martes, 27 de enero de 2015

UNA ENTREVISTA CON HENRI MICHAUX









JOHN ASHBERY
TRADUCCIÓN RICARDO GARCÍA PÉREZ / FOTOGRAFÍA GISÈLE FREUND / TEXTO © 1961 ARTNEWS, LLC, MARCH

















El pasado otoño el CBA albergó la exposición Icebergs, panorámica de la obra del poeta y pintor francés Henri Michaux (1899-1984) que permitió al público madrileño contemplar algunos de sus cuadros, grabados y dibujos, pero también libros, cartas y manuscritos que manifiestan la estrecha vinculación entre su obra pictórica y poética. Belga de nacimiento, parisino de adopción y viajero incansable, sintió la fascinación del surrealismo y, en especial, de Lautremont, De Chirico, Klee y Ernst, a quienes consideró sus maestros. Minerva recupera una entrevista que concedió en 1961 a John Ashbery, poeta norteamericano y crítico de arte que, a lo largo de su trayectoria, ha recibido buena parte de los más importantes premios literarios de Estados Unidos, entre otros, el Pulitzer, el National Book Award y el National Book Critics Circle Award.













Henri Michaux no es exactamente un pintor, ni siquiera un escritor, sino una conciencia: la sustancia más sensible descubierta hasta la fecha para registrar las fluctuaciones de la angustia de la existencia día a día, minuto a minuto.


Michaux vive en París, en la calle Séguier, en el corazón de un pequeño distrito de palacetes desvencijados, aunque aún aristocráticos, que parece misteriosamente silencioso y apagado pese a la proximidad de St. Germain-des-Prés y el Barrio Latino. En las escaleras del hôtel particulier del siglo xvii en el que vive se ha instalado un andamiaje de madera para evitar que la escalera se venga abajo. El apartamento de Michaux parece haber sido desgajado a partir de otro mayor. A pesar de la originalidad de la arquitectura y de la presencia de algún mueble antiguo muy hermoso, el efecto resultante es neutro. Las paredes no tienen color e incluso el jardín exterior tiene un aspecto fantasmagórico. Apenas hay cuadros: tan sólo una obra de Zao Wou-ki y un cuadro chino que representa, más o menos, un caballo y que parecen estar allí por casualidad: «No extraiga ninguna conclusión de ellos». El único objeto digno de mención es una enorme y flamante radio nueva: al igual que muchos poetas y muchos pintores, Michaux prefiere la música.


Detesta las entrevistas y parecía incapaz de recordar por qué había accedido a conceder esta. «Pero ya que está aquí, puede empezar». Se sentó de espaldas a la luz, de modo que resultaba difícil verlo; se protegía el rostro con la mano y me observaba receloso por el rabillo del ojo. Nada de fotografías, e incluso se niega a que se realice un dibujo de él para publicarlo junto a la entrevista. A su juicio, los rostros ejercen una fascinación atroz. Michaux escribió: «Un hombre y su rostro es un poco como si estuvieran devorándose mutuamente sin cesar». En una ocasión, cuando un editor le solicitó una fotografía para publicarla en un catálogo junto a las de los demás autores, le contestó lo siguiente: «Escribo con el fin de dar a conocer una persona que, viéndome, nadie habría podido sospechar jamás que existiera». Esta frase se publicó en el espacio destinado a su retrato.


Sin embargo, el rostro de Michaux es dulce y agradable. Es belga, nacido en Namur en 1899, y aunque exhiba la tez pálida de las gentes del norte, y algo de su flema, su semblante también puede iluminarse con una amplia sonrisa flamenca; y tiene una inesperada y encantadora risilla.


¿Ha suplantado para Michaux la pintura a la escritura como medio de expresión?


En absoluto. En los últimos años he realizado tres o cuatro exposiciones y he publicado tres o cuatro libros. Desde que hice mía la pintura hago más de todo, pero no al mismo tiempo. Escribo o pinto en períodos alternos. Empecé a pintar a mediados de la década de 1930, en parte como consecuencia de una exposición de Klee a la que asistí, y en parte a causa del viaje que hice a Oriente. En una ocasión, estando en Osaka, le pedí a una prostituta que me orientara y, para indicarme, me hizo un dibujo adorable. En Oriente todo el mundo dibuja.


El viaje supuso una experiencia capital en la vida de Michaux: de él nació Un bárbaro en Asia, además del descubrimiento de todo un nuevo ritmo de vida y creación.


