martes, 1 de diciembre de 2015

POEMAS UNDERWOOD / MARTIN ADAN (POETA PERUANO)

POEMAS UNDERWOOD (Publicado en "La Casa de Cartón")







Prosa dura y magnífica de las calles de la ciudad
sin inquietudes estéticas.
Por ellas se va con la policía a la felicidad.
La poesía gafa de las ventanas es un secreto de costureras.
No hay más alegría que la de ser un hombre bien vestido.
Tu corazón es una bocina prohibida por las ordenanzas
de tráfico.
Las casas rumian sus paces de buey.
Si dejaras saber que eres un poeta, irías a la comisaría.
Límpiate de entusiasmos los ojos.
Los automóviles te soban las caderas, volviendo la cabeza. Cree tú que son mujeres viciosas. Así tendrás tu aventura y tu sonrisa para después de la cena.
Los hombres que tropiezan tienen la carne encallecida de oficina.
El amor está en cualquier parte, pero en ninguna está de otro modo.
Pasaban obreros con los ojos resentidos con la tarde, con la ciudad y con los hombres.
¿Por qué había de fusilarte la Checa? Tú no has acaparado sino tu alma.
La ciudad lame la noche como una gata famélica.
Y tú eres un hombre feliz, quizá el único hombre feliz.
Tienes camisa y no tienes grandes pensamientos de ninguna clase.
Ahora siento cólera contra los acusadores y los consoladores.
Spengler es un tío asmático, y Pirandello es un viejo estúpido, casi un personaje suyo.
Pero no he de enfurecerme por pequeñeces.
Mil cosas han hecho los hombres peores que sus culturas: las novelas de Víctor Hugo, la democracia, la instrucción primaria, etcétera, etcétera, etcétera, etcétera.
Pero los hombres se empeñan en amarse los unos a los otros.
Y, como no lo consiguen, acaban por odiarse.
Porque no quieren creer que todo es irremediable.
La polis griega sospecho que fue un lupanar al que había que ir con revólver.
Y los griegos, a pesar de su cultura, fueron hombres felices.
Yo no he pecado mucho, pero ya sé de estas cosas.
Bertoldo diría estas cosas mejor, pero Bertoldo no las diría nunca. Él no se mete en honduras -y está viejo, quiere paz y hasta apoya a los moderados.
El mundo no está precisamente loco, pero sí demasiado decente. No hay manera de hacerle hablar cuando está borracho. Cuando no lo está, abomina de la borrachera o ama a su prójimo.
Pero yo no sé sinceramente qué es el mundo ni qué son los hombres.
Sólo sé que debo ser justo y honrado y amar a mi prójimo.
Y amo a los mil hombres que hay en mí, que nacen y mueren acada instante y no viven nada.
He aquí mis prójimos.
La justicia es unas estatuas feas en las plazas de las ciudades.
Ninguna de ellas me gusta ni poco ni mucho -no son diosas ni mujeres-.
Yo amo la justicia de las mujeres sin túnica y sin divinidad.
En punto a honradez, no soy de los peores.
Como mi pan a solas, sin dar envidia a mi prójimo.
Nací en una ciudad, y no sé ver el campo.
Me he ahorrado el pecado de desear que fuera mío.
En cambio deseo el cielo.
Casi soy un hombre virtuoso, casi un místico.
Me gustan los colores del cielo porque es seguro que no son tintes alemanes.
Me gusta andar por las calles algo perro, algo máquina, casi nada hombre.
No estoy muy convencido de mi humanidad; no quiero ser como los otros. No quiero ser feliz con permiso de la policía.
Ahora en las calles hay un poco de sol.
No sé quién se lo ha llevado, qué mal hombre, dejando manchas en el suelo como un animal degollado.
Pasa un perrito cojo -he aquí la única compasión, la única caridad, el único amor de que soy capaz-.
Los perros no tienen Lenin, y esto les garantiza una vida humana pero verdadera.
Andar por las calles como los hombres de Pío Baroja -(todos un poco perros)-.
Mascar huesos como los poetas de Murger, pero con serenidad.
Pero los hombres tienen posvida.
Por eso dedican su vida al amor del prójimo.
El dinero lo hacen para matar el tiempo inútil, el tiempo vacío…
Diógenes es un mito -la humanización del perro-.
El anhelo que tienen los grandes hombres de ser completamente perros. Los pequeños hombres quieren ser completamente grandes hombres, millonarios, a veces dioses.
Pero estas cosas deben decirse en voz baja -siento miedo de oírme a mí mismo-.
Yo no soy un gran hombre -yo soy un hombre cualquiera que ensaya las grandes felicidades-.
Pero la felicidad no basta a ser feliz.
El mundo está demasiado feo, y no hay manera de embellecerlo.
Sólo puedo imaginarlo como una ciudad de burdeles y fábricas bajo un aletazo de banderas rojas.
Yo me siento las manos delicadas.
¿Qué soy, qué quiero? Soy un hombre y no quiero nada.
O, tal vez, ser un hombre como los toros o como los otros.
Tú no tienes las ojeras demasiado grandes.
Yo quiero ser feliz de una manera pequeña. Con dulzura, con esperanza, con insatisfacción, con limitación, con tiempo, con perfección.
Ahora puedo embarcarme en un trasatlántico. E ir pescando durante la travesía aventuras como peces.
Pero ¿a dónde iría yo?
El mundo me es insuficiente.
Es demasiado grande, y no puedo desmenuzarlo en pequeñas satisfacciones como yo quiero.
La muerte es sólo un pensamiento, nada más, nada más…
Y yo quiero que sea un largo deleite con su fin, con su calidad.
El puerto, lleno de niebla, está demasiado romántico.
Citeres es un balneario norteamericano.
Los yanquis tienen la carne demasiado fresca, casi fría, casi muerta.
El panorama cambia como una película desde todas las esquinas.
El beso final ya suena en la sombra de la sala llena de candelasde cigarrillos. Pero ésta no es la escena final. Pero ello es por lo queel beso suena.
Nada me basta, ni siquiera la muerte; quiero medida, perfección, satisfacción, deleite.
¿Cómo he venido a parar en este cinema perdido y humoso?
La tarde ya se habría acabado en la ciudad. Y yo todavía me siento la tarde.
Ahora recuerdo perfectamente mis años inocentes. Y todos los malos pensamientos se me borran del alma. Me siento un hombre que no ha pecado nunca. Estoy sin pasado, con un futuro excesivo.
A casa…



