martes, 22 de enero de 2013

HIKIKOMORI



HIKIKOMORI
Cuento de 
Omar García Ramírez

   El rostro estaba desfigurado. Le había roto los labios y le había cambiado sus ojos por los de una vaca. Le había quitado su bella cabellera y ahora lucía la cara pálida de una mozuela gótica, una perrita Drag queen. Los cortes hechos en Photoshop, dejaban claro que mi venganza era cruel. Había guardado la fotografía en la carpeta de las desfiguradas que ahora pasaba de cincuenta archivos. La meta era llegar a unas cien intervenciones. Una centena de criaturas del internet, desfiguradas y transformadas en monstruos virtuales. Sí, allí guardaba esa serie de putillas grotescas y mancilladas contra fondos negros. Una especie de  frigorífico virtual del cual pendían todas colgadas boca arriba.
   Desde que me he convertido en un hikikomori no dejo de desfigurar; es uno de mis pasatiempos favoritos. La verdad es que al principio, traté de comunicarme con algunas de aquellas beldades. Envié varios e-mails, pero las agencias de modelos a las que pertenecían no daban respuesta. Ingresé en algunos clubs de fans y traté de obtener sus correos electrónicos, pero las pocas veces que lograba hackear esos datos con miles de trucos me encontraba con respuestas amenazantes. Esos cerdos corporativos, guardianes de la belleza, solo quieren explotar a su criaturas pero nunca dejarían que un freack como yo, llegase siquiera a intercambiar un par de frases con algunas de ellas.
   Había dejado los comics. Los grandes del hentay, las series del anime y el manga. Para completar se había dañado la consola de juegos. Un día intenté salir para llevarla  a reparar donde técnico. Apenas traspasé el umbral de la verja principal del conjunto cerrado, el ruido de la avenida me hirió. Y  me sentí mal, entonces regresé.
   Ahora me estaba interesando por otras cosas estaba progresando en lo de las fotografías. Estaba regresando por mis fueros. Empecé a cazar y a deformar criaturas virtuales.
   Las comidas de bolsa metálica calentadas en microondas, los caldos de sobre, las rosquillas sintéticas y las chocolatinas eran mis comidas preferidas. Los papeles y empaques de estas golosinas estaban por todo mi cuarto. Mi madre, divorciada y ahora muy ocupada en su nueva empresa de cosméticos, había renunciado a verme hacer algo productivo. Era poco lo que podía hacer. Yo le había dicho que con 22 años no quería morir por karoshi
   ––¿Qué significa eso? –– preguntó mi madre.
   Le dije que era el término japonés para la muerte por exceso de trabajo.
   ––¡Pero si vivimos en Bogotá, Colombia! ¿Por qué te identificas con esos jóvenes amarillos y con ese montón de muñequitos, dragones y robots? ¿Cuándo vas a madurar hijo, cuándo te vas a desconectar…cuándo vas a sentar los malditos pies sobre la tierra?
   Recuerdo que no giré mi cabeza para responder a estos tres interrogantes; creo que sentí pánico aquella vez. Dejé que mi mirada y mi silencio se perdieran dentro de la pantalla.
   Después, con el tiempo, mi madre se fue alejando y se hicieron más distantes sus visitas a mi cuarto. Nos comunicábamos por medio de stiks que me dejaba pegadas en la nevera. Llamaba por el celular una vez al día. Luego cada tres días. Después una vez cada semana. Creo que tenía un nuevo amante.
   Mi habitación en pocos meses se había convertido en un basurero. Pantaloncillos sucios por allí; calcetines mugrientos por allá; restos de sobres y comidas que se iban acumulando dentro de las gavetas de la estantería y el escritorio. Dentro del closet, los buzos y las sudaderas se amontonaban en una bola de suciedad y mierda. Mi cabellera comenzó a crecer, negra, enmarañada y grasosa. Una barba rala e incipiente comenzó a desmadejarse desde mis pálidas mejillas. Cuando legaba la mañana, iba a mi baño privado, tomaba un poco de agua, corría las cortinas, regresaba a la cama revuelta; una porqueriza de cobijas, libros, comics y basura. Dormía  como un gusano en su crisálida más allá del medio día.
   Mi madre enviaba una señora del aseo que pasaba por la casa los sábados. Yo le dejaba un montón de ropa sucia y bolsas plásticas llenas de basura en la puerta de mi cuarto, pero nunca la dejaba entrar. A veces la señora me dejaba comida en una escudilla en el suelo como a los presos. Daba tres golpecitos en la puerta: “Joven salga a tomar el sol…” ––me decía––, “…salga a tomar el sol que ese encierro le puede hacer daño”. A mí, eso me daba risa.
   Jugaba en el día. Me había conectado a una línea de juegos en el internet.
   En la noche coleccionaba fotografía erótica. (No me gusta la fotografía a color, sino la clásica, la artística, en blanco y negro). Tenía tiempo y mi colección era de peso; así que le dedicaba horas. Quería aprender algo por si en algún momento de mi vida me decidía en serio por la carrera de fotógrafo. Bueno la verdad, era eso lo que pensaba unos años atrás.
   Recién terminada la secundaria, mis padres se habían divorciado. Por un año quedé al cuidado de una tía fotógrafa, artista, escritora fumadora de marihuana y practicante de las filosofías orientales quien me regaló una cámara fotográfica “Canon” réflex, me enseñó los conceptos básicos del arte y me  dijo que me buscara mi propia libertad y mi propio mundo. “Solo dos consejos cariño: Haz lo que se dé la reverenda gana, pero en cuestión de drogas o enervantes psicodélicos procura no meter sino marihuana”. Ella era publicista de una afamada agencia internacional y viajaba frecuentemente. Mi madre decía que mantenía de viaje en los aviones y a bordo de la María-Juana. Durante ese año disfruté de su bien surtida biblioteca y de su gabinete secreto en donde guardaba medio centenar de películas porno que pude disfrutar en su reproductor de D.V.D. Algunas de las joyas que atesoraba eran: (Romance) de Catherine Breillat; (Carla Bella Ragazza) de Tinto Brass; (Close Ups) de Andrew Blake; (El imperio de los sentidos) de Nagisa Oshima; (El Erotómano) de Dino Rossi; y una incunable: (Deep throat) de Gerard Damiano.
   De alguna manera esos films fueron mi iniciación sexual. Mi tía muy liberal en ese sentido, dejó que yo hiciera acopio de nuevos materiales y me decía: “¿Por qué no los ves con una amiga? ¿No tienes novia? Y yo le decía que sí, que ella había pasado algunas veces cuando ella no estaba en el apartamento, pero que no la presentaba porque era muy tímida y… No, no era verdad. Todavía no había llegado mi media naranja.
   Después de aquellos meses en donde me mantuvieron al margen del conflicto, regresé donde mi madre que vivía sola en una casa de un conjunto cerrado al norte de la ciudad, ella solo pasaba una vez cada tres días. Permanecía más tiempo en su pequeño apartamento del centro. A veces me tocaba llamarla para que pasara a recoger recibos y cuentas. Así que la situación era ideal: estaba con un computador de la última generación, 3.5 megabytes de RAM y 2,5 en ratio de trasferencia; full tarjeta gráfica y tres cajas llenas de periféricos, que mi padre me envió desde New york a donde se había ido a vivir. (Con él no hablaba). Me enviaba dos o tres veces al año una caja con regalos y gadgets y una escueta nota: “De tu querido padre”.
   Yo tenía todo el tiempo del mundo ya que le había dicho a mi madre que me tomaría unos meses para decidir una carrera, mientras tanto me matricularía en un curso de inglés por aquí y algo más por allá. A ella no le pareció buena la idea, pero no pudo hacer nada. En aquel entonces yo  tenía 18 años. Ya era un adulto. Y había entrado a un curso de fotografía en los programas de extensión de la facultad de comunicaciones de la universidad de los Andes. Sabía de los clásicos de la fotografía y buscaba no solo una buena fotografía, una buena modelo, buscaba algo más.
   Con el grupo hubo una fiesta para celebrar el tercer mes de estudio. La mayoría eran mayores que yo. Todos llevamos las cámaras. La fiesta era en una finca de “La Calera”. Vinieron las copas de licor y las bromas. Yo que hasta ese momento no había bebido ni fumado, esa noche lo hice por complacer a mis amigos del taller. Hicimos una fogata. Todos nos pusimos un poco locos. Me pasaron un cigarrillo grande como un tabaco. Desperté al otro día. La luz de las diez de la mañana golpeando fuerte. Un pasillo de madera fría. Estaba semi desnudo y sin la cámara.
   La pequeña finca estaba desierta. Recuperé como pude mi ropa. Salí a coger un trasporte a la carretera.
   Aparecieron unas fotografías en la red social. En una de ellas aparecía yo. Había sido un estúpido. No le dije nada a mi madre. No regresé al curso.
   Encontrar una modelo se fue haciendo poco a poco, algo difícil y complejo. Mi natural timidez era deformada en ocasiones por un desparpajo que casi siempre tendía hacia lo humorístico; sumaba además, cierto gusto por los temas sórdidos y grotescos. Esto espantaba las pocas candidatas, que con la actitud adecuada, habrían posado sin pensarlo.
   Regresé a mi casa y me encerré en mi cuarto.
   Mi colección comenzó a perfilarse. Buscaba modelos que en su cuerpo llevaran un claroscuro con grano medio. La pose era importante, tenía que ser una situación algo teatral; dramática diría mi tía. Ese gesto y esa actitud de romper la distancia entre el objetivo y la pantalla. De alguna manera buscaba mujeres con un brillo de enajenación en los ojos. Abiertos o ligeramente entornados como soñando en un viaje de opio; la boca musitando algo, murmurando por lo bajo una lamento de cortesana de burdel. Esas que se ven en las películas porno-bizarras de las páginas más sucias.
   Entonces llegó para alegrar mi vida Tatiana Paradise.
   Fue una noche en que después de jugar MECHA-WARRIORS on line durante cinco horas seguidas, terminé cansado e hice una pausa para tomar una malteada de caja con unas waffer. Apagué el computador para que se refrescara. Después de quince minutos en donde estuve tirado en la cama dejando volar mi imaginación mientras miraba la colección de dragones y guerreros de caucho que estaba en la estantería superior; me dispuse a esa cacería que comenzaba después de las diez de la noche. Buscaba la modelo ideal. Esa princesa que en ese momento estaría caminando distraída por alguna avenida de la red. Esa pantera lujuriosa encerrada en algún obscuro cuarto, en algún chat de bombillo rojizo visitado al otro lado de la pantalla por legiones de hombres solitarios y babeantes.
   Y apareció en un álbum blanco y negro. Un blog de erotismo fotográfico.
   Tenía el ojo entrenado. Había visto más de un millón de fotografías en la red. Había visto más de 300 videos en la línea del movie-fashion. Guardaba más de mil archivos y 12 carpetas rigurosamente seleccionadas y almacenados en C.ds y en el disco duro, lo que me daba suficiente autoridad para saber que era una buena fotografía y quien era una buena modelo.
   No voy a negarlo. Había tenido otras iluminaciones, otros enamoramientos. Con Ana Dello Russo, la  modelo de Helmut Newton había tenido una relación tormentosa la seguí y coleccioné durante tres meses ––eso me pareció una eternidad––. Soporté muchas de sus bromas. La vez que me apuntó con su pistola desde el sofá y disparó por encima de mi hombro fue de miedo. Bueno, soporté muchos de sus juegos con una frialdad que aterraría al fan más equilibrado. La dejé, después de ver sobre la mesa una raya blanca. Hice una ampliación al 1000 % y  vi los restos de lo que parecían ser unos gramos de cocaína, al lado del teléfono negro y sobre el espejo. La muy zorra había estado de perico y periqueta con el cerdo de Helmut Newton y a lo mejor con la putana de su esposa, esa jorobada de gafas de carey que lo seguía como una sombra a todas partes. Una desgracia.
    Soy un muchacho sano. Desde aquella experiencia con el curso de fotografía. Nada de alcohol, nada de drogas, (naturales ni sintéticas). Mis únicas drogas eran las “aspirinetas” y los “Advil” en época de resfriados en invierno. Aun así, las aborrecía.
   Luego tuve una relación breve, pero muy fuerte con una modelo rusa llamada Anienka. Llegó a Europa causando sensación y después de triunfar en las pasarelas de París y de Milán salto a “Amerika”. En donde se consagró, taconeando en las ligas mayores. En menos de dos meses estaba rodando por la red.
     Después de un tiempo en donde varios medios amarillistas la relacionaron con todo tipo de faranduleros: desde jugadores de baloncesto hasta raperos gangsta. Fue cliente asidua de muchas discotecas. Metió mucha droga. Rápidamente se puso fea y gorda como una matrioska.       
   Pasó de modelar lencería para “Victoria Secret” a modelar tallas XL apara una firma canadiense que vendía ropa interior para grandes superficies. Terminó haciendo comerciales de mantequilla en la T.V. gringa. Lo mío son las flacas, las cuasi-anoréxicas, las mujeres que dejan al descubierto toda esa geografía ósea, esa estructura de músculos magros y cartílagos flexibles. Es tal vez, una fijación malsana. Pero, esos culos gordos de ballenas varadas sobre la alfombra; esas masas de carne grasa que tiemblan bajo los reflectores; ese ganado de granja energizado a punta de cocaína bajo las luces y los flashes en discotecas donde se exhiben mujeres de traseros tatuados para deleite de pandillas reguetoneras, debo admitirlo, no me inspira.
   Dicen que Anienka fue una de las modelos que las mafias rusas controlaron en occidente y que había estado una temporada en uno de los prostíbulos de la nueva nomenclatura. Casas de modelos que controlaban centenares de chicas que enganchaban desde Rusia, Polonia y la antigua Yugoslavia. Adolescentes que eran traídas como ganado de primera para consumo de los dueños de los consorcios, las multinacionales y la burocracia internacional.  Perversa, infantil, dentro de la línea de esos animales de pasarella como la Emili Sehenko quien trabajo para la Ford y que fue portada de Vogue. Como Elsa Hosk Mujeres de más de uno ochenta sin zapatos; fieras de alfombra roja y reflectores, con pieles de caucho terso y nácar opalescente. Anoréxicas vitales y risueñas; androides femeninas alimentadas con malteadas y zanahorias, mantenidas con la energía de una batería de un reproductor de Ipod. Bestezuelas cocainómanas que se mueven dentro del mundillo de la moda y la haute couture para alimentar los sueños de una jauría de estetas alcoholizados quienes aplauden desde los costados de los pasillos. Damitas salidas de suburbios periféricos e industriales, de las granjas polacas, de las favelas de Rio de Janeiro; “rescatadas” de los tachos de basura de las calles de Buenos Aires, domesticadas por la industria de la cosmética, para ser convertidas en fashion victims y luego, decoradas con pieles y pedrería. Sus cicatrices habían sido restauradas y ahora aficionadas a las drogas, las fiestas y el dinero, serían las portadas de Vogue, Vanity Fair, Marie Claire, o de Bazaar durante un par de meses, para después ––en su gran mayoría–– ser deglutidas por la factoría de la carne. Terminaban convertidas en gatitas mansas al capricho de un mafioso de las altas esferas o ejerciendo de bailarinas de algún club de streep-tease. Otras marcadas como C.D.T. (carne de traquetos) había dicho mi otro amigo Ikikomori en un e-mail que me había enviado, en donde comentaba entre otras cosas, el caso de una bella modelo colombiana, que había sido asesinada en plena función, ametrallada en un desfile privado en Barranquilla.
  
