jueves, 24 de agosto de 2017

EL "FASCISTA" COLOMBIANO SE ENCUENTRA CON LA MADREMONTE







EL "FASCISTA" COLOMBIANO SE ENCUENTRA CON LA MADREMONTE

Por:
Omar García Ramírez





"El hecho de que los usos, actos y opiniones de la clase ociosa acomodada adquieran, para el resto de la sociedad, el carácter de canon prescriptivo de conducta añade peso y alcance a la influencia conservadora de esa clase. Obliga a todas las personas que cuidan de su reputación a seguir su ejemplo. Así ocurre que, por virtud de su posición elevada en cuanto encarnación de las buenas formas, la clase adinerada viene a ejercer en el desarrollo social una influencia retardataria mucho mayor de la que correspondería a su simple fuerza numérica. Su ejemplo prescriptivo opera en el sentido de robustecer, en gran medida, la resistencia de todas las demás clases contra cualquier innovación y de fijar los efectos de los hombres en las buenas instituciones que les han sido trasmitidas por una generación anterior."

Teoría de clase ociosa
Thorstein Veblen



"El verdadero problema de la guerra (la guerra moderna)
es que no da a nadie la posibilidad de matar a la gente indicada"

Ezra Pound




El fascista” colombiano, imbricado en la masa popular como un fermento que creciera dentro de la rancia herida de la guerra civil.  Hace crecer el pan amargo de la política colombiana. (imperfecto como crisálida que extiende las alas de la mariposa negra Ascalapta adorata sobre el cementerio de la memoria, canto luctuoso sobre el sepulcro de la justicia).

Me refiero al fascista de choque, de debate y de columna; el que inspira y da fuelle al camisita parda, el sansculotte de derechas…no al fascista de alcurnia, biblioteca y hacienda en la sabana. Este último juega el ajedrez del poder desde los altos lobbys mediante sus representantes en los cuerpos colegiados: los políticos de profesión, los que reparten las canonjías, las embajadas y los ministerios; los refinados en las artes del soborno Odebrecht. Los que tienen un master en las cuentas de los paraísos fiscales. El pequeño “fascista” colombiano defiende el sistema a ultranza, en batalla campal de ideas y opiniones; como si este sistema requiriera de su defensa, como si este sistema requiriera de sus ideas, como si este sistema requiriera de sus discursos; panegíricos y loas, rasgadura de vestiduras, ajuste de cuentas con los que vienen cruzando el río desde la otra orilla.

El superfluo fascista colombiano esta empapado de propaganda y además, es un agitador de importancia. Caja de resonancia, eco urbano de los potentados y los terratenientes. El que malvive en tres metros cuadrados, el sin tierra; sin finca, sin parcela. El que a duras penas paga su hipoteca y con dolor llega a fin de mes. reproduce el discurso de los políticos que representan a la clase más retrógrada. Se ha hecho defensor a ultranza del statu quo. Con vocación de cuerpo  de choque gasta sus energías y talentos ad honorem; no necesita retribución alguna; a pesar de ser un proletario, que cruza los senderos del lumpen proletariat, o empleado a las órdenes de un burócrata de comarca. El energúmeno fascista colombiano ha crecido en el caldo de cultivo de la miseria y la carencia; de allí pareciera surgir su fortaleza. Malvive en la cuerda floja de la precariedad y sin embargo esgrime argumentos como un potentado. Cada quien, para bien o para mal, defiende sus intereses económicos o sociales. En pequeño fascista colombiano no defiende sus propios intereses, sino los intereses de otros, que por cierto, no necesitan que los defiendan ya que hace parte la de la maquinaria política, burocrática y social. Son la encarnación de este aberrado sistema que utiliza la corrupción para perpetuarse en el poder.
A propósito, a estos últimos, los potentados, les dan una risa terrible la algarabía del estúpido “fascista” colombiano. Hablo del “fascista” colombiano, que no es “fascista”, a lo mejor es un defensor de la ideología cavernaria terrateniente.

Aclaro: No me identifico con ninguna ideología. No me he adscrito a partido alguno. No recibo prebenda política, puesto de enchufe, ni cátedra filial partidista; se me podría meter en el saco de los librepensadores anarquistas; también, en algunas oportunidades se me encasilla en el bando de los amoralistas (en el sentido nietzscheano del término). Algunos plumiferos de secta y capilla me endilgan tales títulos; no los reclamo, pero tampoco los rechazo. Una cosa sí está clara: No voy dando mi óvolo a los que se lucran del poder. Ellos ya saben cómo funciona esto, así que no les voy a pulir sus medallas; Ellos saben cómo llenar sus faltriqueras, así que no me voy a poner de gilipollas.