Siempre pensé que habría otra forma de expresión para mí, pero jamás supuse que sería la pintura. Pero bueno, siempre me equivoco cuando se trata de mí. De joven estaba seguro de que quería ser marinero, y lo intenté durante una temporada; pero, sencillamente, no tenía el vigor físico necesario. Tampoco pensé nunca en escribir. C’est excellent, il faut se tromper un peu.



Por lo demás, me irritaba la parafernalia de la pintura. Los artistas actúan como prima donnas; se toman a sí mismos demasiado en serio, y tienen toda esa parafernalia: los lienzos, los caballetes, los tubos de pintura. Si pudiera elegir, preferiría ser compositor. Pero hace falta estudiar. Si hubiera algún modo de colocarse directamente ante un teclado… La música incuba mi insatisfacción. Mis dibujos a tinta grandes ya no son más que ritmo. La poesía no me satisface tanto como la pintura, pero es posible que existan otras formas.


¿Cuáles son los artistas que más importan para Michaux?


Me encanta la obra de Ernst y de Klee, pero por sí solos no habrían bastado para que yo empezara a pintar en serio. No admiro tanto a los estadounidenses, como Pollock y Tobey, pero lo cierto es que crearon un clima en el que podía expresarme. Son instigadores. Me concedieron la grande permission; sí, sí, eso es, la grande permission. Del mismo modo que no apreciamos tanto a los surrealistas por lo que escribieron como por autorizar a que todo el mundo escribiera lo que se le pasara por la cabeza. Y, por supuesto, los pintores clásicos chinos me enseñaron lo que se podía hacer con sólo unos pocos trazos, con sólo unos pocos signos. Pero no creo mucho en las influencias. Uno disfruta escuchando las voces de la gente en la calle, pero no resuelven tus problemas. Cuando algo es bueno te distrae de tu problema.


¿Sintió Michaux que su poesía y su pintura eran dos formas diferentes de expresión de una única cosa?


Ambas tratan de expresar una música. Pero la poesía también trata de expresar una verdad no lógica; una verdad diferente de la que se lee en los libros. La pintura es distinta; no tiene nada que ver con la verdad. En los cuadros creo ritmos, como si bailara. Eso no es una vérité.


Le pregunté a Michaux si sentía que su experiencia con la mescalina había tenido alguna consecuencia sobre su arte más allá de los dibujos que realizó bajo sus efectos, a los que denomina «dibujos mescalínicos» y que, con su hipersensible concentración de líneas insustanciales, como filamentos, en determinadas zonas ofrecen un aspecto muy distinto del que presenta la obra enérgica y abrupta que realiza en condiciones normales. «La mescalina incrementa tu atención por todo; por los detalles, por sucesiones tremendamente rápidas.»


Al describir una de estas experiencias en su reciente libro Paix dans les brisements, escribió:


Mi desazón era grande. La devastación era mayor. La velocidad era aún mayor… Una mano doscientas veces más ágil que la mano humana no habría bastado para seguir el acelerado curso de aquel inextinguible espectáculo. Y no se podía hacer nada más que seguirlo. Uno no puede concebir un pensamiento, un término, una figura, para elaborarlos, para que le sirvan de inspiración o de punto de partida para improvisar. Toda la energía se agota en ellos. Ese es el precio de su velocidad, su independencia.


También habló de la distancia sobrehumana que sentía bajo la influencia de la mescalina, como si pudiera observar la maquinaria de su propia mente desde cierta distancia. Esta distancia puede ser terrible, pero en una ocasión se tradujo en una visión de beatitud, la única de su vida, que describe en El infinito turbulento: «Contemplé miles de deidades […]. Todo era perfecto […]. No había vivido en vano […]. Mi existencia fútil y errabunda ponía pie, por fin, en la senda milagrosa…».


Este momento de paz y satisfacción carecía de precedentes en la experiencia de Michaux. No ha tratado de repetirlo: «Ya es bastante que haya sucedido una vez». Y no ha tomado mescalina en más de un año; al menos no «que él sepa». «Quizá la tome otra vez cuando vuelva a ser virgen», dijo. «Pero este tipo de cosas deberían experimentarse sólo de vez en cuando. Los indios fumaban la pipa de la paz únicamente en las grandes ocasiones. Hoy día la gente fuma cinco o seis paquetes de cigarrillos al día. ¿Cómo se puede experimentar algo de este modo?»