Martín Adán (Lima, 1908 - 1985)

Martín Adán es el seudónimo de Rafael de la Fuente Benavides (1908-1985), uno de los escritores más caracterizados de la literatura peruana del siglo XX. Con La casa de cartón (1928), se pondrá a la vanguardia de la literatura de ese momento. El libro, de prosa lírica, se ha convertido en un clásico de las letras peruanas. Hacia 1931, Martín Adán inicia la escritura de uno de sus poemas mayores, Aloysius Acker. El texto se ha publicado fragmentariamente y en más de una ocasión fue destruido parcialmente por su autor, que lo retomó en otras ocasiones. Paralelamente Martín Adán, que había escrito unos poemas que llamó Underwood en su primer libro, inicia un largo tanteo poético con colecciones de versos como La rosa de la espinela (1939) o Sonetos a la rosa (1941). En esos poemas el autor abandona las formas de vanguardia y tiene un acercamiento a los versos medidos que se convertirán en característicos de su obra posterior. Travesía de extramares (1950) es un libro de importancia crucial en la poesía de Martín Adán. Así el poeta nos entrega un listado de sus preferencias literarias. En 1961, en un breve opúsculo titulado Escrito a ciegas, el poeta llega a una hermosa depuración del lenguaje, abandona los artificios, deja de usar términos rebuscados y llega a una inesperada hondura. En La mano desasida (1961), el poeta desata toda sus inhibiciones, deja de lado toda retórica, para preguntarse por el ser. El poeta cosifica su propio ser y anima el ser de Macchu Picchu. No es casual, que en la raíz de las más importantes obras de Martín Adán esté el fenómeno de la separación o de la muerte. De muchos modos desprendido de los sueños y deseos comunes, Martín Adán tiene con casi todos los peruanos el vínculo del sufrimiento de una sociedad difícil. La diferencia está en que él tiene la voz, la más precisa voz. Martín Adán vivió sus últimos días recluído, por decisión personal, en un hospital siquiátrico de Lima, tras haber intentado en varias oportunidades escapar de un alcoholismo crónico que lo deterioró hasta la muerte.

