuerza y la viola con furia. La pequeña chimenea de gas vomita un fuego azulado entre piedras rojizas de cerámica raku y en su estereofónico Panasonic de cinco mil dólares, suena a todo volumen el concerto in D major for violoncello and Orchesta de la Slovak Chamber Orchestra dirigida por Bohdan Warchal. La joven Clarissa, después de un finale no molto allegro ni felice; sale despavorida de aquel apartamento de la zona rosa más decadente de la ciudad lluviosa y sin alma; la ciudad de las parcas risueñas.

   El académico Salcedo, se queda mirando por la ventana como ella huye en un taxi amarillo; luego se queda desnudo, mudo, recogido, encogido como un perverto obscuro y jadeante; mira el frasquito vacío del filtro erótico y lo estrella contra un espejo que se derrumba en una lluvia de metales luminosos. Luego mira el otro frasquito, en donde está el veneno (poison con la etiqueta roja y calavera amarilla cruzada de dos tibias). Piensa en beberlo de golpe y acabar con esto de una maldita vez; pero tiembla y duda. Se detiene de repente, lo coloca sobre la cajita lacada de la chimenea. Luego, se sienta en silencio, se inclina, posa su mano sobre su barbilla de cuidada y acerada barba negra; ríe a carcajadas; se arquea y estira cuan largo es, sobre el sillón; pareciera que alas membranosas brotasen de su espalda; convulsiona todavía excitado en el claroscuro de su sala; desnudo y huesudo como grotesca figura de Doré que ilustrara “La Divina Comedia” de Dante.


   Clarissa no menciona nada a nadie. Guarda el secreto de aquella noche. Queda preñada. El profesor lo sabe por la redondez que le acorta las maxi-faldas y por la palidez y las ojeras que empiezan a abotagar sus gatunos ojos. Meses más tarde, Salcedo le pide perdón escenificando un acto teatral de arrepentimiento y jurándole amor eterno. Ella, hasta ese momento, había mantenido con mucha dignidad una distancia prudente y un silencio absoluto sobre los sucesos de aquella noche. Sabe que si hablara, le podría destruir, pero decide aplazar una respuesta, a lo mejor una venganza. Él le propone matrimonio y poco después le da su aniño de compromiso. Por dentro sonríe y se relame, como un sátiro después de un baño tibio en las aguas del Egeo, acompañado de una docena de ninfas.


¿Por qué Clarissa le aceptó? es todo un misterio que solo puede desembocar en apreciaciones superficiales y teorías banales; especulaciones de todo tipo que no harían brillar por un solo instante la luz de la verdad. ¿Dónde estaba Fernando en aquellos tristes y definitivos momentos? Estaba, (y lo sabemos, quienes asombrados, lo vimos en el programa televisivo que se pasó en horario triple A, por los días de noviembre de finales de aquel año) conviviendo con las comunidades negras de palenque y haciendo parte de un pequeño equipo multidisciplinar de jóvenes que trabajaban en  un documental para la televisión regional. En el que se recogían testimonios sobre las ceremonias y las tradiciones orales de aquellos herederos de la cultura africana en la costa caribe.


   Lo cierto es que el profesor Bernardo Salcedo, a la postre se casa con la muchacha más deseada de toda la academia municipal; una poetisa talentosa que crecía y prometía en todos los sentidos. El día de la boda, a la que acude una pequeña parte del mundillo académico de la ciudad, se le vio departir muy animado en una fiesta para cien invitados patrocinada y costeada por los padres de Clarissa. Él bebe, lo que no ha bebido en meses; ella no se queda atrás. Ha tomado ponches, whiskies y ginebras.  Se escapan ya medio borrachos en una limusina, (alquilada en la Casa de  banquetes y matrimonios, “Luna de plata Verde”) hasta el apartamento del académico, este sube con ella en el ascensor y casi al llegar comienza a besarla y a romper sus vestiduras inmaculadas. Ella le dice que espere; que por favor espere, ya que tiene algo que contarle.


