jueves, 13 de julio de 2017

Francis Bacon y Walt Disney





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Por: John Berger



Una figura ensangrentada en la cama. Un esqueleto entablillado. Un hombre sentado en una silla fumando. Uno pasa ante estos cuadros como a través de una institución gigantesca. Un hombre gira en una silla. Un hombre con una maquinita de afeitar en la mano. Un hombre cagando.

¿Cuál es el significado de los sucesos que vemos? Las figuras pintadas parecen bastante indiferentes a la presencia o a los apuros de las otras. ¿Lo somos también nosotros cuando pasamos delante de ellas sin inmutarnos? Una fotografía en la que aparece el propio Bacon con la camisa remangada muestra que sus antebrazos guardan un estrecho parecido con los de los hombres que pinta. Una mujer se desliza por una barandilla como lo haría un niño. En 1971, según la revista Connaissance des Arts, Bacon ocupaba el primer lugar entre los diez mejores artistas vivos. Un hombre está sentado, desnudo, con los pies rodeados de jirones de papel de periódico. Un hombre mira fijamente la cuerda de una persiana. Un hombre deposita una camiseta sobre un manchado sofá rojo. Hay muchas caras que se mueven y al moverse dan una impresión de dolor. Nunca ha habido una pintura como ésta. Una pintura que se relacione con el mundo en el que vivimos. ¿Pero cómo? Empecemos con unos cuantos datos:

Francis Bacon es el único pintor británico de este siglo que haya tenido una influencia internacional.

Su obra es notablemente coherente, desde los trabajos más tempranos hasta los más recientes. Uno se encuentra frente a una visión del mundo totalmente articulada.

Bacon es un pintor que cuenta con una técnica extraordinaria, es un maestro. Todo aquel que esté mínimamente familiarizado con los problemas que plantea la pintura figurativa al óleo no puede sino asombrarse ante la manera como Bacon los soluciona. Una maestría tal es el resultado de una gran dedicación y de una lucidez extrema con respecto al medio.

La obra de Bacon ha sido extraordinariamente bien comentada. Escritores como David Sylvester, Cichel Leiris y Lawrence Gowing han hablado con gran elocuencia de sus implicaciones internas. Por “internas” me refiero a las implicaciones de las proposiciones de la obra en los propios términos de ésta.

La obra de Bacon está centrada en el cuerpo humano. Éste suele estar distorsionado, mientras que las ropas o lo que lo rodea no lo está, o lo está relativamente menos. Comparemos el impermeable con el torso, el paraguas con el brazo, la colilla con la boca. Según el propio Bacon, las distorsiones sufridas por el rostro y el cuerpo son la consecuencia de su búsqueda de una manera de hacer que la pintura “llegue directamente al sistema nervioso”. Una y otra vez se refiere al sistema nervioso del pintor y del espectador. Para él, el sistema nervioso es independiente del cerebro. El tipo de pintura figurativa que atrae al cerebro es para Bacon ilustrativa y aburrida.

“Siempre he intentado comunicar las cosas de la forma más directa y más cruda que he sido capaz, y tal vez porque les llegan directamente, porque las comprende directamente, la gente piensa que son horribles.”

Para alcanzar esa crudeza que habla directamente al sistema nervioso, Bacon confía plenamente en lo que él denomina “el accidente”. “En mi caso, considero que todo lo que me ha gustado de verdad ha sido el resultado de un accidente sobre el que he sido capaz de trabajar”

En su pintura, el accidente tiene lugar cuando el artista hace “marcas involuntarias” en el lienzo. Su “instinto” encuentra entonces en ellas una manera de desarrollar la imagen. Una imagen desarrollada es aquella que es al mismo tiempo real y sugerente para el sistema nervioso.

Francis Bacon, Estudio de tres cabezas (1962) - MoMa  Read more: http://bibliotecaignoria.blogspot.com/#ixzz27cSUu6hr
Francis Bacon, Estudio de tres cabezas (1962) - MoMa


“¿Acaso no desea uno que las cosas sean lo más reales posible, pero al mismo tiempo profundamente sugerentes o profundamente reveladoras de unas áreas de la sensación diferentes de la mera ilustración del objeto que te propones hacer? Al fin y al cabo, ¿no es en eso en lo que consiste el arte?”

Para Bacon el objeto “revelador” es siempre el cuerpo humano. El resto de las cosas que aparecen en su pintura (sillas, zapatos, persianas, interruptores de la luz, periódicos) están sólo ilustrados. “Lo que quiero hacer es distorsionar la apariencia de la cosa, pero restituyéndola en esa distorsión a una narración de la apariencia.”

Si lo interpretamos como un proceso, veremos que esto significa lo siguiente. La apariencia de un cuerpo sufre el accidente de las marcas que se le infligen involuntariamente. Su imagen distorsionada llega entonces directamente al sistema nervioso del espectador (o del pintor), quien vuelve a descubrir la apariencia del cuerpo a través o por encima de las marcas que sufre.

Además de las marcas infligidas por accidente en el acto de pintar, hay a veces marcas pintadas en un cuerpo o en un colchón. Éstas son huellas, más o menos obvias, de fluidos corporales: sangre, semen, tal vez excrementos. Cuando aparecen, estas manchas del lienzo son como manchas en una superficie que ha tocado realmente al cuerpo.

El doble sentido de las palabras que Bacon ha utilizado siempre para hablar de su pintura (accidente, crudeza, marcas), e incluso tal vez el doble sentido de su apellido,* parece formar parte del vocabulario de una obsesión, de una experiencia que probablemente data del inicio de su timidez. El mundo de Bacon no ofrece alternativas ni salidas. No existe en él la conciencia del tiempo ni la del cambio. Muchas veces Bacon empieza a trabajar en un cuadro partiendo de una imagen fotográfica. La fotografía registra un momento. En el proceso de la pintura, Bacon busca el accidente que convierte ese momento en todos los momentos. En la vida, el momento que descubre todos los momentos pasados y venideros suele ser por lo general un momento de dolor físico. Y el dolor puede ser el ideal al que aspira la obsesión de Bacon. Sin embargo, el contenido de sus cuadros, el contenido que constituye su atractivo, tiene muy poco que ver con el dolor. Como suele suceder, la obsesión es una distracción, y el contenido real reside en otra parte.

Se dice que la obra de Bacon es una expresión de la angustiosa soledad del hombre occidental. Sus figuras están aisladas en vitrinas de cristal, en arenas de color puro, en habitaciones anónimas o incluso en sí mismas. Su aislamiento no nos impide verlas. (La forma tríptico, en la que cada figura está aislada en su propio lienzo pero sin dejar de ser visible para las otras, es sintomática.) Las figuras de Bacon están solas, pero carecen de toda intimidad. Las marcas que muestran, sus heridas, parecen autoinflingidas, aunque en un sentido especial. No por un individuo concreto, sino por la especie, el hombre, porque en tales condiciones de soledad universal, la distinción entre el individuo y la especie pierde su significado.

