miércoles, 8 de junio de 2011

La resistencia electrónica. Poder nómada y resistencia cultural





Critical Art Ensemble



El término que mejor describe la presente condición social es

'delicuescencia'. Los otrora incuestionables índices de estabilidad,

como Dios o Naturaleza, han sido absorbidos por el agujero negro del

escepticismo, y la demarcación de las categorías de sujeto y objeto se

ha difuminado. La significación fluye simultáneamente a través de

procesos de proliferación y de condensación, a la deriva, resbalando,

acelerando hacia los opuestos apocalipsis y utopía. El poder -y la

resistencia- yacen en una zona ambigua y sin fronteras. No podría ser de

otro modo, ya que los restos de poder fluyen entre la dinámica nómada y

las estructuras sedentarias, entre la hipervelocidad y la hiperinercia.

Quizás resulte utópico empezar afirmando que la resistencia comienza (¿y

acaba?) con la liberación nietzscheana del yugo de la catatonia

inspirada por la condición posmoderna. Sin embargo, la naturaleza

transgresora de la conciencia no nos deja otra opción.



Chapotear en el charco del poder líquido no es necesariamente un signo

de conformismo o complicidad. A pesar de la difícil posición que ocupan,

el activista político y el activista cultural (aún llamado

anacrónicamente "artista") todavía pueden perturbar. Aunque tales

acciones puedan parecerse más a los gestos del que se está ahogando, y

aunque no se sepa muy bien qué es lo que se está perturbando, en la

presente situación los dados de la posmodernidad deciden a favor de la

acción perturbadora. Después de todo, ¿qué otra salida nos queda? Es por

ello por lo que las antiguas estrategias de "subversión" (palabra casi

tan vacía de significado dentro del lenguaje crítico como la palabra

"comunidad") o de ataque camuflado están bajo la sombra de la sospecha.

Al saber lo que se ha de subvertir, asumimos que las fuerzas de opresión

son estables, que se pueden identificar y separar: una presunción

ilusoria en la era de la dialéctica en ruinas. Saber cómo subvertir

supone un conocimiento de la oposición que se sitúa en el terreno de la

certeza, o (por lo menos) de las altas probabilidades de acertar. La

rapidez con la que el poder se apropia de las estrategias de subversión

nos revela que subestimamos la adaptabilidad de éste. Sin embargo,

debemos reconocer el mérito de los que resisten, ya que el acto o el

producto subversivo no se recicla para su integración al veloz ritmo que

dictaría la estética burguesa de la eficacia.



El peculiar entramado de lo cínico con lo utópico dentro del concepto de

perturbación como apuesta necesaria resultará irreverente para aquellos

fieles todavía a las narrativas novecentistas, en las que los mecanismos

y la(s) clase(s) de opresión, así como las tácticas necesarias para la

superarla, están claramente identificados. Después de todo, la apuesta

está profundamente ligada a los intentos conservadores de disculpar el

cristianismo y de absorber la retórica y los modelos racionalistas para

persuadir a los descarriados a que vuelvan a la escatología tradicional.

