lunes, 1 de septiembre de 2008

OMAR ORTIZ / POEMAS



La poesía de Omar Ortiz es una poesía de sugerencias y sutilezas, lejos del tono rotundo; busca los caminos agrestes, los rodeos licenciosos, las arquitecturas de cristales atravesados por cierta luz, cierta extraña sonrisa del artífice que se sabe dueño ya, de un estilo y una forma queda de decir.
Sus poemas que tocan los mundos de la mitología y la leyenda; su poesía urbanita; sus álbumes de poesía fraterna (en donde recuerda sus épocas de estudiante y el destino de los seres que en alguna oportunidad compartieron con nosotros algunos años de nuestra vida y luego, pasado el tiempo, se convierten en fantasmas de un álbum familiar y lejano o gigñols de un museo clausurado), nos iluminan y nos deslumbran. Aliento corto sobre el cristal que empaña una ventana y luego, después de las palabras y el aire caliente queda otro paisaje, una tarde de lluvia. La muchacha que pasa.
Esa, es para mí, la poesía de Omar Ortiz. Uno de los grandes poetas colombianos, que trabaja sus artefactos literarios, dotándolos de un aura ligera. Al fin y al cabo la poesía es arte de alquimistas aéreos, el rastro de los pintores del aire.
Omar Ortiz, es sin lugar a dudas, uno de esos grandes escritores que sigue buscando la imagen perfecta, la sonata redonda.
Estos poemas son un mínimo destello de su arte.



HISTORIA DE AMOR

Abu Taher, compañero de Omar Jayyam
en la antigua ciudad de Samarcanda,
donde vivió y gozó la favorita del Sultán
que narró para él Mil y una noche,
dice en un bello libro hoy perdido,
por la bruma de nuestra ignorancia,
que cuando la amada deja sus huellas
por los aposentos, su cuerpo puede acompañarnos
si logramos pisar sobre sus rastros.
Esta noche,
en que tu aroma marca la memoria de mi almohada,
me dispongo a volver sobre tus pasos
para que el milagro que cuenta el poeta árabe
prosiga la fiesta de mi corazón.
Porque,
si tú conmigo, ¿quién en mi contra?


LA HECHICERA
A Adriana María Agudelo Ordóñez

Mientras el vino cumple su sagrado ritual,
La muchacha, escudriña en mis ojos.
No le basta el poema,
Ni la palabra amor que repito en su oído,
Pues sabe la veleidad de los vocablos.
Es atenta a señales más hondas:
A la profunda herida que intuye en los senderos
Con que la vida labra el corazón del hombre,
Y conoce las líneas que la sangre delata
En los surcos del sueño.
Mis fútiles historias, mis triunfos, mis fracasos,
Mis personales dudas, mis miedos, mis zozobras,
la obsesión que me abruma,
Son su fácil repaso.
Mas mi bella alquimista, ignora la ternura
Con que siempre la aguardo.

EL PAUJIL
Dice una vieja historia de la gente nómada que la tierra, la existencia del planeta, depende del apareamiento del paujil. Por lo tanto las mujeres de la tribu elaboran una intrincada danza que confunde a los pocos antropólogos que por allí se arriman, pues en un determinado momento las danzantes emiten unos extraños sonido y sin miramientos se echan a volar.

Omar Ortiz (Bogotá, 1950). Ha publicado varios libros de poemas, entre ellos: Las muchachas del circo, Los espejos del olvido, Un jardín para Milena, El libro de las cosas; con éste último obtuvo el Premio Nacional de Poesía Universidad de Antioquia 1995. Director de la Revista de Poesía Luna Nueva.

martes, 26 de agosto de 2008

CRÓNICA DE UNA GLORIA ANUNCIADA (Un poeta cubano en Medellín)


Manuel García Verdecia

Lorca quiso ir a Santiago, yo a Medellín. Tanto me habían hablado del afiebrado encuentro de poema y abrazos, de palabras y regocijo, que me roía la espinosa ansia. Trabajé años con callado denuedo y, cuando logré un cuaderno que creí decoroso, con absoluta alevosía lo lancé a la diana de mi sola oportunidad. Y lo conseguí.

Medellín anda por los cielos. Allí todo transcurre en alturas, como si le acariciaras el vientre a Dios. Cuando llegas al aeropuerto de Río Negro, en medio del más despampanante verdor (¡yo que creía a mi isla tan verde!), comienzas un inacabable descenso de vértigo, que los heroicos jóvenes aprovechan para amansarlo en patinetas. Circundados de paños de flores (a unas amarillas las llaman “ojos de poeta”, escuchen) y musculosos árboles, con eventuales tramos de deslaves, que hablan de la reiterada presencia de la lluvia y del obstinado duelo del Espíritu de la Montaña por recobrar sus predios, serpea el grafito de la carretera. De momento se abre, como el cáliz de una pantagruélica flor, la ciudad, que saca su nariz aún a 1 500 metros por encima del mar. Es un ánfora entre cerros, roja en contraste con el espeso esmeralda de la vegetación, rojez de tanto ladrillo que escala hormigueante por cada ladera.

