“Sex Pistols”
LA ÓPERA GUIÑOL DEL CAPITALISMO
Por:
Omar García Ramírez
“Así andan sueltos los
punks por las calles. Sus paraísos infernales son el Soho de Londres, el Lower
East Side de Manhattan, la zona de Strasbourg-Saint-Dennis de París y casi todo
barrio mugriento de cualquier metrópoli. No brotaron por generación espontánea
en el tedio de las naciones industriales sino de una grieta del mundo
capitalista…”
PUNK LA MUERTE JOVEN
Juan Carlos Kreimer
“Los Sex Pistols eran
una propuesta comercial
y una conspiración
cultural; habían sido lanzados para transformar
el negocio musical y
sacar dinero de esa transformación,
pero Johnny Roten
cantaba para cambiar el mundo”.
RASTROS DE CARMIN
Greil Marcus
Nadie puede esperar gustar a todo el
mundo y les diré que a veces es mejor no gustar, una vez te has subido al
escenario; te pertenece.
John Lydon
"La ira es energía"
"La ira es energía"
(Sex Pistols)
A mediados de los setenta
un virus comenzó a invadir las barriadas de Londres. Los cuerpos afectados por
esta enfermedad parecían sacados de una película de terror de la Hammer Productions. Los hijos del
proletariado con las caras golpeadas por el abuso de drogas y alcohol, mala
alimentación y humo de tabaco; piercings y ganchos cruzándoles las mejillas,
aretes de todas las tradiciones tribales debajo de las orejas, y cortes de pelo
mohicanos coloreados con tintes industriales sobre sus melenas atacadas con
cuchillas; alimentaban el río de freaks que bajaban buscando la niebla
londinense. Laceraciones, tatuajes de baja calidad y un vestuario sacado de las
tiendas del ejército de salvación que vendían los saldos de la segunda guerra mundial,
daban el look a la nueva tribu de la
escoria. Allí, una pareja Malcolm McLaren, ex-estudiante de arte, publicista anarquista
y amante de la diseñadora de ropa Vivían Westwood dueña de la boutique Sex,
vieron su oportunidad, en una corriente de inconformismo que podía transformarse
en una moda.
McLaren había conocido de cerca la contracultura que se estaba
fermentando en New York; grupos como: Iggy
Pop and the Stooges, Ramones y otros de no tanto renombre,
habían patentado la actitud y sembrado la estética básica de la nueva corriente
en los bajos fondos de la capital norteamericana: riff rápidos, tres o cuatro acordes, baterías a reventar y letras
de canciones directas que no superaban los tres minutos. Este promotor improvisado,
venía de haber sido representante de un grupo de rock en donde la actitud
transexual estaba en su A.D.N. The New
York Dolls. Vieron que aquellas hordas de
Angry Young Men, solitarios
corredores de fondo de los que hablara el novelista Allan Sillitoe, habían
regresado 20 años después de su primer campo traviesa; y estaban en las calles
de la urbe como una tribu que inoculaba sus venenos en el ambiente citadino.
Tenían algo que gritar, pero no estaban vestidos adecuadamente para la ocasión.
Decidieron conformar un grupo de música que rompiera los esquemas.
Buena parte de los créditos del nacimiento de la banda le corresponde a
esta pareja McLaren/Westwood, como a un dueto de modernos Percy Bysshe Shelley & Mary Wollstonecraft
Godwin que tocados por un rayo de luz crearon
un Frankenstein musical; aunque en un principio sus ambiciones solo se
limitaban a la creación de una banda que diera publicidad a sus creaciones en
el campo de la moda urbana; muy pronto todo esto quedó superado por la dinámica
de los acontecimientos y por la entrada en escena de dos poderosas y anárquicas
figuras: Jhonny Lindon Rottem y Sid Vicious. El primero
aportaría las letras más revulsivas de la escena del rock británico de su
época, el segundo aportaría la actitud grotesca de un zombi rebelde.