Bacon es lo opuesto a uno de esos pintores apocalípticos que esperan que ocurra lo peor. Para Bacon, lo peor ya ha ocurrido, y no tiene nada que ver con la sangre, las manchas, las vísceras. Lo peor es que se haya llegado a considerar que el hombre es un ser con inteligencia.

Lo peor ya había sucedido en la Crucifixión de 1944. Ya aparecen aquí los vendajes y los gritos, como también la aspiración hacia un dolor ideal. Pero los cuellos terminan en bocas. La parte superior de la cara ha desaparecido. Falta el cráneo. Posteriormente, lo peor se evoca de una manera más sutil. La anatomía permanece intacta, y la incapacidad del hombre para reflexionar se sugiere mediante lo que sucede a su alrededor y por su expresión, o la carencia de ésta. Las vitrinas de cristal, que contienen a los amigos o a un papa, recuerdan aquellas que sirven para estudiar el comportamiento de los animales. Los decorados, los trapecios, las barandillas, las cuerdas, se parecen a los accesorios que se ponen en las jaulas de los animales. El hombre es un mono infeliz. Pero si se da cuenta de ello, deja de serlo, Y por eso es necesario mostrar aquello que el hombre no sabe. El hombre es un mono infeliz sin saberlo. No es el cerebro, sino la percepción, lo que separa a las dos especies. Este es el axioma en el que se basa el arte de Bacon.

Durante los primeros años de la década de 1950, parecía que Bacon estaba interesado en las expresiones faciales. Pero, según él mismo admitía, no por lo que expresaban en sí mismas.

“En realidad, quería pintar el grito más que el horror. Y creo que si realmente hubiera pensado en qué es lo que hace que alguien grite'—el horror causante del grito—, los gritos que intentaba pintar habrían sido mucho más logrados. De hecho, eran demasiado abstractos. Originariamente empecé a pintarlos llevado por esa conmoción que siempre me han causado los movimientos y la forma de la boca y los dientes. Podríamos decir que me gusta el brillo y el color que sale de la boca, y en cierto sentido, mi deseo siempre ha sido el ser capaz de pintar bocas como Monet pintaba puestas de sol.”

En los retratos de amigos, como en el de Isabel Rawsthorne, o en algunos de los autorretratos más recientes, uno se enfrenta con la expresión de un ojo, a veces de dos. Pero estudiemos esas expresiones, leámoslas. Ninguna de ellas es autorreflexiva. Los ojos miran desde su condición, estúpidamente, hacia afuera, hacia lo que los rodea. No saben lo que les ha sucedido; y en su ignorancia reside su patetismo. ¿Pero qué es lo que les ha sucedido? El resto de sus rostros están contorsionados con expresiones que no son suyas, con expresiones que, en realidad, no son tales (porque tras ellas no hay nada que expresar), sino que son.

No del todo por accidente, sin embargo. El parecido permanece, y en esto Bacon emplea toda su maestría. Normalmente, el parecido define el carácter, y el carácter en el hombre es inseparable de la mente. Esta es la razón por la que algunos de estos retratos, sin precedentes en la historia del arte, pese a no ser nunca trágicos, llegan a causar una gran obsesión. Vemos el carácter como el molde vacío de una conciencia que está ausente. De nuevo aquí, lo peor ya ha sucedido. El hombre vivo se ha convertido en su propio espectro carente de inteligencia.

En las grandes composiciones figurativas, en las que hay más de un personaje, la falta de expresión se combina con la total carencia de receptividad de las otras figuras. Todas ellas se están continuamente demostrando unas a otras que no pueden tener expresión alguna. Sólo permanecen las muecas.

La manera como Bacon percibe el absurdo no tiene nada en común con el existencialismo o con la obra de un artista como Samuel Beckett. Este último concibe la desesperación como resultado de cierta discusión interna, como resultado de intentar desenmarañar del lenguaje todas las respuestas dadas convencionalmente. Bacon no se cuestiona nada, no desenmaraña nada. Acepta que lo peor ha sucedido.

La falta de alternativas que entraña su visión de la condición humana se refleja en la falta de un desarrollo temático en su obra. Durante treinta años toda su evolución se ha centrado en el aspecto técnico de enfocar lo peor cada vez más nítidamente. Lo logra, pero al mismo tiempo esa reiteración hace que lo peor sea menos creíble. Esta es la paradoja del artista. A medida que pasas de una a otra sala, empiezas a comprender claramente que puedes vivir con lo peor, que puedes seguir pintándolo una y otra vez, que puedes convertirlo en un arte cada vez más elegante, que puedes ponerle terciopelo y marcos dorados, que otra gente lo comprará para colgarlo en las paredes de sus comedores. Empieza a parecer que Bacon es un charlatán. Pero no lo es. Y la fidelidad que guarda para con su propia obsesión garantiza que la paradoja de su arte produzca una verdad coherente, aunque no sea la verdad que él se propone.

El arte de Bacon es, en efecto, conformista. No es con Goya o con el primer Eisenstein con quienes debe ser comparado, sino con Walt Disney. Ambos hombres, Bacon y Walt Disney, se plantean el comportamiento alienado de nuestras sociedades; y, cada cual de una forma diferente, convencen al espectador de que lo acepte como es. Disney consigue que el comportamiento alienado parezca gracioso y sentimental y, por lo tanto, aceptable. Bacon interpreta ese comportamiento en unos términos según los cuales lo peor que pudiera suceder ya ha sucedido.

El mundo de Disney también está cargado de una violencia vana. La catástrofe última está siempre presente. Sus criaturas tienen personalidad y reacciones nerviosas; de lo que (casi) carecen es de inteligencia. Si ante una secuencia animada de Disney, leyéramos, creyéndonoslo, un pie como Esto es todo lo que hay, la película en cuestión nos causaría el mismo horror que un cuadro de Bacon.

Al contrario de lo que suele decirse, los cuadros de Bacon no comentan ninguna experiencia real de soledad, angustia o duda metafísica; tampoco critican las relaciones sociales, la burocracia, la sociedad industrial o la historia del siglo XX. Para hacerlo tendrían que haberse referido a la conciencia. Lo que hacen es demostrar cómo la alienación puede provocar un anhelo de esa su propia forma absoluta que es la falta total de inteligencia. Ésta es la verdad consecuentemente demostrada, más que expresada, en la obra de Bacon.


En Mirar

Traducción: Pilar Vázquez Álvarez
Imagen: Jean Mohr

jueves, 1 de junio de 2017

BUENA SUERTE CON ESE MURO......