Pascal, que renunció al Cartesianismo y Dostoievski, que renunció a la

revolución, ejemplifican este uso. Pero es necesario darnos cuenta de

que la promesa de un futuro mejor, ya sea secular o espiritual, siempre

presupone la economía de la apuesta. Al mirar hacia atrás y ver el

rastro de despojos políticos y culturales que han dejado las

revoluciones, consumadas o no, la relación entre historia y necesidad

aparece como un chiste cínico. Las revoluciones en Francia desde 1789 a

1968 nunca lograron contener la marea obscena de la mercancía (más bien

contribuyeron a abrirle camino), mientras que la revolución rusa y la

cubana sólo reemplazaron la mercancía por el anacronismo totalizador de

la burocracia. El imbatible poder nómada en combinación con la visión

retrospectiva de la revolución en ruinas casi ha hecho enmudecer a las

voces contestatarias. Habitualmente, en épocas de desencanto, comienzan

a dominar las estrategias de retirada. Para el productor cultural, el

paisaje de la resistencia está poblado de numerosos ejemplos de

participación cínica. Esto nos recuerda el caso de Baudelaire. Durante

la revolución de 1848 en París, luchó en las barricadas guiado por la

idea de que "la propiedad es un robo", sólo para convertirse al

nihilismo cínico en cuanto fracasó la revolución. (Baudelaire nunca se

pudo rendir por completo. Su uso del plagio como estrategia colonial

invertida nos recuerda, por fuerza, que la propiedad es un robo.) El

proyecto surrealista original de André Breton, que sintetizaba la

liberación del deseo y la liberación del obrero, se desmoronó con la

llegada del fascismo. (También debemos tener en cuenta las disputas

personales entre Breton y Louis Aragon sobre el papel del artista como

agente revolucionario. Breton nunca pudo abandonar la concepción del ser

poético como narrativa privilegiada.) Durante la década de los treinta,

Breton se volcó con creciente intensidad en el misticismo y acabó por

refugiarse por completo en el transcendentalismo. La tendencia del

trabajador cultural desencantado a refugiarse en la introspección y

eludir la pregunta planteada por la Ilustración: "Qué se debe hacer con

la situación social en vista del sadismo del poder?" es la

representación de la vida a través de la negación. No es que la

liberación interior no sea deseable o que sea innecesaria, sino que no

debe ser singular ni privilegiada. Dar la espalda a la revolución en lo

cotidiano, y concentrar la resistencia cultural bajo la autoridad del

ser poético ha llevado siempre a la producción cultural, la más fácil de

mercantilizar y burocratizar.

Desde el punto de vista del posmodernismo americano, la categoría

novecentista de 'ser poético' (tal como lo definieron los decadentistas,

los simbolistas y la Escuela de Nabis, etc.) en su expresión más pura se

ha convertido en sinónimo de complicidad y conformismo. La cultura de la

apropiación ha eliminado por completo esta opción tomada por sí sola,

aunque todavía puede ser válida en algunos casos como punto de

intersección. Por ejemplo, Bell Hooks la utiliza como punto de partida

para desarrollar otros modelos de pensamiento. Aunque necesita ser

revisado, el lema modernista de Asger Jorn "¡La vanguardia nunca se

rinde!" aún sigue vigente. La revolución en ruinas y el laberinto de

apropiación han borrado la reconfortante certidumbre de la dialéctica.

El momento cumbre del marxismo, en el que las formas de represión

estuvieron claramente identificadas y el camino de la resistencia fue de

una sola dirección, ha desaparecido en el vacío del escepticismo. Esto,

sin embargo no es razón suficiente para rendirse. Georges Bataille,

surrealista condenado al ostracismo, planteó una opción que todavía no

se ha explorado exhaustivamente y que consiste en atacar en lo cotidiano

desde la retaguardia, con la economía no racional del sacrificio y de lo

perverso, en vez de hacer frente a la estética utilitaria. Tal

estrategia nos ofrece la posibilidad de lograr un punto de intersección

entre la perturbación interna y la externa.

La importancia del movimiento del desencanto, de Baudelaire a Artaud,

radica en que los que lo practicaron imaginaron una economía del

sacrificio. Sin embargo su concepción era aplicable tan sólo a un teatro

trágico elitista y quedaba reducida a un recurso para explotación

"artística". Para complicar aún más las cosas, la presentación artística

de lo perverso era siempre tan solemne, que las posibilidades de

aplicación acababan pasándose por alto. Artaud, hizo el impresionante

descubrimiento de la aparición del cuerpo sin órganos, aunque al parecer

sin saber exactamente qué podía ser ese cuerpo. Sin embargo, su

descubrimiento quedó limitado sólo a la tragedia y el apocalipsis. Las

señas y los rastros que deja el cuerpo sin órganos se manifiestan en la

experiencia mundana. El cuerpo sin órganos es Ronald McDonald, no una

estética esotérica; después de todo, siempre hay un lugar crítico para

el humor y la comedia como formas de resistencia. Quizás ésta sea la

mayor contribución de la Internacional Situacionista a la estética

posmoderna. El Nietzsche bailarín aun vive.



Además de la renuncia estetizada los románticos que aún resisten se

sienten atraídos por otra variedad, más sociológica, una versión de la

desaparición nómada: la retirada a areas fijas libres de vigilancia.

Habitualmente, la retirada se efectúa a las areas rurales más reticentes

a la cultura, o a los barrios urbanos desterritorializados. El principio

básico es ocultarse de la autoridad social y así conseguir autonomía.

Por lo general, lo único que se consigue con estas rupturas es una

estructura para evocar una visión nostálgica de la reconstrucción de

algunos instantes autonomía temporal.



