martes, 22 de junio de 2021

“El techo de la ballena”, por Ángel Rama

 









Ángel Antonio Rama Facal (Montevideo, 30 de abril de 1926 – Madrid, 27 de noviembre de 1983) fue un escritor uruguayo considerado uno de los principales ensayistas y críticos latinoamericanos. Su obra se refiere a literatura proveniente de prácticamente todas las regiones del continente americano así como de diferentes periodos históricos. ​Fue miembro de la llamada «Generación del 45» o «Generación Crítica». Tres de sus libros de crítica literaria más importantes son Rubén Darío y el modernismo (1970), Transculturación narrativa en América Latina (1982), y La ciudad letrada (1984).

1. Nacimiento y fundamentación de una vanguardia

 

De los numerosos movimientos artísticos venezolanos que confirieron su peculiar nota tumultuosa a la década del sesenta en Caracas, hubo uno que se distinguió por su violencia, su espíritu anárquico, su voluntaria agresividad pública, haciendo de la provocación “un instrumento de investigación humana”. Fue el que libérrimamente se autodenominó El Techo de la Ballena.

Tanto o más importante que esas condiciones estrepitosas, que lo definieron como un estallido más que como una escuela o una estética coherente, fue su capacidad para aglutinar por breve tiempo a un conjunto de creadores jóvenes entre quienes se contaron algunos de los narradores y poetas que habrían de llevar a cabo la renovación literaria contemporánea de Venezuela. El solo hecho de que en ese movimiento hayan militado, con diverso grado de participación, narradores como Adriano González León o Salvador Garmendia, que habrían de constituirse en figuras centrales de la nueva prosa narrativa del país, o poetas como Juan Calzadilla, Francisco Pérez Perdomo, Efraín Hurtado, Caupolicán Ovalles, Dámaso Ogaz, Edmundo Aray, entre otros, prueba la imantación mostrada en el primer quinquenio de los sesenta por El Techo de la Ballena, la cual puede realzarse más si se agrega la contribución capital que le prestaron artistas plásticos como Jacobo Borges o Carlos Contramaestre, siendo este último quien más ostensiblemente definió sus rasgos iniciales y algunas de sus posiciones artísticas centrales.

El movimiento se constituyó a comienzos del año 1961: en marzo de ese año abrió, en un simple garaje de la urbanización El Conde, de Caracas, una exposición titulada “Para restituir el Magma” y publicó su primer manifiesto-revista que era una simple hoja plegada, bajo el título Rayado sobre el Techo, al tiempo que en el diario La Esfera daba a conocer un breve texto programático. Tras esta inauguración se sucedieron diversas actividades: declaraciones, hojas sueltas, pequeñas plaquettes de poesía y prosa, con una visible y poco usual tendencia a la teorización apodíctica que encontraba en los manifiestos su instrumento preferido y que delataba la concepción vanguardista que  habían asumido sus integrantes.

Pero sus hitos centrales estuvieron representados por exposiciones de artes plásticas, de las cuales dos alcanzaron resonancia. El “Homenaje a la cursilería” (junio de 1961), que fue presentado como “un gesto de franca protesta ante la permanente e indeclinable farsa cultural del país” o, en la versión de Caupolicán Ovalles, como un “testimonio sobre farsantes con aires de comprometidos y hacedores de cultura”, constituyó el primer intento de demolición de la concepción pequeñoburguesa que dominaba a la cultura venezolana, hasta el grado de impregnar no sólo sus manifestaciones oficiales sino también las opositoras. Más eficaz, la escandalosa exposición de Carlos Contramaestre, “Homenaje a la necrofilia” (noviembre de 1962) marcó el ápice del movimiento, su más pleno ejercicio de la provocación, porque obtuvo la anhelada respuesta por parte de los indignados burgueses caraqueños a quienes iba dirigida de hecho la muestra.

A sólo tres años de su constitución, El Techo de la Ballena comenzó a desintegrarse luego de publicar su ambicioso tercer manifiesto artístico, Rayado sobre El Techo N° 3 (1964). No obstante, sus más tesoneros animadores (Carlos Contramaestre y Edmundo Aray) le proporcionaron una irregular supervivencia que cubrió casi toda la década del sesenta, apelando al funcionamiento de galerías de arte, exposiciones de pintura informal, publicaciones literarias signadas por una tónica surrealista que comenzó a devenir anacrónica a medida que se disolvía el complejo político-cultural que había prohijado el movimiento, pero que aseguró la difusión de sus principios generadores junto con una previsible retorización.

Cuando en 1968, luego de un período de intensificación de su actividad editorial, El Techo de la Ballena publica el volumen Salve, amigo, salve, y adiós, con colaboraciones de Edmundo Aray, Efraín Hurtado, Juan Calzadilla, Dámaso Ogaz, Xavier Domingo, Marcia Leyseca, Carlos Contramaestre, Tancredo Romero, se puede considerar cerrado su ciclo. Sus integrantes han venido dispersándose, agrupándose de distinta manera, constituyendo otros grupos con nuevas definiciones ideológicas o siguiendo caminos individuales atendiendo a su creación artística propia. Ese año claroscuro es el que marca la práctica extinción de la actividad guerrillera en Venezuela, la gran decepción de la izquierda revolucionaria ante la muerte en Bolivia del Che Guevara, pero también la violenta agitación universitaria dentro del espíritu difundido al mundo por el “mayo francés”, que habrá de promover en la Universidad de Caracas el llamado movimiento de renovación que puede emparentarse con algunos lineamientos estéticos y con algunas concepciones sobre la creación artística sustentados por El Techo de la Ballena.

La mayoría de los escritores del movimiento se habían dado a conocer en las páginas de la revista Sardio (ocho números entre 1958 y 1961), cuyo equipo se fragmentó y rearticuló en la última fecha, bajo el impacto de los sucesos políticos del momento: la recién estrenada democracia venezolana, luego de la década de dictadura de Pérez Jiménez, que se ofreció como una explosión de tumultuosas energías y propósitos renovadores; las resonancias de la revolución cubana de 1959, que en este período hace su incorporación a las doctrinas socialistas; por último, los problemas internos del país derivados de la línea insurreccional adoptada por los agrupamientos de la izquierda en oposición a la represión instaurada por el gobierno de Rómulo Betancourt.

La agresividad de El Techo de la Ballena, surgido de esa fragmentación de la revista Sardio, nació o se pretextó en el clima general de violencia que dominó la vida venezolana entre los años 1960 y 1964, período de su mayor virulenta en el cual se sitúan las acciones vigorosas de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional, así como las drásticas represiones policiales que concluyeron haciendo de la ciudad de Caracas, según las definiciones del poeta Juan Calzadilla, un lugar “donde la coexistencia pacífica debe interpretarse estrictamente como un acto mortuorio” o, dicho con humor aún más negro, “una ciudad donde las pólizas de vida son artículos de primera necesidad”. Escribiendo en el año de la pacificación ( 1968), Orlando Araujo titula Venezuela violenta a su libro, dedicándose a rastrear en la historia del país desde la Conquista, en sus estructuras agrarias feudales, en su composición social, en la penetración del capital extranjero, en la conformación de la burguesía asociada a ese capital y en la estructura presente de la sociedad venezolana, las causas profundas de un estado permanente de violencia, para concluir así: “La violencia en Venezuela no ha concluido. Sus raíces históricas alimentan todavía su follaje profundo. Venezuela sigue siendo un país de minorías explotadoras sobre mayorías explotadas, y sigue siendo, dentro de un proceso dinámico de enajenación, un país que no tiene la autonomía ni de su vida, ni de su fortuna, ni de su destino”.

Esas causas remotas y profundas de la violencia, tuvieron su manifestación política en el primer quinquenio de los sesenta, motivando que se viviera “una situación ambivalente de violencia y un estado virtual de guerra civil” (O. Araujo) que habrá de servir como encuadre a la tarea de El Techo de la Ballena. El movimiento funcionó como equivalente literario y artístico de la violencia armada venezolana de la época betancourista y aun podría agregarse que sus acciones imitaron las tácticas de una lucha guerrillera, con sus bruscas acometidas, su repentinismo, el manejo de una exacerbada y combativa imaginación. Del mismo modo que los grupos insurgentes urbanos y rurales, durante todo el período de su mayor beligerancia, compensaron lo magro de sus fuerzas con acciones imprevistas, soluciones espontaneístas, invenciones que tenían sus raíces en un imaginario en ebullición, muchas veces ajeno a cualquier medición objetiva de las fuerzas enfrentadas, El Techo de la Ballena aplicó condiciones similares al ejercicio literario y artístico forzando los rasgos provocativos que pueden encontrarse en cualquier creación hasta hacer de ellos el centro de la aventura intelectual. Sus integrantes tenían clara conciencia de este comportamiento y al concluir el “Segundo Manifiesto”, publicado en mayo de 1963, uno de los períodos de más aguda lucha y represión, afirmaban: “no es por azar que la violencia estalle en el terreno social como en el artístico para responder a una vieja violencia enmascarada por las instituciones y leyes sólo benéficas para el grupo que las elaboró. De allí los desplazamientos de ‘la Ballena’. Como los hombres que a esta hora se juegan a fusilazo limpio su destino en la Sierra, nosotros insistimos en jugamos nuestra existencia de escritores y artistas a coletazos y mordiscos”.