El cineasta Josh Begley y la documentalista Laura Poitras (una de las periodistas que publicó los documentos filtrados de Edward Snowden), crearon el video a partir de más de 200.000 fotografías satelitales tomadas de Google Maps y unidas para dar la impresión de que una cámara viaja a través de ella de punta a punta. “La frontera sur (de EE UU) es un espacio que se ha reducido a metáfora”, escribe Begley en un artículo de The Intercept. "Ya ni siquiera es geográfica. Parte de mi intención es insistir en esa realidad geográfica. Al enfocarse en ese paisaje físico, espero que la audiencia obtenga un mayor sentido de la enormidad de todo esto y tal vez imagine lo que significa ser un blanco político en ese terreno”.
El presidente ha cambiado los detalles del plan como su altura y costo de construcción, pero la meta de obligar a México a pagar por él no ha cambiado. El Gobierno mexicano ha negado en varias ocasiones obedecer a este plan. Desde que Trump anunció el plan en el verano de 2015, varios analistas y políticos han cuestionado su viabilidad, especialmente por su costo. Un estudio realizado por el Washington Post estima un que este sería de aproximadamente 25.000 millones de dólares y no 12.000 millones de dólares como ha dicho Trump. Uno de los factores que aumentaría el costo del muro, según el artículo, son las zonas montañosas, las que están divididas por el Río Bravo o cerca de los océanos Pacífico y Atlántico.


miércoles, 31 de mayo de 2017

POR QÚE NOS HACE FALTA LA POESÍA/ ANDREA BAJANI





Muse et grifo


Por: Andrea Bajani

Día tras día, el hombre construye recintos para que el resto de los hombres pueda pastar con seguridad en su interior, y a eso lo llama sociedad. Los poetas saltan por encima de la valla y luego siembran el pánico entre los demás mamíferos que deambulan mansos por ahí. Y cuando se marchan, el desasosiego corre por el cuerpo de quienes se quedan como sangre envenenada que entrará a degüello en sus venas. En las novelas de Roberto Bolaño los poetas son individuos peligrosos. Ponen patas arriba las ciudades, hacen empalidecer de miedo a los ciudadanos. Los poetas de Bolaño son aventureros, criminales, bravucones, vándalos. Siempre fuera de la ley. En las novelas de Bolaño, las ciudades se ven desestabilizadas por los poetas. Porque tienen ojos que causan temor. Entre las páginas de Los detectives salvajes se mueven hordas de desadaptados. Auxilio Lacouture, la “madre de la poesía mexicana”, Arturo Belano, Ernesto San Epifanio, León Felipe. Lo que se siente, en cada página, es el temblor de una época, por encima incluso de una ciudad. La Ciudad de México se encierra en casa, porque detrás de las ventanas están ellos. Y de los poetas no cabe esperar nada bueno. En Estrella distante, acaso el más desgarrador de los libros del chileno, hay un poeta, Carlos Wieder, que considera la tortura una forma suprema del arte. Y en Nocturno de Chile, el crítico literario Sebastián Urrutia Lacroix encuentra a un joven poeta en el umbral que desbarata su vida “en una sola noche relampagueante”: “de pronto ha llegado a la puerta de mi casa y sin mediar provocación y sin venir a cuento me ha insultado”. El crítico literario elude la confrontación (“Eso que quede claro. Yo no busco la confrontación [...] Soy un hombre razonable. Siempre he sido un hombre razonable”). El poeta echa abajo la verja de la sensatez, que no es otra cosa que la razón cuando se convierte en un extintor para apagar incendios.
Entre las muchas intuiciones de Bolaño, la del poeta como sujeto subversivo es la más devastadora, la que sigue ardiendo en las páginas de Amuleto2666Putas asesinas. Lejos de la idea reciclable del poeta como una entidad residual y a fin de cuentas (vuelta) inofensiva, los poetas de Bolaño no tienen miedo a morir simplemente porque no buscan el consenso de la Historia. Bolaño se inició como poeta y siempre se consideró tal, y en uno de sus poemas –“Sucio, mal vestido”– habla de los caminos que recorren los perros, “allí donde no quiere ir nadie”. Es “un camino que solo recorren los poetas / cuando ya no les queda nada por hacer”. Los poetas no siguen las indicaciones, no obedecen las instrucciones trazadas por la Historia, que es la forma más violenta de la sensatez. La Historia, parece querer decir Bolaño, es la razón cuando se convierte en un par de esposas para asegurar detrás de la espalda las muñecas de la imaginación.
La poesía, por lo demás –como nos dice el nobel Joseph Brodsky en Conversations– “es una suerte de desviación con respecto a la habitual forma obediente de pensar”. Brodsky fue deportado por la misma razón por la que escribió poemas: “cualquiera que se esfuerce por crear en su interior su propio mundo independiente está destinado tarde o temprano a convertirse en un cuerpo extraño en la sociedad y a verse sometido a todas las leyes físicas de la presión, de la compresión y extrusión”. La Historia proporciona seguridad al hombre, el poeta transita por senderos no hollados, abre grietas en los mapas. En esos senderos se topa con los perros, pero también con hombres y mujeres que se han extraviado o que han tratado de adentrarse en esos mismos páramos, entre esos mismos arbustos. Poseen versos que compartir, con los que alimentarse en el bosque: “Las personas interesadas en la poesía –escribe Brodsky– tratan simplemente de satisfacer sus propias necesidades o intereses, digamos, por medios que no son proporcionados por el Estado.” Y el Estado, el brazo organizado de la Historia, opone su sensatez. Ósip Mandelshtam fue detenido y asesinado por sus versos. Lo que da miedo no es que hubiera bautizado a Stalin, en un célebre poema, como “el montañés del Kremlin” sino que hubiera escrito, en un verso feroz y hermosísimo, “cada muerte es una fresa para la boca” del dictador georgiano. La ferocidad y el candor son las armas de los poetas.
En una época como esta en la que el storytelling, la narración, se ha convertido en sinónimo de persuasión, es decir, en una rama de la comunicación y la política, no queda otra que la poesía vuelva a ser nuestro bien más valioso y nuestra arma más eficaz para defendernos de la sensatez de la Historia. Para echar abajo el vallado de las narrativas opuestas a otras narrativas: Europa, isis, la seguridad, la familia. En un momento como este, en el que prevalece la emergencia, es decir la urgencia de respuestas a preguntas que nadie ha formulado, la poesía es el medio que tenemos para volver a desestabilizar planteando preguntas. Es una época de las respuestas, esta que vivimos, y estamos llenos de preguntas sofocadas dentro de nuestro pecho. No hay nada más urgente que una pregunta ingenua, escribió Wisława Szymborska. La pregunta que se interesa por las razones del fuego, y no una boca de incendios que lo sofoque con la impetuosa represión de un fuerte chorro de agua. Los poetas de Roberto Bolaño deambulan por las ciudades de Latinoamérica propagando miedo y desasosiego debido a las armas que llevan. Son una pesadilla, pero, como escribe Cees Nooteboom en Tumbas de poetas y pensadores (Siruela, 2007, traducción de María Cóndor): “las personas no pueden vivir sin sueños peligrosos e inesperados”. Los realvisceralistas de Bolaño no llevan pistolas en sus bolsillos, sino versos, pero es suficiente para sembrar el pánico. Porque eso significa que tienen los bolsillos de los pantalones y de las chaquetas llenos de signos de interrogación, que son la munición más insidiosa para la sensatez de la Historia. El signo de interrogación, esa marca de puntuación que, como escribe Alberto Manguel en Curiosidad. Una historia natural (Almadía, 2015, traducción de Eduardo Hojman), es la “representación visible de nuestra curiosidad” y se encuentra al final de una frase como para “desafiar el dogmático orgullo”. Son las preguntas incómodas de los niños, que piden al ¿por qué? que se convierta en la ficha que pone en marcha el carrusel de las cosas, y a quienes las respuestas no dejan satisfechos. Los niños no son conscientes de la narración porque a menudo no llegan al final de una frase, pero dentro de esa frase desarticulan el mundo, lo descomponen y lo vuelven a montar de un modo que nunca habíamos visto. En el fondo, los temibles poetas de Bolaño no son más que niños. Y los niños desconocen la sensatez de la Historia, que es una respuesta práctica en la que hoy ya no cree nadie. El resultado son grandes cajas repletas de signos de interrogación metidas en el sótano –lleno de cosas viejas, consideradas ya caducas– que tarde o temprano una fuga de agua inundará y que pocos recuerdan haber guardado. La Historia proporciona, en nombre de la seguridad, recintos en los que nadie quiere ya entrar. “Por su propia seguridad”, repite con un mantra amplificado el miedo. La poesía, en cambio, como escribe Brodsky, es “la mejor escuela de inseguridad que existe”. Por esa razón, en la inseguridad que nos atenaza, la poesía nos tiende su mano, porque, como prosigue el poeta, “lo que dicen los poemas, en esencia, es: no lo sé”. ~
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Traducción del italiano de Carlos Gumpert.