Creo que es momento de equilibrar las cargas. Cuando en un tratado de paz, imperfecto como todos los tratados que se han firmado en el mundo. Un sector radicalizado y en conflicto desea dar el paso y entrar en el marco del juego político, haciendo una apertura en el debate. Es justo que se reconozca esa decisión dándole la importancia que la misma en su esencia configura. Abandonar una guerra requiere de tanto valor como iniciarla; y abandonar las armas para entrar en el debate, requiere de un  cambio de actitud, mentalidad y proyección política. Ese colectivo, lo ha hecho y entra en escena; así que dejemos que planteen sus argumentos; o acaso ¿van a poner mordazas en nombre de la "democracia"?

El “fascista” cavernario colombiano, se opone a este nuevo actor en el escenario de la política. Esta imbuido de una fe mesiánica en la armonía infalible del sistema (Un sistema deformado que apenas alcanza para ser llamado capitalista). Cualquier crítica es tildada de reivindicación, Cualquier disenso se convierte en conato de rebelión contra la maquinaria. Le parece sospechosa actitud, causa infiltrada por los radicales violentos; cualquier objeción al conjunto de la estructura del poder, es considerada conspiración de la guerrilla. Dice Buscar la moderación, pero por las costuras sale a dentelladas la bestia; no la parda; la multicolor. No el  Ubermensh  descendiendo del cordon dorado, sino el  Untermensch aferrado a la soga del odio. El “fascista” colombiano, en su gran mayoría, se agrupa en esa masa fanatizada hacia la derecha. Desconoce la historia del fascismo, no se hace fuerte en la cosecha comunal de un bien común, de una patria, de un tipo racial o de una nueva economía por fuera de la usura; se hace fuerte como colectivo de guiñoles de propaganda en la marea de una vociferación ruidosa y mecánica; en la corriente de un estertor vengativo, enarbolando la bandera de una guerra que no es la suya. Masa combativa y alienada que entona los cánticos marciales coreografiados por las coristas de los señores feudales.

No tiene el estilo desenfadado de los italianos. Ni la rigurosidad de los germanos, mucho menos la flema clasista de los británicos. No, el estoicismo índigo y carpetovetónico del falangista ibérico. Ni siquiera el atildamiento discreto de ciertas castas fascistas de Latinoamérica (no hablo de Bolsonaro, esa variedad carioca del fascista brasileiro). El fascista colombiano está cercano al ruido de la horda; la cumbia, la bachata; el candombe futbolero (Bueno, tampoco nos pondremos refinados y vamos a pedir que una nueva Leni Reinfestald le haga una apología cinematográfica; esto es trópico caliente y duro; aquí no se podría producir “El triunfo de la voluntad” y “Olimpia”; a lo sumo, un documental de rumba carnavalera regada con ron y sangre). Su medio de expresión no está en el cinematógrafo; está en la web más tropibomba, marimondera y verbenera. No pondremos el listón muy alto y no pretenderemos que hayan aquilatado sus aceros ideológicos en "El mito del siglo XX" de Alfred Rosemberg o la "Genealogía de la moral" de Nietzche. Aquí, ese colectivo tribal se alimenta de la prensa más abyecta y la televisión más cutre. Su ordinario “Mein Kampf” son los discursos espurios de los capataces de la politiquería que marcan su accionismo. Y el objeto de su atención cotidiana lo definen los tuwits de la caterva de Ramapithecus que señalan las tendencias.

Mediático por naturaleza, le encanta el linchamiento virtual y la lapidación en red social. Solo en la refriega, se siente desamparado y busca los escampaderos que le proporcionan el anonimato del hampa y la canalla. Ataca en horda de reality y tiene como su adalid a un personaje que encarna la excelsitud de la medianía. Terrateniente politiquero a quien se le prende velas y se le reza. Porque el pequeño “fascista” colombiano, (en eso, concuerda con todos las familias de fascistas), requieren de un líder, más que de un orientador; un capataz que dé continuidad a esa tradición de esclavitud moral cuyas raíces se encuentran en la colonia. El chasquido del látigo sobre sus espaldas; arenga disparada desde una tribuna virtual o televisiva que opera como una orden.
Se regodea además, en el fracaso de proyectos populares que perdieron su alternativa por la ineptitud y la corrupción de sus dirigentes. Ahora critica y se pone duro frente a las masas de desplazados que huyen de la crisis social de países vecinos; ignorando que esos desplazados, son los mismos nacionales que en décadas pasadas cruzaron las fronteras huyendo de la violencia desatada por las plutocracias nativas sobre nuestros surcos de dolores.

