“COLOMBIA
SABE A MAGGI”
Omar García Ramírez
(Para
el maese Jaime Rojas, quien me dio la idea)
Colombia
siempre está de fiesta…
Tiene su
cara negra y blanca de comparsa y carnaval.
La
petaca cargada entre mascadas de tabaco
y aguardiente.
Colombia sabe a Maggi
y a sangre de verbena y festival
a corraleja de hambre, a cumbiamba de fuego
en pedregal.
Discotecas
atiborradas
con sudor de pólvora y patchuli hasta que el cuerpo
aguante.
¡Apenas estamos comenzando la fiesta! dice la gente.
Y ¡Juepaje!
Los
colectivos sandungueros se contorsionan en una mezcolanza arrabalera; la flaca
hermosa y la gorda grotesca colgada de la cadena de oro del camaján distrital;
el duro del barrio, el Tony de la comuna que salta sobre zapatillas tennis de
Taiwan y que vota fuego por los poros. Mientras al fondo se escucha la música
primitiva y gutural del reguetón y del perreo, del marraneo zarandeo, el
mariconeo parcero con volumen decibélico
para reventar oídos. Danzas tribales y kinetóscopicas, que vienen,
fantasmagorías de antiguas esclavitudes cruzadas de odios, coitos, amputaciones
y violaciones; blasfemias grabadas a fuego en la piel estallando en pantallas
celulares, televisores de plasma y electrones vectoriales. Al cromatismo exótico
se suma la flora lisérgica y fractal de un jardín tan lúgubre como un
camposanto barroco en medio de un erial. No importa, mientras haya vallenatos y
agüita pa´ mi gente, vámonos de rumba mientras la casa se
derrumba.
Caro,
el flaco artista dijo que en Colombia todo estaba muy caro.
No
caro no; todo esta rico, kikirriqui;
caldo rico mon kiki, miren las
costillas de algunos campesinos. El espinazo y la cola que los poderosos devoran
cuando arman la grande buoffe y sus pantagruélicas
comilonas en Batraxia-Sodoma.
Colombia sabe a Maggi y a Knorr
mijo.
A
frijoles recalentaos y a mondongo politiquero. Diseñado por la cábala central
que muta y camaleoniza, mientras escamotea con maestría demiurgíca los anhelos
del rebaño.
La
que crea sus potlachs de campaña en
la periferia de la miseria. Para después meter en cepo al pueblo y crucificarlo,
esquilmarlo y carnearlo. La que diseña la sopa y la polenta que se come
caliente cada cuatro años y se prolonga por las fiestas y los puentes; las
cumbiambas sandungueras de la costa, del llano y la serranía.
Colombia
futbolera barra-brava; arremolinada en los estadios, tironeada en las filas
incendiarias de los partidarios; maquillada para la guerra en los santuarios de
los deportes masa. Adentro de las canchas: cumbia-flamenca; afuera en las
calles: machete y puñaladas bailables. Colombia maza-morra con panela y muela
rota. Colombia zarzamora que a todas horas
llora que llora por los rincones. La que hace la vuelta pedaleando, dopada
con rabia y coraje en la cuestas de la miseria;
la que espera el premio mayor de la lotería con el número de la suerte
grabado y cauterizado sobre el músculo violeta del sagrado corazón de Jesús.
Colombia
sabe a Maggi, a bitumen de petróleo y
café amargo; a cerveza tibia y rancia; y asume medio emputada el irónico golpecito
en la espalda acompañado de: consiga este
sello y esta estampillita y vuelva después, del burócrata Neopig, el cochon chanchullero de turno. Pero, se regocija con el golpe sexual
y musical de nalgas prostibularias en aquelarre tabernero que se muerden y
laceran sobre las rosas negras del jardín calcinado. Alarido de putilla
sadomaso levantada a correazos de maleante urbano, quien, después de tres
líneas y seis copas, se suma a la fiesta cuchillo cruzado entre la jeta como fiera
salvaje y alegre.
¡Ah!
nuestro trópico coronada de cumbres nevadas…
Colombia,
piedra pulida para sacrificios y holocaustos…
Ribera
de inundaciones y desastres…
Sobre la geografía telúrica y brutal de la cordillera
bailan ángeles y demonios.
Colombia
sabe a manigua verde; a flores azules
y blancas de Datura inoxia; a cagajón
seco coronado de honguitos Lophophora
williamsii; a orquídeas venenosas de sangre dulce; a marihuana prensada y
destilada en alambiques de alcoholes livianos; a madame blanche de alcaloides pesados; a cacao sabanero de Brungmasia solanácea y a chicha
candombera de palenque rudo y mapalé de fuego.
Colombia
sabe a Maggi y a Knorr mijo.
Y
cuando mamá Colombia hace el sancocho; todos como criaturas zoomorfas de un
mismo redil, se sientan a la mesa en silencio y rezan sus devotas oraciones por
el futuro de la patria.
¡Viva Colombia!
Nuestra Colombia roja y amarilla;
sangrante y famélica; psicodélica vacante.
Nuestra Colombia
azul y verde…
La que
amamos tanto y que carajo;
¡la que
sabe rico, la que sabe a Maggi!