TOMADO DE: LETRAS LIBRES
















martes, 30 de mayo de 2017

LA PINTURA DE ADRIANA ROBLEDO








Abstracta Flora
LA PINTURA DE  ADRIANA ROBLEDO
Por: Omar García Ramírez

La serie Flora Abstracta, de la pintora Adriana Robledo, se caracteriza por la sobriedad en el diseño y el barroquismo en el color: vegetales metalizados, ácidos y multicolores que navegan sobre múltiples sedimentos de pintura; mándalas cubiertos de óxidos minerales se pliegan en pétalos de galaxias diminutas. Giros de materias consteladas que definen nuevas cromáticas de veladuras oleosas; fragmentos de estallidos en oro y plata. Arqueologías de color, formas de luz que se tinturan y fijan sobre campos de texturas pétreas.

Heráldica de escudos florales; sinfonía cromática de tinturas de fuego. En su gradación cruzan la planicie calcárea de la madera (soporte preferido de la artista). Robledo Logra el acabado final de sus obras después de docenas de veladuras y pátinas; cada una deja una huella y aporta una nueva tonalidad que se difumina armónicamente en  el conjunto.

Adriana Robledo, nos trae en esta oportunidad una muestra plástica conformada por una docena de trabajos de su más reciente producción.


Esta serie lleva por título Abstracta Flora; ¿cuáles son las características generales de esta obra?
Bueno, inicialmente un acercamiento al diseño de la flor desde una mirada no naturalista. Buscar las líneas abstractas y simbólicas de la flora. Es un estudio que comencé hace ya más de un año y que me ocupará un tiempo prolongado. Comencé con una serie más simbólica y ahora estoy más enfocada en un diseño minimalista y de líneas más escuetas.


¿Me da la impresión de que la técnica que utilizas es también escultórica?
Sí, de cierta manera; utilizo diversos materiales como el hierro, el cobre, la madera, el cartón, semillas. Todo lo que pueda encontrar y convertirse en símbolo floral. Las técnicas que utilizo permiten que la luz cree efectos de volumen; luego si miramos las capas inferiores, está el diseño, la estructura interna de la pintura, y por último el color.


Hay una forma espiritual de acercarte  a estos diseños pictóricos; en el caso de los mándalas me parece, está muy acentuado… ¿Es sólo diseño, o también hay un componente…alquímico?
Los mándalas florales son símbolos de unidad y espiritualidad; están presentes en casi todas las culturas; los más conocidos son los de la India y el Tíbet, pero mándalas también se han descubierto en Norteamérica y Centroamérica. En mi caso, los interpreto como esculturas pictóricas y espirituales. Cuando los creo, estoy siempre en un estado de retiro… El color es sometido a mixturas; además de  oxidado es pasado por múltiples veladuras. En ese sentido, interpretando la alquimia como la trasformación de los materiales burdos y groseros en algo más noble, podría utilizarse la metáfora de la alquimia.


Estas técnicas mixtas te permiten expresar las ideas, pero también un concepto en el diseño…Veo una utilización muy acentuada de los elementos metálicos; pátinas, hojas de plata y oro, piezas oxidadas….?
No siempre son ideas; A veces son estados de ánimo, O impresiones de luz, de color  que parten de un diseño muy básico en papel, pero luego profundizo y hago más compleja la relación entre esas figuras. Las flores son en algunos casos, estructuras verticales delimitadas por campos de color metálicos; empleo el dorado, la hojilla de plata, que son metales sagrados, y que representan la idea  del sol y de la luna; también me encantan los colores místicos; los violetas, los azules en gradaciones diversas y naturalmente una gran variedad de texturas.


¿Las plantas, o el reino vegetal tienen un interés particular en su trabajo actual?
Sí, es una serie que hace parte de otras series. Mi interés está centrado en este momento en las flores; su forma y significado, en la forma y su esencia.   Además, debo decir que de acuerdo a recientes investigaciones científicas se ha llegado a comprobar que las plantas poseen una inteligencia especial; las flores son elementos vegetales altamente evolucionados con formas y diseños muy elaborados. La naturaleza es sabia. Yo solo rindo un modesto homenaje a esa parte de la naturaleza mediante un tejido de color. Una impronta visual sobre un volumen de materia.


¿Ese minimalismo, en parte de sus obras y esa temática en particular, la flora; diseñada y pintada en clave de simbología hermética?
Hermética no; eso podría definirse como muy esotérico, (risas) pero sí me gusta el silencio; evoca cosas más profundas y amplias que el ruido y la algarabía de las cosas masivas. No me considero una ermitaña, pero creo que, de cierta manera, ser artista es una forma de enfrentar la soledad sin sentir miedo. La gente hoy quiere estar siempre en medio del ruido y no creo que sea algo tan importante. El artista necesita el silencio y el retiro para poder crear. Desde pequeña fui muy cercana a la naturaleza y a sus voces más íntimas. Intento expresarlas por medio de la pintura; intento comunicar el color de su música silenciosa.

En muchos circuitos del arte la pintura pareciera estar replegándose, ocultándose y de cierta manera segregándose; se anuncia desde hace décadas su desaparición pero sigue en la escena…¿Qué opinas al respecto?

