domingo, 14 de septiembre de 2025

"CINCUENTA SOGAS DEL BUEY" y (200 AZOTES EN MODO RAW-SPANKING CUNDIBOYACENSE)

 

"CINCUENTA SOGAS DEL BUEY"

Y

200 AZOTES EN MODO: RAW-SPANKING CUNDIBOYACENSE


(STAND UP IRONIC COMEDY OF HORROR

 AND SADOMASOCHISM)

BY

Omar García Ramírez.

2025



(Todas las fotografias tomadas de la pagina:https://www.kinbaku-japan.com/)*






"Jugar al amor, es peligroso Betsy. 
Es como jugar ajedrez
Y siempre estar en jaque mate
Jugar, siempre trae daños colaterales
Y una mala jugada, no se puede cambiar.

Tranquila Betsy
No eres la mujer más triste del mundo
Con una cerveza en la mano
Un cigarrillo
Otro amante ocupará el lugar del que se ha ido, y la noche
No llorará por ti todo el tiempo 
O si Betsy?"

"No juegues al amor Betsy"

Alexander Velez


L


 1



La soga de cuero trenzado…

es tensada sobre una viga de madera.

La mujer, burdamente inmovilizada por un crudo tejido corporal

realizado con un rejo engrasado

está con las manos atrás y suelta un gemido doloroso.

El macho se posiciona sobre ella.

La sombra del azote…

La palma de la mano  que estalla sobre la grupa blanca.

El animal urbano sonríe.

El bruto amante ocasional devenido en amo; toma posición y comienza a establecerse.

El gorrilla que se lleva el magro premio.

Grande y peludo, apesta a colonia barata y es pesado.

Cumplía su cometido.

Ese fuego en hierro que quemaba.

Y ese silencio rasgado en el espasmo de pulmones embriagados.

Era solo eso… nada más.

100 kilos de carne encima

                                             para ella que venía de todo…

Era suficiente.

En tiempos en donde el amor romántico había muerto

y solo quedaba el fast food de la feria, el carrusel y el supermercado.

 

  





2



Ella se llamaba Alondra Samantha... 

y había transitado por infinidad de calles, ciudades y labores.

Había saltado de mata en mata.

Su corazón había sido acribillado.

Desechado diez veces y doce veces más, tirado a la cuneta.

Había sido utilizada como muñeca de utilería otras cuantas 

                                            y solo quedaban mordeduras…

          Cicatrices burdas como de soldadura sobre latonería barata.

Pero ahora estaba empoderada.

Y en tiempos de mecánica cuántica; I.A. y redes virtuales…

En donde todo estaba a un golpe de click…

Experimentaba con entusiasmo y con brío; surfeaba los laberintos del gran supermercado de las afinidades electivas.

Era hundirse en el abismo y dejar que sus besos navegaran

                     y quemarán sobre las olas con sabor a sal y sangre.

El amor había muerto; y ella venía de cerrar las puertas del cementerio después del sepelio.

Los capítulos más oscuros de su vida

los había vivido en la penumbra de los cuentos de la infancia.

Era la caperucita devorada. Unas veces.

Era la caperucita con la escopeta de perdigones humeante

que hacía sombra sobre la cabeza del abatido lobo. Otras tantas.

Su falda estaba sucia;

llenas de hojas secas, marcas de fuegos forestales

                                                  y besos de pólvora.

Y ahora, sonreía sin compasión, sin pena.

Para esto había nacido.

“La vida es corta”, se decía y entraba disparando a quemarropa

y dejaba besos como quemaduras de ácido en los pechos de

                                        aquellos carroñeros sentimentales.

Los que rondaban en las redes 

olisqueando los cadáveres ya descompuestos

de romances rotos, de  señoras un poco pasadas, 

que se lanzaban de nuevo a la arena.

De cuerpos mutilados y lacerados, 

de bocas cortadas por golpes de velocidad y hastío.

De besos deformados en los sanatorios del sexo.

Y de sexos mutilados y sangrantes

                                    en los quirófanos de los inviernos duros

                    cuando todos se lanzaban a una orgía de caníbales

para celebrar el fin del mundo....

Bajo la luna ulcerada que iluminaba las ciudades agonizantes.


Él, se llamaba Godofredo

apodado: "El Buey" por Alondra Samantha.

Ahora....tensa las sogas…

Pero solo sabe de nudos burdos

aprendidos en faenas de vaquería y rodeo.

Aprieta con malicia; 

reduce e inmoviliza la figura estilizada de Alondra

convertida en una criatura frágil, 

destinada a la apertura violenta de su sexo

cubierto por una hirsuta mota de vello púbico…

Mientras los azotes iniciales, pesados y con ritmo

                                    se dejan caer sobre sus nalgas

                                                     y toda ella es sometida

 A la brutalización despiadada, en erótico ritual de sacrificio.






3


Él se llamaba Godofredo. Ya lo dije arriba.

Su padre carnicero inmensamente rico y analfabeta violento.

Lo había marcado con esa chapa vocacional desde la cuna.

haciendolo participar en las matanzas de los animales

y en sus tareas sangrientas de descuartizamiento.


Ella, lo había apodado cariñosamente: “Mi buey”

con la intension de ponerle el anillo entre la trompa.

Lo había abordado a la salida de una galería de mercado.

Tenía la estatura adecuada.

Y su peso sobre una romana, oscilaba entre los 90 y los 120 kilos. Dependiendo de la temporada.

No había leído un libro en su vida. 

Solo sabía beneficiar reses y cerdos. 

Todo un deconstructor de artiodáctilos y rumiantes. Que se dice.

Ya que "El Buey" (debemos repetirlo) 

era carnicero por tradición y vocación.

Tenía modales rudos y lentos, no exentos de cierta torpeza de bovino.

 

Ella, en un principio, tuvo la tentación de educarlo.

Después pensó: Para qué perder el tiempo…

(Estudiosa como era, de las artes de las mentiras refinadas y  la manipulación).

Y luego reafirmó:

No des de comer perlas a los cerdos...

No des educación aun macho bruto...

Solo ponle la cadena y deja que tu hipergamia haga el trabajo.

No estás aquí para llevarlo a un podio.

Ni para convertirlo en un gentleman.

Ni aunque se pudiera reforzar con el método Ludovico.

No puedo traicionar a mi tribu woke. 

Bruja soy de la corriente wicca.

Y qué más da si lo convierto en burro. Igual no se daría cuenta.

Dejémoslo así y que haga su trabajo.

Es moderadamente violento y le gusta el futbol.

A veces es tierno y llora de angustia.

Su trabajo de carnicero a veces le pasa la factura.

“El amor romántico ha muerto”. 

Ya solo es sangre y a veces el brillo maléfico del oro.

Y también la música primitiva del antro voraz que nos consume

en un fuego negro de espasmos narcóticos…

Así es mejor. Soñando en las fronteras de la amnesia y del olvido.

Mordiendo sus heridas, escupiendo mi veneno.

 

"El Buey" retoma su tarea.

Tensa las cuerdas de cuero, patinadas de grasa y de betún.

(Ella le había dicho, que eran mejor las de 9 metros reglamentarios de cuerda de fique dentro de la ortodoxia japonesa; pero él no se quiso comprometer a estas duras y estrictas ceremonias; Si Alondra Samantha no aceptaba que se hicieran con cuerdas de rejo retorcidas, las pieles dolorosas de los rumiantes muertos; sencillamente no lo haría).

Y Alondra aceptó. 

y encontró después en ello cierta vulgaridad excitante

Y terminó por pedir estos artilugios de sumisión y bondage en cada sesión.

"El Buey" respira exitado...

después de anudar las sogas a la altura de la cintura…

Y de cruzar una cuerda penetrando la hendidura de los labios mayores y la rosa negra del culo. Para rematarla en nudo corredizo en las muñecas de Alondra atadas a su espalda.

De nuevo "El Buey" arremete en su cadencia de azotes...

Uno y dos más, diez y doce treinta y dos…

Y así siempre… En el crescendo de la orgia.






4


Alondra Samantha...

Venía del Gran Caldas, de un pueblo perdido 

en la zona cafetera colombiana.

Ella se había bautizado de nuevo…

El nombre de origen griego; el de pila original

que su madre le había puesto; le parecía vulgar.

“Es un nombre hermoso”: 

Le dijo un artista con el que había mantenido un romance borrascoso. (Y también, una separación traumática después de una golpiza propinada por el bardo, entre las brumas de un bar lunfardo. No un poeta astroso de cinturon a las tetillas y cara de Ramapithecus lírico, tan a la moda y adorado por el mainstream cinéfilo; este era un anarquista de  estilo duro y afilado, con sombrero Borsalino).                                        

Pero ella; refractaria a estas lisonjas, no lo aceptó.

Quería un nombre de batalla. Un escudo de guerrera.

Una chapa para correr los antros y burdeles de la noche.

Ese que le había puesto su madre, le parecía un nombre frágil

                                               de mujer perdida en un laberinto.

Yo voy con mis heridas a la refriega; se dijo.

con mis no muy agraciadas tetas a la primera línea de la guerra.

Era un nombre trampa: un nombre compuesto de dulzura y misterio,

ya que parecía frágil el primero; como la miel para cazar a un oso

y ese encanto de hechicera en el segundo. 

En donde se ocultaba la ponzoña y el veneno.

Había tenido media docena de  noms de bataille anteriores.

Algunos puestos por sus amantes ocasionales:

Karenina la minina.

Karen Dinamita

Yesenia la bandida.

Selene la panchota.

Casandra la malandra.

Pero todos habían quedado atrás

como disfraces baratos de una feria que se había ido del pueblo.

Ahora solo quedaba ese.

Y era ese nombre  

con el que quería hacer carrera por el resto de sus días.

 

A Godofredo “El Buey” cómo no; le encantaba.

Y se lo hizo tatuar en su pecho peludo.

(Un tatuaje torcido y en letras del gotiko

hecho por un burdo tatuador con pulso de Parkinson de la periferia).

Ella, alabó con ironía esta marca de tinta corrida un poco con desgano:

“Si tu padre, el ya casi difunto ganadero, te hubiese marcado con un hierro ardiente como a becerro. Estaría mejor mi dulce bruto”.

Dijo sottovoce.

pero despues se arepintió de su crueldad...

Y a su vez, se hizo tatuar un costado de la cadera 

con un astado descomunal. Cerca del escorpión, más abajo de la rosa.

Y en la base de su coxis un letrero muy explícito:

 “Don't stop, just keep going until death”

Lo había copiado de un reel de una tiktoquera puertoriqueña amante de la “música regeatonera” y de las divas del mainstream como “Karol P” una dama pelirroja; cantante de cara bembona y culo de carrocera a la que llamaban "La Panchota"…(no se sabe si, por las líneas exquisitas de sus letras llenas de metáforas brillantes; o por la descomunal y abultada vagina dentada que exhibía en paños menores durante los conciertos para el éxtasis de sus admiradores y admiradoras)

Canciones del melao candomblero de fórmulas tribales muy sandungueras para mover el jopo y sacudir las tetas.                                                           

El lema le había parecido genial y original.

(Ignoraba que miles de garotas y ragazzas street figthers ya se habían tatuado ese lema de legionarias de los callejones y los antros. Y como tal, sería trending topic por una buena temporada, dentro del rebaño matrix- tropi-bomba-narco-tropical).

Y todas ellas se ponían a mover el culo y a postearlo en las redes...

Porque si no para qué se hacen  tatuar esa caligrafía canalla sobre la carne trémula.

Y luego perforó su nariz con un nostril.  

y se colgó un piercing en su ombligo.

Y luego pensó en operarse los senos.

(Cambiar esas flácidas y marchitas glándulas, maduradas y pasadas por las mordidas del folleteo, por unas nuevas y grávidas de silicona japonesa).

Cosa que motivó mucho al Buey.

Quien decidió que este tipo de cruzadas estéticas valían la pena.

Y quedó comprometido en financiar con presupuesto esta inteligente determinación

                             para agraciar a su bicha predilecta. 

Pero el piercing del ombligo era otra cosa

                                      cercana a un fetiche poetiano.

(Ni ella, ni él, sabrán a que se refiere este cronista del ciberespacio, con ese adjetivo de cuna literaria. No importa, no es necesario para la continuación de esta pequeña y perversa saga de provincia)

“El Buey” se había obsesionado con morder aquella prenda.

