domingo, 12 de marzo de 2023

“SUEÑA, QUE ESTA MUERTE…”

 





“SUEÑA, QUE ESTA  MUERTE…”

Por: Elizabeth García Ramírez

 

El perro viejo se quedó sin dueño…

Se murió el sepulturero de mi cementerio...

¿Qué haremos con los muertos?

¿Dónde están las casas para perros viejos, para los sin dueño?

 

Se murió mi tía, mi tío y mi hermano…

Se murió mi abuela…

                    Murió también Rosario

                                            la más bonita del barrio.

 

La muerte anda suelta…

Anda por ahí echando mano...

La han visto en los bares tomándose una copa de vino negro…

En las casas de ventanales clausurados

 en los barrios donde habita leve y frio, el silencio.

 

¿Para donde nos vamos?

                                        Ni a la iglesia se puede ir rezando.

 

Los que no tienen casa pueden quedarse afuera…

Para los demás hay toque de queda…

Llorando, rezando, está la gente.

Bailando y cantando en un carnaval cerrado y ciego

                                 frente a pantallas de amnesia… para no pensar tanto.

 

Se perdieron los días, los meses, los años.

 

Se agotaron las flores…

 

Pero pintaré una roja y la pondré a las puertas de tu cielo, si te fueras primero.

Pinta tú una blanca; si soy yo, la que muero; será mi entrada al cielo.

 

Mientras tanto, sueña, sueña conmigo amor…

 

Sueña que estamos cantando.

 

Y si no, sueña que es solo un triste sueño…

 

Que en los hospitales se marchitaron los jardines y enfermaron los médicos…

 

Y que todas las blancas y ajadas enfermeras se murieron.

 

viernes, 27 de enero de 2023

Juan Calzadilla (Venezuela) Poemas

 


Adrián Villar Rojas

My family dead (2009)

Wood, rocks and clay. Bienal del fin del mundo. Second Edition. Ushuaia.


Juan Calzadilla es un poeta, editor, artista plástico, curador y crítico de arte venezolano nacido en 1930 en Altagracia de Orituco. En 1961 interviene en la fundación del grupo contestatario de vanguardia El techo de la ballena y organiza, en compañía de Daniel González, los primeros salones de arte informalista que se llevan a cabo en Maracaibo y Caracas. Algunos de sus libros más destacados son Primeros poemas (Ediciones Mar Caribe, 1954), Dictado por la jauría (El techo de la ballena, 1962), Las contradicciones sobrenaturales (El techo de la ballena, 1967), Ciudadano sin fin (Monte Ávila Editores, 1969), Oh Smog (Colección Equinoccio de la Universidad Simón Bolívar, 1978), Táctica de vigía (Ediciones Oxígeno, 1982), Diario sin sujeto (1999), Aforemas (Monte Ávila Editores, 2004) o Manual para inconformistas (Eloisa Cartonera, 2005). Su obra poética ha sido reunida en antologías como Poesía por mandato (Monte Ávila Editores, 2015) o Antología poética Formas en Fuga (Colección Clásica de la Biblioteca Ayacucho, 2013). En 1996 recibió el Premio Nacional de Artes Plásticas, otorgado por el Consejo Nacional de la Cultura (CONAC), por su obra como dibujante, crítico e investigador, y en 2011 fue nombrado director de la Galería de Arte Nacional, máxima institución dedicada a la conservación, estudio y divulgación del arte venezolano. También ha recibido otros premios como el Premio León de Greiff al Mérito Literario (2016) o el Premio Nacional de Literatura (2017) por sus más de 50 años de trayectoria literaria en el Venezuela. Los textos seleccionados pertenecen a La condición urbana (Colección Alfabeto del mundo, La Castalia, Ediciones de la Línea Imaginaria, 2021).

***

El que huye de la ciudad huye de sí

Entiendo que hay un golpe que no sabe renunciar
a la tinta de escribir con sangre.
Un golpe en voz alta que reside en el ojo de la tormenta
desde cuya empuñadura nos mira.
Advierto que sus aristas al rojo vivo
entran en el cálculo de las probabilidades matemáticas.
Un golpe cuyo efecto
no será juzgado por la clarividencia del eco
y cuya sonoridad ciega omite todo exceso
de retórica alrededor de lo acontecido.
Un golpe que no deja lugar
para los ejercicios de la memoria.
Bien dibujado en el extremo opuesto de la forma
que toma en el puño al ser arrojado.
Un golpe para el que la estupefacción
es sólo el recibo que él nos pasa.

***

El habitante precavido

Últimamente el cielo ha comenzado
a producirnos dolor de cabeza.
El smog arrastra colas de llamativas sirenas.
A fuerza de recibir brillo las miradas
toman la consistencia del esmalte.
Con mañas de tirabuzón el humo
nos enjuga las frentes.
Trenza el balbuceo de nuestros métodos.
El horizonte de la inundación se ha puesto de pie.
La nube ejecuta su vuelo como si se tratara
de un cohete. Pareciera leerse en sus piruetas
un designio de muerte.