   Anienka también tuvo un trágico final. Alguien la tiró desde un balcón de su piso en New York. Ahora puedo evocar su cabellera negra de ángel nocturno. (La veo caer en cámara lenta desde el catorceavo piso de su apartamento. Su bello rostro eslavo desfigurado contra el pavimento que refleja las luces de la calle invernal). Fue un luto que duro semanas.
   Me había dejado; entonces desfiguré sus fotografías y las archivé en el folder obscuro de las quimeras.
   Luego, llegó por una corta temporada a conquistar mi corazón y mi tiempo (este amor en la red se mide por el tiempo perdido, ese que nunca se recupera, que te mata y luego se olvida): Dakota Girl.
   Era Dakota una muñeca de carne rosa. 14 años, piel de porcelana, piernas largas y delgadas; ojos delineados en quirófano a la manera anastasiya shpagina ––cirugía que elimina un pedazo de los parpados para abrir de esta manera la mirada  como en los comics japoneses del Entay––. Una Ada de cabellera metálica y trenzas doradas vestida con minifalda de lolita. Bueno me di cuenta que muchos padres  influenciados por las culturas de los mass media japoneses.  Estaban sometiendo a sus hijas desde muy niñas a operaciones estéticas para acercarlas a ese tipo de belleza que adoran los nipones. Un fetichismo por el látex y la belleza inocente. Algo para después explotar en la web. (Muñecas, álbumes de fotografía y suscripciones a chats privados).
   Poco a poco me fue desencantando. Mis hormonas pedían mujeres de carne atormentada y lacerada; mujeres en cuyas pieles el sol, el agua de mar y la lluvia se hubiesen posado; mujeres con ojos de fuego y sexo, no ojos diseñados para muñecas de jardín. Ya no quería niñas bajo una sombrilla rosada con sus chochitos entalcados; quería hembras en donde se viese la huella del sol y la arena, la sal y el viento; mujeres de nalgas tonificadas sobre las cuales se pudiese practicar sin miramientos una dura faena de spamking como en esas películas que había visto donde mi tía.
   Así que Dakota, una noche cualquiera, fue sometida a una ceremonia de intervención fotográfica y la desfiguré. La arrojé al cuarto de las mutiladas. Allí quedó en la carpeta Número 24 como una triste y fría muñeca de mirada azul.   