En este aspecto conviene deslindar nítidamente las aportaciones de El Techo de la Ballena respecto a los materiales que comenzarán a publicarse desde 1968 por parte de los actores de la insurgencia revolucionaria: estos tendrán un carácter testimonial e incluso histórico, recontando las peripecias de la lucha armada o construyendo, a partir de datos reales, estructuras narrativas que las interpretan y explican, situándose siempre en las proximidades de una literatura-testimonio o una literatura-documento, con evidente inclinación hacia el género literario más propicio a tales fines: el narrativo. En cambio, la producción literaria del período insurreccional, que en forma central ocupa E1 Techo de la Ballena, aunque admite otras contribuciones (escritores de Tabla RedondaCrítica Contemporánea, etc.) nunca es testimonial y siempre es combativa, prefiere la poesía o el texto breve en prosa, el manifiesto o el artículo de circunstancias, unifica las letras y las artes y no se plantea la exigencia historicista ni la permanencia de las creaciones, sino su efectividad del momento, su capacidad de agredir y de soliviantar la estructura cultural vigente.

Por eso la narrativa-testimonio posterior a 1968 (y no es casual que en la fecha, agotándose un movimiento surja otro que revisa la misma temática desde otro ángulo), salvo los ejemplos de los mayores narradores del país (González León, Garmendia, Otero), se caracterizará por un retroceso en las formas artísticas, un manejo algo simple de los recursos literarios, en tanto que el período insurreccional implicó una radical modificación de la literatura y el arte. No sólo en el sentido de un abordaje militante de los temas del momento, políticos o revolucionarios, sino como reconsideración de los sistemas expresivos heredados de los mayores, aun tratándose de adelantados del tipo de Guillermo Meneses, y postulando una urgente modernización para dotar a las obras de su buscada capacidad comunicativa y de posibilitar la apropiación amplia de la realidad del período. A esto llamó entonces Edmundo Aray, “una poesía acción”, y González León “un dispositivo polémico, colocado a veces con métodos terroristas”.

Lo que posteriormente trató de teorizarse en forma separada y aun contradictoria, como una literatura al servicio de la revolución, distinguiéndola de una literatura revolucionaria que al mismo tiempo que asumía esa temática procedía a cumplir su propia revolución formal, se ofreció en el período de El Techo de la Ballena como una unidad inescindible y ello llevó a algunas polémicas accidentales con los representantes de las posiciones estéticas del partido comunista que se mostraban apegados a los modelos literarios del “realismo socialista” o , con mayor generalidad, a los principios de una “literatura para el pueblo” que transitaba por el manejo de formas recibidas o aun esclerosadas como las que practicara la narrativa social latinoamericana. La tesis que confusamente trató de reinstaurar Oscar Collazos (motivando una ponderada respuesta de Julio Cortázar) ya había sido aducida en este período inicial venezolano por Jesús Sanoja Hernández en forma coherente, ya que se articulaba en torno a la filosofía política y a la estética del realismo socialista que confiere normatividad a los partidos comunistas.

A diferencia de esas posiciones, El Techo de la Ballena propuso una revisión drástica de los valores culturales vigentes y una trasmutación de la literatura y el arte que se ejercían en el país, todo ello al servicio de un proyecto militante, contemporáneo, de apoyo a la insurgencia revolucionaria. Es fácil detectar en este tipo de movimiento, como en la acción armada de los grupos urbanos procedentes mayoritariamente de los centros universitarios, una rebelión de la clase media educada, de una baja pequeña burguesía cuyas dificultades sociales y políticas la condujeron a un intento subversivo visiblemente minoritario, desconectado de los sectores proletarios o campesinos, así como del grueso de su misma clase social. Por eso se apoyó en el exclusivo funcionamiento del espíritu vanguardista, lo que previsiblemente condujo a teorizaciones “foquistas” tal como se registraron en toda América Latina en la década del sesenta y cuya insuficiencia debió pagarse duramente.

El origen social de estos movimientos, su escasa formación doctrinaria, su aislamiento respecto a los sectores sociales productivos cuya específica y distinta estructura cultural parecen no ver, pero al mismo tiempo su más alto nivel en la preparación intelectual por ser los destinatarios de la educación nacional, su libertad para funcionar dentro de los parámetros nacionales sin ataduras dogmáticas, su sensibilidad alerta para los procesos peculiares de la región donde se han desarrollado y sobre todo ese desborde de la imaginación que es la gloria y la condena de su paradojal ubicación dentro de la pirámide social, todos esos factores pueden aducirse para explicar el espíritu anárquico que similarmente ha signado a todos esos movimientos en los distintos puntos de América Latina. De la composición de esas diversas líneas de fuerza procede su asombrosa capacidad inventiva, su eficacia artística y su ineficacia revolucionaria, su contundente violencia, que si interpretan cabalmente las circunstancias de una sociedad no logran arrastrarla a un proyecto de trasmutación drástica.

Por todos esos factores, El Techo de la Ballena se presentó como un típico movimiento vanguardista, emparentable con los que recorrieron América Latina en ese período de mediados de los cincuenta y la década de los sesenta (los “nadaístas” colombianos, los “concretistas” brasileños, los “mafiosos” mexicanos), pero distinguible de todos ellos porque las circunstancias nacionales los forzaron a establecer una mancomunidad entre la renovación artística y la renovación social, de tal modo que si coincidieron con los citados en la modernización de las formas expresivas y aun en la imitación de procesos y sistemas que ya habían sido propuestos cuarenta años antes por dadaístas y surrealistas europeos, recogieron de esa misma tradición extranjera la consigna de vincular ambos proyectos según la fórmula asociativa de André Breton: cambiar el mundo, transformar la vida.

Si fueron menos cultos que los escritores de la “mafia” mexicana (Carlos Fuentes, Juan García Ponce, Salvador Elizondo) o que los jefes de la “poesía concreta” de Sao Paulo (Haroldo y Augusto de Campos, Decio Pignatari) y por consiguiente su esfuerzo de modernización se situó preferentemente en la adopción de las contribuciones ya consolidadas del surrealismo francés, con el agregado del descubrimiento de la poesía beatnik norteamericana (Ferlinghetti, Ginsberg), en cambio fueron capaces de un planteo político y social (a diferencia, por ejemplo, de los “nadaístas” que lo ignoraron) y de un esfuerzo sistemático para integrar los distintos orbes de la vida humana – social, político, estético, vital- en un solo movimiento urgido.

El reproche que se les formuló respecto a su obediencia a los ya viejos “ismos” del siglo xx merece algunas precisiones: uno de los signos del comportamiento cultural caraqueño, ya que no venezolano, ha sido desde siempre una novelera aceptación de las corrientes estéticas foráneas (Martí lo detectaba en 1880 y en el campo ideológico puede detectárselo desde el período de la Revolución de Independencia), cosa que fatalmente habría de resultar incentivada por el violento progreso económico que se registra a mediados del siglo xx y coincide con la conciencia de una apertura al mundo que experimenta la sociedad al concluir el ciclo de las dictaduras que había comprimido la cultura nacional dentro de formas arcaicas y provincianas. No sólo en El Techo de la Ballena, sino en todos los movimientos intelectuales de la época, se registra una rápida y muchas veces superficial o indiscriminada apropiación de valores europeos, trátese de André Breton, de T. S. Eliot o de Jean Paul Sartre, de Antonio Gramsci o de Pablo Neruda. Pero además, la incorporación tardía de los “ismos” de la primera posguerra es propia del funcionamiento de la nueva vanguardia que irrumpe en el mundo occidental en la década del cincuenta y cuyo centro más calificado estará representado por el arte y las letras norteamericanas. Conscientes de ello, en esa suerte de “Pre-Manifiesto” que dan a conocer en 1961, los miembros de El Techo de la Ballena dicen que: “Pareciera que todo intento de renovación, más bien de búsqueda o de experimentación en el arte, tendiera, quiérase o no, a la mención de grupos que prosperaron a comienzos de este siglo, tales Dadá o el Surrealismo”. Y en 1963, cuando ya tenían detrás suyo un período probatorio de la empresa acometida, podían reconocer ese abastecimiento universal que para ellos significó la manera de vencer el provincianismo que aún seguía rigiendo el medio nacional:

El Techo de la Ballena reconoce en las bases de su cargamento frecuentes y agresivos animales marinos prestados a Dadá y al surrealismo. Así como existen en sus vigas señales de esa avalancha acusadora de los poetas de California. O como habita en los polos de su armazón un atento material de los postulados dialécticos para impulsar el cambio. (Rayado sobre El Techo, N° 3 ) .

Como el movimiento se caracterizó por asociar estrechamente la literatura y el arte y aun por conferir a éste una capacidad de significación y de transformación de lo real más vigorosa y categórica que a las letras, es en la órbita de la plástica donde habrán de definirse sus primeros propósitos. Lo que explica el puesto destacado que inicialmente asumió Carlos Contramaestre.