Al productor cultural no le ha ido mucho mejor. Mallarmé introdujo el

concepto de apuesta en Una Tirada de Dados, y quizás sin quererlo liberó

la invención del bunker transcendentalista que él mismo creía defender,

y asimismo liberó al artista del mito del ser poético. Sería razonable

sugerir que de Sade ya había llevado a cabo estas tareas en una fecha

mucho más temprana. Tanto Duchamp (el ataque al esencialismo) como

Cabaret Voltaire (la metodología de la producción aleatoria), y el Dadá

berlinés (la disolución del arte en la acción política) agitaron las

aguas de la cultura y, sin embargo, abrieron uno de los pasajes

culturales que llevaron al resurgimiento del trascendentalismo en el

surrealismo tardío. Como reacción a los tres movimientos anteriores se

abrió también una vía para el dominio del formalismo (que todavía

constituye el demonio de la cultura-texto) que encerró la cultura-objeto

en el lujoso mercado del capitalismo tardío. Sin embargo, la apuesta de

estos antecesores de la perturbación volvió a inyectar la anfetamina de

la esperanza al sueño de la autonomía, dotando así a los productores

culturales y a los activistas contemporáneos de la energía necesaria

para acercarse a la mesa de juego electrónica y arrojar los dados una

vez más



En Las Guerras Médicas, Herodoto describe a los escitas, un pueblo

temido muy diferente de los imperios sedentarios que formaban "la cuna

de la civilización", ya que mantenía una sistema social nómada y basado

en la horticultura. Procedían del norte del Mar Negro, una tierra

extremadamente inhóspita debido tanto al clima como a sus

características geográficas, pero su resistencia a ser colonizados no se

debía tanto a estos obstáculos naturales como a la ausencia total de

medios militares y económicos para subyugarles. Al no contar con

ciudades o territorios estables, esta "horda errante" nunca podía ser

localizada con precisión. Por tanto, tampoco se les podía atacar o

conquistar. Los escitas mantenían su autonomía gracias a su movilidad,

que hacía pensar a los otros pueblos que estaban siempre al acecho y

dispuestos para atacar, incluso cuando, en realidad, se encontraban

ausentes. El temor que inspiraban estaba bastante justificado, ya que a

menudo realizaban ofensivas militares que nadie sabía hacía dónde se

dirigirían hasta el instante en que se producían, o hasta que se

descubrían rastros de su poder. Aunque mantenían una frontera

fluctuante, el poder para los escitas no estaba relacionado con la

ocupación de territorios. Vagaban y se hacían con los territorios y

tributos necesarios en el área en la que se encontraban en cada momento.

Por este método fueron construyendo un imperio que dominó "Asia" durante

veintisiete años y que, por el sur, se extendía hasta Egipto. Estos

territorios no formaban un imperio factible, ya que no eran de utilidad

o de valor alguno para los escitas, al ser éstos nómadas (de hecho, no

dejaban destacamentos en los territorios conquistados). Disfrutaban de

libertad para vagar, ya que sus adversarios pronto se dieron cuenta de

que, incluso en los casos en que la victoria parecía probable, era mejor

no entablar combate con ellos, pues resultaba más efectivo concentrar

sus esfuerzos militares y económicos en otras sociedades sedentarias,

cuya infraestructura podían localizar y destruir. Esta política se veía

reforzada por el hecho de que, para entablar combate con los escitas,

los atacantes debían esperar a que ellos los encontraran. Era

extremadamente difíciles atraparles en una posición defensiva, ya que si

las condiciones en que se entablaba el contacto no eran satisfactorias

para ellos, siempre podían optar por permanecer invisibles y así evitar

que el enemigo construyese un teatro de operaciones.



La élite del poder del capitalismo tardío ha reinventado este modelo

arcaico de distribución de poder y estrategia depredadora con más o

menos los mismos fines. Su reinvención se basa en el acceso abierto por

la tecnología al ciberespacio, donde velocidad y ausencia, inercia y

presencia chocan en la hiperrealidad. El modelo arcaico de poder nómada

que, en otro tiempo, fue la herramienta para crear un imperio inestable,

ha evolucionado hasta convertirse en un método fiable de dominación. En

un estado de dobles significados, la sociedad contemporánea de nómadas

es, a la vez, un campo de poder difuso y sin localización y un aparato

visual fijo que se nos aparece como espectáculo. La primera ventaja del

estado de ambigüedad, el poder difuso, hace posible la aparición de una

economía global, mientras que la segunda hace las veces de destacamento

en varios territorios, manteniendo el orden de la propiedad mediante una

ideología apropiada para cada zona.

En las sociedades tipo banda cuya cultura es intocable porque no se

puede encontrar, la libertad aumenta para los que participan en el

proyecto. Pero, al contrario que estas sociedades que surgieron en un

territorio determinado, las comunidades transplantadas siempre son

susceptibles de contagiarse del espectáculo, del lenguaje y de la

nostalgia de sus antiguos ámbitos, rituales y hábitos. Estas comunidades

son inestables por naturaleza (lo que no es necesariamente negativo).

Aun está por ver si estas comunidades pueden pasar de ser albergues para

los desencantados y para los derrotados (como en la América de los 60 y

principios de los 70) a centros eficaces de resistencia. Debemos

preguntarnos, sin embargo, si un centro efectivo de resistencia de

carácter sedentario no sería rápidamente localizado y atacado, sin durar

lo suficiente para ser eficaz.