Es obvio. La cosa está ahora en los techos.
El crematorio arma su cielorraso
con el escape de nuestros coches.
Hay algo que no alcanza a despegarse de nosotros,
un aire envilecido que no nos toma por sorpresa
puesto que de por sí
anida como medusa en nuestras frentes.

***

El acto poético puro

Hay cosas que podrían decirse mejor si uno tuviera a la mano un cuchillo. Este instrumento sabe comunicar filo a las palabras. Pero si uno tiene para golpear la mesa algo más pesado que el puño, sin duda la palabra que sale de su filo, como si fuera empollado por éste, sería más efectiva. Es así como he gritado las palabras más atroces. Pensaba que no podía decirlas sin acompañar el gesto con algo que tuviera bastante consistencia, como la rosa o la viga de hierro. ¿Satisfacía con eso una sed de venganza? No, buscaba un efecto más verídico. Lo que me preocupaba todavía era el sentimiento. Mi determinación era la de un poeta. Acepté, en principio, esta forma de actuar como un método parecido al que se enseña en las escuelas. Después pasé de la poesía a los hechos. Encontraba en la realidad bastante perversión como para no ir armado de una pistola. Hasta que comencé a disparar sobre la multitud.

***

La vía desapacible

Cuento con la solidaridad del espejo.
Pero, además, quiero que se ponga de mi parte
cuando me veo frente a él. Y no que se limite
a copiarme tal como me ve
sino que se haga mi cómplice para
que tape todos mis defectos como a una madre,
con abstracción de todo lo que soy
y lo que seré.

Quiero que el espejo se excuse
y no me venga con el cuento:
“Si te hubieses olvidado de ti, dejándote en casa,
hubieras advertido que quien te traicionó
es otro. No el espejo sino el que huyó
detrás de ti, el precipitado, el libre de pasado,
el liviano de culpas, el que
viéndose en el espejo
por un momento creíste ser tú”.

***

La derrota

Siempre estaba listo para librar la batalla
en otra parte, no en él mismo. En definitiva
en el espacio más conveniente a las tácticas
del otro y, hasta si se quiere, en el terreno elegido
por éste. Él sabía que todas las batallas donde
se pone en juego el resto son a muerte,
incluso las que no se libran, pero si no le había
sido dado escoger entre la lucha corporal
y el armisticio, ¿cómo no haber pensado
que hubiera podido al menos elegir el lugar
del combate? Pero también este recurso le fue
negado. Y no por el contendor, quien confiaba
ya en su triunfo, aún antes de alistarse,
sino por él mismo. ¡Si hubiera podido disponer
de su vida como de un arma filosa!
¡Si hubiera sabido que su existencia era el cuartel
en disputa! Porque había que pegar duro
con los cuerpos. Y esto tampoco él lo sabía.

***

Epitafio

En mi entierro iba yo hablando mal de mí mismo
y me moría de la risa.
Enumeraba con los dedos de las manos
cada uno de mis defectos

y hasta me permití delante de la gente
sacar a relucir algunos de mis vicios
como si me confesara en voz alta
y en la vía pública.

Comprendo que esto no es usual en un entierro
ni signo de buen comportamiento.
Un ciudadano cabal, aun estando muerto

—cuando es él el centro de la atención—
debe guardar las apariencias
y cuidar de no exponerse al ridículo.

domingo, 1 de enero de 2023

“LA INCOMBUSTIBLE SALUD DE ALGUNOS POETAS…” BY: OMAR GARCÍA RAMÍREZ

 

OBRA DE:  AYKUT AYDOGDU



“LA INCOMBUSTIBLE SALUD DE ALGUNOS POETAS…”



"Tengo más fe en mi plomero que en el ser eterno.

los plomeros hacen un buen trabajo.

dejan que la mierda fluya".

Charles Bukowski


Sin invitación habéis oído mi soliloquio. 

Soportad entonces mi Anatema. 

Austin Osman Spare


Un fantasma recorre las páginas de medios culturales…

Una preocupación merodea y salpica las paginas de los nuevos soportes …

Una compleja problemática se ha vuelto trending topic...

La actualidad de la poesía es abordada en los periódicos, los hebdomadarios, las revistas de la corporación y algunos medios virtuales.

La salud de la poesía…

Y la incombustible salud de algunos poetas…

Preocupados algunos académicos se peguntan por el futuro de la poesía. Angustiados, algunos escribanos y Tartufos que acaban de salir de la lata, llegan a insinuar que eso de la poesía es una abominación del mal gusto y demodé. Algunos siameses alados y entrados en carnes, ponen el grito en el cielo cuando ven que algunos especímenes de esa horda todavía sobreviven en los nichos literarios.

“¿No habían sido destruidos por la plaga?”

“¿Acaso no habían sucumbido a las enfermedades?”