El centro de la ciudad, donde se alza el Hotel Nutibara, cuartel general de los poetas, es gris pétreo, en una solidez solo mecida por el numeroso tráfago de sus habitantes. Sin embargo, esa pesantez se aligera y torna graciosa por las insólitas criaturas que reciben en la Plaza Botero. Enormes, desbordadas criaturas que ha forjado el artista para enamorar a su pueblo. Un temblor de iniciado me sacude, nunca había visto de cerca sus obras. Ahora no solo camino entre ellas, sumando su admiración mi compatriota Alex Feites, sino que las olfateo, las palpo, casi las saboreo. La gente parece saber su significación pues las figuras nunca están solas. Las parejas se acurrucan al lado de ellas, llevan a sus críos allí, se sacan fotos, con una emoción devota. Frente a la Plaza está el Museo de Antioquia. Este guarda para gozo público la colección regalada por el artista, tanto de sus propias obras como de otras, agasajo de artistas amigos. Ente piezas de Rauschemberg, Matta y otros expresionistas americanos abre su obscena boca roja un pájaro de Lam, para nuestro regocijo. Me percato de que para entender a Botero hay que venir a este país de libidinoso verdor, titánicas montañas, hembras de ojos brujos y frutos despampanantes. Es como si la mayor fertilidad de la tierra rompiera por este punto del orbe. Ese candor gozoso, esa opulencia dadivosa, ese risueño desborde, no pueden surgir sino de una vitalidad y una simpatía bebidas en el pecho materno.

La poesía no solo palpita en la convocatoria que nos reúne en esta torre de Babel ansiosa por hablarle a Dios. Se agita en el aire, la turbación, el magnetismo que anima la ciudad. Está en la amorosa comunión de sus gentes, atentas y sonrientes que nos reciben y hacen sentir “amañados”. Está igual en las cosas que hacen y en los sitios que levantan. Nos encanta el Parque de los Deseos, en cuya inclinada planicie los concurrentes se echan para procurar algún deseo de las estrellas que caen en la honda noche. También se percibe en la gracia de la Guía Turística que explica todo puntualmente como si nos acariciara y nos descubre el misterio de los pies descalzos, la cifra de músculos que logran el beso o la electricidad que ocultan los limones. A esto último, el dream team de reidores que formamos Chiqui Vicioso, dominicana, José Zuleta, colombiano, Benjamín Chávez, boliviano, Alex y el que ahora recuerda, armamos un fabuloso árbol de navidad con el limonero de la madre de Chiqui y nos burlamos del desafuero del costarricense que aún pretende sacarles limonada a los explotados frutos. La hallamos en el Parque de los Pies Descalzos, ocurrencia genial que permite vivir por los pies las texturas de la Madre Tierra y hasta aproximarse a lo que experimenta un invidente al transitar entre tocones con los ojos cerrados, a lo que se atreven solo Chiqui y Alex. Sin embargo, la poesía palpita, sobre todo, en el multitudinario público que recibe ávido nuestras lecturas.

El Festival abrió su voz al mundo el sábado 5 de julio, a las cuatro de una tarde gris y húmeda, como un otoño adversamente anticipado, en el anfiteatro del Cerro Nutibara. Este consiste en unas gradas que rodean con su abrazo un escenario al fondo donde nos sentamos los poetas. Las gradas de concreto, forradas de verdísima yerba, están custodiadas por altos árboles vigilantes. Al arribar los poetas ya casi estaba de bote el espacio, pero aún por sus escaleras bajaban, en riada constante, más participantes. La mayoría eran jóvenes, sobre todo parejas, en un aluvión gozoso. Rompió por el mensaje viril de Fernando Rendón, principal organizador, disconforme con la indiferencia de ciertos medios y la negativa oficial a reconocerle carácter patrimonial al acontecimiento que revirtiera el renombre de la ciudad, desde los antros del narcocrimen a las cimas jubilosas de la poesía. Después seguiría el concierto de voces. En disímiles lenguas, respetuosamente vertidas al español, en distintas maneras y con los más variopintos temas, se desovilló la bíblica lectura. Las horas se fueron tejiendo con los versos, en un rosario de nutrida belleza. Llegó la lluvia, no impertinente solo familiar, para reafirmar el acto poético, pues ¿qué poesía desconoce la lluvia? Se estrecharon más las parejas, se acercaron más los extraños, compartieron paraguas y hules, corroborando que la experiencia poética es ámbito de solidaridad. Nadie se retiró. Imantados, oían por los poros y las pupilas, se estremecían, exclamaban o reían, finalmente aplaudiendo delirantes y pidiendo más cuando se quedaban deseosos. No cabía en mi cuerpo de tan maravillado. Fueron largas horas paladeadas. Al final no pude evitar ir al podio y dejar hablar mi corazón. Nosotros hemos traído los poemas, ustedes confirman la poesía, dije. Ustedes hacen que la posibilidad sea probable y el futuro presencia, ¡gracias, Medellín! Y pedí a los poetas que, de pie, aplaudiéramos agradecidos a quienes completaban nuestros poemas. Esa noche probé lo que sienten las estrellas de rock.