Otra narrativa decimonónica que persiste más allá de lo razonable es la

del movimiento obrero, esto es, la creencia en que la clave para una

resistencia eficaz radica en que un grupo organizado de trabajadores

detenga la producción. Como la revolución, la idea de sindicato ha

quedado reducida a añicos y quizás nunca existió en la vida cotidiana.

La ubicuidad de las huelgas desarticuladas, de las devoluciones y de los

despidos demuestra que lo que llamamos sindicato no es más que la

burocracia del trabajo. La fragmentación del mundo en naciones,

regiones, primer y tercer mundo, etc. como estrategia disciplinaria del

poder nómada ha convertido los sindicatos nacionales en movimientos

anacrónicos. Los lugares de producción son unidades demasiado móviles y

las técnicas de dirección son demasiado flexibles para que la acción

obrera sea efectiva. Si la mano de obra se resiste a las demandas de la

corporación en seguida se encuentra mano de obra alternativa. El

traslado de las plantas de producción de Dupont y General Motors a

México, por ejemplo, atestigua esta habilidad nómada. Al no aplicarse en

México, como colonia laboral, los "niveles salariales mínimos" y las

condiciones laborales del primer mundo, también se hace posible reducir

los gastos por unidad. El tamaño de la población trabajadora del tercer

mundo y su desesperación, unidos a los sistemas políticos cómplices en

esta situación, despoja a las organizaciones de trabajadores de una base

desde la que negociar.

Los situacionistas intentaron combatir el problema negando el valor

tanto del capital como de la mano de obra. Todo el mundo debe abandonar

el trabajo, proletarios, burócratas, trabajadores del sector de

servicios: todos. Aunque es fácil simpatizar con esta idea, presupone

una unión impracticable. El concepto de huelga general era demasiado

limitado; quedó atrapado en las luchas nacionales internas y nunca

avanzó más allá de París, dañando poco la maquinaria global. Por esta

misma razón, la esperanza de que una huelga más elitista se manifestase

en el movimiento de ocupación era una estrategia muerta antes de nacer.

El deleite que muestran los situacionistas ante la ocupación es de

interés en cuanto a que se trata de una inversión del derecho

aristocrático a la propiedad, aunque es precisamente por ello por lo que

que es un concepto sospechoso desde su concepción, ya que las

estrategias modernas no deben limitarse a invertir las instituciones

feudales. Los revolucionarios de la primera revolución francesa se

apropiaron de la relación entre ocupación y propiedad según la conciben

las corrientes de pensamiento social conservadoras. La liberación y toma

de la Bastilla resulta significativa, no tanto por los pocos presos que

se beneficiaron de ella, sino porque es indicativa de que la obtención

de propiedad a través de la ocupación es un arma de doble filo. Esta

inversión de términos, por ejemplo, convirtió la idea de propiedad en

una justificación para el genocidio válida desde el punto de vista

conservador. Cuando los terratenientes ingleses se dieron cuenta de que

les resultaba más rentable utilizar sus fincas en Irlanda para la cría

de ganado que mantener a los arrendatarios que habitualmente las

ocupaban, se desencadenó el genocidio de la década de 1840. Cuando la

crisis de la patata hizo estragos y arruinó las cosechas de los

agricultores, que no podían pagar las rentas, los propietarios vieron

las puertas abiertas para llevar a cabo un desalojo masivo. Los

terratenientes ingleses solicitaron ayuda militar de Londres, que les

fue concedida, para expulsar a los agricultores e impedir que volvieran

a ocupar la tierra. Por supuesto, los campesinos creían tener derecho a

la tierra que habían ocupado durante tanto tiempo, a pesar de no poder

pagar la renta. Por desgracia, se convirtieron en un mero exceso de

población, ya que no se les reconoció el derecho de propiedad por

ocupación. Se aprobaron leyes que prohibían a los irlandeses emigrar a

Inglaterra, lo que dejó a miles de personas sin comida ni cobijo durante

el invierno irlandés. Algunos consiguieron emigrar a los EE. UU. y

salvar su vida, pero sólo como despreciables refugiados. Entretanto, en

los propios EE.UU el genocidio de los nativos del continente ya estaba

muy avanzado, justificado en parte por la creencia de que, al no poseer

la tierra las tribus nativas, todos los territorios estaban libres y,

una vez ocupados (e investidos de valores sedentarios) era lícito

"defenderlos". La teoría de la ocupación ha adquirido tintes más amargos

que heroicos.