El zombificado “fascista” colombiano matonea y arremete. Ha pasado la orgía de sangre;  ha quedado con el sabor de la resaca. Sabe que esos que actuaron en la guerra de los campos, eran la gleba embrutecida bajo las órdenes de sus capataces. Esos que estaban en la primera línea, eran la carne de cañón de los feudales que peleaban su pequeña guerra de provincias. Esos que carneaban y desollaban en las trincheras, eran las hordas de la Colombia profunda, capitalizados y alienados por los líderes de los emporios de la guerra y el crimen. En las ciudades el cómodo "fascista" se daba a la guerra mediática y al conflicto político. El amanerado “fascista” se escondía tras las columnas del castillo de la "democracia". No lo tocaba el horror de las comunidades fronterizas; refractario a la realidad de la violencia y a salvo, continuaba lanzando sus arengas desde las tribunas del patrioterío mediático.
Ahora, con los cambios en el escenario, no se siente a gusto. Vocifera contra las reformas que podrían en algún momento hacer más llevadera su propia miseria, y la de miles de colombianos.

Pero…
Madremonte viene…
Madremonte viene pisando fuerte; camina lento, mueve la cintura y se bambolea desde la selva…
Hace un gesto quitándose los mosquitos; un hilillo de sabia verde baja por su cuello. Sus ojos de pantera y niebla brillan con esperanza; tiene una nube de lluvia ligera sobre sus costillas morenas. Ella sabe desde donde viene todo esto. Ella sabe que estas son las iras encontradas de un conflicto que ha pervivido por generaciones. Pero mientras una violencia fue ejercida como defensa contra el espolio de sus tierras, la otra es solo producto de una muy bien trazada estrategia de dominación. Mientras una violencia, se originó en la resistencia campesina; la otra se gestó desde un principio en el vientre de la poderosa maquinaria de la guerra y el establecimiento apoyado por la potencia del norte. Mientras una, tiene el aire enrarecido del bandolerismo justiciero; la otra tiene la seña de la violencia del estado. Mientras la una, terminó por alinearse con las corrientes del marxismo ortodoxo y su mesianismo deformado por la burocracia y el colectivismo; la otra siempre, desde un principio, se apoyó en la usura y el capital.

Un sector social alzado en rebelión, representa lo rural y camina hacia la plaza pública sin armas. La otra violencia todavía no desarmada (ya que es la esencia del estado burgués terrateniente) sigue en pie de guerra. Como escritor no puedo prestar mi tribuna al poder. El poder ya tiene sus tribunas: decenas, cientos de ellas. Sus panegiristas, sus adalides, sus cides campeadores, sus escritores de columna y fuego; sus saltimbanquis guerreristas, sus académicos de moralina cívica y "democrática". Además tiene a una amplia comunidad de fanáticos en sus filas. ¿Para qué más?. Se me dirá que debo exponer mis puntos de vista críticos frente a Los otros. Respondo: lo he hecho, y siempre lo haré. No tengo compromiso político, o de oficio literario con nadie. No tengo intereses de capital o de filiación sectaria. Hace muchos años trato de vacunarme contra el fanatismo; el de la calle y el de la canalla exquisita, cuya beligerancia es en esencia la misma; solo que esta última, esgrime una batería de discursos de utilería epistemológica con pretensiones literarias.

Pero trato de entender esta nueva forma de la violencia, ya no real; sino simbólica. Las de los perfectos "fascistas" colombianos. Contrapuesta a la resistencia de Madremonte. Su naturaleza de superviviente, que ha enfrentado y resistido a todo lo que ha caído sobre el lodo y la manigua. La Madremonte Viene con tus temblores, sus fiebres, sus hambres, sus actos de violencia ritual. También su luto…Trae lo suyo en una mochila de yute: sus yerbas, sus ungüentos, sus venenos y curares; sus emplastos balsámicos, sus raíces de sol y luna. Deberá curar las heridas propias y las de los atrapados en la contienda. No será fácil, en un país de muerte violenta, el fanatismo alimenta los actos de venganza.
Su único escudo es su valor…
El valor de su gesto, el valor de su nuevo discurso.
Y no se extraña de las campañas amplificadas en la prensa del sistema por el mediático “fascista” colombiano.
Su teatralidad ezquizofrénica, su gritería desbordada.

DEMOS UN PASO ATRÁS, MIREMOS EL BOSQUE…

Habían estado tanto tiempo dándose garrote como a bacalaos en semana santa. Tanto tiempo confrontado en un mundo de símbolos y guerra; en un mundo de economía de exterminio y pobreza. Ellos, tan golpeados, los unos como los otros. Tan airados, unos como los otros. Tan hambrientos unos más que los otros… Ahora tendrán que hacer la mesa de la cena comunal y organizar la fiesta de una vez por todas.  Tendrán que comenzar a preparar los pucheros y las cazuelas, Si quieren dejar espacio y tiempo para que los límites artificiales creados por la propaganda tóxica de los sermoneros de partido; se borren, dando paso a nuevos caminos de renovación social; y ojala, el cielo, deje caer sus bendiciones de agua sobre los campos y las selvas.