   ––¿Tú crees que el hijo que llevo conmigo es tuyo? –– Le pregunta ella con una sonrisa desafiante––. Estás muy equivocado mi querido profesor. Yo venía revolcándome con Fernando el poeta desde hace seis meses. ¡¿Es que no te enteras?! ¡Seis meses! ¡Durante ese tiempo fui su puta predilecta! ¡Lo hacíamos en todas partes y a todas horas y sin preservativos! ¡Cogíamos como conejos silvestres!…


   El profesor de literatura, no lo puede creer; vemos ahora su rostro transformarse; suda copiosamente, se quita la corbata de seda negra, su saco y su chaleco de terciopelo negro, y se derrumba en el sillón. Se rasca la cabeza y luego empieza a reírse primero despacio y bajo, luego alza el volumen de aquellas carcajadas que brotan de su garganta como el lamento de un alce herido, de su boca resbala una baba espesa y su risa es árida y pedregosa. Tambaleándose toma una botella de whisky y se sirve un trago que apura con una sed delirante. Su mirada se torna vidriosa y ve a Clarissa como un fantasma que gesticula y flota dentro de los tules y las gasas blancas; se sirve otro whisky que baja por la garganta arañándole y quemándole las palabras.

   Entonces todo sucede en pocos segundos, como suceden estos ramalazos de los celos y la violencia. Va su escritorio y saca el pequeño revolver Ruger recortado que delata su poderío con un relámpago plomizo. Se para frente a ella. La amenaza apuntándole. Tiembla de ira con el arma en la mano: “¡Maldita puta ya aprenderás!” Ríe cuando Clarissa horrorizada y desencajada, le pide que se calme. Clarissa trata de huir; retrocede torpemente; medio borracha y aterrorizada por la actitud del profesor. Este sigue insultándola y apuntándole: “¡Maldita puta de mí no te burlas!” De repente suena el disparo. Clarissa recibe un impacto en el pecho y cae.

   El profesor trastabillando se acerca a ella y llora como un crío, berrea como un ternero lactante; se da cuenta de la locura que acaba de cometer, casi por accidente. Ve la mancha de sangre en el vestido de Clarissa. Mira el revólver aún caliente y lo coloca sobre su cien; pero después de tres intentos, sabe que no podrá hacerlo. Se incorpora con dificultad; deambula por la sala como un loco y se detiene cerca de la chimenea, abre una pequeña cajita de madera lacada. Mira el pequeño recipiente de cristal que le había dado el nigromante urbano. Destilado que según aquel, contenía, además de media docena de tinturas vegetales y sustancias animales, la temible tetradotóxina extraída del pez globo (Canthigaster rostrata). Brebaje elaborado según la fórmula de los Bokós de Haití y considerado por Wade Davis, etnobotánico de Harvard, uno de los más complejos y potentes del mundo. Se ríe; tose como un zombi en su ceremonia de Vaudhú y se vuelve a estremecer, toma el frasquito y temblando se lo lleva a la boca, apurándolo de un solo golpe.

Se sienta y espera. De un momento a otro siente un latigazo en su nuca.
Patalea y se contorsiona entre blasfemias. Pero a medida que pasan los minutos, se da cuenta que no puede moverse y tampoco puede respirar. Después de tres largas horas; muere envenenado.

Aunque siendo rigurosos...el investigador y etnobotánico Wade Davis, no estaría tan seguro.

 

miércoles, 16 de abril de 2025

sábado, 29 de marzo de 2025

 

En el bosque de pinos de las máquinas

Rodolfo Enrique Fogwill

Para Ricardo Zelarayán


 

Máquinas vastas, máquinas fastuosas, máquinas enamoradas de su trivial reiteración
cíclicas, lineales o iterativas: igual, indiferentes a la finalidad que les reclaman
órganos imantados por una sobrecarga de fines, medios, causas y condiciones que nadie imputaría a la voluntad sus creadores
ni a la subordinación de los últimos que creyeron en ellas
sumisión temblorosa a ritos, voluntad sostenida a gritos, voluntad de unas máquinas tenidas por expresión mas alta del amor en un tiempo mecánicamente acariciado
en estos tiempos que pocas veces terminan de vislumbrar -en sueños- los creadores que las sirven

Máquinas superadas, despojos solitarios que en lo obsoleto -su modo de morir- recuperan las marcas de su nacimiento