“Pero es que algunos ni siquiera se vacunaron. Malditos negacionistas y conspiradores. Será posible que todavía estén caminando después de las dietas brutales de anfetaminas, alcohol y drogas que suelen administrarse estos señores…los de la poesía, o esa cosa que llaman poesía…”

Y agregan:

“Después de los desenfrenados carnavales sexuales llenos de aberraciones y libertinajes; de los festines y banquetes de costumbres heterodoxas. De las prácticas non sanctas importadas de todos los confines de la tierra y adscritas cierto tipo de filosofías heréticas….

¿Cómo sobreviven a esos aquelarres?

¿Qué comen además de bayas lisérgicas y daturas solanáceas?

¿Cómo se visten?… ¿Compran en Carulla o se aprovisionan en los almacenes del Ejercito de Salvación? Osan transitar las calles como punketos ilustres y parece que son inmunes al ridículo. ¿Acaso también están blindados contra la descarga cerrada de la fusilería que viene de nuestras academias?”

 

Ah…

¡Somos los arcabuceros del método!

¡Somos los carroñeros del pensum!

¡Somos los diseñadores del canon!

¡Tenemos el culo cuadrado y el escroto perforado!

 

“¿A qué se dedican?” preguntan en coro…

Y ellos mismos responden:

“Son estafadores, partidarios del librecambismo, escriben en las redes, mantiene blogs de dudosa reputación, paranoicos zamiszdats, hacen películas pornográficas, diseñan campañas de fake news, son hackers, piratas del código…”

“Todo lo rayan todo lo manchan. Son como niños con acuarelas y papeles. ¡Pero si todavía escriben con lapiceros kilométrico y parece que nos los para nadie!   También, hay que decirlo… algunos utilizan plumas Parker de oro y de platino. Juro que he visto a uno de estos especímenes sacar una estilográfica Mont Blanc en un exclusivo restaurante y escribir sobre una hermosa libreta de cubiertas de cuero..”

“Pero… ¿Cómo insisten en esa parcela oscura de la literatura?”

“Se auto medican con destilados psicotrópicos que los mantienen aislados en su nube artificial… (comfortably Numb). Varios de estos tipos son experimentados psicónautas que enseñan a la juventud estas tenebrosas travesías; viejos aberrados ídolos de alguna secta de Cthulhu…”

“¡¿Dónde está la cicuta para ellos?!”

“¿Acaso no fueron expulsados de nuestras ciudades ideales? ¿Acaso no fueron cancelados y censurados en nuestras asociaciones? ¿Acaso no les aplicamos el Shadow Banning de la corrección política?”

“¿En nuestras flamantes clínicas psiquiátricas no fueron sometidos a radicales lobotomías, choques eléctricos y atiborrados de pastillas? Preguntan golems de inmaculadas batas blancas”.

“¿Viven del aire? ¿Fornican en el aire?” Preguntan los neoescolásticos.

¿Acaso, muchos de ellos no fueron exorcizados?”

¿Capricchi en violines de Paganini?...

¿Sigilos de A.O.Spare en las puertas de sus chozas?

“¿Acaso, desde los pulpitos de nuestras iglesias no fueron objeto de severos anatemas?”

“Tienen tratos con demonios y elementales que hablan en la melodía de su neuma. Sé de uno que conoce las  artes del nigromante y habla con el espíritu de Giordano Bruno.  De buena fuente conozco la historia de otro que, en forma de Íncubo-Súcubo adormeció la lengua a uno de los nuestros…lamentablemente perdimos a uno de los mejores lingüistas y hermeneutas de nuestra abadía…traducía el arameo de los palimpsestos en los Rollos de Qumrán y hablaba con fluidez en varias lenguas muertas y algunas hasta podridas; decía, no sé si con ironía, uno de sus partenaires más extremos”.

Un burócrata travesti; gorda morsa rosada, más escéptico que indignado, agrega: “¡Bah! son tonterías, dejémonos de supercherías, son una plaga que ya debilitada, no es invasora…pero debemos ser precavidos, mantienen su osadía… y todavía guardan ponzoña y veneno en sus diatribas…Sí son peligrosos… Sobre todo los que sabemos… esos que no juegan a nuestros melodramas Drag queen de la maldita primavera. Con que gusto se relamen la sangre en las refriegas…cuchilleros orilleros, peleadores de burdel.”

 

Y de nuevo se preguntan:

“¿Van a los mismos bares a donde acudimos a embriagarnos?

¿Se acuestan con las mismas cortesanas que nos esquilman?

¿Se llevan a nuestras alumnas preferidas de paseo veraniego

                                                                           a las islas vírgenes?

¿Trabajan sobre los instintos núbiles de nuestras elegidas?

Los muy sátiros...

¡Seducen a nuestras secretarias!

¡Miran de reojo a nuestras jamonas esposas!

¡Les miran el culo a nuestras jamonas esposas!