La habitación había empezado a quedar a oscuras y, en el exterior, los árboles del jardín gris parecían pertenecer al fangoso territorio metafísico que describe en Mes propriétés. Señalé que en su obra apenas aparece la naturaleza. «Eso no es cierto», dijo. «En cualquier caso, los animales sí. Adoro los animales. Si alguna vez voy a su país, será sin duda para visitar los zoológicos» (su única visita a Estados Unidos la hizo siendo marinero en 1920, y sólo vio Norfolk, Savannah y Newport News).


En una ocasión, con motivo de una de mis exposiciones, pude disponer de dos horas libres en Francfort y escandalicé al director del museo pidiéndole que me enseñara el jardín botánico en lugar del museo. Lo cierto es que el jardín era adorable. Pero desde la experiencia con la mescalina los animales ya no me inspiran ningún sentimiento de fraternidad. El espectáculo de mi mente trabajando me hizo de algún modo más consciente de mi propia mente. Ya no siento empatía con un perro, porque él no tiene mente. Es triste…


Hablamos de los medios que utiliza. Aunque trabaja con óleo y acuarela, prefiere la tinta china. Son típicas de Michaux las grandes hojas blancas de papel de dibujo tachonadas por completo de pequeños nudos negros muy marcados, o con figuras vagamente humanas desperdigadas que evocaban alguna batalla o peregrinación desesperanzada. «Con la tinta china puedo hacer pequeñas formas muy intensas», decía. «Pero tengo otros planes para la tinta. Entre otras cosas, he estado pintando cuadros con tinta china sobre lienzo. Me entusiasma, porque con una misma pincelada, en un mismo instante, puedo ser al mismo tiempo preciso y difuso. La tinta es directa; no se corre ningún riesgo. No tienes que luchar contra las prisas del óleo, con toda la parafernalia de la pintura.»


En esos lienzos de los que habla Michaux suele pintar tres anchas franjas verticales utilizando poca tinta para producir un efecto desvaído. En ese medio difuso flotan docenas de figurillas desesperadamente articuladas: aves, hombres, tallos, animadas por la misma energía intensa de los dibujos, pero delineados de manera más deliberada.


Estos óleos parecen cumplir, mejor que sus demás obras, sus intenciones pictóricas tal como las formulaba recientemente en la revista Quadrum:


En lugar de una imagen que excluye a las demás, me habría gustado dibujar los momentos que, uno junto a otro, se suceden y conforman una vida. Exponer la frase interior, una frase que no tiene palabras, para que la gente vea una soga que se desenrolla sinuosamente y que acompaña íntimamente a todo lo que nos afecta, ya sea desde el exterior o desde el interior. Quería dibujar la conciencia de la existencia y el flujo del tiempo. Como cuando te tomas el pulso.


Publicado originalmente en la revista ArtNews, en marzo de 1961.

viernes, 2 de enero de 2015

"VOS NO SABES QUE ES EL AMOR" RAYMOND CARVER






"Vos no sabés qué es el amor..."
(Una tarde con Charles Bukowski)