Hay opiniones contradictorias y es un debate que sigue en pie. Te digo que francamente no me interesa. Una buena pintura siempre tendrá una oportunidad; si me desnudara y gritara en medio de la multitud con un letrerito diciendo que hago un performance, de seguro atraería más público. Pero de qué me serviría. Yo no voy a cambiar las actitudes de la gente o de la sociedad con un desnudo bizarro,  miras la tele y hay millones de sucesos más dramáticos en donde se puede ver desde la guerra y el odio, hasta la estupidez; necesito que algo se encienda en mí. Eso es lo que me motiva. Si toda esa multitud bulliciosa y belicosa se interesara en algo más que fútbol, politiquería y reguetón, me arriesgaría a cosas más complejas. Pero ahora estoy centrada en algo que tiene que ver con el diseño y el color; eso por el momento me basta. Quiero decir que, en medio del caos, la búsqueda de la armonía es un trabajo no solo estético y espiritual; es una declaración poética personal  

Abstracta Flora/Adriana Robledo
De míticas Féminas/Omar García Ramírez
Club del comercio Pereira
Mayo/Junio 2017
9 a.m. a  6 p.m
Visitas guiadas jueves 2.p.m

7. pm

ABSTRACTA FLORA/ADRIANA ROBLEDO

MANDALA LOTO
MIXTA SOBRE MADERA
70X80CTS
CLUB DEL COMERCIO/PEREIRA/RISARALDA
MAYO/JUNIO
2017

DE MÍTICAS FÉMINAS/OMAR GARRATZ

"LA DAMA DE LOS CABELLOS ARDIENTES"
ÓLEO SOBRE MADERA
120X150 cts
CLUB DEL COMERCIO /PEREIRA
MAYO/JUNIO 2017

miércoles, 11 de enero de 2017

"EL RULETISTA" MIRCEA CARTARESCU









Una nouvelle con más aliento poético que muchos de sus poemas en prosa. "El ruletista" es la metáfora total sobre el escritor y su obra. La soledad, el riesgo, la fama, la muerte y el olvido; puerto de un destino para todos los que en esta aventura, apuestan sus vidas y sus almas. Juego semiótico que desnuda las trampas y las convenciones de la novela moderna. Indaga sobre otra salida en un espacio escénico y dramático en donde no hay ninguna.  

Varias veces postulado al premio nobel de literatura, esta joya de su autoría, constituye una muestra de su trabajo más excelso.

O.G.R.

“Sex Pistols” LA ÓPERA GUIÑOL DEL CAPITALISMO












“Sex Pistols”
LA ÓPERA GUIÑOL DEL CAPITALISMO
Por:
Omar García Ramírez




“Así andan sueltos los punks por las calles. Sus paraísos infernales son el Soho de Londres, el Lower East Side de Manhattan, la zona de Strasbourg-Saint-Dennis de París y casi todo barrio mugriento de cualquier metrópoli. No brotaron por generación espontánea en el tedio de las naciones industriales sino de una grieta del mundo capitalista…”
PUNK LA MUERTE JOVEN
Juan Carlos Kreimer


“Los Sex Pistols eran una propuesta comercial
y una conspiración cultural; habían sido lanzados para transformar
el negocio musical y sacar dinero de esa transformación,
pero Johnny Roten cantaba para cambiar el mundo”.
RASTROS DE CARMIN
Greil Marcus


Nadie puede esperar gustar a todo el mundo y les diré que a veces es mejor no gustar, una vez te has subido al escenario; te pertenece.
John Lydon
"La ira es energía"
(Sex Pistols)



   A mediados de los setenta un virus comenzó a invadir las barriadas de Londres. Los cuerpos afectados por esta enfermedad parecían sacados de una película de terror de la Hammer Productions. Los hijos del proletariado con las caras golpeadas por el abuso de drogas y alcohol, mala alimentación y humo de tabaco; piercings y ganchos cruzándoles las mejillas, aretes de todas las tradiciones tribales debajo de las orejas, y cortes de pelo mohicanos coloreados con tintes industriales sobre sus melenas atacadas con cuchillas; alimentaban el río de freaks que bajaban buscando la niebla londinense. Laceraciones, tatuajes de baja calidad y un vestuario sacado de las tiendas del ejército de salvación que vendían los saldos de la segunda guerra mundial, daban el look a la nueva tribu de la escoria. Allí, una pareja Malcolm McLaren, ex-estudiante de arte, publicista anarquista y amante de la diseñadora de ropa Vivían Westwood dueña de la boutique Sex, vieron su oportunidad, en una corriente de inconformismo que podía transformarse en una moda.

   McLaren había conocido de cerca la contracultura que se estaba fermentando en New York; grupos como: Iggy Pop and the StoogesRamones y otros de no tanto renombre, habían patentado la actitud y sembrado la estética básica de la nueva corriente en los bajos fondos de la capital norteamericana: riff rápidos, tres o cuatro acordes, baterías a reventar y letras de canciones directas que no superaban los tres minutos. Este promotor improvisado, venía de haber sido representante de un grupo de rock en donde la actitud transexual estaba en su A.D.N. The New York Dolls. Vieron que aquellas hordas de Angry Young Men, solitarios corredores de fondo de los que hablara el novelista Allan Sillitoe, habían regresado 20 años después de su primer campo traviesa; y estaban en las calles de la urbe como una tribu que inoculaba sus venenos en el ambiente citadino. Tenían algo que gritar, pero no estaban vestidos adecuadamente para la ocasión. Decidieron conformar un grupo de música que rompiera los esquemas.

   Buena parte de los créditos del nacimiento de la banda le corresponde a esta pareja McLaren/Westwood, como a un dueto de modernos  Percy Bysshe Shelley & Mary Wollstonecraft Godwin  que tocados por un rayo de luz crearon un Frankenstein musical; aunque en un principio sus ambiciones solo se limitaban a la creación de una banda que diera publicidad a sus creaciones en el campo de la moda urbana; muy pronto todo esto quedó superado por la dinámica de los acontecimientos y por la entrada en escena de dos poderosas y anárquicas figuras:  Jhonny Lindon Rottem y Sid Vicious. El primero aportaría las letras más revulsivas de la escena del rock británico de su época, el segundo aportaría la actitud grotesca de un zombi rebelde.

   MacLaren/Westwood dieron impulso a algo que comenzaba a tomarse las calles, una corriente que ya era incontenible; golpearon con picas sobre la zanja de la fractura generacional mediante una agrupación que tenía mucho de comedia de guiñol y de atracción de feria. Esa caricatura de los hijos del proletariado tan vilipendiada y garroteada por la realeza británica y su middle class acomodada. Tradición de odio que se remonta al menos a Bernard Mandeville, quien, en su más conocido discurso satírico, escribía: “En una nación libre, en la que no se permite la esclavitud, la riqueza más segura consiste en una multitud de pobres laboriosos. Para hacer feliz a la sociedad y tener contentas a las gentes, aun en las circunstancias más humildes, es indispensable que el mayor número de ellas sean, al tiempo que pobres, totalmente ignorantes” (La fábula de las abejas).