   Pero… Tatiana Paradise era otra cosa.
   No me importaba si su boca de labios negros había lamido las comisuras de la boca de un ser vicioso y grotesco, algo así como un frankenstein cómico, un guiñol de opereta. Ese tipo que la exhibió por el medio oeste americano y la puso a rotar en la web para expoliarla ––Sexplotaition al piso––. Y luego, la dejaría tirada en alguna callejuela de la autopista virtual.
   Solo conservo un viejo y secreto archivo. Una ajada fotografía en blanco y negro, (archivo J.P.G.) en donde se le ve con un cuchillo en la mano. Al fondo un paisaje suburbano, seguramente en las afueras de Texas, a donde dicen algunos de los nerds de los foros secretos de intercambio de archivos, fue a dar con uno de sus machos. Uno más de la serie de chulos que laceraron su cuerpo hasta dejarla con el rostro en blanco. Un frame defectuoso, una foto de media resolución degradado por el ruido de la red y que no pude restaurar con las herramientas más sofisticadas de los programas de imagen.
   Ella reinó por un tiempo (pocos meses, que en internet son una era) en la red oscura de los solitarios cazadores de mujeres de bites y doncellas de energía. Un tiempo en el que su mirada tenía un número áureo que resplandecía sobre las pantallas. Número para jugar en la lotería del amor fou como diría mi tía, (tan afrancesada ella, tan  italianizante y loca) para hacerlo rodar en la ruleta multicolor de algún casino de juegos on-line; que mantenía una tensión lejana; frío helado de mirada rusa sobre la estepa de los voyeurs nocturnos. Que exhibió su longilínea figura sobre surcos de nieve donde florecen ojos eléctricos de locura.
   Su primer amante, fotógrafo de la América profunda; reportero-cowboy y director de revistas porno de tercera línea (Ascendencia irlandesa y cámara rápida). El tipo tenía la cara desfigurada por una caída y la patada de un toro en un rodeo.  La había descubierto cuando Tatiana trabajaba de cajera en un supermercado en Elizabeth New York. Él tuvo la revelación; aunque no se crea ––se requiere talento para ver la belleza, para escuchar ese canto––. Eso lo dijo una vez Mapplethorpe. Seguro ese fotógrafo descubrió esa belleza de mezcla raizal en el vértigo de la gran ciudad. Algo de italiana, algo de cheyene, algo de cosaca, en sus facciones se adivinaba. El fotógrafo tubo la bendita suerte de hacerla inmortal con una docena de fotografías en alta resolución, que de inmediato comenzaron a rotar en los foros de los adolescentes solitarios de medio mundo. Yo era uno de ellos cuando tuve el encuentro. Recuerdo el día y la hora. Un viernes a las 8 y treinta de la noche.
   ¿Cuántas veces fue vista su imagen?
   Según las estadísticas de Google, unas 1.365.000 veces. ––No es mucho la verdad––, pero una vez que tenías esa colección de doce fotografías en alta resolución ya no podías dejar de soñar con ella. 300 d.p.i. Un tesoro aquella época. Solo los afortunados de la banda ancha y computadores de gran capacidad se podían acercar al brillo de la pupila del ojo, apreciar sus dientes y la sedosa tersura de su cabello. Solo doce fotografías hacen falta para que una mujer en la red, tenga miles de admiradores y admiradoras. Para forjar una leyenda.
   Tatiana Paradise era alta en una medida que se podría decir atlética; delgada, muy delgada, sin llegar a la anorexia que deforma la elegancia de los cuerpos estilizados. El fotógrafo americano la presentó en rodeos, en peleas de Westler y barras de mala muerte. La golpeaba, la hacía consumir drogas y le daba mala vida. Tatiana Paradise escapó. Dicen que había llegado a Europa para  trabajar por un tiempo en una agencia de turismo en Bélgica y luego de modelo; pero se aficionó a la heroína. Eso significó una caída.
   Fue rescatada de la jeringa y el “caballo” por un joven intelectual francés de nombre Jaques Perrualt quien la había orientado hacia el mundo del porno en donde tuvo una fugaz sintonía, dejando como obra, tres cortos de sexo brutal. Perrualt, ––el afortunado apoderado–– buscaba renovar el mundo del cine erótico con historias densas y existenciales en donde el sexo era tratado con “dureza poética y madurez conceptual”. ––Eso decían los blogs y las revistas de especialistas–– El sexo como una filosofía del cuerpo a la intemperie bajo un mundo vigilado y controlado. Un comentarista muy prestigioso del mercado de la carne trémula, comentó en una revista de gran circulación, que la insipiente estrella después de su debut en los Ángeles ––meca del porno americano––, se había alejado por temor al sida y las enfermedades. Allí la cosa es al natural, la carne presiona y golpea a fondo la carne; porque dicen que la carne con sangre entra. (Ese debate de látex, vaginas y glandes, entre productores y autoridades, continúa nervioso y latente).
   Estando a salto entre América y Europa, su nuevo manager buscó oficio y apertura de fronteras. Pero su debut en el cine escandinavo tampoco había corrido con mejor suerte. Tatiana Paradise no había resistido ser sodomizada por tres estibadores que la habían tomado en medio de una de aquellas producciones de bajo presupuesto, en las afueras de un muelle. Era época del otoño en las afueras de Estocolmo.
   Coleccionistas de imágenes con el síndrome icónico de Diógenes; escoptofílicos anónimos, que deambulamos hasta altas horas de la madrigada buscando esos retratos extraños, esas colecciones exclusivas de la revistas de intercambio p2p (peer to peer) de tercera generación, conocíamos de su existencia. Sabíamos de las cualidades narcóticas de su mirada, de la capacidad enajenadora de su luz. Como un yūrei enamorado; fantasma japonés envuelto en la penumbra de mi cuarto; alimentado con chitos, masmelos, caramelos, choco-ramos y yogurt;  asistí a la elaboración de un mito que corrió sobre los cables de silicio de las redes; que hizo su aparición en los foros de los solitarios y en una que otra paginita web gótico-bizarra. Iconofílicos, iconópatas, fotoneuróticos, fuimos los partenaires de su alumbramiento.