Madremonte encarnación de lo telúrico, lo atávico, la naturaleza selvática. La rudeza de lo rural, leyenda de fuego en la manigua. Voces del viento, del agua, de la lluvia.
Pequeño “fascista” colombiano… Dureza de lo urbano, la educación del suburbio, la noche con sus fantasmas de asfalto y ruido de máquinas. La tribuna virtual de las redes de opinión eterizadas bajo electrochoques de odio del sistema.

Dos mitos y visones encontrados en un país fracturado.
Dos heridas que se niegan a cerrar; un sueño místico en la camilla de los heridos.
Dos visiones de lo radical, dos discursos de la intransigencia.
Fragmentos de un cuerpo que aspira a reconstituirse.
El “fascista” colombiano, que no es fascista, sino un fanático politizado dentro del espectro político de la derecha, tendrá que acostumbrarse a que Madremonte baile en este carnaval que recién comienza; es la otra parte del cuerpo lacerado de nuestra sociedad…
Es la otra cara de nuestra historia.
Ha girado con sus manos abiertas para ver de frente hacia el futuro. No va a dar marcha atrás.

Un hombre cansado de la guerra, hace unos años escribió:


"Caminaremos sudorosos en las fiestas del verano.
Mancharemos nuestras camisas de faena
con una cosecha de grillos verdes y  de estrellas…
Los frutos del dolor y el odio no prevalecerán."

jueves, 13 de julio de 2017

Francis Bacon y Walt Disney





Resultado de imagen para FRANCIS BACON


Por: John Berger



Una figura ensangrentada en la cama. Un esqueleto entablillado. Un hombre sentado en una silla fumando. Uno pasa ante estos cuadros como a través de una institución gigantesca. Un hombre gira en una silla. Un hombre con una maquinita de afeitar en la mano. Un hombre cagando.

¿Cuál es el significado de los sucesos que vemos? Las figuras pintadas parecen bastante indiferentes a la presencia o a los apuros de las otras. ¿Lo somos también nosotros cuando pasamos delante de ellas sin inmutarnos? Una fotografía en la que aparece el propio Bacon con la camisa remangada muestra que sus antebrazos guardan un estrecho parecido con los de los hombres que pinta. Una mujer se desliza por una barandilla como lo haría un niño. En 1971, según la revista Connaissance des Arts, Bacon ocupaba el primer lugar entre los diez mejores artistas vivos. Un hombre está sentado, desnudo, con los pies rodeados de jirones de papel de periódico. Un hombre mira fijamente la cuerda de una persiana. Un hombre deposita una camiseta sobre un manchado sofá rojo. Hay muchas caras que se mueven y al moverse dan una impresión de dolor. Nunca ha habido una pintura como ésta. Una pintura que se relacione con el mundo en el que vivimos. ¿Pero cómo? Empecemos con unos cuantos datos:

Francis Bacon es el único pintor británico de este siglo que haya tenido una influencia internacional.

Su obra es notablemente coherente, desde los trabajos más tempranos hasta los más recientes. Uno se encuentra frente a una visión del mundo totalmente articulada.

Bacon es un pintor que cuenta con una técnica extraordinaria, es un maestro. Todo aquel que esté mínimamente familiarizado con los problemas que plantea la pintura figurativa al óleo no puede sino asombrarse ante la manera como Bacon los soluciona. Una maestría tal es el resultado de una gran dedicación y de una lucidez extrema con respecto al medio.

La obra de Bacon ha sido extraordinariamente bien comentada. Escritores como David Sylvester, Cichel Leiris y Lawrence Gowing han hablado con gran elocuencia de sus implicaciones internas. Por “internas” me refiero a las implicaciones de las proposiciones de la obra en los propios términos de ésta.

La obra de Bacon está centrada en el cuerpo humano. Éste suele estar distorsionado, mientras que las ropas o lo que lo rodea no lo está, o lo está relativamente menos. Comparemos el impermeable con el torso, el paraguas con el brazo, la colilla con la boca. Según el propio Bacon, las distorsiones sufridas por el rostro y el cuerpo son la consecuencia de su búsqueda de una manera de hacer que la pintura “llegue directamente al sistema nervioso”. Una y otra vez se refiere al sistema nervioso del pintor y del espectador. Para él, el sistema nervioso es independiente del cerebro. El tipo de pintura figurativa que atrae al cerebro es para Bacon ilustrativa y aburrida.

“Siempre he intentado comunicar las cosas de la forma más directa y más cruda que he sido capaz, y tal vez porque les llegan directamente, porque las comprende directamente, la gente piensa que son horribles.”

Para alcanzar esa crudeza que habla directamente al sistema nervioso, Bacon confía plenamente en lo que él denomina “el accidente”. “En mi caso, considero que todo lo que me ha gustado de verdad ha sido el resultado de un accidente sobre el que he sido capaz de trabajar”

En su pintura, el accidente tiene lugar cuando el artista hace “marcas involuntarias” en el lienzo. Su “instinto” encuentra entonces en ellas una manera de desarrollar la imagen. Una imagen desarrollada es aquella que es al mismo tiempo real y sugerente para el sistema nervioso.