MacLaren/Westwood dieron impulso a algo que comenzaba a tomarse las
calles, una corriente que ya era incontenible; golpearon con picas sobre la
zanja de la fractura generacional mediante una agrupación que tenía mucho de
comedia de guiñol y de atracción de feria. Esa caricatura de los hijos del
proletariado tan vilipendiada y garroteada por la realeza británica y su middle class acomodada. Tradición de
odio que se remonta al menos a Bernard Mandeville, quien, en su más conocido
discurso satírico, escribía: “En una
nación libre, en la que no se permite
la esclavitud, la riqueza más segura consiste en una multitud de pobres
laboriosos. Para hacer feliz a la sociedad y tener contentas a las gentes, aun
en las circunstancias más humildes, es indispensable que el mayor número de
ellas sean, al tiempo que pobres, totalmente ignorantes” (La fábula de las
abejas).
En esta sociedad tan marcadamente clasista, el derrumbamiento de las
fuentes de trabajo y la arremetida de los dragones neoliberales acabaron con la
poca dignidad de las clases trabajadoras británicas. Owen Jones en su libro: “Chavs: La demonización del
clase obrera” nos ilustra con algunas
pinceladas que trazan una perspectiva histórica de lo que pasaba en aquellas
épocas; aunque las fechas del apogeo del punk son anteriores por unos pocos
años a lo explicado en estos párrafos, la base estructural era la misma: “…En el centro de esta cruzada había un
intento concertado de desmantelar los valores, instituciones e industrias
tradicionales de la clase trabajadora. El objetivo era acabar con la clase
obrera como fuerza política y económica en la sociedad, reemplazándola por un
conjunto de individuos o emprendedores que compiten entre sí por su propio
interés. En una nueva y supuestamente ambiciosa Gran Bretaña todo el mundo
aspiraría a escalar, y el que no lo hiciera sería responsable de su fracaso. La
clase se eliminó como idea, pero se reforzó en la práctica…. /… En el corazón
de la estrategia tory (conservadores), estaba su astuta manipulación de una
serie de huelgas protagonizadas en su mayoría por trabajadores mal pagados del
sector público en 1978 y 1979, o, como se le empezó a llamar, el Invierno del
Descontento…./… Los tories habían dado una importancia exagerada al hecho de
que se hubiera alcanzado el millón de parados durante el Gobierno laborista en
1979 y contrataron a la firma publicitaria Saatchi & Saatchi para diseñar
su famoso cartel que decía: «El laborismo no está funcionando». Pero durante el
Gobierno de Thatcher, algunas estimaciones sitúan el número de parados en
cuatro millones en su punto álgido.”
El fermento de aquella fiebre, en su corto y anárquico verano, fue la recesión
previa a los años de la arremetida neoliberal del tacherismo; el desempleo, la fractura
social de la Inglaterra de los años setenta que el partido laborista
(liberales) no había podido contener. Las cifras que los economistas de
aquellas fechas dieron, no eran las más alentadoras; además, el contrabando de
drogas estaba en su apogeo. La muerte joven estaba deambulando bajo el centro
de Londres, venía mostrando su pálida cara mientras caminaba sobre la niebla. Docenas
de nuevos grupos de garaje salían a los pubs; la llamada de Londres (evocada en
la canción de The Clash London call)
convocaba a un gran teatro de guiñol en medio del desencanto y la precariedad. Se
estaba gestando el punk. La tienda sex de kings
road street en el céntrico barrio del
Chelsea, fue la factoría Warhol de Londres, pero de allí, no salían
musas platinadas vestidas de satín; por el contrario, aquella tienda-museo-micelanea vomitaba freacks de miradas grotescas y gestos
agresivos que te cortaban el cuello con la cuchilla de la provocación; la
incubadora en donde la pestilencia y lo podrido anidaría, para después ladrar
en los pubs londinenses.