Aunque tanto el campo de poder difuso como el aparato visual están

integrados por medio de la tecnología y son componentes necesarios del

imperio global, la realización plena del mito de los escitas viene dada

en el campo de poder difuso. El cambio del espacio arcaico a la red

electrónica ofrece el complemento perfecto a las ventajas del poder

nómada: Los nómadas militarizados están siempre a la ofensiva. La

obscenidad del espectáculo y el terror de la velocidad son sus fieles

acompañantes. En la mayoría de los casos, las poblaciones sedentarias se

rinden ante la obscenidad del espectáculo y se resignan a pagar el

tributo que se les exige ya sea en forma de mano de obra, material o

ganancia. Primer mundo, tercer mundo, nación o tribu, todos deben rendir

tributo. Las clases, las razas, los sexos y las naciones jerárquicas y

diferenciadas de la sociedad moderna sedentaria se funden bajo el

dominio nómada y desempeñan el papel de siervos trabajadores, de

porteros de la ciber-élite. Esta separación, en la que media el

espectáculo, ofrece tácticas que van más allá del modelo nómada arcaico.

En vez de perpetrarse un ataque de lleno contra el adversario, se lleva

a cabo un pillaje amistoso dirigido seductora y extáticamente contra los

pasivos. La hostilidad de los oprimidos se canaliza hacia la burocracia,

que aleja el antagonismo del campo de poder nómada. La retirada a la

invisibilidad de lo ilocalizable evita que los que se encuentran

atrapados en el encierro espacial del panopticon definan un lugar de

resistencia (un teatro de operaciones). En vez de eso, se encuentran

atrapados en el histórico círculo vicioso de la resistencia frente a los

monumentos del capital extinto. (¿Derecho al aborto? Manifestación en la

escalinata de entrada al Tribunal Supremo. Para la liberalización de los

fármacos que retardan los síntomas del VIH: Tomar por asalto la

Seguridad Social.) La gran fortaleza de los nómadas radica en que no

necesitan ponerse a la defensiva.

A medida que las bases de información electrónica se desbordan con

archivos de gentes electrónicas (los que se han transformado en

historiales de crédito, en tipos, tendencias y hábitos de consumo,

etc.), investigación electrónica, dinero electrónico y otras

caracterizaciones del poder de la información, el nómada vaga libremente

por la red, atraviesa las fronteras entre países casi sin trabas por

parte de la administración local. El territorio privilegiado del espacio

electrónico controla la logística de producción, ya que la salida de las

materias primas y los productos manufacturados precisa de aprobación y

dirección electrónica. Este poder se debe ceder al reino cibernético, a

fin de que la eficacia (y por tanto la rentabilidad) de los complejos

patrones de fabricación, distribución y consumo no se pierda en un vacío

de comunicación. Lo mismo es aplicable al ámbito militar: las

ciberélites controlan los recursos de información y su dispersión. Sin

dirección ni control, el sector militar se ve inmovilizado, o, a lo

sumo, limitado a una dispersión caótica dentro de un espacio localizado.

De esta manera, todas las estructuras sedentarias se dedican al servicio

de los nómadas.



La propia élite nómada es un grupo difícil de identificar, lo que

resulta frustrante. Ya en 1956, cuando C. Wright Mills escribió The

Power Elite, estaba claro que la élite sedentaria ya comprendía la

importancia de la invisiblidad. (Un cambio bastante radical con respecto

a las amenazadoras señales de poder utilizadas por la aristocracia

feudal.) Mills no logró conseguir ninguna información directa sobre la

élite, y sólo pudo contar con especulaciones derivadas de categorías

empíricas cuestionables, como el registro social. A medida que la élite

contemporánea se desplaza desde las áreas urbanas centralizadas al

ciberespacio descentralizado y desubicado, el dilema de Mill se acentúa

¿Cómo puede llevarse a cabo el análisis critico de un sujeto que no

puede localizarse, estudiarse ni ser visto jamás? El análisis del

sistema de clases llega a un punto muerto. Desde el punto de vista

subjetivo percibimos una sensación de opresión y, sin embargo, resulta

difícil localizar, y más difícil todavía asumir la existencia de un

opresor. Casi con toda seguridad se puede afirmar que no se trata de una

clase social, es decir, de un grupo de personas con intereses económicos

y políticos comunes, sino de un despliegue elitista de conciencia

militar. La ciberélite existe actualmente como entidad trascendental que

sólo puede imaginarse. No se sabe si sus miembros tienen un programa de

motivos integrado. Es posible, aunque también es posible que sus

acciones depredadoras fragmenten la solidaridad entre ellos y que las

pasajes electrónicos y las reservas de información que comparten

constituyan la única base de su unidad. La paranoia de la imaginación es

el fundamento de miles de teorías de la conspiración, todas ellas son

verdaderas. Tiremos los dados.



