jueves, 20 de julio de 2017
jueves, 13 de julio de 2017
Francis Bacon y Walt Disney

Por: John Berger
Una figura ensangrentada en la cama. Un esqueleto entablillado. Un hombre sentado en una silla fumando. Uno pasa ante estos cuadros como a través de una institución gigantesca. Un hombre gira en una silla. Un hombre con una maquinita de afeitar en la mano. Un hombre cagando.
¿Cuál es el significado de los sucesos que vemos? Las figuras pintadas parecen bastante indiferentes a la presencia o a los apuros de las otras. ¿Lo somos también nosotros cuando pasamos delante de ellas sin inmutarnos? Una fotografía en la que aparece el propio Bacon con la camisa remangada muestra que sus antebrazos guardan un estrecho parecido con los de los hombres que pinta. Una mujer se desliza por una barandilla como lo haría un niño. En 1971, según la revista Connaissance des Arts, Bacon ocupaba el primer lugar entre los diez mejores artistas vivos. Un hombre está sentado, desnudo, con los pies rodeados de jirones de papel de periódico. Un hombre mira fijamente la cuerda de una persiana. Un hombre deposita una camiseta sobre un manchado sofá rojo. Hay muchas caras que se mueven y al moverse dan una impresión de dolor. Nunca ha habido una pintura como ésta. Una pintura que se relacione con el mundo en el que vivimos. ¿Pero cómo? Empecemos con unos cuantos datos:
Francis Bacon es el único pintor británico de este siglo que haya tenido una influencia internacional.
Su obra es notablemente coherente, desde los trabajos más tempranos hasta los más recientes. Uno se encuentra frente a una visión del mundo totalmente articulada.
Bacon es un pintor que cuenta con una técnica extraordinaria, es un maestro. Todo aquel que esté mínimamente familiarizado con los problemas que plantea la pintura figurativa al óleo no puede sino asombrarse ante la manera como Bacon los soluciona. Una maestría tal es el resultado de una gran dedicación y de una lucidez extrema con respecto al medio.
La obra de Bacon ha sido extraordinariamente bien comentada. Escritores como David Sylvester, Cichel Leiris y Lawrence Gowing han hablado con gran elocuencia de sus implicaciones internas. Por “internas” me refiero a las implicaciones de las proposiciones de la obra en los propios términos de ésta.
La obra de Bacon está centrada en el cuerpo humano. Éste suele estar distorsionado, mientras que las ropas o lo que lo rodea no lo está, o lo está relativamente menos. Comparemos el impermeable con el torso, el paraguas con el brazo, la colilla con la boca. Según el propio Bacon, las distorsiones sufridas por el rostro y el cuerpo son la consecuencia de su búsqueda de una manera de hacer que la pintura “llegue directamente al sistema nervioso”. Una y otra vez se refiere al sistema nervioso del pintor y del espectador. Para él, el sistema nervioso es independiente del cerebro. El tipo de pintura figurativa que atrae al cerebro es para Bacon ilustrativa y aburrida.
“Siempre he intentado comunicar las cosas de la forma más directa y más cruda que he sido capaz, y tal vez porque les llegan directamente, porque las comprende directamente, la gente piensa que son horribles.”
Para alcanzar esa crudeza que habla directamente al sistema nervioso, Bacon confía plenamente en lo que él denomina “el accidente”. “En mi caso, considero que todo lo que me ha gustado de verdad ha sido el resultado de un accidente sobre el que he sido capaz de trabajar”
En su pintura, el accidente tiene lugar cuando el artista hace “marcas involuntarias” en el lienzo. Su “instinto” encuentra entonces en ellas una manera de desarrollar la imagen. Una imagen desarrollada es aquella que es al mismo tiempo real y sugerente para el sistema nervioso.
Francis Bacon, Estudio de tres cabezas (1962) - MoMa
“¿Acaso no desea uno que las cosas sean lo más reales posible, pero al mismo tiempo profundamente sugerentes o profundamente reveladoras de unas áreas de la sensación diferentes de la mera ilustración del objeto que te propones hacer? Al fin y al cabo, ¿no es en eso en lo que consiste el arte?”
Para Bacon el objeto “revelador” es siempre el cuerpo humano. El resto de las cosas que aparecen en su pintura (sillas, zapatos, persianas, interruptores de la luz, periódicos) están sólo ilustrados. “Lo que quiero hacer es distorsionar la apariencia de la cosa, pero restituyéndola en esa distorsión a una narración de la apariencia.”