   En esta sociedad tan marcadamente clasista, el derrumbamiento de las fuentes de trabajo y la arremetida de los dragones neoliberales acabaron con la poca dignidad de las clases trabajadoras británicas. Owen Jones en su libro: “Chavs: La demonización del clase obrera”  nos ilustra con algunas pinceladas que trazan una perspectiva histórica de lo que pasaba en aquellas épocas; aunque las fechas del apogeo del punk son anteriores por unos pocos años a lo explicado en estos párrafos, la base estructural era la misma: “…En el centro de esta cruzada había un intento concertado de desmantelar los valores, instituciones e industrias tradicionales de la clase trabajadora. El objetivo era acabar con la clase obrera como fuerza política y económica en la sociedad, reemplazándola por un conjunto de individuos o emprendedores que compiten entre sí por su propio interés. En una nueva y supuestamente ambiciosa Gran Bretaña todo el mundo aspiraría a escalar, y el que no lo hiciera sería responsable de su fracaso. La clase se eliminó como idea, pero se reforzó en la práctica…. /… En el corazón de la estrategia tory (conservadores), estaba su astuta manipulación de una serie de huelgas protagonizadas en su mayoría por trabajadores mal pagados del sector público en 1978 y 1979, o, como se le empezó a llamar, el Invierno del Descontento…./… Los tories habían dado una importancia exagerada al hecho de que se hubiera alcanzado el millón de parados durante el Gobierno laborista en 1979 y contrataron a la firma publicitaria Saatchi & Saatchi para diseñar su famoso cartel que decía: «El laborismo no está funcionando». Pero durante el Gobierno de Thatcher, algunas estimaciones sitúan el número de parados en cuatro millones en su punto álgido.”

   El fermento de aquella fiebre, en su corto y anárquico verano, fue la recesión previa a los años de la arremetida neoliberal  del tacherismo; el desempleo, la fractura social de la Inglaterra de los años setenta que el partido laborista (liberales) no había podido contener. Las cifras que los economistas de aquellas fechas dieron, no eran las más alentadoras; además, el contrabando de drogas estaba en su apogeo. La muerte joven estaba deambulando bajo el centro de Londres, venía mostrando su pálida cara mientras caminaba sobre la niebla. Docenas de nuevos grupos de garaje salían a los pubs; la llamada de Londres (evocada en la canción de The Clash London call) convocaba a un gran teatro de guiñol en medio del desencanto y la precariedad. Se estaba gestando el punk. La tienda sex de kings road street en el céntrico barrio del  Chelsea, fue la factoría Warhol de Londres, pero de allí, no salían musas platinadas vestidas de satín; por el contrario, aquella tienda-museo-micelanea vomitaba freacks de miradas grotescas y gestos agresivos que te cortaban el cuello con la cuchilla de la provocación; la incubadora en donde la pestilencia y lo podrido anidaría, para después ladrar en los pubs londinenses.

   El rock británico, que en las décadas de los 60/70 en sus orígenes, tuvo su eclosión en un contexto proletario que alumbró a grupos como “The Who”, “Kinks”, Animals”, “Small Faces”, “Yadbirds”, “Pretty Things”, “Black Sabbath” o los mismísimos “Rolling Stones” había venido perdiendo  mecha y fuego; la locomotora parecía perder fuerza, para estos nuevos músicos; algunas de las estrellas de aquella época habían periclitado temprano y entregado sus banderas; los grupos emergentes no transigían y veían en ciertas bandas como Led Zepelín y Pink Floid, la representación musical y estética de los hijos adocenados del viejo y agonizante imperio. El modo de vida de las superestrellas, tan alejado de la realidad de las calles de los barrios proletarios, establecía un divorcio entre aquella vida suntuaria sumado a el “esoterismo” de su arte y la dura realidad del momento; de alguna manera constituía una burla al  dietario cotidiano de miles de jóvenes que nadaban en una corriente de malestar. Aquellos working man class hero (héroes de la clase trabajadora)  de la canción de Lennon, y que en algún momento representaron sus ideales y sus sueños; se habían confundido, habían perdido la ruta en medio de orgías y bacanales de drogatas. El poder, siempre fascinado por la libertad y el libertinaje de los trovadores modernos comenzaba a fagocitar ya, desde un principio, todo lo que de pura rebeldía y anarquía podría florecer en el campo de la música; la nobleza decadente, sabía que aquella música era un arma de doble filo, y tal vez, esa tentación de fuerza, vitalidad y juventud, establecía una relación de mutua corrupción. Al cuerpo de la vieja Britania siempre le ha gustado coquetear con las drogas duras; desde la guerra del opio (1839/1842) , hasta la heroína en los backstages de los grandes conciertos. Se comienza flirteando con los músicos, luego se pasa fornicar con las groupies, hasta que se termina con hipodérmicas que pinchan la vena azul; para terminar perdiendo las buenas costumbres de la City. Por lo tanto, seamos realistas, estas mutuas corrupciones y capitulaciones, venían de parte y parte.

   Nuevos grupos alejados del star sistem musical, promovieron un cisma y una corriente rupturista al interior de la nueva música británica. Al contrario de las supernovas musicales de aquella época. Estos artistas constituían el lumpenproletariat de las clases musicales; no habitaban castillos en Escocia; Vivian en apartamentos de protección social en barrios obreros como Benwell Road, comunidades del sur como Brixton, o del oeste como Hammersmith, de donde, en mejores épocas y bajo condiciones más adecuadas, habían surgido un David Bowie o un grupo como The Who, respectivamente. Hijos de la clase trabajadora del área metropolitana de Manchester, que por razones de economía, recesión y cambios dramáticos en las políticas sociales orientadas desde el N° 10 de Downing Street (sede del primer ministro británico), estaban avocados a un conflicto que los ponía muchas veces, en la senda de los vertederos de la White Trash. No tenían grandes estudios académicos (la mayoría había sido desterrados de los conservatorios y reformatorios), sus conocimientos musicales eran rudimentarios y en esencia solo querían destruir la escena; y de paso dejar la huella de un atentado simbólico contra el establecimiento.

   El lenguaje corporal de los punks, convivía entre decenas de otras tendencias estilísticas que buscaban acaparar la mirada del público; desde el back to basics (vuelta a lo básico) de los skinhead a la izquierda del espectro; los boneheads a la derecha de esas corrientes, y los supervivientes mods (Modernos) que se anteponían al barroquismo exitoso de los hijos de papi y mami de Carnavy Street. La reivindicación de las botas Martins, camisa Ben Sherman, Levis remangados, cazadoras Harrington, abrigos estilo Crombie por parte de las tribus duras de las derechas gamberras; hasta el bricolaje circense, anárquico y tribal de los punks; pasando por el look obrerista y minimalista de otras tribus urbanas: pulcritud sencilla de clase trabajadora, influenciada por los rude boys jamaicanos y los ritmos reagge y ska. Todo aquello constituía una semiótica  en el campo expresivo de las hordas; lenguaje cifrado, pero a la vez abierto a las influencias, de mucha utilidad para marcar territorios y establecer categorías.

