viernes, 1 de mayo de 2020

CAPITALISMO DE VIGILANCIA. Shoshana Zuboff


CANTO XLV (CON USURA), poema de EZRA POUND






Con usura no tiene el hombre casa de buena piedra 
Con bien cortados bloques y dispuestos 
de modo que el diseño lo cobije, 
con usura no hay paraíso pintado para el hombre en los muros de su iglesia 
harpes et lutz (arpas y laúdes) 
o lugar donde la virgen reciba el mensaje 
y su halo se proyecte por la grieta, 
con usura 
no se ve el hombre Gonzaga, 
ni a su gente ni a sus concubinas 
no se pinta un cuadro para que perdure ni para tenerlo en casa 
sino para venderlo y pronto 
con usura, 
pecado contra la naturaleza, 
es tu pan para siempre harapiento, 
seco como papel, sin trigo de montaña, 
sin la fuerte harina. 
Con usura se hincha la línea 
con usura nada está en su sitio (no hay límites precisos) 
y nadie encuentra un lugar para su casa. 
El picapedrero es apartado de la piedra,
el tejedor es apartado del telar, 
con usura 
no llega lana al mercado, 
no vale nada la oveja con usura. 
Usura es un parásito, 
mella la aguja en manos de la doncella 
y paraliza el talento del que hila. Pietro Lombardo 
no vino por usura, 
Duccio no vino por usura,
ni Pier della Francesca; no por usura Zuan Bellini 
ni se pintó "La Calunnia”. 
No vino por usura Angélico; no vino Ambrogio Praedis, 
no hubo iglesia de piedra con la firma: Adamo me fecit. 
No por usura St. Trophime,
no por usura San Hilario. 
Usura oxida el cincel, 
Oxida la obra y al artesano, 
Corroe el hilo en el telar, 
Nadie hubiese aprendido a poner oro en su diseño; 
Y el azur tiene una llaga con usura; 
se queda sin bordar la tela. 
No encuentra el esmeralda un Memling 
Usura mata al niño en el útero, 
No deja que el joven corteje, 
Ha llevado la sequedad hasta la cama, y yace 
entre la joven novia y su marido
                CONTRANATURAM 
Ellos trajeron putas a Eleusis, 
Sientan cadáveres a su banquete, 
por mandato de usura. 


                      -oOo-

With usura hath no man a house of good stone
each block cut smooth and well fitting
that design might cover their face,
with usura
hath no man a painted paradise on his church wall
harpes et luz
or where virgin receiveth message
and halo projects from incision,
with usura
seeth no man Gonzaga his heirs and his concubines
no picture is made to endure nor to live with
but it is made to sell and sell quickly
with usura, sin against nature,
is thy bread ever more of stale rags
is thy bread dry as paper,
with no mountain wheat, no strong flour
with usura the line grows thick
with usura is no clear demarcation
and no man can find site for his dwelling.
Stonecutter is kept from his tone
weaver is kept from his loom
                         WITH USURA
wool comes not to market
sheep bringeth no gain with usura
Usura is a murrain, usura
blunteth the needle in the maid’s hand
and stoppeth the spinner’s cunning. Pietro Lombardo
came not by usura
Duccio came not by usura
nor Pier della Francesca; Zuan Bellin’ not by usura
nor was ‘La Calunnia’ painted.
Came not by usura Angelico; came not Ambrogio Praedis,
Came no church of cut stone signed: Adamo me fecit.
Not by usura St. Trophime
Not by usura Saint Hilaire,
Usura rusteth the chisel
It rusteth the craft and the craftsman
It gnaweth the thread in the loom
None learneth to weave gold in her pattern;
Azure hath a canker by usura; cramoisi is unbroidered
Emerald findeth no Memling
Usura slayeth the child in the womb
It stayeth the young man’s courting
It hath brought palsey to bed, lyeth
between the young bride and her bridegroom
                               CONTRA NATURAM
They have brought whores for Eleusis
Corpses are set to banquet
at behest of usura.

viernes, 10 de abril de 2020

Para combatir el Covid-19: ¿Por qué y cómo se ha de suspender inmediatamente el pago de la deuda?

Para combatir el Covid-19: ¿Por qué y cómo se ha de suspender inmediatamente el pago de la deuda?