   Cuando ella rompió con Perrault, el director, este entró en una depresión que lo condujo a su auto-aniquilación. Yo, al igual que miles de enamorados de Tatiana Paradise, le deseamos a él lo peor. (Era talentoso, guapo y un magnifico fotógrafo de cine). Pero lo odiábamos ya que él había tenido acceso a ese secreto, a esa piel de almendras maceradas en vino rojo, a esos labios de pétalos mordidos en la sangre. Después Perrault dejó de tener importancia. Desapareció poco a poco, se fue desdibujando, ya no quema mucha pantalla. Al parecer, en la actualidad sale con Barbarella Dreak una putilla con una belleza ordinaria devenida en actriz del mainstream, sin más talento que la glotonería de esa geométrica arpillería ubicada en la entrepierna. En sus películas nunca deja de mostrar ese vértice en donde los fotógrafos avezados encuadran su Medical shots, su Money shot, Argent cadre de los franceses deglutiendo penes de todos los calibres con pasmosa facilidad. En pocas palabras, una zorra un poco sobrevaluada.
   Tatiana Paradise siguió su andadura. Estuvo un tiempo por Francia. Se le vio veraneando en la campiña. Tomó clases de fotografía, de guion y cine, dicen que fue asistente de Catherine Breillat (la directora tan admirada por mi tía). Fue en ese momento donde posiblemente pudo haber tomado conciencia de la posibilidad de una pornografía feminista, ––ya que le habían dado la oportunidad de actuar–– pero ella prefirió estar detrás de cámaras. Después coqueteó con ser la autora de su propia obra, e inmortalizar su extraña belleza pero asumiendo el rol completo; realizando completa la faena. (Era ella la modelo y era la fotógrafa frente a la cámara). Me la imagino en una época plena de sueños y libertad, y ella consciente de su magnífica belleza.
    Las únicas series de fotos en blanco y negro (8 fotos cada una) de aquella época, podrían sugerir las influencias técnicas de Newton o Mapplethorpe. En aquella serie francesa ––rareza para los coleccionistas virtuales–– parece ser una mujer poderosa de mirada felina, en las afueras de una casa victoriana. Algo que la emparenta con los temas y el decorado teatral de la obra de Ellen Von Unwerth. Tatiana se encuentra de pronto retomando la estética decadente de las doncellas y mucamas de las mansiones victorianas. Sexualidad encadenada, presta a la orden del fuste; joyas-reliquias-camafeos para sacar al jardín a la hora del té. Su piel de fantasma sobre-expuesto, su cara apenas velada, inmortalizada en la monocromía dura que muestra su boca en un gesto delicioso de felatora encerrada en la mansión del poder.
      Sin nicho virtual. Sin web, sin blog, sin trinos de pájara obscura en su jaula. Era difícil seguirle la pista. Su hábitat se había desplazado hacia la red profunda. Luego las fotos se hacen más escasas y obscuras, casi adornadas por un halo de putrefacción; algo circense,  como de fiesta de barraca con seres grotescos; freaks de feria en ceremonias zoo-fílicas; algo cercano a los caprichos necrófagos de las obras de Joel Peter Witking; composiciones que rozaban la vesania lírica de un Alessandro Babari (una muñeca desarticulada sobre una mesa de mármol, al fondo una bestia maravillosa; un jabalí con la boca abierta mostrando sus colmillos)… En un foro de fotografía erótica alguien habló de su reciente afición a las auto-mutilaciones, las heridas, los golpes. Mujeres de caras hinchadas bajo el control de un verdugo macho con el rostro cubierto por una máscara de hule. La exhibición de cuchillos y de artilugios de tortura. Eso era especial, eso tenía su interés. Para mí fue una revelación. Abrió, de alguna forma, una ventana de una casa perdida en el fondo del bosque. Una casa cercana a la colina.
   Poco después, en una página encontré algo que luego no pude contrastar. Algún comentario que se perdía en la leyenda de red obscura. La relacionaban con un crimen pasional. Había apuñalado a su amiga, una modelo alemana. Al parecer había huido a Sudamérica. “Bambi Magazine” le dedicó unas líneas y unas fotografías casi como quien hace homenaje a una fallecida. ¿Who killed bamby?
   Después, desapareció sin dejar ningún rastro. Algunos intentaron forzar  páginas fantasmas, algunos links que tenían su nombre por cebo; les devolvieron virus y gusanos. Eso es lo que carcome un cadáver virtual. Eso, el vacío y la nada.
   Entonces, no sé por qué le pedí a mi padre mediante un e-mail un juego de cuchillos de cacería.
   A los ocho días los tenía en mi casa. Una caja de ciprés. Bellos diseños, filos de acero relucientes e impecables. Dibujé unos círculos a la manera de un blanco con un pedazo de tiza en la pared del closet, y entrenaba lanzamiento de cuchillos. Me hice algunos cortes en las manos y en los brazos. No sé cómo, ni en qué momento. Cuando me miraba en las mañanas, aparecían nuevas marcas y cicatrices.
  
   Ahora tengo 26 años. Escribo para dejar un testimonio de mis recuerdos que tienden a desaparecer como una pantalla chisporroteante con interferencias eléctricas. Estoy haciendo mi carrera acelerada para convertirme en un parasaito shinguru  escalón superior de un hikikomori.  Parásito soltero, sin novia, sin trabajo, sin estudio. Solo sueños densos inmersos en la pantalla líquida. Mi único hijo sería un engendro amorfo como el de “Eraser-Head” de David Linch. ¡¿Mami quieres ver a tu nieto?!
   He comenzado a desfigurar todas las mujeres de mi colección. Hay un encanto en esas agresiones.
   Una tarde en el frenesí de una masacre, perdí algunos de mis archivos. Me puse furioso.
   Tenía algunos backcups en c.ds y en  u.s.bs sin embargo, había perdido las carpetas más importantes de las desfiguradas. (Allí había verdaderas obras de arte). Después de cacharrear y desplegar las instrucciones del manual técnico de mí maquina durante dos días, logré organizarlo. Recuperé algunas cosas importantes mediante un software pirata.
   Sin embargo, al otro día, cambie de opinión y comencé a borrar archivos. Estaba dispuesto a borrarlo todo. Lo dejaría todo en blanco como a un robot amnésico. ¿Quería comenzar desde cero? ¿O simplemente, estaba intentando borrar las huellas de mis crímenes?
   Fui a la cocina y preparé un poco de malteada de avena. Las galletas y los enlatados  se habían acabado. Mi madre hacía más de tres meses que no llamaba ni venía. La señora del aseo tampoco. Cada quince días me enviaban un domicilio del supermercado con la comida y los artículos básicos para la supervivencia. Yo abría la puerta, el mensajero dejaba la caja con los víveres en el umbral. Yo halaba la caja y cerraba. No quería trato social de ninguna índole.
   Aquella tarde me quedé frente al ordenador en blanco. Dejaba pasar el tiempo.
   Abrí la gaveta de mi escritorio. Vi los cuchillos de mi colección de caza, estupenda tecnología de corte suiza.
   Afuera escuché unos gritos. Miré por la ventana. Había un pequeño carro de mudanzas.
   En el frente se pasaban a la casa desocupada. Los obreros de la mudanza gritaban y se reían. Era una tarde lluviosa. (El invierno campeaba desde hacía tres meses y no daba tregua). Luego, llegó un carrito VolksWagen rojo,  nuevo, reluciente.
   Vi bajarse una muchacha.
   Tomé los prismáticos que tenía sobre mi biblioteca, enfoqué y miré.
   Era ella, lo puedo jurar. Tatiana Paradise. Pálida, delgada, espigada; su piel graduada en escala de grises azotada por el viento. Lucía un abrigo negro y botas de cuero altas; bajaba algunas cosas. Habló con el chofer del carro de mudanzas. Su pelo alborotado brillaba ––cobre ligero y nervioso bajo un paraguas sepia––. Luego, miró hacia mi ventana. Y pude ver sus ojos de cristal violeta.
   Sí, era ella, sonreía y miraba hacia mi ventana.