Vos no sabés qué es el amor
dijo Bukowski
tengo 51 años
y estoy enamorado de esa pendeja
me pegó fuertísimo
pero no te preocupés
ella también está enganchada
así debe ser mi viejo
yo me les meto en la sangre
y ya no pueden olvidarme
Tratan de alejarse
pero finalmente vuelven
todas ellas vuelven
salvo ésa
que dejé plantada
Me hizo llorar y mucho
bueno en realidad
en esos días
tenía la lágrima fácil
Por favor
no me dejes tomar bebida blanca
me pongo mal –me vuelvo despreciable
Yo podría sentarme con Uds.
hippies queridos
y chupar cerveza toda la noche
sí diez latas o más de esta cerveza, y nada
 –todo bien es como agua
Pero si tomo licor
empiezo a tirar gente por la ventana
ya lo he hecho
Vos no sabés qué es el amor
Porque no te has enamorado
así de simple
yo tengo esta mina joven
que es muy, muy hermosa
Ella me llama Bukowski
Bukowski repite con su voz
suave y melodiosa
yo le contesto QUÉ
Vos no sabés qué es el amor
te estoy tratando de explicar
y no me escuchás
Si el amor irrumpiera en esta habitación
y les pateara el culo
ninguno de Uds.
podría reconocerlo
En una época pensaba
que las lecturas de poesía
eran un modo de entregarte
Mirá yo tengo 51 años
conozco algo la calle
sé que significa una lectura
pero me dije Bukowski
cagarte de hambre
es la peor de las entregas
Entendéme nada es lo que debiera ser
Ese tipo –cómo se llama
sí ese tal Galway Kinnell
ví su foto en una revista
Tiene su pinta
pero es profesor
Cristo Dios imagináte eso
Pero Uds. También enseñan
y yo ya estoy insultándolos
qué voy a hacer
No  -no sé quién es
y ese otro menos
Todos son insectos
egos desproporcionados
Yo ya no hago muchas lecturas
pero ésos que construyen
una reputación
basada en 5 ó 6 libros
son todos unos insectos
BUKOWSKI dice ella
Por qué escuchás
música clásica todo el día
Eso te sorprende
no imaginás a una bestia como yo
escuchando música clásica
todo el día
Brahms Rachmaninoff Bartok Telemann
Carajo no puedo escribir en esta casa
Demasiado silencio muchísimos árboles
prefiero el centro de la ciudad
ése es mi ambiente natural
pongo mi radio en FM y la música
la música clásica fluye toda la mañana
y me siento frente a la máquina
y enciendo un habano
y lo fumo así de esta manera
así
INTENSAMENTE
Me digo Bukowski
sos un tipo con suerte
Bukowski viviste todo
sos un viejo con suerte
El humo azul flota
en la habitación y yo miro
a través de la ventana
observo la avenida Delongpre
Veo a muchas personas
caminando por las veredas
Apago el cigarro
aspiro profundamente
y comienzo a escribir
Bukowski esto es vida
Pienso
es bueno ser pobre
es bueno tener hemorroides
es bueno estar enamorado
Pero vos no sabés lo que es
Vos no sabés qué es el amor
Si la vieras comprenderías
todo lo que te quiero explicar
Ella imaginó
que fui a su casa
a encamarme
Ella adivinó mis intenciones
me lo dijo
Mierda tengo 51 años
ella sólo 25 y estamos enamorados
Ella es sumamente celosa
Jesús esta es la belleza total
Me dijo
que me arrancaría los ojos
si yo salía con otra mujer
Entendés esto es el amor
Que saben Uds.
Les voy a contar algo
he conocido a tipos en la cárcel
que tienen más estilo
que las personas
que vienen a esta universidad
a las lecturas de poemas
Son chupasangres
que quieren comprobar
si las medias del poeta
están limpias
si usa desodorante
Creánme no intento defraudarlos
Quiero que recuerden algo
en esta habitación hay un solo poeta
sólo un poeta esta noche en la ciudad
y ese poeta soy yo
Qué mierda saben Uds. de la vida
Qué saben de cualquier cosa
A quién de Uds. lo echaron del trabajo
Quién fajó a su hembra
A quién lo apaleó su hembra
A mí por ejemplo
me echaron de Sears Roebuck
cinco veces
y me recontrataron otras tantas
Trabajaba en los depósitos
ya tenía 35 años
y me echaron porque creían
que yo robaba galletitas
Sé de qué se trata
Estuve ahí
Tengo 51 años ahora y estoy enamorado
Esta pendeja me dice
Bukowski
le contesto siempre
QUÉ
Tenés la cabeza llena de mierda
BEBÉ vos sí que me comprendés
Ésta es la única hembra
hombre o mujer en este mundo
de la que aceptaré
comentarios de esta índole
Vos no sabés qué es el amor
Todas vuelven finalmente
salvo ésa de la que ya te hablé
Estuvimos juntos siete años
y nos chupamos todo absolutamente
Hay un par de dactilógrafos
esta noche en esta habitación
pero escasean los poetas y no me sorprende
Tenés que conocer el amor para escribir poesía
y….
Vos no sabés qué...
Ése es tu problema, el amor
Dame un poco de eso puro sin hielo
Bueno ya es hora de comenzar el espectáculo
Sí si ya sé lo que dije
Sólo un trago más
tiene buen sabor
Vamos quiero terminar esta lectura temprano
Y después no se descuiden

no se acerquen a las ventanas.

lunes, 29 de diciembre de 2014

(LA ISLA EN PESO) VIRGILIO PÍÑERA


"LA ISLA EN PESO"

Virgilio Piñera.
(Cárdenas, agosto 1912; la Habana octubre de 1979)










La maldita circunstancia del agua por todas partes


me obliga a sentarme en la mesa del café.


Si no pensara que el agua me rodea como un cáncer


hubiera podido dormir a pierna suelta.


Mientras los muchachos se despojaban de sus ropas para nadar


doce personas morían en un cuarto por compresión.


Cuando a la madrugada la pordiosera resbala en el agua


en el preciso momento en que se lava uno de sus pezones,


me acostumbro al hedor del puerto,


me acostumbro a la misma mujer que invariablemente masturba,


noche a noche, al soldado de guardia en medio del sueño de los peces.