8 de abril por Eric Toussaint

(CC - Pixabay - geralt)
La extensión geográfica de la epidemia del coronavirus produjo una crisis sanitaria mundial y creó una situación totalmente nueva. Los sufrimientos humanos que provocan la difusión del virus son enormes, y, además, se agregan a otros dramas de salud pública que afectan particularmente a los países dominados por las grandes potencias y el gran capital con la complicidad de las clases dominantes locales. De todas maneras, es urgente liberar medios financieros muy importantes pero recurriendo lo menos posible a nuevas deudas
Existe un medio simple de liberar recursos financieros: consiste en suspender inmediatamente el pago de la deuda pública. Las sumas economizadas podrán ser canalizadas directamente hacia las necesidades prioritarias en materia de salud. Otras medidas muy fáciles que se pueden tomar para liberar recursos financieros son: establecer un impuesto de crisis sobre las grandes fortunas y los ingresos muy altos, imponer multas a las empresas responsables de los mayores fraudes fiscales, congelar los gastos militares, poner fin a los subsidios a los bancos y a las grandes empresas… Pero volvamos sobre la suspensión del pago de la deuda ya que constituye, en la mayor parte de los casos, el instrumento central que puede mejorar muy rápidamente la situación financiera de un Estado.
Los Estados pueden decretar de manera unilateral la suspensión del pago de la deuda, respaldándose en el derecho internacional y especialmente en tres argumentos: el estado de necesidad, el cambio fundamental de circunstancias y la fuerza mayor.
Los Estados pueden decretar de manera unilateral la suspensión del pago de la deuda, respaldándose en el derecho internacional y especialmente en tres argumentos: el estado de necesidad, el cambio fundamental de circunstancias y la fuerza mayor.
Los sufrimientos y el número de muertes son claramente agravados por la subfinanciación de la sanidad pública tanto en los Estados del Sur como en los Estados del Norte. Los Estados, excepto muy raros casos, sistemáticamente impusieron restricciones a los gastos en materia de sanidad pública, bajo el pretexto de reembolsar la deuda y de alcanzar una reducción del déficit presupuestario. Si, por el contrario, hubieran reforzado los instrumentos esenciales de una buena política de salud pública en el ámbito del personal, de las infraestructuras, de los stocks de medicamentos, de los equipamientos, favoreciendo las investigaciones, la producción de medicamentos y desarrollo de tratamientos, y una mejora de la cobertura sanitaria de la población, la crisis del coronavirus no habría alcanzado la magnitud actual y no se estaría desarrollando tan dramáticamente.
Lo que pasó en China, donde las autoridades no reaccionaron con suficiente rapidez para tomar las medidas de confinamiento necesarias y multiplicar la realización de test, pasó luego en varios países de Europa (Italia, España, Francia, Bélgica, Países Bajos, Reino Unidos), en Estados Unidos y en otros lados, e indica lo queseguramente sucederá en el resto de países con la continua expansión del virus. En los países más ricos, dotados de sistemas de salud pública netamente más desarrollados, después de 40 años de políticas neoliberales, que dejaron a los servicios públicos en lamentables condiciones y la falta de preparación de las autoridades públicas produjeron estos efectos devastadores. Podemos imaginar muy bien lo que puede pasar en otros lugares.La crisis sanitaria ya ha comenzado a actuar con saña por países de África, América Latina y Caribe y Asia.
Si queremos disponer de los medios para combatir el coronavirus y, más allá de eso,mejorar la salud y las condiciones de vida de las poblaciones, hay que adoptar medidas de urgencia.
Los gobiernos y las grandes instituciones multilaterales como el Banco Mundial, el FMI, y los bancos regionales de desarrollo instrumentalizaron el pago de la deuda pública para generalizar unas políticas que deterioraron los sistemas públicos de salud: supresión de puestos de trabajo en el sector de la salud pública, precarización de los contratos de trabajo, supresión de camas hospitalarias, cierre de centros de salud de proximidad, aumento del coste de la salud tanto en el ámbito de los cuidados como en el de los medicamentos, inversiones irrisorias en las infraestructuras y en los equipamientos, privatización de diferentes sectores de la sanidad pública, falta de una buena inversión pública en la investigación y en el desarrollo de tratamientos… en beneficio de los intereses de los grandes grupos privados farmacéuticos.
Incluso antes del estallido de la epidemia del COVID-19, esas políticas habían ya producido enormes pérdidas de vidas humanas, y en todo el mundo, el personal sanitario había organizado grandes protestas.
Si queremos disponer de los medios para combatir el coronavirus y, más allá de eso, mejorar la salud y las condiciones de vida de las poblaciones, hay que adoptar medidas de urgencia.
El pedido de la suspensión del pago de la deuda o de su anulación está de nuevo en primer plano con ocasión de esta crisis sanitaria mundial. A mediados de marzo de 2020, una decena de expresidentes y expresidentas de América Latina habían hecho un llamamiento en ese sentido: https://www.celag.org/la-hora-de-la-condonacion-de-la-deuda-para-america-latina/. El 23 de marzo, una amplia mayoría de la Asamblea Nacional de Ecuador pidió la organización de una unión de gobiernos de América Latina para suspender el pago de la deuda: http://www.cadtm.org/Dara-Ecuador-una-vez-mas-un-ejemplo-de-valentia-frente-a-los-acreedores. A fines de marzo, los representantes de la CEMAC (Comunidad económica y monetaria de los Estados de África Central, que reúne a seis países) pidieron la anulación de la deuda exterior de sus respectivos países. El 4 de abril, el presidente senegalés MackySall demandó la anulación de la deuda pública de África.
La demanda de suspensión del pago de la deuda o de su anulación está en primera plana con ocasión de la crisis sanitaria mundial
La Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD; sus siglas en inglés) acaba de publicar un informe en el que alerta de la amplitud de los efectos dramáticos de la crisis, especialmente en el plano económico. En un pasaje de este documento, la UNCTAD sostiene, en términos diplomáticos, que los países endeudados deberían poder de manera unilateral congelar temporalmente el reembolso de sus deudas. También declara que no corresponde a los acreedores decidir si los países endeudados tienen o no tienen el derecho de suspender el pago de sus deudas. [1]
Es una posición que, desde hace tiempo, el CADTM pone de relieve en términos sin ninguna ambigüedad. Esta posición es compartida por numerosas organizaciones sociales y políticas a escala planetaria. Varios llamamientos fueron lanzados en ese sentido por los movimientos sociales, ya sea en América Latina y en el Caribe: http://www.cadtm.org/Llamamiento-de-los-pueblos-originarios-afrodescendientes-y-las-organizaciones , en África donde los movimientos sociales de África Austral demandan «a los gobiernos de la SADC de aplicar una moratoria sobre la deuda y de dedicar los recursos destinados al reembolso de la deuda a la reconstrucción del sistema de salud pública y a la inversión en los sectores de los servicios sociales esenciales, especialmente, la energía, el agua, el saneamiento y las infraestructuras de viviendas, con el fin de reforzar la capacidad de las poblaciones de la SADC a resistir el impacto de la crisis.» [2] (COVID-19 pandemic: Statement by the Southern African People’s Solidarity Network (SAPSN), https://cadtm.org/COVID-19-pandemic-Statement-by-the-Southern-African-People-s-Solidarity-Network).Tanto ONG y coaliciones como Eurodad (Europa), Latindad(América Latina), JubileeDebtCampaign (Reino Unido), la Plataforma deuda y desarrollo (Francia) apoyan también la necesidad de declarar una moratoria en el pago de las deudas:https://jubileedebt.org.uk/wp-content/uploads/2020/04/propuesta-comunicado-internacional-cancelacion-deuda-coronavirus.pdf

 ¿Cuáles son los argumentos jurídicos que pueden apoyar una decisión unilateral de suspensión de pagos en el momento presente?