El domingo siguiente a la inauguración, me correspondió ir en el grupo que leería en Santa Elena. Fuimos escalando montañas, siempre rodeados del asombroso verde de la nutrida vegetación. Subíamos encaracoladamente, bordeando el vértigo, siempre subíamos, como si se tratara de leer para los ángeles. El pueblito es simplemente precioso, ciudad miniatura, con los sitios necesarios para dispendiar vida. Un pueblo ordenadito, colorido, orlado de flores y artesanías por doquier. Luego nos enteraríamos de que era el ombligo de lo que llaman silletería, el arte de presentar flores que se llevan en la silla que hace mucho, colonizados, cargaba el mineral. Luminosa metamorfosis. Nos condujeron al edificio de gobierno, en cuyo portal leeríamos. Había allí unas mesas dispuestas, un equipo de audio y una persona que nos recibía con una sonrisa. Alex, con el humor atómico que blande casi continuamente, se me acerca, “Manolo, ¿contra quién vamos a leer?” “Será contra nosotros mismos”, respondí ante el despoblado panorama mientras nos carcajeamos, paseando nuestra incredulidad por entre los puestos de comidas y artesanías.

A las cuatro sentimos que los altoparlantes nos convocaban a leer y, con la pesadez de la desconfianza, nos acercamos al portal. No habíamos terminado de asentar las nalgas y comprobamos – ¡oh, magia inefable!– que se había colmado el espacio abierto ante nosotros. No solo leímos ante un público atentamente numeroso sino cómplice por demás, incluido un perro que tuvo una ligera inclinación por la lectura de Alex, lo que muestra que algunos canes suelen saber más de la cuenta. Al final pidieron más poemas, vinieron a tener nuestros autógrafos (¡ah, Vanidad, una gota tuya siempre endulza!), invitaron al “tinto”, el infaltable café colombiano, se sacaron fotos con nosotros y hasta nos regalaron ramos de ruda, “que da buena energía” y lógicamente la aceptamos, no hay que tentar la fatalidad. Mientras regresábamos, exultantes, encomiando tan gozosa ocasión, nos decíamos que aquello no podía ser casual.

La siguiente oportunidad para el asombro fue la lectura en el Teatro de la Universidad de Antioquia. Abriéndonos paso por un campus que semejaba un descomunal parqueo, un dédalo de incontables autos y motos, arribamos a un edificio apacible. Solo que al frente se extraviaba una larguísima fila de jóvenes que mi costumbre no supo asociar con nosotros. Pero, una vez que nos adentraron en el local, abrieron las puertas y la larguísima cola de aquel cometa de júbilo inundó el teatro. Sentados frente a un repleto patio de butacas, procedimos a leer. Hubo una recepción cálida, minuciosa, refleja. De nuevo los aplausos nutridos, los gestos aprobatorios, las exclamaciones confirmativas. Al final se formaron colas ante la mesa para que firmáramos las memorias, o un cuaderno o una simple hoja. Algunos ya nos habían oído leer y comentaban algún que otro texto, pues con los días pudimos comprobar que cuando se enamoran de un poeta lo siguen con lealtad penelopiana. Incluso no solo pedían firmas, sino que regalaban sueltos con poemas, dibujos y aún unas semillas para cultivos totalmente orgánicos, logradas por ellos. A mí una pareja se me acercó a regalarme unas vibrantes mariposas, dibujadas de sus manos, con toda la delicadeza de su vuelo. El incidente que nos devolvió a este planeta fue que, como se alargaba el tiempo de firmas y pequeñas entrevistas, los custodios se pusieron ansiosos porque querían acabar, así que, tras un par de señas, nos apagaron implacablemente los focos. Terminamos de firmar adivinando a oscuras. Verificamos que los custodios son una misma raza dondequiera, con una carencia genética para el buen humor y absoluta fobia por la poesía.

El Quinteto de Cuerdas (Chiqui, Alex, Benjamín, José y este escribidor), entre mil irreverentes chistes y jaranas, así cumplíamos uno y otro compromiso no acabábamos de descender del Aconcagua de nuestra admiración. Y es que ante cada pasada sorpresa, te sorprendía una inédita aún más desconcertante. Les cuento de lo que aconteció a Chiqui, Benjamín, el alemán Gerhard Falkner y el tulipanés, digo, holandés, Arjen Duinker. Nos dijeron que leeríamos en Barrancabermejas, lo cual no nos decía nada, y nos fletaron en par de aviones hasta las orillas terracota del Magdalena. Teníamos un resquemor incontrolable, pues nos habían dicho que el lugar era caliente, lo que entendimos como de alta temperatura, a lo que Chiqui y yo nos reímos pues soportamos comúnmente los treinta y pico de grados. Pero alguien se encargó de malignamente aclararnos que no se trataba de esa temperatura, sino de los excesos de las huestes paramilitares. Sin embargo nos hicimos a la idea, en fin que los poetas asumimos el destino como el poema que aún nos falta por escribir, quizás el mejor. Al llegar al aeropuerto, muy vigilado, como en el poema, nadie nos estaba esperando. Así que entretuvimos los minutos jugando a la ruleta rusa de nuestro porvenir inmediato. La risa suele ser un noble escondite para el miedo. Ya nos adaptábamos a recluirnos en el aeropuerto, cuando arribó, sofocado, sudoroso pero sonriente, los brazos abiertos como la salvación, José Fernando, la persona que nos acogería en la ciudad, al que un tropiezo inesperado lo había retardado.