Y en la acometida feroz de una noche de aguardiente.

Se fijó en la pieza artilugio de su ombligo, esa dorada perla con energía sincopada. Se inclinó con su burda cabeza de Minotauro…abrió su jeta y quiso arrancarlo con sus dientes.

Ella se defendió a cachetazo limpio

                              y arrancó mechones de cabellera hirsuta.

Y mantuvo al animal en celo controlado.

El le guardó rencor por tres o cuatro días.

Y después, poco después; se reconciliaron.


Y entonces él...

La llevo a comer fritanga a la salida de un partido de futbol. 

El clásico capitalino.

Pero cuando las hordas deportivas salieron dirimir sus diferencias a punta de puñal y de garrote. En medio de una humareda de caña brava y de Bareetha.

Salieron corriendo de allí, ya muy asustados cuando una cuadrilla de hinchas radicales entró al tropel a cobrar sus cuentas en rituales de acero bautizado en sangre y lubricados de manteca.…

(Algo habitual y normal en estas fiestas balompédicas colombianas).

“No te preocupes BB que yo te cuido”

Le dijo Godofredo “El Buey” y sacó pecho.

Aunque el culo lo tenía  fruncido.

Ella supo esta vez que andaba con su escudero del sur

cuando cruzaron una calle peligrosa, llena de atarbanes,

                                         sin que nadie les tocara un pelo.






5


La sombra del azote 70 se refleja en la ventana del hotel de carretera.

Luego la mano velluda del carnicero toma el cuello de la Alondra...

Y parece que fuera a inmovilizarla para desplumarla.

Le amarra los tobillos.

Y después sus muñecas para atarla a la cabecera de la cama.

Mientras la toma con rudeza y la posee con frenesí de jabalí.

Ella, atrapada cede y abre su boca buscando aire…

Al límite del desmayo su ojos buscan una luz que se filtra por los ventanales mientras el ruido lejano llega de la ciudad nocturna…

Kilómetros abajo todo crudo.

El abismo de los últimos fantasmas que rondan esperando su número de suerte. Su toque de Midas, su jugada fatal.

Entonces "El Buey" afloja los amarres y retorna a la refriega;

Alondra Samantha ya liberada.

Arremete  saltando entre las piernas densas de su buey y troglodita

que regurgita algo de saliva mientras muerde su cuello...

Y para ella, que es delicada, no es una muestra de fineza.

No se podría comparar con los modales de un caballero inglés cortejando a una dama victoriana; digamos un sir Richard Burton. Viajero y etnógrafo, conocedor de las técnicas sexuales milenarias de la India...si nos ponemos muy salsas, primorosos y exquisitos.

O como aquel amante ejecutivo

que se levantó una vez en la piscina de un hotel en Girardot

                                 en su época de cocotte de tierra caliente y que le aplicó las tecnicas refinadas de la Kunyaza y la detonó hasta bañarla en su mieles de cachaza.

Pero qué podíamos hacer, si esto era lo que había.

Si esto era lo que necesitaba. Era hora de follar y de brindar.

Y como en el cuadro de "La gran fornicada colombiana" pintado por el gran BargDhaz: Despues del furor. La calma. 

La cerveza de marca alemana helada.

Y un cigarrillo humeante sobre el belfo inferior de su macho alfa.

Y ella con su Smartphone a darle scrolling 

                                          buscando dopamina digital

                                                   entre la niebla de la borrachera.

 Y ahora él dormido y roncando entre las sucias sabanas.

                   Hermoso para ella; con su cara de ternero destetado.

Entonces le pareció que aquella tierna escena

                              era el marco perfecto para terminar la jornada.

Y tomó su ineludible selfie.

Apoyando su cara de princesa vieja, poniendo cara de ahegao junto a la cara bovina de su héroe…Y la instagramió sin perder tiempo para ponerla a rodar entre las redes.

Todas sus antiguas amigas...

Camareras, dependientas, bodegueras, tenderas, tomaseras y pisqeras del burdel…Se morirían de envidia. Eso era seguro.

De eso, no había ninguna duda.






6


El amor romántico había muerto…

Ya no existiría esa meliflua influencia del poema.

Ya no la flor, ya no el canto de un cisne perdido.

Ni el  jurar amor eterno sobre el reflejo de la luna.

Ya no el azar. 

El descubrirse, como amigos lejanos que vienen de dos mundos

en una calle, en donde todo el universo sonrie con estrellas.

Las miradas esquivas. El temblor del primer beso.

El paseo en bote al atardecer en un lago de melancolía y frio.

Todo eso había terminado.

Ella, Alondra Samantha  lo sabía.

Había pasado mil veces a la izquierda...

Y mil veces a la derecha sobre su Smartphone. En las apps de citas.

Rostros de hombres sonrientes con mascotas…

Torsos de falsos machos alfa con barcos de cruceros al fondo.

Jetas de machos betas con caras de estúpidos y adictos.

Otros con escenografías de teatro para impresionar a las féminas.

Todo muy clean, todo muy de utilería.

Músicos, baladistas y pianistas que desafinaban.

Abogadillos de medio pelo y escritores caminantes del Dharma.

Y pintores, en cuyas extrañas caras expresionistas, se adivinaban las huellas del talento de muchos genios de la plástica; todos de diferentes escuelas, que habían dejado secuelas. (Nunca se puede dejar de agardecer al dandy Wilde por estas joyas atemporales de ironía, distorsionadas por este cronista... Mejor digamos apropiadas y reinterpretadas).

Y ejecutivos y tenderos; camioneros todo terreno y toreros lisiados.

Narcos y malandros rijosos de Tijuana, 

                                                  embebidos en tequila y marihuana.

Y ella pasaba de todo ya que buscaba el top ten…

Estaba convencida de ser única y merecerlo todo.

Ya pasados bien los cuarenta. La competencia es dura.

Pero también hay mucho ganado de descarte. Nada está perdido.

Mucho estúpido babeante que se queda en mitad del camino buscando su carroña romántica y sentimental.

Mucho idiota medio desubicado, buscando su princesa añeja.

Y aquellos últimos...

con los que había sufrido por lustros la rutina, 

solo merecían el desprecio y el olvido.

Trabajadores, Madrugadores y proveedores.

Gentes y hombres más o menos decentes.

Salarymans, esos Washei-ego. Asalariados de rutinas grises.

(Este cronista aficionado a los comics,al manga, y al Metal Hurlant, utiliza estos neologismos; aclaro y no me excuso. Este es mi jodido cuento. Si nos les gusta búsquense otro. Eso sí les advierto que se aburrirán y morirán de tedio.)

Hombres con proyectos y algunos con grandes ideas. 

Que también los tuvo. 

A todos, los había enviado con una patada al basurero.

Y su risa, ya no de princesa vintage 

sino de hetaira añeja en franca decadencia.

Se tornaba más sofisticada. O eso parecía…

¿Solo se había endurecido y ahora iba a por lo suyo?

¿Acaso, no se había educado en las diez líneas de los coaching de relaciones que aparecian en su celular cada día?

En los valiosos consejos de los los Pikup Artists de parte a parte. 

Los gurús y brujas del ligue y del troleo; que corren de bando a bando. Los generadores de contenidos basura, cada cual más delirante. Lesbianas y maricones con brillantes estrategias de flirteo y de banneo. Cada uno con sus métodos y técnicas para enredar a la peña. Psicólogos de tres al cuarto y maestras de la ginecocracia en marcha cinco:

“Cómo mirar a tu macho y derribarlo con una mirada”

“Cómo atrapar a tu doncella y desflorarla per angostam viam la primera noche”.

“Cómo poner cara de muñeca sexi y que se derritan por ti a la primera cita”

“Cómo lubricar a tu muñeca de hule y quitarle los hongos de su vagina de termo succión”

“Cómo hacerla que retorne en tres días y te ofrezca un blow job con cubitos de hielo y wiski”

Y así ad nauseam cada día en tu gadget administrado por los señores de la Big data.

Y por último:

“Cómo escapar de este teatro miserable, si aún estas vivo. Conviértete en un lobo Sigma y que se jodan todos”. (Que, debo decirlo… como cronista que se ha tomado la red pillDentro de toda esta basura, era lo más sensato que se podía encontrar.

Salir de allí; y desaparecer de ese carrusel de sexo de gimnasio barato dominado por amanerados fisicolculturistas atiborrados de creatina y hormonas; en el oscuro y maloliente falansterio digital. Era una alternativa, gran alternativa, para los que estaban despertando.

Y después…

Se quejaban de las barras ultra y los colectivos Angry young people que conformaban las legiones nocturnas en las batallas violentas  contra la estuctura Matrix. Todos los que en las margenes, se estaban rebelando contra ese modelo de alienación sexual, vendido como liberación.

Pero volvamos a Alondra Samantha:

¿Acaso no estaba preparada?

Escuchaba y seguía a los influencers de moda.

Las técnicas estoicas adaptadas a los juegos de poder.

Las maquiavélicas fórmulas, Los enredos de alcoba y de burdel.

Los hechizos de factura digital para la programación y el hackeo mental. Las técnicas del sexting; las miserias del gosthing.

Las disciplinas de guerra romántico cultural, que según estos diseñadores de pasquines digitales Habían sido la única ocupación de Marco Aurelio, Epicteto y compañía; estoicos y sofistas de la Italia y de la Grecia antigua. Los pensadores que venian del Stoá poikilé gladiadores esprituales, filósofos y emperadores que se habían dedicado a orillas del Mediterráneo hace más 20 siglos a diseñar estrategias futuras para los amantes en las minúsculas y ridículas guerras de poder del siglo XXI. No; no se habian ocupado en guerrear para conquistar el mediterraneo y el mundo conocido en medio de brutales y sangrientas batallas bajo las estrellas de los dioses; se habian dedicado a filosofar, para motivar a los esquizos del sexo y ligue del estas epocas doradas.

Hasta aquí habían llegado esos tesoros de filosofía y recién descubiertos Por tik-tokers que en su vida habían leído un libro.

Eran mirados con fascinación por Alondra Samantha cada mañana…

Y ella a su vez ejercía de maestra...

Para irradiar estos “tesoros filosóficos”

A su amiga solterona y bujarrona,  y a su confidente la gran bembona

y a la putilla petiza con aires de vampira, roommante de pensiones

(hostelería barata de amazonas mercenarias del amor);

y  a la bruja del barrio proletario en donde vivía.

Todas ellas…

Mamaban de esa sabiduría turbia filtrada en sus Smartphones cada día. Y utilizaban palabras como empatía y relaciones tóxicas.Y empoderamiento y Liberación y amor confluente, gaseoso, líquido, semilíquido y coloidal.

Ya no eran las novelas Corín Tellado…

Ni los dramones de Hollywood…

Eran estas micro capsulas de sabiduría que destilaban los adminículos omnímodos y ubicuos del capitalismo conductual de vigilancia, que, a fuerza de repetirse; multiplicaban exponencialmente el algoritmo que estimulaba las mentes paranóicas de las masas atrapadas en las mil mesetas del desencanto.

Alimento conductual , esquizofrenia y propaganda…

Para señoras gordas, para flacas cimarronas, para mujeres de oficios varios y precarios. Para divergentes, convergentes, colectivos inscritos dentro de los LGTBSDMXXL.

Para soñadoras con su príncipe azul,  que manchaban cada día sus vestidos de labor caqui en los oscuros arsenales y bodegas de la industria alimentaria; aplicando blowjobs desesperados a celadores y vigilantes gordos con piel de mantequilla, en medio de un centro comercial ruidoso, lleno de golems y zombies del rebaño Matrix en el frenesí del carnabal consumista. O cerca a un estanque pantanoso y fétido lleno de sapos proletarios, operarios grises y labriegos sucios.

Las bromas destructoras y los encantamientos de aquellas niñas sabias de los tiktokers

La forma en que se debe agenciar la cara para hacer el ahegao.

Cómo llevar los rímeles y los pintalabios más exquisitos.

Toda ella educada en las fórmulas triunfadoras de del fin del siglo.

Sabía, sin lugar a dudas, que estaba en el comienzo de nueva era.

Se dijo para sí, que había el perdido tiempo.

Mucho tiempo; y que solo ahora mientras maniatada

Recibía los azotes número 90, y 100 del Buey narcotizado

Era feliz…

Estaba en su fandango y bailaba su tango feroz 

mientras afuera llovía…

Y eso era todo lo que necesitaba.