Mientras cantan esa balada de trúhanes irlandeses inmortalizada por viejo Joyce: La galleta estaba dura como un mulo, la cecina tan salada como el culo de la mujer de Lot, ¡oh Johnny Lever, oh, oh Johnny Lever, oh!...”

 

Algunos Señores de columna y críticos de postín

Se preocupan por la salud de algunos poetas:

“Vimos uno que esta re-flaco y parece que aguanta hambre…

Duerme sobre una hamaca y se cubre con un tapete de arpillera…

Y exhala un tufillo de mariguana que le precede…”

 

Y a otros señores; los que practican la política de profesión y sin remordimiento, acomodados y enganchados como rémoras al buque insignia de la corporación; les preocupa las costumbres licenciosas y las practicas consensuadas en ceremonias privadas que suelen practicar algunos de los integrantes de esa secta cismática: 

“Lo vi, con este ojo de vacuno que ha de cortar la navaja del perro andaluz… ¿Van detrás de ninfas y lolitas con aires de princesas rusas? Uno va con una modelo veinte años menor… ¿Qué se cree? ¿Acaso la reencarnación del mismísimo Humbert Humbert navokovniano? ¿Tiene ínfulas de Lewis Carroll con licencia para acariciar conejitos lisérgicos? Y aquel que practica la fotografía y expone en algunas galerías ¿de qué va? Acaso se cree David Hamilton con el objetivo de su cámara empañado en el vaho de su aberración… ¡Escandalo! ya no respetan; pasean por los parques mostrando ese ondulante y priápico caminar de sátiros victoriosos; repulsivos exhibicionistas camaleones”.

“Mira… el otro día vi a uno de esos poetas con aire de beatnik; pasado y repasado en heroína. Legión de los nuevos comensales invitados al almuerzo desnudo; van en trip con mirada de lunáticos a sus aquelarres de juegos brutales como demonios anarquistas a la caza de un funcionario…te lo advierto; mantén distancia... son de temer”.

 

Otros señores…

Los de la rama economista; los keynesianos adocenados…

Los Adammitsonianos…

Tratan de indagar en sus cuentas corrientes:

“No puede ser que algunos no estén ya en la cuneta

¿Acaso ese que ves allí, muy bien vestido, es un poeta?

¿No deberían estar mendicando en la calle cubiertos de harapos?

¡Pero si aquel viste Armani y Balenciaga!

¡Y aquel otro calza botas canadienses muy cool de red camel!

Y ese de allá va con una trench de Burberry

                                                         última temporada otoño primavera.

Y ese otro rozagante como atleta… ¿No debería estar ya en el hospicio? Tienen cuero duro estos sinvergüenzas. Parecen saurios de otra época que nadan ondulantes sobre el estuario de la cultura…”

 Y vuelva y dale:

“¿Son sus amigos los mismos nuestros?”

“¿Frecuentan los mismos teatros?”

“¿Se embriagan con chicha y aguardiente como todos, o con vinos exquisitos?”

“¿Cómo pueden existir en la infoesfera? ¿Cómo pueden merodear en la esfera pública, si algunos ya ni siquiera escriben? Se han refugiado en el bosque Walden con sus perros y sus gatos; y otros más caminan borrachos sobre estelas, en la mar de los sargazos”.

 

Señores…

Caballeros…

Citando oportunamente a Groucho:

“Perdone que les llame caballeros pero es que aún  no les conozco bien”.

Ustedes, ramito de perejil en medio de toda la mierda del mundo...

Diseccionando cadáveres exquisitos en las morgues de la inmortalidad.

No se preocupen por la salud de la poesía y la de algunos poetas; o si en su parroquia nadie entiende el oficio y las costumbres de aquellos extraños forajidos. Cada uno se la busca y rebusca picoteando por ahí, como diría Fiol. Y poco les importa a ellos si el grueso del rebaño Matrix va, o no va, a sus recitales. Además... ¿a cuales recitales?...¿Es que eso todavía...?

La poesía a veces grita; cuando toca. Pero casi siempre susurra. (Tratamos de ser discretos; intentamos ser discretos... Pero como diría Lezama y Piñera...¿Cómo mover la máquina poética sin que chirreen algunas piezas del engranaje?)

Esos lunfardos lunáticos hace tiempo que aran en el desierto y como viejos beduinos No tienen miedo al sol o a la intemperie.

Preocúpense señores…

Por la salud de sus riñones…

Por la salud de sus pulmones…

Por la salud de sus criadillas…

Por los forúnculos de sus cuadrados culos de funcionarios…

 

Algunos poetas como viejos clochards

Saben resistir bajo la peste y la guerra.

Las diversificaciones de vocación hoy son

moneda corriente y de obligatoria carrera para los talentos.