Si lo interpretamos como un proceso, veremos que esto significa lo siguiente. La apariencia de un cuerpo sufre el accidente de las marcas que se le infligen involuntariamente. Su imagen distorsionada llega entonces directamente al sistema nervioso del espectador (o del pintor), quien vuelve a descubrir la apariencia del cuerpo a través o por encima de las marcas que sufre.
Además de las marcas infligidas por accidente en el acto de pintar, hay a veces marcas pintadas en un cuerpo o en un colchón. Éstas son huellas, más o menos obvias, de fluidos corporales: sangre, semen, tal vez excrementos. Cuando aparecen, estas manchas del lienzo son como manchas en una superficie que ha tocado realmente al cuerpo.
El doble sentido de las palabras que Bacon ha utilizado siempre para hablar de su pintura (accidente, crudeza, marcas), e incluso tal vez el doble sentido de su apellido,* parece formar parte del vocabulario de una obsesión, de una experiencia que probablemente data del inicio de su timidez. El mundo de Bacon no ofrece alternativas ni salidas. No existe en él la conciencia del tiempo ni la del cambio. Muchas veces Bacon empieza a trabajar en un cuadro partiendo de una imagen fotográfica. La fotografía registra un momento. En el proceso de la pintura, Bacon busca el accidente que convierte ese momento en todos los momentos. En la vida, el momento que descubre todos los momentos pasados y venideros suele ser por lo general un momento de dolor físico. Y el dolor puede ser el ideal al que aspira la obsesión de Bacon. Sin embargo, el contenido de sus cuadros, el contenido que constituye su atractivo, tiene muy poco que ver con el dolor. Como suele suceder, la obsesión es una distracción, y el contenido real reside en otra parte.
Se dice que la obra de Bacon es una expresión de la angustiosa soledad del hombre occidental. Sus figuras están aisladas en vitrinas de cristal, en arenas de color puro, en habitaciones anónimas o incluso en sí mismas. Su aislamiento no nos impide verlas. (La forma tríptico, en la que cada figura está aislada en su propio lienzo pero sin dejar de ser visible para las otras, es sintomática.) Las figuras de Bacon están solas, pero carecen de toda intimidad. Las marcas que muestran, sus heridas, parecen autoinflingidas, aunque en un sentido especial. No por un individuo concreto, sino por la especie, el hombre, porque en tales condiciones de soledad universal, la distinción entre el individuo y la especie pierde su significado.
Bacon es lo opuesto a uno de esos pintores apocalípticos que esperan que ocurra lo peor. Para Bacon, lo peor ya ha ocurrido, y no tiene nada que ver con la sangre, las manchas, las vísceras. Lo peor es que se haya llegado a considerar que el hombre es un ser con inteligencia.
Lo peor ya había sucedido en la Crucifixión de 1944. Ya aparecen aquí los vendajes y los gritos, como también la aspiración hacia un dolor ideal. Pero los cuellos terminan en bocas. La parte superior de la cara ha desaparecido. Falta el cráneo. Posteriormente, lo peor se evoca de una manera más sutil. La anatomía permanece intacta, y la incapacidad del hombre para reflexionar se sugiere mediante lo que sucede a su alrededor y por su expresión, o la carencia de ésta. Las vitrinas de cristal, que contienen a los amigos o a un papa, recuerdan aquellas que sirven para estudiar el comportamiento de los animales. Los decorados, los trapecios, las barandillas, las cuerdas, se parecen a los accesorios que se ponen en las jaulas de los animales. El hombre es un mono infeliz. Pero si se da cuenta de ello, deja de serlo, Y por eso es necesario mostrar aquello que el hombre no sabe. El hombre es un mono infeliz sin saberlo. No es el cerebro, sino la percepción, lo que separa a las dos especies. Este es el axioma en el que se basa el arte de Bacon.
Durante los primeros años de la década de 1950, parecía que Bacon estaba interesado en las expresiones faciales. Pero, según él mismo admitía, no por lo que expresaban en sí mismas.