DEL LIBRO INÉDITO:
"CEREMONIAS DEL ARTE" 

lunes, 21 de enero de 2013

GERMAN OSSA ENTREVISTA A OMAR GARCÍA RAMÍREZ





GERMAN OSSA
(GEROSS)
ENTREVISTA A:
OMAR GARCÍA RAMÍREZ



La obra poética y literaria de Omar García Ramírez, es de obligada referencia cuando se trata de hablar de la literatura del  Eje cafetero. Periférica, underground, experimental y contestataria; esta obra no encaja en los códigos del mainstream; tal vez, el escritor ha tocado demasiados puntos negros, tal vez el autor ha llevado algunos elementos de su literatura  hasta límites que no son bien asimilados por el establecimiento cultural. Él, a su manera, ha hecho su andadura: tres premios literarios regionales; dos reconocimientos nacionales; cinco libros publicados; seis obras inéditas, listas para salir a buscar su camino y decenas de artículos polémicos en la web, lo posicionan como un personaje en las fronteras externas de la literatura bien pensante o políticamente correcta. Algunos, lo califican de ácrata y hasta panfletario ––cosa que él no niega del todo––, pero cuando se profundiza sin prejuicios en algunas de sus trabajos, se puede ver más allá del slogan, algo que conecta con la verdadera poesía. Una poesía llena de humor acido, corrosivo y negro; una poesía hecha de desencanto pero también de humanismo. Una poesía autocrítica y en constante revisión, una obra que se aborda como trabajo de escritura sobre la condición postmoderna del poeta en tiempos de guerra, de alienación global, de ciertos oscurantismos virtuales.
De alguna manera, su obra ha sido ocultada, solo se publica de vez en cuando, algo del “fast food” de la primeras épocas; pero su verdadero trabajos de fondo, los de buceo a pulmón limpio siguen casi inéditos. Están, sin lugar a dudas, en la cazuela sonde se preparan los platos fuertes de la literatura colombiana. No vamos a utilizar la manida frase de: “el secreto mejor guardado de la literatura colombiana” (utilizada por editorialistas y panegiristas de talentos que, algunas veces, están muy sobredimensionados) porque de su valía saben muchos, enemigos y amigos; pero sí sabemos que es uno de los autores más ocultados y de cierta manera destinados a una reserva fronteriza de los talentos que no merodean la feria de las vanidades; uno de los autores colombianos que se mantiene en calidad de outsider ya que el oficio de trepa, obsecuente y snob no va bien con su talante. Omar García Ramírez, no solo escribe poesía, investiga la forma de hacerla nueva y vigorosa, mediante las técnicas que van desde el cuento policiaco, el pastiche cultural y el collage.
Alguien dijo de vanguardias extinguidas; Omar García Ramírez siempre ha estado en la vanguardia, aunque sus moldes literarios pudieran ser clásicos. Es un escritor que rompe las fronteras y sale como los buenos salvajes en busca de su propia verdad.  En un país en donde la mayoría de la poética tiene el acento burocrático, narcótico y provinciano del lirismo para públicos dormidos; la obra de Omar García Ramírez supone un choque de alto voltaje, una pesadilla de fuego denso, una carrera a campo traviesa, trago fuerte en una taberna peligrosa; Un paseo por los límites portuarios de ciudades afectadas por la gangrena del odio, bajo torrenciales aguaceros purpura.
Aquí el salvaje, el polémico, el beduino obscuro, el poeta.

G.O.


G.O.––Los libros “La Balsa de la Medusa”, “Sobre el Jardín de las Delicias” y “Urbana Geografía Fraterna” Componen tres etapas de su obra literaria. ¿Cómo definirías esos trabajos literarios?
O.G.R.––Sí, comenzando por “El jardín de las Delicias”, siguiendo con “Geografía fraterna” y terminando con “La Balsa de la Medusa”; son tres obras desarrolladas y escritas en el trascurso de 20 años. La primera es una obra en donde estaban todas mis inquietudes literarias de juventud y en donde de alguna manera, plasmé algunas referencias que conectaban con las problemáticas sociales y espirituales de aquella época. “Últimos Signos” y de “Los Regresos” son poemas que de alguna manera fueron una especie de declaración de intenciones; por una parte los elementos sociales y por otra el surrealismo; la historia corta en clave poética. En “Urbana Geografía Fraterna” hablo más de la amistad y de la vida en nuestras ciudades de provincia y la compleja situación de comenzar  asumir la adultez en medio de un país caótico y bajo la sombra de la guerra. De cierta manera, nuestra generación es de sobrevivientes. Y en “La Balsa de la Medusa” se puede apreciar una obra del desarraigo y el exilio. Es una obra madura, y creo que su poesía es más ambiciosa, experimental y rigurosa. En ella los elementos puramente literarios se manifiestan estilizados y depurados.

G.O.––“La Balsa de La Medusa”, y “Altamira 2001” (la novela), las escribiste en Europa. De qué forma influyó este periplo en tu voz como escritor?
O.G.R.––Sí, algunos de los poemas de “Sobre el Jardín de las Delicias” en especial “La balada de Estocolmo” la escribí en Suecia en donde estuve una temporada en el año 93 (que fue mi primera experiencia europea); fue sentido como un dictado y la escribí en una mañana en uno de los parques cercanos al metro de la estación central de Estocolmo: Kungsträdgården (los jardines del rey).  Fue un poco extraño, pero la escribí de un tirón y luego prácticamente no corregí nada. Si alguna vez sentí algo parecido a la inspiración fue en ese momento. Después, han sido horas y días y meses de trabajo con la palabra. Aquel fenómeno no se volvió a repetir, salvo en un par de ocasiones en que pude sentir algo parecido, pero nunca fue tan claro.
En “La Balsa”, Hubo más distancia frente a los poemas relacionados con Colombia, y más cercanía con los problemas globales del exilio, que veía de manera directa todos los días. También tuve tiempo para lecturas meditadas y profundas, que crearon una especie de sedimento poético que se manifiesta en la obra. Ahora, gran parte de los poemas de “La Balsa de la Medusa” fueron escritos en España en donde residí desde el año 99 hasta el 2006. Estos poemas fueron mucho más complejos, y su elaboración más dilatada ya que en ellos existen diversas maneras de afrontar el hecho poético, desde los elementos formales y clásicos, hasta otros medios más experimentales. Siempre quiero llevar mis textos hacia un lugar en donde se difuminen las fronteras de los géneros. No me interesan las fórmulas, me interesa la búsqueda de nuevas maneras estéticas. Algunos de esos poemas me tomaron meses terminarlos y creo que es un libro complejo, además de extenso. De cierta forma es una suma, compuesta por cinco libros cortos, cada uno con un estilo bien definido. Van desde la parodia teatral, hasta el monólogo interior, pasando por relato hard boiled emparentado con la novela negra.
Luego la novela “Altamira 2001” la había comenzado a escribir en Bogotá, pero la había dejado por un tiempo largo y en España la retomé y finalicé en un año. Es una novela en clave de humor negro que recrea una etapa de mi vida y mi juventud. De cierta manera es una especie de bildungsroman. Esa novela la envié a concursar desde España y gano el premio nacional de novela ciudad de Pereira. En el año 2001.




G.O.––Sé que a la par de tu viaje de escritor, desempeñaste una serie de trabajos agrarios temporales. ¿Cómo fue esa experiencia?
O.G.R.––Mire los callos y las cicatrices de estas manos; hice la vendimia en Languedoc-Rosellón en el sur de Francia; la campaña de la manzana en Martigny Suiza; la recolección de la fresa a en Myolby  Suecia, y la de la naranja en Huelva el sur de España. He sido jornalero y temporario, le cuento que fueron momentos de mucha vitalidad y de experiencia;  aire puro y sol; claro, también trabajo duro, a lado de nativos e inmigrantes de todas la latitudes. Eso de una parte; de otra parte he sido albañil, pintor, decorador, cartomancista, profesor de artes de verano, dibujante en películas de dibujos animados y he desempeñado media docena de oficios fabriles en tiempos luminosos del verano y en épocas frías y de bruma. Eso me sirvió para moverme,  hacer la economía del viaje y conocer regiones y países, inmerso en la lucha cotidiana por el pan. Esa es la vida de los emigrantes de todo el mundo.


G.O.––¿Qué leías en esa época en España?
O.G.R.––Estuve un tiempo viviendo en "La latina", "Sol", y "Arguelles", luego en el sector de Aluche; allí cerca había una hermosa biblioteca pública . Tenían una estupenda colección de literatura y en especial de poesía; además  docenas de revistas literarias; muchos de los autores que leí en aquella época fueron descubrimientos y otros fueron confirmaciones y relecturas de estudio; algunos abordajes a tareas postergadas. Entre varios recuerdo: Joyce, Milan kundera, Saint-Jhon Perse, Ferdinand de Celine, Malraux, Maurois, Steinbeck, Rimbaud, Miller, Cortazar, Fogwill, Bokowski, entre otros.