La voluntad de sus agentes
la voluntad de los que crean dispositivos a semejanza de las imágenes de su pasión
la voluntad de quienes los operan aguardando un destino mejor
la voluntad de servir sirviéndose cada cual a su turno del azar ordenado y el cálculo
la voluntad de la monotonía y de las sucesiones del azar
y el cambio

El cambio
el cambio y su repetición
los reflejos

Hay máquinas pulidas que reflejan la luz deliberadamente para evocar esa iluminación que no deben referir sus manuales
empecinadas, opacadas, fresadas, empavonadas, tibias, pavas, apabullantes
máquinas relegadas a contener la ebullición
o a detener el mundo en el instante en que incandece la materia

Máquinas mudas, que callan o que, encalladas en los baldíos que rodeaba el zanjón, parecen a punto de gritar
fósiles demasiado recientes: metas fraguadas en metaltempranamente desaparecidas

Máquinas irisadas, máquinas de contar y máquinas que cuentan con tu pasión o que descuentan el tiempo remanente de un juego
juego de los poetas, o de los chicos, o de hombres grandes que apuestan a números, a caballos numerados o a códigos binarios que representan el resultado de cotejar grupos de once y once hombres parecidos
máquinas de once sílabas medidas
falsa arbitrariedad de la medida de las formas

Máquinas indecisas que nunca se detienen
máquinas divididas que se montan en aniversarios y catástrofes y devuelven por unos días a la memoria el viejo tema de la verdad
catequistas, instructores de vuelo, profesores de filosofía: partes del todo remuneradas para atenuar el miedo
colaboradores de la prensa: remunerados para testimoniar las virtudes del fraude y no se entiende bien qué tipo de goce vinculado al fraude
colaboradores de Clarín: captados por las cámaras para documentar una alegría de servir, aggiornatti

Poetas y tantas otras máquinas multiplicadas por los efectos de su mismo operar
maquinitas sumadas a un inventario de reserva: del edificio, de la fábrica, del casco de la estancia, de la sociedad anónima que administra el taller
prudentes máquinas sociales que restan magnitudes que no convienen al mejor curso de las cosas
máquinas de porquería, de precios irrisorios y diseño imperfecto que circulan por la cadena invisible del comercio, y funcionan solo para provocar mas intercambio aún y son un complemento, un comentario agregado al mundo que bien pudo no estar, o ser otro y que siempre puede sustituirse por otro sin que nadie lo advierta

Máquinas irremplazables, apañadas por lo peor
llamadas a cambiar estados de la materia, exprimen, condensan, extienden, muelen, licúan, hacen un jugo de colores, secan, succionan, llevan, acercan, traen desde lejos…
o bien: máquinas de mover, o de permanecer y detener
o de procesar eternamente variaciones ínfimas

Inalcanzable e incansable máquina humeante humana
solo ella, por ser ella, revela lo peor: su entidad acotada y la finalidad incomprensible, las metas invisibles, la consigna inaudible y borrada de sus orígenes
siempre lo peor de estas máquinas fue su ser acotado y ahora lo mejor y lo mayor de su destino es la inteligibilidad tramposa del poema
y la de tantas otras máquinas que hacen pensar en máquinas y figurando un mundo que vibraría ensamblado agrupan el terror a lo ausente, el temor a lo imprevisto y súbito y el temblor ante todo lo que pueda excluir un destino común, concertado y fácil

¡Ffahhh! ¡Ella sí es una máquina! Mujer imaginada, máquina de repetir unos espejos que la componen como materia en el espacio

Las cosmetólogas prometen simulacros de armonía cósmica a la única cosa -lo humano- que pudo imaginarla y burlara durante el ínfimo intervalo de eternidad concedido a su especie
las manicuras curan los efectos de máquinas dispuestas sin prever su contacto frecuente con la piel femenina: superficies por y para el placer
las parteras procuran cantando a su faena mientras adhieren al control de una reproducción que, alentando el berretín de no morir, la máquina médica ha decretado inconveniente