Lo demás era milongas sin futuro.

Ese eterno presente aquí y ahora; 

su cara de hechicera urbana tallada por la luz mortecina

que penetraba los ventanales de aquel sucio motel on the higway

con dos estrellas de pensión de mala muerte…

La disolvían y fijaban en fragmentos de siluetas que emanaban

                      del kinetógrafo negro, como sombras chinescas…

Se hacía fantasma de su sueño… mientras desaparecía.

Empotrada, amarrada y lujuriosa

bajo el rudo spamking del buey enardecido.






7


El Buey no entendía de sonetos...

Ni almibaradas películas de Almodóvar.

No le gustaban las historias largas Que durasen más que el minuto de una aplicación de dopamina: L.D.  lisérgico-digital.

Solo estaba centrado en  su trabajo para hacer dinero.

Pagar a sus matarifes del mercado y surtir de carne a la tribu carnívora de la plataforma citadina.

En un principio. La encontró muy flaca y esmirriada para su gusto.

No tenía tetas, pero se dijo que eso se podía solucionar con algo de dinero. Le gustaba su culo, grande blanco y generoso.

Y cuando ella le hablo de entrar a Only fans le dio un par de cachetadas.

No tenía muy bien claro que era eso.

Pero sí le habían dicho

que era una plataforma de putas que se empeñaba en romper records.

Quizas en el ciclismo, el atletismo y el boxeo. Se podía entender.

Pero eso de comerse 300 pollas en una hora.

No iba con sus estrictos preceptos de capitalista tercermundista.

Porque eso no era de católicos ni cristianos... Y él era de costumbres y tradiciones muy de carniceros…También recios paperos por parte de su madre y gentes honestas de la agricultura intensiva y de la tierra Boyacense.

Cuando ella un día cualquiera 

le habló de liberarse y de entrar a bares swingers...

La acompañó de mala gana y casi por curiosidad.

Pero terminó estampando a un gordo ejecutivo muy meloso contra una de las barras de aquel antro, que prometía higiene y respeto y a la postre resultó ser una covacha mal iluminada; frecuentada por chaperos, putas, lesbianas de tres al cuarto; carteristas, pajeros y chulos hípsters con colitas en el pelo y chalecos de colores chillones muy erotizados. Cripto-sidosos y exhibicionistas de perfumes baratos y voyeurs de ojos saltones y vergas descomunales que se masturbaban tras bambalinas. Vampiresas energéticas con tacones de 12 centimetros; monjes y jonkies del control: psiquiatras y psicólogos en la línea de la triada obscura, buscando sus "pupilas (os)" para llevarlos a sus fármacos particulares, donde poder someterlos (as) a sus juegos narcisistas; y damitas desubicadas con síndrome T.L.P. en modo: carrusel de Disneylandia sexual, exhibiendo sus primorosos cuttings de muñecas y navegando su noche candomblera saturada de pesadillas borderline.

Godofredo era un macho de armas tomar.  Y no iba a soportar a estas cuadrillas de la noche depravada.

La sacó a rastras de allí y la azotó en plena calle

                                          bajo una llovizna helada.

Ninguno de los del circo swinguer se metió.

Solo disfrutaron del espectáculo, como quienes ven una escena más; teatro del Grand-Guignol urbano. Se reían a mandíbula batiente.

Hasta que como siempre; los vecinos de la zona roja avisaron y llegó la policía.

Y se les acabó la función.

"El Buey" amaneció en los calabozos de la metropolitana en donde esa noche, se había dado en la trompa con tres tombos.Y por ello, pagó una semana más en las celdas de rigor y de aislamiento.

Pero no había de qué preocuparse...

Los abogados de la familia: Los viejos conciglieri

Todos eran profesionales. 

Con las manos curtidas en la tinta del dinero de las mordidas.

Y los dientes teñidos de nicotína y cafeína. 

Corbatas de rombos, trajes de terlenka y pañuelos purpurinas.

No amanerados tinterillos de pasarella y de postín. 

Eso debemos admitirlo.

Lo sacaron con la "fianza" más económica. Y sin cargos.

Eso era todo… y punto.






8


Ella lo denunció de nuevo y habló en su contra.

Las cosas no prosperaron, con mala suerte para ella.

Él, callado e impertérrito guardó silencio.

Ella amenazó con irse.

Y él le dijo muy calmado: "Toma tu camino" y le mostró la calle.


Y ella, orgullosa como era, se fue por un tiempo, explorando otros mercados…

También, nuevas aplicaciones más osadas y atrevidas...

Y más liberadoras.

Se dijo que: Necesitaba tiempo para reencontrarse.

Se vio sentada de nuevo en las citas programadas, a tomar su café, abrir el foco de su female glaze y vender su capital libidinal; toda una Lipovetskyana Après la letre.

Con nuevos tipos: dermatólogos con psoriasis; psiquiatras de provincia adictos a los barbituricos; entrenadores de gimnasio cual monos trasvestidos en sus mallas de neopreno y camioneros atiborrados de speed buscando su Higway to Hell y...también, taxistas...

(Bueno, estos últimos, siempre habían sido su debilidad. Y habían terminado por convertirse en una especialidad. Sabía aplicar rápidos y profundos blow Jobs nocturnos entre carrera y carrera a estos solitarios pilotos de la noche, faena de experticia que la ponía a cien).

Pero su amplio espectro de gustos ya se había reducido.

Se vio de repente, rebajando los estándares:

Toreros tuertos, los mismos de arriba...

                          Pero ya casi muertos... 

Saltimbanquis bazuqueros; payasos deprimidos y magos carteristas…

Coyotes de baja California 

                           con las huellas del desierto en sus pelajes.

Cocineros españoles expertos en brebajes y paellas; 

                           vegetarianos en su salsa; chamanes de Sumatra…

Detectives grasientos y apestosos, de la oficina central; con ínfulas de escritores pulp, que habían montado operaciones PSYOP de bajo presupuesto y nulo ingenio, para buscar al Yeti; grabarlo con cámaras digitales y después proyectarlo bajo la sucia luz de sus delirios.

Tangueros y roqueros argentos, caminantes del coño sur

que pasaban por estas dulces tierras del trópico

                                               para comerse unas cuantas nativas

Ante de seguir sus correrías

de mochileros astrosos e ilíquidos

                en viaje de baretha y Psilosybes hacia Centro América.

Ejecutivos de industrias fantasmas; jefes de personal de cadenas de comidas rápidas. Tiktokers de caras malandrosas y tatuajes hasta debajo de los parpados. Y personajes cuyos rostros no correspondían a esas fotos tipo "Brad Pitt" que exhibian en sus falsos perfiles de las pantallas en las apps de citas y que ahora, frente a ella, se manifestaban como hambrientos depredadores con caras de chulos engominados que le decían de entrada: “Eres una monada flaca... pero la cena la pagas tú...Ah... y no te pares cariño, deja quieta esa cartera... tengo una pistola apuntandote bajo la mesa”.

¡¿Pero dónde putas habían quedado los galanes; los maromos de las series y películas?!

Sex an the city; creada por los guionistas talmúdicos de New York, con esa pléyade de ejecutivas feas y cachondas cortejadas por juppies cocainómanos y corredores de bolsa medio lunáticos, quienes en las noches de farra, vestidos con chaquetas de Luciano Soprani; sueltos del carrete e inspirados de farlopa y vodka, pateaban hasta la muerte a mendigos en alguna callejuela del Lower Manhattan.

(¿Estaré equivocado de pelicula, o de libro?... Bueno, a estas alturas que más da. Casi todos estos "Signori", de una u otra forma, terminan convertidos en unos American Killers o American Psychopats...)  

Y las Cincuentas sombras de Grey; con ese magnate multimillonario, sadomasoquista hermoso y dominante; generoso y educado, quien dejaba el trajín de excelsos aquelarres y mascaradas con scorts de pasarella de Milan, regados con champañas francesas en su mansion newyorkina de Long Island referenciada en Eyes Wide Shut de Stanley Kubrick; sacaba tiempo de su apretada agenda, para hacerle una faena de instruccion y disciplina con todos los fierros a la inocente becaria. Y ella, tan bella; agradecída le devolvía el favor, tomando un fin de semana libre, para ir en minifalda y cofia con la misión de pulir y darle brillo a la escultura del Baphomet de bronce, empotrada sobre pedestal de mármol en el centro de su imensa sala.

Y qué decir de las fabulas románticas de Hollywood como: “Puta y caballero” …

¿O será: Pretty Woman?. Esa película con Julia Roberts y Richard Gere. (Bueno, perdonarán la mala memoria de este cronista. A veces me confundo con las citas y referencias cinematográficas. Mucho Bourbon; las exiguas reservas de vino de mi cava, y mucha Ganya, Riamba y Dagga, mientras escribo).

En lo que sí se esforzaban estos sementales de barriada y extrarradio

––Tenía que admitirlo––  Era en emular las faenas de sexo hard core tomados de modelos de la industria. Atiborrados de potenciadores químicos y pastillas Pfizer de la farmacopea suiza; La sometieron a extensas jornadas de temple y forja al rojo vivo, que le dejaron las costillas y los riñones golpeados.

Y tres docenas de infecciones de extrañas categorías, que ni los científicos chinos del instituto de virología de Wuhan; ni los del comando de guerra biológica de Fort Detrick en Mariland, hubiesen podido clasificar en una tabla de patógenos peligrosos, (En efecto, algunas de aquellas cepas I.T.S. llevaban la impronta de la polinización cruzada; la zoophilia más vulgar y de paso, claros signos de ganancia de función).

Para Alondra Samantha, todo esto era pan comido.

Ella sabía lidiar con su coctel de microquimerismo.

Y era su pardo y dilatado culo un meltin pot; su cerebro una cazuela de mariscos y su flora genital un mar de los Sargazos…Gran olla podrida en donde la herencia genética de cien bastardos se cocía a fuego lento con efectos colaterales que bailaban en su corteza prefrontal, inundándole la mente con pesadillas, neurosis y psicosis.

Pero, para lidiar con eso, estaban los barbitúricos, los sedantes y también las anfetaminas.

“Que sólo es un día y nadie nos quita lo bailao”… Se decía.

Los médicos internos de los seguros sociales, con los que ya había intimado en  sucias camillas de hospitales de ultramar…La sacarían de apuros; bajo cuerda la aprovicionarían de su dopping y la pondrían a pelar las nalgas para inyectarla…

                  y la harían multimillonaria en unidades de penicilina.







9


Ella regresaría a los pocos meses.

Pidió perdon de rodillas al Buey.

Y recibió de bienvenida este castigo:

Disciplina y bondage. Bondage y disciplina.

La soga tensada bajo las vigas descubiertas de la pieza del motel...

Crean un tejido: líneas de geometrías dolorosas

que terminan en las extremidades de la Alondra. 

La palma de la mano, pesada como pala, del Buey castigador

                                                                        se levanta y cae.

                         para marcar y completar el azote numero 200.

El poderoso Derriere de Alondra Samantha, adquiere colores que van desde el violeta al negro, cruzado por roturas de vasos sanguíneos que están en combustión. El spanking brutal de Godofredo truena y suena  dentro de una  cámara de vacío (El golpe de un gong; el grito del fuego sobre un tambor templado)

Esta vez, su cetro de pasión está conectado a la vulva de la hembra ; y a cada golpe, la verga del verraco vibra y produce microsismos en el útero de Alondra-Samantha desatando pequeños desgarros y hemorragias.

Pero es ella, quien ahora entra en éxtasis y exige más castigo a su minotauro.

Él la toma desde las cuerdas de su pecho y la encabrita.

Y luego jala de su moña larga y negra, a manera de rienda y la controla.

Ella, al final, se asusta y le ruega un poco de finura ya que en su último aquelarre sexual, "El Buey"  le había roto dos muelas Y el costo de aquella reparación la dejo ilíquida por meses.

(Aunque aprovechó para llevar a la plancha al odontólogo, un gordo morboso de cara rojiza y peluda). En el mismo consultorio, en donde Le fue aplicada una fuerte dosis de Lidocaína entre los pliegues de su vulva para hacerla más resistente a la embestida. Y luego, ser empotrada sin miramientos sobre la silla mecánica. Cosa que no olvida.

 Pero ahora, el bruto bovino es nuestro protagonista.