De tal manera que…

Algunos van como luminosos ermitaños 

acompañados de los duendes de los bosques…

Otros bien vestidos

con el estómago salpimentado en ostras y vino caliente

                                                  con una laptop 128GB en bandolera;

miembros del equipo que programa la I.A. W.A.S.P. de (Whishful automatic Spanish Poet) entrenada con textos de escritores del Siglo de Oro español.

La mirada templada y perfectamente preparados para las ventiscas.

Y caminan solos, inmersos en su kurda vegetal…

Mientras ustedes buscan  escampaderos

                                                bajo los aleros de las ciudades grises…

Ellos caminan impertérritos contra las tormentas

                                                bajo tornados de cizaña y lodo.





viernes, 1 de abril de 2022

Cosas que hacer en Estados Unidos cuando estás muerto. El curioso caso de Francis Scott Fitzgerald

 



Autor: Xabier Fole


John Dos Passos escribió, a propósito de la muerte de Francis Scott Fitzgerald en 1940, que los periodistas y críticos literarios, responsables de redactar los obituarios del autor de 
El gran Gatsby, no mostraron ningún conocimiento sobre la obra del escritor. Los reseñistas, obsesionados con el periodo que Scott Fitzgerald supuestamente simbolizaba, eran incapaces de juzgar los textos del novelista basándose en la calidad de los mismos sin desvincularse del periodo que estos reflejaban

 En la película Cosas que hacer en Denver cuando estás muerto, dirigida por Gary Fleder y estrenada en 1995, un jefe mafioso llamado El hombre del plan, preocupado por las andanzas de su hijo, a quien han sorprendido en varias ocasiones acosando a menores en los colegios y pegando a vagabundos, convoca a un gánster retirado que nunca mató a nadie, conocido como Jimmy el Santo e interpretado por Andy García, para solucionar el problema familiar. A juicio del capo, el intolerable comportamiento de su primogénito se debe a la ruptura de este último con su novia, Meg, quien, para colmo, ha conseguido rehacer su vida comenzando una nueva relación con otro hombre. Este inesperado impacto emocional, según el mafioso, ha convertido a su hijo –“lo único que me queda”– en un ser violento y despreciable. El hombre del plan, un anciano valetudinario encarnado por Christopher Walken, piensa que Jimmy, cuyas principales virtudes son la oratoria y la elegancia, es capaz de convencer al nuevo novio de que rompa con la expareja de su hijo, haciéndole comprender que, si continua saliendo con Meg, tendrá que asumir las consecuencias. De ese modo, su inestable heredero podría recuperar al amor de su vida y, como resultado de dicha felicidad reconquistada, abandonaría, definitivamente, las malas costumbres.

Jimmy el Santo acepta a regañadientes la oferta (intentaba ganarse la vida con su propio negocio y dejar el mundo del crimen) y reúne a un grupo de delincuentes de poca monta –quienes comparten pasado y fechorías–, los cuales, ya retirados en sus humildes trabajos, se muestran, en un principio, escépticos ante la singular operación. Sin embargo, los gánsteres, por necesidad de dinero y lealtad hacia Jimmy, acaban aceptando la propuesta. Todo, como era de esperar, sale mal. Estos acaban matando no solo al novio, a quien simplemente debían darle un toque de atención, sino también a su pareja –en una disparatada masacre en medio de una carretera–, después de que a uno de ellos, conocido como Bill el crítico, le diera un ataque de ira ante la actitud chulesca del chico, que tuvo la osadía, entre otras cosas, de mofarse de los trajes de policías falsos que uno de los ex delincuentes vestía para la ocasión. El hombre del plan, tras conocer el altercado, no muestra ninguna clemencia y ordena que todos se marchen de Denver –ciudad donde residen los integrantes de la banda–, que abandonen inmediatamente dicha localidad, porque, si no lo hacen, acabarán siendo, de una manera nada agradable, ejecutados. “Alforfones, Jimmy, para ti y para tu puta pandilla de inadaptados”, afirma, visiblemente irritado, El hombre del plan.

Comienza así la historia de unos hombres, virtualmente muertos, que tratan de enfrentarse a su desaparición con la mayor dignidad posible. Mientras se introduce en la historia una retahíla de personajes secundarios memorables, como El señor shhh, asesino silencioso y eficiente interpretado por un literalmente mudo Steve Buscemi, los protagonistas de esta película (a mi entender, injustamente minusvalorada debido al efecto Tarantino en la década de los noventa) analizan retrospectivamente sus existencias y, en vez de escapar y ocultarse de sus verdugos (quienes no desistirán hasta acabar con ellos), o mudarse e intentar vivir en un lugar lejano donde nadie pueda encontrarles, esperan con estoicismo en su ciudad. Cuando Jimmy el Santo acude a ver a uno de los implicados en la operación y le ofrece un billete de avión hacia un paraíso con playa y palmeras, Pedazos, como le llaman sus compañeros, le dice que no, que está cansado de huir y que, en definitiva, se queda. “Jimmy, ya sé lo que es bailar foxtrot con una prostituta de dos mil dólares en un cabaret de París”, afirma con orgullo. Esto puede resultar patético, insinúa Pedazos, y, quizá, permanecer aquí, teniendo la oportunidad de tomar el sol mientras sujeto con mis arrugadas manos un delicioso daiquiri, sea una imperdonable estupidez. Pero es que, Jimmy, ya he vivido todo lo que tenía que vivir. Mi época, para bien o para mal, ya ha pasado. Al final del diálogo, el gánster se coloca un sombrero (prenda que, por supuesto, añora, ya que: “antes te lo ponías y no necesitabas nada más”) y regresa a su vida cotidiana como proyeccionista de cine porno.