   Cuatro gamberros se encargarían de construir una leyenda:  Steve Jones (21 años, guitarra); Paul Cook (20, batería); Glen Matlock (20, bajo), a quien echaron del grupo en 1977 porque “le gustaban demasiado los Beatles” y fue reemplazado por un tal Sid Vicious quien había sido un fanático del grupo y a quien se le considera el inventor de las delicadas maneras en el baile del pogo; y por ultimo  John Lydon (20, cantante), al que Jones bautizó como Johnny Rotten, (Juanito el Podrido), por su mala relación con la higiene dental, se convertiría en poco tiempo, como escribió Greil Marcus, en “el único cantante verdaderamente aterrador que ha conocido el rock and roll”. Estos inspirados delincuentes,  tras algunas bajas y ajustes conformarían la escuadra sediciosa. En la vida de ellos se podrían sumar decenas de delitos menores, reformatorios, adicciones varias, hogares destruidos; John Lydon dice en sus memorias “La ira es energía”: “…todos éramos mercancías rotas, juguetes dañados” y esa frase resume los orígenes traumáticos de este colectivo musical. Sus letras directas, escupidas como piedras acidas, romperían la cristalería y las porcelanas de la familia real.






   Que una banda tan pobre, limitada musicalmente, pero llena de carisma y energía se enfrentara como en una cruzada contra todo el establecimiento, constituye su verdadera gesta. Fueron contratados y despedidos en menos de seis meses por tres importantes casas disqueras (A&M/EMI/VIRGIN) para evitar inconvenientes y escándalos, previo pago de multas en cifras de libras esterlinas, muy importantes para la época; todo un  récord nunca superado por ninguna agrupación en el campo de la música pop. Aquellos jóvenes en tan poco tiempo (nueve meses dicen algunos, dos años dicen otros)  dejaron una huella generacional para devolver a la juventud un papel protagónico con la toma de riendas de su vida pública y privada, mediante un teatro surrealista que minaba la hipocresía cotidiana de los ingleses; pusieron de nuevo a los jóvenes en la senda de la autoestima, a pesar de su aparente decadencia y su desaliño; alimentaron una corriente de fanzines como un medio alternativo a la gran prensa del sistema, y su grito traspasó las fronteras de la Gran Bretaña, como algo crudo que llamaba a la revuelta. Estas cosas, en esencia constituyen su aporte a la historia del género.

   Dos o tres canciones son lo que considero el legado musical de los Sex Pistols; en esas canciones se resume todo el potencial de la banda; y no es poco para una agrupación que dirigió sus baterías contra la estructura de poder de un país que, a pesar de haber exportado muchos modelos de cultura juvenil al resto del mundo, en su interior, parecía mantener las férreas normas de conducta de un internado.  La gran prensa, que en su momento los declaró enemigos públicos de las tradiciones y las buenas costumbres; esa que los convirtió en chivos expiatorios y materia de escándalo; esa que presionaba en su momento para que su single número uno en las listas de la BBC “Good Save  the Queen” fuese censurado y borrado; ya muchas décadas después, pretende dejar como imagen póstuma,  la cara de hastió de un Sid Vicious en trance de heroína buscando  minimizar el aporte fundamental de un John Lydon, quien a su vez (es necesario recordarlo) consideraba a el periodismo cotilla de aquella época “una gran bolsa de bilis salvaje, vengativa y tendenciosa”. Los escándalos, las miradas furibundas, las peleas contra el público, la invención de los pogos por parte de Sid Vicious, los conciertos sobre yates en el Támesis para huir de la prohibición oficial durante el jubileo de la Reina Madre; la muerte de una de sus musas más emblemáticas y aguerridas: Nancy Spungen en Nueva York en una habitación del legendario hotel Chelsea; el encarcelamiento de Sid en Rikers Island y el suicidio del bajista (todavía no bien dilucidado); son solo la parte negra de la leyenda; esa que vendía más periódicos en Inglaterra que los que se habían vendido en la época del armisticio. Pero creo, que los Pistols representaron algo más importante; fueron la espuma del fermento, la cresta de la ola que teñiría de púrpura su revuelta.

   Sobre lo anterior ya se ha escrito suficiente, como si se tratara de minimizar el mensaje crudo y profundo de aquella poética; como si se quisiera tirar por el excusado el peso de aquel malestar. De cierta manera es la caricatura mediocre para el gran colectivo social. Sin embargo, tiempo después, críticos musicales  como Grey Marcus profundizan  en el panorama sobre el que se fijó la leyenda y escribe un estupendo libro: “Lipstick traces” en donde se insinúan los paralelismos entre los movimientos como el dadaísmo, el surrealismo, el situacionismo, el letrismo y el mayo francés, arriesgando un pedigrí bizarro entre los Pistols y estas corrientes artísticas. Son hipótesis bien fundamentadas sobre las intenciones del grupo como proyecto revolucionario y estético. No estoy de acuerdo en que se le dé demasiado peso a la teoría conspiradora e inspiradora de la propuesta principal a McLaren. Si se investiga en la biografía de un Johny Rotten, llegamos a la conclusión  de que esa meningitis que de niño lo postró por unos años y que le hizo convertirse en un ser distante, ensimismado y amante de los libros, le había llevado por la senda de la literatura. No era el más intelectual del entorno de los Sex Pistols, en donde otros personajes y artistas (además de los músicos) quisieron meter baza; pero era su poeta. Y no un poeta cualquiera, era un poeta airado; el que le dio forma escénica al performance violento de la banda, su frontman maligno, vociferante actor de la crueldad, su fantasma de la ópera. Esto lleva a Greil Marcus a escribir en el libro arriba mencionado, que Johnny Rotten "Cantaba para cambiar el mundo" .

   No era la pose, era el espíritu nihilista, el aliento libertario y primitivo. La intención de volcar un huracán de ira sobre todo el sistema inundado de basuras (que por aquella época enfrentaba las huelgas de los servicios públicos en Londres), su espíritu se habría podido sentir sobre las calles como una garúa sobre las bolsas de desperdicios que apestaban a pescados podridos y manteca rancia. Su cara, como la de Jhon Dillinger, venía marchando como en el poema de Bukowski, aparecía en las páginas de los periódicos amarillos como un delincuente que sonreía a la cara de la peña; los roqueros de aquellas épocas, se apañaban sus instrumentos y sabían librar sus batallas sin caer en la desidia y el derrotismo. Acusado de ser comunista por los fascistas y de ser fascista por los comunistas; tratado con asco por los intelectuales y como el anticristo encarnado en bestia humana, por las comunidades cristianas; Johnny Rotten enseñaba su sonrisa de Rimbaud con viruela, y se carcajeaba: “¿Para qué quiero un publicista si están los idiotas de la prensa?” Desde un principio se negó a ser la muñeca Barbie de una Vivienne Westwood y un McLaren, su muñeco de Haití, o su raterillo de confianza. Para Johnny Rotten, ellos “solo eran unos modistillos ambiciosos…/...Unos mirones que solo querían hacer dinero en el mundo de la moda del fetichismo”.

   Fue el autor de las letras. Esas dos o tres canciones que le son suficientes a un grupo para establecer un punto de quiebre, una ruptura con la tradición; parecerá poco; pero si comparamos la letra de “My Generation” de The Who con “Anarchy in the U.K” la primera parecerá una canción de adolescentes confundidos; la segunda, fue en su momento, todo un manifiesto:







“MY GENERATION”
(THE WHO)

La gente trata de ponernos hacia abajo (Hablando acerca de mi generación)
Simplemente porque viajamos (Hablando acerca de mi generación)
Las cosas ellos las miran con un frío atroz (Hablando acerca de mi generación)
Espero morir antes de envejecer (Hablando acerca de mi generación)

Esta es mi generación
Esta es mi generación, nena…

“ANARCHY IN THE U.K.”
(SEX PISTOLS)
Ahora mismo!
Ha ha ha ha ha ha ha ha ha ha!