Una taza de café no puede alejar mi idea fija,


en otro tiempo yo vivía adánicamente.


¿Qué trajo la metamorfosis?


La eterna miseria que es el acto de recordar.


Si tú pudieras formar de nuevo aquellas combinaciones,


devolviéndome el país sin el agua,


me la bebería toda para escupir al cielo.


Pero he visto la música detenida en las caderas,


he visto a las negras bailando con vasos de ron en sus cabezas.


Hay que saltar del lecho con la firme convicción


de que tus dientes han crecido,


de que tu corazón te saldrá por la boca.


Aún flota en los arrecifes el uniforme del marinero ahogado.


Hay que saltar del lecho y buscar la vena mayor del mar para desangrarlo.


Me he puesto a pescar esponjas frenéticamente,


esos seres milagrosos que pueden desalojar hasta la última gota de agua


y vivir secamente.


Esta noche he llorado al conocer a una anciana


que ha vivido ciento ocho años rodeada de agua por todas partes.


Hay que morder, hay que gritar, hay que arañar.


He dado las últimas instrucciones.


El perfume de la piña puede detener a un pájaro.






afortunadamente desconocemos la voluptuosidad y la caricia francesa,Los once mulatos se disputaban el fruto,


los once mulatos fálicos murieron en la orilla de la playa.


He dado las últimas instrucciones.


Todos nos hemos desnudado.


Llegué cuando daban un vaso de aguardiente a la virgen bárbara,


cuando regaban ron por el suelo y los pies parecían lanzas,


justamente cuando un cuerpo en el lecho podría parecer impúdico,


justamente en el momento en que nadie cree en Dios.


Los primeros acordes y la antigüedad de este mundo:


hieráticamente una negra y una blanca y el líquido al saltar.


Para ponerme triste me huelo debajo de los brazos.


Es en este país donde no hay animales salvajes.


Pienso en los caballos de los conquistadores cubriendo a las yeguas,


pienso en el desconocido son del areíto


desaparecido para toda la eternidad,


ciertamente debo esforzarme a fin de poner en claro


el primer contacto carnal en este país, y el primer muerto.


Todos se ponen serios cuando el timbal abre la danza.


Solamente el europeo leía las meditaciones cartesianas.


El baile y la isla rodeada de agua por todas partes:


plumas de flamencos, espinas de pargo, ramos de albahaca, semillas de aguacate.


La nueva solemnidad de esta isla.


¡País mío, tan joven, no sabes definir!


¿Quién puede reír sobre esta roca fúnebre de los sacrificios de gallos?


Los dulces ñáñigos bajan sus puñales acompasadamente.


Como una guanábana un corazón puede ser traspasado sin cometer crimen.


sin embargo el bello aire se aleja de los palmares.


Una mano en el tres puede traer todo el siniestro color de los caimitos


más lustrosos que un espejo en el relente,


sin embargo el bello aire se aleja de los palmares,


si hundieras los dedos en su pulpa creerías en la música.


Mi madre fue picada por un alacrán cuando estaba embarazada.


¿Quién puede reír sobre esta roca de los sacrifícios de gallos?


¿Quién se tiene a sí mismo cuando las claves chocan?


¿Quién desdena ahogarse en la indefinible llamarada del flamboyán?


La sangre adolescente bebemos en las pulidas jícaras.


Ahora no pasa un tigre sino su descripción.


Las blancas dentaduras perforando la noche,


y también los famélicos dientes de los chinos esperando el desayuno


después de la doctrina cristiana.


Todavía puede esta gente salvarse de cielo,


pues al compás de los himnos las doncellas agitan diestramente


los falos de los hombres.


La impetuosa ola invade el extenso salón de las genuflexiones.


Nadie piensa en implorar, en dar gracias, en agradecer, en testimoniar.


La santidad se desinfla en una carcajada.


Sean los caóticos símbolos del amor los primeros objetos que palpe,


desconocemos el perfecto gozador y la mujer pulpo,


desconocemos los espejos estratégicos,


no sabemos llevar la sífilis con la reposada elegancia de un cisne,


desconocemos que muy pronto vamos a practicar estas mortales elegancias.


Los cuerpos en la misteriosa llovizna tropical,


en la llovizna diurna, en la llovizna nocturna, siempre en la llovizna,


los cuerpos abriendo sus millones de ojos,


los cuerpos, dominados por la luz, se repliegan


ante el asesinato de la piel,


los cuerpos, devorando oleadas de luz, revientan como girasoles de fuego


encima de las aguas estáticas,


los cuerpos, en las aguas, como carbones apagados derivan hacia el mar.