La exposición de apertura “Para restituir el magma”, implicó la ávida incorporación de ese vasto complejo expresionista que dominó en la segunda posguerra a los centros mundiales, especialmente en la vertiente española del informalismo que habría de tener variada y rica descendencia entre los artistas venezolanos en la conclusión de los años cincuenta. La influencia de Tapies, Saura, Millares, que se registraría en diversos creadores venezolanos, promoviendo en todos ellos una búsqueda y redignificación de la materia, alcanzaría notas agresivas en la obra de Contramaestre, Gabriel Morera, Cruxent, que son algunos de los participantes en la exposición inaugural.

El Rayado sobre El Techo de la Ballena, cuyo primer número se publica a modo de catálogo de la exposición, en marzo de 1961, presenta a un equipo de redactores donde domina la inclinación plástica (Gonzalo Castellanos, Juan Calzadilla, Carlos Contramaestre, Edmundo Aray, Rodolfo Izaguirre, Gabriel Morera) y donde los temas considerados pertenecen también al universo de las artes plásticas, en especial a través de dos encuestas sobre la pintura y el salón oficial. Respecto a esta última, Salvador Garmendia contesta: “en 1958 reinaban los geométricos, en 1959 reinaban los geométricos, en 1960 reinaban los informalistas, en 1961 reinaban los informalistas”. Da la pauta del cambio operado en las artes venezolanas: acaba de surgir el grupo informal y se define en oposición a las tendencias geométricas y cinéticas que habían signado la década del cincuenta y se habían trasuntado en la construcción de la Ciudad Universitaria, según apuntará Juan Calzadilla (prólogo a VIII Bienal de Sáo Paulo, Caracas, Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes, 1965) y tiene en esos momentos los rasgos agresivos propios de un ingreso polémico a la vida nacional.

En cierto modo puede estimarse que el informalismo, más que una afiliación estética definitiva, fue una toma de posición rebelde contra el medio, así como lo fueron las posteriores incursiones en la nueva figuración. El pasaje de la dominante mental combinatoria a la dominante vital turbulenta que mueve el traspaso del abstracto, del geométrico y del cinético al expresionismo y al informal de ese momento, se acompañó en el caso venezolano con una agresividad no conocida en América Latina. Contra una cultura provinciana, contra los productos almibarados de un arte pequeñoburgués, pero también contra la inserción domesticada del artista en la estructura de una sociedad enriquecida y modernizada, siempre dispuesta a aceptarlo en la medida de su neutralidad y de su abstención de la crítica o la protesta. Mientras el geométrico habría de continuar su desarrollo triunfal hasta lograr la aceptación y consagración oficial, el informalismo de la hora se adheriría a una posición opositora y protestataria -confusa, ardiente, vulgar, caótica- y buscaría enfrentar los valores que sostenían a la nueva sociedad burguesa venezolana, transformándose en un instrumento de choque y provocación.

En el “Segundo Manifiesto” del movimiento (mayo de 1963) se definen con nitidez las tres corrientes contra las que insurge la Ballena, en materias de artes plásticas: los rezagos del costumbrismo tipificados en los paisajistas tradicionales, los rezagos de la geometría a quienes se acusa de oportunismo y oficialismo y por último, el “realismo barato de muchachitos barrigones con latas de agua o revolucionarios empuñando un fusil parecidos a policía”, o sea, la pintura del realismo socialista a la que se considera igualmente inocua y aceptada por el establishment. Respecto a un cuarto sector, de artistas individuales, los acusan de carencia de espíritu investigatorio y experimental. En todos los casos, el común denominador de la reprobación pasa por la inculpación de pasatismo, reclamando lo que en el momento se presentaba como una modernización, homologando las búsquedas nacionales con las que se registraban en los centros mundiales de mayor influencia sobre el país.

No sería otra cosa que la coincidencia con un período histórico universal, condenado a su remplazo y sustitución como los anteriores, si no fuera que él proporcionó una eficaz coyuntura para proceder a una toma de contacto con la materia, con lo concreto de las vidas cotidianas en una especial circunstancia -distorsionada y caótica- del país, con los rasgos peculiares de la trasmutación que venía sufriendo la capital, Caracas, bajo el impacto modernizador. En pocas décadas había acarreado la decrepitud y destrucción de sus rasgos prototípicos y la emergencia de una factoría apresurada, hecha de cemento y de autopistas cubiertas de automóviles, donde la historia viviente quedaba impresa sobre los muros.

Ese intento de recuperar la materia y la vida que en ella queda impresa, estará en la obra de Cruxent, de Contramaestre, de Borges, según diversas instancias y concepciones. Será también la que movilizará la escritura de Edmundo Aray, de Adriano González León y en forma casi paradigmática la construcción narrativa de Salvador Garmendia. Se trata, como bien se tituló la exposición inicial, de “restituir el magma”, cosa que se definió en el “Primer Manifiesto” apelando a una prosa que trataba de reflejar el torbellino materia informe:

es necesario restituir el magma la materia en ebullición la lujuria de la lava colocar una tela al pie de un volcán restituir el mundo la lujuria de la lava demostrar que la materia es más lúcida que el color de esta manera lo amorfo cercenado de la realidad todo lo superfluo que la impide trascenderse supera la inmediatez de la materia como medio de expresión haciéndola no instrumento ejecutor pero sí medium actuante que se vuelve estallido impacto la materia se trasciende la materia se trasciende las texturas se estremecen los ritmos tienden al vértigo eso que preside al acto de crear que es violentarse-dejar constancia de que se es

Lo visible en los diversos textos que acompañan la emergencia del movimiento y en sus aportaciones plásticas, más allá del juicio artístico que no siempre puede ser favorable, es el incontenible afán de libertad que los mueve, la renuncia a toda exigencia impuesta, el desdén por todo orden establecido, el rechazo casi visceral de cualquier imposición o régimen de prestaciones como los que con premura comienza a exigir la sociedad burguesa en expansión.

La autenticidad que el movimiento manifiesta, por debajo de sus malabarismos lúdicros e irresponsables, puede filiarse en la situación real a que se enfrentan los artistas jóvenes del momento, que debe interpretarse leyendo los índices económicos, demográficos, educativos y urbanísticos de la época que marcan el pasaje “de una a otra Venezuela” tal como un escritor de la generación del veinte, Arturo Uslar Pietri, titulaba sus reflexiones pesimistas en 1949. Esa coyuntura real a que se enfrentan es también la que justifica la apelación que hacen a la tradición surrealista que para el mundo europeo, en otras fechas, .debió construir una respuesta a similares incitaciones transformadoras y fundó el reclamo de la libertad (lo único que exaltaba a Breton) en oposición a la estructura económica y tecnológica que irrumpe tras la Primera Guerra Mundial.

Este espíritu de libertad, con su afirmación rotunda hasta el grado del irracionalismo, responde, sin embargo, a precisas coordenadas sociológicas que rigen el impulso y el frenesí del movimiento. Sociológicamente estamos en presencia del proceso de macrocefalia urbana con sus ritmos acelerados, o sea, el vertiginoso e incompleto pasaje de la sociedad tradicional a la sociedad industrial. Venezuela, y en particular la ciudad de Caracas, vivió aprisionada dentro de un modelo arcaico y provinciano durante toda la dictadura de Juan Vicente Gómez, al grado de postergar su acceso a la modernidad hasta una fecha tan tardía como el fin de la década del treinta y entrar a ella sin ninguna gradual preparación. Hacía dos décadas que venía manando el petróleo que serviría de gestor de la nueva sociedad moderna, pero sus efectos habían sido comprimidos y retardados. De tal modo que en sólo dos décadas más, las que van de la muerte de Juan Vicente Gómez (1935) a la caída de Marcos Pérez Jiménez (1958), la sociedad caraqueña cumple una de las más violentas modificaciones que se conozcan en América Latina, que prácticamente parte en dos períodos a su historia, archiva su pasado y, sin suficientes bases educativas, se lanza a la conquista h1multuosa de la modernidad. El efecto previsible habría de ser un desquiciamiento de valores, la parcial destrucción de los heredados y la imposibilidad para rearticular nuevos y coherentes, sobre todo, habida cuenta de los rasgos de una sociedad burguesa cuyos elementos dominantes se enriquecen en un período diez veces menor que el de los modelos burgueses europeos del XIX. De ahí procede una turbia mezcla de tradicionalismo que enmascara con dificultad a los modos modernos recién incorporados, pero también, en el campo opuesto, una denuncia acre de ese tradicionalismo que también aglutina a diversos elementos contrarios porque mezcla los valores pervivientes de la vieja estructura pueblerina y hasta familiar con los comportamientos del régimen de prestaciones de una urbe desarrollada.