Amarrando aquí y allá, con sus 12, 24, 48 metros

                                                   de cuerdas de faena.

No se le podría exigir ni por asomo, la exquisita ritualidad metódica del Kinbaku (el arte del shibari japonés). Godofredo No es alumno de Nobuyoshi Araki. El artista 日本 = Nip-pon de las cuerdas y los amarres conocido por su estilo visual provocativo y por incorporar elementos de la cultura tradicional japonesa en sus fotografías; aquí no hablamos de rositas en Feng Shui, ni de Ikebanas.

––Esta referencia tampoco está dirigida a los amantes y actores de esta ópera del teatro No. Tampoco importa, solo es un desvió estético para los amantes de la cultura del sol naciente; espero me lo agradezcan... y le den like...¿Pero qué coño estoy diciendo?––

(Ya lo dije: mucho Bourbon blended y Ganya mango biche de la sierra, y también  sueño aéreo, vuelo de condor y planeo (sharpening the noses) sobre líneas de Nazca; qué puedo hacer, si escribo este texto híbrido en dos noches y tres días, siguiendo los consejos y los tips de un viejo y admirado maestro: el señor Fogwill).


Y ella pide que los amarres y los azotes se repitan con más rigor

                                    ya que desea alcanzar los límites del dolor.

En el rodeo sangriento de la tarde

cuando el sol fenece entre el cobre y el oro. 

El buey Aplica más disciplina y más control.

Para alcanzar los 200 azotes brutales…

(Raw spanking criollo: denominación de origen; tradicional escuela cundiboyacense).

Hasta dejarla seminconsciente 

en el centro de la penumbra de aquel cuarto en el motel de carretera.


Cuando cae la noche...

Solo es silencio…

Y alguna música de mariachis al fondo, rompe y deforma

la escena de aquella cámara 

en donde se ha ejecutado del doloroso idilio.

Ella suspendida, parece un ángel humillado. 

Y él de pie…

Mira un poco asombrado la ejecución de su gran obra.

Sonríe y se manda al coleto

                                            el último trago de la noche.

Su figura colosal en sombra negra…

Se estremece y tiembla 

                                en un orgasmo de fuego y de ginebra.

 






 

 *https://www.kinbaku-japan.com/



domingo, 7 de septiembre de 2025

DAVID FOSTER WALLACE./ "ESTO ES AGUA"

 




Presentamos un texto del escritor  estadounidense David Foster Wallace (1962-2008). Publicó una decena de libros de ensayos y no-ficción, tres libros de cuentos y tres novelas (La última The Pale King fue publicada post mortem) entre ellas ‘La broma infinita’ (Infinite Jest, 2002) considerada su obra más importante y una de las mejores novelas escritas en lengua inglesa desde 1923 hasta 2006. Este ensayo fue leído originalmente en la ceremonia de graduación para la generación de 2005 en la Universidad de Keyton. Fue publicado en 2009 por la editorial Little, Brown and Company. La traducción corre a cargo de Pablo Robles Gastélum.

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Esto es agua

 

Están dos peces nadando uno junto al otro cuando se topan con un pez más viejo nadando en sentido contrario, quien los saluda y dice, “Buen día muchachos ¿Cómo está el agua?” Los dos peces siguen nadando hasta que después de un tiempo uno voltea hacia el otro y pregunta “¿Qué demonios es el agua?”

Este es un requerimiento estándar para los discursos en las ceremonias de graduación, el uso de una pequeña y didáctica historia. El cuento resulta ser uno de los métodos más ejemplificativos y menos tediosos del género, pero si creen que planeo presentarme aquí como el pez viejo y sabio que les va a explicar a ustedes, jóvenes peces, qué es el agua, por favor no lo hagan. No soy el pez viejo y sabio.

El punto de la historia de los peces es simplemente que las realidades más obvias e importantes son con frecuencia las más difíciles de ver y sobre las que es más difícil hablar. Enunciado como una frase, por supuesto, éste es sólo un lugar común como cualquier otro, pero el hecho es que en las trincheras del día a día de la existencia adulta, los lugares comunes pueden tener una importancia de vida o muerte, o por lo menos de ello me gustaría hablar en esta despejada y encantadora mañana.

Claro que el principal requisito para este tipo de discursos es que debo hablar sobre el significado del estudio de las ciencias sociales y humanidades, tratar de explicar por qué el título que están a punto de recibir tiene un valor humano real y no sólo un fin material. Hablemos entonces del cliché más generalizado en los discursos de graduación, que es que la formación en ciencias sociales y humanidades tiene como objetivo tanto proveerlos de conocimiento como enseñarles cómo pensar. Si ustedes son como yo cuando era estudiante, no debe gustarles escuchar este tipo de cosas, e incluso se sienten un poco ofendidos por la afirmación de que necesitan que alguien les enseñe cómo pensar, dado que el hecho de que hayan sido aceptados en una universidad tan buena como ésta parece probar que ya saben hacerlo. Sin embargo, vengo a plantear que el cliché no resulta ser para nada insultante, porque lo que verdaderamente importa para su educación –misma que se supone reciben en una escuela como ésta- no gira en torno a la capacidad para pensar sino en decidir sobre qué decidimos pensar.

Si su total libertad de pensamiento con respecto a las decisiones sobre qué pensar les parece demasiado obvia como para desperdiciar tiempo discutiéndola, les pediría que piensen sobre los peces y el agua, y que sólo por un par de minutos hagan un paréntesis en su escepticismo sobre el valor de lo totalmente obvio.

Aquí va otra pequeña y didáctica historia. Están dos hombres sentados juntos en un bar ubicado en una parte remota de Alaska. Uno de los hombres es religioso, el otro es ateo, y los dos discuten sobre la existencia de Dios con esa especial intensidad que viene después de la cuarta cerveza. Entonces el ateo dice: “Mira, no es que no tenga razones para no creer en Dios, no es que nunca haya experimentado el Creo-En-Dios-Y-Rezo y esas cosas. Justo el mes pasado me agarró una tormenta de nieve lejos de casa, estaba totalmente perdido y no podía ver nada, la temperatura era cincuenta grados bajo cero, entonces lo intenté: me arrodillé en la nieve e imploré ‘Oh, Dios, ¡si es que existes! Estoy perdido en la nieve y moriré si no me ayudas’”. El hombre religioso mira desconcertado al ateo y dice “Entonces debes creer ahora, después de todo aquí estás, vivo”. El ateo mueve la cabeza y dice: “No, hombre, lo único que pasó es que casualmente un par de esquimales pasaban por ahí y me mostraron el camino de regreso”.

Es fácil ver esta historia a través del cristal con el que normalmente se analizan este tipo de situaciones en cualquier carrera de ciencias sociales y humanidades: exactamente la misma experiencia puede significar dos cosas completamente diferentes para dos personas, considerando las diferentes creencias y patrones, y las diferentes formas de construir significados basados en la experiencia. Como priorizamos la tolerancia y la libertad de pensamiento, por supuesto que no vamos a querer afirmar que una interpretación es verdadera y la otra falsa o mala.

Lo cual está bien, excepto por el hecho de que nunca terminamos hablando sobre de dónde vienen estas creencias y patrones. Es decir, de dónde vienen dentro de estos dos hombres. Como si la orientación más básica de una persona, y el significado de su experiencia fueran de alguna manera inherentes a ella, como la altura o el número de zapato; o fueran automáticamente absorbidos de la cultura, como el lenguaje. Como si la forma de construir significados no fuera el resultado personal e intencional de una decisión consciente. Además, tenemos la cuestión de la arrogancia. El ateo está convencido de que el hecho de que los dos esquimales hayan pasado en ese momento no tuvo nada que ver con su rezo pidiendo ayuda. Cierto, también hay un montón de religiosos arrogantes y seguros de sus propias interpretaciones. Son probablemente más repulsivos que los ateos, y que, por lo menos, la mayoría de nosotros. Pero el problema de los dogmáticos religiosos es exactamente igual al del no-creyente de la historia: la certidumbre ciega, una mente cerrada que equivale a un aprisionamiento tan absoluto donde el mismo prisionero ignora que está encerrado.

El punto es que pienso que ésta es una parte de lo que el mantra de “enseñar cómo pensar” debe significar: ser un poco menos arrogantes, tener “consciencia crítica” sobre mí mismo y mis certidumbres…porque un buen porcentaje de las cosas que doy por dadas, resultan eventualmente diluidas e incorrectas. Yo he aprendido esto de la manera difícil, como seguramente ustedes también lo harán.

 Aquí va un ejemplo del carácter erróneo que hay en las cosas sobre las cuales tiendo a estar automáticamente seguro. Todo en mi inmediata experiencia sostiene mi profunda creencia de que yo soy el centro absoluto del universo, la más real, vívida e importante persona en la existencia. Raramente pensamos en este tipo de este egocentrismo natural por el hecho de que es socialmente repulsivo, pero en el fondo es básicamente el mismo en todos nosotros. Es nuestra configuración predeterminada, inherente a nosotros desde el nacimiento. Piensen en esto: no existe ninguna experiencia que hayan tenido en la cual ustedes no hayan sido el centro de la misma. El mundo como lo viven está ahí en frente a ustedes, o detrás, o a un lado, en frente, o en la televisión, o en su monitor, o en dónde sea. Los sentimientos o ideas de otras personas tienen que ser comunicadas a nosotros de alguna manera, pero las propias son inmediatas, urgentes, reales. Ya van entendiendo. Pero por favor no se preocupen que me esté preparando para predicar sobre la compasión o las también llamadas “virtudes”. Esto no se trata de virtud sino sobre decidir cambiar, o liberarse de alguna manera, de esa configuración predeterminada, la cual es: ser profunda y literalmente egocéntrico, y ver e interpretar todo a través del lente de sí mismo.

 Las personas que pueden ajustar su configuración predeterminada de esta manera son con frecuencia denominadas “bien equilibradas”[1], término que, sugiero, no es fortuito. Siguiendo la línea académica, una pregunta obvia sería qué tanto de este ajustarnos a nuestra configuración predeterminada involucra realmente conocimiento o intelecto. No es de extrañar que la respuesta sea: depende de qué tipo de conocimiento del que estemos hablando.

 Probablemente el aspecto más peligroso de la educación académica, por lo menos en mi caso, es que posibilita mi tendencia a sobre-intelectualizar las cosas, a perderme en el pensamiento abstracto en lugar de simplemente poner atención a lo que está pasando frente a mí. En lugar de poner atención a lo que está pasando dentro de mí. Como seguramente a estas alturas ya saben, es extremadamente difícil mantenerse alerta y concentrado en vez de quedarse hipnotizado por el constante monólogo que tiene lugar dentro de nuestra cabeza. Lo que todavía no saben son las implicaciones de esta lucha.

 A veinte años de haberme graduado, me he dado cuenta paulatinamente de estas implicaciones, y advertí que el cliché universitario de “enseñarte cómo pensar” era realmente la síntesis de una muy importante y profunda verdad. “Aprender a pensar” realmente significa aprender a ejercer cierto control sobre cómo y qué es lo que pensamos. Significa estar lo suficientemente conscientes para escoger a qué le ponemos atención y decidir cómo vamos a construir significados a través de la experiencia. Porque si ustedes no pueden o no quieren ejercer este tipo de decisiones en su vida adulta, estarán totalmente derrotados. Piensen en el viejo cliché de cómo la mente es un “excelente sirviente pero un pésimo amo”. Éste, como muchos otros clichés, tonto y banal en la superficie, en realidad expresa una gran y terrible verdad. No es coincidencia que la mayoría de los adultos que se suicidan con armas de fuego siempre se disparen a sí mismos en…la cabeza. Y la verdad es que la mayoría de estos suicidas estaban muertos mucho antes de jalarle al gatillo.

 Y esto es realmente, sin mentiras ni bromas, de lo que su educación debe tratarse: cómo evitar ir por tu confortable, próspera y respetable vida adulta, siendo un muerto, inconsciente, esclavo de tu cabeza y de tu configuración predeterminada, esa que te hace estar única, completa y totalmente solo día tras día. Esto puede sonar a una exageración o un sinsentido abstracto. Entonces hagámoslo concreto. El hecho es que ustedes recién graduados todavía no tienen idea de lo que “día tras día” realmente significa.