Francis Bacon, Estudio de tres cabezas (1962) - MoMa  Read more: http://bibliotecaignoria.blogspot.com/#ixzz27cSUu6hr
Francis Bacon, Estudio de tres cabezas (1962) - MoMa


“¿Acaso no desea uno que las cosas sean lo más reales posible, pero al mismo tiempo profundamente sugerentes o profundamente reveladoras de unas áreas de la sensación diferentes de la mera ilustración del objeto que te propones hacer? Al fin y al cabo, ¿no es en eso en lo que consiste el arte?”

Para Bacon el objeto “revelador” es siempre el cuerpo humano. El resto de las cosas que aparecen en su pintura (sillas, zapatos, persianas, interruptores de la luz, periódicos) están sólo ilustrados. “Lo que quiero hacer es distorsionar la apariencia de la cosa, pero restituyéndola en esa distorsión a una narración de la apariencia.”

Si lo interpretamos como un proceso, veremos que esto significa lo siguiente. La apariencia de un cuerpo sufre el accidente de las marcas que se le infligen involuntariamente. Su imagen distorsionada llega entonces directamente al sistema nervioso del espectador (o del pintor), quien vuelve a descubrir la apariencia del cuerpo a través o por encima de las marcas que sufre.

Además de las marcas infligidas por accidente en el acto de pintar, hay a veces marcas pintadas en un cuerpo o en un colchón. Éstas son huellas, más o menos obvias, de fluidos corporales: sangre, semen, tal vez excrementos. Cuando aparecen, estas manchas del lienzo son como manchas en una superficie que ha tocado realmente al cuerpo.

El doble sentido de las palabras que Bacon ha utilizado siempre para hablar de su pintura (accidente, crudeza, marcas), e incluso tal vez el doble sentido de su apellido,* parece formar parte del vocabulario de una obsesión, de una experiencia que probablemente data del inicio de su timidez. El mundo de Bacon no ofrece alternativas ni salidas. No existe en él la conciencia del tiempo ni la del cambio. Muchas veces Bacon empieza a trabajar en un cuadro partiendo de una imagen fotográfica. La fotografía registra un momento. En el proceso de la pintura, Bacon busca el accidente que convierte ese momento en todos los momentos. En la vida, el momento que descubre todos los momentos pasados y venideros suele ser por lo general un momento de dolor físico. Y el dolor puede ser el ideal al que aspira la obsesión de Bacon. Sin embargo, el contenido de sus cuadros, el contenido que constituye su atractivo, tiene muy poco que ver con el dolor. Como suele suceder, la obsesión es una distracción, y el contenido real reside en otra parte.

Se dice que la obra de Bacon es una expresión de la angustiosa soledad del hombre occidental. Sus figuras están aisladas en vitrinas de cristal, en arenas de color puro, en habitaciones anónimas o incluso en sí mismas. Su aislamiento no nos impide verlas. (La forma tríptico, en la que cada figura está aislada en su propio lienzo pero sin dejar de ser visible para las otras, es sintomática.) Las figuras de Bacon están solas, pero carecen de toda intimidad. Las marcas que muestran, sus heridas, parecen autoinflingidas, aunque en un sentido especial. No por un individuo concreto, sino por la especie, el hombre, porque en tales condiciones de soledad universal, la distinción entre el individuo y la especie pierde su significado.

Bacon es lo opuesto a uno de esos pintores apocalípticos que esperan que ocurra lo peor. Para Bacon, lo peor ya ha ocurrido, y no tiene nada que ver con la sangre, las manchas, las vísceras. Lo peor es que se haya llegado a considerar que el hombre es un ser con inteligencia.

Lo peor ya había sucedido en la Crucifixión de 1944. Ya aparecen aquí los vendajes y los gritos, como también la aspiración hacia un dolor ideal. Pero los cuellos terminan en bocas. La parte superior de la cara ha desaparecido. Falta el cráneo. Posteriormente, lo peor se evoca de una manera más sutil. La anatomía permanece intacta, y la incapacidad del hombre para reflexionar se sugiere mediante lo que sucede a su alrededor y por su expresión, o la carencia de ésta. Las vitrinas de cristal, que contienen a los amigos o a un papa, recuerdan aquellas que sirven para estudiar el comportamiento de los animales. Los decorados, los trapecios, las barandillas, las cuerdas, se parecen a los accesorios que se ponen en las jaulas de los animales. El hombre es un mono infeliz. Pero si se da cuenta de ello, deja de serlo, Y por eso es necesario mostrar aquello que el hombre no sabe. El hombre es un mono infeliz sin saberlo. No es el cerebro, sino la percepción, lo que separa a las dos especies. Este es el axioma en el que se basa el arte de Bacon.