G.O.––¿Por qué después del premio a “La Balsa de la Medusa” decides publicarla en internet?
O.G.R.––Bueno, yo había publicado una buena parte de esos poemas en internet, pero después del reconocimiento de la revista “Prometeo” de Medellín en el 2008, saqué dos ediciones en rustica que rápidamente se distribuyeron. No vendí; regalé para ser más exactos y después decidí colgarlos en la red bajo la licencia creative commons. Considero que la poesía debe estar disponible para quien desee e leerla. Una tirada de 500 o de mil ejemplares, que es lo que suele editarse en Colombia, no llegarían al público que yo quería. Además, la obra fue propuesta a varias editoriales, pero en nuestro país, a las editoriales no les interesa la poesía; mucho menos si esta poesía no tiene la facultad de enternecer señoras otoñales o para engrosar las selecciones de florituras de ciertos periódicos.
“La Balsa de la Medusa” tiene poemas complejos. Asimilar algunos de aquellos poemas no es fácil para un mundo editorial, en donde lo comercial ha marcado y sigue marcando la pauta. De otra parte, siempre me ha parecido un poco mezquina la actitud de algunos poetas consagrados quienes no tienen casi nada publicado en la red. La literatura debe estar disponible para los lectores de un país pobre y casi miserable como lo es el nuestro, de forma gratuita. Sobre todo, si se trata una literatura que como en el caso de mi poesía no tiene espacio editorial. Mi poesía ha aparecido en un par de antologías y en algunos periódicos. Pero su fuerza y su mayor difusión está en la web. Paginas argentinas, brasileñas, portuguesas, mexicanas y españolas, tienen un amplio repertorio de mis poemas. La poesía en Colombia, debería ser donada en usufructo o regalada, como dijera el gran León de Greiff, y eso no es demagogia. Lo más curioso es, que quienes se oponen a ello, son los que disfrutan de las becas, las subvenciones y las embajadas culturales; los que juegan en las bolsas de las burocracias corruptas; los que ofician en los sanedrines culturales de la republica. Yo, que no recibo un peso por ello, sostengo que la poesía es alimento espiritual de los pueblos sedientos.

G.O.––He escuchado sottovoce, rumores y comentarios en donde  a usted se le califica de panfletario. ¿Qué tiene que decir sobre ello?
O.G.R.––El libelo y el panfleto son la guerra florida del escritor. De vez en cuando hay que salir como los guerreros centroamericanos, con los rostros pintados de achiote y la sonrisa del jaguar.
El mundo, la sociedad, los elementos culturales que rodean al escritor en estos países tropicales, son de una zafiedad y crueldad tan basta, que la sátira en la literatura es una de las armas de  defensa del escritor airado. Pero sé distinguir, claro está, este tipo de ejercicios retóricos, políticos,  enfáticos y críticos, de la verdadera obra poética. Quienes quieren echar todo en el mismo saco, son casi siempre, algunos personajes tocados por los venablos certeros del poeta en pie de guerra; uno que otro malandrín que se escudan detrás de una falsa decencia y  también, escritorzuelos de media petaca que nunca miran con buenos ojos la libertad del ácrata. Esos señores que tienen alquilado su sombrero y su cerebro a un feudal metropolitano. La estética del panfleto se confunde con la ironía y la sátira; es, si se quiere, un género menor, pero que ejercido con destreza, causa escoriaciones y laceraciones que ciertas pieles delicadas no soportan; sobre todo, las de los que siempre han vivido a la sombra del establecimiento, ––Esos que yo llamo “los Amenizadores”––. Cuando ven a un escritor de piel curtida por el sol de la libertad, inmediatamente sufren un desvanecimiento como señoritas frente al troglodita que viene a desflorarlas.

G.O.––Su escritura poética tiene un marcado acento marginal y periférico, aunque en algunos momentos, ha permeado la crítica académica, su trabajo, es por así decirlo un animal raro que no encaja en el canon. ¿Cuál es su relación con la academia?
O.G.R.––Mi relación con la academia es la que sostengo con todos los gremios de nuestra sociedad, ni más ni menos. Me relaciono con gente abierta, librepensadora y sin corsés ideológicos. En todo segmento social y cultural existe gente de lo más interesante y noble en el buen sentido de la palabra. Personas y maestros que sin ser obsecuentes ni epígonos de ninguna verdad establecida, son generosos en la crítica y severos en las observaciones del arte literario; además de inspiradores y orientadores de los jóvenes talentos. De la misma manera, existe la canalla ilustrada de refinadas costumbres. Los conozco mucho, los he tratado demasiado. La verdad en algún momento nuestra relación es de mutuo desinterés. He tratado de acercarme a muchas instancias literarias que emanan del Alma mater ––es decir su producción y sus revistas––; pero la verdad están tan llenas de clisés, de corrección, de rigidez, aridez y de idiotez, que nunca me han seducido y mucho menos conquistado. Prefiero mil veces las aberraciones de un poeta librepensador y de espíritu abierto, a las disertaciones engoladas y barrocas de estos escritores domadores de conciencias. Además muchos de ellos piensan que todavía estamos en el siglo XV, no se han dado cuenta que estamos en la era de la conciencia planetaria y que afortunadamente la llave de la caja de pandora ha sido entregada a los hombres sedientos de sabiduría. Esa censura velada que en el pasado ejercían, esa mutua fornicación de familia sindiasmica, cuya mayor señal es el mutuo elogio con espíritu de cuerpo funcionaril; esa forma cuasi-papal de repartir bulas, admoniciones, bendiciones y baratijas a la que estaban tan acostumbrados, hoy en día; queda en evidencia y se hace más patética. Para terminar, te puedo decir mi estimado amigo, que la academia en algunos momentos, me parece un burdel muy animado, exquisito y simpático.

G.O.––En algún momento he observado en tus textos más críticos, una mezcla de estilo que va desde el ensayo hasta el poema de sal gruesa ––como dicen los españoles––, pasando por formas abreviadas del cuento y la sentencia. ¿Crees que el internet de alguna manera favorece nuevos formatos híbridos y en general, la literatura mínima en internet, qué futuro tiene?
O.G.R.––Creo que es una observación acertada, en internet se abren múltiples posibilidades para el poema, el cuento y la nouvelle; la literatura de dimensiones reducidas, la short history, el ensayo. La mezcla de los géneros es de obligatoriedad; se hace condición sine qua non. Además el poema que me interesa es el que de alguna manera rompe los cánones, se sale de las fronteras trazadas por la gente cuadriculada de la hablábamos hace unos momentos. Es un territorio comanche para la experimentación y sin lugar a dudas, sale ganando la literatura. El link, el hiper-texto, las suma de la imagen, el video, las arboladuras rizomáticas del idioma, y la música que se pueden integrar a la obra.

G.O.––Has probado muchas formulas para dotar a tu poesía de un nuevo vigor, ¿no corres el riego de ser descalificado por no transitar los caminos de cierta, digamos, ortodoxia postmoderna?
O.G.R.–– Bueno varias cosas. Primero: Si la poesía se enmascara en un texto de apariencia policíaca, o en un texto de corte existencial; en una historia de drogas y rocanroll, en una orgía decadente; si la poesía se logra mimetizar dentro de un texto de estos, pero al final sale desnuda en su más intima y verdadera condición. Me suena, me interesa. He postulado por ejemplo la “Novela Trampa”, esa que guarda en su interior aristotélico, el secreto de la poesía; la verdadera anagnórisis sería encontrarse con ella, con la poesía. De alguna manera puede ser una forma de sobrevivencia, una trágica y teatral manera de sobrevivencia. Los cánones y las clasificaciones son buenos para la academia, esa institución de funda en la segmentación y el archivo; su estética es de Cabinet de stampes, de museo, y hasta de parque temático. Pero no creo que ayuden en la exploración conformación de nueva literatura. Ahora la ruptura, esa búsqueda cruzando trochas y senderos, para encontrar nuevas vías puede durar años y décadas. A lo mejor resulta uno perdido. Bueno hay que admitirlo, casi siempre resulta uno perdido y perdiendo.