Los maquinistas en los trenes miden sus penes con cintas métricas de acero ultraflexible: otra aleación de materiales, que, como a ellos mismos, nadie previó y sólo por estar allí, * parece ahora inevitable, natural
/ mientras los paralelos rieles, quedando atrás, a un mismo tiempo permanecen debajo y ceden a la presión de las ruedas acantonadas, ellos se inclinan sobre el tablero y vuelven a medirse y cotejan parámetros y magnitudes en su rito de sumisión a las pasiones de la curiosidad y de la utilidad del número
el maquinista ha oído antes y piensa ahora que todo ínfimo cuerpo crece con la velocidad
/ al cotejar la presión del vapor en las turbinas, el torque de los émbolos y la puntualidad de los servicios de carga y pasajeros, semidesnudo, por un instante es Dios, y es máquina y obrero, y hasta puede llegar a ser un capitán o un mártir sin perder su condición de maquinista, testigo, padre, vecino, cliente, ni olvidar las imágenes de acero que tallaron en su alma noches y atardeceres de exposición a los reclamos de la publicidad

A veces, al librarse del guante de amianto y malla de acero que prescribe el convenio, descubre que durante mas de la mitad del turno permaneció envolviendo esa mano demasiado humana, imperfecta y frágil en contraste con las tuberías de bronce, las bielas de titanio de la turbina y los bujes de diamante de los indicadores de precisión
entonces se figura enfrentado a un enigma, una contradicción o quizá una paradoja: ya es tarde y no viene a su mente la palabra que mejor calificaría la visión de su mano contradiciendo el mundo
v/por eso deja que el enigma y su figura floten allí, indecisos, y que vuelvan a representarse o que terminen disipándose como todas las cosas mentales

Sabe que encontrará algo suyo en la curva inminente y que antes o después -da igual- la señal de vía libre anticipando la próxima estación lo volverá a la rutinas de su oficio: él también es uno entre los tantos únicos que esperan
y mira su mano y dice «espero» y se pregunta:
«si la mano es mía y el brazo mío, y este hombro, el pecho, el torso, el otro brazo, tal como mis dos piernas y la cabeza y el lugar que todas estas partes ocupan en mi cabina también son míos, entonces: ¿quién seré? ¿también yo seré mío? Y si soy mío: ¿qué es esto mío que me tiene? ¿qué este mí que me hace suyo..?»

«Piensa» es una manera de decir, igual que «se pregunta» : no es que él piense, se pregunte ni que descuide su deber para ubicar mentales signos de interrogación al comienzo y al final de sus dudas
son los pensamientos, máquinas en libertad montadas en tantos turnos de vigilar tableros iguales, que como turnos, se siguen repitiendo al abrigo del aire tibio, sostenidos por la paciencia templada en años de jamás pronunciarse

Pocos maquinistas son capaces de tolerar que la duda, el asombro y los enigmas reiterados, floten intactos en el aire tóxico de la cabina y permanezcan ahí sin mas apoyo que la confianza en un perfecto ensamble de máquinas …
…que velan por la seguridad de la circulación de máquinas

Recién este año aparecieron en el pueblo la nuevas máquinas de revelar: automáticamente, y sin la intervención del personal, alcanzan los mas altos standard de calidad, regularidad y precisión en el registro de brillos y contrastes integrando complejos niveles de ejecución

físicos
químicos
mecánicos
/ informáticos

como si en Japón las hubieran dotado de ese ideal griego de justos medios que cuatro esdrújulas crecientes y enigmáticas, han venido a evocar
son máquinas que no se venden y en las que ni el emprendedor mas optimista se atrevería arriesgar su dinero: hay un representante que concede los derechos de uso a cambio de un compromiso de compra de insumos químicos y papel de ampliación respaldado por una suma que se deposita a cuenta de los pagos de royalties y contribuciones impuestas por el régimen de franchising que encuadra el negocio

Son máquinas concebidas para funcionar durante años con los mismos standards de calidad verificados en el acto de entrega
pero recién alcanzan su óptimo de productividad y rentabilidad cuando en cierto ámbito confluyen su perfección mecánica y el auge del hábito de reflejar el mundo que la oferta de revelado mejor a menor precio y las campañas de publicidad previstas en el proyecto aspiran a precipitar
son máquinas llamativas, que funcionando en las vidrieras de comercios y galerías predican con insistencia mecánica el carácter visual del mundo y el privilegio de quienes consiguen arrancar una imagen al arrasante tiempo