En el periodo posmoderno del poder nómada, los movimientos obreros y de

ocupación no han sido relegados al desguace de despojos históricos, pero

tampoco despliegan el vigor que mostraron en el pasado. El poder de la

élite, habiendose librado de sus centros nacionales y urbanos para vagar

ausente por los pasajes electrónicos, no puede alterarse por medio de

estrategias basadas en reacciones de las fuerzas sedentarias. Los

monumentos arquitectónicos del poder están huecos, vacíos, y hoy en día

actúan sólo como bunkers para sus cómplices y para quienes asienten. Son

lugares seguros que sólo revelan rastros de poder. Tal como sucede con

toda arquitectura monumental, estos bunkers silencian las expresiones de

resistencia y resentimiento emitiendo emitir señales de resolución,

continuidad, mercantilización y nostalgia. Son lugares que pueden ser

tomados, pero esto no perturbará el fluir nómada. Como mucho tal

ocupación puede llegar a constituir una alteración que la manipulación

de los medios de comunicación hará invisible. La maquinaria de guerra

posmoderna puede fácilmente recuperar una plaza particularmente

valorada, como la de la burocracia. Los bienes electrónicos que se

encuentran dentro de los bunkers, por supuesto, no puede ser tomados por

medios físicos.



La red que conecta los bunkers -las calles- tiene un valor tan ínfimo

para el poder nómada que ha quedado para las clases desposeídas. (Con

una excepción: el gran monumento a la máquina de guerra jamás

construido, el Sistema de Autopistas Interestatal, que, muy valorado y

bien defendido, no muestra casi síntomas de alteración.) Al dar a las la

calle a las clases más alienadas se garantiza que no se produzca en

ellas sino una profunda alienación. No sólo la policía, sino los

criminales, los drogadictos e incluso los sin techo están siendo

utilizados como elementos de alteración del espacio público. El propio

aspecto de las clases desposeídas, en combinación con el espectáculo de

los medios de comunicación, permite a las fuerzas del orden evocar la

imagen histérica de que las calles son lugares poco seguros, insalubres

e inútiles. La promesa de seguridad y familiaridad seduce a hordas de

ingenuos y les atrae a los espacios públicos privatizados, tales como

los centros comerciales, y pagan por esta protección renunciando a la

soberanía individual. Sólo la mercancía tiene derechos en el centro

comercial. Los espacios públicos en general y las calles en particular

están en ruinas. El poder nómada se comunica con sus seguidores a través

de su propia experiencia en los medios electrónicos. Cuanto menor es el

público, mayor es el orden.

La vanguardia nunca se rinde, y sin embargo, las limitaciones de los

modelos anticuados y los centros de resistencia tienden a impulsar la

resistencia hacia el vacío del desencanto. Es importante mantener los

bunkers bajo asedio, pero el lenguaje de la resistencia debe ampliarse

para incluir medios a fin de lograr alteración electrónica. Del mismo

modo en que, en otro tiempo, se hizo frente a las autoridades de la

calle con manifestaciones y barricadas, la autoridad que se encuentra en

el campo electrónico debe toparse con resistencia electrónica. Puede que

las estrategias espaciales no sean la clave para lograr estos

propósitos, pero son un apoyo necesario, al menos en el caso de

perturbaciones de amplio alcance. Además, las antiguas estrategias del

reto físico están mejor desarrolladas que las electrónicas. Ha llegado

el momento de prestar atención a la resistencia electrónica, tanto en

función del bunker como del campo nómada. El campo electrónico es un

área en la que poco se conoce; en una apuesta así, uno debe estar

preparado para afrontar los peligros ambiguos e impredecibles de una

resistencia aún sin experimentar.



La resistencia al poder nómada debe ejercerse en el ciberespacio, no en

el espacio físico. El jugador posmoderno es electrónico. Un grupo

pequeño pero bien articulado de operadores ilegales podrían introducir

virus, defectos y bombas electrónicos en los bancos de datos, programas

y redes de la autoridad y, probablemente, introducir la fuerza

destructiva de la inercia en el terreno nómada. Una inercia prolongada

es equivalente a la caída de la autoridad nómada a nivel mundial. Esta

estrategia no requiere una acción unitaria de las clases, o una acción

simultánea en muchas zonas geográficas. Los menos nihilistas podrían

rescatar la estrategia de ocupación utilizando información en lugar de

propiedad como rehén. La clave está en desestabilizar totalmente el

orden y control, sea cual sea el método utilizado para conseguirlo. En

estas condiciones, el capital inerte dentro de la simbiosis entre lo

militar y lo corporativo se convierte en parásito económico, y deja

tanto al material, como al equipamiento, como a la mano de obra sin un

medio para desarrollar su actividad. El capitalismo tardío se hundiría

bajo su propio exceso de peso.



