miércoles, 26 de junio de 2013

POEMAS DE BEATRIZ EUGENIA GALLEGO










BEATRIZ EUGENIA GALLEGO GIRALDO





Toda verdadera poesía erótica está impregnada de violencia.

Bataille  pensaba que la distancia que separa a dos personas es el infinito y sólo puede ser franqueada por el erotismo o por la violencia. A partir de su idea desarrolla una teoría del erotismo en donde divide el tema en tres puntos: erotismo del cuerpo, de los corazones y el erotismo místico. En un extraño pensamiento dice que a la unión de amantes se le llama muerte, igual que al deseo de asesinato o al suicidio.

En su escrito Las lágrimas de Eros anuncia que como somos humanos, vivimos en la sombría perspectiva de la muerte, que conocemos la violencia exasperada, y la violencia desesperada del erotismo. En los poemas de Beatriz Eugenia, este límite del amor posesivo, es  franqueado muchas veces por el odio de la mujer herida que después de gozar, con los placeres de su amante, puede en cualquier momento emplear la violencia para destruir la razón de su amor y hacer desaparecer del panorama, el objeto de su dolor. Gozo y dolor, placer y muerte; serpiente Ouroborus que se muerde la cola; ciclo místico y pagano de extinción y resurrección; sangre y ceniza, ayuntamiento de seres perdidos en un mundo en donde esa falencia primordial se convierte en búsqueda insatisfecha. Eterno errar; eterno fornicar en busca de una plenitud, un sueño; una herida que no cicatriza.

Ese erotismo colmado de violencia, de sangre sudor y lagrimas; ese amor de clandestinos amantes, de furtivos enajenados bajo un fuego que muerde y deja heridas lacerantes. Esa etapa primaria y primordial del amor, se ve reflejada en la obra de una poetisa que enfrenta sin rubor estos complejos lances.

Sade decía que no había mejor forma de familiarizarse con la muerte que una idea libertina. En los poemas de Beatriz Eugenia, esa idea de la muerte es cercana; nos ilumina y nos toma desnudos bajo el narcótico sol de las depravaciones.

A esa pasión de fuego sobre estepa negra, a esa carne en perpetua convulsión, a esos órganos que penetran y se abren paso a golpes rítmicos ––tambores de una fiesta pagana––; a esas bestializaciones y mordidas; eyaculaciones y felaciones; artes amatorias griegas y latinas en complejas combinaciones, está enfocada la poesía de Beatriz Eugenia. Dotada de una crudeza mundana y una certeza mística, eleva y magnifica ese ritual gimnástico de los cuerpos y los corazones sobre el lecho negro y blanco de las pasiones.

Así, en medio del aquelarre de sentidos, en medio de esa batalla de cuerpos sudorosos, de energías consumidas en el altar de Eros; encuentra el lector en los poemas de la escritora, una lírica fornicaria que sabe crear en medio de la gesta, sus versos más luminosos; arcos voltaicos que tiemblan bajo el fuego de un hospedaje perdido en la ciudad del sueño, mientras los amantes embriagados se entregan fervorosos a su ultima arremetida.

O.G.R.





ANIMAL

Por ti, levito,
no eres todo tu.

Es solo una parte de tu cuerpo…

Animal incorregible
que derrama su leche en
mi lugar secreto.

Descanso.

Gota a gota, cae sobre la sábana.

Algo cálido como la sangre…
Algo pequeño y luminoso como la muerte.





MI CUERPO

Mi cuerpo se vuelve carne de primavera roja.
Se desnuda, camina en excitantes sonidos.
Mi cuerpo se apasiona como un jaguar en celo.
Huele, recorre, busca otro cuerpo.
Mi cuerpo te excita, te incita,
en una noche silente, un clímax lento.

Mi cuerpo te llama, suspira bajo el tuyo,
se alimenta de labios húmedos,
de pechos rotos en sedas negras, de fluidos corporales,
se relaja bajo la sombra de la noche.