Ësta no es una ciudad: la cabecera del partido es un pueblito de provincia
hoy, aquí , una de estas máquinas japonesas en menos de media hora procesó cuarenta y seis rollos: millares de imágenes del viaje del industrial a un centro turístico de las sierras, unas treinta que registran meticulosamente los juegos amorosos representados frente al espejo del hotel de la ruta por una matrimonio de odontólogos, tres rollos con ciento dieciocho tomas de las mejoras técnicas que el nuevo arrendatario incorporó en el campo de Urquillo y uno con doce fotos sobrexpuestas y seis bastantes claras tomadas minutos después del descarrilamiento de El Rápido en la curva de Lamadrid
esas imágenes reflejan mas la precipitación de un amateur que la desesperación de los sobrevivientes de la tragedia
ni la verdadera magnitud de esa escena -dantesca- ni la frialdad con que sobrevivientes y testigos saquearon y desnudaron cadáveres y heridos, serían advertidas por un extranjero que viese las fotos sin saber la verdad, o por cualquier vecino que, volviendo de un tour por Disney World, haya pasado la semana sin ver diarios argentinos ni noticieros de T.V.

Tal vez alguna de las grandes editoriales de Capital se decida a comprar estas tomas imperfectas pero de indudable valor periodístico: aquí todos se preguntan cuánto serán capaces de ofertar por estos negativos
cualquiera sea la suma, no paga el tiempo del veterinario Repsing, que hacia mas de un mes que tenía esa cámara en la guantera del Land Rover porque nunca le llegaba el momento de devolvérsela al amigo de su hija que la olvidó en su asiento a la vuelta de un bautimso
pasó un mes reprochándose que las veces que anduvo cerca la chacra de los padres del muchacho, o «venía apuradísimo», o andaba «con la cabeza en otra cosa»

Volvió a pensar en la cámara, como si le encendiera una lámpara, recién esta mañana, cuando tuvo la suerte de bajar a la ruta por la curva de Lamadrid cuando El Rápido descarrilaba y la locomotora parecía levantar vuelo empujada por un ruido enorme venido de abajo de la tierra del cañadón
tomó todas las fotos en un par de minutos, dudando si la máquina tendría el rollo bien puesto, y temiendo que el calor de los últimos días habría estropeado la película, y hasta los propios mecanismos de ese aparato que manejaba por primera vez

Ahora confirma que la cámara y el rollo estaban bien, que él hizo lo mejor que pudo, y que lo único de lamentar era ese tipo de película ultrasensible que le recomendaron al amigo de su hija
el chico había pedido algo especial porque el bautismo se hacía en una capilla de mala muerte donde ni el cura alcanza a leer las oraciones a la luz mortecina de unas lamparitas que, ocultas en unos caños de cemento revestidos con cera, simulan la llama de enormes cirios

Si alguien llega a comprar esas fotos, pague lo que pague, no cubrirá el valor del recuerdo que en el momento de tomarlas Repsing se grabó para toda la vida, ni el precio irrisorio del revelado de las fotos
pagan la suerte y el privilegio de los que, a tiempo, son capaces de arrebatarle una imagen al tiempo
esa máquina de arrasar todo que ojalá ahora vuelva detenerse en el olvido porque de lo contrario no podré recordar

Olvidémoslo ahora que el principal de turno del destacamento toma declaración al imputado por la catástrofe, y le reclama al señalero que repita sus dichos porque su máquina de escribir, -una Olivetti de los años cincuenta-, tiene un tabulador que detienen el carro al promediar cada renglón y nadie se atreve a intentar repararla
desde mediodía viene tecleando dichos de gente que afirma que afirma que el hombre estaba a veinte o treinta metros su puesto en la casilla del curvón
y que lo vieron agachado en el pasto, ocupado en lavar, o arreglar algo en la parte inferior de una máquina de fumigar acoplada a su autito amarillo