Aunque lo que planteamos no es sino una situación hipotética digna de la

ciencia ficción, sí revela problemas que hay que afrontar. Lo más

evidente es que los involucrados en la ciber-realidad forman un grupo

apolitizado. Casi todas las infiltraciones en el ciberespacio han sido

expresiones de vandalismo juguetón (como el picaresco programa de Robert

Morris, o la serie de virus tipo Miguel Angel en los PC), ejemplos de

espionaje políticamente descaminado (como la intervención de Markus Hess

en los ordenadores del ejército, probablemente llevada a cabo en

beneficio del KGB) o producto de una venganza personal contra una fuente

de autoridad en particular. El código ético de los piratas informáticos

es contrario a acciones desestabilizadoras en el ciberespacio. Incluso

el grupo "Legion of Doom" (formado por jóvenes programadores que tienen

en vilo al Servicio Secreto) alegan no haber dañado jamás un sistema.

Sus actividades las motivaron únicamente la curiosidad por los sistemas

informáticos y la creencia en el libre acceso a información. Aparte de

estas preocupaciones específicas respecto a la información

descentralizada, la acción o el pensamiento políticos no han entrado

jamás en sus cálculos. Los encontronazos que han tenido con la ley (sólo

algunos miembros la violan) surgen del fraude con tarjetas de crédito o

la invasión electrónica del terreno privado. El problema que se plantea

es el mismo que surge al intentar politizar la labor de científicos que

contribuye al desarrollo armamentístico. ¿Cómo se puede pedir a este

sector que desestabilice o destruya su propio mundo? Para complicar más

las cosas, sólo algunas personas poseen los conocimientos técnicos

necesarios para llevar a cabo tal acción. La ciber-realidad profunda es

la menos democratizada de las fronteras. Como ya decíamos, los

ciber-trabajadores como clase profesional, no tienen que estar

totalmente unificados, pero ¿cómo reclutar el número suficiente de

miembros de esta clase para poder organizar una acción

desestabilizadora, en especial cuando la ciber-realidad está sometida a

una autovigilancia de tecnología punta?



Estos problemas han despertado en algunos artistas el interés por los

medios electrónicos, lo que ha provocado que muchas de las expresiones

artísticas en este tipo de soportes tengan una fuerte carga política. Ya

que es poco probable que los trabajadores científicos y técnicos

desarrollen una teoría de la desestabilización electrónica, los

artistas/activistas (entre otros grupos afectados) cargan con la

responsabilidad de ayudar a proporcionar un lenguaje crítico sobre los

riesgos que acarrea el desarrollo de esta nueva frontera. El productor

cultural puede contribuir a la lucha continua contra el autoritarismo al

apropiarse la autoridad legitimada que constituye la "creación

artística" y utilizarla para establecer un foro público abierto a la

especulación sobre un modelo de resistencia ideado para la naciente

tecno-cultura. Es más, las estrategias específicas de comunicación

imagen/texto que se han desarrollado con la tecnología que se ha

escurrido filtrada por las grietas de la maquinaria de guerra

capacitarán mejor a los interesados para diseñar material explosivo que

se pueda arrojar a los bunkers políticos y económicos. Las campañas que

utilizaban posters y panfletos, el teatro callejero, el arte público,

todos estos métodos han sido útiles en el pasado. Pero, como ya

mencionábamos: ¿dónde está el público?; ¿quién ocupa las calles? A

juzgar por la cantidad de horas de televisión que el ciudadano medio ve

al día parece que el público está ocupado con la electrónica. Sin

embargo, el mundo electrónico no está, ni mucho menos, completamente

establecido, y es necesario aprovechar su fluidez y ser inventivos

ahora, antes de que sólo nos quede como arma la crítica.



Ya hemos descrito los bunkers como espacios públicos privatizados que

cumplen funciones particularizadas, por ejemplo, asegurar la continuidad

del poder (oficinas del gobierno o monumentos nacionales), o como áreas

de consumo febril (los centros comerciales). Acorde con la mentalidad

tradicionalmente feudal de la fortaleza, el bunker garantiza

familiaridad y seguridad a cambio de la renuncia a la soberanía

individual. También puede actuar como agente seductor ofreciendo el

espejismo creíble de la posibilidad de elección de consumo y de paz

ideológica para el que se conforma, o como fuerza agresiva, exigiendo la

rendición de toda resistencia. El bunker absorbe casi todo hacia su

interior, excepto a los encargados de proteger las calles. Después de

todo, el poder nómada no nos ofrece la opción de no trabajar o de no

consumir. El bunker es una característica tan común de la vida diaria

que hasta la persona más reacia no siempre puede enfrentarse a ella

críticamente. La alienación, en parte, surge de su incontrolable

capacidad para atraparnos.