A partir de ese instante todo fue deleitoso alivio, como quien libera la vejiga tras horas de continencia. No dejamos incluso de exponerle nuestras dudas de supervivencia. Despreocúpense, nos dijo sonriente, y teníamos que creerlo, lo decía alguien que se la juega día a día. Hambrientos –tuvimos que salir antes del mediodía para coger el avión–, sin atrevernos a evidenciarlo por no faltar a la cortesía, tras dejar los bultos en el motel de trabajadores donde nos alojaron, nos encaminamos a nuestro deber. Nos condujeron a una pequeña plaza con gradas de cemento, ante las que se alzaba un podio con sillas, que, en definitiva nadie usó por estar más compenetrados. Detrás corría el río silencioso y pesado, como un fátum indiferente. En medio de este se alzaba, protector, el Cristo Petrolero, levantado en hormigón y acero por los propios obreros para halagar la buenaventura. Se nos unieron los poetas colombianos Catalina González, Federico Díaz-Granados y otro cuyo nombre pierdo entre tantas emociones. Leímos para un grupo de ciudadanos y poetas locales, en presencia del alcalde del sitio, cuyo cuerpo de seguridad nos daba cierto respiro, aunque alguien desconfió de su exigüidad y, sobre todo, del desparpajo como desatendían su cuidado para conversar y atender nuestra lectura, peligros del buen oficio. Chiqui leyó primero y luego Gerhard pues los entrevistarían para la televisión. En su poema, la dominicana invocaba ciertas deidades del panteón afro-caribeño, entre ellas a la diosa de las aguas. Nuestras sospechas se cumplieron casi de inmediato, con un espléndido aguacero que presenció el final de nuestro recital. Tuvimos que guarecernos ante unos magros bambúes, que dieron un toque budista a la tertulia.

Tarde en la noche llegó la cena. Pero pantagruélica, de bagre frito, vaca frita, patacones a lo Botero y cervezas. No hubo mucha sobremesa porque debíamos levantarnos con los gallos para la siguiente aventura. Siempre quedan cosas por ver. A las cuatro y media de la madrugada nos estábamos desperezando. Fuimos por el tinto reanimador y, cuando la de rosados dedos apenas mostraba sus uñas, cerca de las cinco y media, ya nos hallábamos ante el portón que da acceso a la refinería. En pie pero respetuosos, interesados, totalmente despiertos, tras una breve arenga y las debidas presentaciones, los obreros recibieron la lectura. Solo leer el último verso y nos condujeron hacia otra entrada cercana donde se agrupaban obreros temporales. Volvimos a leer ante un público religiosamente afirmativo y entusiasta. El sol nos sorprendió leyendo. Fue el primer desayuno poético de mi vida. Nunca pasó por mi mente hecha a las fiebres del imaginar el leer para nadie en horas tan brumosas. Pero ocurrió.

El Festival fue una escala multicolor de deslumbramientos. Constituyó una vasta posibilidad de conocimiento y relación, en los más variopintos matices: vivencial, geográfico, cultural, poético, humano. Además del hallazgo invaluable de un receptor ávido y filial, pudimos abrazarnos poetas de unos sesenta países y una veintena de lenguas. Accedimos a asuntos y estilos inquietantes, siempre posibles, incluso cuando no coincidían con el concepto o la tradición propia. Evito mencionar nombres para no crear celos y quebrantaduras en el ánimo de feliz amistad que dejó el Festival. Verificamos la amplitud de posibilidades para ejercer la poesía, con disímiles maneras de expresar y hasta actuar el poema. Por sus textos nos acercamos a la realidad de sus respectivos mundos, lo que nos prepara mejor para comprender y aceptar. Y, sobre todo, establecimos una dinámica camaraderil que nos hacía pensar en una suerte de Naciones Unidas para la Poesía, todos con el entusiasmo de la paz, la justicia y la belleza. Un país mordido rabiosamente por la violencia, de pronto nos encaraba a los mejores valores que salvan al ser humano. Nunca podremos agradecer suficientemente esto al Festival de Medellín y su increíble público.