Es la confusión, es el terror, es la abundancia,


es la virginidad que comienza a perderse.


Los mangos podridos en el lecho del río ofuscan mi razón,


y escalo el árbol más alto para caer como un fruto.


Nada podría detener este cuerpo destinado a los cascos de los caballos,


turbadoramente cogido entre la poesía y el sol.


Escolto bravamente el corazón traspasado,


clavo el estilete más agudo en la nuca de los durmientes.


El trópico salta y su chorro invade mi cabeza


pegada duramente contra la costra de la noche.


La piedad original de las auríferas arenas


ahoga sonoramente las yeguas españolas,


la tromba desordena las crines más oblicuas.


No puedo mirar con estos ojos dilatados.


Nadie sabe mirar, contemplar, desnudar un cuerpo.


Es la espantosa confusión de una mano en lo verde,


los estranguladores viajando en la franja del iris.


No sabría poblar de miradas el solitario curso del amor.


Me detengo en ciertas palabras tradicionales:


el aguacero, la siesta, el cañaveral, el tabaco,


con simple ademán, apenas si onomatopéyicamente,


titánicamente paso por encima de su música,


y digo: el agua, el mediodía, el azúcar, el humo.


Yo combino:


el aguacero pega en el lomo de los caballos,


la siesta atada a la cola de un caballo,


el cañaveral devorando a los caballos,


los caballos perdiéndose sigilosamente


en la tenebrosa emanación del tabaco,


el último gesto de los siboneyes mientras el humo pasa por la horquilla


como la carreta de la muerte,


el último ademán de los siboneyes,


y cavo esta tierra para encontrar los ídolos y hacerme una historia.


Los pueblos y sus historias en boca de todo el pueblo.


De pronto, el galeón cargado de oro se mete en la boca


de uno de los narradores,


y Cadmo, desdentado, se pone a tocar el bongó.


La vieja tristeza de Cadmo y su perdido prestigio:


en una isla tropical los últimos glóbulos rojos de un dragón


tiñen con imperial dignidad el manto de una decadencia.


Las historias eternas frente a la historia de una vez del sol,


las eternas historias de estas tierras paridoras de bufones y cotorras,


las eternas historias de los negros que fueron,


y de los blancos que no fueron,


o al revés o como os parezca mejor,


las eternas historias blancas, negras, amarillas, rojas, azules,


—toda la gama cromática reventando encima de mi cabeza en llamas—,


la eterna historia de la cínica sonrisa del europeo


llegado para apretar las tetas de mi madre.


El horroroso paseo circular,


el tenebroso juego de los pies sobre la arena circular,


el envenado movimiento del talón que rehuye el abanico del erizo,


los siniestros manglares, como un cinturón canceroso,


dan la vuelta a la isla,


los manglares y la fétida arena


aprietan los riñones de los moradores de la isla.


Sólo se eleva un flamenco absolutamente.


¡Nadie puede salir, nadie puede salir!


La vida del embudo y encima la nata de la rabia.


Nadie puede salir:


el tiburón más diminuto rehusaría transportar un cuerpo intacto.


Nadie puede salir:


una uva caleta cae en la frente de la criolla


que se abanica lánguidamente en una mecedora,


y "nadie puede salir" termina espantosamente en el choque de las claves.


Cada hombre comiendo fragmentos de la isla,


cada hombre devorando los frutos, las piedras y el excremento nutridor.


Cada hombre mordiendo el sitio dejado por su sombra,


cada hombre lanzando dentelladas en el vacío donde el sol se acostumbra,


cada hombre, abriendo su boca como una cisterna, embalsa el agua


del mar, pero como el caballo del barón de Munchausen,


la arroja patéticamente por su cuarto trasero,


cada hombre en el rencoroso trabajo de recortar


los bordes de la isla más bella del mundo,


cada hombre tratando de echar a andar a la bestia cruzada de cocuyos.


Pero la bestia es perezosa como un bello macho


y terca como una hembra primitiva.


Verdad es que la bestia atraviesa diariamente los cuatro momentos caóticos,


los cuatro momentos en que se la puede contemplar


—con la cabeza metida entre sus patas—escrutando el horizonte con ojo atroz,


los cuatro momentos en que se abre el cáncer:


madrugada, mediodía, crepúsculo y noche.


Las primeras gotas de una lluvia áspera golpean su espalda


hasta que la piel toma la resonancia de dos maracas pulsadas diestramente.