Durante los primeros años de la década de 1950, parecía que Bacon estaba interesado en las expresiones faciales. Pero, según él mismo admitía, no por lo que expresaban en sí mismas.

“En realidad, quería pintar el grito más que el horror. Y creo que si realmente hubiera pensado en qué es lo que hace que alguien grite'—el horror causante del grito—, los gritos que intentaba pintar habrían sido mucho más logrados. De hecho, eran demasiado abstractos. Originariamente empecé a pintarlos llevado por esa conmoción que siempre me han causado los movimientos y la forma de la boca y los dientes. Podríamos decir que me gusta el brillo y el color que sale de la boca, y en cierto sentido, mi deseo siempre ha sido el ser capaz de pintar bocas como Monet pintaba puestas de sol.”

En los retratos de amigos, como en el de Isabel Rawsthorne, o en algunos de los autorretratos más recientes, uno se enfrenta con la expresión de un ojo, a veces de dos. Pero estudiemos esas expresiones, leámoslas. Ninguna de ellas es autorreflexiva. Los ojos miran desde su condición, estúpidamente, hacia afuera, hacia lo que los rodea. No saben lo que les ha sucedido; y en su ignorancia reside su patetismo. ¿Pero qué es lo que les ha sucedido? El resto de sus rostros están contorsionados con expresiones que no son suyas, con expresiones que, en realidad, no son tales (porque tras ellas no hay nada que expresar), sino que son.

No del todo por accidente, sin embargo. El parecido permanece, y en esto Bacon emplea toda su maestría. Normalmente, el parecido define el carácter, y el carácter en el hombre es inseparable de la mente. Esta es la razón por la que algunos de estos retratos, sin precedentes en la historia del arte, pese a no ser nunca trágicos, llegan a causar una gran obsesión. Vemos el carácter como el molde vacío de una conciencia que está ausente. De nuevo aquí, lo peor ya ha sucedido. El hombre vivo se ha convertido en su propio espectro carente de inteligencia.

En las grandes composiciones figurativas, en las que hay más de un personaje, la falta de expresión se combina con la total carencia de receptividad de las otras figuras. Todas ellas se están continuamente demostrando unas a otras que no pueden tener expresión alguna. Sólo permanecen las muecas.

La manera como Bacon percibe el absurdo no tiene nada en común con el existencialismo o con la obra de un artista como Samuel Beckett. Este último concibe la desesperación como resultado de cierta discusión interna, como resultado de intentar desenmarañar del lenguaje todas las respuestas dadas convencionalmente. Bacon no se cuestiona nada, no desenmaraña nada. Acepta que lo peor ha sucedido.

La falta de alternativas que entraña su visión de la condición humana se refleja en la falta de un desarrollo temático en su obra. Durante treinta años toda su evolución se ha centrado en el aspecto técnico de enfocar lo peor cada vez más nítidamente. Lo logra, pero al mismo tiempo esa reiteración hace que lo peor sea menos creíble. Esta es la paradoja del artista. A medida que pasas de una a otra sala, empiezas a comprender claramente que puedes vivir con lo peor, que puedes seguir pintándolo una y otra vez, que puedes convertirlo en un arte cada vez más elegante, que puedes ponerle terciopelo y marcos dorados, que otra gente lo comprará para colgarlo en las paredes de sus comedores. Empieza a parecer que Bacon es un charlatán. Pero no lo es. Y la fidelidad que guarda para con su propia obsesión garantiza que la paradoja de su arte produzca una verdad coherente, aunque no sea la verdad que él se propone.

El arte de Bacon es, en efecto, conformista. No es con Goya o con el primer Eisenstein con quienes debe ser comparado, sino con Walt Disney. Ambos hombres, Bacon y Walt Disney, se plantean el comportamiento alienado de nuestras sociedades; y, cada cual de una forma diferente, convencen al espectador de que lo acepte como es. Disney consigue que el comportamiento alienado parezca gracioso y sentimental y, por lo tanto, aceptable. Bacon interpreta ese comportamiento en unos términos según los cuales lo peor que pudiera suceder ya ha sucedido.

El mundo de Disney también está cargado de una violencia vana. La catástrofe última está siempre presente. Sus criaturas tienen personalidad y reacciones nerviosas; de lo que (casi) carecen es de inteligencia. Si ante una secuencia animada de Disney, leyéramos, creyéndonoslo, un pie como Esto es todo lo que hay, la película en cuestión nos causaría el mismo horror que un cuadro de Bacon.