El rock británico, que en las décadas de los 60/70 en sus orígenes, tuvo
su eclosión en un contexto proletario que alumbró a grupos como “The
Who”, “Kinks”, Animals”, “Small Faces”, “Yadbirds”, “Pretty
Things”, “Black Sabbath” o los mismísimos “Rolling Stones”
había venido perdiendo mecha y fuego; la
locomotora parecía perder fuerza, para estos nuevos músicos; algunas de las
estrellas de aquella época habían periclitado temprano y entregado sus
banderas; los grupos emergentes no transigían y veían en ciertas bandas como
Led Zepelín y Pink Floid, la representación musical y estética de los hijos
adocenados del viejo y agonizante imperio. El modo de vida de las superestrellas,
tan alejado de la realidad de las calles de los barrios proletarios, establecía
un divorcio entre aquella vida suntuaria sumado a el “esoterismo” de su arte y
la dura realidad del momento; de alguna manera constituía una burla al dietario cotidiano de miles de jóvenes que
nadaban en una corriente de malestar. Aquellos working man class hero (héroes
de la clase trabajadora) de la canción
de Lennon, y que en algún momento representaron sus ideales y sus sueños; se
habían confundido, habían perdido la ruta en medio de orgías y bacanales de
drogatas. El poder, siempre fascinado por la libertad y el libertinaje de los
trovadores modernos comenzaba a fagocitar ya, desde un principio, todo lo que
de pura rebeldía y anarquía podría florecer en el campo de la música; la nobleza
decadente, sabía que aquella música era un arma de doble filo, y tal vez, esa
tentación de fuerza, vitalidad y juventud, establecía una relación de mutua
corrupción. Al cuerpo de la vieja Britania siempre le ha gustado coquetear con
las drogas duras; desde la guerra del opio (1839/1842) , hasta la heroína en los backstages de los grandes conciertos. Se
comienza flirteando con los músicos, luego se pasa fornicar con las groupies, hasta que se termina con hipodérmicas
que pinchan la vena azul; para terminar perdiendo las buenas costumbres de la City. Por lo tanto, seamos realistas,
estas mutuas corrupciones y capitulaciones, venían de parte y parte.
Nuevos grupos alejados del star
sistem musical, promovieron un cisma y una corriente rupturista al interior
de la nueva música británica. Al contrario de las supernovas musicales de
aquella época. Estos artistas constituían el lumpenproletariat de las clases musicales; no habitaban castillos
en Escocia; Vivian en apartamentos de protección social en barrios obreros como
Benwell Road, comunidades del sur como Brixton, o del oeste como Hammersmith,
de donde, en mejores épocas y bajo condiciones más adecuadas, habían surgido un
David Bowie o un grupo como The Who,
respectivamente. Hijos de la clase trabajadora del área metropolitana de
Manchester, que por razones de economía, recesión y cambios dramáticos en las
políticas sociales orientadas desde el N° 10 de Downing Street (sede del
primer ministro británico), estaban avocados a un conflicto que los ponía
muchas veces, en la senda de los vertederos de la White Trash. No tenían
grandes estudios académicos (la mayoría había sido desterrados de los
conservatorios y reformatorios), sus conocimientos musicales eran rudimentarios
y en esencia solo querían destruir la escena; y de paso dejar la huella de un
atentado simbólico contra el establecimiento.
El lenguaje corporal de los punks, convivía entre decenas de otras tendencias
estilísticas que buscaban acaparar la mirada del público; desde el back to basics (vuelta a lo básico) de
los skinhead a la izquierda del
espectro; los boneheads a la derecha
de esas corrientes, y los supervivientes mods
(Modernos) que se anteponían al barroquismo exitoso de los hijos de papi y mami
de Carnavy Street. La reivindicación de las botas Martins, camisa Ben Sherman,
Levis remangados, cazadoras Harrington, abrigos estilo Crombie por parte de las
tribus duras de las derechas gamberras; hasta el bricolaje circense, anárquico
y tribal de los punks; pasando por el look obrerista y minimalista de otras
tribus urbanas: pulcritud sencilla de clase trabajadora, influenciada por
los rude boys jamaicanos y los ritmos reagge y ska. Todo
aquello constituía una semiótica en el
campo expresivo de las hordas; lenguaje cifrado, pero a la vez abierto a las influencias,
de mucha utilidad para marcar territorios y establecer categorías.