En este momento, como una sábana o como un pabellón de tregua, podría


desplegarse un agradable misterio,


pero la avalancha de verdes lujuriosos ahoga los mojados sones,


y la monotonía invade el envolvente túnel de las hojas.


El rastro luminoso de un sueño mal parido,


un carnaval que empieza con el canto del gallo,


la neblina cubriendo con su helado disfraz el escándalo de la sabana,


cada palma derramándose insolentemente en un verde juego de aguas,


perforan, con un triángulo incandescente, el pecho de los primeros aguadores,


y la columna de agua lanza sus vapores a la cara del sol cosida por un gallo.


Es la hora terrible.


Los devoradores de neblina se evaporan


hacia la parte más baja de la ciénaga,


y un caimán los pasa dulcemente a ojo.


Es la hora terrible.


La última salida de la luz de Yara


empuja a los caballos contra el fango.


Es la hora terrible.


Como un bólido la espantosa gallina cae,


y todo el mundo toma su café.


¿Pero qué puede el sol en un pueblo tan triste?


Las faenas del día se enroscan al cuello de los hombres


mientras la leche cae desesperadamente.


¿Qué puede el sol en un pueblo tan triste?


Con un lujo mortal los macheteros abren grandes claros en el monte,


la tristísima iguana salta barrocamente en un caño de sangre,


los macheteros, introduciendo cargas de claridad, se van ensombreciendo


hasta adquirir el tinte de un subterráneo egipcio.


¿Quién puede esperar clemencia en esta hora?


Confusamente un pueblo escapa de su propia piel


adormeciéndose con la claridad,


la fulminante droga que puede iniciar un sueño mortal


en los bellos ojos de hombres y mujeres,


en los inmensos y tenebrosos ojos de estas gentes


por los cuales la piel entra a no sé qué extraños ritos.


La piel, en esta hora, se extiende como un arrecife


y muerde su propia limitación,


la piel se pone a gritar como una Ioca, como una puerca cebada,


la piel trata de tapar su claridad con pencas de palma,


con yaguas traídas distraídamente por el viento,


la piel se tapa furiosamente con cotorras y pitahayas,


absurdamente se tapa con sombrías hojas de tabaco


y con restos de leyendas tenebrosas,


y cuando la piel no es sino una bola oscura,


la espantosa gallina pone un huevo blanquísimo.


¡Hay que tapar! ¡Hay que tapar!


Pero la claridad avanzada, invade


perversamente, oblicuamente, perpendicularmente,


la claridad es una enorme ventosa que chupa la sombra,


y las manos van lentamente hacia los ojos.


Los secretos más inconfesables son dichos:


la claridad mueve las lenguas,


la claridad mueve los brazos,


la claridad se precipita sobre un frutero de guayabas,


la claridad se precipita sobre los negros y los blancos,


la claridad se golpea a sí misma,


va de uno a otro lado convulsivamente,


empieza a estallar, a reventar, a rajarse,


la claridad empieza el alumbramiento más horroroso,


la claridad empieza a parir claridad.


Son las doce del día.


Todo un pueblo puede morir de luz como morir de peste.


Al mediodía el monte se puebla de hamacas invisibles,


y, echados, los hombres semejan hojas a la deriva sobre aguas metálicas.


En esta hora nadie sabría pronunciar el nombre más querido,


ni levantar una mano para acariciar un seno;


en esta hora del cáncer un extranjero llegado de playas remotas


preguntaría inútilmente qué proyectos tenemos


o cuántos hombres mueren de enfermedades tropicales en esta isla.


Nadie lo escucharía: las palmas de las manos vueltas hacia arriba,


los oídos obturados por el tapón de la somnolencia,


los poros tapiados con la cera de un fastidio elegante


y la mortal deglución de las glorias pasadas.


¿Dónde encontrar en este cielo sin nubes el trueno


cuyo estampido raje, de arriba a abajo, el tímpano de los durmientes?


¿Qué concha paleolítica reventaría con su bronco cuerno


el tímpano de los durmientes?


Los hombres-conchas, los hombres-macaos, los hombres-túneles.


¡Pueblo mío, tan joven, no sabes ordenar!


¡Pueblo mío, divinamente retórico, no sabes relatar!


Como la luz o la infancia aún no tienes un rostro.


De pronto el mediodía se pone en marcha,


se pone en marcha dentro de sí mismo,


el mediodía estático se mueve, se balancea,


el mediodía empieza a elevarse flatulentamente,


sus costuras amenazan reventar,


el mediodía sin cultura, sin gravedad, sin tragedia,


el mediodía orinando hacia arriba,


orinando en sentido inverso a la gran orinada


de Gargantúa en las torres de Notre Dame,


y todas esas historias, leídas por un isleño que no sabe


lo que es un cosmos resuelto.