Al contrario de lo que suele decirse, los cuadros de Bacon no comentan ninguna experiencia real de soledad, angustia o duda metafísica; tampoco critican las relaciones sociales, la burocracia, la sociedad industrial o la historia del siglo XX. Para hacerlo tendrían que haberse referido a la conciencia. Lo que hacen es demostrar cómo la alienación puede provocar un anhelo de esa su propia forma absoluta que es la falta total de inteligencia. Ésta es la verdad consecuentemente demostrada, más que expresada, en la obra de Bacon.


En Mirar

Traducción: Pilar Vázquez Álvarez
Imagen: Jean Mohr

jueves, 1 de junio de 2017

BUENA SUERTE CON ESE MURO......



El cineasta Josh Begley y la documentalista Laura Poitras (una de las periodistas que publicó los documentos filtrados de Edward Snowden), crearon el video a partir de más de 200.000 fotografías satelitales tomadas de Google Maps y unidas para dar la impresión de que una cámara viaja a través de ella de punta a punta. “La frontera sur (de EE UU) es un espacio que se ha reducido a metáfora”, escribe Begley en un artículo de The Intercept. "Ya ni siquiera es geográfica. Parte de mi intención es insistir en esa realidad geográfica. Al enfocarse en ese paisaje físico, espero que la audiencia obtenga un mayor sentido de la enormidad de todo esto y tal vez imagine lo que significa ser un blanco político en ese terreno”.
El presidente ha cambiado los detalles del plan como su altura y costo de construcción, pero la meta de obligar a México a pagar por él no ha cambiado. El Gobierno mexicano ha negado en varias ocasiones obedecer a este plan. Desde que Trump anunció el plan en el verano de 2015, varios analistas y políticos han cuestionado su viabilidad, especialmente por su costo. Un estudio realizado por el Washington Post estima un que este sería de aproximadamente 25.000 millones de dólares y no 12.000 millones de dólares como ha dicho Trump. Uno de los factores que aumentaría el costo del muro, según el artículo, son las zonas montañosas, las que están divididas por el Río Bravo o cerca de los océanos Pacífico y Atlántico.