John Dos Passos escribió, a propósito de la muerte de Francis Scott Fitzgerald en 1940, que los periodistas y críticos literarios, responsables de redactar los obituarios del autor de El gran Gatsby, no mostraron ningún conocimiento sobre la obra del escritor. Los reseñistas, obsesionados con el periodo que Scott Fitzgerald supuestamente simbolizaba, eran incapaces de juzgar los textos del novelista basándose en la calidad de los mismos sin desvincularse del periodo que estos reflejaban:

Lo más extraño de los artículos que vieron la luz a raíz de la muerte de Fitzgerald fue que sus autores no parecían considerar que necesitaran leer sus libros; todo lo que necesitaban para tener el permiso de tirarlos al cubo de la basura era clasificarlos como algo que ha sido escrito en tal o cual época ahora pasada. Eso nos lleva a la ineludible conclusión de que esos caballeros no siguen otras reglas que las de las modas de la Quinta Avenida. Lo que significa que cuando escriben sobre literatura en lo único que piensan es en la cotización actual de un libro en la bolsa de cambios; un asunto que casi no tiene nada que ver con su eventual valor.

Francis Scott Fitzgerald, al igual que el gánster de la película, permanecía eternamente congelado en su (en aquel entonces agotado) contexto histórico, y su imagen, según los articulistas de las necrológicas, perduraría exclusivamente en la mente de los lectores como gran representante de Era del jazz. Su época, como les sucedió a Jimmy el Santo y a sus hombres, viejas glorias condenadas a la extinción, aniquilados por los mismos que –no hace mucho– los habían glorificado, también “había pasado”.