 Resulta que hay una buena parte de la vida adulta americana de la cual nadie habla en los discursos de graduación. Esa parte involucra aburrimiento, rutina y una bonita frustración. Los padres y las personas más grandes aquí entenderán perfectamente de lo que hablo. Por ejemplo, supongamos que este es un día normal en la vida adulta, se levantan en la mañana, se dirigen a su desafiante trabajo de oficina digno de un graduado, trabajan por nueve o diez horas, al final del día están cansados y muy estresados: todo lo que quieren es irse a su casa, prepararse una buena cena, tal vez despejarse un rato y dormirse temprano porque tienen que levantarse temprano al día siguiente a hacer lo mismo de nuevo.

 Pero de repente recuerdan que no hay comida en la casa –no han tenido tiempo suficiente para comprar comida esta semana a causa del desafiante trabajo- entonces al final del día tienen que subirse al automóvil y manejar hasta el supermercado. Es la hora que marca el fin de la jornada laboral y el tráfico es espantoso, entonces llegar a la tienda toma mucho más tiempo del que debería, y cuando finalmente llegan ahí, el supermercado está atiborrado de gente, porque por supuesto es la hora del día en que las demás personas que también tienen trabajo tratan de hacer cabida en su horario para ir de compras al supermercado, y la tienda está horrorosa y fosforescentemente iluminada, ambientada con espantoso pop corporativo o esa genérica música de fondo capaz de matar almas. Es el último lugar en el que quisieras estar pero no puedes entrar y salir inmediatamente. Tienes que deambular por los inmensos y saturados pasillos para encontrar las cosas que quieres, tienes que maniobrar con tu carrito entre todas las demás personas, que también están cansadas y tienen su propio carrito, y por supuesto están los viejos que se toman todo el tiempo del mundo, los que toman demasiado espacio, los niños hiperactivos, y tú tienes que poner la mandíbula dura y ser amable mientras les pides que te dejen pasar, hasta que por fin encuentras lo que buscabas, sólo que ahora no hay suficientes cajas abiertas a pesar de que la tienda está llena, entonces la fila para pagar es interminable. Lo cual es estúpido e irritante, pero no puedes desahogar tu ira con la frenética señora trabajando en la caja registradora, quien para ese entonces ya ha trabajado más horas de las que le tocan al día en un trabajo cuya rutina e insignificancia sobrepasan la imaginación de cualquiera de nosotros aquí en esta prestigiosa universidad…Pero bueno, finalmente llegas al frente de la fila y pagas por tu comida, y esperas tu cambio o a que una máquina apruebe tu tarjeta para después escuchar un “Que tenga un buen día” en una voz que suena como la muerte misma.

 Y después tienes que llevar tus feas y poco sólidas bolsas de plástico en tu carrito que tiene una de esas llantas locas que lo hacen moverse irremediablemente a la izquierda, todo mientras pasas por un estacionamiento sucio y lleno de gente, y tratas de subir las bolsas a tu automóvil de manera que nada se vaya a salir y rodar por la cajuela durante el camino, y luego tienes que manejar en medio de un lento y pesado tráfico para llegar a tu casa, etcétera, etcétera. Todos han pasado por esto, claro, pero todavía no ha sido parte de la rutina de ustedes, graduados, día tras semana, tras mes, tras año. Pero lo será, junto con otras rutinas no menos aburridas, tediosas y sin sentido. Excepto que ese no es el punto. El punto es que dentro de toda esta mierda frustrante entra el trabajo de escoger.

 Como el tráfico es lento, los pasillos atestados y la fila para pagar larga, si no hago una decisión consciente sobre qué pensar y a qué ponerle atención, estaré enojado y seré miserable cada vez que tenga que ir de compras al supermercado, porque mi configuración natural hace que en situaciones como estas todo gire en torno a mí, mi hambre, mi fatiga, mis ganas de irme a casa, y parecerá que todos los demás en el mundo están en mi camino, y a todo esto, ¿quién chingados son todas estas personas en mi camino? Y mira qué repulsivas lucen la mayoría de ellas y cómo parecen ovejas haciendo fila en la línea para pagar, o qué tan irritante y descortés es que las personas hablen así de fuerte por celular en medio de la fila, y, miren qué injusto es esto: he trabajado realmente duro todo el día, tengo hambre, estoy cansado y no puedo irme a mi casa por culpa de estas estúpidas y malditas personas. O, por supuesto, si estoy en una forma más socialmente consciente de mi configuración predeterminada, puedo pasar mi tiempo atorado en el tráfico estando enojado y disgustado con todas esas gigantes y estúpidas camionetas familiares, Hummers pick ups mientras gastan su derrochador y egoísta tanque de 150 litros, y puedo extenderme hablando de cómo las calcomanías religiosas o patrióticas parecen siempre estar pegadas en los vehículos más monstruosos manejados por los más feos, desconsiderados y agresivos conductores, quienes además suelen hablar por celular mientras tocan su claxon solo para ponerse seis estúpidos metros adelante en el tráfico, y puedo pensar en cómo los hijos de nuestros hijos van a odiarnos por haber desperdiciado todo el combustible del futuro y probablemente haber jodido el clima, y en cómo todos somos malcriados, estúpidos y egoístas, y cómo todo apesta, y así sucesivamente… Miren, si decido pensar así está bien, muchos de nosotros lo hacemos, excepto que ese pensamiento tiende a ser fácil y automático, no tiene que representar ninguna elección.

 Pensar de esta manera es mi configuración predeterminada. Es la forma automática e inconsciente con la que experimento lo aburrido y frustrante de la vida adulta, una vez que opero con la automática e inconsciente creencia de que soy el centro del mundo y que mis necesidades y sentimientos inmediatos son lo que deben de determinar las prioridades del mundo. La cosa es que obviamente hay diferentes maneras de pensar este tipo de situaciones.

 Hay mucho tráfico, todos estos vehículos están parados y estorbándome en el camino: no es imposible pensar que algunas de esas personas manejando camionetas familiares hayan estado en horribles accidentes automovilísticos en el pasado y ahora manejar para ellos se ha vuelto una experiencia tan traumática que su terapista no ha tenido más remedio que aconsejarles comprar una camioneta grande en la que se sientan suficientemente seguros al manejar; o que la Hummer que se acaba de meter en frente de mí está siendo manejada por un padre cuyo hijo está herido o enfermo en el asiento de copiloto, y está tratando de evadir el tráfico para llegar pronto al hospital, y que tiene una prisa más legítima que la mía. Realmente soy yo quien está atravesándose en su camino. O puedo escoger forzarme a considerar que muy probablemente las demás personas haciendo fila en el supermercado están tan aburridas y frustradas como yo, y que en lo general algunos de ellos tal vez tengan vidas mucho más difíciles, tediosas o dolorosas que la mía. Y así sucesivamente.

 De nuevo, por favor no piensen que les estoy dando un consejo moral, o que estoy diciendo que “tienen que” pensar de esta manera, o que alguien automáticamente espera ello de ustedes, porque es difícil, toma voluntad y esfuerzo, y si son como yo, algunos días no serán capaces de hacerlo, o no querrán hacerlo. Pero la mayoría de los días, si están lo suficientemente atentos como para decidir, pueden decidir ver diferente a la señora gorda con mal de ojo y demasiado maquillaje que acaba de gritarle a su hijo en la fila para pagar. Tal vez ella no siempre es así; tal vez lleva tres noches seguidas sosteniendo la mano de su marido quien está muriendo de cáncer, o tal vez esta misma señora es la empleada mal-pagada de oficina, que justo ayer, te ayudó a resolver un engorroso trámite ejerciendo un pequeño acto de bondad burocrática. Claro, ninguno de estos casos es probable, pero tampoco imposible. Depende de qué es lo que ustedes prefieran considerar.

Si están automáticamente seguros de saber qué es la realidad y quiénes y qué es importante –si quieren operar con su configuración predeterminada- entonces ustedes, como yo, probablemente no van a considerar ningún escenario que no sea fastidioso o sin sentido. Pero si realmente han aprendido cómo pensar, cómo poner atención, entonces sabrán que tienen más opciones. Estará en sus manos hacer de una situación lenta, infernal y estresante no sólo una experiencia significativa sino algo sagrado, un fuego con la misma fuerza que enciende las estrellas; compasión, amor, la subsuperficie de todas las cosas. Esta onda mística no necesariamente tiene que ser verdad: la única Verdad que lleva mayúsculas aquí es que ustedes tienen la capacidad de decidir cómo quieren ver las cosas. Esto, me parece, es la libertad de la educación verdadera, de aprender cómo estar “bien-equilibrados”: Ustedes pueden decidir conscientemente qué tiene importancia y qué no. Ustedes deciden qué es lo que van a adorar, porque aquí hay otra cosa que es verdad: en el día a día de la vida adulta no existe tal cosa como el ateísmo. No existe tal cosa como no adorar nada. Todo el mundo adora algo. La única elección está en qué decidimos adorar. Y una gran razón para decidir adorar a algún dios o algo parecido a un espíritu –llámese Jesucristo, Allah, Yavé, la Diosa Madre, Las Cuatro Nobles Verdades o una colección de principios infrangibles- es que prácticamente cualquier cosa que adores te comerá viva. Si adoran el dinero y las cosas –si eso es lo que consideran que tiene verdadera importancia en la vida- entonces nunca tendrán suficiente. Nunca van a sentir que tienen suficiente. Es la verdad. Adorar su propio cuerpo, belleza o encanto sexual siempre los hará sentirse feos, y cuando la edad se empiece a notar en ustedes, habrán muerto un millón de veces antes de que los entierren. Hasta cierto punto ya todos sabemos estas cosas –han sido codificadas como mitos, proverbios, clichés, trivialidades, epigramas, parábolas: el esqueleto de toda buena historia.

 El secreto está en mantener esta verdad en frente de nosotros diariamente. Si adoras el poder te sentirás débil y con miedo, y necesitarás más poder sobre otros para anestesiar el miedo. Si adoras tu intelecto, o ser considerado inteligente, terminarás sintiéndote estúpido, un fraude siempre a punto de ser descubierto. Y así sucesivamente. Miren, la cosa más insidiosa de estas formas de adoración no es que sean malignas o llenas de pecado; es que son inconscientes. Son configuraciones predeterminadas. Son el tipo de adoración que gradualmente nos atrapa, día a día, haciéndonos más selectivos en lo que vemos y en cómo medimos el valor de las cosas sin ni siquiera estar plenamente conscientes de que lo estamos haciendo. Y el llamado “mundo real” no te desanimará a operar con tu configuración predeterminada, porque el llamado “mundo real” de hombres, dinero y poder se lleva bastante bien con el combustible del miedo, desprecio, deseo, frustración y la adoración de sí mismo.

 Nuestra misma cultura contemporánea le ha puesto un arnés a estas fuerzas de modo que han cedido el paso a la riqueza, el confort y la libertad personal. La libertad para ser amos de nuestro pequeño reino, solos en el centro de toda creación. Este tipo de libertad suena muy atractiva. Pero por supuesto hay diferentes tipos de libertad, y del tipo más preciado de libertad no van a escuchar hablar mucho allá afuera en el mundo competitivo del ganar, conseguir y mostrar.

 El tipo de libertad más importante involucra atención, consciencia, disciplina, esfuerzo, y ser capaces de preocuparse realmente por las demás personas y sacrificarse por ellas, una y otra vez, realizando miles de pequeños, y nada sexys, actos, día tras día. Esa es la verdadera libertad. Eso es ser enseñado a cómo pensar. La alternativa es la inconsciencia, la configuración predeterminada, la “carrera de ratas” –la constante e insistente sensación de haber tenido y perdido algo infinito. Ya sé que todo esto probablemente no suena nada divertido, refrescante o inspirador como suelen hacerlo los discursos de las ceremonias de graduación. Lo que es, como lo veo hasta ahora, es la verdad, con un montón de basura retórica recortada. Obviamente pueden pensarlo cómo ustedes deseen. Pero por favor no lo vean como un sermón en donde la Dra. Laura[2] mueve el dedo índice como metrónomo y de forma acusadora.

 Nada de esto se trata de moral, religión, dogma o sofisticadas preguntas sobre la vida después de la muerte. La cuestión aquí, es la vida antes de la muerte. Es llegar hasta los treinta, o tal vez incluso los cincuenta, sin querer dispararse a sí mismo en la cabeza. Es sobre el verdadero valor de la educación, que no tiene que ver con calificaciones o títulos sino con la simple conciencia –conciencia de lo que es real y esencial, tan escondido a simple vista alrededor de nosotros, que tenemos que recordarnos a nosotros mismos una y otra vez:

“Esto es agua.”