domingo, 29 de noviembre de 2015

TABAQUERÍA/ FERNANDO PESSOA







Fernando Pessoa
“Tabaquería”


No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.

Ventanas de mi cuarto,
de mi cuarto de uno de los millones de gente que nadie sabe quién es
(y si supiesen quién es, ¿qué sabrían?),
dais al misterio de una calle constantemente cruzada por la gente,
a una calle inaccesible a todos los pensamientos,
real, imposiblemente real, evidente, desconocidamente evidente,
con el misterio de las cosas por lo bajo de las piedras y los seres,
con la muerte poniendo humedad en las paredes y cabellos blancos en los hombres,
con el Destino conduciendo el carro de todo por la carretera de nada.

Hoy estoy vencido, como si supiera la verdad.
Hoy estoy lúcido, como si estuviese a punto de morirme
y no tuviese otra fraternidad con las cosas
que una despedida, volviéndose esta casa y este lado de la calle
la fila de vagones de un tren, y una partida pintada
desde dentro de mi cabeza,
y una sacudida de mis nervios y un crujir de huesos a la ida.

Hoy me siento perplejo, como quien ha pensado y opinado y olvidado.
Hoy estoy dividido entre la lealtad que le debo
a la tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por fuera,
y a la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro.

He fracasado en todo.
Como no me hice ningún propósito, quizá todo no fuese nada.
El aprendizaje que me impartieron,
me apeé por la ventana de las traseras de la casa.
Me fui al campo con grandes proyectos.
Pero sólo encontré allí hierbas y árboles,
y cuando había gente era igual que la otra.
Me aparto de la ventana, me siento en una silla. ¿En qué voy a pensar?
¿Qué sé yo del que seré, yo que no sé lo que soy?
¿Ser lo que pienso? Pero ¡pienso ser tantas cosas!
¡Y hay tantos que piensan ser lo mismo que no puede haber tantos!
¿Un genio? En este momento
cien mil cerebros se juzgan en sueños genios como yo,
y la historia no distinguirá, ¿quién sabe?, ni a uno,
ni habrá sino estiércol de tantas conquistas futuras.
No, no creo en mí.
¡En todos los manicomios hay locos perdidos con tantas convicciones!
Yo, que no tengo ninguna convicción, ¿soy más convincente o menos convincente?

No, ni en mí...
¿En cuántas buhardillas y no buhardillas del mundo
no hay en estos momentos genios-para-sí-mismos soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas
-sí, verdaderamente altas y nobles y lúcidas-,
y quién sabe si realizables, no verán nunca la luz del sol verdadero
ni encontrarán quien les preste oídos?
El mundo es para quien nace para conquistarlo
y no para quien sueña que puede conquistarlo, aunque tenga razón.
He soñado más que lo que hizo Napoleón.
He estrechado contra el pecho hipotético más humanidades que Cristo,
he pensado en secreto filosofías que ningún Kant ha escrito.
Pero soy, y quizá lo sea siempre, el de la buhardilla,
aunque no viva en ella;
seré siempre el que no ha nacido para eso;
seré siempre el que tenía condiciones;
seré siempre el que esperó que le abriesen la puerta al pie de una pared sin puerta
y cantó la canción del Infinito en un gallinero,
y oyó la voz de Dios en un pozo tapado.
¿Creer en mí? No, ni en nada.
Derrámame la naturaleza sobre mi cabeza ardiente
su sol, su lluvia, el viento que tropieza en mi cabello,
y lo demás que venga si viene, o tiene que venir, o que no venga.
Esclavos cardíacos de las estrellas,
conquistamos el mundo entero antes de levantarnos de la cama;
pero nos despertamos y es opaco,
nos levantamos y es ajeno,
salimos de casa y es la tierra entera,
y el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido.