Francis Scott Fitzgerald se convirtió en un escritor famoso cuando publicó, en 1920, A este lado del paraíso, la cual, a pesar de no proporcionarle un rédito económico significativo, contribuyó a que aumentara su caché como cuentista. Más adelante, el autor viajó a Francia, donde algunos escritores (Gertrude Stein, Ernest Hemingway, Dos Passos), estimulados por el romanticismo que destilaba la vieja Europa, buscaban las afrodisiacas aventuras que no encontraban en el nuevo continente. Su amigo, el crítico literario Edmund Wilson, que llegó a Francia justo cuando Fitzgerald regresaba a Estados Unidos, se lamentó de que el novelista no apreciara las posibilidades artísticas e intelectuales que ofrecía este país y le reprochó su incapacidad para desarraigarse de su tierra natal: “Estás tan acostumbrado a los hoteles, a las cañerías, los drugstores, los ideales estéticos, y la vasta prosperidad comercial del país, que no puedes apreciar todas esas instituciones francesas, por ejemplo, que son verdaderamente superiores a las americanas”.  En 1925, el novelista publicó su obra maestra, El gran Gatsby, cuyo éxito comercial, no obstante, fue más bien discreto. Cuando llegó la Gran Depresión y el llamado Crack del 29, las cosas empezaron a complicarse en la vida de F. Scott Fitzgerald. Sus relatos ya no se vendían como antes y su siguiente novela, Suave es la noche, acabó siendo un fracaso de crítica y público. Entonces incrementaron sus problemas con el alcoholismo y Zelda Sayre, su esposa, terminó siendo ingresada en una clínica psiquiátrica. Hostigado por las deudas, se trasladó a Hollywood, lugar donde intentó colaborar en los estudios cinematográficos, pero fue despedido de la Metro Goldwyn Mayer. Sin contrato fijo, se sumergió en la escritura de una nueva novela sobre el mundo del cine, El último magnate, que nunca llegó a terminar, y escribió unos relatos sobre las peripecias de un guionista fracasado, Historias de Pat Hobby, que no se publicarían hasta 1962, veintidós años después de su muerte. Mientras otros compañeros de su generación habían conseguido despojarse del tiempo pretérito al que iban culturalmente ligados, como le ocurrió a su coetáneo Hemingway, al que le concedieron el Premio Nobel y vivió unos cuantos años más que Fitzgerald hasta que finalmente se suicidó, el autor de El último magnate, asociado unos cánones ya felizmente olvidados, no se percibía como un escritor atemporal, sino como la perfecta ejemplificación del auge y caída de la efervescencia cultural de una década. Atraídos por la trágica historia del dipsómano, perfecto paradigma de la “generación perdida” y víctima de los “felices años veinte”, los periodistas y críticos de la época inmediatamente ulterior a su muerte habían descuidado al escritor, gran teórico del fracaso y perspicaz retratista de los aspirantes a burgueses, quien, varios años después de su defunción, fue considerado –cuando por fin llegó el consenso a la academia y a los suplementos culturales– uno de los mejores narradores estadounidenses de la primera mitad del siglo XX. En el momento de su fallecimiento, no obstante, los guardianes del canon, no satisfechos con la desaparición física del hombre, pretendían destruir también al literato, cuya mayor aportación a la historia literaria del país parecía ser, a juicio de estos críticos despistados, el haber proporcionado a los lectores la necesaria moraleja que contenía el relato sobre su destrucción como persona. Sin embargo, aunque la “personalidad” del escritor, como advirtió Dos Passos, “había muerto”, el novelista, pesara a quien le pesara, todavía “permanecía”. Paradójicamente, cuando apareció, en 1945, una obra titulada The Crack-Up, que reunía unos textos autobiográficos escritos en los años treinta (la mayoría para la revista Esquire), “el fallecido escritor fracasado”, en palabras de Gore Vidal, “fue objeto de una resurrección total”, cumpliéndose así la profecía de Dos Passos. El novelista, por primera vez en su vida, hablaba con sinceridad –olvidándose de las apariencias y de su imagen pública, ya inevitablemente degradada– de sus problemas con el alcoholismo, sus recuerdos de la Era del jazz y su relación con Zelda. The Crack-Up se publicó póstumamente, ya que Fitzgerald nunca consiguió, a pesar de los reiterados intentos, que las editoriales –incluida la suya– aceptaran el manuscrito. Edmund Wilson se encargó, unos años más tarde, de recopilar los artículos y presentarlos a la editorial New Directions, la cual acabaría finalmente publicándolos con el título mencionado. Desde entonces, Fitzgerald se ha convertido en un tema recurrente de las tesis doctorales en las universidades. Ahora se pueden encontrar numerosos estudios sobre su obra, multitud de biografías, gran parte de su correspondencia y algunos de sus cuadernos de notas. Pocos dudan de su talento literario y, por supuesto, de su relevancia en las letras estadounidenses. F. Scott Fitzgerald, en resumidas cuentas, es una industria académica. Sin embargo, fueron sus textos de no ficción –la autobiografía–, y no su narrativa, los que contribuyeron a rehabilitar su ficción. Aquello que tanto crispaba a Dos Passos cuando leyó los artículos por primera vez (“Dios bendito, ¿cómo te las arreglas, en medio de una conflagración a escala mundial, para preocuparte por todas esas cosas”?) significó el comienzo de Scott Fitzgerald como novelista. La vida narrada, por tanto, supuso una inesperada reivindicación de la vida imaginada. ¿A qué se debió, entonces, ese interés repentino en la literatura de un autor inicialmente arrinconado en los polvorientos pasillos de la historia? ¿Cómo es posible que, en lugar de sentirse deslumbrados por los infortunios de Dick y Nicole en una obra como Suave es la noche, absolutamente ignorada en el momento de su publicación, la crítica y el público sucumbieran ante los encantos del autor cuando este último decidió realizar un impudoroso exhibicionismo de sus miserias? Según Gore Vidal, “para los norteamericanos, la obra de un autor ocupa casi siempre un segundo término tras su vida”, por lo tanto, “el biógrafo del novelista puede sacar más partido a su vida, en todos los sentidos, que el novelista que la vivió”. Esta puede ser una posible explicación. Aunque lo cierto es que la obra de Fitzgerald es profundamente autobiográfica. En muchos de los personajes de sus cuentos y novelas se pueden encontrar numerosos paralelismos con el hombre que los creó. Desde su primera novela, A este lado del paraíso, en la cual los protagonistas viven obsesionados con la búsqueda del ascenso social, temas como el amor, la decadencia, la riqueza y la vanidad se tratan de una manera personal, casi íntima, como si el narrador exhibiera un orgulloso conocimiento de causa. Algunos de sus protagonistas, como Pat Hobby, sufrieron una involución similar a la padecida por Fitzgerald (ambos obtuvieron un éxito prematuro en una década, los años veinte, y cayeron en desgracia en la siguiente, los años treinta), compartiendo incluso la misma marca de automóvil y recibiendo el mismo salario. No obstante, el autor resucita cuando abandona a su alter ego y Edmund Wilson publica aquellos bocetos autobiográficos que el editor de Fitzgerald, Max Perkins, había desechado porque, a su juicio, estos constituían “una invasión indecente de su propia vida privada”. Esta obscena incursión en la existencia del escritor tampoco parecía tener valor comercial para el editor de la revista Esquire, Arnold Gingrich, quien publicó, en febrero de 1936, algunos de los ensayos que se incorporaron a The Crack-Up sin realizar ningún tipo de campaña publicitaria (algo extraño en él, puesto que solía sacarle provecho a las historias escandalosas) porque pensaba que Scott Fitzgerald estaba –literariamente– muerto.