“Esto es agua.”

“Estos esquimales pueden ser mucho más de lo que parecen.”

Es inimaginablemente difícil hacer esto –vivir de manera consciente, adulta, día tras día. Lo que significa que una vez más el cliché es cierto: su educación realmente es el trabajo de una vida, y comienza ahora.

 Les deseo mucho más que suerte.

[1] “Well-adjusted”

[2] Laura Schlessinger

TOMADO DE:

https://circulodepoesia.com/


martes, 15 de julio de 2025

"EL VENENOSO SECRETO DE TU LUZ".... by Omar García Ramírez

 




EL VENENOSO SECRETO DE TU LUZ

(Bolero Barroco/Version Final)



   El profesor de literatura mira a través de la ventana: Una cálida tarde de abril que le parece el marco perfecto para hablar de la obra poética de Mallarmé, o de Une Saison en Enfer de Rimbaud; a lo mejor, abordará la compleja traducción de “Las Flores Del Mal” de Baudelaire; duda unos instantes, mientras su mente divaga entre las brumas bucólicas de La siesta del fauno del primero de los escritores. Pero cierta rigurosidad se impone. Los comentarios irónicos de colegas de academia, que le tienen ya en la categoría de sátiro refinado y afrancesado, le hacen someter el brío de su lírica especializada en enardecer a las tribus de jóvenes románticos. (Más que demodé, cuasiparnasiano; y esa fobia sutil a las nuevas tecnologías; ¿pero en qué mundo de ideas pensaba que se deberían crear las verdaderas obras literarias?) Finalmente, Bernardo Salcedo, se decanta por la seguridad del pensum. Abre el libro “El Canon Occidental” de Harold Bloom, mientras mira de reojo las piernas tornasoladas y doradas de su alumna preferida: Clarissa Monteblanco, la mujer de los cabellos de trigo tostado hasta la cintura y cara de vestal mediterránea.

   Se acerca y gesticula con cuidadosa pose que dá énfasis a sus palabras; en vez de dar lectura al texto en prosa crítica; casi declama. Ella le mira y descubre en su voz potente, pausada y bien articulada de barítono ligeramente resfriado, una vibración que le recorre la espina dorsal y le hace vibrar las campanillas y los pliegues de su silla turca. Entonces, le dirige una mirada de adolescente inquieta, que sube lentamente sobre la raya del pantalón Everfit hasta el almidonado cuello blanco de su camisa; detiene su inspección por unas fracciones de segundos, en la correa de cuero de caimán, y la gran hebilla dorada que ciñe la cintura viril del maestro. Movimiento sutil de ojos negros, que él capta y le llena de orgullo de macho tocado de lujuria.

   Y claro está, las clases van así de mañana a tarde, en donde en se pasa de la vorágine tropical a los poetas malditos franceses; para después incursionar en los laberintos de Borges. Luego, días después, el catedrático jugará a una rayuela imaginaria entre las piernas de aquella maga adolescente. Ella, cambia sus atuendos de acuerdo a las variaciones climáticas; sus minifaldas coquetas en verano, por abrigos largos existencialistas en invierno, para deleite del licenciado que ve como en los labios de la nínfula madura, juguetea un duende de coral que parece decirle: bésame, bésame, bésame mucho.

   Como siempre, en estas historias hay otro en la lid; otro que iniciara la discordia. Estudiante de literatura; buen gamberro ilustrado. Devorador de libros e infectado de literatura desde los seis años cuando su madre, una hermosa hippie de tierra caliente, le leía para hacerlo dormir: “Los crímenes de la calle Morgue” de Poe y algunas historias de “Los mitos de Cthulhu” de Lovecraft; historias espeluznantes con las que de criatura (kindergarten de las flores ácidas), conseguía el plácido sueño de los poetas del horror. Fernando Barraza, tiene casi veinte años, y recientemente ha publicado su primer opúsculo, que ha recibido una crítica ácida y despiadada del letrado. El libro titulado: “Poemas paranoicos para la burda Bertha” (lírica punitiva ––según algunos amigos y contertulios––, contra una prostituta que casi lo deja estéril, a causa de la que una época, ya muy pretérita y cuasi barroca, llamaban los parnasianos: la supurante enfermedad francesa). Obra que ha recibido la estigmatización y el anatema de una buena parte de la academia. Catalogada como: “basura postmoderna para vampiros pornodhermos”, en una columna que el catedrático Salcedo ha publicado en el periódico literario de la universidad: “Literatura degenerada para oligofrénicos y drogadictos, sin la brillantez de los que se supone son sus maestros; un pastiche repulsivo, que solo quiere escandalizar a punta de sangre, sudor y mierda”. Sentencia y cierra, el profesor.

   Después de estos juicios y descalificaciones, Fernando Barraza, el joven poeta, prefiere tomar distancia y va lo menos que puede a la universidad. No porque se haya sentido herido en su sensibilidad. Ha leído lo suficiente para entender que, siempre queda faltando mucho para encontrar y perfeccionar un lenguaje propio.  Prefiere moverse a su aire, tratar de aprender mucho con investigaciones personales y tomar lecturas a fondo. Para ese propósito, decide refugiarse por largas temporadas en la biblioteca de la pequeña ciudad del eje cafetero.

   En su espíritu de joven rebelde y romántico, la naturaleza ocupa un lugar importante. Sube a las montañas de la cordillera central y pasa largas jornadas entre el frío y la bruma de la laguna. Luego baja a los valles como un duende de niebla y comulga con la naturaleza en su plenitud de bestia joven. Pasa tardes enteras solo, en las hondonadas verdes de la cordillera central, cerca al valle de los nevados, mirando el horizonte en las tardes de agosto; el azul que se funde contra los espejos de los lagos helados y él, solitario, mirando en silencio, envuelto en una chaqueta verde, con una boina negra que cubre su melena byroniana. El sol que, por momentos centellea como un disco de metal entre los rebaños de nubes, recorta su perfil de halconero adolescente e ilumina su rostro trigueño quemado por el viento helado de la montaña. Se ejercita en una cetrería de poesía y espíritu; esa que conocen bien, los que emprenden el ascenso a la montaña mágica. Mientras en las noches al calor de una fogata, escribe en solitario, secretos poemas a Clarissa. Ha puesto sus ojos en el corazón de la muchacha; o mejor dicho, y sin temor a equivocarnos, podríamos decir que ha orientado su mirada hacia los mapas corporales, en donde oculta su delta de Venus, la adolescente.


   El profesor de literatura lo intuye; muchas señales corporales y visuales ha visto que se cruzan entre estos dos alumnos destacados. Ella por su belleza y talento, y él por su inteligencia y rebeldía. El profesor Salcedo, ha empezado a sentir un interés apasiónado por Clarissa, que poco a poco se torna en obsesion. No duerme bien y comienza a tener una animadversión hacia el joven escritor.  Y es por esto que Fernando, no logra pasar de mediocres notas en las calificaciones. Sus parciales dejan que desear, y aunque todos saben de su talento y que puede ser el mejor de la clase, en donde la mayoría, solo ha leído a sor Juana Inés de la Cruz, La vorágine, Crónica de una muerte anunciada, y algunas novelas de aventuras del señor Arturo Villanova. Libros todos importantes sí (pero libros encausados y orientados); textos, cuya interpretación siempre mediada, termina por quedar reducida ciertas fórmulas diseñadas por los exegetas. El rebaño ilustrado del pensum, rumia y sonríe cuando el joven escritor intenta destacarse y solo se lleva frases de desaprobación. El resto de alumnos, una mayoría: ovejas marcadas; terminan caminando en fila, por los senderos de un bien señalizado coto de pastoreo literario.

   El joven Fernando, sabe que está condenado sin remedio, por la creciente inquina que contra él ejerce el académico; que sus debates documentados y bien sustentados, como aquel en donde trató de presentar una tesis sobre la influencia de “El corazón de las tinieblas” de Josep Conrad, en la obra La Vorágine” de José Eustasio Rivera; (teniendo en cuenta que la primera fue publicada en 1899 y la segunda en 1924, y que Eustasio Rivera la pudo muy bien leer, en inglés; o a lo mejor en francés). Terminan en la descalificaciónes gratuita por parte del académico Salcedo, casi siempre acompañadas de una confrontación estéril. Entonces el joven poeta, comienza a preguntarse: si vale la pena todo el esfuerzo. Afortunadamente, otros profesores que descubren en él, talento y cierta calidad literaria; esa misma que Bernardo Salcedo desconoce. Profesores y catedráticos más jóvenes, le dan oportunidades para desarrollar sus potencialidades y le permiten de cierta manera resistir.

   Por su parte, el profesor Salcedo, está enterado de que El joven escritor se hace cada vez más cercano de Clarissa, y le lleva los cuadernos; que seguramente, ha rubricado y casi que derramado en tinta algunas propuestas de carácter erótico, en los poemas que Clarissa lee como iluminada y sofocada a la salida de clases por los pasillos. Entonces, comienza a desarrollar una enfermiza fijación con pensamientos violentos hacia el joven poeta. Averigua por todos los medios sobre sus movimientos; establece una pequeña red de incondicionales que le informan en secreto sobre los asuntos en donde Clarissa y el joven poeta estén presentes. Además, el profesor Salcedo, quien está sobre los 38 años, sufre idealizando a la joven: en sus pensamientos la compara con la Simoneta de Vespuchi que pintara Sandro Botticelli. Ella es su primavera, ella es su madona andina; ella es la criatura bajo cuyo influjo ha caído sin remedio.

   Todas sus sospechas y los comentarios que le han llegado, se confirman: Ha visto a la pareja tomando café con rosquillas en la cafetería de la universidad. (Una Clarissa resplandeciente y Fernando casi transportado; cada vez más conectados en una vibración sutil).  Además, se entera, con preocupación cada vez mayor; que ellos dos habían coincidido en la última fiesta en casa del gordo Quevedo. Las fogatas de negro, en donde se reunían, bajo la luna llena, treinta o cuarenta parejas de jovenes vestidos de negro, con musica de Black Sabbath, Judas Priest, Led Zeppelin y Deep Purple: Le dijeron que Clarisa había danzado bajo el influjo de una poderosa conección cuántica, toda la noche con Fernando.


   Clarissa juguetea como una gatita salvaje; no se entrega a nadie todavía. Sabe que está entre la espada y la pared, su corazón esta dividido, aunque a estas alturas de la vida el corazón de las adolescentes suele estar más que dividido, Fraccionado; compartimentado en estancos pequeños, azules o rojos, según la temperatura. Clarissa que, tendremos que decirlo ––ha cruzado el umbral de la edad de la inocencia––; había fracasado en el inicio de otra carrera (la zootecnia) que había cursado durante dos semestres, hasta que se dio cuenta que su verdadera vocación era la literatura, y diseccionar corazones humanos. Sabe que debe poner todo en juego, para llevar a feliz término su proyecto académico. Sus padres, aunque la consienten y la adoran; también le han puesto límites a sus devaneos. Ella sabe, que debe poner todo de su parte para progresar en sus metas. No es tonta y se sabe de alguna manera objeto de interés de Salcedo el académico (uno más entre los que caen bajo el efecto de sus encantos). El  maestro severo; el orientador que con su mirada acerada y con su voz de barítono ligeramente embriagado, le enseña el camino verdadero. Dice que sacará provecho de esas circunstancias. Pero luego está ese amor fuo,  cada vez más desasosegante, cada vez más inquietante y abierto como una flor herida en mitad de su pecho, por Fernando el joven poeta.  

   Los semestres finales pasan a gran velocidad sobre el calendario. Mientras tanto, Clarissa reina en los recintos académicos. Va asegurando su territorio. Los muchachos no se resisten ante su piel aromatizada en fresa y sueñan con su boca lubricada con dulce de melocotón. Casi sin quererlo, se convierte en la reina sin corona del alma mater; esa reina a la que igual le rinden pleitesía las gordas danzarinas y risueñas del coro; las madrinas asexuadas del equipo de senderismo y los nerds con miradas de batracios modélicos. Pero a pesar de tan grandes favoritismos, muchos temen quedar hipnotizados frente a sus ojos. Y entonces la evitan. Emana algo extraño y magnético de sus ojos almendrados, ligeramente rasgados y separados por una geometría de euritmia y perfección. Pantera mansa, con mohines de fierecilla domada, que impone a pesar suyo, las formas elásticas de su corporeidad; expresadas en una buena disciplina y en los resultados fisiológicos, dados por la práctica de deportes acuáticos, ecuestres y aeróbicos. Lo que pide lo tiene; lo que desea lo obtiene; y como sus padres son parte de la aristocracia del pueblo, ella pide y ordena; y ellos acceden y donan.