 G.O.––Háblame un poco de la crítica. ¿Cómo ves la crítica de literatura en los media?
O.G.R.––En el campo de la crítica que tanto te interesa, voy a colocar un solo ejemplo: hace veinte años  los mejores ejemplos de critica se encontraban en los suplementos literarios o en los magazines de los grandes periódicos de todo el mundo; hoy en día, contadas excepciones, la mejor crítica literaria se encuentra en internet; hecha por lectores, escritores y por profesionales de las letras. Los magazines de impresión cosechan lo que encuentran en la gran caja del tesoro de la crítica literaria de internet y después ya sabemos: el copy & paste, pero sin citar las fuentes….Lo demás son habladurías de las editoriales y los monopolios. ¡Ah! y de uno que otro escritor muy bien pagáo, sí, de esos con libritos colgados en los stands en los malls de las grandes superficies ––un funcionario más de aquellas empresas––; uno de aquellos, que de vez en cuando, se rasga las vestiduras y llora como una verónica frente al respetable por que la gente no compra más libros. (¿Cómo van a comprar libros si no tienen con qué comer?): escritores que hacen su papelón en la comparsa y luego se queda tan tranquilos. De otra parte, vamos con la crítica; en Colombia existen, sobreviven, dos críticos de poesía, como dos ballenas varadas en la playa, los dos son bujarrones de la derecha canónica  uno está en Bogotá y el otro merodea por el territorio a la caza, no de talentos, sino de ortos canallitas, Príapos adolescentes e itifálicos y chismes de prostíbulo; el uno tiene aire de obispo embajador en el vaticano y es preferido de la cosa nostra poética de la capital, por sus maneras de té con galletitas; el otro; el otro, nunca en su vida ha escrito un verdadero artículo de literatura y que quiere para sí, la gloria del cerdo rijoso e ilustrado en los salones de Sodoma. El uno hace parte de la estructura burocrática de la patria, está en el A.D.N del frente nacional, y exige derecho de pernada para que un escritor pueda  ser “inmortalizado” en una de sus predecibles y eternas antologías; el otro se dice ilustrado y pareciera pertenecer a la Orden de la torre de Babel, por su contextura ciclópea y porque se ufana de saber veinte idiomas: unos vivos, otros muertos y otros putrefactos…

G.O.–– Bueno, bueno, dejando a un lado tan espinoso tema; hablemos de la edición: ¿Cuáles son sus prevenciones; o mejor,   tiene usted su reticencias con la edición impresa?
O.G.R.––No tengo nada contra la edición impresa, y es necesario recordarlo. Admiro el trabajo artesanal y cuidado de la edición. Mi biblioteca personal guarda un espacio generoso para ese tipo de edición. Me encanta el libro ilustrado y el comic o novela gráfica. Soy un coleccionista desde los años juveniles del libro ilustrado y creo que su verdadero encanto está en el papel. Pero en el campo estricto de las letras, el panorama es bien distinto y sobre todo desde que aparecieron las tabletas y la tinta electrónica. Es una realidad que convive con nosotros; el panorama se ha revolucionado y solo gente muy obtusa se niega a ver las ventajas. Nosotros, como inmigrantes digitales sabemos de las bondades del libro de toda la vida, y sabemos que afortunadamente, le queda mucho camino por delante; pero no por eso, se va a negar la importancia de la tecnología aplicada a la literatura, que  llegó para quedarse. Para que quede claro, no estoy en contra de las ediciones en papel. En este momento, preparo una cuidada edición impresa de “La Balsa de la Medusa” que espero salga en los próximos tres meses.  

G.O.––En muchas de sus obras veo unas profundas contradicciones entre el humanismo y la ecología. Entre la mística y el agnosticismo. Entre la poética de futuro y cierta poética del pesimismo existencialista. Aunque la mayoría de su obra gravita en las fronteras de un nihilismo obscuro, ¿Queda espacio para el optimismo?
O.G.R.––Toda obra esta echa de contradicciones. Toda obra esta echa de cambios y alteraciones. El humanismo, de cierta manera, entra en contradicción con la ecología; si partimos de la premisa de que el hombre es un ser depredador por naturaleza, su estructura social y económica triunfante es contaminante y destructora con el medio ambiente y posee una naturaleza que además de ser capaz de crear bellas obras de arte; inteligente hasta la capacidad de crear dioses; pero también es capaz de crueldades insospechadas. Entonces, mi humanismo es un humanismo crítico, autocrítico y severo con mi sociedad y con el hombre que hace parte de esa sociedad. Es verdad que los desequilibrios sociales y económicos hacen de nuestro semejante un ser vulnerable y al mismo tiempo peligroso. Entonces, en una buena parte de mi poesía, vive y palpita esa ilusión y esa fe en el hombre que se eleva hacia los ideales humanistas y de conciencia planetaria; en otra parte, se manifiesta  la idea de la destrucción, de la degradación y de aniquilamiento.
Poesía rosa nunca he escrito. Me ha tocado en suerte o en desgracia, un mundo demasiado gris y con demasiadas sombras. Pero si se me lee con atención, siempre en mi poesía, al final, esta una ventana luminosa. Un ideal de salvación.

G.O.––Siendo usted el  ganador de varios concursos y certámenes. ¿Qué opina de los concursos literarios?
O.G.R.––Bueno la verdad es que no he ganado tantos concursos como piensan algunos. Solo participo en aquellos en los que tengo algo para mostrar. En días pasados un contertulio me dijo en tono de sátira, que sabía de escritores que solo escribían para ganar concursos. Bueno, esa especie me parece extraña, ya que un libro de poemas y una novela no se elaboran en tres fines de semana. Requieren de mucho trabajo y dedicación. Además nadie es tan necio para participar sin tener algo de peso que proponer. Participar en un concurso literario presupone un gasto de energía, de tiempo y de economía extra en la vida de un escritor, y uno no está para dilapidar lo poco con lo que cuenta. Sé que una buena parte de los concursos literarios están desprestigiados, sobre todo, algunos premios de ciertas editoriales españolas ––Miren el blog “La Fiera Literaria” para que sepan a qué me refiero––. Pero en otros casos, los concursos literarios en donde la bolsa no es demasiado grande y ostentosa, se puede participar con algunas garantías. Aclaro, eso de los concursos literarios: son la ruleta rusa del escritor. Apuestas a ganar, pero muchas veces sales perdiendo y con un balazo brutal en la autoestima; ya se sabe que algunas ocasiones los jurados están allí no para premiar lo mejor, sino para frenar a los talentos en ciernes o los trabajos serios. En fin, no soy muy entusiasta, ni me hago muchas ilusiones; pero tampoco me auto-margino de las posibilidades que puede dar un concurso literario, si las bases de juego son claras. Ahora, muchos de esos concursos pasan por un filtro de lectores que nos son los jurados finales, y que en palabras de Jack London en su novela “Martin Edén” (no se me olvidan, ya que mi memoria todavía tiene un disco duro en buenas condiciones); dice más o menos que: “Todas las puertas que conducen al éxito literario están vigiladas por esos perros guardianes, los fracasados de la literatura”. Y Jack London no hablaba de dinero, hablaba de otra cosa. De modo que así, es casi imposible surgir en un medio en donde te las tienes que ver con esos individuos. De cierta manera, el escritor auténtico siempre juega en desventaja. Pero, nadie ha dicho que sería fácil.

G.O.––En Colombia, el panorama editorial parece plantear nuevas alternativas y nuevos escenarios. ¿Cuál es tu opinión de las editoriales de los grandes consorcios y las editoriales independientes?
O.G.R.––Las editoriales del mainstream quieren escándalos de farándula y sensacionalismo amarillo; y las editoriales independientes ––en una buena parte––, parece que… también. Lo digo con conocimiento de causa. Mi libro “LA BALSA DE LA MEDUSA” Lo propuse a varias editoriales; dos del común y tres “independientes” no les interesó. Seguramente debería haberlo enviado a más editoriales a lo mejor hubiese tenido receptiva. Pero no, preferí publicarlo directamente en internet bajo la licencia creative commons. A mi edad no estoy para filtros de ningún tipo. Ellos tienen filtros, sifones y pozos sépticos. Ahora, las editoriales independientes que conozco, son editoriales de amigos para amigos y tienen unas políticas cerradas; además, la mayoría no son independientes ya que viven de las subvenciones. ¿Cómo puede una editorial llamarse independiente, si está sometida a la politiquería benefactora y controladora de los fondos estatales para la cultura?
Espero que en futuro el panorama cambie. Existen síntomas en el mercado editorial, de que así será. En ese sentido soy más optimista y yo mismo participo de un proyecto privado que pretende crear en los próximos meses una editorial independiente económica y conceptualmente: “GRIFFOS DE NNEONN” con énfasis en el libro ilustrado. Pero ese un proyecto sobre el que no puedo hablar demasiado. Apenas está en etapa de diseño y en bocetos virtuales y sobre el papel.