“En realidad, quería pintar el grito más que el horror. Y creo que si realmente hubiera pensado en qué es lo que hace que alguien grite'—el horror causante del grito—, los gritos que intentaba pintar habrían sido mucho más logrados. De hecho, eran demasiado abstractos. Originariamente empecé a pintarlos llevado por esa conmoción que siempre me han causado los movimientos y la forma de la boca y los dientes. Podríamos decir que me gusta el brillo y el color que sale de la boca, y en cierto sentido, mi deseo siempre ha sido el ser capaz de pintar bocas como Monet pintaba puestas de sol.”
En los retratos de amigos, como en el de Isabel Rawsthorne, o en algunos de los autorretratos más recientes, uno se enfrenta con la expresión de un ojo, a veces de dos. Pero estudiemos esas expresiones, leámoslas. Ninguna de ellas es autorreflexiva. Los ojos miran desde su condición, estúpidamente, hacia afuera, hacia lo que los rodea. No saben lo que les ha sucedido; y en su ignorancia reside su patetismo. ¿Pero qué es lo que les ha sucedido? El resto de sus rostros están contorsionados con expresiones que no son suyas, con expresiones que, en realidad, no son tales (porque tras ellas no hay nada que expresar), sino que son.
No del todo por accidente, sin embargo. El parecido permanece, y en esto Bacon emplea toda su maestría. Normalmente, el parecido define el carácter, y el carácter en el hombre es inseparable de la mente. Esta es la razón por la que algunos de estos retratos, sin precedentes en la historia del arte, pese a no ser nunca trágicos, llegan a causar una gran obsesión. Vemos el carácter como el molde vacío de una conciencia que está ausente. De nuevo aquí, lo peor ya ha sucedido. El hombre vivo se ha convertido en su propio espectro carente de inteligencia.
En las grandes composiciones figurativas, en las que hay más de un personaje, la falta de expresión se combina con la total carencia de receptividad de las otras figuras. Todas ellas se están continuamente demostrando unas a otras que no pueden tener expresión alguna. Sólo permanecen las muecas.
La manera como Bacon percibe el absurdo no tiene nada en común con el existencialismo o con la obra de un artista como Samuel Beckett. Este último concibe la desesperación como resultado de cierta discusión interna, como resultado de intentar desenmarañar del lenguaje todas las respuestas dadas convencionalmente. Bacon no se cuestiona nada, no desenmaraña nada. Acepta que lo peor ha sucedido.
La falta de alternativas que entraña su visión de la condición humana se refleja en la falta de un desarrollo temático en su obra. Durante treinta años toda su evolución se ha centrado en el aspecto técnico de enfocar lo peor cada vez más nítidamente. Lo logra, pero al mismo tiempo esa reiteración hace que lo peor sea menos creíble. Esta es la paradoja del artista. A medida que pasas de una a otra sala, empiezas a comprender claramente que puedes vivir con lo peor, que puedes seguir pintándolo una y otra vez, que puedes convertirlo en un arte cada vez más elegante, que puedes ponerle terciopelo y marcos dorados, que otra gente lo comprará para colgarlo en las paredes de sus comedores. Empieza a parecer que Bacon es un charlatán. Pero no lo es. Y la fidelidad que guarda para con su propia obsesión garantiza que la paradoja de su arte produzca una verdad coherente, aunque no sea la verdad que él se propone.
El arte de Bacon es, en efecto, conformista. No es con Goya o con el primer Eisenstein con quienes debe ser comparado, sino con Walt Disney. Ambos hombres, Bacon y Walt Disney, se plantean el comportamiento alienado de nuestras sociedades; y, cada cual de una forma diferente, convencen al espectador de que lo acepte como es. Disney consigue que el comportamiento alienado parezca gracioso y sentimental y, por lo tanto, aceptable. Bacon interpreta ese comportamiento en unos términos según los cuales lo peor que pudiera suceder ya ha sucedido.
El mundo de Disney también está cargado de una violencia vana. La catástrofe última está siempre presente. Sus criaturas tienen personalidad y reacciones nerviosas; de lo que (casi) carecen es de inteligencia. Si ante una secuencia animada de Disney, leyéramos, creyéndonoslo, un pie como Esto es todo lo que hay, la película en cuestión nos causaría el mismo horror que un cuadro de Bacon.