Pero el imputado insiste en e que la gasificadora no es suya, que en su perra vida jamás la vio y que mal pudo haberla acoplado a ese Citroen que ni fuerza tiene para repechar la barranquita de la Shell,
dice que todo el mundo sabe que para cargar nafta sube a pata a la Shell donde los encargados le prestan un bidón, y que con él se baja a la banquina, llena el tanque, y vuelve a subir a pata la barranca para devolver el bidón vacío y pagar los diez litros en la garita del surtidor
insiste reclamando que llamen a los playeros de la Shell o al mecánico y que pregunten si falta a la verdad
a gritos reclama que busquen a los que dijeron que el Citroen estaba a treinta metros de la casilla y para que se lo repitan en la cara
pide que llamen a todos lo que puedan tener fumigadoras con trailer y les pregunten donde la tenían guardada esa mañana y que averigüen por todos los boliches y en el supermercado si alguna vez lo vieron tomar o comprar botellas que no sean de aceite o Pepsi o de cosas para limpiar
habla de la democracia y pide que hagan venir a técnicos de la Jefatura de Policía y que le tomen pruebas a ver si en las manos tiene huellas de grasa o de algo que demuestre que estuvo arreglando máquinas
que encarguen a Buenos Aires un detector de mentiras, que consulten a peritos ferroviarios y que consigan los antecedentes y el prontuario de los testigos que inventaron la historia de la fumigadora acoplada al Citröen

Como una máquina indiferente, la mujer del poema llega del gabinete de su manicura y no sabe ni debe saber que el silencio que descubre al llegar es el sonido del esa maquina de arrasar cuya existencia ignora, y que, para millones de mujeres como ella, han traducido al girar de dos agujas en su pulsera-reloj
actuando como si lo supiera, en una decisión calculada cotejando horarios y planificando cada uno de los actos que debe ejecutar después, teclea sobre el control remoto del televisor
ni mira la pantalla: solo intentaba dar noticias de su llegada y que la sala y la planta baja se llenen con voces y efectos musicales que representan con bastante fidelidad el registro de los micrófonos del estudio de un programa de entretenimientos de la Capital

Sin escuchar las voces, ni los aplausos y los griteríos grabados que agregan para que el público parezca mas numeroso, o mas comprometido, la mujer enumera mentalmente las rutinas previas al baño y todo lo que debe preparar para la fiesta
no sabe que durante las próximas horas, mas de la mitad de sus cuidados se aplicarán a la conservación de los efectos del trabajo de peluquera, manicura, y cosmetóloga y que destinará menos de la tercera parte de su energía al las rutinas de bañarse, vestirse y terminar con la pintura y el maquillaje que componen el plan al que se supone totalmente concentrada
mas tarde derivará parte de esa energía a controlar los arreglos de su vestido, las expresiones de su cara y al balance de los efectos de tantas superficies sobre los invitados que después lo transmitirán al fondo la vida social del pueblo

Sorprendido por los diálogos de la televisión, el hombre la estuvo mirando, -quizás creándola-, y piensa que también ella es una máquina,
se dice que sí, que ella sí es una máquina, pero una máquina fastuosa,
«como un automóvil que consumiese la mitad del combustible solo para magnificar el control de la presión de uno de los neumáticos traseros», se dice
piensa que eso es lo bueno de los humanos: su asimetría, su desmesura de consumir fuera de cualquier propósito de equilibrio, lejos de toda pretensión de armonía entre las cosas

Piensa, pero allí donde el que escribe elegiría las expresiones «automóvil», «neumático», y «trasero» se representa las palabras «auto», «ruedas» , «de atrás»
y ve imágenes que refieren cada nombre como en el curso de una sucesión de relámpagos, o proyección de fotos sobrexpuestas tomadas al azar por un aficionado
ve manos, ve un tren, ve rieles y ruedas acantonadas que, frenando, chispean sobre los rieles
después ve un solo riel fijado con clavijas de hierro dulce a los durmientes de quebracho, y fundido a esa imagen, el perfil de otro riel que cede para curvarse dócilmente bajo el peso de las ruedas
y ve matas de pelo a coloreado -teñido-, un estampado búlgaro sobre una superficie de seda gris y adivina el brillo de la seda, tras el bosquejo de un auto con un solo neumático que, muy fuera de escala, sobresale del guardabarros y tensa el vestido de seda revelando la curva del cuerpo de la mujer en un solo lugar: la cadera
evoca el ruido de la seda al frotarse y casi llega a componerse mentalmente, bajo la seda, la imagen de esa cadera desnuda cuando una nueva sucesión de sirenas, le devuelven las imágenes del accidente: con el ir y venir de camilleros, médicos y periodistas alrededor del hospital, alternado con reportajes a vecinos y testigos y reflexiones del conductor del noticiero del mediodía