(¡Come chocolatinas, pequeña,
come chocolatinas!
Mira que no hay más metafísica en el mundo que las chocolatinas,
mira que todas las religiones no enseñan más que la confitería.
¡Come, pequeña sucia, come!
¡Ojalá comiese yo chocolatinas con la misma verdad con que comes!
Pero yo pienso, y al quitarles la platilla, que es de papel de estaño,
lo tiro todo al suelo, lo mismo que he tirado la vida.)

Pero por lo menos queda de la amargura de lo que nunca seré
la caligrafía rápida de estos versos,
pórtico partido hacia lo Imposible.
Pero por lo menos me consagro a mí mismo un desprecio sin lágrimas,
noble, al menos, en el gesto amplio con que tiro
la ropa sucia que soy, sin un papel, para el transcurrir de las cosas,
y me quedo en casa sin camisa.

(Tú, que consuelas, que no existes y por eso consuelas,
o diosa griega, concebida como una estatua que estuviese viva,
o patricia romana, imposiblemente noble y nefasta,
o princesa de trovadores, gentilísima y disimulada,
o marquesa del siglo dieciocho, descotada y lejana,
o meretriz célebre de los tiempos de nuestros padres,
o no sé qué moderno -no me imagino bien qué-,
todo esto, sea lo que sea, lo que seas, ¡si puede inspirar, que inspire!
Mi corazón es un cubo vaciado.
Como invocan espíritus los que invocan espíritus, me invoco
a mí mismo y no encuentro nada.
Me acerco a la ventana y veo la calle con absoluta claridad,
veo las tiendas, veo las aceras, veo los coches que pasan,
veo a los entes vivos vestidos que se cruzan,
veo a los perros que también existen,
y todo esto me pesa como una condena al destierro,
y todo esto es extranjero, como todo.)

He vivido, estudiado, amado, y hasta creído,
y hoy no hay un mendigo al que no envidie sólo por no ser yo.
Miro los andrajos de cada uno y las llagas y la mentira,
y pienso: puede que nunca hayas vivido, ni estudiado, ni amado ni creído
(porque es posible crear la realidad de todo eso sin hacer nada de eso);
puede que hayas existido tan sólo, como un lagarto al que cortan el rabo
y que es un rabo, más acá del lagarto, removidamente.

He hecho de mí lo que no sabía,
y lo que podía hacer de mí no lo he hecho.
El disfraz que me puse estaba equivocado.
Me conocieron enseguida como quien no era y no lo desmentí, y me perdí.
Cuando quise quitarme el antifaz,
lo tenía pegado a la cara.
Cuando me lo quité y me miré en el espejo,
ya había envejecido.
Estaba borracho, no sabía llevar el dominó que no me había quitado.
Tiré el antifaz y me dormí en el vestuario
como un perro tolerado por la gerencia
por ser inofensivo
y voy a escribir esta historia para demostrar que soy sublime.

Esencia musical de mis versos inútiles,
ojalá pudiera encontrarme como algo que hubiese hecho,
y no me quedase siempre enfrente de la tabaquería de enfrente,
pisoteando la conciencia de estar existiendo
como una alfombra en la que tropieza un borracho
o una estera que robaron los gitanos y no valía nada.