Cuatro gamberros se encargarían de construir una leyenda: Steve Jones (21 años, guitarra); Paul Cook
(20, batería); Glen Matlock (20, bajo), a quien echaron del grupo en 1977
porque “le gustaban demasiado los Beatles” y fue reemplazado por un tal Sid
Vicious quien había sido un fanático del grupo y a quien se le considera el
inventor de las delicadas maneras en el baile del pogo; y por ultimo John
Lydon (20, cantante), al que Jones bautizó como Johnny Rotten, (Juanito el Podrido), por su mala
relación con la higiene dental, se convertiría en poco tiempo, como escribió
Greil Marcus, en “el único cantante
verdaderamente aterrador que ha conocido el rock and roll”. Estos
inspirados delincuentes, tras algunas
bajas y ajustes conformarían la escuadra sediciosa. En la vida de ellos se
podrían sumar decenas de delitos menores, reformatorios, adicciones varias,
hogares destruidos; John Lydon dice en sus memorias “La ira es energía”: “…todos éramos mercancías rotas, juguetes
dañados” y esa frase resume los orígenes traumáticos de este colectivo
musical. Sus letras directas, escupidas como piedras acidas, romperían la cristalería
y las porcelanas de la familia real.
Que una banda tan pobre, limitada musicalmente, pero llena de carisma y
energía se enfrentara como en una cruzada contra todo el establecimiento,
constituye su verdadera gesta. Fueron contratados y despedidos en menos de seis
meses por tres importantes casas disqueras (A&M/EMI/VIRGIN) para evitar inconvenientes
y escándalos, previo pago de multas en cifras de libras esterlinas, muy
importantes para la época; todo un récord
nunca superado por ninguna agrupación en el campo de la música pop. Aquellos
jóvenes en tan poco tiempo (nueve meses
dicen algunos, dos años dicen otros) dejaron una huella generacional para devolver
a la juventud un papel protagónico con la toma de riendas de su vida pública y
privada, mediante un teatro surrealista que minaba la hipocresía cotidiana de
los ingleses; pusieron de nuevo a los jóvenes en la senda de la autoestima, a
pesar de su aparente decadencia y su desaliño; alimentaron una corriente de
fanzines como un medio alternativo a la gran prensa del sistema, y su grito
traspasó las fronteras de la Gran Bretaña, como algo crudo que llamaba a la
revuelta. Estas cosas, en esencia constituyen su aporte a la historia del
género.
Dos o tres canciones son lo que considero el legado musical de los Sex
Pistols; en esas canciones se resume todo el potencial de la banda; y no es
poco para una agrupación que dirigió sus baterías contra la estructura de poder
de un país que, a pesar de haber exportado muchos modelos de cultura juvenil al
resto del mundo, en su interior, parecía mantener las férreas normas de conducta
de un internado. La gran prensa, que en
su momento los declaró enemigos públicos de las tradiciones y las buenas
costumbres; esa que los convirtió en chivos expiatorios y materia de escándalo;
esa que presionaba en su momento para que su single número uno en las listas de la BBC “Good Save the Queen” fuese
censurado y borrado; ya muchas décadas después, pretende dejar como imagen póstuma, la cara de hastió de un Sid Vicious en trance
de heroína buscando minimizar el aporte
fundamental de un John Lydon, quien a su vez (es necesario recordarlo)
consideraba a el periodismo cotilla de aquella época “una gran bolsa de bilis salvaje, vengativa y tendenciosa”. Los
escándalos, las miradas furibundas, las peleas contra el público, la invención
de los pogos por parte de Sid Vicious,
los conciertos sobre yates en el Támesis para huir de la prohibición oficial durante
el jubileo de la Reina Madre; la muerte de una de sus musas más emblemáticas y
aguerridas: Nancy Spungen en Nueva York en una habitación del legendario hotel
Chelsea; el encarcelamiento de Sid en Rikers Island y el suicidio del bajista (todavía no
bien dilucidado); son solo la parte negra de la leyenda; esa que vendía más
periódicos en Inglaterra que los que se habían vendido en la época del armisticio.