Y así todo –excelencia frutal, exhuberancia vegetal, calidez de cicerones, vivacidad poética, desbordada presencia de Botero, simpatía humana– fluía a su desenlace grandioso. De nuevo el cerro Nutibara, de nuevo inundado río humano, de nuevo pechos y oídos expectantes, de nuevo el fluir de voces diversas, sumándose en el entramado de textos, un ancho y múltiple fresco que exponía el mundo. Otra vez, multitudinarios aplausos sentidos, la apoteosis de identificación y afecto. Cinco horas cuarenta minutos de poemas dichos en las varias lenguas de Babel. Cinco horas y tanto de diálogo armonizante. De tensiones y distensiones inteligentes y sensibles. ¡Qué maravilla! Imposible descabalgar del asombro. La realidad nos venció por exceso. La vida es mucho más de lo que vemos, incluso más de lo que deseamos ver. Estaba absolutamente en lo cierto Martí: yerran quienes creen que la fruta toda se queda en la cáscara. No les digo “Crean”, sino, “Vayan a Medellín”.

Holguín, 18 de julio al 3 de agosto, 2008

jueves, 14 de agosto de 2008

GUSTAVO ORTIZ / SESIONES DE SOUL PARA UN EXTRAÑO


Una techumbre de lápidas
es el festín del silencio
que le quedan
a esos monjes oscuros
que me hablan
y se apiadan de mí
en una eterna condena.
******
Si creyeran en dios
saldrían perdiendo,
el tiempo es bastante pobre
para tales protocolos.
El limo de su cuello
guarda frases obscenas
como réquiem del otoño pasado.




Un extraño recorre las calles de Bogotá capital, le acompaña un duende melancólico y suicida. El poeta Gustavo Ortiz (SEUDÓNIMO: RODOLFO GARCIA L.) va con su valija de sueños y música hacia un territorio en donde solo el tiempo podrá reencontrarnos. Su poética elaborada y plasmada en mecanismos que parecieran imitar la relojería de un obstinado artesano suizo que busca el ritmo exacto, la metáfora precisa, unas veces, y otras, la cadencia musical liberada y perfecta en su vuelo de cobres, saxos, trompetas oxidadas y luminosas sobre los ventanales de la noche profunda. Esta, su obra, lo consagran hoy por hoy, como uno de los poetas más importantes de Colombia. Pese a su edad (poco menos de treinta años) este poeta, nos entrega en este poemario SESIONES DE SOUL poemas que nos acercan a territorios íntimos, en donde la soledad y el arte de los extraños, de los que caminan el lado salvaje de la vida bajo las sombras duras de la luna con su capa de smog citadino.

El poeta Gustavo Ortiz no es un poeta de imágenes falsas ni de talismanes etéreos, su arte esta grabado, repujado y labrado en los metales de un escudo funerario, una especie de armadura luminosa contra el tiempo, aquí en Griffos de NNeoNN hemos publicado anteriormente tres poemas; en esta oportunidad publicamos seis poemas ya que consideramos que su arte permanecerá por encima de vicisitudes temporales y su presencia será una Sesión de Soul dedicada a los extraños que viajan sobre la cuerda iridiscente de los malabaristas del fuego.

SECIONES DE SOUL


Rodolfo García L.



A Sandra Naranjo Pineda

y Adriana Maldonado.

A Maria Teresa, desde la otra orilla.




SOUL


Me desmiento día a día


como poeta


y solo soy una palabra.


Vivo de la decisión ajena de un poema


y el zureo de las palomas


picotea mi cadáver adormecido.


Sobre la piel de un violín


la baba de la derrota.


La soledad desconoce


que existo.




FESTÍN DEL SILENCIO
I.

Detrás de los telares

maniquíes decapitados

habitan el parque,

el aparente encierro

los ha librado del olvido,

celebran su siesta eterna

entre pétalos de pólvora dormida.

Sobre el espesor de la tarde

una sombra de mariposa

en los apolillados labios,

el insulto devastado del pasado

como una alegoría

ya seca.

El disparo estancado

entre las piezas solitarias

que laten

que beben

en la palabra

el deseo más oscuro.

Alguien los ha llamado hombres,

relojes averiados de dios,

nautas maltrechos

sobre la mortaja de un día

que arde sumiso.


II.

Tasajeador de escrituras

escrituras panes agrios

alimento mi derrota.

He guardado tantos muertos

en la empuñadura de mi boca

que apenas descifro

el último cielo.

Una flauta seducida

Roza mi abrupta piel,

Ventisca camaleónica

Sobre la guerra de mundos

Que son mis manos.

He renunciado a ser hombre

Y vivir cautivo

En la grafía de la soledad.

Una techumbre de lápidas

es el festín del silencio

que le quedan

a esos monjes oscuros

que me hablan

y se apiadan de mí

en una eterna condena.

La muerte es un derecho

para los que son memoria,

la muerte no me habla.




IRAK BLUES

La tienda de cenizas,

la calle quemada,

las nubes bronceadas de dolor,

la esquina del ruido

me enclava como a un profeta,

las noticias de los redentores

haciendo patria

no son buena miga de pan

para calmar el hambre.




BOULEVAR DE LOS SUEÑOS ROTOS
I.