Si corresponderá a la generación de los años 40 el primer intento de modernización .de la literatura (que en la poesía estará representada por el grupo “Viernes” con su figura más destacada, Vicente Gerbasi (1911) y en la prosa por la obra tesonera de Guillermo Meneses (1913) cuyos textos relevantes recién aparecen en los años cincuenta, a partir de La mano junto al muro, de 1951), esa tarea será acelerada por la generación siguiente que emerge a la caída de Pérez Jiménez, a la cual no sólo corresponderá la apropiación apresurada de las corrientes literarias de la modernidad, sino también la toma de conciencia de la nueva realidad urbana en que se despiertan sus vidas. La experiencia de la ciudad se hará todavía más drástica al ejercerse sobre los jóvenes provincianos a quienes la succión de la macrocefalia capitalina ha desplazado de sus enclaves rurales y ha incorporado violentamente a sus modos de crecimiento caótico, de radical destrucción de la herencia del pasado y de reconstrucción sobre modelos que acaban de ser importados. Estos jóvenes no presencian simplemente una ciudad en crecimiento, sino un organismo desmesurado que se aniquila a sí mismo y se rehace torpemente con un tempo acelerado y con un desconcierto sin igual, de conformidad con esos típicos rasgos de las “factorías” o de las boom towns. Por eso serán ellos quienes descubrirán la ciudad moderna y a través de ella las técnicas literarias que sirvieron para expresarla en Europa o Estados Unidos, muchos años antes.

En el prólogo a una ingeniosa colección de fotos urbanas y textos literarios enfrentados (Asfalto- Infierno, de Daniel González y Adriano González León, Caracas, El Techo de la Ballena, enero 1963) el poeta Francisco Pérez Perdomo señala que “no obstante el crecimiento impresionante de nuestra capital, los escritores venezolanos, con contadas excepciones, han permanecido al margen de este hecho real y avasallante y esas técnicas contemporáneas, y .desde sus escritorios de Caracas, como restos románticos, han seguido vagamente invocando las tragedias rurales”. Las fotos de Daniel González, como las más precisas de Paolo Gasparini sobre el caos urbano latinoamericano, descubren el nuevo folklore ciudadano, los escaparates atroces, los luminosos siniestros, los anuncios macabros (“Se preparan cadáveres”, “Se venden vestidos para difuntas”), los muros leprosos, sobre todo las forzadas aproximaciones de elementos disímiles que han pretextado la vulgarización del adjetivo “surrealista” y que tuvieron ya una larga aplicación en la literatura y en el arte, así como en el cine y la fotografía. Esos elementos disonantes serán recogidos por los textos y exposiciones de El Techo de la Ballena, tal como se producen en la vida cotidiana, con aceptación franca de su feísmo (a la manera pop) intentando compaginados en estructuras artísticas que reflejen la variedad y contradicción de la realidad urbana. Estas composiciones tendrán mucho de ejercicios de bricolage por cuanto se apelará a elementos ya elaborados que el artista reordenará libre y subjetivamente dentro de estructuras de sentido que nunca destruyen por entero la autonomía de los materiales elegidos. El esfuerzo de captación de la totalidad urbana implicó la renuncia a una teoría previa de lo bello y es allí donde con más claridad se tiende el abismo que los separa de los precursores de la modernización. Los integrantes del movimiento se resolvieron a hacer suyos todos los ingredientes de esta realidad tumultuosa a la que se asomaban, sin detenerse en jerarquías y clasificaciones estéticas, incorporando en un aparente horizonte igualitario (que sin embargo, no puede escamotear el espíritu provocativo que lo estatuye) lo feo, lo desagradable, lo escondido, lo sórdido, la nauseabundo, todo lo cual habrá de trasuntarse en las mil formas que adopta la materia vital a lo largo de sus procesos transformadores. Esto justificaba, como dijo Adriano González León, presentando la obra de Caupolicán Ovalles, una “investigación de las basuras” que habría de permitir que se descubriera “la ineficacia de la palabra tradicional, lo inoportuno del ejercicio culto, la triste invalidez de lo literario”.

En el ápice del movimiento, el poeta Caupolicán Ovalles pudo establecer una asociación insólita entre la “ballena” y la ciudad de Caracas, forzando la metáfora:

Pero también esa ballena es nuestra ciudad, en la cual no hubo masturbatorio para el loco. Es nuestra ciudad que prostituye no a un adolescente sino a una anciana, con su perrita muy amada. Nuestra ciudad, rosa del monopolio, doncella del monopolio, adúltera del monopolio y señora de bien (. . .) Después de muchos años, de mucha historia en este país -de mucho irse Gallegos Rómulo para el interior a buscar la verdad- nos hemos convencido que somos marinos, balleneros, arponeros, descendientes del Capitán Achab. Que esta ciudad, Caracas, es del mar y de los océanos, y por más que se haya interpuesto el Avila, siempre hemos respirado aire de mar, y porque siendo ella del mar y perteneciendo nosotros a él, tenemos la evidencia de que algún cataclismo -norma de conducta de la tierra- permita el ejercicio del baile de la ballena sobre nuestras tumbas.

Pero esta ciudad no es una entelequia, ni un modelo abstracto que se construye en cualquier lugar del planeta, siempre igual a sí mismo, sino que es el producto concreto de una determinada sociedad, tanto de una tradición cultural por soliviantada que haya sido por el impacto modernizador, como una precisa estructura social en un determinado momento de su rapaz evolución. La ciudad es el retrato físico de una sociedad, de un sistema socioeconómico, de una cosmovisión regida por sectores dominantes que la aplican sobre los demás grupos sociales coactivamente. De ahí que recuperarla como totalidad, en todas sus manifestaciones, es un acto de rebeldía contra los poderes dominantes, pues repone sus efectos distorsionantes sobre el conjunto .de hombres que conforman la ciudad.

En uno de los primeros análisis teóricos del movimiento, el chileno Dámaso Ogaz buscó interpretar su espíritu (en La Ballena y lo majamánico Caracas, El Techo de la Ballena, 1967) como una rebeldía permanente contra la inautenticidad de la realidad impuesta o convencional. Insertándolo en una línea que fuera de Jarry a Artaud, en una corriente que denomina “majamanismo”, asegura que ella “busca y espera reconquistar una realidad sepultada y declarada ilegal” agregando: “Restituir esa realidad y ponerla en uso, no a través de la acción del subconsciente ni del incontrolable onirismo ni el juego quiromántico, sino a través de la acción ilícita”. En el prólogo a esta tesis, Edmundo Aray, que ya había recorrido su camino político, busca traducir las afirmaciones de Ogaz al campo social para subrayar el carácter revolucionario, y ya no simplemente rebelde, del movimiento, cuando de éste ya han desertado muchos de sus animadores de la primera hora:

De repetidos, el lenguaje y la vida se han hecho ininteligibles, apresados por la racionalidad cartesiana que en nuestro entendimiento significa racionalidad burguesa. El sistema exige la racionalidad colectiva para contrarrestar la anarquía productiva. De allí que toda ebriedad colectiva -la transformación violenta de la sociedad, el arte hecho por todos, el amor, por ilegal, un acto purificante y corrosivo- aterra a los capataces y a la propia maquinaria instalada del sistema.

A esta altura, del retrato de una ciudad se ha pasado al retrato de una sociedad, a la que no se trata de denunciar sino de hacer explotar. Tales propósitos deben transitar por las palabras y por las formas, por la literatura y por el arte. Esta difícil coyuntura es la que debe buscarse en las más resonantes contribuciones que en sus primeros años efectuó El Techo de la Ballena, para saber en qué medida la práctica de la creación respondió a los propósitos de la teoría.

 

Este es un fragmento del libro Salvador Garmendia y la narrativa informalista, de Ángel Rama, publicado por la Biblioteca Central de la Universidad Central de Venezuela.

martes, 15 de junio de 2021

SOPA DE WUHAN

 




ENSAYO BIBLIOGRÁFICO

Capitalismo, pandemia y crisis global: reflexiones sobre la covid-19 y nuevas formas editoriales

Capitalism, pandemic and global crisis: reflections on the covid-19 and new editorial forms

1 University of Southern California, CA. Correspondencia: correapo@usc.edu

Sopa de Wuhan. Editado por Pablo Amadeo. ASPO (Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio), 2020. 188 págs.

La fiebre. Editado por Pablo Amadeo. ASPO (Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio), 2020. 262 págs.

El mundo entero ya lleva al menos tres meses lidiando con las peores consecuencias de la covid-19: hospitales abarrotados, varios miles de muertos, economías frenadas, aislamiento y distanciamiento social, sumados a la incertidumbre sobre cuándo vamos a poder volver a la normalidad. A esta altura, Europa ya parece haber pasado lo peor. España e Italia, los países más golpeados, empiezan a mostrar síntomas de recuperación. También Francia comienza a levantar algunas de sus estrictas medidas de defensa contra el virus. Mientras tanto, Estados Unidos aumenta su cifra de infectados y de muertos, siendo el estado de Nueva York el más golpeado. La crisis allí ha destapado la perversidad de un sistema de salud fuertemente privatizado que deja sin acceso a la salud a millones de personas que no cuentan con los recursos necesarios para recibir atención. Por último, dentro de América Latina se presentan situaciones diferentes: Brasil es, por lejos, el país más afectado en cuanto a número de fallecidos, pero el escenario en Argentina y Chile ha empeorado de manera muy pronunciada en los últimos días. La situación en Perú y Ecuador también es grave. Mientras tanto, Uruguay es uno de los países que mejor ha sabido lidiar con el virus, con entre 1 y 10 casos nuevos diarios y una cifra de fallecidos que, hasta la fecha en que se escribió este ensayo, llegaba a 20.