Pero el propietario de la tabaquería ha asomado por la puerta y se ha quedado a la puerta.
Le miro con incomodidad en la cabeza apenas vuelta,
y con la incomodidad del alma que está comprendiendo mal.
Morirá él y moriré yo.
Él dejará la muestra y yo dejaré versos.
En determinado momento morirá también la muestra, y los versos también.
Después de ese momento, morirá la calle donde estuvo la muestra,
y la lengua en que fueron escritos los versos,
morirá después el planeta girador en que sucedió todo esto.
En otros satélites de otros sistemas cualesquiera algo así como gente
continuará haciendo cosas semejantes a versos y viviendo debajo de cosas semejantes a muestras,
siempre una cosa enfrente de la otra,
siempre una cosa tan inútil como la otra,
siempre lo imposible tan estúpido como lo real,
siempre el misterio del fondo tan verdadero como el sueño del misterio de la superficie,
siempre esto o siempre otra cosa o ni una cosa ni la otra.

Pero un hombre ha entrado en la tabaquería (¿a comprar tabaco?),
y la realidad plausible cae de repente encima de mí.
Me incorporo a medias con energía, convencido, humano,
y voy a tratar de escribir estos versos en los que digo lo contrario.
Enciendo un cigarrillo al pensar en escribirlos
y saboreo en el cigarrillo la liberación de todos los pensamientos.
Sigo al humo como a una ruta propia,
y disfruto, en un momento sensitivo y competente,
la liberación de todas las especulaciones
y la conciencia de que la metafísica es una consecuencia de encontrarse indispuesto.

Después me echo para atrás en la silla
y continúo fumando.
Mientras me lo conceda el destino seguiré fumando.
(Si me casase con la hija de mi lavandera
a lo mejor sería feliz.)
Visto lo cual, me levanto de la silla. Me voy a la ventana.

El hombre ha salido de la tabaquería (¿metiéndose el cambio en el bolsillo de los pantalones?).
Ah, le conozco: es el Esteves sin metafísica.
(El propietario de la tabaquería ha llegado a la puerta.)
Como por una inspiración divina, Esteves se ha vuelto y me ha visto.
Me ha dicho adiós con la mano, le he gritado ¡Adiós, Esteves! , y el Universo
se me reconstruye sin ideales ni esperanza, y el propietario de la tabaquería se ha sonreído.



Poeta, ensayista y traductor portugués nacido en Lisboa en 1888. 
Es la figura más representativa de la poesía portuguesa del siglo XX. Sus primeros años transcurrieron en Ciudad del Cabo mientras su padrastro ocupaba el consulado de Portugal en Sudáfrica.  A los diecisiete años viajó a Lisboa, donde después de interrumpir estudios de Letras alternó el trabajo de oficinista  con su interés por la actividad literaria.
La influencia que en él ejercieron autores como Nietzsche, Milton y Shakespeare, lo llevaron a traducir parte de sus obras y a producir los primeros poemas en idioma inglés. Dirigió varias revistas  y pronto se convirtió en el propulsor del surrealismo portugués.
"Mensaje" fue su primera obra en portugués y única publicada en vida del poeta. Parte de su obra está representada por los numerosos heterónimos creados durante su vida, siendo los más importantes  Alvaro de Campos, Ricardo Reis y Alberto Caeiro.
Falleció en Lisboa en 1935.


martes, 15 de septiembre de 2015

INVITACIÓN AL PARNASO






“INVITACIÓN AL PARNASO”


(Omar García Ramírez)



"Neither a servant nor a master I,
I take no sooner a large price than a small price, I will have my
own whoever enjoys me,
I will be even with you and you shall be even with me".

A SONG FOR OCCUPATIONS.


Walt Whitman




¿Por qué debería preocuparme por la posteridad? ¿Qué ha hecho la posteridad por mí?


Groucho Marx


We have seen the best minds of our generation

destroyed by boredom at poetry readings.

POPULIST MANIFESTO

Lawrence Ferlinghetti










Recibí un par de e-mails en mi computador.


Y al buzón de mi apartamento, llegó una extensa carta en sobre de manila.


Se me invitaba a entrar en el Parnaso.


Debía tener algunas referencias.


Adjuntar algunos títulos; notas bibliográficas,


y un cheque con sello de banco respaldando una cifra interesante…



Revisé bien. Que no fuese un error.


Nunca me he postulado para tales dignidades.