Mi cuerpo solo necesita el conjuro de tu voz
para entregarse de nuevo.

Mi cuerpo te invita a cohabitar la palabra con el verso.
Que el aire se contagie de sal
ayuntamiento de sílabas de amor.

Mi cuerpo es una danza de lobos dispuestos a copular
por el centro de mi estepa negra.

Mi cuerpo se esconde para protegerse
de todos ellos.




ESTA NOCHE MAGNIFICO EL SEXO.

Ese que acelera todos mis sentidos,
ese que después de beber la esencia de
mis bálsamos de hembra, 
se muestra huidizo.

Anhelo  buscar tu fuego en
la oquedad de tu carne salvaje, en tus besos
mojados, en la danza de tu lengua en mi boca,
en el palpitar de tu vientre aprisionando el mío.

Por ti magnifico el sexo.
Ese que roe mi piel, que galopa sobre mis muslos
en sideral renuncia.

Por ti magnifico esta noche donde
vencidos navegamos en sueño
hacia una isla remota de mieles y de opio. 

Esta noche, que nace joven como la pasión que nos habita
que descansa en la urdimbre de mi salvaje cabellera,
en mi nariz que respira sobre el áureo caracol de
tus oídos para que me sientas viva.
Esta noche que no volverá.
Este amor de muros ciegos,  mudos, cómplices eternos 
guardarán todo, incluso mis sollozos.

Todo te lo devuelvo esta noche hasta este amor.

Por ti magnifico el sexo.
Ese que surgió entre la metáfora y tu voz
entre las páginas de muchos libros.
Mi amante sensual, afectuoso, ocasional.
Ultimo amante,
mi más exquisita ambrosía,
vino arcaico en odres de resina y fuego.

Aquí te dejo todo,
en estas sábanas empapadas y estrujadas
por muchos amantes;
en los espejos acusadores queda el vaho,
réplica de nuestra entrega.

Por ti magnifico el sexo.
Ese que hoy dice adiós para siempre y baja las cortinas.




BEATRIZ EUGENIA GALLEGO GIRALDO

Nació en Calarcá, Quindío.

Es licenciada en Tecnología Educativa y Comunicación de la Universidad del Quindío, a su vez tiene una especialización en Enseñanza de la Literatura, estudios de inglés en la Universidad La Gran Colombia. En la actualidad se desempeña como docente en el área de  humanidades. Ha participado en diversos talleres literarios del departamento.  Hace cuatro años pertenece al taller Relata del Quindío.

Participó del taller de creación literaria dirigido por Marga López,  desarrollado en el marco del Encuentro Nacional de Mujeres Poetas, realizado desde hace más de veinte años en el museo Rayo de Roldadillo, donde ha sido invitada en seis ocasiones. También ha participado en la semana  Café con Verso en Calarcá y en diversos actos culturales de la región. Invitada al Primer encuentro departamental de mujeres poetas del Quindío, al encuentro nacional de poesía erótica en Cartagena en el año 2009, a su vez al encuentro de escritores del Caribe en el 2010 en la misma ciudad.  

Su primera obra publicada es el poemario Evocación. ¡Oh! Palabra, es su segundo libro, el tercero, de cuentos: Cuando me gusten las flores. Sus cuentos y poemas han sido publicados en: Narrativas en Movimiento 1 y 2, Poetintos, Antología Universos del Museo Rayo, revista virtual Caballito de Mar, y en las revistas La Urraca y Abra Palabra de la Costa Atlántica. También en la recopilación realizada por Álvaro López: Calarcá para leer.