Pero creo, que los Pistols representaron algo más importante; fueron la espuma
del fermento, la cresta de la ola que teñiría de púrpura su revuelta.
Sobre lo anterior ya se ha escrito suficiente, como si se tratara de
minimizar el mensaje crudo y profundo de aquella poética; como si se quisiera
tirar por el excusado el peso de aquel malestar. De cierta manera es la
caricatura mediocre para el gran colectivo social. Sin embargo, tiempo después,
críticos musicales como Grey Marcus
profundizan en el panorama sobre el que
se fijó la leyenda y escribe un estupendo libro: “Lipstick traces” en donde se insinúan los paralelismos entre los movimientos
como el dadaísmo, el surrealismo, el situacionismo, el letrismo y el mayo francés,
arriesgando un pedigrí bizarro entre los Pistols y estas corrientes artísticas.
Son hipótesis bien fundamentadas sobre las intenciones del grupo como proyecto
revolucionario y estético. No estoy de acuerdo en que se le dé demasiado peso a
la teoría conspiradora e inspiradora de la propuesta principal a
McLaren. Si se investiga en la biografía de un Johny Rotten, llegamos a la
conclusión de que esa meningitis que de
niño lo postró por unos años y que le hizo convertirse en un ser distante,
ensimismado y amante de los libros, le había llevado por la senda de la
literatura. No era el más intelectual del entorno de los Sex Pistols, en donde
otros personajes y artistas (además de los músicos) quisieron meter baza; pero
era su poeta. Y no un poeta cualquiera,
era un poeta airado; el que le dio forma escénica al performance violento de la
banda, su frontman maligno, vociferante
actor de la crueldad, su fantasma de la ópera. Esto lleva a Greil Marcus a
escribir en el libro arriba mencionado, que Johnny Rotten "Cantaba para cambiar el mundo" .
No era la pose, era el espíritu nihilista, el aliento libertario y
primitivo. La intención de volcar un huracán de ira sobre todo el sistema
inundado de basuras (que por aquella época enfrentaba las huelgas de los
servicios públicos en Londres), su espíritu se habría podido sentir sobre las
calles como una garúa sobre las bolsas de desperdicios que apestaban a pescados
podridos y manteca rancia. Su cara, como la de Jhon Dillinger, venía marchando como en el poema de Bukowski, aparecía en las páginas
de los periódicos amarillos como un delincuente que sonreía a la cara de la
peña; los roqueros de aquellas épocas, se apañaban sus instrumentos y sabían librar sus batallas sin caer en la desidia y el derrotismo. Acusado de
ser comunista por los fascistas y de ser fascista por los comunistas; tratado
con asco por los intelectuales y como el anticristo encarnado en bestia humana,
por las comunidades cristianas; Johnny Rotten enseñaba su sonrisa de Rimbaud
con viruela, y se carcajeaba: “¿Para qué
quiero un publicista si están los idiotas de la prensa?” Desde un principio
se negó a ser la muñeca Barbie de una Vivienne Westwood y un McLaren, su muñeco
de Haití, o su raterillo de confianza. Para Johnny Rotten, ellos “solo eran unos modistillos ambiciosos…/...Unos mirones
que solo querían hacer dinero en el mundo de la moda del fetichismo”.