No participé de ningún club con este nombre.


Nunca fui de buen recibo en ciertos círculos literarios.


(Los únicos círculos que aspiraba trasegar eran algunos del inferno nombrados por Dante Alighieri en su Divina Comedia).


No sé muy bien por qué…

Pagué mis cuentas de borracho.

Nunca cacé musas de pluma dentro de sus territorios; además, el talento femenino en estos bosques casi siempre va acompañado de una fealdad virtuosa...

Por esta razón, busqué la poesía y la belleza en otros cotos.

No sableé, y resistí con estoicismo los mandobles al cuello de una buena fracción Des poetariat


Abordé con paciencia los novelones de los bestselleros y de los cuenteros de carrilera.

Leí sus libros, poniendo en riesgo mi salud mental, mi digestión, mi sueño.

No me alineé con ningún petit comité; no lideré ninguna facción sediciosa de la intelligentsia.

No hice proselitismo de mi luciferismo Golden Dawn.

No hice ostentación de mi alquimia personal.

No milité en ninguna célula académica o corporativa.

No recibí prebendas de la nomenklatura, ni cadeaux del stablishment.

No fui seleccionado para ninguna antología.

 

Tampoco quise antologizar para incluirme.

 

No estoy en la polvorienta y ruinosa biblioteca del archivista… 

(Afortunadamente, mis libros han sido molidos entre las manos resinosas de los

cultores de la Dama de los cabellos ardientes... 

Quemándose viven y fumándose en yerba, arden).   


Compartí mi Maryjean; fui generoso con mis pepas de prescripción viciátrica y mis cartoons ácidos de nube lisérgica;
mi aguardiente de mandrágoras, mi vino de amapolas.

Ejercí la ironía en los límites de una caballerosidad británica

y el humor negro dentro de los cánones de la poética irlandesa.

Pero, para ser estricto
siempre estuve dentro de las líneas de la picaresca hispánica.

Nunca me dejé enredar en líos de poetas inéditos e ilíquidos.

Sufrí las overdósis de oficio en sanatorios privados, alejado de los reflectores.

En fin… traté de estar sobrio en medio de crápulas

y estuve ligeramente ebrio en medio de moralistas y fariseos.





Por algún momento, el órgano de mi vanidad entró en erección.

Luego vino una calma de borrasca ligera

aires de manglares bajo una lluvia de ron de las Antillas.

Pasada esa ligera embriaguez, dejé la carta en la mesa de trabajo

sobre un par de libros viejos de dos maestros orientales

cuyas cubiertas ajadas eran bañadas por la luz ambarina de una lámpara.






Antes de entrar en el Parnaso…

Debo ofrecer un gambito de dama; realizar un enroque de rey

sobre el tablero del escenario…

––Me dije mientras movía las fichas hindúes de madera lacada––.

Colgarme de un sol de brillo noble;

que riachuelos de vino sanguíneo lo adornen

como al escudo de un guerrero griego.

Las heridas sublimadas ––medallas de la andadura y la batalla––,

dispuestas sobre la solapa del saco azul.


O…debería pensarlo bien…

Dejar a un lado esa tentación de trascendencia.



Antes de entrar en el parnaso…

¿Debería ponerme el vestido de juglar o de payaso?

Bellas corbatas de sedas; tafetanes cruzados por cintas de oro
                                                           y botones con broches de perlas.

Hermosos atavíos, legendarios vestuarios de periclitadas épocas,

¡El escenario me llama, las tablas están a la espera!

También es de rigor, al final de esa función, una salida a los bajos fondos.

El sombrero calado, la bufanda negra cruzando el pecho.

En el Parnaso, las bacanales están cubiertas por talco de mármol. Frialdad lunar. 
Aire de obsidianas negras. Lápidas de bronce y candelabros de hierro.

Cierta pesadez de piedra sobre las bocas cantoras...Ahora rosas secas.

Melancolía tejida sobre abarrocadas faldas de poetisas bohemias
                                                                                        consagradas por la muerte.