En 2012 participó del encuentro internacional El País de las Nubes, celebrado en el departamento del Quindìo – Colombia.





sábado, 22 de junio de 2013

ENCUENTROS DEL TERCER TIPO CON POETISAS NOTABLES






ENCUENTROS DEL TERCER TIPO
CON POETISAS NOTABLES



¿Esto es un cuento o un poema?
No. 
Es un sueño.
El sueño era más o menos así:
Lamiendo la axila de Sylvia Plath me encontraba yo, un poeta menor desnudo y reducido a una estatura de cachorro solar. Mordisqueando sus nalgas de magra carne amarga; sus piernas cruzadas de riachuelos minúsculos que temblaban bajo una lámpara azul. Sus piernas de pan artesano, frescas y maduras, de las cuales emanaba un olor de conejos silvestres; Sudor entre los hoyuelos grises y rosas de su ingle, límites purpurinos de sus calzones blancos; intimo calor de señora que prepara su cake, su plato preferido, una tarde fría en donde la lluvia y el viento había arrojado tres golondrinas extraviadas contra su ventanita de la cocina.
Yo levantaba su falda pesada de otoño, su falda de lana gruesa para la temporada de la caída y las ventiscas y debajo aparecían sus piernas cubiertas por la licra y la seda; Las caricias se convertían en un relampaguear sobre tejido de animal industrial, una quimera de sexo urbano en los arrabales del capitalismo…Ella, volteaba su cara americana, su dorada cara de señora americana coronada de trigales y centeno, su cara ligeramente abotagada por el wisky y el bourbon; abría su deliciosa boca y mostraba aquella viscosa lengua de anguila hipnótica, y yo, poeta torpe, perecía engullido bajo el beso angustioso de su muerte.

Anne Sexton no estaba lejos.

Había mirado todo desde afuera de la ventana con una indiferencia helada.
Fumaba un cigarrillo extra-largo y se fue a la casita de enfrente. Me dijo: “Todo lo que pueda hacer esa perra te lo puedo hacer mejor, puedo multiplicarte el placer por cuatro”. Sus ojos de bruja parecían respirar como dos oráculos palpitantes; me mandó a seguir y yo excitado había atravesado el umbral; se sentó en una poltrona vulgar y abrió su falda hasta arriba dejando ver unas poderosa piernas bronceadas; piernas de nadadora, piernas de trapecista, piernas de contorsionista bajo la ventisca de una tarde que se había transformado de repente. No se había rasurado, y entonces abrió aquel compás en tres tiempos dejando ver aquella criatura rizada; el brillo de una plomada hermética, un símbolo de fuerza y muerte. Me llevó hasta su cintura y apretó fuerte entre mis piernas; en mi oído murmuró algo que era como un cantar de gárgola, frío y cálido al mismo tiempo, algo dicho bajo la tensión; sostenido en una ondulación de voz que tenía olor de tabaco suave y tragos minerales. Clavaba sus uñas en mi cuello y gritaba;  aquel grito era de temer.

Algunos parroquianos del suburbio se asomaron a la ventana. Un policía de azul impecable preguntó por esos gritos y esas extrañas posturas, pero luego se alejó pensando que a lo mejor se metía en asuntos de gente de la literatura. ––Ya se sabe, la gente del medio mantiene unas relaciones turbulentas y vulgares––. 

Perdí el ritmo y la cámara negra se dobló como una gran caja de embalaje y se hizo extensa por un tiempo…Se abría en peldaños y subía y subía.

Después…. Me encontraba cerca a un litoral…

Peinando la cabellera de Violeta Parra. Ella, sentada frente a una gran ventana que daba al mar mostraba orgullosa su cabellera de hilos negros, cabellos eléctricos, como de una bestezuela extraña, sin ojos y sin boca; solo su espalada, ligera arquitectura de hueso y música; omóplatos lluviosos como dos relámpagos de piedra.