   Por aquellos días de verano y sobre la mitad del año. La universidad, en el marco de los juegos florares, convoca a un concurso de literatura. El jurado de la capital, conformado por: personas conocedoras, certificadas e ilustradas.

   Clarissa y Fernando deciden participar. El joven poeta lo hace con: “Odas macabras para vampiros angelicales”. Un homenaje a Poe y a algunos decadentistas franceses. Para sorpresa de todos, Clarissa gana el concurso con: “Átame y azótame, pero déjame cantar”, una selección de versos eróticos, que parecieran estar inspirados en prácticas muy vividas de sadomasoquismo y bondage. Todo un atrevimiento y una provocación.  Ella por aquellos días, luce vestidos de cuero cruzados de correas con accesorios metálicos, y muestra preferencia por las botas negras a lo Sacher Masoch.

   Las entrevistas, para los medios culturales locales y las revistas universitarias de la región cafetera, tienen en ella a su fetiche mediático de la temporada. A los pocos días y ante la presión inquisitorial del maestro, quien aprovecha las clases para despotricar contra Fernando y poner de relieve la obra de la estudiante. Clarissa reacciona; no acepta esos ataques y dice ante todos que: aquellos versos inspirados en lecturas e inquietudes muy personales, los había escrito bajo la orientación y el asesoramiento literario del joven rebelde.

   El profesor no lo puede soportar: ¿Cómo pudo ella preferir la orientación y tutoría de un poeta de poco roce literario, a su orientación patentada, rubricada y con garantía?  ¿Qué veía en aquel, que todavía no había alcanzado a ser parte del espacio cultural reconocido? Alguien a quien consideraba un escandalizador profesional, un astroso rebelde y provocador. ¿Cómo evadía sus orientaciones; acaso no había dado muestras fehacientes de ser la estrella literaria en aquella academia? Su alumna favorita se le escapaba de sus dominios, para caer en las manos de aquel poeta maldito. Entonces, cuando se le presenta la oportunidad, critica públicamente a Clarissa, en una conferencia en donde entre muchas cosas habla de: "Musas casquivanas y poetisas sin alma, ni talento".

   Clarissa, se retira por unas semanas de la universidad. Va con un grupo de amigos a la capital, al concierto de Rock al Parque y coincide con Fernando bajo una luna de metal y fuego. Después del performance musical central de la primera tarde, en donde el grupo colombiano sobre tarima  interpretaba canciones con las letras del poeta, quien desde hacía meses, ya se estaba convirtiendo en la revelación de la poesía negra con un toque iconoclasta de la escena. Ella se entrega a unas largas y extenuantes maratones sexuales, con el joven poeta, expresando una sabiduría erótica, que iba más allá de lo que Fernando había conocido.

   Después, de regreso al eje cafetero; pasan de unos días de retiro en una cabaña prestada por el gordo Quevedo a Fernando. Donde lo único que hacían era comer truchas, salchichas con huevo y dejar pasar las horas de la mañana a la tarde y de la tarde a la media noche. Hubiesen dejado todo atrás, e internarse en la montaña como dos cervatillos; olisquear las raíces frescas y tomar del agua helada del rio. En algún momento, todo hubiese quedado relegado a un espacio de olvido; pero, para bien o para mal, la literatura los mantenía atados a esas referencias culturales de las ciudades. La naturaleza era un sueño idílico; un sueño de brumas y nieblas, pero sabían que fatalmente tendrían que terminar esa evasión; dar por terminada esa escapada y regresar a encajar en la cuadricula. Fernando, quien además leyó a Clarissa largos fragmentos de “La Venus de las pieles” de Sacher Masoch y la inició en los “Trópicos” de Miller. Además, le enseñó a pescar, a hacer fogatas y entrar en estados alterados de conciencia. En una oportunidad y muy de mañana, sucedio:...estaban haciendo café, desde la ventana se podía ver la bruma ligera que cruzaba, y al fondo la fronda del bosque andino; entonces primero su cabeza totémica apareció, luego su cuerpo poderoso y la mirada hacia la ventana. Los dos vieron al jaguar que cruzó primero lento y luego veloz por un costado de la cabaña rompiendo lianas y enredaderas; un rayo amarillo y negro que los dejó marcados para siempre.

   Este idilio de verano, fue interrumpido una tarde cuando el padre y la madre de Clarissa llegaron en su camioneta 4x4 último modelo y acompañados de dos policías del corregimiento, a la cabaña cerca al parque de los nevados y se llevaron a su hija como quien recupera su oveja negra a alérgica a la lana. El padre de Clarissa, ganadero y terrateniente; hombre alto y corpulento con unos ojos grises que denotaban ira y peligro; amenazó a Fernando gritándole que: “¡Para el bien de su salud, es mejor que se mantenga a distancia de mi hija!”.

   Clarissa regresó con un aire de tristeza. La montaña del páramo y esos días con Fernando le hicieron un poco más lejana. Su estilo urbano se convirtió poco a poco; comenzó  a llevar atuendos modestos hechos en telares y fibras crudas. Algo indie, algo étnico; con las semanas fue haciendo de nuevo presencia en los claustros y comenzó a brillar con luz propia. Se hizo más reservada, más lejana. Algo había cambiado en su mirada ya no era la misma pero seguía siendo hermosa; aún más hermosa.


   El profesor escucha comentarios en los pasillos, cuchicheos en las mesas de la cafetería, murmullos que crecen con el ímpetu de un río desbordado, no puede evitar el imaginarse a Clarissa abrasándose y besándose con el joven poeta; los ve en un sueño-pesadilla, desnudos en las montañas corriendo como cervatillos enamorados; haciendo el amor cubiertos de musgos y líquenes; fornicando como animales de hiedra y de bruma; comiendo truchas esmaltadas y dándose besos de vino tinto y café. El otro día en su auto, camino de la universidad los ve tomados de la mano y caminando por las acera de una apartado viaducto, al pasar cerca de ellos rápidamente, puede sentir un olor de cáñamo dulce y melaza. Casi se estrella.


   Nuestro académico, comienza a preparar acciones de retaliación poco ortodoxas, se había acabado su paciencia. Piensa como de Quincey que: Se comienza por un asesinato, se sigue por un robo y luego se termina faltando a la moral y a las buenas costumbres; y como héroe wildeano está dispuesto a utilizar pluma y veneno. En su gran apartamento del norte, decorado con una estupenda colección de pinturas de artistas regionales y una extensa biblioteca; va a su escritorio y abre una gaveta secreta.  Pasa revisión a su revolver Ruger, herencia de su fallecido padre que había sido militar de carrera. Arma que hacía tiempo mantenía descargada. La limpio con aceite tres en uno y la dejó reluciente. Días después, compró tres cajas de munición Indumil del calibre 38 y lo limpio. Una tarde fue al club de caza y pesca y estuvo haciendo tiro. No acertó ni una sola vez en el blanco. Se dijo que tendría que mejorar. Después, poco después desecho esas ideas de venganza por considerarlas absurdas.


   Sin embargo la obsesión no ha remitido. Viene con más fuerza. Un día cualquiera, recurre a un mago de la región: alquimista urbano, viejo amigo de sectas y cultos juveniles, que ahora se gana la vida engatusando viudas y damas jamonas y serranas dispuestas al aquelarre otoñal; estilizadas ceremonias de hipnotismo y mesmerismo. El erudito esoterista; lector del tarot, conocedor de la etnobotánica tropical y caribeña le recibe en su casa del barrio “El arenal”, en el sur de la ciudad, donde cultiva un jardín botánico preñado de daturas y hongos alucinógenos. El maestro Salcedo, sin entrar en detalles, paga una importante suma de dinero y encarga al candomblero, que le prepare un filtro para dominar el ímpetu de una joven y someterla a sus designios eróticos, y de paso, lo más importante: un brebaje ponzoñoso para envenenar al joven rival que se interpone entre él y la dama de sus sueños: “Nada  que lo mate. Solo algo que lleve a la locura a quien lo ingiera”.

   Durante aquella extraña visita al mago, este le leerá el tarot, en medio de una sala negra, iluminada por cirios amarillos sobre candelabros de hierro con cabezas de gárgolas. Durante la ceremonia, el nigromante urbano le advierte de los peligros de aquellas substancias: “Son peligrosas. No son juegos. Alguien puede morir. Los organismos no son iguales”.

“Es un montañista, es una maldita fiera”. Dice el académico. “En ese caso tendremos que hacer la dosis más potente”. Dice el nigromante. Y  vaticina con voz de facocero mítico, que: “...Su corazón, querido profesor, está perdido entre dos fuegos que queman; dos zarzas que arden, y de las cuales brotará una luz que le puede dejar ciego.”.


   El profesor Salcedo no se amilana. Es un hombre que sabe lo que puede ganar y lo que arriesga. Después de aquella visita, prepara su treta; maquina su estrategia con maestría de mandarín oriental. Comienza una campaña de restauración de la imagen de la joven escritora. Da unas declaraciones a la prensa del alma mater: “Hay que reconocer que a pesar de todo, Clarissa Monteblanco, es lo mejor que ha surgido en la escena regional de la literatura. Ella es, como decirlo, una Berenice poetiana, que todo lo que aborda su talento adquiere un velo de misterio y fuego”...

   Aprovechando una velada cultural en el club del comercio de la ciudad, presenta credenciales (casi a la vieja usanza, con tarjeta de visita y todo lo demás) ante los padres de Calrissa, quienes a pesar de sus reservas, ven en este gesto, un serio interés. El académico, da su mejor versión en cada una de las tres visitas que en un mes hace, con todo tipo de disculpas académicas. Los padres de la bella Clarissa al principio se sienten intrigados. Después aceptan con normalidad y  hasta con gusto el interés puramente académico del profesor. Todo lo que sea con tal de mantenga Clarissa al salvo de ese poeta maldito.  Luego, dos meses después, el académico es invitado a manteles por parte e la madre de Clarisa, una señora blanca, casi rubia y de cara rubicunda como una matrona pintada por Vermeer. Clarissa, intenta evadirse cada que puede de estos compromisos. Hay fuertes discusiones. Ella se dará cuenta con los días, que el académico quien ya comienza a influir sobre sus padres no se rendirá y es cada vez más incisivo. En algún momento, se sorprende preguntando a sus padres en la mesa del comedor: ¿No viene a acompañarnos esta noche el profesor Salcedo?

   Clarisa termina por enterarse que Fernando el Joven poeta abandonó la universidad. En una extensa carta enviada a su e-mail, le dice que estará merodeando como un lobo; pero que entiende que lo mejor para ella es que siga su vida. Como si nada. Todo parece derrumbarse. Una mezcla de rabia y tristeza se acumulan en ella. Comienza a consumir alcohol, sobe todo vino. El gordo Quevedo, la proveerá de otras substancias duras muy adecuadas para estos casos. Comienza a viajar al centro de sus conflictos y se le ve más delgada.

   El profesor Salcedo la incluye en la programación del recital en el planetario de la universidad. Clarissa asiste el día de la conjunción de Venus con Marte, bajo una noche de luna llena, que invita a los estados alterados; a las transmutaciones de conciencia, las seducciones astrales y a la licantropía más exquisita. La joven da un recital, que se convierte en su lúbrica y expresiva declaración de intenciones. Obra poética con acentos sádico-sáficos; obra extraña y hermética sin la cual no podría haber optado a un puesto importante dentro del parnaso regional.   Contaron quienes asistieron a la ceremonia, que el ambiente se caldeó ante su osadía y su talento, pero sobre todo el público se rindió a su belleza. Después del recital Clarissa, que aquella noche estaba más hermosa que nunca, vestida con una falda de telar negra, y el color nacarado y pálido de las mujeres del Prerrafaelita Burne Jones en sus mejillas; parecía brillar como una flor de lis narcotizada.