El teórico francés Philippe Lejeune, para resumir brevemente lo que él denominó “pacto autobiográfico”, escribió  que “una autobiografía no es cuando alguien dice la verdad de su vida, sino cuando dice que la dice”. Dicha advertencia, al parecer, llamó la atención de los lectores y los críticos especializados. Sin embargo, cando Fitzgerald se dispuso a hablar sobre su vida lo hizo para admitir su derrota. Su discurso, sustancialmente moral, iba destinado a un público, evidentemente, pero el verdadero objetivo de su mensaje era él mismo. El libro es una suerte de monólogo interior, y, en esa introspección improvisada, el escritor no sale muy bien parado. En él reconoce su incapacidad para digerir los triunfos que la vida le ha proporcionado. Afirma que no quiso (o no supo) anticipar la llegada de la tormenta. Mientras transcurrían los años dorados de su juventud “los grandes problemas de la vida parecían solucionarse por sí mismos”, confiesa, “pero diez años antes de los cuarenta y nueve, de repente me di cuenta de que me había desmoronado prematuramente”. En los textos se detecta una cierta autocomplacencia, pero el autor tampoco busca culpables externos; se sitúa en el centro de la diana y abre las puertas de su casa para que podamos contemplarlo solitario y deprimido (Esto sucede literalmente, ya que en uno de los ensayos, ‘Subasta: modelo 1934’, firmado conjuntamente con su esposa Zelda,  describe todos los objetos y recuerdos adquiridos a lo largo de su vida). Al comienzo de dos artículos abandona, por un momento, la primera persona del singular para hablar de un “hombre”, un otro, que experimenta el derrumbe:

“Encólese”

El autor de estas líneas narró el momento en que se dio cuenta de que lo que tenía delante de él no era el plato que había pedido para sus cuarenta años.

“Manéjese con cuidado”

He hablado en estas páginas de cómo un joven excepcionalmente optimista experimentó el derrumbamiento de todos los valores, una quiebra de la que apenas se enteró hasta mucho después de que se produjera.

En cierto sentido, más allá de los críticos y editores que lo ningunearon, fue el propio Francis Scott Fitzgerald quien se dio a sí mismo por muerto. En The Crack-Up no hay lugar para la esperanza; se revelan debilidades y se reconocen errores, pero no se menciona el futuro, sino el pasado. Y también se puede apreciar la nostalgia por momentos en los que el autor  asegura haber sido feliz. Nueva York es una ciudad donde “todo se ha perdido salvo el recuerdo”. Pero no propone ningún cambio; piensa que “el estado natural del adulto consciente es una infelicidad específica”, y espera a que llegue su hora sin moverse de un territorio que ya no existe más que en su memoria; interioriza el consejo que, al comienzo de El gran Gatsby, le dio el padre al narrador (“Cada vez que te sientas inclinado a criticar a alguien –me dijo– ten presente que no todo el mundo ha tenido tus ventajas”) y, en vez de atacar a compañeros y enemigos, se convierte en el primer crítico de su personalidad: en el asesino de sí mismo. En su crónica sobre los años de Fitzgerald en California, Domingos locos, Scott Fitzgerald en Hollywood, Aaron Latham relata la muerte del escritor de la siguiente manera:

El pensamiento de Fitzgerald estaba concentrado en el football cuando su corazón se detuvo. Dio un salto levantándose y luego cayó muerto. El cadáver fue llevado a una funeraria de Los Ángeles, donde se presentó Dorothy Parker, se colocó delante del ataúd y pronunció por Scott la misma elegía que Ojos de Búho había dicho por Gatsby: “Pobre hijo de perra”. Veintiocho años  –casi al día– después de haber empezado su drama The Captured Shadow, en un tren de la Newman School a St. Paul para las vacaciones, su cadáver fue cargado en un vagón de ferrocarril con destino a Baltimore. Una vez más Scott Fitzgerald volvía a casa por navidad.

Cinco años después, ya fallecido, el novelista reaparecía. No tuvo la oportunidad de verse convertido en un mito. Sin embargo, supo –probablemente– qué se siente al bailar foxtrot con una prostituta de dos mil dólares en un cabaret de París.

 

 

 Xabier Fole es periodista. Graduado en Historia por el City College de Nueva York, especializado en historia intelectual de los Estados Unidos, colabora como fact-checker para The New York Times en la sección Syndicate. En FronteraD ha publicado, entre otros artículos, Secretos, mentiras y autodestrucción. Las cintas de Richard NixonEscribir en América. El legado de Hunter S. Thompson La obsesión posmodernista y la fascinación por el absurdo: David Lynch, Foster Wallace y Thomas Pynchon. En Twitter: @XabierFole

tomado de: https://www.fronterad.com/