Este escenario de novedad e incertidumbre ha llevado a varios intelectuales y académicos de Occidente a esbozar sus reflexiones en torno a la crisis del capitalismo, la destrucción del medio ambiente, el estado de excepción y sus mecanismos represivos, la vigilancia y el control social y la regularización biopolítica, entre otras cuestiones, todos problemas que la covid-19, en algunos casos ha dejado en evidencia y en otros intensificado. Entre varias recopilaciones que circularon por las redes en formato PDF, la iniciativa editorial ASPO (Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio) publicó dos tomos titulados Sopa de Wuhan y La fiebre. El primero recoge principalmente la palabra de intelectuales europeos y norteamericanos de renombre, aunque también aparecen tres nombres latinoamericanos. El segundo tomo compila textos que fueron escritos desde una perspectiva netamente latinoamericana, destacando el pensamiento de sociólogos, historiadores, periodistas e investigadores principalmente del Río de la Plata.

El texto que abre Sopa de Wuhan pertenece al filósofo italiano Giorgio Agamben, publicado originalmente en el mes de febrero en el portal quodiblet.it. Agamben se ha forjado un nombre en el terreno del pensamiento filosófico occidental a partir de su continuación --él diría “corrección”-- del concepto de biopolítica, elaborado inicialmente por el filósofo francés Michel Foucault a fines de los setenta, y su fusión con la teoría de la soberanía del jurista alemán Carl Schmitt. En su obra más importante, Homo sacer: poder soberano y la nuda vida, publicada originalmente en 1995, Agamben señalaba la novedad de la biopolítica moderna: la entrada de la vida desnuda (es decir, la vida biológica) en los mecanismos y cálculos del poder estatal en la forma de una inclusión exclusiva. Lo que quiere decir con esto es que los cuerpos son incluidos en la forma de su abandono a la muerte, desprovistos de toda humanidad. El abandono de la vida se produce cuando el Estado soberano se convierte en un Estado de excepción y las libertades son suspendidas, eliminadas en nombre de una aparente amenaza con el fin de perpetuar todo tipo de calamidades.

Sopa de Wuhan recoge dos intervenciones de Agamben sobre la covid-19. En la primera, el filósofo dice lo que ya venía diciendo desde que inició su proyecto del Homo sacer: que el Estado de excepción se ha convertido en la norma y que el coronavirus es tan solo una manifestación más de esto. Aparte de la carencia de novedad de su argumento, lo que más se le critica a Agamben es el extremismo de sus declaraciones. En este caso, el confinamiento y el distanciamiento social parecen medidas razonables: fueron y son necesarias para frenar el avance de un virus que no es solo una gripe más, como la define él mismo en su columna. El decreto de emergencia sanitaria es entonces comprensible, lo que no quita que pueda llevar (y ya ha llevado en algunos países) a acciones antidemocráticas de vulneración de derechos humanos o a una extensión de los dispositivos de seguridad. Pero Agamben ve en estas medidas de distanciamiento social solo la manifestación de la malicia extrema del Estado.

Un camino similar parecería tomar la activista boliviana del feminismo radical María Galindo quien, en sus reflexiones, define al coronavirus como “una forma de dictadura mundial multigubernamental policíaca y militar” y como una absurda orden de distancia y confinamiento. Incluso asevera que podría ser el Holocausto del siglo XXI, como si el virus tuviese una racionalidad propia y como si los llamados al confinamiento, de vuelta, no fueran vitales para luego poder salir con más fuerza y determinación políticas. Galindo llama a desobedecer; pero desobedecer, en las actuales circunstancias, es más un gesto de autodestrucción que otra cosa, o al menos es el sentimiento que subyace detrás de la paralización de la decena de estallidos sociales que ocurrían en el mundo en el momento en que surgió la pandemia y cuando se decretaron los estados de emergencia a escala planetaria. Galindo agrega que el espacio social de acción democrática (las calles, el contacto cara a cara) ha sido eliminado, pero eso era algo inevitable. Lo que cabría preguntarse entonces es qué tipo de acción política puede tener lugar bajo estas circunstancias. Un ejemplo que viene a la mente es el de la Marcha del Silencio en Uruguay, un movimiento multitudinario que se lleva a cabo cada 20 de mayo para recordar y exigir justicia por las personas que fueron desaparecidas durante la dictadura cívico-militar y que, este año, tuvo que adoptar un nuevo formato -virtual y también con intervenciones en distintos lugares de la capital del país- que la convirtió en un acontecimiento igualmente emocionante y removedor.

La filósofa norteamericana Judith Butler, reconocida por sus trabajos sobre género y por sus miradas políticas con respecto a la manifestación del poder y la precarización de la vida, fue una de las más críticas de la posición de Agamben. En una entrevista que le realizó La Tercera de Chile en abril de este año argumenta que, ante la situación actual, se necesita una acción gubernamental sólida para poder garantizar la distribución equitativa de recursos médicos y el cuidado de los ciudadanos. Pero es imposible que esto pueda darse en el marco del sistema capitalista en el que vivimos. Butler denuncia las desigualdades ocasionadas por el capitalismo y propone revitalizar el “imaginario socialista” a través de un sistema de salud público y universal que considere a todas las vidas como iguales y de una sociedad que respete los derechos de todos. Las luchas políticas encarnadas en los movimientos sociales dan pie para pensar en otro tipo de sociedad más libre, igualitaria y democrática. En su último libro traducido al castellano, Cuerpos aliados y lucha política: hacía una teoría performativa de la asamblea, Butler ya había hecho énfasis en la importancia de la asamblea, entendida como la aparición conjunta de “cuerpos precarios” que se enfrentan al poder institucional. La precariedad es un concepto clave para comprender la lógica de exclusión del sistema capitalista que engloba a todos esos cuerpos que no se “adaptan” a lo que se espera de ellos. Los “cuerpos precarios” refieren tanto a los pobres como a las personas negras, los latinos, los individuos del colectivo LGTBI, los movimientos feministas y todos aquellos que reclaman día a día sus derechos y los pone a prueba. Tras la formulación del filósofo francés Jacques Rancière, se podría decir que estos actos de enunciación son los que dan lugar a procesos de subjetivación política a partir de la construcción de escenarios de disenso.

El disenso o el desacuerdo con respecto a la distribución de lugares y formas de ser y hacer determinadas por el poder que emana de la institución del Estado y de las relaciones sociales configura el espacio de aparición y expresión políticas. Aquí las reflexiones de Butler sobre la vida precaria y el carácter performativo de la asamblea y las de Ranciére con respecto a la subjetivación política encuentran una posible articulación. Los cuerpos precarios se transforman en sujetos políticos cuando desafían la situación en la que los coloca el sistema capitalista dominante rehusándose a ser identificados de una determinada manera.

Butler no es la única que denuncia las graves deficiencias del capitalismo que gobierna el mundo. El teórico esloveno Slavoj Žižek, una figura tan conocida como polémica dentro del mundo de la academia, expresa -en su intervención titulada “El coronavirus es un golpe al capitalismo a lo Kill Bill”- que el virus puede dar fin al capitalismo y dejar el camino allanado para la instauración de un “nuevo comunismo” que se funde en la cooperación y en la solidaridad internacional. Tomando como referencia la escena final del filme Kill Bill vol. 2 de Quentin Tarantino, Žižek dice que el virus sería como la “técnica del corazón explosivo de la palma de cinco puntos” que Uma Thurman le asesta a Bill, aplicado en este caso al capitalismo. Recordemos que, en la película, luego de acusar el golpe, Bill sigue hablando durante algunos minutos con su atacante como si nada hubiera pasado hasta que se levanta de su silla, da unos pasos y finalmente cae muerto sobre el césped. Según el esloveno, el virus tendría el mismo efecto sobre el actual sistema global. Las palabras de Žižek ofrecen una perspectiva más fresca que la de varios de sus contemporáneos, cuyas reflexiones se tornan repetitivas. No parece haber dudas de que el virus está mostrando las ineficiencias estructurales del sistema. Sin embargo, ¿puede efectivamente un virus derrocar al capitalismo?

El surcoreano Byung Chul Han, un filósofo que se ha vuelto popular con ensayos como Psicopolítica, La sociedad del cansancio y La expulsión de lo distinto, entre otros títulos, le responde a Žižek en su entrada “La emergencia viral y el mundo del mañana” que el coronavirus no es capaz de producir un cambio radical por sí mismo. Si algo va a poner fin al orden capitalista no es un virus, sino la acción humana. La revolución tendrá que venir de la solidaridad colectiva. Las palabras de Han parecen razonables, pero lo más interesante de su intervención es la manera en que describe los mecanismos de vigilancia extrema que operan en los países asiáticos, algo que no se aprecia en toda su magnitud por estas latitudes. Provoca escalofríos leer cómo el estado chino controla, en forma minuciosa y a través de aparatos tecnológicos, la vida de sus ciudadanos. Allí no existe la vida privada y tampoco hay conciencia crítica de la vigilancia impuesta, explica Han. Sin embargo, este sistema de control digital logró vencer al coronavirus más rápidamente y los asiáticos fueron los primeros en recuperarse de la covid-19 gracias a ello. Ante el éxito de estas tecnologías, Han cree que el estado policial chino podría exportarse a Europa.