Al contrario de lo que suele decirse, los cuadros de Bacon no comentan ninguna experiencia real de soledad, angustia o duda metafísica; tampoco critican las relaciones sociales, la burocracia, la sociedad industrial o la historia del siglo XX. Para hacerlo tendrían que haberse referido a la conciencia. Lo que hacen es demostrar cómo la alienación puede provocar un anhelo de esa su propia forma absoluta que es la falta total de inteligencia. Ésta es la verdad consecuentemente demostrada, más que expresada, en la obra de Bacon.
En Mirar
Traducción: Pilar Vázquez Álvarez
Imagen: Jean Mohr
jueves, 22 de junio de 2017
sábado, 17 de junio de 2017
¿POR QUÉ UN POEMA…?
¿POR QUÉ UN POEMA…?
(Omar García Ramírez)
1
En
tiempos de Goethe
las
palabras del Werther desataron
una
ola de suicidios que se extendió por Alemania...
la llamaron Werther-fieber.
La
poesía tenía espíritus lectores
y
algunos de aquellos inspirados románticos
llegaron a mixturar
los efluvios de su corazón con las palabras.
Crisoles de piedra y fuego.
llegaron a mixturar
los efluvios de su corazón con las palabras.
Crisoles de piedra y fuego.
La
poesía era la naturaleza hecha espíritu en el alma de los hombres.
Dorado
escudo de arabescos repujados, teñido en la sangre de las uvas salvajes.
Oro de tormenta solar para almas de jóvenes e impetuosos soñadores.
En
tiempos de Pushkin…
La
gente salía y provocaba.
Había
duelos a pistola
y
los padrinos de aquellos duelistas
eran
tan locos como los poetas
que derramaban la sangre sobre la nieve de San Petersburgo.
que derramaban la sangre sobre la nieve de San Petersburgo.
Los
poetas estaban al orden del día…
No
solo epataban; arrebataban, enamoraban, construían nuevos mundos…
Emprendían
el ascenso de escaleras al cielo
y se quemaban en las tormentas de nieve cuando bajaban
de las montañas sagradas.
2
Ahora…
son
tiempos difíciles para la poesía.
La
gente espera baladitas ligeras de señoritos del idioma.
Los
críticos, solo esperan a los iluminados de su academia;
(crooners, susurradores, boleristas de
feria).
Algunos
logran su cometido; otros sencillamente desafinan.
Un
funcionario…
Siempre
es bienvenido en estos lares que, en otra época,
eran territorios fronterizos y peligrosos.
Biblioteca
para desquiciados, códice iluminado de lunáticos;
asilo de gente golpeada.
Travesía
iniciática para maratonistas de la noche, corredores de fondo…
Ahora un poema no te deja fuera de onda.
No
invita a la acción…
o al
suicidio… (afortunadamente).
Los
publicistas utilizan algunos textos líricos en sus comerciales
con
gran éxito de ventas.
Los
versos se han tornado esloganes para rejuvenecer el alma.
Nada
raro…
Ya
que todo ha sido cooptado por la publicidad.
(¿Qué sería de la publicidad sin la
poética…?
la retórica publicitaria mama de la
ubre lírica de la poesía).
La mercancía, hecha espíritu plástico del comercio
global.
3
Pero….
Ya
no hay poemas grabados en Piedras de Sol…
Ya
no hay poetas que apunten a las estrellas como el Arquero Entusiasta…
No
se lanzan en paracaídas y miran el mundo desde la nube de Huidobro…
No
se mueren en París con aguaceros, como Vallejo;
O…sucumben
bajo el sueño heroinómano, como J. Morrison.
Se
resfrían en Bogotá D.C. con los chubascos de los cerros
tomando un
carajillo en las faldas de la Candelaria.
Acaso…
¿Toman
té, con la luna en pantalones?…
Ahora
es: café olé en Juancho Valdex…
Saturar
pastelillos de margarina liviana para la backerie
de la velada floral.
Edulcorarlos
como a bombonería
para niñas con caras de azúcar ácida
para niñas con caras de azúcar ácida
que
asoman sus rostros constipados
tras ventanales de una noche
iluminada por arañas de cristal.
Pero…
Será…?
4
Será
porque…
un
poema ya no puede vibrar como una cuerda de violonchelo
y hacer palidecer a la estrella
de plata.
Porque
un poema…
No
se escribe…Ya no es posible…
Ha
sido retirado de la vida
y
reducido a una morada secreta y gris…
Esta
allí balbuceando entre las cornisas de la luz como un gorrión.