   Clarissa departió con todo el mundo y notó de golpe la ausencia de Fernando.

   Este había entendido que entre Clarisa y el profesor sucedía algo. Que todos los conflictos que había tenido con el maestro estaban gravitando entorno a  esa atención que el catedrático demostraba cada vez con mayor empeño en torno a la bella escritora. Y sospechó con bien fundadas razones, que entre el maestro y la familia de ella, algún pacto secreto existía; relación muy clara que se estaba afianzando, alianza que pretendía terminar con aquella relación en donde él terminaría por convertirse en el chivo expiatorio.

   La confirmación de todo esto se dio, cuando fue ella la voz central de aquel recital.

   Cuando Clarissa preguntó de nuevo por él, en el coctel de una exposición, le dijeron que estaba desde hacía una semana en la Sierra Nevada de Santa Marta conviviendo con los Koguis. Ella fue la última en enterarse. El carácter despreocupado y aventurero del joven le había dado muchos dolores de cabeza, pero aquello fue demasiado. "Un joven que de un día para otro y después de una resaca de cáñamo y mandrágoras coge su mochila y de larga a la Orinoquía, siguiendo el camino de la coca, o al Tíbet, siguiendo la ruta de la seda o el camino del monje de Shidartha, no suele ser un buen partido para forjarse una reputación literaria o para escribir best-sellers". Pensó Clarissa indignada, entre los vinos dulzarrones y pesados de “Casa Grajales” (burdos mostos que se suelen dar en este tipo de vernissages). Fernando ya no escribió más. No llamó tampoco. ¿Alguna nueva luz brillo en el caribe?

   Pasaron dos meses y luego tres. Clarissa intentó comunicación con el poeta. Pero este al parecer estaba dispuesto a poner tierra de por medio. Y a dejar en el pasado todo aquello. Hay quienes dicen que fue amenazado de nuevo y algunos arriesgan a decir de un atentado; comentarios que florecierón en el rico y abonado terreno de la chismografía regional. Otros dicen que él había tenido la costumbre de vivir sus amores como aventuras; unas más intensas que otras y que lo de Clarissa, no había sido la excepción. Una niña burguesa con mucho talento literario y una sed de experimentación erótica que se había encontrado con un momento en la vida de un artista cahorro. Ya se sabe que alguien siempre sale lastimado. De estos aquelarres primaverales, alguien siempre sale escaldado y las cicatrices con el tiempo, se convierten recuerdos oscuros y a veces, solo a veces, en poemas luminosos.

   El profesor aprovechando la ausencia del minnesinger, vislumbra por un momento las promesas excitantes de la gruta sagrada de Brunilda. Para él, ella es una hermosa walkiria, difícil y compleja. Abandonada está en situación vulnerable, pero sabe también que ella no es la típica conquista a las que esta acostumbrado. Damitas que se dejan deslumbrar por su presencia de profesor disciplinario, por sus manos largas velludas y bien cuidadas. Sus ojos negros profundos y su barba acerada y recortada. Cuando no, su record de papers y artículos literarios en revistas de circulación continental.  

   Todas estas ceremonias del cortejo, tiene que ser mucho más sofisticadas; empaquetadas dentro de una programación cultural muy ajustada: exposiciones de pintura, charlas y conferencias y luego obras de teatro, que Clarissa asume como dejándose llevar por una corriente de amnesia que le haga olvidar a Fernando.

   Así que, la invita a cenar al restaurante marino de la ciudad, en donde una vez instalados, prueban las exquisitas variedades culinarias de la Buenaventura pacífica, rica en yodos, fósforos y leche de coco. Luego, tres veces más, reitera las invitaciones hasta que, poco a poco, la seduce con refinadas artes de Casanova criollo. Considera que la mesa es el preámbulo gastronómico de la cama.

  Una noche, La conduce hasta su apartamento y le sirve el vino emponzoñado con el filtro amoroso y afrodisiaco que le preparó su amigo el nigromante (frasquito con la coqueta etiqueta de un corazón rojo sangrante). Mientras le habla de los paralelos entre la poesía de Breton y la de Vallejo, se queda en pantaloncitos, pequeños ardiendo como un satélite bajo una tarde con lluvia de meteoritos. Sus piernas gruesas y velludas; su órgano pequeño pero poderosamente enhiesto. Ella embriagada, excitada, pero a la vez afectada de una manera extraña por el filtro, mira como todo se distorsiona ligeramente en su conciencia: las cosas, los sonidos, la cara del maestro que por momentos pareciera la de un hermoso y varonil guerrero, pero que luego adquiere la grotesca faz de un sátiro afrentoso; y su verga. Esta le parece por momentos, el órgano de un adonis ya maduro, pero a los pocos segundos se transforma en el garrote sexual de minotauro amenazante. La reproducción del cuadro de Henri Fantin Latour a un lado de la biblioteca de 1200 volumenes, en donde estan los poetas parnasianos y simbolistas, pareciera animarse y adquirir vida bajo una humareda de opios antiguos. Clarissa Trata de huir confundida; él le cierra el paso, armado de un afilado cuchillo de cocina que compró en una oferta de televisión, (de esos que cortan latas de cola, al igual que pueden rebanar cuellos de cisne). La atrapa con fuerza y la viola con furia. La pequeña chimenea de gas vomita un fuego azulado entre piedras rojizas de cerámica raku y en su estereofónico Panasonic de cinco mil dólares, suena a todo volumen el concerto in D major for violoncello and Orchesta de la Slovak Chamber Orchestra dirigida por Bohdan Warchal. La joven Clarissa, después de un finale no molto allegro ni felice; sale despavorida de aquel apartamento de la zona rosa más decadente de la ciudad lluviosa y sin alma; la ciudad de las parcas risueñas.

   El académico Salcedo, se queda mirando por la ventana como ella huye en un taxi amarillo; luego se queda desnudo, mudo, recogido, encogido como un perverto obscuro y jadeante; mira el frasquito vacío del filtro erótico y lo estrella contra un espejo que se derrumba en una lluvia de metales luminosos. Luego mira el otro frasquito, en donde está el veneno (poison con la etiqueta roja y calavera amarilla cruzada de dos tibias). Piensa en beberlo de golpe y acabar con esto de una maldita vez; pero tiembla y duda. Se detiene de repente, lo coloca sobre la cajita lacada de la chimenea. Luego, se sienta en silencio, se inclina, posa su mano sobre su barbilla de cuidada y acerada barba negra; ríe a carcajadas; se arquea y estira cuan largo es, sobre el sillón; pareciera que alas membranosas brotasen de su espalda; convulsiona todavía excitado en el claroscuro de su sala; desnudo y huesudo como grotesca figura de Doré que ilustrara “La Divina Comedia” de Dante.


   Clarissa no menciona nada a nadie. Guarda el secreto de aquella noche. Queda preñada. El profesor lo sabe por la redondez que le acorta las maxi-faldas y por la palidez y las ojeras que empiezan a abotagar sus gatunos ojos. Meses más tarde, Salcedo le pide perdón escenificando un acto teatral de arrepentimiento y jurándole amor eterno. Ella, hasta ese momento, había mantenido con mucha dignidad una distancia prudente y un silencio absoluto sobre los sucesos de aquella noche. Sabe que si hablara, le podría destruir, pero decide aplazar una respuesta, a lo mejor una venganza. Él le propone matrimonio y poco después le da su aniño de compromiso. Por dentro sonríe y se relame, como un sátiro después de un baño tibio en las aguas del Egeo, acompañado de una docena de ninfas.


¿Por qué Clarissa le aceptó? es todo un misterio que solo puede desembocar en apreciaciones superficiales y teorías banales; especulaciones de todo tipo que no harían brillar por un solo instante la luz de la verdad. ¿Dónde estaba Fernando en aquellos tristes y definitivos momentos? Estaba, (y lo sabemos, quienes asombrados, lo vimos en el programa televisivo que se pasó en horario triple A, por los días de noviembre de finales de aquel año) conviviendo con las comunidades negras de palenque y haciendo parte de un pequeño equipo multidisciplinar de jóvenes que trabajaban en  un documental para la televisión regional. En el que se recogían testimonios sobre las ceremonias y las tradiciones orales de aquellos herederos de la cultura africana en la costa caribe.


   Lo cierto es que el profesor Bernardo Salcedo, a la postre se casa con la muchacha más deseada de toda la academia municipal; una poetisa talentosa que crecía y prometía en todos los sentidos. El día de la boda, a la que acude una pequeña parte del mundillo académico de la ciudad, se le vio departir muy animado en una fiesta para cien invitados patrocinada y costeada por los padres de Clarissa. Él bebe, lo que no ha bebido en meses; ella no se queda atrás. Ha tomado ponches, whiskies y ginebras.  Se escapan ya medio borrachos en una limusina, (alquilada en la Casa de  banquetes y matrimonios, “Luna de plata Verde”) hasta el apartamento del académico, este sube con ella en el ascensor y casi al llegar comienza a besarla y a romper sus vestiduras inmaculadas. Ella le dice que espere; que por favor espere, ya que tiene algo que contarle.


   ––¿Tú crees que el hijo que llevo conmigo es tuyo? –– Le pregunta ella con una sonrisa desafiante––. Estás muy equivocado mi querido profesor. Yo venía revolcándome con Fernando el poeta desde hace seis meses. ¡¿Es que no te enteras?! ¡Seis meses! ¡Durante ese tiempo fui su puta predilecta! ¡Lo hacíamos en todas partes y a todas horas y sin preservativos! ¡Cogíamos como conejos silvestres!…


   El profesor de literatura, no lo puede creer; vemos ahora su rostro transformarse; suda copiosamente, se quita la corbata de seda negra, su saco y su chaleco de terciopelo negro, y se derrumba en el sillón. Se rasca la cabeza y luego empieza a reírse primero despacio y bajo, luego alza el volumen de aquellas carcajadas que brotan de su garganta como el lamento de un alce herido, de su boca resbala una baba espesa y su risa es árida y pedregosa. Tambaleándose toma una botella de whisky y se sirve un trago que apura con una sed delirante. Su mirada se torna vidriosa y ve a Clarissa como un fantasma que gesticula y flota dentro de los tules y las gasas blancas; se sirve otro whisky que baja por la garganta arañándole y quemándole las palabras.

   Entonces todo sucede en pocos segundos, como suceden estos ramalazos de los celos y la violencia. Va su escritorio y saca el pequeño revolver Ruger recortado que delata su poderío con un relámpago plomizo. Se para frente a ella. La amenaza apuntándole. Tiembla de ira con el arma en la mano: “¡Maldita puta ya aprenderás!” Ríe cuando Clarissa horrorizada y desencajada, le pide que se calme. Clarissa trata de huir; retrocede torpemente; medio borracha y aterrorizada por la actitud del profesor. Este sigue insultándola y apuntándole: “¡Maldita puta de mí no te burlas!” De repente suena el disparo. Clarissa recibe un impacto en el pecho y cae.

   El profesor trastabillando se acerca a ella y llora como un crío, berrea como un ternero lactante; se da cuenta de la locura que acaba de cometer, casi por accidente. Ve la mancha de sangre en el vestido de Clarissa. Mira el revólver aún caliente y lo coloca sobre su cien; pero después de tres intentos, sabe que no podrá hacerlo. Se incorpora con dificultad; deambula por la sala como un loco y se detiene cerca de la chimenea, abre una pequeña cajita de madera lacada. Mira el pequeño recipiente de cristal que le había dado el nigromante urbano. Destilado que según aquel, contenía, además de media docena de tinturas vegetales y sustancias animales, la temible tetradotóxina extraída del pez globo (Canthigaster rostrata). Brebaje elaborado según la fórmula de los Bokós de Haití y considerado por Wade Davis, etnobotánico de Harvard, uno de los más complejos y potentes del mundo. Se ríe; tose como un zombi en su ceremonia de Vaudhú y se vuelve a estremecer, toma el frasquito y temblando se lo lleva a la boca, apurándolo de un solo golpe.

Se sienta y espera. De un momento a otro siente un latigazo en su nuca.
Patalea y se contorsiona entre blasfemias. Pero a medida que pasan los minutos, se da cuenta que no puede moverse y tampoco puede respirar. Después de tres largas horas; muere envenenado.

Aunque siendo rigurosos...el investigador y etnobotánico Wade Davis, no estaría tan seguro.