Antes de ponerme a danzar sobre lápidas frías; es recomendable un baile lunfardo y caliente por callejones donde las cortesanas demimonde estén a la espera de su sueño; y yo, a la búsqueda de una Ofelia perdida para rescatarla del riachuelo cenagoso de la vida. (Aunque es muy posible, que terminemos los dos en el arroyo).



Antes de entrar en el parnaso…

Me gustaría encontrarme con viejos y querido poetas.

Si no estuviesen consumidos prematuramente por la bilis; si ejercieran el humor como antídoto contra supercherías. Si en las ciudades, no se hubiesen convertido en ciudadanos grises bajo las cámaras paranoicas del gran hermano. Si el corre-ve-y-dile y el radio bemba amarelo no hubiese malgastado sus energías y su talento.

Algunos de ellos, los más afortunados, ya escalan posiciones dentro de la frondosa estructura burocrática de la patria y posan sus nobles y maceradas nalgas sobre sillones de misiones extranjeras…

Pero con estos no podría reunirme; no podría acceder a sus altos lobbies. Mi cara poetiana no es de buen recibo en sus fiestas; mis modales de drogatta en su nube artificial, no son entendidos por parte de esa exquisita fauna; sus secretos aquelarres; licenciosos Sabbats de banqueros y usureros, secretarios de despacho, ministros y mandriles.

Deberé encontrarme con los otros; gatos iluminados y solitarios que transitan los territorios fronterizos del idioma. Los de la juerga canalla. Los de la zambra pueblerina, gaznates abiertos a los rayos cristalinos del vodka y de la risa.

A ellos va mi encuentro en una taberna de pueblo.

En la barra de algún bar; 
                                      vere caer la lluvia luminosa contra las ventanas del abismo.

Poetas de líricas ácidas, viejos forajidos con su alijo de sueños…

“Sexo, poesía y alcohol”; su divisa corsaria.

Bueno…eran otros tiempos.

Teníamos el mazo de cartas completo...

El arcano de la estrella bajo la manga…

y no estábamos gastados por la rueda sucia de la fortuna.




Antes de entrar en el Parnaso.

Deberé afinar el semblante y la compostura.

Cuidar de mis modales y

Mandar lacrar con sellos mis papeles.

Para ingresar allí, me dicen, se requieren además de talento y oficio; Comediar frente a ciertos directores de revistas, hebdomadarios y pasquines de diferente condición. Gerentes de los mass media, publicistas de la gran estafa, quintacolumnistas de la opinión pública; presentadores de farándula y televisión.


No sé si cumpla tales requisitos; procuraré hacerme a algunos de ellos, de lo contrario…

Me sentiría muy desgraciado…

Tendré que contratar los servicios profesionales de un falsificador de balances y un asesor de imagen.

Antes de entrar en el parnaso, deberé pagar algunas cuentas.

Mi saldo en rojo no me permite recibir títulos honoríficos. Así que para ello, como escritor freelance, deberé recurrir a los ejecutivos librecambistas del laissez faire, laissez passer. De esta manera, cuadrando caja, podré estar seguro de dejar mis números en regla; es decir, igualar por rojo, los saldos negros del fracaso.



La verdad, hay que decirlo… 

nunca el fracaso o el triunfo lograron afectarme.

Tomé esas notas, como señales de un sismógrafo averiado.

Ademas...

                Todo el mundo hace algo mientras le llega la hora.


Groucho Marx decía: “¿Por qué debería preocupararme por la posteridad? ¿Qué ha hecho la posteridad por mí?”


Por esto… a veces pienso…

Que entrar en el Parnaso puede ser bastante aburrido….

Los sicofantes, la pompa, y el derroche de músicas graves…

Los archivos, los periodistas de la farándula a la entrada de la eternidad.

Las alfombras rosa, los claveles negros.

Las nubes pesadas de helio.

Las luces solares muy altas.

Las noches de juerga interminables…

(Bueno, esa es una de las pocas cosas que de verdad serían interesantes).