Fue el autor de las letras. Esas dos o tres canciones que le son
suficientes a un grupo para establecer un punto de quiebre, una ruptura con la
tradición; parecerá poco; pero si comparamos la letra de “My Generation” de The Who con “Anarchy
in the U.K” la primera parecerá una canción de adolescentes confundidos; la
segunda, fue en su momento, todo un manifiesto:
“MY
GENERATION”
(THE WHO)
La gente trata de ponernos hacia abajo
(Hablando acerca de mi generación)
Simplemente porque viajamos (Hablando acerca
de mi generación)
Las cosas ellos las miran con un frío atroz
(Hablando acerca de mi generación)
Espero morir antes de envejecer (Hablando
acerca de mi generación)
Esta es mi generación
Esta es mi generación, nena…
“ANARCHY
IN THE U.K.”
(SEX PISTOLS)
Ahora mismo!
Ha ha ha ha ha ha ha ha ha ha!
Soy un anticristo,
soy un anarquista.
No sé lo que quiero pero sé cómo
conseguirlo.
Quiero despedazar transeúntes
Porque quiero ser anarquía!
No al cuerpo perruno!
Anarquía para el Reino Unido.
Estará llegando algún día
y quizá provoco el momento equivocado,
detener el tráfico.
Tu sueño del futuro es un proyecto
comercial,
porque yo quiero ser anarquía!
En Londres!
Fueron dos momentos diferentes en el marco temporal de una época. Lo
primero era un balbuceo lírico; algo que no lograba romper el saco amniótico de
la rebeldía musical; en la segunda canción; la fiera, el homúnculo estaba afuera;
Johnny Rotten, que imitaba a un jorobado de Notre Dame o un Ricardo Tercero
borracho y con los ojos desorbitados gritaba:
Good save the Queen
(Dios salve a la reina)
Dios salve a la reina
Al régimen fascista.
Hicieron de ti un idiota
Un hombre bomba en potencia
Dios salve a la reina
Ella no es un ser humano
No hay ningún futuro
En el sueño de Inglaterra
Que no te digan lo que quieres
Que no te digan lo que necesitas
No hay futuro
No hay futuro
No hay futuro para ti
............
Cuando no hay futuro
¿Cómo puede aún haber pecado?
Somos las flores
En el tacho de basura
Somos el veneno
En su máquina humana
..........
No hay futuro
No hay futuro para ti
No hay futuro para mí.
La sofisticación de Sympathy for
the Devil de los Stones, ya había demolido algunas puertas secretas en la
estructura del castillo, en un viaje a las profundidades de la psique humana.
Los Stones habían entrado a la fortaleza; duendes perversos, Doppelgängers de fantasmas victorianos, Poltergeist ruidosos; que, poco a poco,
pasaron a ser sus habitantes, como uno de Los
otros. The Sex Pistols, como
vándalos en asonada guerrera, pusieron las cargas de explosivos para la ruptura
del dique que irrigaba la comarca, con su gira Anarchy tour. Ningún grupo fue tan boicoteado y perseguido; a la
vez, los Pistols dieron una lección de resistencia utilizando las armas de la
propaganda, y por ello, más que por cualquier otra cosa, marcaron un hito en la
historia de la música popular y del rock en particular.
Confrontar a todo el establecimiento del Reino Unido, fue una gesta simbólica
en el plano de la música. El poder de los
hombres contra el poder de las cosas diría Phillipe Manoeuvre citado en el
libro de kreimer “Punk, la muerte joven”. Su derrota, frente a la gran máquina, perpetuaría su leyenda.