Cuando un Estado invoca el estado de necesidad, el cambio fundamental de circunstancia o la fuerza mayor para suspender el pago de una deuda, el carácter legítimo o ilegítimo de esa deuda no tiene ninguna importancia.
El estado de necesidad: un Estado puede renunciar a proseguir con el pago de la deuda porque la situación objetiva (de la que no es responsable) amenaza gravemente a su pueblo y, por consiguiente, la continuación del pago de la deuda impediría responder a las necesidades más urgentes de su población. Es exactamente el caso paradigmático al que un gran número de Estados del mundo se confrontan actualmente: la vida de los habitantes de sus países está directamente amenazada si el Estado no puede financiar los gastos urgentes para salvar el mayor número de vidas humanas.
La UNCTAD sostiene, en términos diplomáticos, que los países endeudados deben poder, de manera unilateral, congelar temporalmente el reembolso de su deuda.
El «estado de necesidad» es una noción de derecho utilizada por los tribunales internacionales, y definida en el artículo 25 del proyecto de artículos bajo la responsabilidad del Estado de la Comisión de Derecho Internacional (CDI) de la ONU. Como está explicado en el comentario del artículo, el «estado de necesidad» es utilizado para designar los casos excepcionales en el que el único medio que tiene un Estado para salvaguardar un interés esencial amenazado por un peligro grave es inminente y, momentáneamente, la ejecución de una obligación internacional cuyo peso o urgencia es menor. En derecho internacional, la destrucción del Estado, como tal, o la puesta en peligro de la vida de las personas son dos circunstancias que permiten invocar el estado de necesidad para suspender obligaciones internacionales tales como el establecimiento de acuerdos (como un programa de austeridad concluido entre un Estado y sus acreedores) y el reembolso de deudas. [[Este párrafoestáextraído del artículo de Renaud Vivien, « Comment remettreen cause le programme d’austéritégrec, un an après sasignature?»;https://www.cadtm.org/Comment-remettre-en-cause-le#nb2, publicadoenjulio de 2016. Sobre el estado de necesidad, ver también:https://opil.ouplaw.com/view/10.1093/law:epil/9780199231690/law-9780199231690-e1071, artículo en ingles, la traducción en castellano es de la versión francesa: «El estado de necesidad refleja una norma consuetudinaria según la cual una situación de hecho que presenta un peligro grave e inminente para los intereses esenciales de un Estado justificaría jurídicamente una violación de una obligación internacional por ese Estado ya que es el único medio de salvaguardar sus intereses esenciales. La cuestión del estado de necesidad se plantea en el marco de las «reglas secundarias» de la responsabilidad del Estado, en tanto que circunstancia que excluye la ilicitud de un comportamiento en violación de una obligación internacional.»]
Hay un tribunalde estudiantes (TERDI), que trabajapor la resolución de los desacuerdos internacionales, Está constituido por estudiantes de derecho internacional que desean aplicar sus conocimientos teóricos en una situación real. Este tribunal había emitido la siguiente opinión en el caso de Grecia en 2016: «Grecia hace frente a una situación financiera extrema que no le permite suministrar los servicios médicos esenciales a su población, cuya mortalidad aumenta considerablemente. A partir de entonces, el tribunal considera que Grecia está, de hecho, en una situación material que constituye un peligro grave e inminente en el sentido que el artículo 25 de Proyecto de artículos del CDI, y que, por lo tanto, Grecia puede invocar legítimamente el estado de necesidad.»
El cambio fundamental de circunstancias: La ejecución de un contrato (o de un tratado internacional) de deuda puede ser suspendido si las circunstancias cambian fundamentalmente, en forma independiente de la voluntad del deudor. La jurisprudencia en materia de aplicación de los tratados y de los contratos internacionales reconoce que un cambio fundamental de circunstancias puede impedir la ejecución de un contrato. En el caso de la crisis actual, durante estos dos últimos meses, las circunstancias cambiaron fundamentalmente:
● Una epidemia muy grave está en plena expansión.
● Los precios de las materias primas se desploman (el precio del petróleo bajó a la mitad en un mes) y toda una serie de Estados deudores dependen de los ingresos provenientes de la exportación de materias primas para conseguir los dólares o los euros necesarios para el pago de sus deudas externas.
● La actividad económica se está reduciendo repentinamente y con mucha fuerza.
● Los países del Sur son víctimas de la decisión de las grandes empresas y de los fondos de inversión del Norte de retirar sus capitales de esos países para repatriarlos hacia las casas madre e insertarlos en un esquema de optimización fiscal.
La fuerza mayor: las circunstancias presentadas son ejemplos de casos de fuerza mayor. Un Estado puede invocar esos casos que le impiden ejecutar un contrato.
Pero también es fundamental que se organice una auditoría de la deuda con una activa participación ciudadana, con el fin de identificar las partes ilegítimas, odiosas e ilegales que deben ser definitivamente anuladas.
Cuando un estado invoca un estado de necesidad, el cambio fundamental de circunstancias o la fuerza mayor para suspender el pago de la deuda, el carácter legítimo o ilegítimo de esa deuda no tiene ninguna importancia.Aunque ladeuda reclamada al país fuera legítima, eso no impide en absoluto que suspenda su pago. Pero hay algo fundamental: la población de dicho país debe estar segura que el dinero efectivamente liberado por el impago de la deuda sea utilizado en beneficio de la lucha contra el coronavirus y contra la crisis económica. Eso implica que la población ejerza un control estricto sobre la acción del gobierno, que se movilice y que esté preparada para expresar enérgicamente su descontento si el gobierno no actúa a favor de los intereses del pueblo y deber estar preparada también para derrocarlo si fuera necesario.
Por otra parte, desde el punto de vista de la mayoría de la población, es fundamental que se organice una auditoría de la deuda con activa participación ciudadana con el fin de identificar las partes ilegítimas, odiosas e ilegales que deben ser anuladas en forma definitiva.
Las declaraciones de los jefes de Estado actuales o de los responsables de las organizaciones internacionales sobre las necesarias anulaciones de las deudasno hay que tomarlas en serio, y es evidente. Su único objetivo es de quedar bien ante la opinión pública. Los jefes de Estado siempre podrán decir a sus pueblos que trataron de obtener la anulación de la deuda pero que no lo consiguieron. Así que será necesario continuar pagando. En cuanto al FMI, también con la vieja cantinela desde hace décadas: afirma periódicamente que los acreedores deben anular una parte de las deudas pero, precisando, que como institución internacional, no puede renunciar a recuperar todo lo que se le debe. No es la primera vez que los más poderosos pronuncian amables discursos y, todas las veces, los efectos sobre el bienestar de las poblaciones son prácticamente nulos.