Sombra
que aletea entre las grietas de la estructura vital
a
vuelo raudo, esquivando las columnas doradas de los atardeceres.
Diadema
que nimba la frente de una muchacha delgada
que
camina presurosa con su carpeta de pinturas en bandolera.
(Poesía automática; gran sueño de otra época.
Condenado a vivir dentro de las
vestimentas de un pasajero urbano
que fuera pintado por Magritte: Traje
de oficinista, cuerpo etéreo y sin palabras.
Algo que prefiere dejarse olvidado en
un cuaderno garabateado
a la espera de la maga, jardinera de la noche…)
Creo
que ha vuelto a su condición original, su esencia primitiva.
Señuelo
de luz,
proyecto de sueño,
espasmo del tiempo, epifanía secreta de la vida.
5
Quisiera
preguntar:
¿Por
qué un poema no puede ser más contundente que el jab de un boxeador?
¿Por
qué no baila como Ali y no se arriesga en el in-fighting como Tisson?
¿Por
qué no golpea más duro que un opercout
de Vitali Klitschko?
(Pensamos en Arthur Cravan cuando vemos la
perspectiva del combate,
algo de pugilismo existe en este
mundo del poema).
Aumentar
la carga; liberar la potencia del poema…
(En algunos momentos, es nuestra
ilusión).
La
jaula de combate; el octágono; vida que gira sobre el eje de una mirada
suspendida.
Aspiraríamos
a un poema rápido
como
el brillo de una katana samurái sobre las alas de una mariposa lisérgica…
Pero
entendemos que, en un mundo de aceleración perpetua
ya
no podría tener esa contundencia.
Además,
se ha perdido la costumbre de entrenar duro para para esos menesteres.
Jóvenes
poetas de la vieja guardia…
Niños poetas de la guardia
nueva...
boxeadores
solitarios en los gimnasios del idioma.
Peleadores
de sombra, golpe a golpe, contra los fantasma del destino.
No luchamos para vencer, sino para caer heridos;
saber
encajar los golpes merecidos.
Dar
la pelea sin desistir
sin renunciar a la lenta
mordedura venenosa
que apagará la sangre,
que encenderá el olvido.
TODOS VEN EL FÚTBOL...
TODOS
VEN EL FÚTBOL…
(Omar García Ramírez)
Todos ven el fútbol…
La invasión de un
espectáculo
donde se asiste al brillo
de una estrella por diez segundos
y se espera una
eternidad, entre la expectativa y el aburrimiento.
El árbitro pita…
Los tipos se estiran de
plancha sobre el césped…
Alguien arriesga, toma la
iniciativa y trata de pergeñar una jugada maravillosa…
Pero, a pocos metros del
arco, un codazo y una patada desbaratan la magia.
No aguantan mucho estos
señores…
(En
un juego ritual de Pok ta pok con los Olmecas, habrían perdido algo más que la
cabeza. Deberían ver un partido de rugby con algunos guerreros maorís, para que
supieran lo que en verdad representa el dolor…).
Yo…
Desnudo sobre un sillón
de terciopelo negro….
Espero el beso de la
Nina.
El beso de la Nina es
lento y acaramelado; almibarada gelatina de frambuesa.
Helado copo de algodón,
alimento ritual de alpinista solitario.
Gruta lluviosa en mi
expedición de espeleólogo.
Mi pálido estertor, mi
lento abatimiento.
Respiración entrecortada
bajo el liviano peso de su cuerpo.
La flauta de luna se
estiliza en el silencio para alcanzar su más alta melodía…
Todo ven las olimpiadas…
Hockey sobre el hielo…
La ruta ciclística de
Francia…
Yo respiro y me caliento
en la gimnasia de la aurora.
Empuño mi florete y
arremeto en una danza cortesana.
Esgrima de la flor más
purpurina, galope y vals de primavera…
Equitación aureolada en
destellos solares sobre mi potra encabritada.
No quiero escuchar las
hordas victoriosas;
carnavaleros deportivos;
borrachos en la efímera gloria...
Cuando no, perdedores en rebaño que ahogan en aguardiente el dolor de sus derrotas…
Pequeños gorrones de la
ira, atrapa-pelotas, pateadores de canillas.
Hooligans
de la masa embrutecida, rebaño alienado de las bravas barras.