Palpa la piedra,


con el aliento abre su cuerpo,


el extraño extrae la luz


de la concha del marasmo.


Sentado en la continuidad del mundo,


aspira huellas, paseantes,


desde el pórtico sin esperanza


pregona necedades.


Heridas de fonemas garzos


lavan cada párrafo de ciudad,


la pestañina de la tarde


se corre y se confunde


con los lagrimones de lluvia


de los que regresan,


aquellos que visten su sotana de viudo


en el pozo de la nocturnidad.


Las guirnaldas desvencijadas


marcan el preludio cinerario,


desde el boulevar de los sueños rotos


entintan el electrocardiograma


del día jueves:


En versos latinos,


en una salva de aplausos,


en una maraña de agobio.


II.


Cadalsos navegantes


florecen en las calles,


zurean las migajas de la noche,


infames voladoras


del insomnio de un poema,


nervaduras de ángeles caídos


erguidas sobre el viento.


Sabedor de su pena,


el último de mis hombres


resbala del techo de dios.


Cancela su cuota de amor


con la tarjeta de crédito


que guarda en la sombra


de su ojo izquierdo


donde la polvareda del tiempo


oxida boletos de invitación,


faldones de domingo,


máscaras de lluvia.


El ataúd desnudo de una mano


enciende los restos de una fiesta.


En la peña de la esquina,


sobre la ladera del destino,


guitarrones ejecutan sentenciados,


la revolución de las penumbras vibra.


III.


Los cansados escudos


se remojan en licor,


las palabras ladran inexactas


sobre el trapecio del deseo.


El sopor de la humanidad


se demarca en el roce,


en la abertura del vértigo


donde dos caen


sin saber sus nombres.


Si creyeran en dios


saldrían perdiendo,


el tiempo es bastante pobre


para tales protocolos.


El limo de su cuello


guarda frases obscenas


como réquiem del otoño pasado.


El revisa juicioso


el paso de los inquisidores.


Palpa la piedra,


con la tristeza extrae el beso,


el albacea del poema


cura las ampollas del destino.




COTIDIANA
A Lauren Mendinueta.

Las sílabas humean,


se cuela su costumbre


por los extractores


y las claraboyas sucias de la ciudad,


algo debe andar mal


en la cocina de la memoria.


En la ágora rancia


la corteza de la lluvia,


hiere tantas cosas,


incluso hasta la felicidad


de recordarla.

BACKSTAGE SOUL

Legend:

Let me to listen to something for the first time,

to say a word without history,

let me that this good-bye without memory,

they understand it as mindful good-bye

and not as profane intertext,

of tuesdays dreams,

lost tickets

and kissed songs.



Pictures that say something more:

Ariadna reading in the sands

the mathematical logic of the loneliness

read in her bitter myth

between the clock of the absence

and the ardent dampness of the caress,

this tomb of sands.

The thread is the rope or the liberation,

this way since

we can speak about Naxos or Pennsilvania.

Even the love can be sad in scene

or truth backstage.

miércoles, 6 de agosto de 2008

ALVARO MARIN /POEMAS


Álvaro Marin es un poeta caldense y colombiano en toda la extensión geográfica de su poesía. Participó en el pasado Festival Internacional de poesía de Medellín con una obra luminosa, veteada de elementos minerales y de botánica del dolor. Sus recorridos literarios por las cordilleras, los valles de las tierras bajas y los ríos en donde una tectónica abre grutas y filones a sus versos y una telúrica de peso se impone, haciendo ceder los elementos de las riveras de sus textos. En su poesía se puede percibir la lluvia y las granizadas, los derrumbes y los cataclismos de un país que en guerra trata de entonar un salmo de esperanza. Su arte poético, en algunos momentos, nos recuerda las marchas al exilio y la muerte de los próceres de nuestra republica (Bolívar) y otras veces nos narra, con la metódica observación de un botánico de la primera expedición, el deslumbramiento por una tierra que se niega a morir en el absurdo de la belleza y de la sangre. Una literatura de variados matices en donde al fondo se percibe un confrontación civil, un conflicto social y existencial que el poeta trata de abordar desde la estética de los hombres golpeados por el dolor, mas no vencidos. Poesía que en sus estructuras luminosas, nos traen la luz cegadora y la sombra tostada de nuestra martirizada patria.
Obra:
Jinete de sombras
La noche Líquida
La brújula no quiere marcar más el norte
Ha colaborado en :
Le monde diplomatique
periódicos “Desde Abajo” y “Periferia”
colabora permanentemente en la revista Cepa

Para la revista GRIFFOS una muestra de su trabajo: Un Ensayo y más abajo sus poemas

CAMBIAR EL MUNDO DESDE LA POESÍA
Una ola de poesía recorre el mundo, y a la embustera pregunta que indaga si el hombre es un ser para la muerte o para la vida, responde desde la imaginación y desde una realidad dolida: queremos crear un nuevo ser, un ser para la imaginación, para la justicia, para la celebración de la vida. Es un hecho que esta civilización en crisis está pidiendo respuestas que no pueden venir del mundo simplificado del hombre visto sólo como productor de objetos; hoy la necesidad humana, la sed de justicia, excede el sentido del hombre para la subsistencia. No queremos una vida solo para transformar la naturaleza, o para contemplarla de manera pasiva. Queremos una vida junto a la naturaleza, queremos un ser para la existencia y la defensa de la vida y la naturaleza, no un ser para la contemplación o el expolio.