 Actos y no discursos: suspensión inmediata y unilateral del pago de la deuda

Es el primer medio que un Estado puede utilizar con el fin de encontrar, bajo la presión y el control popular, los recursos financieros necesarios para combatir el coronavirus y los brutales efectos de la cada vez más grave crisis económica mundial.
Un aumento radical de los gastos en salud pública tendrá también efectos benéficos muy importantes para combatir otras enfermedades que azotan, sobre todo, a los países del Sur
Reorientar los gastos destinados al pago de la deuda y a otros gastos (militares,suntuarias, correspondientes a megainfraestructuras que deben ser abandonadas o pospuestas) dando prioridad a la salud pública, puede conducir a un comienzo de cambio fundamental y saludable.
En efecto, un aumento radical de los gastos en salud pública tendrá también efectos benéficos muy importantes para combatir otras enfermedades que azotan, sobre todo, a los países del sur.
Según el último informe sobre paludismo en el mundo, publicado en diciembre de 2019, 228 millones de casos de paludismo fueron detectados en 2018 y se calcula en 405.000 el número de muertos por esta enfermedad en el mundo. Por otro lado la tuberculosis es una de las diez primeras causas de mortalidad en el mundo. En 2018, contrajeron la tuberculosis 10.000 millones de personas y 1,5 millones murieron de la enfermedad (de los que 251.000 portadores de VIH). Esas enfermedades podrían ser combatidas con éxito si los gobiernos les dedicaran suficientes recursos.
Otras medidas complementarias podrían permitir también combatir la malnutrición y el hambre que destruyen la vida cotidiana de un ser humano de cada nueve (osea, más de 800 millones de habitantes del planeta). Y, en el mundo, cerca de 2,5 millones de niños mueren cada año, directamente por desnutrición, o por enfermedades ligadas a su débil inmunidad debido a la subalimentación.
Así mismo, si se hicieran inversiones para aumentar masivamente el aprovisionamiento de agua potable y de la evacuación y saneamiento de las aguas servidas, sería posible una reducción radical de las muertes por enfermedades diarreicas, que se elevan a más de 430.000 por año (fuente: OMS 2019),
Como elemento de comparación, a fecha del 7 de abril de 2020, oficialmente, habría habido cerca de81.000 muertos causados por el coronavirus desde el comienzo de la epidemia en diciembre de 2019https://www.worldometers.info/coronavirus/. Es el momento más adecuado para actuar, utilizando prioritariamente el poderosísimo instrumento de la suspensión del pago o la anulación de la deuda.
Es esencial que las diferentes organizaciones de lucha y las redes militantes se movilicen para obtener la suspensión del pago de la deuda, Es necesario reflexionar colectivamente sobre los nuevos medios de consolidar y ampliar nuestro combate en las excepcionales condiciones actuales.


Ver en línea : Versión en francés


El autor agradece por las lecturas y / o por la investigación documental a: Omar Aziki, AnneSophieBouvy, SushovanDhar, DamienMillet, BrigittePonet, Claude Quemar y RenaudVivien.
Traducido por Griselda Pinero.
Notas
[1«UNCTAD has long argued that such standstills should be triggered by the unilateral decision of debtor countries to declare their need to freeze debt repayments temporarily, and should subsequently be sanctioned by an independent panel of experts, rather than creditor organisations. », véasehttps://unctad.org/en/PublicationsLibrary/gds_tdr2019_covid2_en.pdf
[2«we are calling on SADC governments to implement a debt moratorium and divert resources meant for debt repayments towards rebuilding the public health system and investing in critical social service sectors including energy, water, sanitation and housing infrastructure to build the resilience of SADC people to withstand the impact of the crisis.»
Eric Toussaint 
doctor en Ciencias políticas de la Universidad de Lieja y de la Universidad de París VIII, es el portavoz del CADTM Internacional y es miembro del Consejo Científico de ATTAC Francia.
Es autor de diversos libros, entre ellos: Sistema Deuda. Historia de las deudas soberanas y su repudio, Icaria Editorial, Barcelona 2018; Bancocracia Icaria Editorial, Barcelona 2015; Una mirada al retrovisor: el neoliberalismo desde sus orígenes hasta la actualidad, Icaria, 2010; La Deuda o la Vida (escrito junto con Damien Millet) Icaria, Barcelona, 2011; La crisis global, El Viejo Topo, Barcelona, 2010; La bolsa o la vida: las finanzas contra los pueblos, Gakoa, 2002. Es coautor junto con Damien Millet del libro AAA, Audit, Annulation, Autre politique, Le Seuil, París, 2012.
Coordinó los trabajos de la Comisión de la Verdad Sobre la Deuda, creada por la presidente del Parlamento griego. Esta comisión funcionó, con el auspicio del Parlamento, entre abril y octubre de 2015. El nuevo presidente del Parlamento griego anunció su disolución el 12 de noviembre de 2015. A pesar de ello, la comisión prosiguió sus trabajos y se constituyó legalmente como una asociación sin afán de lucro.


TOMADO DE: https://www.cadtm.org/

viernes, 27 de marzo de 2020

VOLVIERON LOS VENADOS.....









Volvieron los venados………………


Volvieron los venados
los zorros
los pumas
las ardillas
a las ciudades silenciosas…
Algo les llamaba desde su santuario en el límite del miedo.