Pero el mediodía se resuelve en crepúsculo y el mundo se perfile.


A la luz del crepúsculo una hoja de yagruma ordena su terciopelo,


su color plateado del envés es el primer espejo.


La bestia lo mira con su ojo atroz.


En este trance la pupila se dilata, se extiende como mundo se perfila,


hasta aprehender la hoja.


Entonces la bestia recorre con su ojo las formas sembradas en su lomo


y los hombres tirados contra su pecho.


Es la hora única para mirar la realidad en esta tierra.


No una mujer y un hombre frente a frente,


sino el contorno de una mujer y un hombre frente a frente,


entran ingrávidos en el amor,


de tal modo que Newton huye avergonzado.


Una guinea chilla para indicar el angelus:


abrus precatorious, anona myristica, anona palustris.


Una letanía vegetal sin trasmundo se eleva


frente a los arcos floridos del amor:


Eugenia aromática, eugenia fragrans, eugenia plicatula.


El paraíso y el infierno estallan y sólo queda la tierra:


Ficus religiosa, ficus nitida, ficus suffocans.


La tierra produciendo por los siglos de los siglos:


Panicum colonum, panicum sanguinale, panicum maximum.


El recuerdo de una poesía natural, no codificada, me viene a los labios:


Árbol de poeta, árbol del amor, árbol del seso.


Una poesía exclusivamente de la boca como la saliva:


Flor de calentura, flor de cera, flor de la Y.


Una poesía microscópica:


Lágrimas de Job, lágrimas de Júpiter, lágrimas de amor.


Pero la noche se cierra sobre la poesía y las formas se esfuman.


En esta isla lo primero que la noche hace es despertar el olfato:


Todas las aletas de todas las narices azotan el aire


buscando una flor invisible;


la noche se pone a moler millares de pétalos,


la noche se cruza de paralelos y meridianos de olor,


los cuerpos se encuentran en el olor,


se reconocen en este olor único que nuestra noche sabe provocar;


el olor lleva la batuta de las cosas que pasan por la noche,


el olor entra en el baile, se aprieta contra el güiro,


el olor sale por la boca de los instrumentos musicales,


se posa en el pie de los bailadores,


el corro de los presentes devora cantidades de olor,


abre la puerta y las parejas se suman a la noche.


La noche es un mango, es una piña, es un jazmín,


la noche es un árbol frente a otro árbol sin mover sus ramas,


la noche es un insulto perfumado en la mejilla de la bestia;


una noche esterilizada. una noche sin almas en pena,


sin memoria, sin historia, una noche antillana;


una noche interrumpida por el europeo,


el inevitable personaje de paso que deja su cagada ilustre,


a lo sumo, quinientos años, un suspiro en el rodar de la noche antillana,


una excrecencia vencida por el olor de la noche antillana.


¡No importa que sea una procesión, una conga,


una comparsa, un desfile.


La noche invade con su olor y todos quieren copular.


El olor sabe arrancar las máscaras de la civilización,


sabe que el hombre y la mujer se encontrarán sin falta en el platanal.


¡Musa paradisíaca, ampara a los amantes!


No hay que ganar el cielo para gozarlo,


dos cuerpos en el platanal valen tanto como la primera pareja,


la odiosa pareja que sirvió para marcar la separación.


¡Musa paradisíaca, ampara a los amantes!


No queremos potencias celestiales sino presencias terrestres,


que la tierra nos ampare, que nos ampare el deseo,


felizmente no llevamos el cielo en la masa de la sangre,


sólo sentimos su realidad física


por la comunicación de la lluvia al golpear nuestras cabezas


Bajo la lluvia, bajo el olor, bajo todo lo que es una realidad,


un pueblo se hace y se deshace dejando los testimonios:


un velorio, un guateque, una mano, un crimen,


revueltos, confundidos, fundidos en la resaca perpetua,


haciendo leves saludos, enseñando los dientes, golpeando sus riñones,


un pueblo desciende resuelto en enormes postas de abono,


sintiendo cómo el agua lo rodea por todas partes,


más abajo, más abajo, y el mar picando en sus. espaldas;


un pueblo permanece junto a su bestia en la hora de partir,


aullando en el mar, devorando frutas, sacrificando animales,


siempre más abajo, hasta saber el peso de su isla,


el peso de una isla en el amor de un pueblo.


(1943)