Ella comenzaba a transformarse en un ave de acantilado, en una verja de manicomio, en una ojiva de catedral abandonada para ser carcomida por un golpe de oxido, una estampida de hollín e incienso, una carnada para los peces hambrientos…

Giré como extraviado buscando nuevos puntos de referencia. A un costado de aquella playa misteriosa, estaba, semienterrada, la fina nariz de Virginia Woolf. Yo pasaba un dedo ligero y delgado de adicto a la nicotina sobre el dorso de su bella y prolongada nariz; hermosa quilla inglesa sobre el mar y las olas de un estuario efervescente. Ella murmuraba una palabra con aliento de piedras y de algas; la dejaba caer sobre una huella de arena, una huella que se borraba mientras crecía adentro un sol de atardecer. Luego hundía su afilada nariz británica en un pequeño cráter y era mordida por  cangrejos que trataban inútilmente de roer aquella estructura alabastrina y prerrafaelita; pétrea y dulce nariz de brillo blanco.  

Aparecía de repente, cerca a una roca negra que no estaba muy lejos de aquel paisaje onírico, el cuello de Anna Ajmátova un cuello eslavo con pelusa de nutria y armiño, un cuello de hermosa y exquisita ave del paraíso. Yo adosaba mi oreja sobre aquella garganta que alguna vez había cantado y susurrado mientras caía la nieve detrás de la ventana y escuchaba allí un llanto, un miedo que se ahogaba. Entonces, miraba a sus hermosos ojos grises y enloquecía. Lloraba por haber visto aquella mirada de jilguero, de ave en su jaula;  esfinge de nieve y esmeraldas.

Ella besaba mi frente y yo muy triste, me alejaba por un camino hacia el litoral de una jungla. Una abertura vegetal bajo un disco de plata y diamantes.

Y era allí, en esa escena, donde cobraba protagonismo el sexo de Clarisse Lispector…era un sexo africano y brasileño, judío y melancólico, era un sexo con olores fuertes de bahía y ron de cañas dulces; sangre de peces volcánicos; un sexo en donde mi lengua trepanaba la herida de una soledad antigua. Desde esa perspectiva del amante embriagado, veía su boca y sus ojos entornados hacia el cielo;  luego, su cintura convulsa y su aleteo de paloma moribunda, sus dientes de perlas extraviadas y su fuego que quemaba y ardía como un sol desplomado; mordedura de un gran planeta sobre la tierra nevada que se abría y embestía contra la luna.

¿Por qué pierdes el tiempo con esas nórdicas de acentos pesados? ––me dijo––, esas amas de casa americanas ordinarias y de sexo teñido; esas eslavas de ojos de hielo. Ven acá y sabrás lo que es la poesía, lo que es una orquídea de las selvas del sur, ven acá, súmate a este candomblé montuno, a este ritual de santería.

Y entonces abrió sus labios negros y pude ver en su boca una palabra como un manglar, una adormidera; bejuco de ayahuasca sumergido en la rivera de un estanque mordido por pirañas; y luego, cuando había dejado a un lado su vestidito de secretaria, dejo ver, con cierto pudor, grabadas en sus brazos y pezones, la heridas; las pequeñas heridas que brillaban como luciérnagas de una noche profunda, un mar de cachaza dulce en su danza de tambores; un sueño de islas que se hundían y crepitaban bajo el fuego; una casa nimbada en lenguas de oro liquido que lamían su espalda y su cuello.

Abrazado a su voz, desfallecía.

Una voz que ya no se escuchaba, y luego nada…



Nada. Nada. Nada.


O.G.R.