Los bunkers varían tanto en aspecto como en función. El bunker nómada,

resultado de "la aldea global", adquiere forma tanto electrónica como

arquitectónica. La forma electrónica la percibimos como los medios de

comunicación, y como tal, intenta colonizar el lugar de residencia. La

distracción informativa fluye en una riada imparable de ficciones

producidas en Hollywood, Madison Avenue, y la CNN. La economía del deseo

se puede ver sin riesgos a través de la familiar ventana del espacio que

es la pantalla. En la seguridad del bunker electrónico se puede mantener

una existencia de autoexperiencia alienada (la pérdida de lo social) con

un silencioso conformismo y profunda privación. La ideología de la

pantalla lleva al espectador al mundo, y el mundo al espectador: una

vida virtual en un mundo virtual.

Igual que el bunker electrónico, el arquitectónico es otro punto de

intersección entre la hipervelocidad y la hiperinercia. Estos bunkers no

están limitados por las fronteras entre las naciones, de hecho, se

extienden por todo el globo. Aunque no se pueden desplazar por el

espacio físico, aparentan estar en todas partes simultáneamente. La

arquitectura en sí puede variar, incluso entre ejemplos del mismo tipo,

sin embargo el emblema o tótem de cada tipo específico es universal,

como lo son sus productos. En general, es la repetición de estas

características lo que hace el bunker tan atractivo.



Esta clase de bunker es característica de los primeros intentos del

poder capitalista de convertirse en nómada. Durante la Contrarreforma

este tipo de bunker maduró, al darse cuenta la Iglesia Católica en el

Concilio de Trento (1545-63) de que la presencia universal era clave

para el poder en la era de la colonización. (Fue necesario que se

consumase el desarrollo del sistema capitalista para producir la

tecnología necesaria para volver al poder en ausencia). Aparecieron

representantes de la Iglesia en zonas fronterizas tanto al Este como al

Oeste, el rito se universalizó, se mantuvo un estilo relativamente

grandioso en la arquitectura, y el crucifijo se convirtió en emblema

ideológico, todo ello se alió para presentar un espacio que inspiraba

confianza y seguridad. Estuviera donde estuviera una persona, la patria

de la Iglesia siempre le estaría esperando



En el presente, los arcos góticos se han transformado en arcos dorados.

McDonalds es mundial. Dondequiera que se abre una nueva frontera

económica, también se abre un nuevo McDonalds. Vayas a donde vayas la

misma hamburguesa y la misma Coca-Cola te esperan. Como la columnata de

Bernini en San Pedro, los arcos dorados salen a recibir a sus clientes

-siempre y cuando consuman, acaben y se vayan. Mientras estás en el

bunker las fronteras entre países se convierten en cosa del pasado y te

sientes siempre como en casa. ¿Para qué viajar? Después de todo, vayas

donde vayas ya estás allí.



También hay bunkers sedentarios, claramente nacionalizados, los

preferidos de los gobiernos. Son los más antiguos que aparecieron con el

nacimiento de la sociedad compleja y alcanzaron su cima en la sociedad

moderna en la que los bunkers se esparcen en conglomerados por toda la

extensión urbana. Estos bunkers son, en algunos casos, el último

vestigio del poder nacional centralizado, como la Casa Blanca, y en

otros son los centros donde se fabrica una élite cultural cómplice

(universidad), o fábricas de continuidad (monumentos históricos). Estos

centros son los más vulnerables frente a la alteración electrónica, ya

que sus imágenes y mitologías son las más fáciles de apropiarse.



Los bunkers (junto con la geografía, el territorio y la ecología

correspondientes) son el lugar donde el productor cultural que resiste

puede conseguir llevar a cabo una acción desestabilizadora más

fácilmente. Disponemos de la suficiente tecnología de consumo para

reasignar al bunker una imagen y un lenguaje que revelen su intención

sacrificadora, así como la obscenidad de su estética utilitaria

burguesa. El poder nómada ha provocado el pánico en las calles con sus

mitologías de subversión social, deterioro económico e infección

biológica, que a su vez producen una ideología fortificada, y por tanto,

una necesidad de bunkers. Ahora es preciso introducir el pánico en el

bunker y así alterar la ilusión de seguridad y no dejar ni un solo

refugio. La apuesta posmoderna es provocar el miedo en todas partes.



[Trad. Carolina Díaz]