En América Latina se ve poco posible asistir a un grado tan sofisticado de control biopolítico, pero eso para nada quiere decir que no sea probable ver brotes autoritarios que suspendan libertades de manera innecesaria. Se ve con cierta preocupación la creciente militarización de las calles, donde el ejército realiza tareas que no le competen como es la seguridad pública. Es un fenómeno del que hemos sido testigos en el último año y que se puede intensificar en el escenario actual. Asimismo, se puede recordar la brutal represión contra la revuelta popular en Chile a fines del año pasado, el país de América Latina que sufre la expresión más pura del capitalismo.

El investigador y activista uruguayo Raúl Zibechi y el geógrafo marxista y profesor estadounidense David Harvey también hacen mención en sus apariciones a la capacidad que demostraron los países asiáticos para recuperarse de los efectos del coronavirus. Por un lado, Zibechi esgrime que tanto Europa como Estados Unidos se hundirán en una profunda crisis económica, mientras que Asia va a erigirse como la próxima potencia y referencia en cuestiones de economía y de control social. Agrega que la pandemia va a destruir la globalización neoliberal y que surgirá una globalización “más amable”, con China en su centro, sin profundizar en lo que significa “más amable”.

Por otro lado, Harvey destaca la reacción de los países asiáticos, aunque argumentando que, si bien China logró frenar el virus de forma muy eficaz, lo hizo al costo de un control extremo y autoritario. Los países neoliberales no han tenido tanta suerte. Ante el diagnóstico de que el sistema capitalista ya estaba en problemas, Harvey explica que el coronavirus propició un golpe devastador al afán de consumo masivo con el congelamiento de todo tipo de actividades lucrativas. De manera general, sus apreciaciones hasta aquí no parecen muy novedosas. Sin embargo, Harvey introduce una preocupación que no había sido abordada hasta el momento y que refiere a la cuestión ambiental al decir que, con el coronavirus, la naturaleza se está “vengando” de décadas de extractivismo neoliberal, cuyas acciones llevan a condiciones ambientales precarias que propician un ambiente perfecto para la mutación y expansión de los virus.

La temática ambiental, que casi no fue mencionada en los textos que recopiló Sopa de Wuhan, ocupa un lugar central en las reflexiones que podemos leer en La fiebre, el segundo tomo publicado por ASPO. La escritora e investigadora argentina Maristella Swampa presenta en su texto la preocupación ante cómo se ha omitido la discusión sobre la cuestión ambiental, considerando que la destrucción de los ecosistemas propicia el nacimiento y la expansión de estos virus. Nadie habla de las causas socioambientales de la pandemia, dice Swampa. Mientras no se reconozca este problema y se haga algo para mitigar su impacto, enfermedades como el coronavirus van a darse cada vez con más frecuencia. Lo mismo es señalado por la profesora de filosofía e investigadora Mónica Cragnolini, la investigadora uruguaya Silvia Ribeiro, la periodista Marina Aizen y los historiadores Ariel Petruccelli y Federico Marré.

En este segundo tomo también aparece la denuncia de las pronunciadas desigualdades en América Latina, los peligros de la universalización del paradigma securitario y el llamado a la libertad colectiva. El cientista social argentino Esteban Rodríguez Alzueta expresa, por ejemplo, la importancia de la distinción entre una prevención basada en la enemistad y otra en la amistad, considerando que no todo el mundo puede transitar por la cuarentena de una misma manera. Se pregunta por la posibilidad de una prevención que sea solidaria y no tanto punitiva. Petruccelli y Marré coinciden con Rodríguez Alzueta al señalar dos ejemplos: una persona que es agredida a pedradas por el vecino por haber salido a la calle y un joven que es agredido en la cabeza con balas de goma por la policía, sin que hubiera ninguna orden previa. En La Pampa, donde sucedió el último episodio, los autores explican que hay muchas detenciones por violación de la cuarentena. Esto no lo dicen ellos, pero la situación en La Pampa puede extenderse a la Argentina entera, considerando que el país rioplatense tiene más detenidos que contagiados y la situación dista de estar controlada.

Las lecturas de estas publicaciones permiten reflexionar sobre hasta qué punto la presencia de este virus y los mecanismos de control sanitario a los que da lugar podrían ocasionar cambios radicales en la vida cotidiana. También permiten pensar si el capitalismo podrá retornar con la misma fuerza una vez superada la situación. De lo que no quedan dudas es de que la covid-19 trajo a la superficie sus problemas estructurales y destapó su lógica perversa, invitándonos a imaginar modos de disrupción política.

En este sentido es que los proyectos como los de ASPO son interesantes e iluminadores, aunque a veces las reflexiones allí reunidas se vuelvan repetitivas o incompletas. La importancia de la iniciativa radica también en presentar un nuevo comportamiento en el mundo editorial: la circulación de una publicación sin costo y en versión digital a través de las redes sociales. En ese sentido, ¿tiene este tipo de edición algo que ver con la aplicación o puesta en práctica de acciones de solidaridad y no de consumo? Parece ser que sí, y esto es algo a destacar.

21 de mayo del 2020


https://www.elextremosur.com/files/content/23/23684/sopa-de-wuhan.pdf





viernes, 4 de junio de 2021

EL GRITO Y EL GHETTO

 

"Changó" Garratz (óleo sobre lienzo / 2001)


EL GRITO

Y

EL GHETTO

Por:

Omar García Ramírez

 

 

La libertad comienza a construirse

ahí, en el microespacio en el que es convocada a emerger

Anne Querrien

 

El grito sobre el puente…

Sobre la ladera de la cordillera. En los valles. En las calles.

Encarna la indignación general.

¿Qué hacer con 10 millones de hambrientos?

¿Qué hacer con 20 millones de pobres?

¿Qué régimen del mundo puede contener millones de conciencias que han despertado del letargo autoritario; de la hipnosis causada por sobredosis de propaganda inoculada desde medios masivos de alienación?

La marcha popular se abre camino tras el peso de la memoria violentada. La violencia sistémica, estructural y simbólica, por tanto tiempo ejercida contra segmentos ciudadanos excluidos de la participación social, económica, educativa y cultural de nuestra población. Ha estallado en rebelión.

La raza de Caín, de la que hablara una escritora de estos pagos, para quien esos colectivos sociales son pozos oscuros de resentimiento y violencia. La misma que dijo molesta, que invocando a su verdad los indígenas colombianos eran dueños de la 30% de las tierras de Colombia (ella de raíces cundiboyacenses y acentuados rasgos muiscas). Ha comenzado a caminar en oleadas, en redes, en rudas fiestas carnestolendicas de calle y en plataformas de lluvia y fuego.

Cuando la gente ha sido reducida tanto tiempo a vivir en un ghetto de violencia cotidiana. Cuando además, se suma la precariedad de una pandemia que ha sido instrumentalizada para ejercer más violencia y espoliación económica; La catarsis no es la ofrenda religiosa o piadosa que se puede esperar como respuesta. Es la sangre a los dioses tutelares de la rebelión lo que aparece.

En algunos distritos especiales de las grandes ciudades colombianas, los jóvenes han resistido durante décadas los atropellos de la fuerza pública y los abusos del poder. Su vida limitada por la desilusión y la pobreza esta permanentemente sitiada, limitada y encerrada.

La salida esporádica de su condición de apartheid simbólico, los lleva a internarse en las fronteras urbanas en donde su condición de extraños será siempre sospechosa e incómoda. Como tal, es un segmento de la amplia población juvenil más fácil de macartizar. La deformación de su protesta, será el objetivo de los medios tradicionales. Como tal será el chivo expiatorio a condenar, la oveja negra y cimarrona a abatir en medio de las refriegas.

Los jóvenes colombianos de las universidades, tienen más claro el panorama; unas reivindicaciones que de alguna manera encajan en las posibilidades del contrato social; que tiene más rasgos del sindicalismo gremial estudiantil y como tal asume las características de una protesta brillante y creativa más acorde con la vida civilizada. Los jóvenes de las barriadas, por el contrario, esos que limitan económica y estéticamente con el lumpenproletariat, no tienen esa claridad meridiana; pero su ira es radical y poderosa. Estos grupos no están unificados. Los valores y las cualificaciones que los atraviesan son múltiples, pero inoperantes en el sistema de producción. Su accionar, es de cierta forma, el de sus ancestros esclavos que viviendo como cimarrones en los palenques salían en épocas de crisis, a una zona de violencia purgativa. Ya lo anotaban Adriaan Alsema de Colombia Reports en su estupendo ensayo White supremacy in Colombia, (1) en donde estudia los orígenes de esta problemática que hunde sus raíces en la esclavitud y la colonia del valle del cauca colombiano.

 

Sin embargo, debemos decir, que no es del todo cierto lo anterior, ya que la protesta de la mayoría de los colectivos juveniles de estos barrios, fue en un principio pacífica. Esto no sirvió; fue de inmediato estigmatizada sobre todo por las grandes cadenas de información o propaganda del sistema. Ya se marcaba una fuerza de diferenciación en el tono de la protesta frente al sindicalismo obrero y la academia. Los jóvenes estaban mediados y de cierta manera, distanciados por un habitus que no se podía clasificar. La rudeza del barrio marginal es otra forma de resistencia, que tratará de ser descalificada desde un principio; así esa violencia, sea la mayoría de las veces, defensa colectiva ante los atropellos de las fuerzas policiales. No es que las diferencias sean marcadas, son sutiles, pero existen. Era el día de la primavera lírica y teatral de los educandos indignados y la noche, para el baile violento de los que sobran.