Del libro:

“CUENTOS CORTOS PARA CARAS LARGAS”

viernes, 31 de mayo de 2013

GEORGES MOUSTAKI



Alejandría, egipto,3 de mayo de 1943- Niza Francia, 23 de mayo de 2013


 Repose en paix






"MA LIBERTE"




Ma liberté

Longtemps je t'ai gardée
Comme une perle rare
Ma liberté
C'est toi qui m'as aidé
A larguer les amarres
Pour aller n'importe où
Pour aller jusqu'au bout
Des chemins de fortune
Pour cueillir en rêvant
Une rose des vents
Sur un rayon de lune

Ma liberté
Devant tes volontés
Mon âme était soumise
Ma liberté
Je t'avais tout donné
Ma dernière chemise
Et combien j'ai souffert
Pour pouvoir satisfaire
Tes moindres exigences
J'ai changé de pays
J'ai perdu mes amis
Pour gagner ta confiance

Ma liberté
Tu as su désarmer 

Mes moindres habitudes
Ma liberté
Toi qui m'as fait aimer
Même la solitude
Toi qui m'as fait sourire
Quand je voyais finir
Une belle aventure
Toi qui m'as protégé
Quand j'allais me cacher
Pour soigner mes blessures

Ma liberté
Pourtant je t'ai quittée
Une nuit de décembre
J'ai déserté
Les chemins écartés
Que nous suivions ensemble
Lorsque sans me méfier
Les pieds et poings liés
Je me suis laissé faire
Et je t'ai trahie pour
Une prison d'amour
Et sa belle geôlière

Et je t'ai trahie pour
Une prison d'amour
Et sa belle geôlière

miércoles, 3 de abril de 2013

ZOMBIS EN EL PSIQUIÁTRICO






“ZOMBIS EN EL PSIQUIÁTRICO”
––Cuento de Omar García Ramírez––


"Y los ángeles ígneos cayeron. Profundos truenos se oían en las costas ardiendo con los fuegos de Oro." - Roy Batty
 (Blade Runner)

"Yo... he visto cosas que vosotros no creeríais: Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán... en el tiempo... como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir" - Roy Batty 
(Blade Runner)



Escena # 3
Interior: Oficina del psiquiatra
(PLANOS: 12-13-14-)
––Monólogo interior. Flashbacks de acciones––