miércoles, 31 de mayo de 2017

POR QÚE NOS HACE FALTA LA POESÍA/ ANDREA BAJANI





Muse et grifo


Por: Andrea Bajani

Día tras día, el hombre construye recintos para que el resto de los hombres pueda pastar con seguridad en su interior, y a eso lo llama sociedad. Los poetas saltan por encima de la valla y luego siembran el pánico entre los demás mamíferos que deambulan mansos por ahí. Y cuando se marchan, el desasosiego corre por el cuerpo de quienes se quedan como sangre envenenada que entrará a degüello en sus venas. En las novelas de Roberto Bolaño los poetas son individuos peligrosos. Ponen patas arriba las ciudades, hacen empalidecer de miedo a los ciudadanos. Los poetas de Bolaño son aventureros, criminales, bravucones, vándalos. Siempre fuera de la ley. En las novelas de Bolaño, las ciudades se ven desestabilizadas por los poetas. Porque tienen ojos que causan temor. Entre las páginas de Los detectives salvajes se mueven hordas de desadaptados. Auxilio Lacouture, la “madre de la poesía mexicana”, Arturo Belano, Ernesto San Epifanio, León Felipe. Lo que se siente, en cada página, es el temblor de una época, por encima incluso de una ciudad. La Ciudad de México se encierra en casa, porque detrás de las ventanas están ellos. Y de los poetas no cabe esperar nada bueno. En Estrella distante, acaso el más desgarrador de los libros del chileno, hay un poeta, Carlos Wieder, que considera la tortura una forma suprema del arte. Y en Nocturno de Chile, el crítico literario Sebastián Urrutia Lacroix encuentra a un joven poeta en el umbral que desbarata su vida “en una sola noche relampagueante”: “de pronto ha llegado a la puerta de mi casa y sin mediar provocación y sin venir a cuento me ha insultado”. El crítico literario elude la confrontación (“Eso que quede claro. Yo no busco la confrontación [...] Soy un hombre razonable. Siempre he sido un hombre razonable”). El poeta echa abajo la verja de la sensatez, que no es otra cosa que la razón cuando se convierte en un extintor para apagar incendios.
Entre las muchas intuiciones de Bolaño, la del poeta como sujeto subversivo es la más devastadora, la que sigue ardiendo en las páginas de Amuleto2666Putas asesinas. Lejos de la idea reciclable del poeta como una entidad residual y a fin de cuentas (vuelta) inofensiva, los poetas de Bolaño no tienen miedo a morir simplemente porque no buscan el consenso de la Historia. Bolaño se inició como poeta y siempre se consideró tal, y en uno de sus poemas –“Sucio, mal vestido”– habla de los caminos que recorren los perros, “allí donde no quiere ir nadie”. Es “un camino que solo recorren los poetas / cuando ya no les queda nada por hacer”. Los poetas no siguen las indicaciones, no obedecen las instrucciones trazadas por la Historia, que es la forma más violenta de la sensatez. La Historia, parece querer decir Bolaño, es la razón cuando se convierte en un par de esposas para asegurar detrás de la espalda las muñecas de la imaginación.
La poesía, por lo demás –como nos dice el nobel Joseph Brodsky en Conversations– “es una suerte de desviación con respecto a la habitual forma obediente de pensar”. Brodsky fue deportado por la misma razón por la que escribió poemas: “cualquiera que se esfuerce por crear en su interior su propio mundo independiente está destinado tarde o temprano a convertirse en un cuerpo extraño en la sociedad y a verse sometido a todas las leyes físicas de la presión, de la compresión y extrusión”. La Historia proporciona seguridad al hombre, el poeta transita por senderos no hollados, abre grietas en los mapas. En esos senderos se topa con los perros, pero también con hombres y mujeres que se han extraviado o que han tratado de adentrarse en esos mismos páramos, entre esos mismos arbustos. Poseen versos que compartir, con los que alimentarse en el bosque: “Las personas interesadas en la poesía –escribe Brodsky– tratan simplemente de satisfacer sus propias necesidades o intereses, digamos, por medios que no son proporcionados por el Estado.” Y el Estado, el brazo organizado de la Historia, opone su sensatez. Ósip Mandelshtam fue detenido y asesinado por sus versos. Lo que da miedo no es que hubiera bautizado a Stalin, en un célebre poema, como “el montañés del Kremlin” sino que hubiera escrito, en un verso feroz y hermosísimo, “cada muerte es una fresa para la boca” del dictador georgiano. La ferocidad y el candor son las armas de los poetas.
En una época como esta en la que el storytelling, la narración, se ha convertido en sinónimo de persuasión, es decir, en una rama de la comunicación y la política, no queda otra que la poesía vuelva a ser nuestro bien más valioso y nuestra arma más eficaz para defendernos de la sensatez de la Historia. Para echar abajo el vallado de las narrativas opuestas a otras narrativas: Europa, isis, la seguridad, la familia. En un momento como este, en el que prevalece la emergencia, es decir la urgencia de respuestas a preguntas que nadie ha formulado, la poesía es el medio que tenemos para volver a desestabilizar planteando preguntas. Es una época de las respuestas, esta que vivimos, y estamos llenos de preguntas sofocadas dentro de nuestro pecho. No hay nada más urgente que una pregunta ingenua, escribió Wisława Szymborska. La pregunta que se interesa por las razones del fuego, y no una boca de incendios que lo sofoque con la impetuosa represión de un fuerte chorro de agua. Los poetas de Roberto Bolaño deambulan por las ciudades de Latinoamérica propagando miedo y desasosiego debido a las armas que llevan. Son una pesadilla, pero, como escribe Cees Nooteboom en Tumbas de poetas y pensadores (Siruela, 2007, traducción de María Cóndor): “las personas no pueden vivir sin sueños peligrosos e inesperados”. Los realvisceralistas de Bolaño no llevan pistolas en sus bolsillos, sino versos, pero es suficiente para sembrar el pánico. Porque eso significa que tienen los bolsillos de los pantalones y de las chaquetas llenos de signos de interrogación, que son la munición más insidiosa para la sensatez de la Historia. El signo de interrogación, esa marca de puntuación que, como escribe Alberto Manguel en Curiosidad. Una historia natural (Almadía, 2015, traducción de Eduardo Hojman), es la “representación visible de nuestra curiosidad” y se encuentra al final de una frase como para “desafiar el dogmático orgullo”. Son las preguntas incómodas de los niños, que piden al ¿por qué? que se convierta en la ficha que pone en marcha el carrusel de las cosas, y a quienes las respuestas no dejan satisfechos. Los niños no son conscientes de la narración porque a menudo no llegan al final de una frase, pero dentro de esa frase desarticulan el mundo, lo descomponen y lo vuelven a montar de un modo que nunca habíamos visto. En el fondo, los temibles poetas de Bolaño no son más que niños. Y los niños desconocen la sensatez de la Historia, que es una respuesta práctica en la que hoy ya no cree nadie. El resultado son grandes cajas repletas de signos de interrogación metidas en el sótano –lleno de cosas viejas, consideradas ya caducas– que tarde o temprano una fuga de agua inundará y que pocos recuerdan haber guardado. La Historia proporciona, en nombre de la seguridad, recintos en los que nadie quiere ya entrar. “Por su propia seguridad”, repite con un mantra amplificado el miedo. La poesía, en cambio, como escribe Brodsky, es “la mejor escuela de inseguridad que existe”. Por esa razón, en la inseguridad que nos atenaza, la poesía nos tiende su mano, porque, como prosigue el poeta, “lo que dicen los poemas, en esencia, es: no lo sé”. ~
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Traducción del italiano de Carlos Gumpert.






TOMADO DE: LETRAS LIBRES