Silencio
Aire puro abastecido en el viento de una
                                                                                   
                                                                             arquitectura abandonada.
Ellos vienen a ocupar su puesto.
nosotros los vemos llegar
                                                como fantasmas que habitan
                                                                           una casa a punto de ser demolida.



2

Si miras desde el balcón hacia el parque...
Veras que los arboles
                                       ondean en una danza silente…
Con sus hojas cantan
y la aves con sus alas, ahora conforman su única música.

Como si nuestro silencio 
hubiese despertado a sus cantores.
Inquilinos
de las flores y las ramas…

Nosotros
Ahora, solo eco…
                                 Asomamos al balcón
                                                                   aplaudimos como niños.


3

Lejos
Los dos…
Entre un fulgor la palabra llega...
Aliento…
Beso de abecedario multiplicado sobre una pizarra abstracta.
Caricia de poema girasol.
Fuego de diamantes líquidos en los bordes de una joya constelada.

Sentado en la ventana
miro al animal que entra a comer flores en los jardines enlutados.
Afino la mirada.

Hago un zoom sobre su hocico azucarado en el roció.
Ojos nerviosos
                              en el frío de la mañana.

Puedo sentir su brillo helado…
                   el mundo todo
                             en su pupila.

                                   El cielo todo
                                                Latiendo en su corazón.