––Murphy, me llamo Murphy.
––Zombi No 458. Distrito 57.
––32 años; 5 y medio como zombi.
––¿Qué quiere que le cuente?
Lo desagradable eran los disparos.
Sí, los disparos de todos los calibres a los que uno se tenía que acostumbrar.
Los de municiones Parabellun, Parker, los disparos con Berettas, con Colts, con rifles de asalto.
Esos dejan una perforación desagradable y rompen los vestidos…
Yo procuraba cambiar de Armani a Saint Lauren, (eran de una tienda de moda que asaltamos con una pequeña pandilla. Éramos como treinta, algunos muy trendys. (Zombi-Victim-fashion). No, no se ría, aunque la estética zombi está más cercana a la moda fabril y leñadora de los grunges, habían otros, como decirlo… se destacaban por su estilo.
Pero volvamos a los disparos; los de wínchester queman, si señor queman y fastidian ya que aunque no son heridas mortales (para nosotros se entiende), si son fastidiosas.
Lo mejor era poder responderlas. Cuando las balas iban de nuestra parte y hacían impacto en los que no estaban infectados, la cosa parecía mejorar; todo el kétchup del mundo tenía su dulzura, su sabor.
Era en los supermercados en donde hacíamos las mejores cacerías; las mejores razias.
Allí, la música de sinfonía y de consumo, ponía a estas criaturas citadinas fuera del estado de alerta. Los invitaba a comprar educadamente los pocos artículos que todavía quedaban.
––Casi todo era transgénico; casi todo era congelado, enlatado y con fechas de caducidad––.
Toda la voracidad del mundo. El ultimo y más divertido eslabón de la cadena. La vitrina en frío de la maquinaria de la muerte.
Recuerdo, hicimos unos buenos bacalaos, unas buenas parrilladas y de paso nos aprovisionábamos de colas y refrescos; ya que aunque nadie lo crea; a nosotros también nos da sed y la sangre es salada; la sangre da mucha sed. Una sed que no se sacia.
De otra parte nuestras diferencias no son muchas. Me refiero a ustedes los enchufados y tambien los citadinos mortales.
A decir verdad, he conocido seres horribles en la otra orilla y le puedo decir que en ellos no existe una gota de piedad, un leve rastro de humanidad. Su civilización es una granja de muerte al por mayor. La cosa estaba en equilibrio.
En un principio nosotros solo estábamos ocupando algunos espacios.
Íbamos a los estadios; asistíamos a algunos conciertos; hacíamos filas en las rebajas y hasta se nos tenía en cuenta para votar. Éramos un rebaño muy bien organizado y adoctrinado; el gregarismo de una sociedad ejemplarizado en docenas de hombres y mujeres perfectamente adaptados a las ceremonias vibrantes de las masas. Integrados a la estética multicolor del espectáculo.
Sí, teníamos conciencia ciudadana; no hacíamos mal a nadie. En aquellas ferias nos divertíamos mucho ya que somos de una horda alegre y fiestera; No tenemos una vena polémica y no somos de ideales radicales.
De pronto, uno que otro perdía los estribos, y a veces, bajo efecto de la droga psiquiátrica a la que éramos sometidos; cometía algún delito; se pasaba de velocidad, conducía borracho; trataba de sobornar a algún guarda. Rompía los límites de la gran celda. Un pequeño robo a mano armada, una que otra violación al código civil. Algo de violencia que se nos salía de las manos. Un pequeño motín, una asonada. Cosas sin importancia. Usted entiende… Pero luego; las cosas empeoraron.
Cuando quisimos llevar a uno de nuestros representantes a la junta de consejeros del estado del distrito federal. Nos dijeron que no. Que solo votásemos por sus candidatos (los del gran panóptico); que con ese gesto era suficiente.
Y nosotros queríamos más futbol; queríamos más televisión violenta; queríamos jardines infantiles para nuestros pequeños freaks. Seguridad social, para que nuestra estirpe progresara y también piscinas y playas nudistas; sí playas nudistas para zombis: es que estamos cansados de que se burlaran de nosotros cuando íbamos a las playas nudistas, (ese temblor denso y espasmódico, esa hipercinesia pesada, ese arrastrar los pies torcidos sobre la arena, ese rictus a lo Joe Cocker pasado de copas y cerveza negra)…
Además, estábamos cansados de trabajar en las labores más duras; picando piedras al sol y al agua; abriendo en canal y descarnando cerdos y vacas en los mataderos; abriendo las fosas comunes para los muertos de la guerra en los cementerios (que eran nuestros soldados muertos) ––nuestros más vigorosos representantes en vestido camuflado––. Trabajos duros y peligrosos en los cultivos de amapola y valeriana; Trabajos degradantes y estúpidos en las producciones cinematográficas  de bajo presupuesto en donde siempre éramos la carne de cañón… (Somos la carne de avanzada en la trinchera de la línea cinematográfica del mundo. Somos los desechables en las fantasías guerreras de los directores de la Productora Mayor).
Claro que algunos de nosotros éramos cinéfilos y gustábamos de cintas de prestigio, lo que los especialistas llaman: las clásicas del género. Nuestras primeras referencias cruzadas, la protohistoria de aquel malestar estético, las raíces de aquel arbusto infame, venían desde “El Gabinete del Doctor Caligari”; “El Golem” de Carl Boese y Paul Wegener; “La noche de los muertos vivientes” de G. A Romero. Esas preguntas que llegaron encapsuladas en las imágenes del cinematógrafo crearon a verdaderos especialistas. Algunos de mis amigos eran seguidores de Tarkosvki; otros eran lectores de Stalisnaw Lem. Y por supuesto había intelectuales muy reputados, uno de ellos me mostró una gran tesis sobre el Frankenstein de Mary Shelley:
Antes de ser zombis, eran otra cosa; ¿usted qué cree?
Aunque a veces me pregunto:
¿Éramos el excedente industrial de una factoría de la carne, el producto interno bruto en un país del trópico después de la guerra. La cuota, el porcentaje desechable de la ira y la violencia?
¿Éramos solo zombis o éramos algo más que moría en vida bajo el efecto de una pesadilla? Un cuerpo sin conciencia atrapado en la oscuridad de las ciudades. Los cuerpos horripilantes destinados a ser destruidos dentro de un video-juego.
¿Se nos había marcado, deformado y lacerado para que no hubiese redención; o, se nos había
confinado a estar sentados frente a las pantallas de T.V. para recibir descargas de miedo y odio?
––Usted lo sabe, eso que dicen; que somos alimento de algo. Algo poderoso en las esferas de la luna––.
¿Qué pasa cuando las preguntas comienzan a revolotear en un cerebro engusanado y no llegan las respuestas? ¿Cuando las neuronas rotas y golpeadas por los perdigones de la duda hacen un corto circuito que te lleva a los linderos del nihilismo? ––Bella palabra; dura palabra–– nuestro espíritu ahora está impregnado de ella, nuestro espíritu está marcado por la herida de Sísifo, la soledad de Prometeo.
Viene la rebelión.
Primero fue un guarda de carreteras; después un político corrupto en campaña.
Se había metido en distrito equivocado y luego…
Bueno, luego llego todo ese vendaval de sangre y horror; y debemos admitir que de alguna manera estábamos en nuestro elemento.
Pero vuelvo y digo, lo peor es no poder asistir a los estadios y emborracharnos hasta caer de bruces después de los partidos y ver ese pálido cielo manchado de hollín; las nubes como dragones oxidados chapoteando en una cisterna sideral. Lo peor es no poder recibir las descargas de euforia de nuestras divas plateadas, que sobre el escenario nos energizaban con sus rayos de alegría musical. Lo peor es no poder asistir a las ferias gastronómicas normales en donde le dábamos gusto a la panza con las hamburguesas tratadas con hidróxido de amonio; ahora nuestra dieta se ha puesto cara y es traumática. ––Cuando tu alimento te maldice o te implora antes de ser mordido, eso causa laceraciones en el alma––.
No se ría. He dicho en el alma. Sí, un alma podrida pero al fin y al cabo, el alma de una criatura creada por el hombre; un ensayo de poder y destrucción sobre el hombre. Un virus, una infección que nos ha confinado a una violencia sin sentido, una oquedad siniestra y depredadora.
Todo está más sucio y como le decía… y lo peor. Lo peor son los malditos disparos.
Cuando nos acercamos a la casa matriz en donde oficia el señor director; nuestro creador, nuestro último dios sobre la tierra. Ese gran laboratorio farmacéutico, ese gran ingenio de experimentación genética…
Pero, pasemos a otra cosa ¿quiere?...
¿Qué me dice?...
¿Cómo fue lo de las bibliotecas?...
¡Ah!.. eso fue solo una temporada; como decirlo, una moda…de alguna manera se impuso una moda que duró unos cuantos años.
Ustedes dejaron abandonadas las librerías y las bibliotecas; y nosotros, que tenemos modales de okupas, las tomamos. Al principio, durante el siclo de las heladas que llegaron después de las tormentas solares. ¿Lo recuerda?. Quemábamos los libros para calentarnos, (es un secreto que le voy a decir a usted, aunque sé que se lo llevará muy lejos: a los zombis la nieve, la humedad y el invierno maltrata nuestras delicadas pieles); pero después, algunos de nosotros empezamos a leer y creo que es fue otro de los elementos del  problema, suena elegante decirlo así, tiene su estilo, y no decir: otra pata que le nace al zombi como dicen en algunas películas mexicanas.
Los libros, sí los bellos libros. Aunque no lo crea; algunos cerebros deteriorados; se reconstruyeron mediante la esa terapia de lectura. Da un poco de risa como esa terapia de lectura, nos dio sueños, y deseos mayores; inquietudes complejas y de altura. Algunos se metieron con las ciencias duras buscando solución a nuestros problemas; otros se perdieron en los fantasmagóricos senderos del existencialismo y la poesía, y otros simplemente viajaron en el tiempo. Creo que añoraban otras épocas…
Algunas de aquellas zombis alternativas se pusieron flores en el pelo y cuidaron de sus cabelleras…Tendría que haberlas visto cantando California Dreaming como The Mamas & the Papas en las afueras de la urbe, cerca a una gran iglesia abandonada; alrededor de una fogata de neumáticos, basura plástica y tachos de basura. ––Hojas pardas y resecas bajo un frío que congelaba los huesos––. Nuestra comunión con una fe abolida. Era algo bello; pero no puedo definir con claridad que significa eso. Nuestro sistema de valores para la fe y la belleza es un poco diferente.
Sí, de alguna manera eso fue un error. Lo digo yo.
No, no he perdido mi esencia zombi. Pero también fue una primavera de sangre, vino y letras. Después, todo eso pasó. Como una moda que se deja después de una temporada otoñal, como un río rojo que se diluye en la creciente de una resaca, como el sol sobre una herida abierta en el desierto.
Ahora véame usted aquí, frente a usted, detrás de la pantalla. Al fondo la mesa de electrochoques; la ventana que dá a un parque calcinado como una gran imagen pixelada de un test de Rorschach; y la pequeña nave-cubículo de gas violeta utilizado para dormir a los violentos de  mi tribu. Su utilería de panóptico y poder. Es rudimentaria; tan rudimentaria como los decorados de esas películas de Frankenstein de los sesenta del pasado siglo.