Parte de la sociedad que vio como una amenaza esta oleada de indignación, esa rudeza de los desequilibrios telúricos que comprometían su seguridad y la estabilidad en el zigurat de sus convenciones sociales, comenzó a tambalearse; comenzó a comprometer límites y luego pasó a desatar una guerra directa fruto del miedo y la ignorancia, el desconocer la verdaderas razones del otro. Es la forma en que las sociedades responden ante la falta de mecanismos verdaderamente democráticos como forma de entender las diferencias, virtudes y  falencias del otro.  La falta por décadas de un dialogo y un contrato social; reformas vitales por décadas postergadas en favor de los apetitos monetarios de una minoría usurera que, como el Shylock del mercader de Venecia de Shakespeare, afilan el cuchillo sobre el pecho de los desheredados y carnean sin piedad. Fascinación obscena del poder arropado y defendido a muerte por un segmento importante de la burocracia corrupta y psicópata.

Así que comenzó a darse una guerra asimétrica contra los extraños, los fronterizos, los afro, los indígenas que venían de los resguardos a las ciudades; contra los jóvenes marginales que venían pisando fuerte y exigiendo reivindicaciones amplias de ribetes pintorescos y a veces gaseosos; Esas marchas, esos bloqueos, esas maratónicas sesiones de lucha popular prolongada, causaron pánico entre los biempensantes y algunos malpensantes domesticados por la institución.

De otra parte, allí, en aquellas rebel partys se da y se sigue dando, el encuentro entre el punketo y el metalero; el del karaoke místico y el sufí ermitaño y gondolero. Entre el anarco de la haine y el skinh head más rudo. Ya que en el fondo, todos han recibido la misma paliza bajo la lluvia acida y helada de la gran capital. El grito indignado del travesti activista, que se ha bajado de su carroza del gay festival y se ha plantado en la trinchera de los de primera línea sin dejar de danzar con sus ropajes de drag queen en medio de los gases lacrimógenos. Pero allí todos estaban manteniendo la fuerza de primera línea en el núcleo fraterno de ese sueño.

Salud, oportunidades de trabajo, Estudio, vivienda digna, (a muchos de sus padres, durante más de treinta años en ciertos distritos de Cali como el de Siloé, las autoridades de la ciudad, no les han entregado la documentación que los acredite como propietarios).

Uno, dos, tres tal vez cuatro, cinco colectivos juveniles que marchan en la corriente de un mismo rio y en una misma dirección. ¿Cómo unir esas corrientes sin perecer en el intento? ¿Cómo hacer avanzar el rio para que llegue a un mar, a un puerto y pueda limpiarse de sus sedimentos?

Algunos ejemplos prácticos y que se originaron al calor de la marcha llaman la atención; jóvenes futboleros de las barras bravas de la capital depusieron los colores de sus clubs y se unieron (unen) como espartanos en primera línea. ¿Podrán los políticos colombianos que dicen encarnar el nuevo país y los líderes sindicales que representan a la clase obrera, y los intelectuales que dicen encarnar lo más granado y genuino de las virtudes civiles, deponer diferencias, declinar intereses y fobias para unirse en primera línea con la sociedad, que en su mayoría quiere un cambio? Es de resaltar el gesto de políticos esclarecidos dentro de la izquierda colombiana, quienes han  declarado reconocer a los jóvenes en rebeldía, como a su verdaderos interlocutoras; conscientes del malestar que cruza todas las vertientes de la sociedad precarizada pero sobre todo manifestada en la juventud sin futuro y sin presente.

¿Podrán las diferencias que existen desde años atrás, heredadas de los viejos sectarismos de periclitadas capillas políticas deponerse, en pos de un gran encuentro de voluntades y hacer crecer el rio para llegar a buen puerto?

Difícil tarea pero no imposible.

Muchos imaginarios reivindicativos sobre la palestra.

En el último peldaño de esa escala de reivindicaciones ellos los que están en la primera línea. No pueden quedar olvidados. Y no se trata de discursos anarquistas o vandálicos. Se trata de dignidad humana, ya que esta, hace tiempo, corre el riesgo de entrar en un territorio en donde la esclavitud pstmoderna será su único destino.

El gobierno espurio y criminal, arropado por una traquetocracia y una gavilla de asesinos corporativa. Sigue vigilando y castigando (asesinando) bendecida por los medios tradicionales de prensa y propaganda. Ahora bien, dentro de los colectivos uniformados esta también el pueblo; ya que como han reconocido algunos estudiosos de los conflictos sociales entre ellos Dennis Rodgers (3) el antropólogo y estudioso de los conflictos sociales juveniles en las grandes ciudades del mundo contemporáneo; quien señala como el pueblo uniformado responde con violencia ya que ha vivido de cierta manera inmerso en esa violencia por tradición de clase. Esas corporaciones profesionales de vigilancia y control, buscan sus peones entre las clases populares. Es por esto que, esa confrontación buscada y casi siempre manipulada por la gran burguesía, es alimentada y sutilmente exacerbada para después, de manera hipócrita darle la espalda a quienes son instrumentalizados como actores de represión y violencia contra su propio pueblo.    Buscar una permanente confrontación entre segmentos de la población. Clases populares contra clases medias; camisas negras contra camisas blancas, mestizos contra indígenas; blancos contra negros y rojos contra azules; ¿acaso no es la tradición maniquea del divide y reinarás utilizada por décadas y generaciones por los feudales corporativos de Colombia? ¿No será ya el momento de comenzar implementar  propuestas de política expandida, manifestaciones de sociología imaginativas y creativas, que permeen  los segmentos progresistas dentro de las estructuras de poder? salir de los libretos rígidos que propugnan por el mantenimiento de diferencias eternas y entender que en las grietas de las murallas las flores encarnan. Algunos alcaldes, funcionarios y supernumerarios que hacían parte de la estructura, han entrado en contradicción con la misma porque no los representa; al contrario les asquea. Sin esa posibilidad de explorar caminos de convergencia y de unión, aun con las heridas frescas, es casi imposible avanzar en la conquista de reformas sustanciales para toda la sociedad colombiana.

 De la misma forma que formas de violencia social eran inherentes al estallido social y ante las que algunos filisteos de columna y opinión dijeron sentirse horrorizados por la crudeza de las mismas; también es necesario entender que sin atreverse a crear nuevos imaginarios dinámicos y creativos para explorar acercamientos entre segmentos aparentemente irreconciliables, es dejar en manos de los de siempre, la iniciativa de las propuestas y sobre todo el diseño de los discursos patrioteros que buscan legitimar las narrativas de la división. Desconocer esas diferencias y esas contradicciones; ignorar sus limitaciones, pero también sus grandes posibilidades, solo conduce a más violencia estéril y sin objetivos.

Hay un despertar. Ese despertar conduce a la ampliación de los discursos a la fluidez de los matices y las posibilidades de ampliación de la base social de la protesta sin caer en dogmatismos ni esquemas cerrados. Reconocer la pluralidad de voces, consignas reivindicaciones y propuestas que están sobre la mesa. También, aceptar que muchos no se encuentran representados, pero no por eso están menos interesados en ser parte de la presencia viva y dinámica de la sociedad. Limitar, segmentar y confrontar sectores afines a la plataforma, es pecar de ingenuidad y sobre todo arruinar los grandes sacrificios, los inmensos esfuerzos de un movimiento social que debe intentar arribar al puerto de los grandes cambios y las grandes reformas.

También y no menos importante, entender que, Colombia no es una isla; toda esa insularidad es ficticia. Comprender que se mueven fuerzas poderosas que operan en el tablero de la geopolítica, de las finanzas internacionales y de los planes globales de una agenda que tiene a Latinoamérica en la mira. Pensar que, solo unos funcionarios son los gerentes auténticos de la escena es desconocer y dejar de pensar que, a lo mejor, son tan solo fichas en el escenario de una gran obra dramática. La maquinaria propagandística del establecimiento habla de injerencia externa, un cinismo aterrador cuando es de todo conocido, la dependencia prolongada de estos círculos de poder nativos, de las decisiones de la unión americana. La dependencia de su asistencia militar y económica y la obediencia ciega a los dictámenes de sus lineamientos en materia de política exterior. La política del establecimiento colombiano, siempre ha estado intervenida por el poder militar y económico del imperio.