Omar García Ramírez


miércoles, 18 de marzo de 2020

"LA PESTE" (FRAGMENTO) ALBERT CAMUS




Por:
Albert Camus



A partir de ese momento, se puede decir que la peste fue nuestro único asunto. Hasta entonces, a pesar de la sorpresa y la inquietud que habían causado aquellos acontecimientos singulares, cada uno de nuestros conciudadanos había continuado sus ocupaciones, como había podido, en su puesto habitual. Y, sin duda, esto debía continuar. Pero una vez cerradas las puertas, se dieron cuenta de que estaban, y el narrador también, cogidos en la misma red y que había que arreglárselas. Así fue que, por ejemplo, un sentimiento tan individual como es el de la separación de un ser querido se convirtió de pronto, desde las primeras semanas, mezclado a aquel miedo, en el sufrimiento principal de todo un pueblo durante aquel largo exilio.
Una de las consecuencias más notables de la clausura de las puertas fue, en efecto, la súbita separación en que quedaron algunos seres que no estaban preparados para ello. Madres e hijos, esposos, amantes que habían creído aceptar días antes una separación temporal, que se habían abrazado en la estación sin más que dos o tres recomendaciones, seguros de volverse a ver pocos días o pocas semanas más tarde, sumidos en la estúpida confianza humana, apenas distraídos por la partida de sus preocupaciones habituales, se vieron de pronto separados, sin recursos, impedidos de reunirse o de comunicarse. Pues la clausura se había efectuado horas antes de publicarse la orden de la prefectura y, naturalmente, era imposible tomar en consideración los casos particulares. Se puede decir que esta invasión brutal de la enfermedad tuvo como primer efecto el obligar a nuestros conciudadanos a obrar como si no tuvieran sentimientos individuales. Desde las primeras horas del día en que la orden entró en vigor, la prefectura fue asaltada por una multitud de demandantes que por teléfono o ante los funcionarios exponían situaciones, todas igualmente interesantes y, al mismo tiempo, igualmente imposibles de examinar. En realidad, fueron necesarios muchos días para que nos diésemos cuenta de que nos encontrábamos en una situación sin compromisos posibles y que las palabras “transigir”, “favor”, “excepción” ya no tenían sentido.
Hasta la pequeña satisfacción de escribir nos fue negada. Por una parte, la ciudad no estaba ligada al resto del país por los medios de comunicación habituales, y por otra, una nueva disposición prohibió toda correspondencia para evitar que las cartas pudieran ser vehículo de infección. Al principio, hubo privilegiados que pudieron entenderse en las puertas de la ciudad con algunos centinelas de los puestos de guardia, quienes consintieron en hacer pasar mensajes al exterior. Esto era todavía en los primeros días de la epidemia y los guardias encontraban natural ceder a los movimientos de compasión. Pero al poco tiempo, cuando los mismos guardias estuvieron bien persuadidos de la gravedad de la situación, se negaron a cargar con responsabilidades cuyo alcance no podían prever. Las comunicaciones telefónicas interurbanas, autorizadas al principio, ocasionaron tales trastornos en las cabinas públicas y en las líneas, que fueron totalmente suspendidas durante unos días y, después, severamente limitadas a lo que se llamaba casos de urgencia, tales como una muerte, un nacimiento o un matrimonio. Los telegramas llegaron a ser nuestro único recurso. Seres ligados por la inteligencia, por el corazón o por la carne fueron reducidos a buscar los signos de esta antigua comunión en las mayúsculas de un despacho de diez palabras. Y como las fórmulas que se pueden emplear en un telegrama se agotan pronto, largas vidas en común o dolorosas pasiones se resumieron rápidamente en un intercambio periódico de fórmulas establecidas tales como: “Sigo bien. Cuídate. Cariños.”
Algunos se obstinaban en escribir e imaginaban sin cesar combinaciones para comunicarse con el exterior, que siempre terminaban por resultar ilusorias. Sin embargo, aunque algunos de los medios que habíamos ideado diesen resultado, nunca supimos nada porque no recibimos respuesta. Durante semanas estuvimos reducidos a recomenzar la misma carta, a copiar los mismos informes y las mismas llamadas, hasta que al fin las palabras que habían salido sangrantes de nuestro corazón quedaban vacías de sentido. Entonces, escribíamos maquinalmente haciendo por dar, mediante frases muertas, signos de nuestra difícil vida. Y para terminar, a este monólogo estéril y obstinado, a esta conversación árida con un muro, nos parecía preferible la llamada convencional del telégrafo.
Al cabo de unos cuantos días, cuando llegó a ser evidente que no conseguiría nadie salir de la ciudad, tuvimos la idea de preguntar si la vuelta de los que estaban fuera sería autorizada. Después de unos días de reflexión la prefectura respondió afirmativamente. Pero señaló muy bien que los repatriados no podrían en ningún caso volver a irse, y que si eran libres de entrar no lo serían de salir.
Entonces algunas familias, por lo demás escasas, tomaron la situación a la ligera y poniendo por encima de toda prudencia el deseo de volver a ver a sus parientes invitaron a éstos a aprovechar la ocasión. Pero pronto los que eran prisioneros de la peste comprendieron el peligro en que ponían a los suyos y se resignaron a sufrir la separación. En el momento más grave de la epidemia no se vio más que un caso en que los sentimientos humanos fueron más fuertes que el miedo a la muerte entre torturas. Y no fue, como se podría esperar, dos amantes que la pasión arrojase uno hacia el otro por encima del sufrimiento. Se trataba del viejo Castel y de su mujer, casados hacía muchos años. La señora Castel, unos días antes de la epidemia, había ido a una ciudad próxima. No eran una de esas parejas que ofrecen al mundo la imagen de una felicidad ejemplar, y el narrador está a punto de decir que lo más probable era que esos esposos, hasta aquel momento, no tuvieran una gran seguridad de estar satisfechos de su unión. Pero esta separación brutal y prolongada los había llevado a comprender que no podían vivir alejados el uno del otro y, una vez que esta verdad era sacada a la luz, la peste les resultaba poca cosa.
Esta fue una excepción. En la mayoría de los casos, la separación, era evidente, no debía terminar más que con la epidemia. Y para todos nosotros, el sentimiento que llenaba nuestra vida y que tan bien creíamos conocer (los oraneses, ya lo hemos dicho, tienen pasiones muy simples) iba tomando una fisonomía nueva. Maridos y amantes que tenían una confianza plena en sus compañeros se encontraban celosos. Hombres que se creían frívolos en amor, se volvían constantes. Hijos que habían vivido junto a su madre sin mirarla apenas, ponían toda su inquietud y su nostalgia en algún trazo de su rostro que avivaba su recuerdo. Esta separación brutal, sin límites, sin futuro previsible, nos dejaba desconcertados, incapaces de reaccionar contra el recuerdo de esta presencia todavía tan próxima y ya tan lejana que ocupaba ahora nuestros días. De hecho sufríamos doblemente, primero por nuestro sufrimiento y además por el que imaginábamos en los ausentes, hijo, esposa o amante.
En otras circunstancias, por lo demás, nuestros conciudadanos siempre habrían encontrado una solución en una vida más exterior y más activa. Pero la peste los dejaba, al mismo tiempo, ociosos, reducidos a dar vueltas a la ciudad mortecina y entregados un día tras otro a los juegos decepcionantes del recuerdo, puesto que en sus paseos sin meta se veían obligados a hacer todos los días el mismo camino, que, en una ciudad tan pequeña, casi siempre era aquel que en otra época habían recorrido con el ausente.