G.O.––Colombia es un país, en donde de alguna manera, y tarde que temprano, el artista inmerso en su sociedad tiene que tratar con la burocracia estatal. ¿Cuál es el papel del artista frente a la burocracia cultural?
O.G.R.––La burocracia cultural le hace mucho daño a la cultura. Desde que en esos puestos colocan a tecnócratas y a politiqueros, no es mucho lo que se puede esperar. Los presupuestos para la cultura, que son mínimos; son devorados por esa caterva pantagruélica; el Golem burocrático. Lo que dá más tristeza es que cuentan con el apoyo de una buena parte de los “gremios artísticos” beneficiados por este sistema: “Los Amenizadores”.
El artista independiente, debe, de ser posible, mantener prudente distancia frente a esa estructura, si quiere mantener su libertad. Lo ideal es mantener una distancia de tiro para poder afinar la puntería. Pero es casi imposible; estamos rodeados de esa estructura ubicua; de alguna manera, vivimos dentro de un panóptico cuya central de observación y control la maneja el Gran Hermano. Entonces, se hacen necesaria nuevas vías y alternativas, nuevas estrategias de resistencia. Algunas están en la línea de los mimetismos, las mutaciones fronterizas, en la inoculación de los virus como caballos de Troya; en la emboscadura de carácter civil, filosófico y espiritual, de la que hablaba Junger el escritor alemán ––una especie de retiro escéptico frente a la sociedad para mantener las fuerzas vivas del alma en alerta––; en las T.A.Z (zonas temporalmente autónomas) de las que hablara el teórico anarquista Hakim Bey; territorios liberados momentáneamente para el desarrollo del potlatch, la utopía y la libertad, aquí y ahora, sin esperar la tierra prometida, en las cooperativas de artistas que inicien proyectos autosuficientes…

G.O..––El gremio de los escritores abundan los poetas y los escribidores. En Colombia se ha dicho durante décadas que es tierra de poetas. ¿Son tantos como se dice o…?
O.G.R.––Los poetas pocos; los escribidores legión. Los primeros quieren acercarse a la complejidad del idioma mediante la ascensión a la montaña por caminos inéditos, vitales, complejos. Los otros manejan truquitos y formulas más o menos refinadas, consensuadas y aprobadas por el mainstream. La diferencia entre un poeta y un escribidor es de espíritu y de técnica. El poeta verdadero es un guerrero que va desnudo a su batalla final;  el escribidor va a los recitales a leer tres o cuatro cosas que hacen parte de su gabinete de utilería. Estos últimos aparecen mucho en las nóminas de la nomenclatura, pero rápidamente son olvidados. Los que han ganado y ganaran en la muerte son los poetas verdaderos.


G.O.––Hablemos un poco de tu vida. ¿En algún momento de tu juventud estuviste en un psiquiátrico, lo mencionas en varios trabajos literarios…?

O.G.R.––Sí, pero es un recuerdo demasiado visceral, que quiero remitir a lo puramente literario ya que sigue siendo complejo asimilarlo.



G.O.––¿Un pasado traumático puede ayudar en la búsqueda de temáticas para una obra?

O.G.R.––Puede que no, pero si se ha sentido verdadero dolor, miedo, e ira, sin duda podrás plasmar con mayor fidelidad literaria, esos sentimientos; de otra parte no lo encuentro nada aleccionador.



G.O.––Esa anécdota de escape de aquel psiquiátrico con hipodérmica de por medio…

O.G.R.––Bueno en el momento, no logro recordar con claridad aquel episodio de mi vida. Conocí gente maravillosa en los dos campos de aquel espacio sombrío de relaciones de razón y poder. Sé que muchos de los que allí trabajan, lo hacen buscando bienestar para la gente; en realidad muchos de ellos buscaban salvar vidas. No sé si me entiendes; muchos de ellos estaban trabajando de una manera honesta. Yo fui para una cura de desintoxicación, pero me di cuenta que me estaban intoxicando con otros fármacos. Así que en un momento de crisis, tomé las de Villadiego y de paso rompí algunas estanterías de aquel fármaco.  Pero como te digo, es un episodio obscuro y borroso del que procuro no hablar, aunque sí que me interesa llevar a cabo una novela. He comenzado tres versiones, pero ninguna ha llegado feliz término. Sin embargo, es un episodio, que requiere una revisión memorable.

G.O.–– En algunas de tus obras, las ninfas y el erotismo constituyen una parcela especial destinada a sembrar los frutos más exquisitos de tu literatura. Recuerdo en especial una obra poética de largo aliento, “EL EROTÓMANO” ilustrada con tus dibujos y que está publicada en la plataforma de publicaciones virtuales ISSU. ¿Qué nos puedes decir sobre este tema tan afín a tu trabajo?
O.G.R.––Las ninfas, las nínfulas, las ninfetas y las ninfómanas, serán siempre objeto de estudio de los poetas y escritores. Son, por decirlo de alguna manera, los duendecillos y las femmes fatales que acompañan esta batalla. Son la pesadilla, el sueño opiado, el aquelarre libertino y el descanso del poeta. “EL EROTÓMANO” es una obra de largo aliento que  se lee en clave de poema de viaje, algo así como una road movie con un aire de humor negro y decadente. Allí, el tiempo marca la caída y la redención al final de ese viaje sobre la piel del mundo. Es uno de mis poemas favoritos; se hará una edición artesanal,  muy bella y cuidada, en los próximos meses. En ese mismo tono y tema, he compuesto mi particular grimorio. Me ha servido de mucho; con criaturas de estas categorías es mejor estar con los manuales a la mano.

G.O.––Aunque sé, que nos has pedido desde un principio, que solo hablemos de literatura y  materias afines. No puedo dejar pasar la oportunidad de preguntarle por esa faceta importante en su vida como artista. La relación pintura-poesía y el video-arte; es decir la plástica visual. ¿Cómo encajan en su vida de escritor?
O.G.R.––En mi vida como artista, mantengo en permanente desarrollo una faceta de praxis artesanal, de creación de símbolos e imágenes; un trabajo de iconografía que está directamente relacionadas con el audiovisual, el diseño y la plástica. En algunos periodos de mi vida se han constituido en único trabajo y de cierta manera mi única profesión; por lo tanto mi verdadero sustento material. Ahora, La pintura es la hermana, ––hasta cierto punto––, cercana de la literatura. A mí, las dos me hacen falta; tenemos una relación de ménage á trois que sencillamente  es indestructible. Dan muchas alegrías y cuando una se va de viaje, la otra me acompaña. Son dos musas en las que he invertido mi escasa fortuna, mis  sueños y mis delirios. También ellas me han enriquecido a su manera, con visiones, epifanías, fuegos, éxtasis, pesadillas; y en los momentos más difíciles de mi vida me han sacado del arroyo; me han lanzado una cuerda. No tengo queja alguna. Estoy perfectamente adaptado a esa forma de vida. Me quedo con las dos. Con las dos muero.

G.O.––El idioma está en su crisis más aguda. En los medios literarios más exquisitos de anuncia El fin de la novela. ¿Cuál es su opinión al respecto?
O.G.R.––Todas las artes están en crisis, el mundo, la sociedad, la economía está en crisis; siempre ha estado en crisis una veces más agudas y dolorosas que otras. La novela, la poesía, el cuento deben estar en otra sintonía. Los elementos decimonónicos de la novela quedaron relegados al best-seller. La poesía está en la narrativa más vanguardista. Los soportes cambian, las plataformas de distribución de la obra también. Pero en su esencia, la literatura tendrá algo que decir, algo que explorar y comentar sobre el mundo y el hombre. Es una herramienta crítica, pero también es una plataforma de comunicación y comunión que amplía el campo de batalla––recogiendo una expresión de Michel Houellebecq––. Es de cierta forma, una conciencia alerta sobre el mundo; nuestro planeta, nuestra bitácora de viaje en compañía de otros seres sobre el mar de la galaxia. Sencillamente se transforma en otra cosa. Muere, pero se abre de nuevo como una flor y nos ofrece cosas nuevas sobre el Jardín de las delicias y las desdichas terrenales.

PEREIRA/RISARALDA/COLOMBIA
ENERO/2013