Pero no…

He decidido no presentar oposiciones.

Quince minutos de fama son suficientes. Un orgasmo de más de media hora solo es soportado por faquires o yoguis. Una eternidad, en constante inspiración, está destinada a los dioses o a los espíritus selectos de la metempsicosis.

No presentaré mi currículo ante las puertas de oro y cobre.

No pisaré la báscula de los pecadores y los virtuosos.

No tañeré la lira en frente de vates dorados y orates plúmbeos con testas coronadas de laurel.

Creo que mejor volveré a mi vida de otros tiempos.

No vale la pena entrar en el Parnaso cuando ya está lleno de bombines y chisteras; abogados y libreas.
La verdad, de entrar allí, sería para armar una gran conmoción y terminaría, para mi mal, vinculado a una resistencia.
Y encontrarme… con los mismos trepas montando escaleritas, tendiendo trampitas, montando tramoyas, con sus enciclopedias abiertas debajo de sus atriles. Con sus heráldicos corazones abrillantados para el desfile de las vanidades.

Con sus recomendaciones; sombreros estirados implorando con lenguas de fuego bajo los castillos de cristal y cemento. Sus circos del absurdo y sus colas de dragones. Sus políticos de la Nueva Era, sus magos escleróticos, sus camaleones contorsionistas.

Mejor seguir con el corazón en bandolera

bajo la luna de los caminos junto al mar y los pies sobre la tierra.

Pasar por las tabernas goliardas para libar los odres ásperos; mosto salvaje de las uvas abisales.

No debo perder la costumbre. (Ya me canso de esta vida de monje anacoreta y ermitaño).

Arrojaré el guante a algunas crapulitas de altar;

meapilas cortesanos que me vienen manoseando los cojones.


En el pasado ejercí Mester de juglaría en la plazas e inoculé tibios venenos, destilados del alambique surrealista, en las copas de los obispos ilustrados; directores espirituales del rebaño Matrix; grandes ídolos de la clerecía culterana.

(No me voy; estoy de regreso. Y no será para darles el óbolo a los enchufados; mis aportes crematísticos solo se destinan a las filles galantes de madame Recamier; lo demás es despilfarro).

Creo que desertaré del Parnaso; a pesar de que, dicen, algunas de mis canciones ya están tocando a las puertas del cielo. (Están tocando, pero no les abren; me dijo el viejo Dylan).

No quiero estar en las listas del top ten. Hace tiempo que no veo las noticias. A los diarios solo los consulto para leer horóscopos, el pronóstico del tiempo y las especulaciones bursátiles.

Entraré en un bosque negro con la caravana de Rimbaud; con los juglares de la cuerda de Villon; los gatos de Celine, en busca de la Acuarimántima insular donde habita el fantasma de Barba Jacob. Sediento vino  en las gargantas de los emboscados de la luna; mi melena en cardos coronadas.

No habrá Walhalla, ni valkirias...

No habrá paraíso, ni bailes de huríes…

Ni arpas, ni ambrosías...

Solo el canto áspero y rojo de los minnesängers...

Las calles entintadas de luces minerales, inundadas de riachuelos de plata

y asteroides giróvagos bajo estrellas y cimbeles.




Mi poema… serena risa de la noche.


Mi poema… secreta sombra de los acantilados.

Mi poema… faro avistado por el barco ebrio de mi corazón de piedra.

Mi poema enamorado de la luna…se forjó de cara al sol subiendo a la montaña de la laguna.

Mi poema…

Se extenderá como el polen de los vendavales

o se quemará como las cañas secas de los incendios forestales.

A la tierra volverá como cimiente o ceniza.

Seco y estilizado en la luz de las estrellas, duro como diamante negro…

Carbón  de flor al rojo en el río del tiempo; lava del volcán más vigoroso.


Y cantará en silencio por siempre.

Y para siempre.

Como debe ser.



O.G.R.

Del libro en imprenta:

"12 TROVAS GOLIARDAS Y UNA CANCIÓN MINNESÄNGER"