Así, pues, lo primero que la peste trajo a nuestros conciudadanos fue el exilio. Y el cronista está persuadido de que puede escribir aquí en nombre de todo lo que él mismo experimentó entonces, puesto que lo experimentó al mismo tiempo que otros muchos de nuestros conciudadanos. Pues era ciertamente un sentimiento de exilio aquel vacío que llevábamos dentro de nosotros, aquella emoción precisa; el deseo irrazonado de volver hacia atrás o, al contrario, de apresurar la marcha del tiempo, eran dos flechas abrasadoras en la memoria. Algunas veces nos abandonábamos a la imaginación y nos poníamos a esperar que sonara el timbre o que se oyera un paso familiar en la escalera y si en esos momentos llegábamos a olvidar que los trenes estaban inmovilizados, si nos arreglábamos para quedarnos en casa a la hora en que normalmente un viajero que viniera en el expreso de la tarde pudiera llegar a nuestro barrio, ciertamente este juego no podía durar. Al fin había siempre un momento en que nos dábamos cuenta de que los trenes no llegaban. Entonces comprendíamos que nuestra separación tenía que durar y que no nos quedaba más remedio que reconciliarnos con el tiempo. Entonces aceptábamos nuestra condición de prisioneros, quedábamos reducidos a nuestro pasado, y si algunos tenían la tentación de vivir en el futuro, tenían que renunciar muy pronto, al menos, en la medida de lo posible, sufriendo finalmente las heridas que la imaginación inflige a los que se confían a ella.
En especial, todos nuestros conciudadanos se privaron pronto, incluso en público, de la costumbre que habían adquirido de hacer suposiciones sobre la duración de su aislamiento. ¿Por qué? Porque cuando los más pesimistas le habían asignado, por ejemplo unos seis meses, y cuando habían conseguido agotar de antemano toda la amargura de aquellos seis meses por venir, cuando habían elevado con gran esfuerzo su valor hasta el nivel de esta prueba; puesto en tensión sus últimas fuerzas para no desfallecer en este sufrimiento a través de una larga serie de días, entonces, a lo mejor, un amigo que se encontraba, una noticia dada por un periódico, una sospecha fugitiva o una brusca clarividencia les daba la idea de que, después de todo, no había ninguna razón para que la enfermedad no durase más de seis meses o acaso un año o más todavía.
En ese momento el derrumbamiento de su valor y de su voluntad era tan brusco que llegaba a parecerles que ya no podrían nunca salir de ese abismo. En consecuencia, se atuvieron a no pensar jamás en el término de su esclavitud, a no vivir vueltos hacia el porvenir, a conservar siempre, por decirlo así, los ojos bajos. Naturalmente, esta prudencia, esta astucia con el dolor, que consistía en cerrar la guardia para rehuir el combate, era mal recompensada. Evitaban sin duda ese derrumbamiento tan temido, pero se privaban de olvidar algunos momentos la peste con las imágenes de un venidero encuentro. Y así, encallados a mitad de camino entre esos abismos y esas costumbres, fluctuaban, más bien que vivían, abandonados a recuerdos estériles, durante días sin norte, sombras errantes que sólo hubieran podido tomar fuerzas decidiéndose a arraigar en la tierra su dolor.
El sufrimiento profundo que experimentaban era el de todos los prisioneros y el de todos los exiliados, el sufrimiento de vivir con un recuerdo inútil. Ese pasado mismo en el que pensaban continuamente sólo tenía el sabor de la nostalgia. Hubieran querido poder añadirle todo lo que sentían no haber hecho cuando podían hacerlo, con aquel o aquellas que esperaban, e igualmente mezclaban a todas las circunstancias relativamente dichosas de sus vidas de prisioneros la imagen del ausente, no pudiendo satisfacerse con lo que en la realidad vivían. Impacientados por el presente, enemigos del pasado y privados del porvenir, éramos semejantes a aquellos que la justicia o el odio de los hombres tienen entre rejas. Al fin, el único medio de escapar a este insoportable vagar, era hacer marchar los trenes con la imaginación y llenar las horas con las vibraciones de un timbre que, sin embargo, permanecía obstinadamente silencioso.
Pero si esto era el exilio, para la mayoría era el exilio en su casa. Y aunque el cronista no haya conocido el exilio más que como todo el mundo, no debe olvidar a aquellos, como el periodista Rambert y otros, para los cuales las penas de la separación se agrandaban por el hecho de que habiendo sido sorprendidos por la peste en medio de su viaje, se encontraban alejados del ser que querían y de su país.
En medio del exilio general, estos eran lo más exiliados, pues si el tiempo suscitaba en ellos, como en todos los demás, la angustia que es la propia, sufrían también la presión del espacio y se estrellaban continuamente contra las paredes que aislaban aquel refugio apestado de su patria perdida. A cualquier hora del día se los podía ver errando por la ciudad polvorienta, evocando en silencio las noches que sólo ellos conocían y las mañanas de su país. Alimentaban entonces su mal con signos imponderables, con mensajes desconcertantes: un vuelo de golondrinas, el rosa del atardecer, o esos rayos caprichosos que el sol abandona a veces en las calles desiertas. El mundo exterior que siempre puede salvarnos de todo, no querían verlo, cerraban los ojos sobre él obcecados en acariciar sus quimeras y en perseguir con todas sus fuerzas las imágenes de una tierra donde una luz determinada, dos o tres colinas, el árbol favorito y el rostro de algunas mujeres componían un clima para ellos irreemplazable.
Por ocuparnos, en fin, de los amantes, que son los que más interesan y ante los que el cronista está mejor situado para hablar, los amantes se atormentaban todavía con otras angustias entre las cuales hay que señalar el remordimiento. Esta situación les permitía considerar sus sentimientos con una especie de febril objetividad, y en esas ocasiones casi siempre veían claramente sus propias fallas. El primer motivo era la dificultad que encontraban para recordar los rasgos y gestos del ausente. Lamentaban entonces la ignorancia en que estaban de su modo de emplear el tiempo; se acusaban de la frivolidad con que habían descuidado el informarse de ello y no haber comprendido que para el que ama, el modo de emplear el tiempo del amado es manantial de todas sus alegrías. Desde ese momento empezaban a remontar la corriente de su amor, examinando sus imperfecciones. En tiempos normales todos sabemos, conscientemente o no, que no hay amor que no pueda ser superado, y por lo tanto, aceptamos con más o menos tranquilidad que el nuestro sea mediocre. Pero el recuerdo es más exigente. Y así, consecuentemente, esta desdicha que alcanzaba a toda una ciudad no sólo nos traía un sufrimiento injusto, del que podíamos indignarnos: nos llevaba también a sufrir por nosotros mismos y nos hacía ceder al dolor. Esta era una de las maneras que tenía la enfermedad de atraer la tentación y de barajar las cartas.
Cada uno tuvo que aceptar el vivir al día, solo bajo el cielo. Este abandono general que podía a la larga templar los caracteres, empezó, sin embargo, por volverlos fútiles. Algunos, por ejemplo, se sentían sometidos a una nueva esclavitud que les sujetaba a las veleidades del sol y de la lluvia; se hubiera dicho, al verles, que recibían por primera vez la impresión del tiempo que hacía. Tenían aspecto alegre a la simple vista de una luz dorada, mientras que los días de lluvia extendían un velo espeso sobre sus rostros y sus pensamientos. A veces, escapaban durante cierto tiempo a esta debilidad y a esta esclavitud irrazonada porque no estaban solos frente al mundo y, en cierta medida, el ser que vivía con ellos se anteponía al universo. Pero llegó un momento en que quedaron entregados a los caprichos del cielo, es decir, que sufrían y esperaban sin razón.