Creo que el error; el gran error; fue quitarnos las pantallas de contactos en las redes; era lo único que mantenía en comunicación la cientos de tribus catatónicas. Ver nuestros rostros en esas redes, nuestras caras anodinas realizando todo tipo de trivialidades cotidianas, enumerar nuestros gustos de consumo y nuestras aberraciones sexuales. Esa era la droga predilecta. La droga perfecta; mucho más que la mencionada por el maestro Burroughs en su Naked Lunch. Era para nosotros, mantenernos unidos como una hermandad desperdigada en las celdas virtuales de una autopista llena de ruido, bajo una lluvia helada y melancólica. Nuestras fiestas en aquelarre libertino, nuestros flashmobs rumberos, nuestra soledad virtual sobre-llevada con algo de dignidad.
¿Vio esa película “Blade Runner” de Ridley Scott?… No, No la vio…
¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas... sueñan las ovejas con androides filosóficos?.
Nosotros, sí la vimos; fue una película de culto, pero después nos dimos cuenta que nosotros no habíamos sido creados; nosotros habíamos sido infectados y éramos una enfermedad, una degeneración, un virus de la gente común, inoculado a las masas en los estadios, en las discotecas y en los hospitales de todo el mundo.
Nosotros no éramos un problema del género; éramos un problema del planeta.
De alguna manera eso fue lo que desato nuestra ira destructora.
Sabíamos que no habría redención y que estábamos destinados a perecer; como perece la masa, entre la multitud y la estadística; entre el volumen del ruido y de la ira.
Y eso fue todo doctor.

Ahora pregunto yo:

¿No me va a aplicar la dosis oficial de tetradotoxina?
¿No me va a fastidiar con el test de empatía de Voigt-Campff?
¿No me va escudriñar con su cuestionario de Bonoli?
¿No la vio la película,… seguro?...¡Pues debería haberla visto!

––Un primer plano relampagueante y metálico. Boca negra de acero; la risa grotesca del zombi que apunta; dos cañones de una Winchester en frente de la cámara; un estallido en fuego y algo que resbala rojo y denso contra el vidrio protector del objetivo––.

Fundido en negro.


DEL LIBRO INÉDITO
"CEREMONIAS DEL ARTE"