Alguna vez, en su cabina, el maquinista debió haberse masturbado figurándose una cadera semejante, pero bajo un ruido mas intenso, aunque menos perturbador
parte blanca de la mujer: maquina erigida como vacilación entre el nacimiento del muslo y la piel y delicada que cubre un lado para revelar la dureza del hueso apenas unos pocos milímetros debajo
/»tierra de nadie entre piernas y vientres», piensa, «nada impediría que me masturbe ahora pensando en ella bajo el atronador murmullo de la seda, imaginándome a la vez el ruido de/la seda, el improbable sueño erótico de un maquinista y el silencio espectral de mundo que potencia el horror de estas sirenas desafinadas..»
pero piensa que no debe distraerse, que debe permanecer enfrentando al sentido que pocas veces le parece tan claro, para afirmarlo y evitar que como tantas veces, se disipe hasta confundirse con el aire viciado de la trivialidad
imagina un conjuro: una danza pautada, cuya ejecución desplazaría su cuerpo por la casa ubicando en cada espacio la palabra correspondiente
esa música le permitiría vencer la gravedad respondiendo, no a las palabras, sino a lo que ellas nunca terminan de referir

Y escucha, se oye:

«fijando la atención en un punto
de esta tierra de nadie
de la mujer, de la provincia, o de la historia
-cadera, etapa o pueblo: cualquier detalle da lo mismo –
identifico el punto y alcanzo al mismo tiempo las palabras

«neumático»
«cadera»
«estilo», «señal»
«barrera»,
«pueblo»,
«maquinista» y «justo»

cada una de ellas se apropia de un tramo de mi conciencia,
y la serie que forman, todas
las presenta una a una
y una a una las devuelve a esa nada
que eran

Pero,
si contemplo ese cuerpo
desnudo, y puedo
conservar la conciencia
también desnuda de palabras
y eludo la tensión
que me exige ya,
ya
identificar lo que veo
ya
yo
sigo consciente de mi ver
y solo de mi ver
de mi ver sin objeto,
de este ver tan vacío como nosotros
dos horas antes de la fiesta
donde mas,
aún mas que antes
mi conciencia
también
desaparecerá

«¿Si?» «¿Contemplo», «¿Yo? «, «¿Qué?» se pregunta, y agrega las preguntas a eso escrito que alguna vez volverá a leer como el mecánico aficionado que examina un dispositivo que improvisó con restos de máquinas dispares y que parece a punto de funcionar
y se imagina preguntándose: «¿debo dejar estas imágenes suspendidas bajo la eternidad y en la nada, en el mismo aire donde flotaron los pensamientos del maquinista, en este aire hogareño, que como el aire imaginario de la cabina solo existe por una concesión, por una convención, por una caprichosa convicción en el sentido de narrar…? »
«¿O debo permitir que vuelva mi voluntad bajo la forma del deseo que provoca esta imagen y, sin ceder a una satisfacción que lo disolvería, fundirme a él y seguir alentándolo como a esas dudas que no deben disiparse en el tiempo? »

«¿Actuar tendiendo a la satisfacción? ¿alcanzar por mera precipitación cierta palabra que refiere una imagen que por nombrada, desaparece ? »

«¿Narrar, formar, limitarse a relatar la forma, acotar un poema ? »

«¿invocar a otro disponiéndolo aquí como una máquina, deseo ajeno, creado y lector, que obedece a la máquina invisible de regular, el peso de una convención, lo invariable?»

Son palabras e imágenes, meras piezas que volverán a reproducirse para volver a disolverse en la nada de la Nación que las precipita o las contiene.