Queremos un Movimiento poético compartido, con la manada humana, la colectividad. No el paso solitario del búfalo herido que se pudre en silencio, el individuo que echa a perder su tiempo en el solipsismo para irse a morir al patio trasero. Nuestra casa es la tierra y vamos a llenarla de poesía para espantar a la muerte, para conjurar el terror. Corriente arriba como los salmones que buscan el mayor grado de oxígeno, como los hombres y mujeres buscadores de luz. Vamos por el fuego que nos ha sido raptado, por la palabra justa, por el llamado a transformar el mundo y a cambiar la vida.


Vamos a llenar las calles de Colombia y el mundo de poesía y vamos a volver a sacralizar la vida. No es la guerra lo que llama a los creadores sino la defensa de la dignidad humana, el juego de las posibilidades, no la renuncia y el ensimismamiento. Vamos hacia la plenitud del mundo que se abre todos los días y vamos a empezar por nuestra propia aldea. Vamos a hacer del Movimiento un tambor, un gran tambor, el tambor resonante de nuestros corazones que se alista para el primer llamado.


CANCIÓN PARA ELIANA

Y tú, niña, no te quejas si el cielo oscurece.
Juegas a las lamparillas bajo una manta de sombras
bajo un cielo de alas negras. Y si el día arde,
y si los fogonazos de la guerra incendian el sol
sigues indiferente en el juego, en el no saber que el hombre
es un ser oscuro
que caza aves, que caza hombres.
Es mejor que no lo sepas. Yo quiero ser como tú
Yo quiero ignorar el país de los muertos,
donde un ave que pasa
puede ser el alma de un cuerpo segmentado.
El alma coja
De alguien que abandonó la tierra,
que trabajó la tierra,
que fue hundido
en la tierra.
¿Y por qué digo cosas tan tristes para una niña?
Porque la dureza ha fundado un imperio
Porque el juego de los niños ha sido suspendido
y de la selva huyen garzas con las alas en llamas.
Porque hablo desde el abismo.
Cosa terrible es hablar desde el abismo,
las palabras salen con tierra.
Yo excavo en mi aridez interior
hasta la más profunda de mis soledades,
hasta la soledad de ti.
Y sin embargo
hay una dulce gota
y una luz de azafrán en tus labios durmientes.
Tengo que confesar que estoy muerto,
estoy muerto, y canto. Te canto a ti niña, una dulce canción,
porque duermes, porque no entiendes todavía lo que pasa:
Sin el mediodía el infinito no es,
Sin la altura el espacio naufraga.
Recuerda Eliana la luz del sol
Es el reflejo de la luz de tus días
No hay muerte
Esas aves que surcan el cielo
Revuelan liberadas de tu risa.
Eres música y silencio
de la oscura tierra el color de las flores
del profundo misterio la claridad.
Dime si te gusta este ramo de girasoles
bajo el claro de luna.
También tu sombra es una niña
Que juega a ocultarse más allá del mar.
No hay muerte
Hay la llama que enciende los días
Las olas trazadas en la hoja
en donde te dibujas niña que ya no estás.
Regresas al silencio por un arco de estrellas
Aprendes, como querías,
El arte de danzar y volar al mismo tiempo.
Vuelves
Al sitio de donde venías con un ramo de luz
A espantar la luna de la muerte.
Eres la flor de una planta que en la tierra no crece
Cantas tus días en el lugar sin nombre.
Eliana, salva estos abismos
Huye de este frío que quiebra las alas
de las mariposas.
Los callados árboles te observan
Cómo pasas veloz en la danza del amanecer.
Navegas en el barco de vela que dibujas
Y lanzas una rosa de bengalas
Sobre esta noche oscura.
No hay muerte
Hay nube y árbol y pájaro en silencio
Hay la niña y la madre ocultadas,
no para siempre.
Sólo por esta noche.
Hay mariposa y sol
Cubiertos por la sombra
que será a su vez ocultada.
Ahora entiendo lo que es la luz
Que rompe en silencio la oscura dureza
Eres el árbol contra la niebla,
El ave contra la noche.
¿En dónde abres ahora tus alas de niña?
En dónde cantas y ríes ahora
Que forman cirios las nubes y
Se toman el aire crueles pájaros rojos.
Los cometas, y los peces de tinta
vienen preguntando por ti.
Dime, ahora qué les digo,
dime ahora dónde voy a encontrarte.
***
Mejor nos vamos que esta gente aquí no nos quiere,
sube a la bestia silenciosa de este tiempo.
Nos podemos perder entre sus pliegues,
por los escombros de una nave derribada
en cualquier fragmento de hojalata.
Huir por la hendidura del tiempo en el espacio,
entre las llamas del medio día o entre una herida del sol.
Montar a pelo el viento donde arrojamos la semilla,
por esa playa de Santa Marta por donde huyó el que aró en el mar.
Abandonar este abismo donde el sol muere,
huir de estas llamas que se agitan como el látigo
del tiempo perdido.
Colombia es una niña a quien todos atormentamos
el tiempo es el golpeteo de sus manos, y el sol una amenaza.
Hasta la niebla parece venir de abajo,
desde la oscura entraña de los holocaustos,
del fango y las lianas intransitables que nos acogen.
Ayer asesinaron, hoy es la fiesta,
la sangre es el verbo que se consuma.
¿Y acaso no hay otro lugar adónde ir?
No hay lugar.
Sólo existe esta herida: el cuerpo quebrado de la niña
como cáscara, como hueso de ave, como aire de nadie
como pájaro que ha perdido el poder del vuelo.
Y mi niña me pregunta cómo ha sido este día