Soy un anticristo,
soy un anarquista.
No sé lo que quiero pero sé cómo conseguirlo.
Quiero despedazar transeúntes
Porque quiero ser anarquía!
No al cuerpo perruno!

Anarquía para el Reino Unido.
Estará llegando algún día
y quizá provoco el momento equivocado, detener el tráfico.
Tu sueño del futuro es un proyecto comercial,
porque yo quiero ser anarquía!
En Londres!

   Fueron dos momentos diferentes en el marco temporal de una época. Lo primero era un balbuceo lírico; algo que no lograba romper el saco amniótico de la rebeldía musical; en la segunda canción; la fiera, el homúnculo estaba afuera; Johnny Rotten, que imitaba a un jorobado de Notre Dame o un Ricardo Tercero borracho y con los ojos desorbitados gritaba:

Good save the Queen
(Dios salve a la reina)

Dios salve a la reina
Al régimen fascista.
Hicieron de ti un idiota
Un hombre bomba en potencia

Dios salve a la reina
Ella no es un ser humano
No hay ningún futuro
En el sueño de Inglaterra

Que no te digan lo que quieres
Que no te digan lo que necesitas
No hay futuro
No hay futuro
No hay futuro para ti
............
Cuando no hay futuro
¿Cómo puede aún haber pecado?
Somos las flores
En el tacho de basura
Somos el veneno
En su máquina humana
..........
No hay futuro
No hay futuro para ti
No hay futuro para mí.

   La sofisticación de Sympathy for the Devil de los Stones, ya había demolido algunas puertas secretas en la estructura del castillo, en un viaje a las profundidades de la psique humana. Los Stones habían entrado a la fortaleza; duendes perversos, Doppelgängers de fantasmas victorianos, Poltergeist ruidosos; que, poco a poco, pasaron a ser sus habitantes, como uno de Los otros. The Sex Pistols, como vándalos en asonada guerrera, pusieron las cargas de explosivos para la ruptura del dique que irrigaba la comarca, con su gira Anarchy tour. Ningún grupo fue tan boicoteado y perseguido; a la vez, los Pistols dieron una lección de resistencia utilizando las armas de la propaganda, y por ello, más que por cualquier otra cosa, marcaron un hito en la historia de la música popular y del rock en particular.

   Confrontar a todo el establecimiento del Reino Unido, fue una gesta simbólica en el plano de la música. El poder de los hombres contra el poder de las cosas diría Phillipe Manoeuvre citado en el libro de kreimer “Punk, la muerte joven”. Su derrota, frente a la gran máquina, perpetuaría su leyenda. 

   Al interior del grupo, también se desarrollaba un intenso conflicto que aceleró su caída. Dos versiones cinematográficas del mismo, nos dan luces sobre las intenciones de unos y de otros. The Great Rock and Roll Swindle (la gran estafa del rock an roll)  y The Filth and the Fury  (La mugre y la furia) de Julien Temple, son las dos caras de la moneda en disputa; la primera versión es la parodia-decálogo de McLaren, sobre como construir un grupo musical y vendérselo a las disqueras; sacar dinero del caos. Al mismo tiempo es una sátira brutal contra Johnny Rotten. La segunda versión es más ecuánime y da voces a los músicos; pero a mi parecer, escora en favor de Sid Vicious en detrimento de Johnny Roten. Al final, este último definiría este duelo con sus libros “Rotten. No Irish, no Blacks, No Dogs” en donde patearía algunos traseros. Y el segundo “La ira es energía” en donde desacraliza el mito y la leyenda, para recapitular en  plan de balance sobrio; afina sus dardos conceptuales y como viejo guerrero, muestra las heridas para entregar el testigo a las nuevas generaciones.

   Por estas razones, la historia de Sex Pistols es también, la dura crónica de una guerra entre el empresario manipulador, y el artista; entre el genio maligno del publicista que como divisa tiene cash from chaos (sacar dinero del caos), y la osadía luciferina del cantante quien apunta a la estructura simbólica del imperio. Al final es solo eso, un campo de batalla sobre el escenario del mercado; el espectáculo del capitalismo en donde solo queda en pie quien sepa utilizar todas sus trampas. A pesar de que en la prensa, con el paso de los años, pareciera ganar el empresario mediante una simplificación que divierte a la masa;  para el amante del rock autentico, pesa más la actitud y la osadía poética de aquellos jóvenes artistas.

   La actitud punk resurge de tanto en tanto, es anarquismo en estado musical, que saludablemente sacude todo lo que aparentemente quiere instalarse en el cuerpo social del imperio periclitado. Si antes la rebeldía tomaba un sentido de lucha de clases con tintes reivindicativos; una década larga después, toma la forma del despreció por una sociedad de consumo que te instala en la mediocridad. Desde el irónico Money for nothing de unos Dire straits, hasta el preámbulo literario de una emblemática obra de los ochenta; sorprendente relato de perdedores drogadictos en los suburbios de Edimburgo en Escocia:

“…No te dejarán hacerlo. No te dejarán hacerlo, porque lo verían como una señal de su propio fracaso. El hecho de que simplemente elijas rechazar lo que tienen para ofrecerte. Elígenos a nosotros. Elige la vida. Elige pagar hipotecas; elige lavadoras; elige coches; elige sentarte en un sofá a ver concursos que embotan la mente y aplastan el espíritu, atiborrándote la boca de puta comida basura. Elige pudrirte en vida, meándote y cagándote en una residencia, convertido en una puta vergüenza total para los niñatos egoístas y hechos polvo que has traído al mundo. Elige la vida. Pues bien, yo elijo no elegir la vida. Si los muy cabrones no pueden soportarlo, ése es su puto problema. Como dijo Harry Lauder, sólo pretendo continuar así hasta el final del camino…!”  Irvine Welsh/ “Trainspooting”

   Y no es un vaivén; es un ciclo en donde la conciencia de la juventud se sacude antes de entrar en la cuadricula; una última pelea antes de entrar en los pasillos del sanatorio; última borrachera antes de entrar en el panóptico. Teddy boys, mods, hippies radicales, suedeheads, skins, punks, hoolligans, tribus rebeldes de la conciencia de la Gran Britania; cada diez años resurgen como un salpullido que solo se cura con el tiempo, los hijos, las hipotecas, los abogados, el método Ludovico y cierta madurez cínica. Su ambiente cambia, desde los inviernos de las huelgas, para décadas después, resurgir contra el hiper consumismo de la Cool Britania; mal necesario, para la salud de una sociedad en conflicto que muestra lo más oscuro de su imagen; la máscara deformada de sus guerras, las contradicciones irreconciliables entre su riqueza y su miseria, y de alguna manera, se constituyen en la legión paranoide de su esquizofrenia.