Por eso creo en la necesidad de reinventar una agenda propia que dé prioridad a los compromisos nacionales con nuestra ciudadanía. De paso podríamos decir que, insistir en ciertos nombres y engrandecer caudillos de tercera categoría que representan la estructura, tan solo crea mistificaciones que dan más poder a quienes son tan solo figurines de tercera y que solo cumplen con los registros dramáticos y declaman las líneas del guion. No quiero con esto decir que esos exfuncionarios no sean responsables; pero si los ponemos en contexto real, les quitaremos el aura de poder que mantienen y los nivelamos a su verdadera condición. Una de las grandes problemas colombianos y de la sociedad civil que participa en política, es darle un poder simbólico más fuerte del que merecen estos figurines de la ignominia, el fortalecerlos y darles una permanencia histórica; El no superarlos con el tiempo para dar posibilidades a nuevos actores sociales, económicos, políticos y culturales. Si seguimos como un perro que arrastra una línea de latas atada a su cola como diría Jordan Petterson el psicólogo y pensador canadiense; estaremos condenados a escuchar eternas psicofonías de fantasmas que, parasitarán sin descanso las potencialidades de nuestro destino.

Si no superamos esa tara de caudillismos rancios, esa fijación por el poder de ciertos sátrapas, ese fetichismo y adoración a los fantasmas del pasado que habitan nuestra casa histórica; si no exorcizamos esas figuras horripilantes y los arrojamos de una vez por todas a un lado del camino; seguirán allí por mucho tiempo entorpeciendo la posibilidad de trascenderlos y superarlos en pro de una sociedad más libre. Empoderar a la ciudadanía cada vez más y quitar escena y poder simbólico a esos muppets de la casa del horror, desauratizar esa viejas figuras que solo representan los vestigios de una sociedad moribunda. Sin esa condición, estaremos habitados por aquellas larvas, como ciudadanos poseídos por el miedo y la inercia. El tribunal de la historia debe juzgarlos, de eso no hay ninguna duda; pero, a la nueva ciudadanía solo debe comprometerla el acto valiente y decidido de superarlos y arrojarlos al lugar en donde solo queden los vestigios que se integraran, con el tiempo, a las oscuras mitologías de la historia.

 

El gobierno, sus representantes, (peones y alfiles del espíritu y la ideología del establecimiento). Tienen la desfachatez de romper las negociaciones, cambiar las reglas del juego, demoras,  esperas y dilaciones. Realmente pareciera que no están en capacidad de decidir sobre nada, son histriones bien pagados con papeles más o menos definidos en la farsa. Hacen la guerra sucia, mientras tratan de adoctrinar a sus rebaños del feudo mediático oficial, y convencerlos de la maldad de estas manifestaciones y des su inconveniencia.

Gremios económicos que, durante décadas se han lucrado, se rasgan vestiduras ante la crisis y sin embargo, continúan especulando aun en tiempos de conflicto. Han acaparado y se han beneficiado en tiempos de peores crisis. Todas esas crisis fueron desencadenadas con su historia de horrores para mantenerlos incólumes sin perder un ápice de sus privilegios. ¿Por qué en esta oportunidad no lo iban a hacer? Si la pandemia fue el escenario oportuno para entregar a la banca grandes reservas económicas del país y hacer de su intermediación, el negocio perfecto. Disfrazadas de ayudas y tercerizadas, pasaron por la caja de agiotistas y usureros para incrementar sus dividendos. También, la pandemia pretendía ser el estado de control biopolitico ideal  para mantener el nivel de corrupción en sus más altos estándares y en su perpetuación.

Con el pueblo acorralado y sometido a las  medidas disciplinarias de bioseguridad y control. Comenzó el espolio. La destrucción del tejido social y económico de un país que en un 70% vive en la informalidad. Solo un 10% que hacia parte de la estructura hegemónica y el establecimiento, podía tener un verdadero salvavidas financiero; el resto de la gente, incluyendo la gran mayoría de pequeños y medianos empresarios, debía salir a cara de perro a luchar por su sustento y la supervivencia de sus medios laborales.

Esto no lo dicen, esto no lo expresan los señores del establecimiento. Siguiendo bien el guion demarcado por el FMI y la OMS para la destrucción de las sociedades latinoamericanas; habían fracasado en lo de la guerra con Venezuela. Intentaban un nuevo guion enfocado en la guerra interna declarando inútiles acuerdos de paz; sin embargo, ante la actual crisis que ha estallado, no dejan de lado el trasnochado discurso de posibles intervencionismos extranjeros, (ellos ya intervenidos, agendados y arrendados a las corporaciones supranacionales) Para, de cara a la comunidad internacional, tener mano libre para la masacre.  

Esa desterritorialización del capitalismo de la que hablara Félix Guattari le corresponde una reacción que puede estallar de cualquier manera y en cualquier lugar; refleja contradicciones históricas y muestra, sobre el balance de las sociedades en riesgo, deudas sociales históricas. Guattari en sus ensayos, hacia un señalamiento importante, ya que el capital responde no a las órdenes de los estados nación sino a las directrices de organismos internacionales y supranacionales, arriesgando en algunos apartes de su tesis de revolución molecular ––no es un sofisma de distracción para diletantes, hace parte de un libro de su autoría: MICROPOLITICA Y GEOGRAFIA DEL DESEO y de un estudio crítico de la sociedad en época de capital trasnacional y globalización…–(3) plantear la necesidad de respuestas alternativas globalizadas y al mismo tiempo, deslocalizadas ante  la estructura de poder hegemónico que se impone sobre el mundo. A respuestas creativas y libertarias, asamblearias, cooperativas, y místicas frente a las deformaciones autoritarias del sistema. A los mecanismos sociales de represión y dominación, se oponen también raciones de protesta y rebelión. Que este libro y sus pensamientos más importantes, hayan sido simplificados a la luz del conflicto social es otra cosa.

Pero volvamos a la raíz

Al escenario social donde se genera el árbol encendido de la conciencia, del choque y el despertar. El ghetho, el distrito, la favela…el barrio marginal con su enjambre de sueños; actores y sujetos de una rebelión simbólica.

Ya sabemos todos como han marchado los acontecimientos.

Y sabemos bien hacia donde nos pueden llevar.

Está en nosotros, como colectivos culturales que apoyamos las propuestas del paro, el orientar nuestras fuerzas y consciencias. Hay, como lo decía el jhavista, un tiempo para muerte y un tiempo para la vida. Hay un tiempo para la lucha y un tiempo para la meditación. Y todo es caosmosis y transformación y también transmutación Consiente.

Sin esa mínimas reservas de conciencia y humildad. Sin esa importante memento de lucidez y de grandeza. Una como otra necesaria. No estaríamos seguros en el destino de nuestra marcha.

 

Los cambios de paradigmas y las trasformaciones sociales no solucionarán todos los problemas de un momento a otro. Ya somos suficientemente viejos para saberlo. Pero, al menos nos habrán hecho reaccionar ante la entropía y la crudeza de la vida. De alguna manera, jalonan los estallidos vitales del corazón e iluminan nuestros ojos con nuevos horizontes.

Las fuerzas sociales evolucionan al ritmo de sus crisis; de los ritmos y arritmias de  sus respiraciones. De su oleaje secreto derivan los nuevos conflictos en el escenario; son también nuestros temores atávicos, nuestros paraísos perdidos; también nuestras utopías indeclinables. Son los nuevos retos en el conflicto que se incubo durante décadas en las capitales colombianas. Hijos desplazados de una tercera ola de violencia. Nietos de labriegos mutilados en los campos de guerra en los años cuarenta. Tres generaciones hacinadas en los cinturones de miseria. Todas generaciones golpeadas por varias décadas de conflicto, sin dar tiempo a la esperanza.

Resistencia y dignidad… razón de vida o consigna. Tal vez la más importante, pero no la  única que cuenta en estos días. Cuando se resiste, un sueño debe palpitar en el corazón de quienes marchan con las bocas de sed acidificadas bajo las ciudades heladas y mantienen un segmento de la ciudad en una zona temporalmente autónoma, okupada por una banda de rock de la imaginación.

 

Han sido y serán jornadas que, aunque dolorosas, nos acercaran a espacios de debates abiertos y democráticos en donde sea posible discutir sobre lo fundamental. No son momentos para los optimismos totales…Pero tampoco de derrotismos y pasotismos. Sabemos que este país se merece una juventud en libertad de creación y fiesta, con oportunidades reales para el estudio, los deportes y la ciencia.

Primero eso…la niñez y la juventud. La que está “incluida” pero desestimada  y sobre todo, la que ha estado excluida por décadas y destinada al apartheid de la historia colombiana; la que solo ha sido carne de cañón en el conflicto armado y experimentación especulativa en las corporaciones de la delincuencia y la política. La que ha sido relegada a representar una ciudadanía de tercera en las ciudades colombianas y que hoy ha despertado de su pesadilla.

No son los muertos vivientes de que viene caminado como zombis…Son los niños danzantes con sus dioses tutelares, sus Orishas, sus brujos y hechiceras. Los que vienen desde el fondo de los bosques; y florecen en los jardines tóxicos de los extramuros de las metrópolis; los que vienen por su pedazo de patria, su pedazo de pan y su pedazo de cielo.

La bandera esta invertida, ya que solo sangre ha sido derramada para el bienestar de los opulentos. Es hora de reinventar ese color, para que el amarillo de la esperanza florezca y el azul de las nubes llueva en primavera.

 

 

1-https://colombiareports.com/

2-https://international-review.icrc.org/es/articulos/entrevista-dennis-rodgers

3-https://www.traficantes.net/sites/default/files/pdfs/Micropol%C3%ADtica-TdS.pdf