Al interior del grupo, también se desarrollaba un intenso conflicto que
aceleró su caída. Dos versiones cinematográficas del mismo, nos dan luces sobre
las intenciones de unos y de otros. The
Great Rock and Roll Swindle (la gran estafa del rock an roll) y The
Filth and the Fury (La mugre y la furia)
de Julien Temple, son las dos caras de la moneda en disputa; la primera
versión es la parodia-decálogo de McLaren, sobre como construir un grupo
musical y vendérselo a las disqueras; sacar dinero del caos. Al mismo tiempo es
una sátira brutal contra Johnny Rotten. La segunda versión es más ecuánime y da
voces a los músicos; pero a mi parecer, escora en favor de Sid Vicious en
detrimento de Johnny Roten. Al final, este último definiría este duelo con sus
libros “Rotten. No Irish, no Blacks, No
Dogs” en donde patearía algunos traseros.
Y el segundo “La ira es energía” en
donde desacraliza el mito y la leyenda, para recapitular en plan de balance sobrio; afina sus dardos
conceptuales y como viejo guerrero, muestra las heridas para entregar el
testigo a las nuevas generaciones.
Por estas razones, la historia de Sex Pistols es también, la dura
crónica de una guerra entre el empresario manipulador, y el artista; entre el
genio maligno del publicista que como divisa tiene cash from chaos (sacar dinero del caos), y la osadía luciferina del
cantante quien apunta a la estructura simbólica del imperio. Al final es solo
eso, un campo de batalla sobre el escenario del mercado; el espectáculo del capitalismo
en donde solo queda en pie quien sepa utilizar todas sus trampas. A pesar de
que en la prensa, con el paso de los años, pareciera ganar el empresario
mediante una simplificación que divierte a la masa; para el amante del rock autentico, pesa más
la actitud y la osadía poética de aquellos jóvenes artistas.
La actitud punk resurge de tanto en tanto, es anarquismo en estado
musical, que saludablemente sacude todo lo que aparentemente quiere instalarse
en el cuerpo social del imperio periclitado. Si antes la rebeldía tomaba un
sentido de lucha de clases con tintes reivindicativos; una década larga después,
toma la forma del despreció por una sociedad de consumo que te instala en la
mediocridad. Desde el irónico Money for
nothing de unos Dire straits, hasta el preámbulo literario de una emblemática
obra de los ochenta; sorprendente
relato de perdedores drogadictos en los suburbios de Edimburgo en Escocia:
“…No te dejarán hacerlo. No te dejarán hacerlo, porque lo verían como
una señal de su propio fracaso. El hecho de que simplemente elijas rechazar lo
que tienen para ofrecerte. Elígenos a nosotros. Elige la vida. Elige pagar
hipotecas; elige lavadoras; elige coches; elige sentarte en un sofá a ver
concursos que embotan la mente y aplastan el espíritu, atiborrándote la boca de
puta comida basura. Elige pudrirte en vida, meándote y cagándote en una
residencia, convertido en una puta vergüenza total para los niñatos egoístas y
hechos polvo que has traído al mundo. Elige la vida. Pues bien, yo elijo no
elegir la vida. Si los muy cabrones no pueden soportarlo, ése es su puto
problema. Como dijo Harry Lauder, sólo pretendo continuar así hasta el final del
camino…!” Irvine Welsh/ “Trainspooting”
Y no es un vaivén; es un ciclo en donde la conciencia de la juventud se
sacude antes de entrar en la cuadricula; una última pelea antes de entrar en
los pasillos del sanatorio; última borrachera antes de entrar en el panóptico. Teddy boys, mods, hippies radicales, suedeheads,
skins, punks, hoolligans, tribus rebeldes de la conciencia de la Gran
Britania; cada diez años resurgen como un salpullido que solo se cura con el
tiempo, los hijos, las hipotecas, los abogados, el método Ludovico y cierta madurez cínica. Su
ambiente cambia, desde los inviernos de las huelgas, para décadas después,
resurgir contra el hiper consumismo de la Cool
Britania; mal necesario, para la salud de una sociedad en conflicto que
muestra lo más oscuro de su imagen; la máscara deformada de sus guerras, las
contradicciones irreconciliables entre su riqueza y su miseria, y de alguna
manera, se constituyen en la legión paranoide de su esquizofrenia.