En tales momentos de soledad, nadie podía esperar la ayuda de su vecino; cada uno seguía solo con su preocupación. Si alguien por casualidad intentaba hacer confidencias o decir algo de sus sufrimientos, la respuesta que recibía le hería casi siempre. Entonces se daba cuenta de que él y su interlocutor hablaban cada uno cosas distintas. Uno en efecto hablaba desde el fondo de largas horas pasadas rumiando el sufrimiento, y la imagen que quería comunicar estaba cocida al fuego lento de la espera y de la pasión. El otro, por el contrario, imaginaba una emoción convencional, uno de esos dolores baratos, una de esas melancolías de serie. Benévola u hostil, la respuesta resultaba siempre desafinada: había que renunciar. O al menos, aquellos para quienes el silencio resultaba insoportable, en vista de que los otros no comprendían el verdadero lenguaje del corazón, se decidían a emplear también la lengua que estaba en boga y a hablar ellos también al modo convencional de la simple relación, de los hechos diversos, de la crónica cotidiana, en cierto modo. En ese molde, los dolores más verdaderos tomaban la costumbre de traducirse en las fórmulas triviales de la conversación. Sólo a este precio los prisioneros de la peste podían obtener la compasión de su portero o el interés de sus interlocutores.
Sin embargo, y esto es lo más importante, por dolorosas que fuesen estas angustias, por duro que fuese llevar ese vacío en el corazón, se puede afirmar que los exiliados de ese primer período de la peste fueron seres privilegiados. En el momento mismo en que todo el mundo comenzaba a aterrorizarse, su pensamiento estaba enteramente dirigido hacia el ser que esperaban. En la desgracia general, el egoísmo del amor les preservaba, y si pensaban en la peste era solamente en la medida en que podía poner a su separación en el peligro de ser eterna. Llevaba, así, al corazón mismo de la epidemia una distracción saludable que se podía tomar por sangre fría. Su desesperación les salvaba del pánico, su desdicha tenía algo bueno. Por ejemplo, si alguno de ellos era arrebatado por la enfermedad, lo era sin tener tiempo de poner atención en ello. Sacado de esta larga conversación interior que sostenía con una sombra, era arrojado sin transición al más espeso silencio de la tierra. No había tenido tiempo de nada.
Mientras nuestros conciudadanos se adaptaban a este inopinado exilio, la peste ponía guardias a las puertas de la ciudad y hacía cambiar de ruta a los barcos que venían hacia Oran. Desde la clausura ni un solo vehículo había entrado. A partir de ese día se tenía la impresión de que los automóviles se hubieran puesto a dar vueltas en redondo. El puerto presentaba también un aspecto singular para los que miraban desde lo alto de los bulevares. La animación habitual que hacía de él uno de los primeros puertos de la costa se había apagado bruscamente. Todavía se podían ver algunos navíos que hacían cuarentena. Pero en los muelles, las grandes grúas desarmadas, las vagonetas volcadas de costado, las grandes filas de toneles o de fardos testimoniaban que el comercio también había muerto de la peste.
A pesar de estos espectáculos desacostumbrados, a nuestros conciudadanos les costaba trabajo comprender lo que les pasaba. Había sentimientos generales como la separación o el miedo, pero se seguía también poniendo en primer lugar las preocupaciones personales. Nadie había aceptado todavía la enfermedad. En su mayor parte eran sensibles sobre todo a lo que trastornaba sus costumbres o dañaba sus intereses. Estaban malhumorados o irritados y estos no son sentimientos que puedan oponerse a la peste. La primera reacción fue, por ejemplo, criticar la organización. La respuesta del prefecto ante las críticas, de las que la prensa se hacía eco (“¿No se podría tender a un atenuamiento de las medidas adoptadas?”), fue sumamente imprevista. Hasta aquí, ni los periódicos ni la agencia Ransdoc había recibido comunicación oficial de las estadísticas de la enfermedad. El prefecto se las comunicó a la agencia día por día, rogándole que las anunciase semanalmente.
Ni en eso siquiera la reacción del público fue inmediata. El anuncio de que durante la tercera semana la peste había hecho trescientos dos muertos no llegaba a hablar a la imaginación. Por una parte, todos, acaso, no habían muerto de la peste, y por otra, nadie sabía en la ciudad cuánta era la gente que moría por semana. La ciudad tenía doscientos mil habitantes y se ignoraba si esta proporción de defunciones era normal. Es frecuente descuidar la precisión en las informaciones a pesar del interés evidente que tienen. Al público le faltaba un punto de comparación. Sólo a la larga, comprobando el aumento de defunciones, la opinión tuvo conciencia de la verdad. La quinta semana dio trescientos veintiún muertos y la sexta trescientos cuarenta y cinco. El aumento era elocuente. Pero no lo bastante para que nuestros conciudadanos dejasen de guardar, en medio de su inquietud, la impresión de que se trataba de un accidente, sin duda enojoso, pero después de todo temporal. Así, pues, continuaron circulando por las calles y sentándose en las terrazas de los cafés. En conjunto no eran cobardes, abundaban más las bromas que las lamentaciones y ponían cara de aceptar con buen humor los inconvenientes, evidentemente pasajeros. Las apariencias estaban salvadas. Hacia fines de mes, sin embargo, y poco más o menos durante la semana de rogativas de la que se tratará más tarde, hubo transformaciones graves que modificaron el aspecto de la ciudad. Primeramente, el prefecto tomó medidas concernientes a la circulación de los vehículos y al aprovisionamiento. El aprovisionamiento fue limitado y la nafta racionada. Se prescribieron incluso economías de electricidad. Sólo los productos indispensables llegaban por carretera o por aire a Oran. Así que se vio disminuir la circulación progresivamente hasta llegar a ser poco más o menos nula. Las tiendas de lujo cerraron de un día para otro, o bien algunas de ellas llenaron los escaparates de letreros negativos mientras las filas de compradores se estacionaban en sus puertas.
Oran tomó un aspecto singular. El número de peatones se hizo más considerable e incluso, a las horas desocupadas, mucha gente reducida a la inacción por el cierre de los comercios y de ciertos despachos, llenaba las calles y los cafés. Por el momento, nadie se sentía cesante, sino de vacaciones. Oran daba entonces, a eso de las tres de la tarde, por ejemplo, y bajo un cielo hermoso, la impresión engañadora de una ciudad de fiesta donde hubiesen detenido la circulación y cerrado los comercios para permitir el desenvolvimiento de una manifestación pública y cuyos habitantes hubieran invadido las calles participando de los festejos.
Naturalmente, los cines se aprovecharon de esta ociosidad general e hicieron gran negocio. Pero los circuitos que las películas realizaban en el departamento eran interrumpidos. Al cabo de dos semanas los empresarios se vieron obligados a intercambiar los programas y después de cierto tiempo los cines terminaron por proyectar siempre el mismo film. Sin embargo, las entradas no disminuyeron.
Los cafés, en fin, gracias a las reservas considerables acumuladas en una ciudad donde el comercio de vinos y alcoholes ocupa el primer lugar, pudieron igualmente alimentar a sus clientes. A decir verdad, se bebía mucho. Por haber anunciado un café que “el vino puro mata al microbio”, la idea ya natural en el público de que el alcohol preserva de las enfermedades infecciosas se afirmó en la opinión de todos. Por las noches, a eso de las dos, un número considerable de borrachos, expulsados de los cafés, llenaba las calles expansionándose con ocurrencias optimistas.
Pero todos estos cambios eran, en un sentido, tan extraordinarios y se habían ejecutado tan rápidamente que no era fácil considerarlos normales ni duraderos. El resultado fue que seguíamos poniendo en primer término nuestros sentimientos personales.