entonces esquivo la respuesta con un juego de palabras
cualquier juego, todos jugamos a la nada.
Y sin embargo veo un frente de luz.
Y yo le digo que hoy
cuando el sol vetea el día con sus lanzas doradas
miramos el horizonte por infinitésima vez
en el viento cálido que traen los meses claros.
Cantamos para que la luz sea,
también la luz tiene su parentela.
La luz, ya se dijo, es hija de las palabras
pero también es hija del canto, y de la danza.
Cantamos para encender la llama al fondo de la noche.



Crónica del paso de la cordillera
(Fragmento)

Cabezas clavadas en las puntas de las lanzas
nos muestran que no somos los primeros
en intentar el paso de la piedra empinada.
La realidad es feroz, lo monstruoso domina
por el terror: la realidad pura, la estrecha realidad
de la muerte representada como cabeza lanceada
es una forma del terror.
Vamos, unos dormidos, otros sonámbulos;
otros deliran: “esta es la historia” dice el moribundo entre los brazos de su mujer, “esta es la historia,
es el paso de la cordillera en el año de 1819”.
Desvaría, el pobre delira.
Y alguien pregunta por los hombres talados,
por los cuerpos arrojados al río: es la mujer,
la fantasma loca, la esposa del supliciado.
¿Quién viaja por estas laderas de muerte?
Pasan los arrieros del viento
con sus recuas de mulas hacia la colina incendiada.
Las toscas medialunas de las herraduras
tachonan la noche de verdinegra melancolía:
mulas de fuego y mansedumbre,
mulas de grano y de arsenal,
monturas del relámpago, mulas de oro,
grises mulas de sombra y camisas sangrantes.

Bestias de dios en la procesión silenciosa,
en el misterio de no saber
hacia donde llevan nuestro cuerpo talado
como un tronco de árbol.
Cadáveres al lomo de la niebla
jinetean el páramo y la ardiente playa.
Y estas medialunas
relumbran sobre el pan amargo
y sobre las cuerdas reventadas
que los músicos ya no saben pulsar:
los dedos separados del pie,
los ojos ya fuera de sus cuencos.
Pasan los frutos desprendidos del árbol,
y es realmente el cuerpo de Colombia
el que pasa en andas
sobre el lomo de los caminantes
en la fiesta del Corpus




Crónica de las tierras bajas

Del río grande y generoso
salen ahora las canastillas de mimbre ya sin peces: el mimbre solo como las costillas de la res
bajo las alas negras de los zamuros.
Oscuras nubes persiguen la ceiba cargada de luz, pájaros incendiados vuelan de la casa en llamas
y cuando llega la noche
la obsidiana corta el cuello resplandeciente
de los venados.
Nacido de la mano del hombre el cuchillo desciende y en el asa trae las manos de vengativos dioses.
La creciente levanta grandes y pesadas piedras,
y baja de las altas montañas gruesos árboles
que se sumergen de pie en el mar;
pero en la ciudad
los desterrados son la espuma de la creciente, extrañados viven bajo el techo del cielo,
y tienen una niña que se llama luz,
un perro que se llama celeste
y un destino arrojado a las brasas del sol.


DESEO

Podría decir cielo de plata o luna azul
Pero esa no es mi voz
Y si dibujo una estrella es solo
Para ahuyentar mi sombra
Adivina de la noche descifra esta agua
Soy el mar solo acercándose a tus orillas solas
Y hoy quisiera hacer de mi voz un mar de luz
Para la sed de tu noche
Que mis pasos tengan la resonancia del alba
Cuando busco tu huella
Y no el abandono del sol suicidándose
Al final de la tarde
Que mis palabras sean un rumor de alas
Y en el momento de escribir la palabra amor surja
Una bandada de pájaros que silencie el ruido
De los huesos del aire
Y si es por la danza de mis aguas en la noche de tu cuerpo
Que el deseo nos devuelva la dulce y dolorosa memoria
Del paraíso perdido.



Álvaro Marín