Rituales gastronómicos de grasa y de cerveza, sus himnos guturales, sus cánticos marciales…
Medallistas de la
histeria, bajo el control de los señores de la publicidad.
No asisto a los estadios...
He decidido entregarme
a los olímpicos escarceos
de la puna andina, sobre mi cobija de lana
alpaca.
El galope índico con mi
Devi Sakti.
Lucha grecorromana con mi
amada sobre la lona blanca del amanecer.
Y respiro el día, que
poco a poco, se torna lluvia o ruido…
Gracejo in crescendo de calles
y tabernas.
No sé qué celebran ahora…
Caminamos en medio de la
turba.
Altos y ebrios; nuestras
melenas negras bajo la constelación de sagitario.
Beduinos cetrinos, proyectamos sombras dibujadas por el sol de las calles encendidas…
Encandilados en la
noche de los ángeles fugados. Pálidos, livianos…
Ojos rayados;
Ojos rayados;
tibetanos y
orientales…inmersos en un lago de purpura profunda.
Bereberes tostados por el viento, mostramos
los colmillos de la risa
ataviados de cafstánes
negros
que se recortan contra las dunas del sueño.
Ese triunfo del que
hablamos… está más allá de la gloria y de la muerte.
Todos ven el fútbol...
Gilipollas mecánicos con
trompetitas de plástico…
Sombras epilépticas,
proyectadas sobre grietas de piedra en las cavernas.
Balompié masivo e industrial, para las hordas
de los espantos ruidosos.
Los críticos deportivos
de salón, armaran su equipo ideal….
En los diarios, diseñaran
una jugada de fantasía frente al pórtico de papel…
Condenaran al atleta
lisiado…
Levantaran un pedestal
para el legionario que hace méritos en canchas extranjeras
Después… lo crucificaran,
le partirán las piernas.
(La
historia del fútbol la conforman treinta cosas memorables…
Cuarenta
instantes de iluminados e inspirados…
Sesenta
caligramas blancos sobre una pantalla verde…
A
lo sumo, 100 poemas de coraje, inteligencia, resistencia y velocidad.
Sobre
un siglo de sangre, sudor, patadas y aburrimiento…
No
mucha cosa, desde que se inventó esta ceremonia balompédica).
¿Cuánto tiempo ha
transcurrido para esto?…
Doscientos setenta
millones
que conforman la torcida
universal, siguen enganchados.
Espero sinceramente… Nos
los defrauden.
Mientras tanto, sigan
posando sus gordos traseros porcinos del lúpulo
sobre barras de tabernas
ruidosas, mientras afuera, pasa la vida;
y el tiempo,… pasa de todo…
Nosotros…
Ingeniamos un vuelo de
amantes que cruza el arcoíris.
Dribleamos sobre el
viento…
Surfeamos sobre olas de
luz con reflejos de espaldas solares…
Duendes de invierno;
risas bajo cero; esquiamos bajo los pinos del silencio.
Nosotros…
Estamos alcanzando una
marca más lenta en cuarentena…
Seis yardas más
profundas; apneas contenidas bajo piscinas de azures oleosos…
12 metros más en las
fronteras de la risa; tambor que pone a límite el corazón del fuego…
24 asanas de yoga en Sutra del cordón dorado
enardecidos por flamígeras
grenchas de la verde María.
48 keshari mudras con lengua de colibrí sobre el campo erótico del chakra Muladhara…
60 golpes de Taichí,
sobre la gruta barroca del jardín perfumado…
Poemas gimnásticos de un
antiguo libro de piedra
cubierto por líquenes y enredaderas en las selvas del Indostán.
En el verano frente al
mar…
Tensamos el arco;
apuntamos contra el escudo dorado; damos en el blanco.
Como pareja de jóvenes antiguos en la isla
golpeada por un sol que molió las playas; tejió su áureo vellocino.
Contenemos la
respiración, soltamos los diques de los ríos interiores…
Oleaje sereno después de
la tormenta.
Y esperamos…
A que se fundan las
preseas de oro en las huellas de la arena.
Ya batimos todos los
récords.
Tenemos las heridas del
esfuerzo grabadas en la piel
maceradas con semillas, aceite, lodo…
Y en nuestras frentes relucientes…
las coronas
de laurel espigan victoriosas con el viento.
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